Antonio Pasquali
y su utopía comunicacional[1]
David De los Reyes
Uartes (Ecuador) - UCV (Venezuela)
El insomnio de la razón tecnológica, no temperado por una
Racionalidad de los fines, produce monstruos.
A. Pasquali: Comprender la Comunicación.
Preámbulo
Antonio Pasquali (AP), (Caracas, 1929), obtuvo su licencia en filosofía por la Universidad Central de Venezuela. Realizó posteriormente estudios de postgrado en las universidades de París, Oxford y Florencia. Creador del Departamento de Estudios audiovisuales de la Escuela de Comunicación Social de la UCV y del Departamento de Tecnología Audiovisual del Ministerio de Educación. Trabajó como Subdirector General en la UNESCO en el área de Comunicación desde 1984 a 1986. Es Doctor Honoris Causa por la Universidad Central de Venezuela.
Es uno de los más calificados investigadores y teóricos internacionales venezolanos en el campo de los medios de comunicación y sociedad en sus múltiples aspectos; sus trabajos han sido ampliamente reconocidos y han influido en especialistas posteriores que han abordado el tema. Sus propuestas están en el área de una epistemología de la comunicación a partir de la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfort, así como de diversos planteamientos estructuralistas y propios respecto a una deducción de una teoría del conocimiento que se une a una interpretación de las categorías dinámicas que la componen. Todo ello hasta llegar a plantear, ya desde sus primeros trabajos, una Teoría Crítica de las Comunicaciones.
El conjunto de sus obras han aportado perspectivas originales y significativas en el avance de ésta área de estudios. Desde sus pertinentes enfoques de campo sobre la dinámica de los medios de comunicación en Venezuela y su discutida existencia como servicios sociales públicos y privados hasta sus aspectos teóricos junto a los avances técnicos y legales sin olvidar sus implicaciones a partir de una crítica determinante y documentada respecto al nuevo orden mundial del llamado cibermundo, sumándosele hoy a su concepción, la búsqueda de un futuro ecológicamente viable para el rescate del mundo (su última obra, Del Futuro, 2000, gira sustancialmente en torno al tema de la ecología y la tarea imperiosa de salvar al planeta como único habitad humano, prácticamente, en todo el universo).
Partir de la comunicación y de la cultura de masas
Su visión se ha dirigido a describir y proponer un mejor uso de los medios en función de las necesidades de desarrollo cultural de la población. Es así como nos muestra en su prefacio de 1963 en su conocida obra Comunicación y cultura de masas (1970), el grado de mediocridad y empobrecimiento que impregnó al pensamiento latinoamericano adherido a un antropologismo sin realce científico y a una postura complaciente y desinteresada de rescatar la realidad para intentar mejorarla y enjuiciar la difusa y patriarcal mediocridad que nos aqueja (1986:39). De una actitud exegética, anclándose en una alienación acelerada sobre los modelos de pensamiento contemporáneo, su posición es la de aquel que aspira a forjar una tarea comprometida y realista que pueda decantar sus reflexiones en un devenir portador de proyectos sociales, políticos y morales, sin quedar en pura táctica circunstancial.
Sus pensamientos podrían verse aparentemente sumergidos ante cierta sospecha frente a la cuestionada actualidad mediática nacional, ya que solicitaba cierto saneamiento cultural y social; un compromiso junto a una autoconciencia donde convergen los teoremas en praxis como criterio verificable de una verdad ética ciudadana. Una geografía de la pobreza y de la depresión que imponía a la inteligencia y a toda mente despierta, para esa época, salir de los islotes de la parasitaria prosperidad que ha desarrollado el estadio social productivo del momento; una negación de la prostitución cultural y de las formas colectivas del saber se hacían necesarias –aún hoy- para el quehacer de ese pensamiento latinoamericano. Una dependencia más sutil y operante veía cercar de manera imponderable al hombre gracias a diversos mecanismos de control y organización simbólica y moral. En el fondo se volvía a hacer patente una superación del tan referido estadio, para ese entonces, de la alienación cultural. Pensaba que un análisis racional de tal situación podía llevar y conducir a una labor sectorial la desalienación individual/social; infundir una eticidad sostenida en el reino de los fines los cuales siempre han sido constantemente eliminados en los rigores neutralistas de la sociología empírica. Con ello pretendía superar uno de los traumas más profundos que nos aquejaba y posiblemente aún presente, el de la atrofia comunicacional o el anquilosamiento dirigido en las formas básicas del saber (1986:42); es la condición de una superestructura cultural atrofiada y una infraestructura acorde a ella.
Su proposición axiomática estaba en establecer las mutuas implicaciones dialécticas entre las formas de un con-saber (o saber-uno-con-el-otro) y tipo de convivir (referido a estructuras sociales globales), las cuales definen el con-vivir en relación con el con-saber. En el fondo nos dice que respecto a la comunicación lo que le urge es el análisis de cómo-se-sabe-uno-de-otro para extender el sentido de la realidad comunicacional latinoamericana. Su intención, desde ese primer específico trabajo, era un intento concreto de inaugurar un nuevo sistema categorial de relación para la razón sociológica a partir del concepto de comunicación. Unas categorías dinámicas de inspiración comunicacional que proponían unos conceptos surgidos de distintos contextos teóricos: de la filosofía social, la cibernética, la teoría de la información y del psicoanálisis, etc. y que no habían sido sistematizados en un todo teórico dentro del campo de los estudios de dicha área. Aparte de esta constante preocupación de AP, evidente en sus estudios, nos toparemos con reflexiones y trabajos de campo que intentan –y lo logran- desentrañar la realidad comunicacional y cultural venezolana del momento, sobretodo por una preocupación que por varias décadas sería su piedra en el zapato, es decir, sus observaciones e implicaciones culturales y morales respecto al desarrollo de la información audiovisual establecida en el país tanto a nivel privado como público, campo que consideraba altamente sintomático (1986:43). Para este autor fue una constante constituir una nueva tipología social mediática en torno a inéditas perspectivas sobre el manto de un progresismo surgido desde la teoría crítica y de las ciencias humanas. Damos inicio de esta lectura de AP comenzando por el principio, por su interpretación en clave comunicacional de la teoría crítica social de la Escuela de Frankfort.
Sobre la teoría crítica social leída en clave de comunicación
AP ha sido uno de los mayores entusiastas y estudiosos de la Escuela de Frankfurt y su concepción de la teoría crítica inscrita en los trabajos de Adorno, Horkheimer, Benjamin y Marcuse. Desde sus primeros libros siempre encontramos en ellos un registro dedicado a ella, a su importancia y pertinencia en el análisis de los medios de comunicación que surge, sobre todo, de la obra Dialéctica del Iluminismo, trabajo en el que hallamos a uno de los capítulos más referidos y comentados, utilizados e interpretado por sociólogos y comunicólogos, el referido a la Industria Cultural de Adorno/Horkheimer, (concepto que hemos aludido anteriormente en esta revista en un artículo en el cual comentamos la obra de Ludovico Silva y su concepción de Plusvalía Ideológica[1], otro autor que no dejó pasar indiferentemente al mencionado capítulo de la Industria Cultural. Ver Rev. Comunicación #121).
Pasquali, conocedor de la realidad tercermundista, publicó en los años sesenta la obra Comunicación y Cultura de Masas. Texto que fue reeditado en los años setenta de manera sucesiva; convirtiéndose en punto de referencia insoslayable para todo trabajo comunicacional de rigor; cita que bien puede ser para reafirmar sus propuestas o para negarlas, pero de obligado conocimiento a la hora de adentrarse en los análisis sobre la comunicación en Latinoamérica o en nuestro país.
Una visión diversa y crítica nos da esta obra acerca del paisaje comunicacional. Una comprensión de cómo se expande la anestesia represiva, la masificación programada y el mitridatismo propagandístico de la ingeniería comunicacional tanto mercantil/privada como pública/gubernamental. Ninguna esfera existente sale bien parada en sus apreciaciones.
