lunes, 1 de febrero de 2016

Joseph Fouché o las estrategias políticas 

de la información


David De los Reyes





Joseph Fouché (Le Pêllerin 1759 - Trieste 1820)[1] es el individuo que lleva una vida intachable, buen esposo y padre,  mantendrá por largo tiempo la condición de una vida  austera y puritana; no bebe, no fuma, no tiene mayores vicios, no gasta dinero en mujeres ni en presunciones;  fue diputado de la Convención, presidente de los jacobinos, enemigo de los tiranos, regicida, republicano, Ministro de Policía, embajador, monárquico y finalmente un desterrado de su país que muere en Treveri; será el político que surge de la revolución  francesa para terminar como un consumado realista monárquico al final de su vida. Esta vertiginosa oscilación entre hombre que defenderá por varias décadas el proyecto republicano ante el orden monárquico. Es en sus andanzas cerca del poder y como representante ante la Asamblea Constituyente de la Revolución que se da cuenta la importancia que es conocer los pormenores de los individuos para controlar las decisiones y ejercicio del poder.  Es quien tendrá  conocimiento de todo lo que ocurre en el país y sus noticias siempre eran las mejores; su poder se desarrolla gracias a su laboriosidad, habilidad y observación sistemáticas, todo cayendo en un asombroso cálculo de las acciones dentro del poder gracias al uso de  informaciones secretas y privadas de los personajes públicos del momento. Sabe con detalle, conoce todos los pliegues de los sucesos gracias a la cabeza de hidra de sus informantes que forman una red subterránea para sus intereses; la información le otorga el conocimiento de la fortaleza y debilidad de los partidos y de las personas a este observador  de nervios fríos. Su aparato registrador del servicio secreto le posesiona hasta las más pequeñas oscilaciones de la política. Con él se nos muestra el modelo de político moderno en que la información le da ventaja para construir  intrigas que triunfen sobre las ideas y la habilidad sobre el genio. Es  por ello que no es él sino Robespierre, quien pondrá su cabeza ante la guillotina;  Fouché  tendrá muchas intrigas que tejer y muchos cargos que ocupar, pero siempre desde el lodo oscuro del poder; saber a la perfección el arte de callar  y de ocultarse en el momento oportuno será su gran arma diplomática y artificio político.
Robespierre pensó que la revolución se domina  con el lance de la guillotina contra todos los adversarios y los que no son de su opinión; Fouché comprendió que los tiempos de la  basta y burda violencia debían ceder a tiempos de sigiloso uso del control de los individuos gracias al conocimiento de sus miserias y ambiciones, de sus corrupciones en su actuación pública; comprende que más que una máquina de cortar cuellos es la máquina registradora de la información lo que le da una mayor amplitud  para  ejercer su dominio. Quien fija la vista ante la Medusa del Poder  jamás luego la podrá apartar de ella, el encanto perdura y el hechizo subyuga a la voluntad. Es difícil para éstos que han saboreado la miel y hiel del poder  renunciar al deleite pecaminoso de representar la teatralidad de ser la Providencia para y por millones de personas; de tener el poder sobre las  vidas humanas. Es por eso que no será servidor de nada ni de nadie; nunca consentirá  sacrificar su independencia espiritual, su propia voluntad a causa ajena.
Al pasar el tiempo entra en la escena el teniente Napoleón Bonaparte ¿y  cómo este artífice  de la sutileza política obrará? Fouché sabe más  que aquel de los mecanismos por donde se mueve la maquinaria del gobierno y su mejor fuente de información le confiará todo, le cuenta de cada carta recibida por el militar y esta fuente que será  más informada y el más leal de los espías pagados  no es otra que la propia mujer de Napoleón, Josefina Beauharnais.  Lograr estos favores no será cosa difícil. Mujer despilfarradora, desequilibrada, en constantes déficit económicos a pesar de todos los fondos que le consigue su marido para sus caprichos. Pero esos caprichos  se filtran como gotas de agua  en los gastos de esta dama  que en un año llega a comprar unos trescientos sombreros y setecientos  vestidos; sin saber que es el ahorro ni lo que cuesta el dinero ni mira por su cuerpo o su buena reputación  y que tiene momentos de largas pesadumbres, sólo el amigo Fouché puede darle los emolumentos metálicos necesarios para esos extras o excesos de su vida sin límites de gastos. La futura emperatriz le entrega a este celoso de la intriga todos sus secretos, hasta los más valiosos, como el próximo regreso de su esposo a París.
El ahora Ministro de Policía  Fouché necesita no tanto del uso de la represión física como de la psíquica. La mayor riqueza está en la información y en la modernidad política los hechos hay que hacerlos hablar, nombrarlos y transcribirlos, configurarlos y comunicarlos para  la construcción de una hegemonía gobernante.  Ante todo lo que él requiere es estar informado.  Informado no para informar a sus superiores en tanto ciudadano que ocupa un alto cargo ministerial. Su sigilo lo lleva a utilizar toda noticia silenciosamente y aguarda a los acontecimientos  para dejarlos decantar y colocar las fichas a su favor. En política más que defender verdades es construir y sostener los intereses no del Estado precisamente, sino de los grupos o de los individuos en la ampliación de sus ambiciones de poder y riqueza.
Bonaparte en su uso de la fuerza siempre pensó que para ganar se tenían que tener los cañones de su lado; el Ministro de la Policía comprenderá  que la gente se gana sobre todo con las palabras y el control.
A Fouché le gusta el juego del engaño, el deleite de la duplicidad, el encanto punzante y ardiente del doble juego, de la doble faz. Y poco a poco será conocido en los círculos parisinos. Llegan hasta escribir y montar una comedia graciosa: La veleta de Saint-Cloud, entendida y aplaudida, los nombres son pocos difuminados. Fouché, como censor público que también, pudo cerrarla por ser una parodia que atentaba contra su persona, pero poseía bastante ingenio para no hacerlo. Darle menos importancia es la mejor defensiva. Sin ocultar de ninguna manera su carácter nos muestra que no tiene carácter. En la escena de la comedia se recalca su veleidad e inconstancia y en esa recreación se le da una aureola especial. La verdad es que deja que se rían de él a cambio de que siempre le teman y lo obedezcan. Conoce que los que manejan el curso de la historia no se han basado  precisamente en un código moral. Su sino será ser siempre fiel al éxito e infiel a aquellos que se han rodeado del fracaso. Fue el hombre que siempre supo demasiado y siempre quiso saber más; una sombra gris que se arrastra tras los que andan bajo la luz del día.

