viernes, 1 de agosto de 2008

Para una genealogía del dolor


Para una Genealogía del dolor
David De los Reyes






En el mundo mítico griego se pudiera incluir a la diosa Demeter como aquella en la que el dolor ha determinado el curso de su vida. Recordemos su caso: Deméter, en la mitología griega, representa, en primera instancia, como la diosa de los granos y de las cosechas, hija de los titanes Cronos y Rea. Pero el dolor en su vida comienza por el amor a su hija y la separación de ella, cuando Perséfone es raptada por Hades, dios del mundo subterráneo. Aquí comienza el dolor de Deméter el cual fue tan grande que descuidó la tierra; impidió, por su abandono, que crecieran las plantas y el hambre devastó el universo. Consternado ante esta situación, Zeus, el regidor del mundo, pidió a su hermano Hades que devolviese Perséfone a su madre. Hades asintió, pero antes de liberar a la muchacha hizo que ésta comiese algunas semillas de granada que la obligarían a volver con él durante cuatro meses al año. Feliz de reunirse de nuevo con su hija, Deméter hizo que la tierra produjese flores primaverales y abundantes frutos y cereales para las cosechas. Sin embargo, su dolor retornaba cada otoño cuando Perséfone tenía que volver al mundo subterráneo. La desolación del invierno y la muerte de la vegetación eran consideradas como la manifestación anual del dolor de Deméter cuando le arrebataban a su hija. Deméter y Perséfone eran veneradas en los ritos de los misterios de Eleusis.
Pero si el dolor no escapa a los dioses menos aún a los humanos. El dolor existe como uno de los afectos fundamentales de todo ser vivo. En el caso del hombre es lo contrario y complemento del placer. Para saber más de ello se nos remite a nuestra experiencia personal con nuestro cuerpo; imposible que nadie lo haya experimentado. Los filósofos antiguos han señalado que el dolor del alma es el sufrimiento, y sin duda la mejor forma de conocer dicho estado es experimentándolo en sí mismo. El dolor es mucho más que una sensación penosa y desagradable; es una sensación imborrable de la memoria y se impone de un modo absoluto, separándonos de todo posible bienestar.
Por otra parte encontramos que la filosofía, a partir de una perspectiva clínica, se comprende como un estudio del pensamiento sobre este tema en tanto terapia del lenguaje (Wittgenstein) por una parte y, por otra, a los trastornos de conducta y de afección moral y física del individuo en relación al dolor en tanto reflexión filosófica, lo cual ha estado presente desde Hipócrates a Bonica (1990), lo que nos muestra que la filosofía ha venido abordando diversos temas no tradicionales del conocimiento filosófico desde una apertura transdisciplinar epistémica semántica y terapéutica clínica. Es por lo que hemos querido acercarnos al concepto del dolor dentro de la evolución de la filosofía occidental a partir del “cuido de sí” (Platón: Alcibíades o de la naturaleza humana) presente en toda una filosofía clásica griega y helénica. Por otra parte encontramos que la ciencia actual aborda al dolor desde una visión positivista, determinista y localista, y pocas veces es tomada desde un contexto reflexivo y humanista más amplio y de conjunto. Por lo que al dolor se estudia como un fenómeno sensorial complejo, que implica más la dimensión corporal que la “espiritual” o subjetiva, cuyo umbral y tolerancia dependerán de múltiples factores individuales y colectivos: desde la constitución genética y psíquica de la persona hasta los aspectos culturales, es decir, religiosos, políticos y filosóficos en el ámbito ideológico. Aspectos que se proyectan hasta el contexto familiar, social y médico en que se desarrolla el sujeto.
Por lo anterior, siendo el dolor físico y psíquico, en todas las épocas, una de las sensaciones negativas más inalterables a la existencia del hombre, hemos querido que nuestra investigación tenga como finalidad indagar y reflexionar ética y estéticamente sobre el discurso filosófico que tenga en cuenta al dolor. El dolor como la capacidad y la intensidad que tiene el hombre no sólo de soportarlo en forma moral y corporal, sino su aceptación y expresión simbólica estética y filosófica como promotor de acciones límites y su eliminación, enmascaramiento o aceptación dentro de la condición humana.
