Walter
Benjamin
a
24 por segundo (III)
David
De los Reyes
Observación: esta es la última parte del ensayo, del que hemos publicado antes las partes I y II en el blog durante los meses de agosto y septiembre de 2013.
Más sobre el cine
El
cine abrió una nueva era de la Humanidad y para Walter Benjamin es el agente más poderoso de
la reproducción técnica moderna. La presencia mundial que tomará posteriormente
a los años treinta ya lo deja vislumbrar entre sus escritos. "La
importancia social de éste no es
imaginable incluso en su forma más positiva, y precisamente en ella, sin este otro lado destructivo, catártico: la liquidación del
valor de la tradición en la herencia
cultural"[1]. El cine nivela los
valores de la tradición cultural, engendra diversión más que gravedad. El cine
es el equivalente visual más adecuado que se haya inventado de las estructuras
espacio-temporales de la mente humana que sueña. McLuhan ha dicho que el cine no es solamente una
expresión suprema de mecanismo sino que, paradójicamente, también ofrece como
producto suyo la más mágica de las mercancías de consumo: los ensueños[2]. Las
obras de Shakespeare, Molière, Rembrandt, Beethoven -tanto sus obras como la
historia de sus vidas- harán cine.
Leyendas, mitologías, los fundadores de religiones, las religiones, harán cola
a las puertas de los estudios cinematográficos y obtendrán su
"resurrección luminosa" cerca de la pantalla, pero con la paradoja
que su resurrección es su liquidación general, al reducirlas a la mera
exhibición y al separarlas del rito.
A
diferencia de las obras literarias, pictóricas o musicales que para su difusión
masiva están sometidas a una condición extrínseca a ellas al ser sometidas a la
reproducción técnica, las obras cinematográficas encuentran en esa reproducción
su medio vital de difusión; tal condición masiva se impone a la fuerza; la
industria sólo se permite producir obras fílmicas bajo la condición de alcanzar
un gran número de personas que paguen los costos y las ganancias requeridas
dentro del marco normal de esa industria. Podemos decir que economía y estética
estarán siempre la una en contra de la otra en la producción de películas.
Benjamin aclara que en 1927 para que una película fuera rentable tenía que ser
vista por un público de unos nueve millones de personas; hoy eso debe
multiplicarse acorde con los gastos de inversión; si una película ronda por los
diez millones de dólares para su producción, el público que debiera alcanzar
debería ser el de unos quince millones de personas; la condición de la
existencia del cine está en la seducción de las masas para que lleguen a
consumir tales imágenes.
La
intervención de la máquina en todo esto que acabamos de hablar nos da, en
otro sentido, una afirmación, un punto
fundamental: que la presencia técnica en la obra de arte da un uso y tratamiento particular respecto
al tiempo. Utilización caprichosa del tiempo: recreación y asombro al poner la imagen en sucesión inversa a la
filmada; podemos reconstruir la chimenea derrumbada, por ejemplo. El tiempo
será sometido al "flashback": los brincos del guionista o del director
en el tiempo de la obra; diversidad del tiempo más que uniformidad. Tal
fraccionamiento permite múltiples expresiones según su uso en tanto cinta para
la diversión, información, formación, educación del público; además de permitir
el montaje haciendo que la obra se diferencie
en un conjunto de unidades constitutivas que se individualizan
precisamente por su duración.
Benjamin
habló también de los comienzos del cine sonoro y su relación con el fascismo.
La adición del sonido a la película data de 1927 (el color de 1935, de las
grandes pantallas a comienzos de la década del 50). En un primer momento el
cine sonoro fue un retroceso; el público
quedaba reducido a las fronteras lingüísticas y el fascismo surgía recurriendo a subrayar los intereses nacionales.
Ambos fenómenos son simultáneos y ambos se apoyan en la crisis económica.
"Las mismas perturbaciones que, en una visión de conjunto llevaron
intentar mantener con pública violencia las condiciones existentes de la propiedad, han llevado también
a un capital cinematográfico, amenazado por la crisis, a acelerar los
preparativos del cine sonoro. La introducción de películas habladas causó
enseguida un alivio temporal. Y no sólo porque inducía de nuevo a las masas a ir al cine, sino además porque conseguía la solidaridad de capitales nuevos,
procedentes de la industria eléctrica"[3], que
había desarrollado los equipos funcionales para la reproducción sonora en las
salas comerciales cinematográficas. Para Benjamin, visto desde fuera, el cine sonoro favoreció
los intereses nacionales de los países que
tenían montada esa industria; y considerado desde dentro llevó a
internacionalizar más la producción cinematográfica cuando comenzaron a doblarse
las cintas fílmicas. Se irradiaron los intereses y modos ideológicos nacionales
de los países que poseían tales
industrias y se proyectaron en el ámbito internacional tanto valores de
carácter técnico como ideológicos[4].