En Fouché encontramos al político que supo comprende lo que significó el manejo del poder no a través de la directa violencia sino por medio del perfecto conocimiento de las posibilidades que ofrece a la política el uso de una información y sobre todo de la información privada, donde se  despliega el deseo y la ambición mezquina.
La Revolución Francesa trajo el terror, pero la evolución de la república trajo también  un saber que siguen siendo actual más que nunca: que sólo con el frío terror del filo de  la guillotina no se puede llevar a cabo la gobernabilidad de un país. Fouché comprendió que las comunicaciones, la información y la política irían ahora juntas. Su paso como Ministro de Policía de la Francia del Directorio, primero, y luego bajo el mandato autocrático de Napoleón, lo hicieron casi inexpugnable como hombre público al comprender que al nuevo sentido del poder  sólo se podía ejercer a través de la información.
La información ha sido clave dentro de todo régimen. Toda política tiene unos grados insoslayables de información y de actualización del conocimiento que se tiene del contexto temporal en que se desarrollan los acontecimientos de la sociedad. Es por ello que el paso de la Monarquía a la República no es sólo un cambio de legitimidad en el ejercicio del poder sino también un ejercicio y manejo de la información distinta. La opinión pública pasa a ser un factor determinante en el estilo democrático de la vida política. Pero las sutilezas del poder tendrán que  desarrollar una serie de actividades que  vendrán a establecer los fines y controles del poder de acuerdo a las informaciones que se obtiene de las personas públicas y de las instituciones.
Por esto es que vemos en la figura de Fouché el primer hombre moderno que comprende que la información es determinante para el moderno modo de establecer las redes intrincadas en que se manejan los actores del poder. Poder e información van juntos en la modernidad. Se queda atrás la guillotina y su terror por el manejo del temor psicológico; basta un ademán o la sugerencia gestual de  la violencia por la pantalla o por las redes sociales de hoy, en vez aplicar la violencia en vivo y en directo al cuerpo de los individuos. Es así como este personaje, salido como entre las brumas de la oscuridad y de a tranquilidad de la familia, dominará a todos los que quisieron llevarlo a claudicar como político y como hombre embriagado por la Medusa del Poder, pues todo aquel que la ha mirado de frente se encuentra de forma fascinado y petrificado para más nunca dejarse libre y de no querer estar alejado de ella.
La información para Fouché fue todo. Lo fue todo tanto en la guerra como en la paz, en la política como en la economía. El Poder, a partir de la Francia de 1799, no se fundó ya en el terror sino en la información.
¿Cuál será el primer requerimiento del poder respecto de la información? Cuanto dinero acepta cada político, por quién es sobornado o comprado y cuánto se le ha pagado. Con esos datos Fouché sabe que se le puede tener a raya, en una situación de dependencia respecto al superior. Es lo mismo respecto a la información sobre las posibles conspiraciones que se urden a la sombra de los gobiernos; saber de ellas da capacidad para abatirlos o acelerarlas, todo de acuerdo a lo que sea necesario a los intereses de quien tenga esa información. De igual manera quien tenga  por adelantado las noticias  del teatro de la guerra y de las negociaciones de la paz permite operar en la Bolsa con financieros complacientes y, como se aspira por tan buenas acciones, hacerse de un capital.
La máquina de la noticia, la cuerda de la información otorga a Fouché, este modelo de político moderno, astuto, pugnaz, matemático, un producir constantemente dinero; dinero que sirve, a su vez,  de engrase  para seguir manteniendo a esa misma máquina en plena marcha.
¿Dónde  se dirigía el ojo y oído silenciosos de Fouché? Hacia las casas de juego, los burdeles, las casas de banca; son de ellas donde fluyen  contribuciones discretas que ascienden a millones, que su mano recoge  para ser luego transformado, buena parte, en sobornos; y este trae a su vez nuevas informaciones: el soborno y la información es, para ese ejercicio moderno del poder maquiavélico en un círculo cerrado, como el de la serpiente que se chupa su propia cola. La policía, y todas las instituciones de espionaje, que no son sino grandes centros de acopio y búsqueda de información para restablecer y sostener al poder de un gobierno, no deben de perder de vista al buen y engrasado funcionamiento de esa  máquina de información.
