Aaron Beck o la terapia cognitiva
ante el dolor y la ira[1]
David De los Reyes
Ninguna pasión hay sobre la
cual la ira no predomine
Séneca
De la terapia cognitiva
La aproximación actual al dolor desde la medicina nos afirma
que es
uno de los síntomas más presentes
dentro de cualquier consulta. “Doctor, me
duele AQUÍ”. Visitar al médico es arrastrar nuestro dolor (físico o psíquico),
al consultorio por dicho síntoma. El dolor[2],
a diferencia de lo que pudiera pensarse en el mundo medieval, no está
relacionado con castigo, ni tampoco con el precio de ninguna culpa. Desde el
punto de vista fisiológico se presenta como un mecanismo que tenemos
corporalmente para detectar, identificar, localizar los procesos que nos
producen daño en los tejidos, en los órganos, etc. El dolor, y su supresión,
tienen como fin la supervivencia, conservar la salud; implica un complejo
sistema sensorial no lineal[3].
Pero el dolor traspasa al cuerpo físico. Beck establece que el daño psicológico puede producir un malestar tan intenso como el daño físico: el ego magullado,
el orgullo herido, la mente dañada; lo importante de ello es que reaccionamos
de esta forma con la finalidad de evitar ser humillados o rechazados,
maltratados en nuestro fuero interior. La
víctima puede vengarse física o verbalmente o retirarse a curar la herida física o psicológica que ha
sufrido[4].
De ahí la importancia que tiene esta afectación en las prácticas terapéuticas
cognitivas, y en esa dirección y comprensión, Beck es que dirige su quehacer
particular.
La terapia cognitiva es una práctica
para afrontar los desordenes psiquiátricos a través
de modificar su cognición en la medida en que el paciente aborda sus
problemas de forma más objetiva ante los
pensamientos y creencias, cuestionando cómo interpreta o conoce su realidad
individual y social. Se trata de evitar de forma exagerada en determinadas
situaciones conflictivas o traumáticas que decanten en violencia y en mayor
sufrimiento individual o grupal.
En el texto de Beck Del dolor
al odio tiene un epígrafe que
pareciera decirnos a dónde nos iremos adentrar: todos cumplimos con una sentencia de por vida en la mazmorra del yo,
de Cyril Connolin, tomado de La sepultura
de los ciegos. Con lo que podemos comprender que el yo determina nuestra
condición personal respecto a las reacciones y sufrimientos, al no poder
cambiar de situación en relación a nuestras vidas. La mazmorra del yo es nuestra
condición de interpretar los sucesos a partir de ciertos mecanismos aprendidos
y fijos, y nos llevan a tratar la vida desde una perspectiva que nos impide
soltarnos hacia un estado más de cooperación, convivencia, evolución, enmarcándonos
en situaciones casi permanentes de
conflicto, de lucha estéril.
Las situaciones de dolor son permanentes. Pueden venir desde
cualquier lugar y persona. De la traición de una pareja, un amigo que te
difama, una persona conocida te ha defraudado, etc. El sufrimiento se instala
en todo momento y aparentemente poco puede servirnos la cota de sufrimiento por
la que tuvimos que pasar. El sufrimiento, sin duda, es una experiencia
universal de la condición humana. Y lo interesante de este enfoque es que el
dolor, si bien nos hace daño, nos paraliza, nos causa molestias y crea un
sentimiento de negación en nosotros, poco se nos ocurre pensar que ese dolor psicológico pueda servir para
algo útil; a diferencia del dolor físico, el cual nos alerta de la presencia de
alguna lesión corporal o aliviar algún daño registrado en alguna de las paredes
celulares de nuestros órganos y nervios. Como bien sabemos, personas que han
perdido la sensibilidad dolorosa debido
a un trastorno neurológico, son vulnerables a sufrir lesiones serias y hasta fatales. Por ello que
ante el dolor físico debemos reconocer
que representa una protección
crucial. ¿Y el dolor psicológico?
¿Para qué puede servir el sentirnos triste, humillados o solos?