También encontramos otro uso del cine dentro de la política. Benjamin no llegó
a observar que cuando azotó la crisis
económica en los años treinta a los E.U.
los productores y realizadores
americanos descubrieron que lo que podía salvarlos del desastre y
conferirles una misión económica y social era la propia técnica del cine:
"El tiempo diferido del motor
cinematográfico disuelve las apariencias del mundo presente, la ubicuidad hace
olvidar su miseria a millones de espectadores que frecuentan las salas consagradas a la película como los trenes de
viaje"[5]. Otro ejemplo lo encontramos
en Inglaterra durante la última Guerra Mundial, cuando la población estuvo
sujeta a duras restricciones económicas y alimentarias, las salas de cine
permanecían abiertas prácticamente todo el día.
En
el teatro reconocemos que la secuencia que se nos presenta es producto del
artificio; en el teatro todo es artificio; pero su emplazamiento, su
ordenamiento, nos da para saber que lo que sucede es sólo una ilusión. En
cambio, durante el rodaje de una escena cinematográfica no existe tal
emplazamiento, tal obligación sucesiva. La naturaleza de su ilusión es de segundo grado, no directa: surge del
resultado del montaje en la moviola (hoy a través de la construcción digital
virtual que abre posibilidades infinitas al arte cinematográfico). El mecanismo
técnico de la reproducción penetra
hondamente en la realidad y es imposible encontrarla en estado puro, libre de
cualquier cuerpo extraño; la realidad exhibida surge como resultado de un procedimiento especial
junto con unas intenciones construidas a priori
que se toman por la mediación del aparato fotográfico o cámara dispuestos para
ese propósito. Logrando que la realidad
"despojada de todo aparato... es en este caso de sobremanera artificial, y
en el país de la técnica la visión de la realidad inmediata se ha convertido en
una flor imposible", la realidad se construye a partir del marco de la
reproducción técnica[6]. El
cine no sólo se caracterizará por cómo el hombre se presenta frente al aparato
sino cómo ayuda éste a que se represente el mundo de nuestro entorno. Para
Benjamin el cine enriquece nuestro mundo perceptivo, tanto desde el punto de
vista óptico como del acústico. Pero el
reverso de estas representaciones "tecno-oníricas" está sometido
a un análisis mucho más exacto que lo
que podemos realizar frente a una pintura; en relación con la escena teatral esta
diferencia aún es mayor por el hecho de
que en el cine los elementos que componen un cuadro fílmico pueden ser
susceptibles de aislarse de manera
minuciosa y repetitiva. Tal tendencia, argumenta nuestro autor, tiende a favorecer la interpretación recíproca entre ciencia y
arte. Puede añadirse que la naturaleza -y la sociedad-
que le habla a la cámara no es la
misma que la que habla al ojo. La una está presentada, reflejada
conscientemente; la otra, el ojo frente a la naturaleza, se muestra como un tramado inconsciente para
la percepción. De esta forma el cine emerge como el artilugio técnico/artístico que
alivia tensiones sociales propias de la vida carcelaria de las ciudades.
Benjamin se refiere a ello diciéndonos que "parecía que nuestros bares,
nuestras oficinas, nuestras viviendas amuebladas, nuestras estaciones y
fábricas nos aprisionaban sin esperanza.
Entonces vino el cine y con la dinamita de sus décimas de segundo hizo saltar
ese mundo carcelario. Y ahora emprendemos entre sus dispersos escombros viajes
de aventuras"[7].