En el caso de Fouché hay un hecho importante a destacar. Y es que sólo él tenía el control absoluto de esa máquina, su mano  poseía el rígido manejo de su funcionamiento. Conoce muy bien que es su mejor arma  esgrimida contra sus enemigos. Quien quiera llevarlo a desgracia, quien quiera despedirlo de su cargo, basta con una simple manipulación para paralizar la máquina por él creada. Esa máquina no ha sido construida ni para la Policía, ni para el Estado, ni tampoco para su amo, Napoleón. Este aprendiz a déspota  creó su obra para su propia  utilidad. No dejará filtrarse lo que él no considere conveniente para sus propios fines. Toda comunicación en sus manos será  sólo lo que él quiera comunicar, de manera egoísta y sin miramientos. Deja sólo ver lo imprescindiblemente necesario para forjar a su sombra una mayor ventaja. Es por ello que sabe cuando debe acelerar las conspiraciones o cuando las debe refrenar, o cuando provocarlas artificialmente o las descubre mostrándolas de forma estrepitosa a la opinión pública (y avisa a tiempo a los interesados para que se pongan a tiempo a salvo); desarrolla la maestría de hacer doble, triple y cuádruple juego: engañar y burlarse en todas las direcciones se convierte poco a poco en pasión.
Fouché posee la paciencia y la disciplina férrea para  quedarse  sobre horas y examinar todos los papeles y despachar personalmente cada acta. Igualmente se sabe que tomaba personalmente las declaraciones a cada acusado importante y esto realizado a puertas cerradas, en su gabinete, para que nadie, sino él, estuviera al corriente del asunto tratado.
Llega, por su persistencia, a tener a todo el país en su confesionario profano: llega a poseer los secretos de todo a un golpe de mano.
Fouché comprende el cambio que se han operado en los tiempos; es la consciencia de su tiempo. No es el hacha o la hojilla  mortífera sino la administración dosificada del corrosivo veneno psíquico del miedo, de la conciencia intranquila, del hacer sentir que se nos están de forma permanente y en todo lugar  espiando, y del saberse poder ser descubierto por los cancerberos del poder; eso es  lo que hace poseer el control de una sociedad al ponerla  a sus pies y acomodándola a sus propios fines políticos y personales.  Con ello mete el resuello  en el cuerpo de millares de seres. Es así que a la guillotina le saldrá moho y herrumbre,  como instrumento para tomar ventaja  en toda resistencia contra el Estado; es una herramienta torpe y pesada si la comparamos  con la máquina informativa que construye toda institución policíaca moderna, máquina rápida, fluida, alcanzable de cualquier  espacio, conciencia y persona. Pero para ello se requiere de una materia escasa, se requiere  de inteligencia y sutileza del ejemplar burócrata y funcionario     que fue Fouché.
El amor al poder y al dominio político hizo prácticamente de Fouché el modelo del político moderno; sale desde los fondos oscuros de la Revolución Francesa para instalarse en los cargos más conspicuos del mandato de Napoleón hasta el regreso de la monarquía francesa encarnada en Luis XVIII. Si al conocer su vida nos damos cuenta de cómo supo siempre  el momento para poner la mano y actuar, llegó a errar al final de sus días, al desconocer  el arte de todas las artes en política, la de retirarse, abandonar a tiempo. Peca por no poder quitar la mano donde la ha puesta una vez. Le encantó el placer diabólico del juego político y sus intríngulis del poder. Construye la máquina bien engrasada de recopilar información por toda la república  y funciona tan silenciosamente con sus ruedas y engranajes  que lo lleva a tener la posibilidad de elaborar noticias frescas de todo el  Imperio napoleónico.  Pero su derrota viene dada por no aprender a olvidarse de sí mismo, carece de esa voluntad de renunciamiento necesaria, tras la hazaña magistral.
Fouché es el hombre  amoral y maquiavélico perfecto. Su gran placer fue engañar a todo el mundo, atraerlos y jugar con todos, no dar seguridad a nadie, jugar a favor  y en contra de todo contrincante o amigo si la situación lo requiere para el seguir mantenido a flote; nunca actuar en función de premeditados proyectos, siguiendo el impulso de sus nervios e intuición. Será un verdadero genio de la traición, lo cual es un ingrediente esencial para la supervivencia de todo político oportunista moderno.