La teoría crítica de la sociedad aportó una sociología del conocimiento junto a los juicios surgidos a partir de la interpretación del mejor moralismo clásico. Una filosofía inscrita en el primado del eudemonismo hedonista epicúreo y neo-freudiano, junto al acercamiento del neomarxismo crítico en tanto instrumento de cambio social y de interpretación teleológica de la realidad a superar; todo ello vendría a provocar un replanteo de la filosofía política sobre la base del primado de la red virtual, concreta y material de las comunicaciones.
Critica a la psicología analítica por sus desviaciones de corte revisionista y mercantilista; ataca a la escuela de la sociología empírica, la cual sólo mide y clasifica, manteniendo posturas irracionales y místicas al recortar los hechos del contexto social de los factores que lo originan. Sólo una filosofía crítica de la comunicación vendría a aprehender para este autor la tarea de encontrar un verdadero sentido y función de cada hecho comunicacional, abstrayendo y desentrañando todos sus factores causales (1986:20). Siguiendo a Horkheimer, acuña que a la filosofía sólo le queda un solo camino, según su compromiso epistemológico, y éste es sólo la crítica; la filosofía entendida como crítica al orden existente; crítica del uso instrumental de las disciplinas científicas y sociales a las que se pretende someter las formas del saber. Un alerta reflexivo al olvido de los fines racionales y humanos y del formalismo subjetivista que sólo atiende a la eficacia de los medios y deja lo demás de lado. Esta filosofía crítica aspira, para AP, mantener el poder negativo de la razón contra el positivismo degenerado (1986:21) y denunciar el mero funcionalismo y la perversión del auténtico eudemonismo objetivo de la cultura y del saber.
¿Un epicureísmo mediático?
Como se ha visto, AP sostiene una condición epicúrea de la filosofía, la de aspirar a una felicidad y cierta liberación eudaimonista en tanto mejoramiento de vida individual y social. No sólo mostrarla como frío análisis de medios y unos objetivos a realizar, sino que en esa actividad también debe aspirarse a cierta tranquilidad del vivir auténtico en la medida que la filosofía se propondría en tratar de controlar permanentemente, en la realidad social, el desenlace práctico de todas las premisas teóricas. Es por ello que exige someter a prueba toda idea o proyecto en el terreno práctico de las consecuencias, analizando cada hecho el cui prodest de todo evento social comunicacional. Todo desarrollo crítico debería tener un reflejo material al decantar sobre el cauce de lo social. Filosofía en tanto mirada crítica permanente ante toda postura que se esconda bajo la égida del antifinalismo instrumentalizado. Ello ofrecería presentar cierta garantía y distancia ante todo sistema de carácter único de dominio y del divorcio tecnócrata entre filosofía y contexto humano ideológico, propiciando una pluralidad comunicacional. Una filosofía crítica que aspira poseer una función terapéutica y con anhelos de una perspectiva racionalista laica acerca del poder establecido.
Sus propuestas no quedan en la mera descripción de la sociología cognitiva o estructural, o de la filosofía analítica o del neopositivismo complaciente que terminan dejando las cosas tal como están: terminando afirmándose en el cerco de una lógica totalitaria del hecho cumplido (Marcuse); impartir la denuncia del abuso y encomendar a una posición y acción sería lo propio de dicha teoría crítica; donde la lógica exige una relación con los hechos sociales construidos por el devenir de la razón práctica humana. AP se inscribe dentro de una filosofía crítica que también es constructora y participe del contexto político al proponer, al igual que la ciencia, que sólo puede comprenderse y legitimarse en relación con la sociedad a cuyo servicio funcionan.
Volviendo a Horkheimer, advierte que toda concepción positivista adapta la filosofía a la ciencia, exigiéndole prácticas más que razones, esto en lugar de contrastar la ciencia con la filosofía. Filosofía como una ancilla administrationis proponiendo al razonamiento científico en tanto rector mundi ético. No se trata de pensar que una concepción de la felicidad, de la libertad y del bien pueden desprenderse del saber de las ciencias, como pasa con los neo-tomistas que tienden a identificar verdad y bondad con realidad (1986:23): de ahí que su concepción incita a obedecer a la realidad dada, enunciado al que se opone la teoría crítica anteponiéndose su antiprincipio negativo: lo que es, no puede ser verdad.
Es una postura atenta que aspira denunciar a todo el universo totalitario de la racionalidad tecnológica que, en su proseguir, inculcó según AP, una moral egoísta y del éxito superficial o de vistosos pseudo-éxitos, de un bienestar consumista y de tenue y opaca satisfacción. Es por ello que ese optimismo tecnológico, ahora más presente que nunca en el cerco comunicacional del fenómeno de las redes y del fantasma de la virtualidad cibernética, viene a darnos una justificada sospecha de trágica inautenticidad, presente apenas al ejercer la crítica ante ese mundo de postulados optimistas a priori y con sus consecuencias reales implícitas en su práctica; una autocomplacencia que viene a ser instrumentalizado por agentes extraculturales con el propósito, de reforzar el control y el dominio[1].
Envueltos en este manto deificado y reificado de la tecnología viene a desembocarse en una sociedad partícipe de un iluminismo degenerado que se sustenta en un equilibrio del terror, ridiculizando todo esfuerzo a sobrepasar tal situación. Tal diatriba acerca de la técnica termina siendo un campo de reflexión filosófica que para AP decanta en la distinción entre posesión y uso de aquella.
Esta filosofía crítica persigue ser una filosofía genuinamente social; una teoría que no se queda con describir (propio de la lógica totalitaria del hecho cumplido) sino en criticar la realidad social en tanto fidelidad o traición a un modelo teleológico de realidad y perfección humana.
Su planteamiento acaba siendo, por una parte, una filosofía crítica cognitiva y a la vez moral: aspira a un mejoramiento de la condición humana en función de unos fines a alcanzar dentro del contexto histórico laico-material. Esto plantea la aparición de un imperativo de negación racional y sistemático de lo positivo (1986:25) Aquí lo positivo representa un momento estático y narcisista de una degradada razón que se desarrolla históricamente en términos funcionalistas de eficacia, control y dominio; en el que la acción negativa, en tanto momento dinámico, dialéctico y crítico (no-espontáneo) de una razón, debe contrastarse frente a la positividad perversa, es decir, sin perspectiva finalista. Retomando a su albacea filosófico, Horkheimer, se suscribirá en una filosofía que no se transforme en mera propaganda doctrinaria ante el mundo que rebosa ya de propaganda, al punto de creer que el lenguaje no sugiere ni connota ya nada que no sea propaganda. Negación, en tanto sea construcción de sentido, alteridad, inversión de la positividad, de la alienación sintomática, para convertirse en catarsis, recuperación y autonomía de la razón: en esos parámetros se constituía ese nuevo racionalismo realista y crítico. Un reemplazo del verum satisfecho en la simpleza del fatum y de la que nace la fórmula: lo que es, no puede ser verdad. Lo que es, sólo podrá ser negado o aceptado bajo un plan teleológico, al constatarse que no es aún lo que debe ser. Es el momento, que gracias al debe, lo real se hace objeto de su negación, realizándose una perspectiva aún ideal y superior. Esta instancia finalista de la realidad es algo que activa toda perspectiva crítica; vendría a engendrar, internamente en sí, el planteamiento de una nueva utopía social. Condición que implica una terapia y una liberación: que intenta restituir en el hombre sus capacidades de valorar y enjuiciar la realidad a la luz de lo que debería ser y no es. La eticidad vuelve a ser puesta de pie –sin complejos de inferioridad- y enfrentada al dominio teórico y práctico de un universo a-valorativo y simplemente eficiente, a las falsas dicotomías de “las dos culturas” (la científica y la humanista), a la faz de la razón tecnológica y a los supuestos imperativos de la realpolitik (1986:28).
Se aspira a una moralización de la política, deslindarla de una falsa neutralidad; restaurar ciertos fines humanos basados en la convivencia pacífica (Los ejércitos permanentes –miles perpetus- deben desaparecer con el tiempo, Kant: La paz perpetua), cierto sentido de bienestar individual (mejorar la calidad de vida), una liberación de los falsos principios y esquemas de la realidad operativa (contra el consumismo pervertido), convirtiendo cada uno de estos fines, dentro de esta nueva utopía, en una necesidad futura (Hartmann). No en un registro de hechos sino en un retomar la capacidad de hablar de manera distinta de los datos fácticos gracias a una etología que pone de muralla a la piel humana en resguardo.