Lo que intentamos en nuestra investigación será indagar una aproximación al dolor como valor y significado de vida que posee una genealogía de enfrentamiento u ocultamiento, superación o aceptación en tanto praxis física y psíquica terapéutica, estética, artística, pedagógica y hedonista. La genealogía es, pues, un enfoque del origen y nacimiento de dicho concepto, pero también expresa la diferencia o la distancia de ese origen, sus mutaciones y evoluciones. Se trata de un desciframiento de la “escritura jeroglífica” (Nietzsche), del pasado y presente moral acerca del dolor en la humanidad e intenta hallar bajo qué condiciones los hombres inventaron simbólica y significativamente los juicios de valor filosóficos y científicos acerca del dolor (y su contraparte: el placer y la búsqueda del florecimiento del ser o eudaimonía), y qué valor poseen en conjunto y sus prescriptivas de superación.
En principio nuestro espacio epistemológico parte de tres puntos más específicos que son, a saber:
1.- Conocer e interpretar los textos clásicos de la filosofía que desde la antigüedad a la postmodernidad abordan esta temática.
2.- Caracterizar y comprender el enfoque terapéutico filosófico del "cuido de sí" u "ocuparse de sí" (epimeleia heautou), presente en la filosofía platónica (Alcibíades o de la naturaleza humana) y la evolución en la filosofía occidental como ascesis, ejercicio para la superación del dolor individual y subjetivo (Foucault y Naussbaunn).
3.- Desarrollar una genealogía del dolor rastreando y exponiendo sus variantes, similitudes y variables desde los orígenes de su aparición, en tanto reflexión de valor, hasta sus alcances en los distintos discursos temáticos en distintas disciplinas filosóficas, científicas y humanísticas. Con ello buscamos llegar a una interpretación y aproximación en términos morales, estéticos, filosóficos y terapéuticos acerca de esta sensación y enunciado.
En nuestro presente el fenómeno del dolor lo experimentamos como una realidad cotidiana y permanente tanto en el ámbito individual como social. La manifestación diaria del fenómeno del dolor se nos presenta y representa en forma continua no sólo en nuestras vidas individuales sino también a través de imágenes y discursos dentro de los medios de comunicación, constituyendo un imaginario social permanente del dolor. Debido a ello se ha llegado a calificar esta situación social y personal como una especie de “epidemia”, el 75% de la población continental se encuentra afectada por dolor de manera permanente, (ver “Declaración de Bogotá”, 23 de mayo 2003). De esta urgencia ha surgido el interés de investigar este fenómeno en el campo filosófico hermenéutico de la conformación genealógica evolutiva del concepto. En la filosofía antigua (periodo griego y helénico), por ejemplo, encontramos su pertinencia en la obra de sus más importantes representantes. En Hipócrates en su obra médico-filosófica (“Sobre las enfermedades”), la localización, intensidad e irradiación del dolor sirve de ayuda para la realización del diagnóstico y tiene un valor pronóstico. Platón, en varios de sus diálogos (“Fedón o del Alma”, “Filebo o del Placer”, “Alcibíades o de la Naturaleza Humana”) lo concibe como una experiencia emocional del “alma”. Aristóteles en su obra (”Tratado del alma”, “Ética a Nicómaco”, “Gran Ética”, “Del Sentido y lo Sensible”) considera al dolor como un aumento de la sensibilidad de cualquier sensación, pero en especial del tacto; comprende que no sólo afecta al cuerpo sino también al alma (psique). Epicuro (“Carta a Meneceo”), desarrolla una filosofía que tiene como fin evitar el dolor a partir de una ascesis filosófica permanente, que se basa en aceptar y practicar