Bibliografía

Fouché : Joseph Fouché, duc d'OtranteMemoires. Paris, posth. 1824, Reeditado : Imprimerie Nationale, 1992.

Fouché: http://www.artehistoria.comVisto el día 02 08 05.
Tulard J.: 1988: Joseph Fouché. Editorial Fayard. Francia.

Zweig, S. 2004: Fouché. El genio tenebroso. Ed. Juventud. Madrid.
L’Heuillet, H. : La généalogie de la police. En : http://www.conflits.org/document.php?id=907. Visto el 23 de diciembre de 2012
Williams A., The police of Paris, 1718-1789, Ed. Louisiana State University Presse, Baton Rouge and London, 1979



[1] Procedente de una familia adinerada, estudia en Nantes la carrera eclesiástica. En 1792 forma parte de la Asamblea Nacional. Un año después se muestra partidario de la muerte del rey. En su trayectoria política siempre se caracterizó por unirse a los más poderosos. Una de sus intervenciones más crueles tuvo lugar en la rebelión de Vendée y más tarde en Lyon. En 1795 se retira temporalmente de los asuntos públicos, aunque mantiene su amistad con personajes influyentes. A su regreso a la vida ocupa el primer cargo en el Ministerio de la Policía, donde permaneció hasta 1802. Su carrera política prosiguió como senador. De nuevo en el papel de ministro de Policía. Finalmente alcanzaría la presidencia tras la batalla de Waterloo, desde donde brindó su apo9yo a Luis XVIII. En este tiempo se tiene que enfrentar a la oposición de los realistas que propician su dimisión.  En http://www.artehistoria.com. Visto el día 02 08 05.