Es así que para este primer Pasquali, la utopía significa el único elemento progresista de la filosofía y el que impulsa un planteamiento crítico de los medios de comunicación en función de ese progreso más humano y no sólo tecno-científico. Este registro discursivo siempre girará sobre los conocidos planteamientos de la Escuela de Frankfurt, de sus conductores: Marcuse, Adorno y Hokheimer.
Una filosofía social vista desde la comunicación
El planteamiento de una filosofía social negativa, como se ha dicho antes, debe ser leída en clave comunicacional. Pues para ese momento (hoy en ciertas áreas más que nunca se ha ampliado la libertad de comunicación del individuo: telefonía celular, usos del internet, etc.), los medios de comunicación son para él, la punta de lanza de una tecnología en tanto expresión suprema de la razón instrumental y represiva (1986:29). Una filosofía que altere el equilibrio homeostático de amos y siervos mediáticos; un prescribir el principio de realidad que tiende a perpetuarse en posibilidad distinta al que usa el lenguaje del poder y de la administración total; una nueva razón negativa que muestra la trampa de los ingenieros de almas, al reforzar la carga compulsiva del super-ego social proponiéndole participación en una sociedad civil consciente de sus fines y esperanzas sociales.
Por ello, establece que un surplús informativo, expresión de una explosión cuantitativa, no equivale a entender sintomáticamente una mejor y buena información; es sólo instrumento útil a ser empleado en el pervertido consumismo obligatorio mediático. Por tanto, este texto afirmará una y otra vez que el uso actual de los medios de información por parte de la industria cultural debe ser negado, pues, con carácter prioritario (1986:30). Ante esa positividad comunicacional le anteponía, para el momento, la utopía comunicacional que vendría a reinstalar la libre circulación del saber donde sólo se nos acostumbra a escuchar las voces dominantes de la unidimensionalidad comunicacional. Un mundo que ha terminado de traspasar los procedimientos de la industria material a la cultural: toda repetición mecánica de un mismo producto cultural usa la misma lógica del slogan propagandístico. Vuelve a hacer suyo el principio de Horkheimer-Adorno: Las comunicaciones masivas reducen todos los reinos de la cultura a un común denominador: la forma de mercancía. De ahí que el lenguaje de la gente sea, según estos términos, un remedo del lenguaje de los amos, de sus benefactores, de los agentes publicitarios. Un nuevo oscurantismo mediático hace cerco a la semántica del mundo por el uso reiterativo e instrumental del lenguaje esquemático consumista.
En esta primera aproximación teórica AP advierte que el panorama comunicacional es el reino de la estabilidad absoluta e inercial de las instituciones democráticas, lo que viene a traducirse en una paralización o neutralización de los conflictos, ante aportes renovadores de una realidad cristalizada. Ante ello propone una restructuración de los respectivos sistemas de comunicación masivos para el momento; esto quedaba como una propuesta a realizar más que haber propiciado un cambio con verdadero sentido democrático ante el mundo político/económico oficial. Por eso los jefes de gobierno y las fuerzas vivas de la economía y de la política lo defienden con tanto calor. Porque en el fondo de sus almas intuyen oscuramente la factibilidad de la hipótesis marcusiana: que la desintegración del sistema imperante en las comunicaciones los dejaría sin voz y sería el preludio real de la desintegración de todo el sistema de poder (1986:38).
El pensamiento crítico comprende que la industria cultural no es una factoría cualquiera: es una meta-industria; estos pensadores experimentarán en carne propia las cargas que tienen que arrastrar para poner en circulación, distribuir y promocionar sus propias obras críticas, sus ideas acerca de ese asunto. Es aquí donde se hace más imperativa la afirmación de Horkheimer: Tener fe en la filosofía significa no permitirle al miedo que disminuya nuestra capacidad de pensar.
La variable comunicación
En otra faceta de su trabajo investigativo se planteó la tarea de comprender, establecer, definir, limitar y precisar qué es la comunicación más que fijarse en los medios de comunicación de forma sesgada. Pensó que se había inaugurado toda una terra incognita a partir de los procesos técnicos comunicacionales que, si bien es cierto, ello no le resta importancia al hecho humano cultural, y como lo hace notar en el reino de la naturaleza entre sus componentes orgánicos donde se han establecido desde siempre relaciones de inherencia, relación, complementación y comunicación entre miembros de una especie con eventos y miembros de otras especies.
Ha habido autores que han presentado al concepto de comunicación invirtiendo el orden de la discursividad, recurriendo a la pretensión epistemológica del silogismo. El caso es que la comunicación no puede ser asumida como un invento reciente de la revolución industrial para acá o de los aportes únicos de la teoría de la información o de los procesos cibernéticos de información establecidos entre máquinas. La comunicación, como bien defiende nuestro autor, no puede ser reducida a los medios de comunicación; visto así es una perversión intencional de la razón y tosco artificio ideológico (1985:11). Su concepción lo lleva afirmar que la racionalidad propia de los medios de comunicación es instrumentada por el poder como racionalidad de dominio; advierte, por la posesión de cuantiosas posibilidades de acumulación informativa y expansión instrumental de medios, un desequilibrio en las comunicaciones, dividiéndolas entre comunicaciones débiles y fuertes acordes a esa administración y posesión de recursos y redes. El comunicador fuerte puede hacer gala de un Big Brother, el cual es sólo una voluntad de poder; la tecnología ha abierto, extendido, diversificado y ampliado esa posibilidad. Cumpliéndose su hipotético pronóstico dado en los ‘70: las superpotencias traspasarán todo lo que puedan del sector secundario de la economía (contaminante y problemático), a los países subdesarrollados (o en vía de desarrollo, DR), para concentrar todo su poder en los sectores terciario y cuaternario de la (comunicación/información), generadores del mayor valor agregado y de controles realmente globales (1985:13). El peso de lo virtual comunicacional de la sociedad de la información y el manejo e influencia del capitalismo informacional en nuestras vidas no hace sino confirmar estar observación asertiva.
Qué es la comunicación
Toda comunicación, en primer grado, produce una interacción biunívoca del tipo con-saber (saber compartido) y ello es posible al traspasar dicho saber a los dos polos que comparten una estructura relacional conjunta, siendo definidos como transmisor y receptor. Dicha relación configura una ley de bivalencia donde todo transmisor puede ser receptor y viceversa. Esto es propio de este estadio social humano pues las otras relaciones de comunicación con la naturaleza (relaciones de dominio y no de cooperación con ella) o con la materia bruta, resultan, hasta ahora, monovalentes: utilitarista, energética, destructora, etc. Respecto a las máquinas, en las que ahora se ha conformado todo un plexo comunicacional a la red de redes del internet, vendría a establecerse a lo sumo una comunicación indirecta con el otro, gracias por el artificio impuesto que para AP rebasaría los límites de la comunicación como tal y que viene a conformar sólo una relación de información.
Los únicos agentes que pueden establecer un comportamiento auténticamente comunicacional y social, no basado en un intercambio mecánico de informaciones-estímulo, serán los seres racionales, quienes son, casi a priori, depositarios de un con-saber y de unos instrumentos simbólicos que los capacitan para ser, a la vez, transmisores y receptores tanto a nivel sensorial como intelectual. Esto define al hombre como un Ζόον λογον εξων, un animal hablante y dialogante (con o sin recursos artificiales de comunicación), lo cual es requerido para saberse –aristotélicamente- en tanto animal político. Es así para AP (como para Norbert Wiener), la comunicación un término privativo de las relaciones dialógicas interhumanas o entre personas éticamente autónomas, y señala justamente el vínculo ético fundamental con un otro con quien necesito comunicarme (1986:50). Comunicar no es ni comulgar, ni fusionarse o alienarse; es un estado abierto que da origen a aceptar la alteridad de un interlocutor, una vinculación a un sujeto al que no se enajena en esta relación; un reconocimiento de igualdad de los participantes dentro del espacio en que se efectúa. La comunicación es un pacto de conservación por parte del sujeto en ese contacto trascendental no fusionante; es tensión armónica entre dos polos (idem). Retomando el enunciado de Heidegger subscrito por AP, la comunicación, en tanto relación simétrica, es un oír a otro o prestarle oídos por la mutua voluntad de entenderse; en terreno donde dos pensamientos se entrelazan y se insertan en una labor común que sólo en su conjunto se crea por el devenir que lo constituye. Tales argumentos son los que componen su Teoría de la Comunicación, la cual no tiene relación con una de la información de univocidad lógica, teoría que varió posteriormente con los aportes técnicos digitales actualmente conocidos. En dicha teoría de la información vemos que está constituida por un receptor interpretante racional que es independiente de cualquier recepción de informaciones obtenidas por una máquina equipada para la interpretación, almacenamiento y elaboración de mensajes, propias de elementos efectores.