una ética basada en los placeres simples y en resistir y evitar al dolor, pues este vendría a romper la armonía del ser (García, 1981). La escuela cínica desarrolla la autonomía corporal y la risa como estrategia contra los sufrimientos. Los estoicos enfrentan al sufrimiento y el dolor a partir de la idea de apathia. Areteo de Capadocia en su obra “De las causas e indicaciones de las enfermedades agudas y crónicas” atribuye la insensibilidad a una extremada densidad de los tejidos y el dolor surge debido a cambios patológicos de temperatura que reducían su densidad haciéndolos insensibles. Demetrio el Cínico (Ver: Séneca: “De Beneficiis”) comprende la superación del dolor a partir de una tekne tou biou, de una técnica de vida, en tanto autoconocimiento de sí. Galeno advierte en sus escritos la importancia del estudio del dolor (Moreno, 1982:;2:3-24), llegando una compleja teoría de la sensación en la cual el centro de la sensibilidad era el cerebro.
Adentrándonos en la postura platónica encontramos que en el diálogo Filebo se nos presenta su concepción del placer a partir de una postura fenomenológica del tema. No se puede hablar del placer sin la contraparte, es decir, el dolor. Dolor y placer pareciera que siempre van juntos; ambos elementos coexisten en todo ser vivo; coexistencia que se debe a la esencia misma del deseo, el cual es una tendencia del alma al lado opuesto actual del cuerpo, que es el dolor; el deseo surge por la carencia, por el dolor y la necesidad de restaurar la tranquilidad a través del placer. Pero placer y dolor pertenecen al género de lo ilimitado y connotan el más y el menos. En un principio acude a la teoría médica de replecion-evacuación, mostrando que la mezcla de lo ilimitado y lo limitado es lo que constituye la armonía vital. El quiebre de tal armonía nos adentra al dolor; su restauración es el placer o lo que acompaña al placer. Este placer/dolor es la explicación dada en relación con el cuerpo.
Su concepción del alma nos permite obtener cierta previsión al respecto. El alma tiene la facultad de saber anticiparse al placer o al dolor venidero. Ello se debe gracias a la conciencia del recuerdo o memoria. De esta manera sabemos de qué forma el alma conoce como está afectada la corporeidad a la que pertenece. El alma puede llegar hacernos revivir la reminiscencia del placer y del dolor. De la memoria nace el deseo, el cual es el estado contrario al que vive en el presente. El deseo remite a una carencia revivida; sólo es posible por el alma, por la memoria y el recuerdo; el cuerpo, que habita en lo inmediato, según Platón, no tiene deseo, no llega a relacionar carencia corporal con deseo, dolor corporal con placer. El cuerpo, no tiene memoria según su mirada eidetica; el alma es la que tendrá dicha capacidad. El alma, por hacer posible la reminiscencia, es depositante del deseo. En el alma puede coexistir un dolor actual y un placer anticipado. Como ello puede la coexistencia de la contaminación, la interacción y falseamiento y por tanto darse la existencia de falsos placeres y falsos dolores.
De esta posibilidad de la falsedad de este dúo placer /dolor se pasa al argumento de que el placer es sólo cesación del dolor. Tal tesis hedonista es falsa; pero tiene el germen de todos aquellos que sostienen un hedonismo radical como es la postura de Filebo. Se juzga el carácter y la naturaleza del placer por su manifestación más intensa y violenta. Y esta se encuentra en los enfermos y en los libertinos. S. niega que el placer pueda sólo pensarse que sea cesación del dolor. Y argumenta que muchas veces los placeres se encuentran falseados, bien por ser que arrastran el dolor o porque se puede confundirse con intervalos oscilantes que son pausa entre dos estados vitales. Tales placeres falsos o impuros se le opondrán los puros y verdaderos, comedidos, los cuales representan un verdadero goce sin que su ausencia nos cause angustia. ¿Cuáles son? Las formas bellas, colores bellos, sonidos bellos, olores agradables y, por encima de todo, el placer del conocimiento, lo cual no conlleva ningún hambre dolorosa y no tienen sombra de algún sentimiento penoso de vacío. Los falsos placeres es una permanente hambre insaciada. A partir de ello surge la posición de una vida de paz o tranquilidad ideal la cual estará por encima del placer y del dolor, que sólo obtendremos por los goces del conocimiento.