Algunas ideas para pensar a la Universidad
de nuestro tiempo
Miguel Ángel Latouche[i]






I
Vivir de manera más o menos civilizada durante la Época Medieval, era vivir dentro de los límites de la ciudad amurallada. Los muros de la ciudad representan una imagen poderosa: Estos se erigen para proteger a los hombres de los embates de un mundo incivilizado y salvaje en el cual las garantías para la supervivencia individual estaban referidas a la lógica de supra- subordinación que se produce entre los siervos y el Señor Feudal como resultado de la ‘imposturas de las manos’. Institución mediante la cual se ‘cierra’ un compromiso de servidumbre que contempla, en contraprestación, la protección militar y el establecimiento de ciertas garantías para la supervivencia individual y grupal. Se definía, de esa manera, un mecanismo de salvaguarda que permitía la reproducción de la vida pública, en el entendido de que la misma se estructuraba en los mercados y en las cortes, siendo aquellos los sitios en los cuales era natural que la población se encontrase para intercambiar productos, para enterarse de las noticias cotidianas o para escuchar el mandato que se establecía desde la estructura jerárquica del poder medieval.
         En general, el medioevo es considerado como una época signada por el oscurantismo. La ruptura de la organización romana producida por las invasiones bárbaras y la desconsolidación paulatina del imperio, dieron origen a instancias ordenadoras de carácter local, cuyo poder se encontraba limitado y necesitaba ser defendido de manera permanente en medio de una circunstancia en la cual la ausencia de caminos y las dificultades de interconexión hacía que la vida en sociedad, la vida civilizada sólo fuese posible dentro de la ciudad amurallada. Los muros, entonces, garantizaban algún nivel de seguridad para quienes se encontraban dentro de sus límites, al tiempo que establecían una clara diferenciación entre quienes pertenecían, y los que no, al ámbito del colectivo que se encontraban contenido dentro de ellos. Los muros permitían una clara diferenciación entre unos y otros, no sólo hacían posible que se mantuviesen fuera quienes no pertenecían a la comunidad política, sino que también definían a quienes pertenecían a aquella.
          A lo largo de la época Medieval se produce, sin embargo, un hecho crucial para la historia de la humanidad: El conocimiento es salvaguardado y trasmitido de generación en generación mediante la reproducción manual de los libros que contenían el pensamiento del mundo antiguo. Los oscuros monasterios medievales con sus lúgubres pasillos y sus amplias salas para la meditación silenciosa, no sólo se constituyeron en ejes centrales de la intriga política y del ejercicio del poder; sino que adicionalmente se constituyeron en el refugio del conocimiento que se había desarrollado durante la antigüedad para adormitarse en el sino lejano de los tiempos, durante casi diez siglos. Cuando observamos el arte de la época, particularmente la iconografía, nos encontramos con una representación permanente acerca de Dios y acerca de lo divino, los hombres se constituían, después de todo, en función a su relación con Dios.
De manera que los hombres, en genérico, existían y eran reconocidos como seres humanos en términos de sus potencialidades en tanto y en cuanto existiese una relación identificable con Dios. La individualidad de los sujetos se diluía en el término de su relación con la divinidad y en términos del cumplimiento de su mandato. Dios era el centro del Universo. El poder político se legitimaba mediante la ‘unción’ que provenía de Dios y de la iglesia y se realizaba por vía del mandato que era proporcionado por el reconocimiento que la Iglesia de Roma hacia del mismo. Por eso, perdón por la digresión, la imagen de Napoleón tomando la corona con sus propias manos y colocándosela a sí mismo, es tan poderosa: nos está diciendo, sin que venga al caso analizar al personaje, que la legitimidad de su poder no tiene un origen divino, sino terrenal, lo que implica una ruptura profunda con la pretensión eclesiástica de monopolizar el ejercicio de la legitimación política.
         Entonces, fue, precisamente, en aquel proceso de transcripción y resguardo del pensamiento antiguo en el que se jugó la posibilidad de redescubrir el espíritu de lo humano y la esencialidad del hombre como eje central de la convivencia pública. No en vano Popper señala que la labor de las bibliotecas como recolectoras y protectoras del conocimiento humano ha sido esencial para la evolución de nuestras formas modernas de organización colectiva. Si se produjese un Holocausto Nuclear – refiere Popper- en el cual pequeños grupos humanos lograran sobrevivir y, al mismo tiempo, algunas bibliotecas se salvaran de la destrucción, los sobrevivientes tendrían la posibilidad de utilizar el conocimiento albergado en los libros y desde allí reiniciar la aventura de establecer un mecanismo civilizado para la convivencia humana. En el caso de que las bibliotecas fuesen destruidas la civilización tendría que empezar desde cero. En la salvaguarda de los textos antiguos se establece la simiente que permitió el Renacimiento.