En primera instancia dicho dolor puede hacernos sentir que nos han herido
por algún motivo, independiente de la tristeza, la preocupación o ansiedad
dentro de un contexto de interacción con los demás. Ellas, según Beck[5],
nos empujan a emprender algún tipo de acción correctiva con respecto
a nosotros mismos y a los demás, o a revisar las circunstancias que nos han
llevado a sentirnos mal. Son voces
de alerta que tenemos en el devenir de nuestras relaciones con los demás, dando
pie para enmendarnos, comprendernos, corregir circunstancias vividas y a sentirnos mal. Si intelectualmente nos hacemos daño podemos
no estar lo suficientemente motivados para cambiar la situación experimentada. Sin la punzada de estos sentimientos
dolorosos, seríamos como un muñeco para los demás. El sufrimiento nos
delata la necesidad de atención respecto a lo que hacemos y nos hacen los
demás; ello nos puede ayudar a corregir la ofensa o a librarnos de ella. Nos
despierta una serie de mecanismos o bien para escapar (huida) o para eliminar
la causa (lucha) de ese dolor. La ira es
el catalizador para atacar a un agente externo, la ansiedad nos lleva a escapar de él o a evitarlo[6].
La alarma que despierta el dolor puede ser necesaria durante el
resto de nuestra vida. Nacemos con mecanismos
que nos hacen asociar situaciones de daño o dolor que podemos tenerlas
presentes en el futuro.
Esa capacidad de asociar situaciones con daño o dolor son requeridas
para prepararnos ante determinados eventos futuros. Saber cómo reaccionar casi
en forma refleja ante un insulto intencionado o llegar a saber que se trata de
una broma amistosa, es requerido para la continuidad de la vida; o el evitar
situaciones traumáticas; es propio de saber cómo hacer frente a las
adversidades, además de saber cuando retirarse.
El dolor también nos lleva a tener una mayor conciencia de los
demás. Al tener mayor conciencia de los sentimientos de los otros descubrimos
que no somos los únicos que tenemos necesidades y sensibilidades; sabemos que nuestras acciones pueden herir sin querer. La crítica y el castigo nos ayudan a
incorporar un código social de conducta y también a formular nuestro propio
código de comportamiento[7]
. El dolor puede llevarnos a desarrollar códigos para evitarlo tanto para
nosotros como para los demás. El dolor es un sentimiento subjetivo pero que nos
arrastra a entrar en contacto con los demás por su misma condición. Este tipo
de dolor no es algo particular sino que su aparición siempre tiene la necesidad
de estar en contacto con otro, al cual afrontamos gracias a un código o norma
de relación social. En nuestro imaginario personal el sufrimiento psicológico
aparece a través de una interpretación que nos lleva a asumir determinada norma
para actuar contra ello. Crítica y castigo son elementos que nos despiertan la
atención de cautela para con nuestras vidas y la de los demás. Para Beck al establecerse esto, tales habilidades sociales
nos llevan a conseguir la cooperación de personas, la ayuda mutua.
El dolor psicológico nos conduce a comprender más de cerca la
naturaleza humana. Se identifica daño
emocional con sensaciones angustiosas asociadas al cuerpo, como por ej. la
molestia del estómago, un nudo en la garganta, un dolor de cabeza, una opresión
en el pecho. Dentro de la terapia cognitiva el terapeuta ayuda a sus pacientes
a especificar sus pensamientos antes y después de la experiencia nociva, determinando
con ello sus excesivas y frustrantes reacciones. Esto proporciona a comprender
la identificación de los pensamientos y
las imágenes de las personas así como de su dolor; este trabajo nos permite entender la totalidad de su
comportamiento: pensamientos, sentimientos, significaciones, interpretaciones y
acciones. Nuestras reacciones suelen
estar más conectadas en cómo determinado comportamiento de la otra persona que hace
que nos sintamos controlados, usados, rechazados y conocer dicha acción como la verdadera intención de la otra persona
hacia nosotros. La interpretación del hecho revela el significado de la
transgresión. Ejemplos: un amigo no nos devuelve la llamada, entonces significa que no nos respeta; un marido ignora la
opinión de su esposa, significa que esta no le es importante; la esposa no
responde a su petición, por tanto no se preocupa por mí, etc.