En Aristóteles podemos encontrar en el libro VII de su Ética a Nicómaco planteamientos variados al respecto pero sólo queremos tocar uno aquí por la premura del tiempo. El estagirita afirma, igualmente, que el estudio del placer y del dolor incumbe al individuo que estudia en filosofía la política (1152ª), puesto que esta actividad y realidad es quien fija, como un arquitecto, la meta en que pondremos los ciudadanos la mira para determinar de manera absoluta que una cosa es mala o es buena. Por tanto, el examen de los placeres y los dolores encontrados en las voluntades de los ciudadanos son foco de atención para la política pues ésta dictaminará qué se puede juzgar como acción aceptable en relación a la intensidad y tipo de placeres y dolores permisibles en el contexto político. Aristóteles nos advierte de ello ya que todas las disposiciones morales, virtuosas o viciosas, se reducían a referían al dolor o al placer. La voz del hombre común está asociada que una vida feliz es placentera, y ese es el bien que aspiran a obtener dentro de su vida social; para otros encuentran que el bien en sí no tiene nada que ver con el placer, esta opinión es la que refiere a la escuela cínica de Antístenes. Para unos algunos placeres pueden ser considerados como bienes, si bien la mayoría de ellos son males. Una última opción se nos presente, de cara a la política, que aun cuando todos los placeres son un bien, el bien supremo no podría ser el placer (1152ª).
En Aristóteles encontramos, una vez más, toda una reflexión dialéctica entre placer y dolor. Para comenzar se nos advierte que habrá placeres que son necesarios, como son aquellos referidos a la alimentación y a las necesidades sexuales, en general todo aquello que se refiere a la vida del cuerpo y en lo cual se da o intemperancia o de un uso sabio (1147b). Pero el hombre sin elección deliberada busca la demasía en los placeres y huye con exageración las impresiones dolorosas del hambre, la sed, el calor, el frío y todo lo que interesa el tacto y el gusto, con la condición de que obre en contra de su elección deliberada y contra su intención (1148ª), lo cual todo ello lo convierte en un hombre desprovisto de dominio de sí; no escogen deliberadamente su género de vida.
El dolor no será ni un mal ni un bien si el placer mismo no es un bien. Y si ello es así, ¿por qué huir del dolor? Aristóteles termina diciendo que la vida de un hombre honesto no será más agradable que otra, a no ser que se conceda que (sus) actividades distintas suyas son también agradables (1154ª). Hay una condición moral determinante en todo esto y es que el hombre malo tiende un exceso de placeres corporales; si bien podemos sacar placer de muchas actividades no todos saben mantener un justo medio al respecto. En relación al dolor no se huye al exceso sino al mismo dolor; el dolor no es lo contrario al exceso del placer. Hay quienes buscan los placeres del cuerpo en razón de su violencia y no pueden complacerse con otro tipo de placeres (1154b); en tales personas se produce en ellos una sed inextinguible. Esta conducta no es del todo reprobable cuando tales placeres no corren el riesgo de causar daño, sólo debe evitarse cuando ello ocurre. Tales personas no conocen otros placeres que sean capaces de satisfacerlos y para la mayoría, los que carecen de dolor o de placer resulta naturalmente penoso; el placer les expulsa la pena y ello es lo que termina haciéndonos intemperantes y viciosos.