George Melies, fotograma
Cine
y actuación
La
actuación teatral está fundada sobre el arte del actor. El actor presenta, por
medio de su persona, una ejecución artística. Para Benjamin la actuación dentro
del cine se ofrece desde un punto de
vista distinto. El actor de cine presenta
su actuación por medio de todo un
mecanismo. Actuación que estará sometida a toda una serie de test
(controles) ópticos. Su trabajo se
exhibe por medio del mecanismo. De esta forma el público no se debe compenetrar
tanto con la actuación del actor sino
con el movimiento producido por un aparato; ello le quita al evento
representado cualquier valor cultual, ritual. Para el cine la importancia del
actor no está en que vaya a representar frente a un público un personaje; la
importancia está en que se represente a sí mismo ante el mecanismo, ante la
cámara. Por primera vez se actúa en forma viva pero dentro de una situación
donde el actor debe renunciar a su aura. Pues el aura está ligado a un aquí y a un ahora que se sustraen en toda
reproducción técnica. Del aura no hay copia, dijo Benjamin.
El
actor de teatro representa él mismo en persona al público su ejecución
artística; el actor de cine se presenta
por medio del mecanismo del proyector. "Lo que rodea a Macbeth en escena es inseparable de lo
que, para un público vivo, ronda al
actor que le representa. Lo peculiar del rodaje en el estudio cinematográfico
consiste en que los aparatos ocupan el lugar del público. Y así tiene que
desaparecer el aura del actor y con
ella la del personaje que representa”[8]. Pirandello, al hablar del actor de cine, nos decía que aquel se siente como un
exilado; exilado no sólo de la escena sino de su propia persona; una imagen
muda que tiembla en la pantalla por un instante. Arnheim, en 1932, se había
percatado de que en el cine casi siempre se logran los mayores efectos si se actúa lo menos posible. Se trata al
actor como a un accesorio escogido
característicamente que es colocado en un lugar adecuado; no está de más añadir
que directores como Bergman y Kurosawa llegaron a tener, prácticamente, sus propias compañías de actores para sus obras cinematográficas.
El
cine agrega un completo estudio a detalle de las acciones humanas pues en él
rara vez serán primordiales las motivaciones
de carácter y la interioridad del personaje; la acción se desplaza
independientemente de ese mundo interior del personaje. Al convertir al actor
en un accesorio no será difícil que el accesorio pueda desempeñar por su lado
la función del actor. El cine puede confiar el papel al accesorio[9].
Pudowkin afirma que la actuación del
artista ligada a un objeto, construida sobre él, será siempre uno de los métodos más vigorosos de la figuración
cinematográfica[10]. Con lo que llega a
decirnos Benjamin que el cine será el
primer medio artístico que está en
situación de mostrar cómo la materia colabora con el hombre, prestándose como
un instrumento
excelente del discurso materialista.
George Melies, fotograma
El
cine, el video, la radio y la
televisión, no sólo modifican la función
del actor profesional sino que cambian igualmente su personalidad, como la de
los políticos o los gobernantes, al presentarse frente a la cámara; se hace
política para un «mecanismo»: para la cámara, el micrófono, la pantalla y no
para enfrentar problemas sociales; se prepara un discurso acorde con el medio,
se estudia la imagen a proyectar más que el carácter interior del gobernante
irradiado por los medios. El cambio operado es el mismo para el actor que para
el gobernante: se construye una personality. "Aspira, bajo
determinadas condiciones sociales, a exhibir sus actuaciones de manera más
comprobable e incluso más asumible. De lo cual resulta una nueva selección, una
selección ante esos aparatos y de ella salen vencedores el dictador y la
estrella de cine"[11].
Hitler fue un gran actor; de su disciplina actoral frente a los medios de
comunicación han aprendido mucho nuestros líderes contemporáneos[12].
Todo un esteticismo político. Gracias a la reproducción técnica y los medios de
comunicación las masas autoalienadas de ayer -y de hoy, basta con mirar a lo
que pasa en el Medio Oriente o en las calles de Caracas todas las noches en los
noticieros- llegaron a alcanzar un grado que les permitió -permite- vivir su propia
destrucción como un goce estético de
primer orden.
La
personalidad del actor de cine se convierte en una construcción artificial en la mayoría de los casos.
La atrofia del aura hace la necesidad
de esa construcción artificiosa de la personality
fuera de los estudios; surge el culto a
las estrellas, fomentado por la industria cinematográfica y hoy la
industria de la televisión (en los políticos y gobernantes es fomentada por la
«industria» del partido). Culto que conserva cierta magia de la personalidad pero magia averiada,
reducida por su carácter de mercancía[13].