Lo dicho anteriormente hace que se establezca, necesariamente, una diferencia de la información entre máquinas cibernéticas y otra a escala antropológica. Es por ello que los factores cuantificables y axiomáticos de desgaste u obsolescencia de la información (o entropía progresiva de los mensajes degradados por la repetición o banalidad) y asimismo conceptos de redundancia y ruido, segmentación estética y semántica, etc., sólo cobran sentido a ese nivel antropológico, es decir, en relación con un receptor en tanto res cogitans, en el cual le es inherente la interpretación no-mecánica del evento informativo. Una máquina receptora no tiene la habilidad para descifrar determinados grados de la entropía (repetición o canalización) de la información, ni discriminar un elemento semántico cuantificable y codificable, o un elemento estético ni un aumento de la información debido a una imprevisibilidad, etc. (1986:52).
De ahí que habrá, acorde a lo dicho, transmisores y receptores respecto a una artificial o mecánica relación técnico-informática o a una dada antropológicamente; encontramos que según los coeficientes comunicacionales estarían: T (sólo transmisor), R (sólo receptor) y T-R (transmisor y receptor). Tipología que puede aplicarse tanto a nivel mecánico como a nivel cogitativo, más los casos intermedios que puedan surgir. A nivel cibernético la comunicación puede tener una relación de reciprocidad de información-estímulos pero no diálogo. En cambio la relación bipolar de comunicación-información se establece entre entes no-mecánicos, habiendo así un intercambio de mensajes, con posibilidad de retorno no-mecánico entre polos dotados de un igualitario coeficiente comunicacional (R-T) o de información. Ello nos muestra que la diferencia entre una interacción comunicativa y otra informativa estará constituida, esta última, por un bajo coeficiente de comunicabilidad; aquí no hay una posibilidad de reenvío o retorno no mecánico entre los polos; la teoría de la información establece que toda transmisión de mensajes, entre entes racionales y/o artificiales, son unilaterales o sin canales de retorno; tal fenómeno decreta el predominio de los medios de comunicación unilaterales de transmisión, que proporcionan una nueva relación al ámbito del con-saber social; posiblemente hoy cambie algo el panorama con la red de redes y su carácter, en ciertos aspectos bidireccionales.
La comunicación: un saber-social
Para que sea posible la comunicación debe constituirse, antes que nada, un saber-social que la anteceda. Es la intuición de la existencia de un insoslayable saber-común que viene a ser un elemento constitutivo y no superestructural de lo social. De ahí que se conforme la triada sociedad-saber-comunicación. Toda sociedad está en función de contener un saber para su existir y ello exige la creación de unos medios comunicantes. Así podemos decir que a cada estadio de desarrollo social le corresponde no sólo un determinado grado de saber sino unos determinados medios de comunicación que posibilitan su desenvolvimiento y supervivencia en tanto organización político-cultural. Sociedad-saber-comunicación es una triada imperativa para el existir de todo grupo humano; lo contrario, como bien sabemos, generada por la mudez de los medios comunicacionales, nos arrastraría a una muerte social, que es silencio prolongado en el tiempo.
No hay ningún saber incomunicable; todo saber debe estar precedido de su posibilidad comunicativa; la filosofía crítica conoce bien este planteamiento; por ello rechaza todo lo referido a toda experiencia mística o numinosa que no pueda ser trasmitida y por tanto conocida. En otros términos, todo conocimiento contiene un grado y modo pragmático de comunicación. La incomunicación es propia de lo incognoscible, de la separación, del conflicto, de la incomprensión. Ese grado de comunicabilidad es lo que define al saber en torno a su plexo social.
Por tanto sólo existe sociedad o el estar-uno-con-otro donde se constituye un con-saber y esto se da al existir ciertas convenciones que engendran formas de comunicación. Para AP la relación que se establece entre medios de comunicación y totalidad social no es sólo, como se ha dicho, una relación de causa-efecto, o parte-todo, o super-infraestructura; implica una inherencia o mutua inmanencia dialéctica constitutiva (1985:48). El estudio de tales inherencias constitutivas entre medios de comunicación y sociedad es lo que puede ayudar a comprender y transformar al subdesarrollo cultural, combatiendo toda atrofia comunicacional integrada en un presente histórico; sin embargo hoy pareciera necesario combatir más el aluvión de las informaciones que nos inundan e intentan distraer nuestras vidas individuales, ocasionando confusión mental de sobre-información y de irreflexiva posibilidad de elegir y conocer cuál saber, fines y sentido son importantes para nuestra calidad de vida.
Es entonces que por ello todo este conjunto de conceptos, comunicación, relación, inherencia, medios de comunicación, requirieron de una nueva sistematización conceptual para comprenderse en tanto categorías dinámicas, las cuales están sujetas a un continuo cambio y evaluación de matices en su pertenencia dentro del juego social. Sus implicaciones, más que de corte semiológicas, psicológicas, estéticas o históricas, serán, en este autor, de orden sociológicas, con lo cual propone la necesidad de dedicarle una mayor atención por parte de la filosofía social.
Sobre el concepto de Comunicación
En nuestra época, ciertamente, la cultura necesita ventilarse,
sacudirse los paludamentos académicos y ponerse al paso con la civilización,
so pena de quedar irremediablemente rezagada y perder para siempre su capacidad
de reflejar lo actual presente.
A. Pasquali: Comprender la Comunicación
La reflexión filosófica de AP respecto al tema, comprende, como ya dijera Ruesch y Bateson en 1955, que la comunicación es la matriz donde están enclavadas todas las actividades humanas, considerando su éxito en tanto sinónimo de adaptación y vida; toda anormalidad de la conducta puede ser considerada como una perturbación en la comunicación; en psicología, el mejoramiento del sistema de comunicación individual viene a ser un punto importante para la superación de toda perturbación y neurosis individual y grupal: sin comunicación no hay relación ni sociedad y, por ende, estallan los conflictos y la violencia extrema (que se puede comprender como negación de la comunicación entre iguales por una de dominio y desigualdad). Bien se pudiera comprender que toda actividad humana debería tener en la mira, la importancia del intercambio de símbolos y actitudes, junto a los procesos y las formas de cómo se establecen históricamente las comunicaciones dentro de cualquier situación y sociedad humana. Ello para evitar el control unilateral y lograr un mejor desempeño en el con-vivir. Esta concepción propuesta podría realizar un viraje sustantivo y sintético dentro del sector de los estudios humanos.
Comprender la comunicación requiere, primeramente, concebirla como categoría máxima del entendimiento. Forma esencial que asume el concepto de relación dentro de un nivel antropológico, sin reducirlo a la función de aparato técnico-propagandístico que incidentalmente interviene en dicha relación. Por tanto, la comunicación estaría limitada a ser discurso sobre los medios de comunicación y no la comprensión de sus posibilidades expresivas presentes desde los orígenes de la historia humana.
Su visión del tema se levanta contra cualquier postura que algunos sectores de la investigación de medios quiere imponer alrededor del núcleo de la comunicación en tanto discurso técnico-estético. Que para AP, ofrece una perspectiva amoral, asocial y a-histórica. Pensamos que dicha visión hoy resulta cuestionable. Son otras formas conceptuales por las que se llega a comprender la condición múltiple y diversa de la comunicación. Sin embargo, para él era una situación imposible de aceptar; consideraba que el sistema de los medios de comunicación ejerce un poder global sobre el conjunto de la difusión, divulgación y diseminación de mensajes, modelos, comportamientos, estéticas, sensibilidades conocimientos y valores. Si bien asumía a los medios en su estadio epocal como un cuarto poder, posiblemente sean hoy el segundo por no decir el primero por gobernar o facilitar una buena parte de nuestra vida emocional e informativa.