II
         Desde el punto de vista estatutario nuestra universidad tiene un carácter Republicano. De sus orígenes medievales hemos heredado la estructura del Claustro universitario y una ordenación jerárquica que se define a partir de los sistemas de ascenso dentro del escalafón universitario. Pero de igual manera, hemos heredado un imaginario que nos ha llevado a mirarnos hacia dentro y a mantenernos distantes del mundo que nos circunda. Ciertamente, la universidad tiene la responsabilidad de resguardar el conocimiento, pero también tiene la responsabilidad de producirlo y de reproducirlo en términos de que pueda ser trasmitirlo a los estudiantes. Ese conocimiento tiene que ser relevante para el desarrollo del país, para ello debe estar actualizado, debe incorporar categorías teórico- conceptuales consistentes y tener un alto grado de pertinencia, pero adicionalmente debe proporcionarle al egresado un conjunto de herramientas que le permita insertarse de manera exitosa y competitiva en el ámbito laboral y contribuir con el mantenimiento del espacio público dentro del cual se produce nuestra convivencia como colectivo.
Ya lo decía Ortega y Gasset, la Universidad no tiene la responsabilidad de producir eruditos y/ o genios, esa es una actividad individual que asumirán quienes decidan adelantar sus vidas a lo largo de lo que Weber ha llamado ‘la ruta de los sabios’. La Universidad, sin embargo, tiene la responsabilidad de contribuir a que sus egresados adquieran una serie de condiciones que les permitan que sus vidas sean vidas relevantes en el sentido de lo que implica, como diría Sen, vivir una vida que valga la pena vivir.
         La misión de la Universidad no se circunscribe a la formación profesional que adquieren sus estudiantes, por el contrario esa función esencial debe estar complementada por las actividades de investigación y de extensión universitaria. El trabajo de la Universidad debe ‘jugarse’  en dos niveles: Hacia adentro en  lo que respecta con la consolidación de su estructura funcional y hacia afuera en lo que tiene que ver con su propio posicionamiento de cara al país. En cuanto al primer aspecto es necesario fortalecer y mejorar el funcionamiento docente, a través de la actualización permanente, del incremento de los sueldos, del establecimiento de estímulos y reivindicaciones laborales. Pero también mediante la reposición de cargos, la apertura de concursos de oposición, el redimensionamiento de las Cátedras y los Departamentos.
         Hacia afuera es necesario hacer más permeables los muros que de manera simbólica separan a la Universidad del país, esto a los fines de que la institución pueda impactar de manera más directa sobre el proceso de desarrollo del mismo. La Universidad necesita desbordarse sobre el país, impregnarlo con su ejemplo, con su capacidad de construir desde la reflexión profunda y desde la tolerancia.  La universidad es por definición un ámbito para la discusión desde el respeto, un sitio en el cual cabemos todos con las diferencias que pudieran existir, un lugar donde el diálogo debe tener un carácter permanente. Para ello, creo, es necesario establecer un mayor número de redes e interconexiones en las cuales insertarnos. La contribución sustantiva de la Universidad de nuestro tiempo tiene que ver con su propia constitución en un ámbito para la construcción de lo público, para la confluencia desde la diferencia, para la agregación cooperativa. Al igual que las bibliotecas medievales la Universidad tiene la misión de salvaguardar el conocimiento, de protegerlo y de producirlo, al mismo tiempo que se constituye en un ámbito para la construcción del espacio público y para la protección de los valores que guían nuestra convivencia colectiva.