Respecto
al actor el fraccionamiento lo ayudará a rectificar, modificar su papel
mientras interpreta; se ve a sí mismo en el propio proceso de la construcción
de su personaje. Todo ello gracias, en su época, a las dos máquinas que
completan el proceso: la que registra: la cámara, y la que reproduce: el
monitor, se obtiene de ello también un doble valor cultural y de exposición de
la obra de arte, donde la segunda es la más "moderna". Las nuevas
técnicas como las del vídeo aún se
hallaban en balbuceos en relación con la dirección propuesta por Benjamin. La
autopercepción del instante mismo en que me enfoco y me reproduzco crea un
campo de conciencia que no era imaginable para la época de Benjamin; la cámara
nos vuelve transparentes en la sucesión constante del presente cotidiano,
viviendo en una continua observación si es posible casi inconclusa; se
desarrolla la vocación de todo espectador de ser actor, de tener la capacidad
de ser filmado. "Cualquier hombre aspirará hoy a participar en un
rodaje"[14]. La relación de las masas
con el cine ha transformado la forma de participación acorde con la cualidad
cinematográfica.
Autores
como Duhamel ven la conexión entre masas y cine de una manera desalentadora. La
participación peculiar que el cine despierta en las masas la describe Duhamel
como «pasatiempo de parias, disipación de iletrados, para criaturas miserables
aturdidas por sus trajines y sus preocupaciones (...) un espectáculo que no
reclama esfuerzo alguno, que no supone continuidad en las ideas, que no plantea
ninguna pregunta, que no aborda con seriedad ningún problema, que no entiende
ninguna pasión, que no alumbra ninguna luz en el fondo de los corazones, que no
excita ninguna otra esperanza a no ser la esperanza ridícula de convertirse un
día en star en Los Angeles», en el
fondo, advierte Benjamin, se trata de una antigua queja: las masas buscan disipación, pero el
arte reclama recogimiento[15].
George Melies, fotogramas del film Viaje a la Luna
El
«shock» cinematográfico y el peligro de la vida
Uno
de los teóricos que se ha acercado con mayor entusiasmo a esta concepción es el
filósofo italiano Gianni Vattimo. Vattimo ha trabajado con este argumento
benjamiano, ampliándolo con la exégesis
sobre el arte que hace Heidegger[16];
argumenta que la reproductibilidad técnica parece operar en sentido
diametralmente opuesto al shock anunciado: en la época de la
reproducción en serie encontramos, de hecho, que tanto la obra de arte del
pasado como los nuevos productos que surgen desde los mismos medios de
comunicación, tales como el cine, tienden a convertirse en objetos de consumo corriente,
destacándose, mostrándose, presentándose cada vez con menos nitidez sobre el fondo de la
comunicación tecnificada e intensificada. Este fenómeno produce un efecto de
embotamiento psicológico que Vattimo asimila al desgaste de los símbolos
y signos que son demasiado a menudo
transmitidos y multiplicados gracias a la facilidad con que los medios técnicos
de reproducción tienden, desde otro punto de vista distinto al original de la
obra de arte, a nivelar dichas obras con el conjunto de las representaciones
trasmitidas. Tal nivelación es motivada debido a que se aísla y se extrae de la
obra de arte en general el conjunto de caracteres que resultan más idóneos y perceptibles para la condición técnica
del propio medio. En otras palabras, la obra nunca podrá ser presentada en su formato
real, sino dentro de los límites propios
de las condiciones impositivas del medio emisor. Adorno habló de la
distorsión de los tiempos musicales al tener que constreñir las obras grabadas a los límites
espacio-temporales de un disco de acetato.
Benjamin
planteó que el problema de la relación
entre el valor cultual -o aurático- y el valor expositivo -en
tanto obra para un espectador- de la obra de arte, no podía resolverse si no se
llevaba hasta su final la teoría del shock. Para ello propuso que no se
podía seguir pensando que el goce de la
obra de arte se caracteriza en captar la perfección
de la forma y la satisfacción que
esa misma perfección proporciona. Su teoría del shock comprendía que el
valor cultual -el aura de la obra,
según Benjamin-, quedaba borrado al ser asimilado dentro del valor exhibitivo (expositivo), al
extenderse éste dentro de la reproductibilidad técnica de la obra de arte.