Por otra parte, haya una distinción entre la comunicación tradicional y el nuevo sentido de la comunicación tecnológica, encontrando diversos factores que la hacen posible. En esta dimensión se unen intereses militares, matemático-cibernéticos, tecnológicos en general, biológicos, industriales, psiquiátricos y económicos que son todos los factores que delinean ese nuevo contexto de la comunicación artificial humana; se crea toda una atmósfera de realpolitik basada en el rendimiento y control por las comunicaciones, una voracidad de poder alimentada y respaldada por lo que la llamó ideología iluminista-positiva.
AP observa que toda esta interpretación unilateral de las comunicaciones técnicas actuales, en su carácter histórico, puede ser comprendida constatando una lucidez creciente en dicho descubrimiento del concepto de la comunicación. Tiende a identificarse en buena medida con el sentido milenario del concepto de poder. Comunicación y Poder son dos conceptos que dentro de este paisaje de lo artificial comunicacional que describe AP, serían inseparables; sobre todo por aplicar los mecanismos del olvido inducido de los hechos de la historia, gracias a la variación y cambio perpetuo de los enunciados; creando una disponibilidad a-crítica y a-valorativa total, constituida alrededor del consumidor ideal.
La comunicación no es un hecho contingente ni intrascendente a esta escala; sus funciones decorativas, estéticas, informativas y de entretenimiento son determinantes para diseñar o modelar un sentido de la libertad simbólica de los individuos; tal situación reedita la tesis de Trasímaco ante el ejercicio de la justicia[1]: favorecer al comunicador o canal de comunicación más fuerte, generando así su consustancial injusticia social. La comunicación encarnará un nuevo sentido de autoridad, de representatividad del poder político, científico y tecnológico; por lo cual, para este investigador, el aspecto de las comunicaciones de masas no pueden dejarse al libre albedrío de los mercaderes, tecnócratas, fundamentalistas político-religiosos o panegiristas (1985:24); terminarían convirtiendo al hombre en mero medio, sin capacidad de conocerse a sí mismo en tanto fin o poseedor de sus propios fines y necesidades informativas y cognoscitivas.
Su alerta está referida al consumidor de medios el cual viene a ser, en tanto integrante de un grupo social, bien sea influido de manera privada o pública por los medios, colonizado ideológicamente. Sus planteamientos lo llevan a hablar respecto a estos consumidores de cultura mediática como atados a un estado de mudez y de pura receptividad a las emisoras metropolitanas e incomunicados entre sí (1985:27), especie de autismo mediático; juicio que pareciera ser, si en gran parte real, también ampliamente discutible: hoy se han generado movimientos alternativos de importancia social para que las minorías puedan emitir su voz, por otras vías alternas de alcance global (vía internet, telefonía, periodismo comunitario, medios alternativos, por sólo decir algunos).
La sociedad civil no se ha organizado aún lo suficiente respecto a los usos públicos y privados de los medios para que emerjan una serie de respuestas que nos muestren una conciencia civil cabal junto a una participación respetuosa y tolerante, un conocimiento del uso de éstos para contraponer cualquier unilateralidad mediática a la población desde los tintes de un poder de medios sesgado, hegemónico y no plural, antidemocráticos, nada participativos.
Este concepto de comunicación, entonces está implícito dentro del grupo de categorías de relación –como vimos antes-, y con ello es posible patentizar la dimensión axiomática de toda comunicación, surgiendo desde nuevos planteamientos sociales y políticos, dando un sentido trasformativo de la racionalidad junto a una ética y sentido de justicia. Esto es lo que nos ofrece este autor dentro de lo que llamó Teoría Crítica de las Comunicaciones. Este cuadro es el punto de partida para una filosofía crítica de la sociedad, como lo vimos antes, una especie de antiideología del orden social existente, negadora radical del positivismo satisfecho.
¿Medios de comunicación o de información?
Los medios de comunicación (m.c.) los define nuestro autor como canales artificiales empleados para vehicular lenguajes simbólicos adoptados por los hombres en tanto seres racionales transmisores-receptores. En un sentido amplio, medios de comunicación son todos los lenguajes significantes (que son más convencionales, naturales que artificiales); son vehículos que por medio del signo se excitará a un receptor adjuntándole un sentido o significado (como el lenguaje hablado, el visual, musical, etc.). Respecto a su función primaria todo signo o significante ha de hacer referencia a un concepto significativo y, oportunamente, poder ser comunicado.
Pero los m.c. estuvieron cercados al comprenderlos como canales artificiales de transmisión inventados por el hombre para enviar a un receptor (de manera cualitativa y eficaz a un mayor número) mensajes significantes de cualquier tipo y expresados por diversas y alternas simbologías.
En esta primera aproximación al tema, AP deja claro que todo aparato técnico sólo permite una comunicación artificial. El atributo natural de la comunicación lo remite sólo a los órganos aferentes-eferentes de la sensibilidad: ellos siempre ocuparán los extremos de una relación comunicativa. Y estos m.c. artificiales vendrán a realizar una conmutación, codificación o enciframiento del signo original a clave mecánica, química o eléctrica para poder ser transportados a distancia, (ello va desde señales de humo hasta lo que hablamos hoy de bits o dígitos, p.ej.). Se concluye que los signos o significantes son portadores directos de significados; los medios de comunicación sólo sus transportadores: el mensaje muta en él a un proceso de enmaterialización en canal. Ello ocasiona que toda revolución en los medios conlleva un cambio profundo en las coordenadas sintácticas de un sistema básico de signos, llegando a aumentar o disminuir su significación implícita. Encontramos que aquella codificación o traducción al medio del mensaje puede limitarlo en tanto significación ya que los límites de mi instrumental expresivo se traducen en limitaciones de mi capacidad cognitiva, ampliándose esto a la triada sentido-significado-comunicación, (1986:54s).
Visto así los m.c. quedan entonces como soportes materiales o artificiales destinados al transporte de signos preconcebidos por el hombre; por la amplitud de su coeficiente sintáctico-significativo decantarán por ellos múltiples procesos significantes cognitivos informantes. Llegando a la conclusión que un medio de comunicación transporta un lenguaje, pero al hacerlo puede admitir una transformación de su sintaxis, ampliando en esa forma su poder significante; idea que nos remite a la injerencia de la semiótica en tanto campo de estudios de tales significantes a través de los m.c. artificiales; todo mensaje adquirirá tantos sentidos o significados según la sintaxis o medio empleado para emitirlo, ofreciendo así múltiples interpretaciones por parte del receptor.
Los medios audiovisuales de comunicación son los canales artificiales de intercomunicación que únicamente pueden vehicular signos iconográficos o acústicos directamente interpretables; comportan una estimulación en el receptor por medio de canales auditivos y visuales que re-trasmiten signos audio-visuales. El lenguaje visual, a diferencia de la palabra que siempre remite a un concepto gracias a un conjunto de abstracciones, es específicamente icónico y a nivel semántico mantienen inalterable toda la pluri-significante ambigüedad de lo real; la imagen termina siendo el signo menos objetivo y más equívoco de todos, por el hecho de remitir a un repertorio amplio de significados que parten desde un sentido pre-conceptual y pre-lógico, del que obtenemos una comprensión básicamente afectiva (eikóon: emocional) –que posteriormente se racionalizará- y por ello pueden llamarse a-lógicos o presentativos . Este espacio visual fue llamado por el filósofo Jean Wahl por primera vez como iconósfera, en el sentido de la omnipresencia de la imagen en el horizonte social contemporáneo: un fatum cultural que definirá una amplia posibilidades de patterns psicológicos gracias al uso masivo de este lenguaje iconográfico; detrás de nuestra civilización de la imagen hallamos también toda una cultura de la imagen, gracias a la evolución de agentes e instrumentos técnicos (radio, televisión, cine, ordenador, etc.), creadores y portadores/transmisores de tales eventos comunicacionales en tanto expresión visual, (1986:60s).