Del significado
Que sintamos o no ira depende del contexto en el que ha aparecido o
producido la agresión y la explicación misma. Una inyección puede ser una
agresión para un niño, pero para un adulto, resignado a aceptar su dolor, puede
ser vista como necesaria para el tratamiento de una enfermedad. Las dos
experiencias son producto del significado
del suceso. Hay una importancia en
el contexto respecto al significado, causa y explicación a la hora de padecer
por una acción de los otros respecto a nosotros. Si alguien nos hace daño la
reacción natural es sentir ansiedad e intentar escapar o sentir ira y responder con el ataque. Todo dependerá del
significado de atender a las intenciones si son malévolas o no. Séneca, el filósofo
cordobés del siglo I d.n.e., afirmó que la cólera, la ira, era una especie de
locura transitoria[8]. De
ahí que el momento crucial de la reacción de nosotros ante determinadas
situaciones o intenciones de la acción de otras personas está en la explicación que le damos, lo cual nos
determina si es o no aceptable ese comportamiento para nosotros. Nos podemos enfadar y desear castigar a otro en función de las
interpretación en relación a nuestras creencias y valores, respecto a los
fatales deberías. Beck advierte que
en la mayoría de los casos creemos que la conducta que nos ofende es intencionada y no accidental, o maliciosa
en vez de inocente. Lo interesante de
este autor está en que sus propuestas ante el dolor y la ira vienen dado
de su experiencia personal del tratamiento de casos clínicos, de las
reacciones exageradas o no que se pueden
enfrentar haciendo un tratamiento a lo injusto de la situación dentro de la
explicación y experiencia del paciente, de su autoestima, de sus pensamientos
automáticos, de sus creencias irracionales y sus interpretaciones. Si la
información recibida no es completamente positiva lleva al individuo a ver
amenazada su autoestima y la experiencia se
transforma en negativa, en un rechazo, en error y en una negatividad a
sí mismo. La reacción contra los otros tiene como objetivo restaurar el daño
causado a nuestra autoestima; de ser reprobado a ser injustamente tratado por
medio de una crítica o un comentario mordaz. Asignar a otra persona la responsabilidad de haber causado injustamente en nosotros un sentimiento
desagradable es un preludio para la ira (idem:84). Ello se mantiene con la
sensación de amenaza y retener la imagen de la persona, lo cual nos lleva a
sentir, de manera transitoria, odio. Acciones específicas de crítica,
enjuiciamientos y generalizaciones son una grieta para desarrollar un caudal, en
nuestro inconsciente, de resentimiento, que si bien quedan ahí puede que
permanezcan, aunque nos olvidemos de los orígenes de ellos. Aristóteles en el
libro II de la Retórica[9]
afirma, en efecto, que la ira es el deseo de devolver un sufrimiento. Es una
acción vengativa; causar sufrimiento a otro por el daño causado, y si es
posible de manera más profunda y contundente o sino casi igual a la sentida por
ese furtivo vengador encolerizado; es la ceguera pasional, es la pérdida de la
razón; es el quiebre del reconocimiento entre humanos; es el dispensar toda
capacidad de acuerdo y de reflexión entre supuestos adultos. Nos regresa a lo más hondo del horror y del absurdo. Es una
emoción universal, todos la hemos sentido y donde se encuentra el hombre también se encuentra ella apareciendo en
cualquier momento; está presente por doquier. Tantas matanzas y muertes la
confirman de forma plena. Spinoza[10]
nos dice que el odio es una tristeza acompañada por la idea de una causa exterior. El odio es una
reacción debido a una tristeza motivada desde el exterior. Frente al odio, que
es lo malo, nos encontramos con la alegría, que es plenitud de vida. Spinoza
agrega que el que odia, se esfuerza por
destruir la cosa que odia, porque lo que espera y busca –y no lo encuentra
y le es negada- es la alegría. En la mayoría sería esa alegría el afecto, el
amor. Pero es un amor que termina siendo desdichado, pues desea el fracaso del
otro. Toda situación donde florezca el odio tiene un grado de injusticia.