Para
Benjamin, el efecto del shock es característico del cine y
en esa apreciación fue un continuador de las tendencias dadaístas del arte:
toda obra, para este movimiento artístico, se concibe como un dardo dirigido al
espectador contra cada una de sus certezas, expectativas de sentido, hábitos
perceptivos, fijeza estética, etc. El dadaísmo intentó con los medios de
la pintura (o de la literatura
respectivamente) producir los efectos que el público busca hoy en el cine. Pero
a diferencia de éste, los dadaístas dieron menos importancia a la utilidad
mercantil de sus obras de arte que a su
inutilidad en tanto objetos de inmersión
contemplativa. Tal inutilidad la consiguieron
a costa de una degradación sistemática del material empleado en la
construcción de sus obras. En los poemas dadaístas topamos con ensaladas de palabras: giros obscenos,
provocadores, todo un detritus verbal imaginable. En los cuadros se sobreponen
desde botones hasta tickes de metro, tren, etc. Se consigue la destrucción, sin
miramientos, del aura dentro de sus
creaciones. De tener la obra de arte una apariencia agradable, atractiva o una
forma musical y sonora convincente, pasó a ser una especie de proyectil. Proyectil que chocaba contra
todo destinatario. La obra de arte adquiere una cualidad táctil. Emparentándose
con el cine cuyo elemento de distracción es táctil según Benjamin. ¿Por qué
táctil? Porque consiste en un continuo cambio de escenarios y perspectivas que
se proyectan al espectador como un «choque» (shock). “Comparemos el
lienzo en el que se encuentra una
pintura. Este último invita a la contemplación; ante él podemos abandonarnos al
fluir de nuestras asociaciones de ideas. Y a cambio no podemos hacerlo ante un
plano cinematográfico. Apenas lo hemos registrado con los ojos y ya ha
cambiado. No es posible fijarlo. Duhamel, que odia al cine y no ha entendido
nada de su importancia, pero sí lo bastante de su estructura, anota esta
circunstancia del modo siguiente: «Ya no puedo pensar lo que quiero. Las
imágenes movedizas sustituyen a mis pensamientos»"[17]. No
hay posibilidad de asociación en la mente de quien contempla las imágenes por
la continua interrupción psicológica que produce el sucesivo cambio de éstas y
es eso precisamente lo que constituye el efecto
de choque dentro del cine (y hoy dentro de la televisión, los videos, la
fotografía digital, etc) que lleva a una mayor intensidad por parte del
espectador al chocar en su percepción
las variadas imágenes de instantáneas de a 24
por segundo que proyecta (ba) el reproyector
fílmico.
El
cine, tal como lo comprende Benjamin, en su constitución y movimiento, también
está hecho de proyectiles, dardos, proyecciones, cambios continuos. Su
condición expositiva nos muestra que el
momento de formarse una imagen es, por la condición de la sucesión de imágenes, negada
y sustituida al instante por otra, el ojo y la mente del espectador deben
adaptarse constantemente. Por esta condición del cambio perenne de la imagen
cinética, Benjamin afirma que "El cine es la forma de arte que corresponde
al peligro cada vez mayor de perder la vida, peligros que los contemporáneos
están obligados a tener en cuenta..."[18]. Con
ello se completa el sentido de la idea de shock de la obra de arte: ésta tiene
que ver con el sentimiento constante de
peligro acechante de nuestras vidas dentro de un mundo que vive y se conforma
altamente motivado por una ratio y
hábitat técnico; el cine corresponde a
las modificaciones profundas de nuestro aparato perceptivo; modificaciones
que vivimos tanto a escala privada como transeúntes de una desarrollada (¿?)
ciudad así como dentro de la dimensión histórica en tanto ciudadano de un
Estado contemporáneo. Este sentimiento trágico de la técnica arrima a nuestra
existencia el asimilar la sensación y la idea del desarraigo constante y presente. "La necesidad de exponerse a
efectos de choque es una acomodación del hombre a los peligros que le amenazan"[19]. Y
es aquí en donde se diferencia la teoría contemporánea de la obra de arte
respecto a las distintas concepciones pasadas (barrocas, clásicas, románticas,
etc.).
George Melies, fotograma
Tanto
la doctrina aristotélica de la catarsis
como el libre juego de las facultades kantianas, o de lo bello en perfecta
concordancia entre lo interior y lo exterior, lo particular y universal hegeliano ("llevar a la conciencia los
supremos intereses del espíritu", Hegel), han reducido la experiencia
estética adscrita a un marco que le otorga seguridad, equilibrio, integración,
repetición, banalización y perfección.