[i] El autor es Doctor en egresado del Doctorado de Cs. Políticas de la UCV y Director de la Escuela de Comunicación Social.
Entrevista a
Zygmunt Bauman: 
“Las redes sociales son una trampa”

RICARDO DE QUEROL






9 ENE 2016 – Tomado de el País, España

Acaba de cumplir 90 años y de enlazar dos vuelos para llegar desde Inglaterra al debate en que participa en Burgos. Está cansado, lo admite nada más empezar la entrevista, pero se expresa con tanta calma como claridad. Se extiende en cada explicación porque detesta dar respuestas simples a cuestiones complejas. Desde que planteó, en 1999, su idea de la “modernidad líquida” —una etapa en la cual todo lo que era sólido se ha licuado, en la cual “nuestros acuerdos son temporales, pasajeros, válidos solo hasta nuevo aviso”—, Zygmunt Bauman es una figura de referencia de la sociología. Su denuncia de la desigualdad creciente, su análisis del descrédito de la política o su visión nada idealista de lo que ha traído la revolución digital lo han convertido también en un faro para el movimiento global de los indignados, a pesar de que no duda en señalarles las debilidades.
Este polaco (Poznan, 1925) era niño cuando su familia, judía, escapó del nazismo a la URSS, y en 1968 tuvo que abandonar su propio país, desposeído de su puesto de profesor y expulsado del Partido Comunista en una purga marcada por el antisemitismo tras la guerra árabe-israelí. Renunció a su nacionalidad, emigró a Tel Aviv y se instaló después en la Universidad de Leeds, que ha acogido la mayor parte de su carrera. Su obra, que arranca en los años sesenta, ha sido reconocida con premios como el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades de 2010, junto a su colega Alain Touraine.
Se le considera un pesimista. Su diagnóstico de la realidad en sus últimos libros es sumamente crítico. En ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? (2014) explica el alto precio que se paga hoy por el neoliberalismo triunfal de los ochenta y la “treintena opulenta” que siguió. Su conclusión: que la promesa de que la riqueza de los de arriba se filtraría a los de abajo ha resultado una gran mentira. En Ceguera moral (2015), escrito junto a Leonidas Donskis, alerta de la pérdida del sentido de comunidad en un mundo individualista. En su nuevo ensayo vuelve a las cuatro manos, en diálogo con el sociólogo italiano Carlo Bordoni. Se llama Estado de crisis y trata de arrojar luz sobre un momento histórico de gran incertidumbre. Paidós lo publica en España el día 12.
Bauman vuelve a su hotel junto al filósofo español Javier Gomá, con quien ha debatido en el marco del Foro de la Cultura, un ciclo que celebrará su segunda edición en noviembre y trata de convocar en Burgos a los grandes pensadores mundiales. Él es uno de ellos.
PREGUNTA. Usted ve la desigualdad como una “metástasis”. ¿Está en peligro la democracia?
RESPUESTA. Lo que está pasando ahora, lo que podemos llamar la crisis de la democracia, es el colapso de la confianza. La creencia de que los líderes no solo son corruptos o estúpidos, sino que son incapaces. Para actuar se necesita poder: ser capaz de hacer cosas; y se necesita política: la habilidad de decidir qué cosas tienen que hacerse. La cuestión es que ese matrimonio entre poder y política en manos del Estado-nación se ha terminado. El poder se ha globalizado pero las políticas son tan locales como antes. La política tiene las manos cortadas. La gente ya no cree en el sistema democrático porque no cumple sus promesas. Es lo que está poniendo de manifiesto, por ejemplo, la crisis de la migración. El fenómeno es global, pero actuamos en términos parroquianos. Las instituciones democráticas no fueron diseñadas para manejar situaciones de interdependencia. La crisis contemporánea de la democracia es una crisis de las instituciones democráticas.