De hecho, nuestras reacciones
son más fuertes en la medida que
creemos que la situación que nos ha causado malestar es fruto de la negligencia,
indiferencia, intención o deficiencia del ofensor. Determinadas situaciones nos
llevan a experimentar nuestra vulnerabilidad y, por ende, el dolor
correspondiente. Es de esta manera que se puede observar en las personas
propensas a reaccionar con ira ante situaciones adversas que sean muy poco
conscientes del transitorio sentimiento
doloroso previo a la ira, como de los fugaces pensamientos automáticos que preceden a ambos sentimientos. Tales
pensamientos precedentes al malestar suelen ser autodegradantes: cometí un error importante –inseguridad en uno mismo; voy a perder el trabajo – de temor; no me respeta ni me aprecia -de
decepción. Todos son para Beck miedos
escondidos y dudas secretas[11].
En cierta forma estamos afectados por cómo nos perciben los demás o
cómo pensamos que nos perciben. Al respecto Beck observa
que:
Nos formamos una idea sobre
la impresión que causamos en los demás, por nuestra presentación. Cuando
estamos manteniendo una interacción con alguien, tendemos a proyectar esta
imagen sobre esa persona y asumimos que esa es la forma en que ella nos ve. Si
el otro nos trata mal, nuestra imagen interpersonal proyectada puede ser la de
un vencido, un patán, o un inadaptado. Nuestra autoimagen pasa de ser parezco un inadaptado a soy un inadaptado. Puesto que la forma en la
que los demás nos perciben está relacionada con cuánto nos valoran, la
degradación de nuestra imagen social produce dolor psíquico. El efecto de una
crítica o un insulto es análogo al de un ataque físico: nos sentimos impulsados
a evadir el ataque o al responder al mismo. Así
minimizamos el impacto psicológico del golpe. Si podemos desacreditar al
atacante, el
efecto sobre nuestra autoestima se reduce[12].
Proyectar nuestra interpretación ante quien actúa en contra de
nosotros ya nos estamos dando una reacción que puede afectar a nuestra
autoestima. El sufrimiento que decanta por una crítica o insulto es tanto o más
que un ataque físico; nuestro cuerpo es afectado internamente más aún que el
malestar producido por un dolor físico determinado. Interpretación y
reinterpretación hacen que nos veamos proclives a despertar ira en nuestras
reacciones; con la ofensa estamos propensos a enfadarnos y en realizar un
castigo al ofensor.
La secuencia que lleva todo este tipo de acciones para Beck se
presentan así.
Perdida y miedoàAngustiaàOrientación del enfoque hacia el ofensorà Ira
La advertencia de la intromisión en nuestras interpretaciones de las
ofensas respecto al debería o no
debería, respecto a las
responsabilidades de las personas, son causales de ofensa y presencia posterior
de ira en nosotros. La frustración de nuestras expectativas y sensación de no
haber sido bien tratados nos impulsan al enfado. Nuestra expectativa se centra
en que los demás deberían ser solidarios, razonables, justos y
cooperativos. Y esto lo elevamos a nivel
de norma y exigencia. En el momento que una persona rompe la regla tratamos de
castigarla. Ello nos muestra que la relación con nuestro código nos hace más
vulnerables y menos eficaces. Queda que
con el castigo al infractor recuperemos, aparentemente, nuestra sensación de
poder e influencia. Sentirnos vulnerables y maltratados, reducir en el trato con los demás nuestra
autoestima nos lleva a apreciarnos en primer lugar como víctimas de una
injusticia y de ahí la normal necesidad de
castigo al ofensor, con el cual se
pretende tener la sensación al desahogarnos y expresar al otro nuestra queja,
restablecer la armonía en la relación.