Vattimo,
al hablar de la teoría del arte en Benjamin y en Heidegger, nos afirma que hoy
la experiencia estética más que estar asimilada a la idea de integración,
simetría, perfección, etc., de la obra se debería hablar de oscilación[20].
Para aquellos dos autores el desarraigo
es el elemento esencial y no provisional
de la experiencia estética auténtica. La obra se ha desgajado y perdido al
asentarse dentro de un fondo natural humano -la tierra, en Heidegger-,
obteniendo con ello presentarse dentro de la artificialidad técnica: momento
del desarraigo; esto hace que la
obra no sea un sistema de conexiones
significantes sino lo otro, la nada, la universal gratuidad e insignificancia.
Por
lo anterior podemos llegar a comprender que tales autores, en especial
Benjamin, nos presentan a la obra de arte dentro de nuestra época como fundación,
en tanto que produce un continuo efecto
de extrañamiento; la obra no llega a asimilarse, para nada, a una reintegración final. La obra de arte no
es nunca tranquilizante, bella en el sentido de la perfecta
conciliación de lo interior y exterior, de la esencia y su existencia, etc.
La obra de arte que, según Benjamin, contiene de manera
presente y casi sustancial la idea de choque (shock) nos conduce -como en el caso del cine- no a la
experiencia de la seguridad, integración
y perfección de la estética clásica,
sino a explicarnos y entendernos,
ligados no sólo a los peligros accidentales y contingentes a que se ve sometida constantemente nuestra
vida citadina y cotidiana, sino también
a presentarnos la propia estructura precaria de la existencia en general. El shock como condición peculiar
de las formas del arte sometidas
a la reproductibilidad técnica nos muestra el sentido cambiante,
"oscilante" y de desarraigo
del que habla Vattimo respecto a las cualidades que conforman la
experiencia estética postmoderna.
George Melies
Crónica
y poema para un final
Cuando
los nazis toman el poder, cuando comienzan a quemar libros en Berlín, Benjamin
decide tomar el callejón del exilio; de un exilio sin salida. Se lanza pobre y
solitario hasta alcanzar a una ciudad amada: París, capital del siglo XIX. Su hermano se encuentra ya en los campos de
exterminio de los matarifes nazis. Su destino recae por momentos en una pobre
habitación de hotel en París, a la que considera casi el paraíso. Aunque continuamente recuerda su
biblioteca, junto a un fajo de manuscritos,
dejados en Alemania. Un grupo de amigos toma el barco para los Estados
Unidos; él mantiene su decisión de quedarse en Europa todo el tiempo que pueda.
Pero Europa cada día parece más a una ratonera. Algunos de sus amigos ya han
sido asesinados por los sicarios de la gestapo. Sale para el sur de Francia,
hacia Marsella, con la esperanza de, ahora sí, partir a los Estados Unidos en
calidad de refugiado antifascista; sabe que eso es sólo lo que puede salvar su
vida. Su amigo Max Horkheimer le consigue la visa norteamericana pero
necesita franquear los Pirineos, llegar
a España y partir. El 2 de agosto de 1940 desde
la población de Lourdes (Francia), a seis semanas de su partida, le
escribió a Adorno lo siguiente: «Estoy
condenado a leer cada periódico (...) como si me lo hubieran enviado a mí
personalmente y a oír en cada emisión de radio la voz del mensajero de la
desgracia (...) Mi temor es que el tiempo que tenemos a nuestra disposición sea
mucho más limitado de lo que suponemos (...) Pero no puedo dejar de reconocer
lo peligroso de la situación. Temo que un día serán condenados los que hayan
logrado escapar de ella»[21]. En
la frontera es sorprendido junto con un grupo de judíos que esperaban hacer lo
mismo que él. Un policía franquista (español), amenaza con entregarlo a los
nazis. Luego ocurre lo que muchos sabemos...
Entre
el 25 y el 26 de septiembre de 1940 se quita la vida en la población fronteriza
española de Port-Bou. Adorno, en una carta dirigida a Jean Selz, amigo de
Benjamin, le escribe lo siguiente: "No ha podido saberse con certeza el
día de la muerte de Benjamin. Nosotros suponemos que fue
el 26 de septiembre de 1940. El y un pequeño grupo de emigrantes, que
esperaban encontrar asilo en España,
habían atravesado los Pirineos. En Port-bou fueron detenidos por la policía
española, y se les comunicó que al día
siguiente saldrían de nuevo para Vichy. Durante la noche, Benjamin tomó una
fuerte dosis de somnífero y, por la mañana, se opuso con todas sus fuerzas a
que se adoptaran las medidas necesarias para salvarle".