Los placeres que no connotan dolor no pueden presentar excesos. Son naturalmente agradables de manera accidental, como aquellos que nos curen una dolencia pasajera gracias a la colaboración de la parte permanente sana en el cuerpo. Este tipo de placer agradable es la que produce el efecto de una naturaleza intacta. Esto es lo que refiere Aristóteles respecto al placer y al dolor, al dominio de sí y su falta, a los estados que connotan lo bueno o lo malo para la vida.
En la Escuela Cínica propone otra perspectiva que vendrá a defender la autonomía del individuo por encima de todo y, por supuesto, de la superación del sufrimiento inútil. En su ejercicio de dominio de sí entienden que la felicidad (eudaimonía), debe mantener una relación armónica con el mundo, tratando que lo real sea menos un obstáculo que una compañía circunstancial. No se puede obtener el éxito sin una preparación previa; el entrenamiento nos da la libertad y el poder superar todo. La felicidad, antes de hacer esfuerzos inútiles, se exige seguir la norma de la naturaleza pues ella nos provee de separarnos de la infelicidad a causa de nuestra propia estupidez. Evitar esfuerzos inútiles e inconducentes, como los que sólo persiguen la ostentación y el exhibicionismo. Economía de esfuerzos, simplicidad de vida. Nuestras acciones deben ser guías para ello, obteniendo con ellas beneficios inmediatos para nuestro fin real, que en este caso es la búsqueda de la autonomía y la distensión del sufrimiento inútil; las acciones nos deben conducir a una teleología de la liberación de nuestra propia alienación. Este ascetismo carnal y placentero es una meditación primordial para su conducta. Este se basa más en un ascetismo del cuerpo y en una la liberación del alma. Con el ejercicio del cuerpo llegamos a ser capaces de asegurar la soltura de los movimientos que apuntan a realizar actos virtuosos; ambos son consustanciales en este ascetismo; la buena forma como la fuerza son requeridos tanto por el cuerpo como por el alma. Es por lo que para obtener una buena vida sin mayores sufrimientos y dolores habrá que tener un dominio del cuerpo, de sus posibilidades, de sus capacidades y de sus límites. El cuerpo es el instrumento para ejercitarse en obtener una armonía con lo más natural que poseemos; nuestra naturaleza está instalada en nuestro propio cuerpo y es por ello que no podemos dejar de observar cierta preocupación de sí respecto a su cuido y satisfacción (Onfray, 2002. p.65s).
Epicúreo tendrá otra propuesta que se acercará a esta última escuela pero manteniendo cierta atención a las ideas aristotélicas al respecto para comprender que el retiro de la vida pública es necesario para alcanzar cierta tranquilidad del alma. El principal objetivo de esta filosofía estaba dirigido a lograr la tranquilidad; esto ya lo había propuesto Demócrito (Frag. IX,45) que había llegado a la tranquilizante conclusión de que la clave de la vida está en la serenidad anímica o euthymía, condición distinta a la hedoné o placer en el sentido tradicional. El placer es un bien, es el principio y fin de la vida del bienaventurado. En DL se encuentra citado su libro El fin de la vida de la que extrae la frase yo no sé cómo puede concebir el bien, si quito los placeres del gusto y quito los placeres del amor y los del oído y de la vista. Además el comienzo y la raíz de todo bien es el placer del vientre; incluso la sabiduría y la cultura deben referirse a este, el yantar y sus variaciones vendrían a ser un centro de atención como fuente de placer y, por tanto, de bien y tranquilidad para el hombre. Resulta extraño leer esto de quien la mayor parte de los días estuvo, por lo que conocido, alimentado frugalmente, y muchos días sólo a pan y agua.
Creo que con lo expresado hemos apenas presentado un bosquejo del interesante tema del dolor para la filosofía. Queda ahora ahondar aún más en cada una de estas escuelas y la evolución que tomará este concepto y realidad dentro de los periodos restantes del pensamiento, trabajo que nos dará para volver más de una vez a su lectura ante Uds.
Sólo queda darles las gracias por su paciencia mostrada y la atención prestada.