Restablecer el equilibrio en la relación para uno es alterarlo para el
otro; esto nos puede llevar a un
ritornelo de acusaciones permanentes sin salir del círculo de ofensas y
castigos y por tanto de una extensión temporal y emocional del sufrimiento. Son
relaciones patológicas, sin salida al
trancarse la posibilidad de cooperación y permanecer en la acusación y el ofuscamiento
interpretativo.
En relación a los debería
y los no debería, son palabras que
deberían olvidarse y perderse en nuestro vocabulario cotidiano; en cada uno de nosotros sólo se nos hacen
conscientes en el momento que alguien rompe la norma. Este verbo imperativo
surge por parte de las reglas rotas; romper la regla significa que alguien no
me respeta; ello hace una aparición automática de determinada respuesta y de
reforzar la inviolabilidad de la regla. Situaciones como: ¿por qué me ha criticado? ¿por qué no ha hecho lo que le ha pedido?
Vienen a mostrar esa condición de ofensa.
En principio las reglas o modelos de comportamiento proporcionan un
marco dentro del cual interactuamos unos con otros de manera más o menos
tranquila y equilibrada. Lo propio de personas con una autoestima baja es
protegerse con un número amplio de reglas de ese estilo, las cuales están
destinadas a ser rotas y a provocar más preocupación todavía. Puesto que las personas difieren unas
de otras en términos de sensibilidad e
hipersensibilidad, lo que para unos es una violación de la conducta aceptable
para otros es algo totalmente permisible[13].
De ahí que una crítica constructiva sea tomada como un ataque personal, sin
embargo tal crítica puede tener un elemento de desprecio que a veces refleja la
frustración del que critica; aunque siempre
afecta a nuestra autoestima y por tanto concluimos que alguien nos ha
juzgado injustamente y de ahí el enfado para proteger nuestra autoestima.
James Ensor, óleo
De la autoestima
Es definida la autoestima como el valor que nos damos a nosotros
mismos en un momento dado. ¡Cuánto me gusto!, ¡qué bien me siento!, ¡soy una
persona realizada!, son afirmaciones que surgen de una persona que se
valora a sí misma desde su condición y
convicción personal. La autoestima es un barómetro que mide nuestro éxito en
función de los objetivos personales realizados, como la actitud en que
afrontamos las demandas y restricciones de los demás. Toda autoevaluación
desencadena una respuesta emocional que puede manifestarse en placer o dolor,
ira o ansiedad. La escala que nos colocamos varía en
relación a los debería ser y cómo nos vemos a nosotros mismos en
determinado momento. Las personas depresivas discrepan entre lo que debería ser y lo que
soy; por lo tanto se consideran despreciables.
Las personas con tendencia a la ira
surgen en ellas discrepancia en sentido
opuesto, es decir, creen que los demás
deberían valorarlo más.
La autoestima varía respecto
al grado de importancia que tiene alguna característica de nuestra personalidad, que ha sido afectada. Al
devaluarse alguno de nuestros rasgos importantes sentimos más dolor e ira que
si se hubiera devaluado un rasgo poco importante.
Estos efectos adversos pueden amortiguarse mediante técnicas destinadas a restarles importancia:
observarlos en perspectiva, descalificar la validez de una crítica o despreciar
a la persona que supuestamente nos ha devaluado. Son acciones auto-ensalzadoras
que nos inhiben de restarle grados a nuestra autoimagen positiva.
Hay autoestimas afectadas en el orden íntimo, familiar, dentro de un
círculo social íntimo. Hay autoestimas colectivas en función de pertenecer a un
equipo o a una tendencia política disminuidos por su actuación, lo cual
repercute en nuestro ánimo, reacciones de victoria o derrota nos afectan determinando nuestras emociones
de autoevaluación.
Beck afirma que nuestros
sentimientos están especialmente influidos por el cambio en nuestra autoestima
derivado de una valoración previa o de la comparación con otras personas[14].