Sobre la Información
El término de información es definido como el proceso de vehiculación unilateral del saber a partir de un transmisor institucionalizado y un receptor-masa de ciertos contenidos, sea cual sea el lenguaje y conceptos empleados. Información será todo acto de alocución: es unidireccional; en cambio, para AP, la comunicación es entendida, sobre todo, en tanto diálogo: bidireccional.
En toda emisión de información se requiere un res cogitan en uno de los extremos (radio, televisión, cine, ordenador, etc.). AP propone tres modos de polaridad: conocimiento, comunicacional e informativa. Podemos ver el siguiente diagrama donde T es el transmisor y R el receptor en que muestra la dirección de la información en cada uno de ellos.
Vemos que la única relación posible de transmisión de mensajes en complejos mecánicos o electrónicos, antes de la llegada del ordenador y de las red de redes, era de pura información prácticamente unidireccional o causativa en su más bajo sentido. En el caso de la relación que establece el científico con su objeto (concreto o abstracto) de estudios es, según AP (y del cual hoy en día sabemos que no es así, hay también ciertos niveles de comunicación con dicho objeto), ni una relación de comunicación ni de información: sólo una escueta relación de conocimiento. Y si el objeto es un receptor que nunca informa sino que se comunica en condiciones básicas de igualdad dentro de la comunidad científica.
Igualmente nos refiere que la llamada libertad de información es ampliamente cuestionable al verla desde esta perspectiva; una libertad de información que es también una libertad de expresión donde termina la democracia siendo identificada con publicidad (privado/mercantil o pública/ideológica-doctrinaria). Es una irónica contradictio in adjecto, pues el único que la posee, dado este causalismo, es el informante, mas no el receptor informado: este se encuentra obligado a someterse al uso de medios de información cuya elección se ha efectuado al margen de su poder deliberativo; es una imposición colocada por el agente transmisor. El receptor es el convidado de piedra al banquete informativo. Ello sumido en un riguroso determinismo social; es una situación de la que AP advierte, para ese entonces, que es imposible de practicar ante ella una libertad de ataraxia y autarquía. Coacción, necesariedad, compulsión y trascendencia hacen de todo hombre-masa un receptor de informaciones, y de todo receptor un sujeto no deliberante y violado, nos dice, (1986:69). Tal estado termina en la frustración y pasividad del convidado de piedra receptivo: sólo le queda recibir y callar. Interpretación que hoy ya no encontramos del todo justa pues el convidado de piedra quiere salir y participar públicamente en función de sus opiniones particulares e identificadas con grupos minoritarios o masivos. Los medios han hecho que hasta los convidados de piedra de los países en vías de desarrollo salgan a la calle a tirar piedras, aunque sean piedras simbólicas de protesta, como lo hemos visto en nuestro país en los últimos años: manifestaciones para todos los gustos, de un lado y de otro.
En su análisis sociológico presenta una división de la información en las sociedades desarrollas y en vías de desarrollo. En las primeras, la nombrada frustración no llega a producir represiones colectivas; la relación de información no es predominante y se admite que los individuos de distinta extracción tengan un libre acceso y uso, dicha situación da la posibilidad de restablecer, aun indirectamente, la bilateralidad del esquema dialógico comunicacional.
En las sociedades en vía de desarrollo, sometidas a una especie de híbrido monopolio económico-político de los medios de información, nos afirma que nadie tiene libre acceso y derecho de apelación en la que un cuadro de frustración y representación colectiva se hace presente. Pensamos que esta observación se ha ido diluyendo gracias a las alternativas que se han desarrollado de participación, medios alternativos e interacción con los medios bien sea por vía telefónica, canales privados temáticos, internet, o manifestación pública. Claro está, habría un determinismo económico como posibilidad y acceso de posesión de tal infraestructura y conocimiento para poder venir a interactuar y constituirse así esa bilateralidad/bidireccionalidad de la comunicación. De todas maneras, el factor económico, político y cognitivo limitan los intentos de devolver la llamada participativa; en los programas de opinión se puede censurar a las preguntas que van a ser escuchadas por la audiencia. Las vías normales de comunicación y diálogo pueden verse sometidas a una farsa comunicacional: Un “diálogo” político entre miembros de una elite gobernante, televisado ante una colectividad más o menos privada de sus derechos políticos, constituye un grotesco ersatz de relación comunicacional, una ilusoria válvula de escape utilizada por quienes han bloqueado los verdaderos canales comunicantes, para la gran frustración colectiva, (1986:70). Crearía lo que la psicología ha llamado idiotez psicológica, lo cual es el pensar y actuar en base a estereotipos, una admiración por todos los exponentes de la elite informadora y su mitología, llegando hasta suministrarse tranquilizantes (mediáticos y químicos), para suplir su mudez.
En el ejercicio hermenéutico de la comunicación AP aísla el concepto de información en tanto categoría sociológica de relación. Ella quedaría limitada a establecer una relación en tanto casualidad (dependencia de causa-efecto). Al contrario, la comunicación en tanto partícipe de esa misma categoría de relación vendría a estar inscrita en tanto comunidad, es decir, la acción recíproca entre agente y paciente, transmisor-receptor pero de manera bidireccional. Es lo que Habermas llamó comunidad discursiva, elemento previo requerido para establecer cualquier comunicación.
La información vendría a establecer un sistema de relaciones truncas, donde los estímulos dialogales estarían sin obtener una libre respuesta sino sólo una respuesta impuesta; su efecto es el que sentimos cuando sólo estamos notificados por causa de un agente transmisor. Frente a ello propone, igualmente, una hermenéutica de la incomunicación que él la lleva a compararla con los personajes kafkianos de El Proceso y El Castillo. Tal hermenéutica parte de la idea de cómo se constituye una perfecta cosificación donde el individuo queda atomizado y desvalorizado en tanto hombre-masa: aquellos que ocupan el espacio de los que no pueden nunca comunicarse jamás con el informador: víctimas de la irreversible unilateralidad comunicacional (1986:72).
Un universo opuesto es aquel que tendría la tentativa de expresar y revivir un espacio humano abierto y comunicable. Es el caso que refiere AP respecto a la obra de Tomás Mann, La Montaña Mágica, en que los personajes actúan como seres transparentes y penetrables, en estado de permanente disponibilidad para una comunicación dialógica siempre efectuable (idem).
Masas de medios o medios en la masa
Otro punto que nos acerca AP es prestar atención al concepto sociológico de masas. En el encontramos la posibilidad de tipificar, sociológica y culturalmente, a una colectividad en relación al grado de desarrollo y atrofia en los medios comunicantes de su saber. La nueva concepción es que para este autor surgen nuevas propuestas conceptuales a partir del campo de la comunicación para poder emparejar y evolucionar una sociedad con relación a la calidad de los medios de masas. En una sociedad de masas persiste un predominio, el de un tipo de comunicación de saber sobre otro, que queda casi oculto. En la sociedad de masas la constante comunicacional es la relación de información-unilateral por encima de cualquier otra. Es el elemento ideal para la construcción de una estructura social que termina constituyendo la masificación y al hombre masificado. En este tipo de sociedad privarán las relaciones de información en perjuicio de las relaciones de comunicación. Hay una unilateralidad del fenómeno comunicacional en tanto información. La existencia única o preponderante de canales de información viene a proporcionar la masificación de los receptores que absorben una sintaxis y contenidos dispuestos a inscribir esta conciencia pasiva, de convidado de piedra, social. Es la alocución o mirada enmudecedora del transmisor lo que origina en el receptor, según este autor, una incapacidad de ser-para-otro, al cual la mudez lo habita, además de truncar el intercambio dialógico más allá de estereotipos lingüísticos y culturales; castra y no amplia la zona de afluencia en tanto interlocutor. Los medios de masas se dirigen indiferentemente a uno o n receptores. En su tendencia del uno-para-todos está implícita, en una dimensión temporal, de uniformar, alienar y masificar. Esta visión ha sido cuestionada en relación con los medios de comunicación/información, donde se han diversificado las opciones para el consumidor de productos mediáticos, dando como resultado una pluralidad de masas y una pluralidad de públicos que vendrán a especializarse en función de su relación con el medio, gustos personales y sus contenidos simbólicos de consumo. La sociología mediática de los países modernos da la aparición de la categoría de sociedad de individuo de masas. Este principio rompe la percepción de aquella homogenización de masas. El desarrollo del mercado en los países del primer mundo ha desarrollado tal capacidad de diversificar e individualizar los productos que no se puede hablar ya de homogenización sino más bien de hábitos de consumo y de los valores acordes a ese tipo de conducta que arrastra; son los medios ofrecidos a la carta.