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La Medicina griega y su influencia en la filosofía antigua


 David De los Reyes


La profesión médica es determinante para la filosofía entre los siglos V y IV a.C. Platón da cuenta ampliamente de ella en su obra. La medicina es una referencia obligada en muchas de sus páginas. ¿Ello por qué? El médico aparece como un representante de una cultura especial, de un alto refinamiento metódico y es la encarnación ética profesional ejemplar por descansar su saber sobre un fin ético de carácter práctico, pues si bien contiene un saber teórico, no deja de inspirar un saber práctico para la construcción de la vida humana y su reparación y mejoramiento físico. Jaeger afirmó que la filosofía ética de Platón no hubiera sido posible sin el desarrollo y los procedimientos de la medicina pues será la más afín con la ética; está presente no sólo en la filosofía socrática sino también en la de Platón, en Epicuro, en la de Aristóteles como en las otras escuelas derivadas de éstas. Sin embargo, la medicina moderna y actual nada tiene que ver o si acaso muy poco con la práctica médica antigua.
Esta coalición entre medicina y filosofía se debe a que la cultura griega tenía un interés peculiar de formar tanto el cuerpo como el espíritu. Tal situación se nota simbolizada en el afán de la gimnasia y la música para la formación del cuerpo y, paralelamente, la formación espiritual a cargo de la filosofía.
Sin embargo ya Homero la elogia (Iliada 11,154) al decir que vale por muchos otros hombres el arte del médico.
El hecho que los filósofos jónicos se preguntaran por la causalidad de los fenómenos de la naturaleza hizo que la medicina igualmente adquiriese tal inscripción metódica para su proceder. El concepto de naturaleza (fusis), fue determinante para dicha ciencia. Filósofos antiguos jónicos como Anaxágoras y Diógenes de Apolonia asimilan a su pensamiento los conocimientos de medicina, especialmente de fisiología, (también estuvieron influenciados por ella Alcmeón, Empédocles e Hipón).
Hipócrates, del siglo VI a.n.e. es visto por Platón como la personificación de la medicina por antonomasia, igual Aristóteles que lo invoca como prototipo del gran médico.
Empédocles derriba las barreras divisorias que hay entre filosofía y medicina, entendiendo a esta como una conciencia de las relaciones, sujeta a leyes, del organismo frente a los efectos de las fuerzas que se basa todo proceso de la naturaleza y la existencia en el hombre de un estado normal ante los embates de las enfermedades. En el caso de este filósofo nos encontramos que sus teorías médicas tienen que ver directamente a sus éxitos como médico práctico. Su teoría de los cuatro elementos va a ser fundamental dentro de los siguientes siglos para la medicina (lo caliente, frío, seco y húmedo). Vemos que las concepciones físicas de la filosofía mezclarse con la concepción de las prácticas médicas, hasta alcanzar una teoría de los humores (cumoi) básicos.

En el Gorgias Platón (464B ss.) expone sus reflexiones sobre el arte médica. La techné consiste en conocer la naturaleza del objeto destinado a servir al hombre y que, por tanto, sólo se realiza como tal saber en su aplicación práctica. Jaeger afirma (1974:804) que para Platón el médico es aquel que procede en base a lo que sabe de la naturaleza del hombre sano pero que conoce igualmente lo contrario a éste, o sea, al hombre enfermo y su fin es proceder con los medios adecuados para restituirlo a su estado normal. Inspirado en ello conmina al filósofo hacer otro tanto con el alma del hombre y su salud; éste ensayará concebir un terapéutica del alma, que tiene en común con la ciencia del médico el que ambas derivan sus enseñanzas del conocimiento objetivo de la naturaleza misma, en el caso del médico, de la naturaleza del cuerpo, en caso del filósofo, del conocimiento de la naturaleza del alma (psique). El estado normal del cuerpo lo nombra el médico como salud, en filósofo aborda al alma desde la ética y la política.
Exige para el arte médico (Fedro 270d) una nueva retórica que encauce al alma y al cuerpo del hombre hacia lo que es verdaderamente mejor para él. La medicina ayudará al filósofo a resolver el problema de cómo el individuo ha de encontrar la verdadera pauta de su conducta, enseñándole a descubrir el comportamiento ético adecuado como un justo medio entre el exceso y el defecto, por analogía con una dieta física sana (Jaeger 1974:807).
La ética, como lo ha dicho Aristóteles, versa sobre la regulación de los impulsos humanos, del placer y el dolor, ello termina en la postura del tes mesontes, es decir, del justo medio, entendido no como un punto matemático fijo o como un centro absoluto de la escala, sino como el medio justo para el individuo de cuya conducta se trata. El comportamiento ético es la tendencia a centrarse en el justo medio para cada cual, es decir, entre lo mucho y lo poco (Aristóteles E.N, x, 10, 1180 b 7).
La concepción aristotélica del justo medio emplea una terminología sacada de la medicina, como son los conceptos de exceso y defecto, del punto medio y de la medida justa, el del centrarse y el de tacto seguro (aistesis), el rechazo de una regla absoluta y el postulado de una norma adecuada.
Esto nos lleva a comprender que la teoría platónica y aristotélica de la areté (virtud) viene a establecer abarca tanto las aretai del cuerpo como las del alma. Se funde una toda la teoría médica con tales posiciones filosóficas sobre la acertada terapéutica del cuerpo con la teoría socrática sobre el cuidado y la terapéutica certeros del alma.