El dolor surge en los momentos que podemos ser excluidos por personas que
valoramos y es similar a un ataque de dolor físico o quizás más intenso y
persistente. Es por ello que se puede
captar igualmente en este dolor psíquico lo que el físico sirve a una persona
para enfrentarse a un problema que requiere solución y no ser indiferente ante
él. Ello puede ser un patrón para
comprender problemas a futuro y enfrentarlos exitosamente o al menos que no nos
afecten de tal manera que nos inmovilicen tanto física como mentalmente.
El dolor psicológico puede catalogarse como una presunta humillación
y esto empuja a la persona a enfrentar el problema. Beck advierte que:
“…cuando una persona tiene una
ráfaga de ira, soluciona el
problema atacando la causa del dolor –o
sea, a la otra persona- en vez de aclarar las intenciones del otro…el dolor psicológico suele ser debido a una degradación de la
imagen social proyectada del individuo o visión que se suponen que los demás
tienen de él (idem:95).
Pero lo que queda claro es que el contrataque surgido por la
reacción de ira puede mejorar en algo nuestra autoestima pero no soluciona
necesariamente el problema interpersonal; solo se obtiene un alivio temporal y
efímero del dolor. Las represalias sólo sirven para igualar la balanza de poder de la relación afectada
pero no ayuda a superar el conflicto, este sigue en pie, abierto y posiblemente
intensificado; una ronda de interacciones hostiles pueden surgir en cualquier
momento, dependiendo de factores distintos
a partir de la calidad de la relación de pareja, de los vínculos interpersonales y de la receptividad de la crítica entre los
sujetos. Sin embargo esta visto que las venganzas suelen prolongar la
hostilidad encubierta, si no abierta, entre aquellos que consideramos nuestros
adversarios. Beck está convencido que
comprendiendo la mente del agresor podemos comprender mejor su
pensamiento y su comportamiento con lo que podemos llegar aplicar una serie de
principios para intentar cambiarlos. La ira y la hostilidad se alimentan de
creencias rígidas y egocéntricas y perspectivas deformadas; esto puede ser óbice
para remodelar las imágenes y creencias que suscitan tales sentimientos y, en consecuencia, poder
debilitar la tendencia a la violencia.
Sea como fuere lo primordial está en cultivar la capacidad de escudriñar el
concepto que los demás se forman de nosotros; se trata de imaginar la idea que las otras personas tienen de
nosotros con cierta precisión. Estar preparados a responder a las experiencias
dolorosas de los demás implica tener un sentido de empatía con el otro, que es
distinto a tener compasión. En la empatía podemos llegar a experimentar la
experiencia de angustia, llegando a compartir
la perspectiva del otro y su situación psíquica definida; se trata de
imaginar la perspectiva del otro. Beck confirma que: los psicópatas, maestros en leer la mente de los demás, utilizan su
habilidad para manipular a la gente. La empatía verdadera implica sentir preocupación
por la persona que sufre. Una perspectiva empática también implica anticipar y
preocuparse por el posible impacto doloroso que pueden tener nuestras acciones sobre los demás[15].
Aprender a tener conciencia de la perspectiva de los demás nos ayuda a mejorar nuestros comportamientos
con la pareja y socialmente. Ver la perspectiva de la otra gente y verse a sí
mismo desde la perspectiva de los demás
nos lleva a mejorar personalmente y mostrar una atención que nos obliga a tomar
a los otros en cuenta y crea un impacto positivo en la valoración de nuestras
reacciones y relaciones, se trata de
generar un clima más benévolo entre nuestros cercanos.
Una autoestima inestable surge de una hipersensibilidad que se basa en una imagen íntima de sí misma
como seres débiles, vulnerables y maleables. De ahí que es importante aumentar
nuestras defensas psicológicas para disminuir o impedir los daños al concepto que tenemos de sí mismos. De
cierta forma nuestra vida está regulada por nuestra autoimagen más de lo que
pensamos. Emprendemos tareas difíciles cuando nos sentimos poderosos e
invulnerables; estamos tristes al tener
una imagen de indefensión y debilidad. Y esto no escapa a nuestra imagen social
proyectada, la cual predomina e influye
en cómo nos relacionamos con los demás. Nos sentimos a nosotros
mismos en gran parte por consecuencia de
la imagen predominante que guardamos en
nosotros.