Ahora el poema. Bertolt Brecht ha
escrito unas líneas de ese fáustico momento final. El poema se titula: «Sobre el
suicidio del fugitivo Walter Benjamin»:
«Me
dicen que has levantado tu mano contra ti mismo adelantándote al matarife.
Tras ocho años de exilio contemplando el avance del enemigo, llevado
por último a una frontera que no se puede cruzar.
Los imperios se desmoronan. Los cabecillas de bandas armadas desfilan como si fueran
hombres de Estado. A los pueblos ya no se les ve, debajo del armamento.
Así, el futuro está en tinieblas, y las fuerzas
del bien están debilitadas. Todo esto lo veías tú mientras destruías el cuerpo torturable».
Bibliografía
AA/VV: Walter Benjamin. Rev. "ECO",
Buchholz, Bogotá, Marzo 1981, No.233.
Adorno,
T.: Teoría estética. Taurus, Madrid,
1980.
---------- "Crítica cultural y Sociedad".
Ariel, Barcelona, 1970.
Arendt,
H.: Walter Benjamin; Bertolt Brecht;
Herman Broch; Rosa de Luxemburgo.
Anagrama, Barcelona, 1971.
Benjamin,
W.: Sobre el programa de la Filosofía
Futura y otros ensayos, Monte Avila, Caracas 1970.
------Discursos ininterrumpidos, I,
Taurus, Madrid, 1973.
------Haschisch, Taurus, Madrid, 1974.
------Infancia en Berlín hacia 1900.
Alfaguara, Madrid, 1982.
------El concepto de Crítica de Arte en el
Romanticismo Alemán. Península, Barcelona, 1988.
------Amor Platónico. Rev.
"Humboltd". Ubersee-Verlag. Hamburgo, No.11, 1962.
Hirsch,
A.: Umbrales y pasos. Sobre la obra de W.
Benjamin. Revista "Humboltd". Inter Naciones. Bonn, No.102/1991.
McLuhan,
M.: La comprensión de los medios como las
extensiones del hombre. Diana, México, 1969.
Missac,
P.: Walter Benjamin. De un siglo al otro.
Gedisa, Barcelona, 1988.
Selz,
Jean: Recordando a W. Benjamin. Rev.
"Humboltd". Ubersee-Verlag. Hamburgo, No.11/1962.
Scheurmann,
I.: Muerte en el exilio. La huida inútil
de W. Benjamin a España. Revista
"Humboltd". Inter Naciones. Bonn, No.102/1991.
Scholem,
G.: Walter Benjamin. Península,
Barcelona, 1988.
Vattimo,
G.: La sociedad transparente. Paidós,
Barcelona, 1990.
Virilio,
Paul. La Estética de la desaparición.
Anagrama, Barcelona, 1988.
--------Cybermonde, la politique du pire. Ed. Textuel, Paris, 1996.
[1] Idem,
pág.23.
[2]
Asimismo podemos añadir que en los años
veinte el modo de vida norteamericano se exportó a todo el mundo en latas. Hoy
todavía seguimos consumiendo esas "latas". Y el mundo entero desde
ese momento "se puso afanosamente a hacer cola para comprar ensueños
enlatados. La película no sólo acompañó la primera gran era del consumidor sino
que fue incentivo, anuncio y, de por sí, mercancía capital", McLuhan, op.cit., pág.355 ss.
[3]
Benjamin op.cit., p.28.
[4] Benjamin
op.cit., pág.28.
[5]
Virilio, op. cit., pág.61
[6]
Benjamin op.cit., pág.43.
[7]Benjamin
op.cit. pág.47.
[8]
Benjamin, ídem, pág.36.
[9] El
accesorio puede convertirse en un simbolismo fílmico como lo podemos encontrar
en la película Huelga (1924) de
Eisenstein. En ella el montaje de la escena de la matanza de los obreros se
junta con la escena de los bueyes
degollados en el matadero. Se da a entender que de la misma manera que un
carnicero abate un buey, así, tan fríamente, tan cruelmente, fueron abatidos
los obreros. Mediante ese tipo de montaje se introduce un concepto abstracto
sin recurrir ni a los actores, ni a
ninguna palabra o literatura, obteniendo un aplastante efecto en la pantalla.