Cuando AP nos dice que la relación comunicante y dialógica conserva y exalta la diversificación personal entre receptores, la relación de información tiende a anularla, petrificándolos y masificándolos; encontramos que las diferencias culturales entre los miembros receptores es determinante y es donde estaría buena parte del epicentro del asunto. El problema de los receptores es también un problema de estructura mental, de manejo conceptual de contenidos y de niveles estéticos y sensibles que mantenemos con tales canales informativos. El problema no es sólo la relación causal que mantenemos con ellos, también habría que poner el problema desde el otro lado de los polos. Pareciera que a la final tendríamos que asumir una especie de dirección en relación a qué contenidos y medios deberíamos ver y no los que uno, en tanto individuo, quiere ver. La libertad ante los medios no está en limitar o en dirigir sino en aprender a saber qué es lo que necesitamos y qué deseamos individualmente obtener en tanto contenidos simbólicos, cognitivos y hedonistas al llegar a constituirse en parte de nuestras vidas. La agenda mediática ha variado y hoy el problema está más en la pobreza crítica material, educativa y espiritual poblacional de múltiples zonas continentales que en los recipientes técnicos por donde se canalizan los contenidos.
La llegada de la sociedad de la información ha cambiado completamente el panorama parcial y sesgado que se tenía de la Industria Cultural; el problema, como lo han distintos autores, es que es tal la magnitud de información y conocimientos generados que lo exigido es tener los instrumentos mentales y manuales (habilidades en manejo de equipo, software, etc.) para hacerle frente al cuantioso abanico de ofertas. Si se pensaba en ese momento que la sociedad de masas –que existe!- vendría a cerrar opciones e igualar vidas también ha proporcionado, cuando las instituciones lo han permitido y visto así, preocupándose por la calidad de interacción en relación con ellos, más opciones y modos de vida, creando públicos en función de sus propios intereses, aunque estos correspondan a una masa minoritaria (nada más ver la cuantiosa variedad de ONGs que hay con los fines más inverosímiles y nunca antes pensados gracias a esa misma sociedad de la interacción y no ya sólo de la información, que era como la pensaban la mayoría de estos investigadores en la década de los setenta y ochenta).
Los medios de masas, después de todo, se mantenían en la concepción de canales artificiales de comunicación que a través de ellos se canalizaban o vehiculaban alocuciones o mensajes que para ese momento serían del tipo ómnibus: uno-para-todos; hoy ya no vendrán a ser completamente de carácter impersonal y general en sus contenidos sino que se han vuelto más selectivas en sus alcances de la audiencia.
La calidad de los mensajes antes era urbi et orbi, donde el mensaje tenía el distintivo de una mediocridad de contenido y de una forma elemental para una universal interpretación. La medianía o mediocridad es observada por distintas formas: del contenido, por su reducción de todas formas del saber al lecho de Procusto de lo omnicomprensible; de la depredación del receptor, por amortiguar o inutilizar en la función selectiva; de la degradación o vulgarización de lo sublime, por exceso de difusión, usos irreverentes o desgaste; del ritmo o escansión vertiginosos impresos a los mensajes, que instauran en el receptor una pérdida progresiva de sensibilidad acompañada de un obsesivo eretismo por lo novedoso ( y que produce de reflejo lo que algunos autores llaman la obsolescencia de todos los valores, por saturaciones progresivas y pérdida de vigencia de los estímulos, etc.) (1986:79). Donde mediocridad informativa no produce ningún tipo de calidad comunicacional. Lo que se nos presenta es una intencionalidad parcial, dogmática, subjetiva e interesada del transmisor. Una objetividad auténtica, como de un saber hablar y de un saber escuchar, pulverizaría en su esencia a la unilateral información (que es siempre doxística) y resultaría suicida para el transmisor, (idem). La objetividad en los medios se encuentra en una confluencia de voces que emitan su opinión y construyan una realidad simbólica que, por su interacción amplíen y construyan, gracias a la verificación dialógica, el consenso o la llamada objetividad de los hechos. No se puede hablar de objetividad en medios de comunicación que sólo aspiran a la alocución, construyendo una incontestable situación para el receptor que se ha reducido a su mudez; situación que sólo beneficia al poder desleal del informador.
Mediocridad, existencia y medios de masas
En relación a esta mediocridad imperante en los m.c., AP nos remite a una serie de citas de diversos filósofos haciendo una reflexión personal ante el hecho sociológico del homo mediaticus actual. Sus autores predilectos aquí son Kafka, Jaspers, Heidegger, Merleau-Ponty, Camus, Moravia y Marx, entre otros. Y a través de sus palabras se nos afirma que la falsa o mala objetividad no es más que la defensa personal de la existencia empíricamente egoísta. Su aparente objetividad se convierte en radical subjetividad (Jaspers). O, como ha visto Heidegger, toda esta mediocridad, ese término medio vendría a ser el aplanamiento de todas las posibilidades del ser. Se crea un hábito de ser plano en el receptor, típico de la información y no de la comunicación.
Todo se debate en establecer una sociedad abierta, inscrita a la comunicación, o una cerrada, estructurada por la información únicamente. En la primera el debate debe ser dialéctico y dialogante que asume el unus inter pares, uno igual que otro, ante el hombre masa impersonal mudo e inoperante de la información que cualquieriza al despersonalizar al individuo por los contenidos y la relación con el saber que constituye su co-existencia con los demás: se atomizan al dividirlo, masificarlo, petrificarlo, anestesiarlo e insensibilizarlo para dominar sobre él. En la alocución se descalifica para cuantificar para dirigir una acción imperativa y no pro-activa; se renuncia a unas aristas y rasgos individuales para asumir una personalidad colectiva sin reconocer la acción concientemente en el incondicionado agente trasmisor. Es, como dice Kafka en su novela América: evitar a toda costa hacerse notar, permanecer tranquilo aunque se experimentase la mayor repugnancia. O en L’Etranger de Camus: En suma, el condenado se veía en la obligación de colaborar moralmente; era su interés el que todo marchara sin tropiezos, (ambos cit. en 1986:81); es la actitud de ese extranjero incomunicado por y ante lo hostil.
La sociedad cerrada de masas nos lleva a ejercer una auto-agresividad respecto a cualquier actitud de defensa personal. Con Marx afirmará: El resultado es que el hombre se siente ahora libre sólo en sus funciones bestiales, en el comer, en el beber y en el engendrar, si acaso en poseer una casa, en su cura corporal, etc., mientras que en sus funciones humanas sólo se siente convertido en bestia. Lo animal se hace humano y lo humano se vuelve animal, conocida cita de los Manuscritos de 1844. O la voz del Eurípides de Las Fenicias: ¿En que consiste, y qué tiene de desagradable el peor inconveniente ...digno de esclavos?: callar su propio pensamiento. En ese abismal sentimiento inmerso en el ennui baudeleriano, el fastidio o aburrimiento, en la apacible nausea es a donde se dirige, visto desde el existencialismo, en el estadio de la incomunicabilidad, el hombre mediocre de masas. De Moravia cita: El fastidio no es sino la incomunicabilidad e incapacidad de superarla....y la falta de relaciones conmigo mismo...la única persona en este mundo de la cual, por demás, no podía deshacerme, (La Novia). Esta incomunicabilidad individual, de ese individuo-número/cifra a lo kafkiano, está presto a encontrar un dictador, político o espiritual, que gracias a esa unilateralidad y estéril co-presencia, vendrá a manejarla como un instrumento sistemático de dominación (1986:81s), eso decía entonces, hoy más actual que nunca no puede ser en nuestro Estado militarizado.