Beck nos habla que en un encuentro interpersonal tenemos por lo
menos un mínimo de seis imágenes:
“…la imagen que tengo de mí
mismo, la imagen que tengo de ti y mi imagen proyectada (la imagen que creo que
tienes de mí), tu imagen de mí, tu imagen social proyectada (la imagen que crees que yo tengo de ti) y la
imagen que tienes de ti mismo. La interacción de estas imágenes se refleja en
el comportamiento de cada individuo[16]
Cada una de ellas afectará esa relación, baste que disminuya en
grados cualquiera de ellas y la relación
hará cambiar nuestra emoción y nuestra cercanía, tanto con nosotros
mismos como con la otra persona. Si me percibo a mi débil y a ti poderoso, y tu
me percibes débil y a ti mismo poderoso, el resultado que arroja tal percepción
subjetiva es que tu podrás dominarme o como mínimo lo intentarás. De aquí se
pueden dar distintas imágenes que harán
surgir conductas hostiles o amistosas según tales referencias y por la acción
que tengamos con el otro.
Finalmente este pasaje sobre la terapia cognitiva de Beck lleva a
colocarnos ante una autoexploración de las proyecciones de nosotros con los
otros y con nosotros mismos, perfilando las causas de dónde surgen los
sufrimientos psicológicos del hombre común como el que ha dejado entrar posturas patológicas en su cotidianidad. Con
estas cortas reflexiones podemos comprender cierta genealogía personal de los
dolores que nos infringimos y corregirla al introducir una certera autoafirmación y real
autoestima, un conocimiento y valoración de nuestras creencias irracionales y
de cómo perfilamos nuestra relación con los demás a través del sufrimiento, asentado por una imaginación y un ego disminuido de realidad y sana
convivencia.
Bibliografía
Aristóteles,
1979: Obras Completas. Ed. Aguilar,
Madrid
Beck, A. 2003: Los prisioneros
del odio. Las bases de la ira, la hostilidad y la violencia. Paidos. B.A.
D’Alvia, R. (coordinador): 2001: El
Dolor. Un enfoque interdisciplinario. Ed. Paidos. B.A.
Séneca, 1996: De la cólera. Alianza ed. Barcelona
Spinoza, 1983: Etica, Ed. Orbis,
Barcelona
NOTAS
[1] A. Beck es profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de
Pennsylvania y presidente del Instituto Beck para la Investigación de las
Terapias Cognitivas. Obras: Con el amor
no basta, Terapia cognitiva de los transtornos de personalidad (con A.
Freeman) o Terapia cognitiva de la
drogodependencia (AAVV)
[2] En el sistema del dolor tenemos que pensar
que hay una raíz nerviosa que tiene
varios cables interiores: son las
llamadas fibras nociceptivas que
tienen como fin trasmitir el dolor. La nocicepción
se define como la energía térmica o
mecánica que actúa sobre las
terminaciones nerviosas especializadas (fibras A delta y C), en: D’Alvia: (coordinador):
2001: El Dolor. Un enfoque
interdisciplinario. Ed. Paidos. B.A. 18/22.
[3] D’Alvia. Idem. p.18
[4] Beck, 2003: Del Dolor y del Odio,
Ed. Paidos, p102.
[5] Idem, p.80.
[6] Idem.
[7] Idem, p.81
[8] Séneca, 1996: De la cólera. Alianza ed. Barcelona, p.33.
[9] Aristóteles, 1979: Obras Completas. Ed. Aguilar, Madrid
[10] Spinoza, 1983: Etica, Ed. Orbis, Barcelona, libro
III,13, escolio, y def.7 de los efectos.
[11] Beck, op. cit. p.85
[12] idem
[13] Beck op. cit., p.89
[14] Idem. p.94.
[15] Idem, p.370.
[16] Idem. p.99.