La imagen fílmica completa resulta portadora poderosamente de traslaciones,
símbolos o ideas abstractas como la imagen verbal o literaria. Su eficacia
emotiva es no sólo difícil sino
imposible reproducirla, transmitirla, traducirla únicamente con palabras, o
sea, con medios semánticos diferentes al medio fílmico.
[10] Pudowkin,
W. Filmregie und Filmmanuskript,
Berlín, 1928, p.126. cit. en Benjamin op.cit., pág.37.
[11]
Benjamin, ídem, pág.39.
[12]
Benjamin observó cómo manejaba el
fascismo a las masas por medio del esteticismo político ayudado por la
reproducción técnica de los medios de comunicación. Comprendió que si bien el
fascismo encuentra su permanencia en que las masas puedan llegar a expresarse e
identificarse con los valores propios de aquéllos impide que, ni por equivocación, hagan valer sus
derechos; por supuesto, se mantienen
inalterables las condiciones en que se fundamentan la propiedad individual y
social dentro de dicho sistema político. En el fondo todo ello culmina en un
sólo punto: el esteticismo político decanta
en la guerra. Con la guerra las masas adquieren un movimiento de
transformación, pero no de sus condiciones sociales sino de un movimiento a
gran escala en que su manipulación no
llega a chocar con las condiciones heredadas
de la propiedad. La guerra, para el fascismo, hace posible el movilizar todos
los medios técnicos del momento conservando las contradicciones sociales sin
ninguna alteración. ¡Todos por la nación! Pudiera ser la consigna, pero la
nación, a fin de cuentas, es digerida por el grupo que controla la economía y
el erario nacional. Pueden las masas expresarse, manifestarse, siempre que se
mantenga inalterable la condición social heredada. Con la guerra, y la
destrucción que ella engendra, encontrarán la justificación para afirmar que la
sociedad no estaba aún lo bastante
madura para hacer de la técnica y de la ciencia su órgano y que este
instrumento no estaba lo suficientemente afinado para dominar las fuerzas elementales de la
sociedad. Así: "En lugar de canalizar ríos, dirige la corriente humana al
lecho de sus trincheras; en lugar de esparcir grano desde sus aeroplanos,
esparce bombas incendiarias sobre las ciudades; y la guerra de gases ha encontrado un nuevo
medio para acabar con el «aura», (Benjamin, ídem, pág.57).
[13]
Virilio se ha referido también a esto en
esta forma: "En las primeras películas de los hermanos Lumiere se observa
el poder de reflexión de los profusos
trajes Blancos que llevaban mujeres y niños, no sólo porque estaban de moda
sino también porque satisfacían la preocupación por la higiene y el temor de
las epidemias. Justamente cuando las
modelos femeninas -recién liberadas del corsé- se retratan en las fotos
de moda contra un fondo blanco, lo que permite por fin entrever las líneas de su cuerpo, en las
pantallas se da el fenómeno inverso: nace el misterioso sistema de las stars, fundamental para la joven
industria del espectáculo. Por definición, la star también debe ser fotogénica, los actores de ambos sexos
abusan del polvo de arroz aplicado sobre rostro y cuerpo, se decreta que las
morenas son «menos seductoras», y la moda
de los cabellos platinados y los vestidos de lamé, tejido espejo de
metal centelleante, tiene como finalidad hacer de la vedette un ser de formas
inestables, diáfano, como si la luz atravesara su carne. Mas la película es en
realidad transparente, y la estrella es sólo un espectro de absorción propuesto
a la mirada del espectador. Como decía Michel Simón: «Lo que se entrevista es
un fantasma»" (Virilio, op.cit, pág.60).
[14]
Benjamin op. cit., pág.40.
[15] Cit.
en ídem, pág.53.
[16] Vattimo,
Gianni: La sociedad transparente,
Paidós, Barcelona. 1990. p.133 y ss.
[17]
Benjamin op.cit., pág.53, nota 28.
[18] Idem.
[19]
Benjamin, ídem.
[20]
Vattimo, op.cit., pág.133 ss.
[21] Carta
citada en «Muerte en el exilio. La huida inútil de Walter Benjamin a España» de
Ingrid Scheurmann, un ensayo que recoge una amplia información sobre los
últimos días de Benjamin. En: Rev. "Humboldt", Inter-Naciones,
1991/No.102, pág.70.
No hay comentarios:
Publicar un comentario