Es por ello que AP nos arroja la insoslayable contradicción de enunciar que tales medios vienen a ser medios de comunicación de masas; tal flagrante contradicción terminológica debería proscribirse. Si son medios de comunicación el receptor no puede quedar reducido a la pasividad de la masa. En definitiva, sólo estamos en presencia de medios de información, en donde se da implícitamente el tratamiento de masas a aquellos receptores usuarios. Si los canales artificiales son de comunicación no pueden silenciar ni al individuo ni a las masas, que son a los que se dirigen esas baterías informativas, y deben abrir todo bloqueo a la capacidad interlocutora sin sesgarla.
Por otra parte, afirma algo que no deja de llamarnos la atención, me refiero a la previa direccionalidad hacia dónde pudieran, hasta cierto punto, estar apuntadas las nuevas tecnologías de la información: debido al principio de: no puede haber una relación de comunicación que masifique, gracias al hecho participativo comunicativo, en donde previamente las partes dadas tendrían los mismos chances de información/comunicación previos sobre el tema a tratar. Lo usual es llegar a interpretar como un hipócrita encubrimiento de la vertiente informativa bajo el manto de un término ennoblecedor, es decir, el de comunicación, (1986:85).
Contaminación mediática
“Sólo en el genuino hablar es posible el genuino callar, pero callar no quiere decir mudo”.
Heidegger, Ser y tiempo
Uno de los primeros intentos en abarcar en nuestro país una relación entre contaminación informativa y medios la encontramos en la obra de AP. Halla un paralelismo entre los problemas de información y los problemas de ecológicos, teniendo ambos el común denominador de la contaminación. En el caso de los medios la contaminación vendría a ser el precio que tenemos que pagar inevitablemente por una abundancia equivalente en el reino de la cultura a los smogs, los ríos cubiertos de jabón o lagos muertos por carencia de oxigeno.
La contaminación cultural se hace presente por la existencia y uso del medio; puede venir por una abundancia o por una carencia pero sin tener presente los fines de sus propios límites por parte del usuario: sufre una degradación de la armonía comunicacional. De aquí deriva el ineluctable grado de contaminación mental gracias a la presencia compulsiva y dirigista de los medios masivos; de una pobreza respecto a la necesaria pluralidad de voces y de perspectivas informativas y comunicativas gracias a una civilización rica por la opresión de sus monopolios, nos arguye AP, (1985:277). Este programa de acción para el usuario de los medios implica una comprensión de la esencia óptima de la comunicación humana: que viene dada por comprender el sentido comunitario o de auténtica reciprocidad. Tener ideas claras acerca de lo que debe ser negado, saber rechazar el uso que se nos impone al comprender su carácter nocivo, o en palabras de John Coundry, los medios como ladrones de nuestro tiempo que nos retienen para lograr otras realizaciones de nuestra personalidad. Por supuesto no se trata de un regreso al mito romántico de la vuelta a la naturaleza, adentrarse en un subjetivismo aislacionista y separarse por entero de la constelación mediática que nos rodea, convirtiéndonos en ilotas mediáticos. Se trata de saber darles su uso requerido a nuestras necesidades en tanto individuo y ciudadano de un territorio y del mundo. Más que paraísos a conquistar es deslastrarse de infiernos de idiotismos simbólicos e icónicos que pueden evitarse a partir de nuestra elección como usuario de los medios. Desentrañarse de lo negativo comunicacional: del efecto contaminador de los mensajes.
Los modelos ecológicos nos pueden ayudar para comprender los aspectos negativos de la comunicación, ampliando las posibilidades metodológicas de un pensamiento crítico e introduciendo nociones que, como la de contaminación, se nos iluminan ciertos aspectos de la dinámica social de las comunicaciones conocidas hasta ahora sólo desde la sociología, política y economía de los medios.
Es así que nos afirma que la verdad axiomática y válida de los conceptos de desarrollo y de subdesarrollo vienen a ser el haz y envés de la misma moneda y su relación se constituye por mutua interdependencia. Y ello dirigido como un caso sintomático de subdesarrollo en las comunicaciones. Si bien antes podíamos hablar entonces de una mayoría de personas que en los países del continente recibían una amplia contaminación cultural mediática, hoy no es menos gracias a la expansión de los mismos instrumentos de comunicación. ¿Ante este caso cómo obrarían los ecólogos? En determinar la dosis en el biotopo electrónico/virtual del elemento contaminante y llevarlos a niveles de cierta normalidad. Y en ello estaría el conocer la dosis de desinformación, subinformación, de hiperinformación o información que sufren los países. Estudiar los efectos de la información y sus consecuencias al estar habituados el público a tales estímulos masivos. Todo ello como una necesidad para pre-establecer hasta qué punto el hábito de recibir dosis minúsculas o masivas puede haber fijado aquellas predisposiciones que son parte integrante y decisiva del verdadero efecto, (1985:283). Se trata de emprender un estudio de la economía de los efectos comunicacionales en tanto contaminación cultural. El de una convivencia obligatoria entre centros de producción de la industria cultural con los centros de consumo vendrían a producir, por ejemplo, la satelización de la gran periferia en torno al centro hegemónico, (idem); hecho que contrae para nuestro autor una única y precisa fuente de contaminación y control cultural e ideológico, aspecto por lo demás de lo más común en la actualidad; presente en toda la periferia de los países subdesarrollados comunicacionalmente, contaminados y careciendo de una conciencia colectiva autónoma del problema: quedamos inmersos en nuestra conciencia normal que es la única que nos provee, según AP, la alienación comunicacional.
Tales fenómenos contaminantes inducidos por las fuertes dosis de programas e información basura de las comunicaciones de masas no vienen a formar precisamente manchas de aceite flotando y presentes dentro de la polución de la bio/iconosfera mediática. Ellos presentan un efecto centrífugo pues se acumula mayores cantidades de escoria y de elementos contaminantes en la periferia de la gran industria cultural, (1985:284). Un caso al que da atención es la fachada de nacionalismo casi histérico de los teledifusoras locales. Todos están condimentados con enormes cucharadas de folklore y de patriotismo en todos los manjares enlatados que difunden, pero ello termina con la labor del antinacionalismo sistemático que vendría a llenar los cuatro quintos del espacio que media entre el himno nacional de apertura con el himno de nacional de clausura de los programas, (idem:285). Se llega a la conclusión que la industria cultural privada y pública de comunicaciones nacionales vendrían a ser una drástica negación del multiculturalismo y de la pluralidad de voces ahogadas por las loas al consumismo y al status: la publicidad es la encargada en confirmar toda esta obra: la ley es sólo se retransmitirán programas que vendan; por ende, bajo esta lógica toda obra de Shakespeare está prohibida y sólo, como bien sabemos, los reality shows o las tradicionales soap-operas tendrán cabida en nuestro espectro ambiental mediático proporcionando una buena dosis de contaminación programática en beneficio del marketing (comercial o político inclusive): es lo que quiere el público, nos dirán.
Una pequeña panacea sería la creación de medios públicos altamente competitivos en calidad de programación, mas no puestos al servicio de los caprichos doctrinarios e ideológicos del gobierno de turno. Su existencia se debería ser dada por el canal del Estado y no de un partido-gobierno, hecho realmente utópico en un país de clientelismo populista. Podemos finalizar este segundo trabajo a la obra de este autor con sus propias palabras: Esto demuestra que incluso en el sentido de una imperfecta descontaminación, el ejemplo metropolitano no funciona ya más, y que los fenómenos centrífugos que se señalaban transfieren a la periferia verdaderamente sólo lo negativo y las escorias, el veneno y no el antídoto, (1985:289).
Pasquali, Antonio, -- -- : La Moral de Epicuro. Tiempo Nuevo. Caracas.
1967: El Aparato Singular. FES-UCV, Caracas.
1986: Comunicación y Cultura de Masas. Monte Avila, 1ºed.:1972,
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1985: Comprender la Comunicación. Monte Avila, 1ºed.:1970.
Caracas.
1991: La Comunicación Cercenada. Monte Avila, 1ºed. 1990.
Caracas
1991: El Orden Reina. Escritos sobre comunicación. Monte Avila.
Caracas.
1998: Bienvenido Global Village. Monte Avila. Caracas.
[1] Este texto fue publicado antes en la Revista Comunicación, Centro Gumilla y UCAB, Caracas, Venezuela.