Para ello se debe partir de un concepto de la naturaleza, el cual es omnipresente en el pensamiento de los médicos griegos. ¿Cuál es la acción medica que debe establecer respecto a lo llamado por Physis? El verdadero médico se nos presenta como aquel practicante que nunca separa la parte del todo sino que enfoca su terapia basándose en las relaciones de interdependencia con el conjunto, de la parte dentro del todo, determinando así que es la mejor forma de encontrar un tratamiento para la parte. El médico debe ser el llamado a restaurar la medida oculta cuando viene a estar alterada por la enfermedad. Es la propia naturaleza la que está encargada de implantarla pues de ella deriva la medida justa. Platón habla de la fuerza, la salud y la bellaza concretamente como las virtudes del cuerpo, las compara con las virtudes éticas del alma, que son la piedad, la valentía, la moderación y la justicia; ambos tipos de virtudes constituyen una unidad armónica. Mostrando que no hay una división realmente entre la cultura física y espiritual del sujeto; la cultura física, tal como la concebían los gimnastas y los médicos, es también algo espiritual. Se puede decir que el ideal helénico de la cultura humana era el ideal del hombre sano. El concepto de sano vendrá a extenderse como un concepto normativo universal aplicado al mundo y a cuanto vive en él, ya que sus bases, la igualdad y la armonía, son las potencias que constituyen lo bueno y lo justo en todos los órdenes de la vida.

La medicina griega observó que la intervención de un médico, en el tratamiento de los enfermos, no consiste en intervenir en contra de la naturaleza pues ésta debe adecuarse al fin que está presente en la acción de la naturaleza. Los síntomas de la enfermedad, y sobre todo, la fiebre, representan ya de por sí el comienzo del proceso de restauración del estado normal del cuerpo.
La terapia debe, pues, encauzar al propio organismo a su restablecimiento; el médico sólo debe conocer o investigar cuál será la mejor forma de intervenir en el proceso natural del organismo para encaminarlo a su curación. La naturaleza se ayuda a sí misma. Tal concepción es propia de la teoría hipocrática de la enfermedad. La naturaleza del cuerpo, como de cualquier organismo y como es todo su proceder bajo el aristotelismo físico, está encaminada a un fin y el arte de la medicina sólo se ha inventado para llenar algunas lagunas de la naturaleza. Esta postura teleológica es originaria de Diógenes de Apolonia, filósofo y medico, y es a él a quien se le atribuye la paternidad de esta teoría (Jaeger: 1974: 811). El arte médico consiste en eliminar lo que causa dolor y en sanar al hombre alejando lo que le hace sufrir. Y para ello se centra la intervención del médico en la naturaleza del cuerpo, pues gracias a ello la naturaleza logra esto por sí misma: si se sufre de estar sentado basta con levantarse; si se sufre por mucho moverse, basta con descansar; la naturaleza lleva en sí misma muchos de las prescripciones obtenidas del arte médico.
La Physis individual actúa como un ser con arreglo a un fin ontológico constitutivo y que hay que restablecer. Para cierta mirada médica antigua tenía la concepción de que toda parte de la naturaleza está adecuada a un fin, la cual se desprende de la hipótesis de la existencia de una razón (logos) divina que gobierna y constituye al mundo por completo y que, por tanto, todo está organizado de un modo racional (Diógenes de Apolonia, frag. 5, 7 y 8, Diles; ídem: 812). Los hipocráticos se separan de dicha concepción semi religiosa y metafísica, aunque comprenden y admiran que la naturaleza, a pesar de carecer de conciencia, procede de un modo absolutamente teleológico; por tanto, la naturaleza se encarga de hacer lo necesario. Hipócrates lo advirtió al afirmar que la naturaleza, aunque inculta y no haya aprendido nada, hace lo que se debe hacer (cit. Jaeger: 1974: 812).