P. El péndulo que describe entre libertad y seguridad ¿hacia qué lado está oscilando?
R. Son dos valores tremendamente difíciles de conciliar. Si tienes más seguridad tienes que renunciar a cierta libertad, si quieres más libertad tienes que renunciar a seguridad. Ese dilema va a continuar para siempre. Hace 40 años creímos que había triunfado la libertad y estábamos en una orgía consumista. Todo parecía posible mediante el crédito: que quieres una casa, un coche… ya lo pagarás después. Ha sido un despertar muy amargo el de 2008, cuando se acabó el crédito fácil. La catástrofe que vino, el colapso social, fue para la clase media, que fue arrastrada rápidamente a lo que llamamosprecariado. La categoría de los que viven en una precariedad continuada: no saber si su empresa se va a fusionar o la va a comprar otra y se van a ir al paro, no saber si lo que ha costado tanto esfuerzo les pertenece... El conflicto, el antagonismo, ya no es entre clases, sino el de cada persona con la sociedad. No es solo una falta de seguridad, también es una falta de libertad.
P. Afirma que la idea del progreso es un mito. Porque en el pasado la gente confiaba en que el futuro sería mejor y ya no.
R. Estamos en un estado de interregno, entre una etapa en que teníamos certezas y otra en que la vieja forma de actuar ya no funciona. No sabemos qué va a reemplazar esto. Las certezas han sido abolidas. No soy capaz de hacer de profeta. Estamos experimentando con nuevas formas de hacer cosas. España ha sido un ejemplo en aquella famosa iniciativa de mayo (el 15-M), en que esa gente tomó las plazas, discutiendo, tratando de sustituir los procedimientos parlamentarios por algún tipo de democracia directa. Eso probó tener una corta vida. Las políticas de austeridad van a continuar, no las podían parar, pero pueden ser relativamente efectivos en introducir nuevas formas de hacer las cosas.
P. Usted sostiene que el movimiento de los indignados “sabe cómo despejar el terreno pero no cómo construir algo sólido”.
R. La gente suspendió sus diferencias por un tiempo en la plaza por un propósito común. Si el propósito es negativo, enfadarse con alguien, hay más altas posibilidades de éxito. En cierto sentido pudo ser una explosión de solidaridad, pero las explosiones son muy potentes y muy breves.
P. Y lamenta que, por su naturaleza “arco iris”, no cabe un liderazgo sólido.
R. Los líderes son tipos duros, que tienen ideas e ideologías, y la visibilidad y la ilusión de unidad desaparecería. Precisamente porque no tienen líderes el movimiento puede sobrevivir. Pero precisamente porque no tienen líderes no pueden convertir su unidad en una acción práctica.
P. En España las consecuencias del 15-M sí han llegado a la política. Han emergido con fuerza nuevos partidos.
R. El cambio de un partido por otro partido no va a resolver el problema. El problema hoy no es que los partidos sean los equivocados, sino que no controlan los instrumentos. Los problemas de los españoles no están confinados al territorio español, sino al globo. La presunción de que se puede resolver la situación desde dentro es errónea.
P. Usted analiza la crisis del Estado-nación. ¿Qué opina de las aspiraciones independentistas de Cataluña?
R. Pienso que seguimos en los principios de Versalles, cuando se estableció el derecho de cada nación a la autodeterminación. Pero eso hoy es una ficción porque no existen territorios homogéneos. Hoy toda sociedad es una colección de diásporas. La gente se une a una sociedad a la que es leal, y paga impuestos, pero al mismo tiempo no quieren rendir su identidad. La conexión entre lo local y la identidad se ha roto. La situación en Cataluña, como en Escocia o Lombardía, es una contradicción entre la identidad tribal y la ciudadanía de un país. Ellos son europeos, pero no quieren ir a Bruselas vía Madrid, sino desde Barcelona. La misma lógica está emergiendo en casi  todos los países. Seguimos en los principios establecidos al final de la Primera Guerra Mundial, pero ha habido muchos cambios en el mundo.
P. Las redes sociales han cambiado la forma en que la gente protesta, o la exigencia de transparencia. Usted es escéptico sobre ese “activismo de sofá” y subraya que Internet también nos adormece con entretenimiento barato. En vez de un instrumento revolucionario como las ven algunos, ¿las redes son el nuevo opio del pueblo?
R. La cuestión de la identidad ha sido transformada de algo que viene dado a una tarea: tú tienes que crear tu propia comunidad. Pero no se crea una comunidad, la tienes o no; lo que las redes sociales pueden crear es un sustituto. La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad pero la red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a la gente con la que te relacionadas. La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización. Pero en las redes es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades sociales. Estas las desarrollas cuando estás en la calle, o vas a tu centro de trabajo, y te encuentras con gente con la que tienes que tener una interacción razonable. Ahí tienes que enfrentarte a las dificultades, involucrarte en un diálogo. El papa Francisco, que es un gran hombre, al ser elegido dio su primera entrevista a Eugenio Scalfari, un periodista italiano que es un autoproclamado ateísta. Fue una señal: el diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú. Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es tan fácil evitar la controversia… Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa.

Estado de crisis. Zygmunt Bauman y Carlo Bordoni. Traducción de Albino Santos Mosquera. Paidós. Barcelona, 2016. 157 págs., 16,95 euros