Bibliografía:Aristóteles. 1972: Obras Completas. Ed. Aguilar. Madrid.
Jaeger, W., 1974: Paideia. F.C.E. México.
Platón, 1972: Obras Completas. Ed. Aguilar. Madrid.


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El Budismo y la supresión del dolor.

El Budismo y la supresión del dolor.


  • El camino que conduce a la supresión del dolor se llama Noble Sendero Octuple y consiste en ocho pasos:


1. Opinión pura o correcta: Cada individuo debe tener una idea clara sobre lo que quiere, o hacia donde dirige su vida

2. Representación mental pura: Consiste en enfocar toda la atención y el esfuerzo hacia aquello que nos hemos propuesto conseguir
3. Lenguaje puro: Quiere decir que hay que evitar la mentira, la calumnia, la plática inútil o el chisme. El lenguaje siempre debe revelar la verdad de nosotros mismos.
4. Acción pura: La conducta individual siempre debe ser apropiada, recta y caritativa.
5. Medios de existencia puros: Hay que evitar todo tipo de trabajos o actividades destructivas, que perjudiquen a otros o que impidan la elevación espiritual. Por consiguiente, hay que dedicarse a las labores que promuevan la vida.
6. Aplicación pura: Para alcanzar el objetivo de nuestra vida, debemos aplicar el esfuerzo necesario, constante y con firmeza. No caer en el desánimo o la apatía.
7. Mentalidad pura: Mantener bajo control todos los impulsos, instintos, sentidos, emociones o pasiones. También es observar y analizar continuamente los pensamientos, sentimientos y sensaciones físicas.
8. Meditación pura: Implica el análisis y reflexión de todas las cosas que suceden en la vida. Es el único requisito indispensable para lograr la sabiduría y la iluminación.


  • Reflexiones Budistas

1. El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. 2. Los extremos son como trampas o emboscadas; permanece en el medio, pero ni siquiera al medio te aferres. 3. Cuando no tengas nada importante que decir, guarda el noble silencio. Si no puedes mejorar lo dicho por otros, guarda el noble silencio. 4. Que cada uno de vosotros sea su propio refugio, ¿qué otro refugio podría haber?5. Todos los estados perjudiciales tienen sus raíces en la ignorancia y convergen en la ignorancia. Al abolir la ignorancia, todos los demás estados perjudiciales serán también abolidos. 6. Mente clara, corazón tierno. 7. Todas las cosas compuestas están sujetas al cambio. Porfiad con vigilancia para conseguir vuestra liberación. 8. El pasado es un sueño; el futuro, un espejismo; el presente, una nube que pasa.9. Vigilad, estad atentos, sed disciplinados,
reunid vuestros pensamientos, cuidad vuestra mente. 10. A un loco se le conoce por sus actos, y a un sabio también. Hay un apego sumamente peligroso: el apego a las opiniones. 11. En cualquier batalla pierden tanto los vencedores como los vencidos. 12. Igual que una flor bella y de brillante color, pero sin perfume, así de estériles son las buenas palabras de quien no las pone en práctica. 13. Toda enseñanza es como una balsa: hecha para hacer una travesía, pero a la que no hay que atarse. 14. La verdad es aquello que produce resultado. 15. Como una sólida roca no se mueve con el viento, así el sabio permanece imperturbable ante la calumnia y el halago. 16. Pocos entre los seres humanos son los que cruzan a la otra orilla (la de la sabiduría). La mayoría solamente suben y bajan por la misma orilla. 17. Más grande que la conquista en batalla de mil veces mil hombres es la conquista de uno mismo. 18. Si uno percibe el mundo como una burbuja de espuma y como un espejismo, a ése no le ve el Dios de la Muerte. 19. El único refugio de la mente es la atención.