domingo, 1 de junio de 2008

La armonía del espíritu poético: el héroe


Theowald D´Arago


“Donde hay una hazaña inmortal el asno sólo oye truenos” Buda



Las fuerzas antagónicas son los símbolos, no de la ambigüedad como lo piensa el hombre idealista simbolizado en el platonismo de la cultura occidental, donde se niega el principio de contradicción, sino las fuerzas del verdadero equilibrio. Sin opuestos no hay verdadera armonía, a través de estas fuerzas contrarias es como surge, aparece la plenitud, LA NO DUALIDAD, el UNO, como diría el viejo Heráclito.

Todo héroe verdadero posee un destino. El sentido de su historia consiste en que, al final logre armonizar las fuerzas en conflicto mostrando por qué no es fortuito que él sea lo que es...

Por eso Hércules, Heracles significa la gloria de Hera (la reina de los Dioses), el tiempo, el devenir, llegar a ser. En pocas palabras, el héroe se inmortaliza porque triunfa con su perseverancia frente al tiempo, alcanzando así la verdadera eternidad.

Las fuerzas opuestas, “negativas”, son su mayor obstáculo, pero el tiempo le da la razón, no porque él la tenga, sino porque surge como corolario entre las fuerzas de los sentimientos y del pensamiento. Por eso, la mejor batalla es la que no se libra, para que emerja en medio de las fuerzas la verdad. Y no hay que sucumbir ante la debilidad, lo irracional, a pesar de que ello es el Talón de Aquiles que todo héroe con rostro humano arrastra, ésta es la vulnerabilidad del héroe, lo irascible; cuando éste está ya crecido espiritualmente, es la razón secreta de su existencia, cuya victoria espiritual lo conduce a la inmortalidad verdadera. “EL ACTO DE VALENTÍA ES ASUMIR LA VERDAD... EL SENTIDO”. F. Nietzsche. Y para ello nos es indispensable asumir el principio de contradicción como la contraparte de donde emerge el uno todo, la no dualidad.

De esta manera, la ética como ciencia de la verdadera armonía, del orden, de eso que Aristóteles llamó eudemonía - “felicidad”, aspira cumplir el mismo sueño, pero sin la fuerza del opuesto no hay armonía alguna, que es el acicate, es lo que da sentido a todo, a el todo, a la vida.

Los animales humanos contemporáneos (¿posmodernos?), herederos perversos del mundo grecolatino, judeocristiano no parecen tener conciencia de ello, por eso melodramáticamente su tragedia es querer abolir la tragedia como borregos, sin acto heroico alguno, pero como decía G. Bataille: “quien no muere por no ser más que un hombre, no será nunca más que un hombre”.

Ahora, más que nunca, nos es indispensable poner en escena el “mito” de ser héroes. La infancia de los héroes, es la clásica figura de lo excepcional, vencen a las serpientes, lo cual debería ser emulado por los niños contemporáneos, ya que éstas son la caricatura de los “adultos”, encargados de envenenar, en sus primeros años, el alma de los pequeños, y de nutrirlos con los demonios del tiempo (de Hera). Esa es la razón por la cual, el héroe, desde su adolescencia, se rebela, no le gusta sentirse mandado, quiere ser el único dueño de sus acciones, de sus sentimientos, solo obedece a lo que él cree, a lo que espontánea y libremente acepta. No le gusta el “poder”, ni los “poderosos”, mucho menos a los seres autoritarios, así fuere su padre o su progenitora, escucha al amigo o al sabio. No atiende a la autoridad, se deja persuadir. El héroe no es consciente de su fortaleza, por eso a veces no se mide y comete errores, pero el héroe aprenderá, que estará pleno y sereno sólo con quien desee estar, o en la más completa soledad. Es ahí donde el héroe extrae siempre fuerzas, pero debe decidir, acertadamente, utilizarlas armónicamente entre el equilibrio de los opuestos.

Lo negativo está presente con todas las tentaciones, pero el verdadero héroe es noble y bondadoso y como creador de valores que es, ya que para él no todo vale igual, piensa, no solo siente qué es lo que debe escoger. La fuerza positiva también está presente y así es como emerge lo justo...

A través de los tiempos, se han representado estas dos fuerzas con las imágenes de la seducción y el halago femenino, lo negativo y lo positivo tienen el hechizo la voz y el cuerpo de lo femenino y su encantadora e inigualable belleza. Pero lo positivo no es falso como lo negativo, ni vive avasalladoramente autoengañándose y creyendo que engaña a los demás, cuando solo lo hace consigo mismo en medio de la perversa envidia y la codicia. Su máscara, que cuando habla, milagrosamente parece que dice la verdad, se devela frente a los hechos y su miseria queda en evidencia. La nobleza y la generosidad, propio de lo positivo, es la belleza simple de ojos grandes, sin brillos ni maquillajes, y como su voz es suave, “débil” y hasta silente es difícil creerle. El héroe se mira en esos rostros como en un espejo; el bien y el mal (la mujer, lo positivo y lo negativo, serán sus enigmas, pero también lo que dará sentido y paz a su espíritu).

Muchos héroes míticos han tenido que luchar contra su mayor debilidad, contra la diosa Hera, la reina de los dioses (el tiempo) quien sólo es cólera, deseo de venganza y parcialidad; los celos la devoran en contra del héroe quien sabe guardarse de las miserias “humanas”.

El héroe encarna la antítesis de la diosa Hera, la equidad y la piedad que ella no tiene, porque es incapaz de dar, ya que su amargura en medio de su egocentrismo, al no gustarse como es, ni lo que le ha deparado su destino, le hace consumirse de envidia; sin embargo, ya Homero nos dice en el canto XIX de la Ilíada, que la mujer (el tiempo) le gana al hombre mediante la astucia, con ardides y mentiras.

Pero esos grandes poetas, esos sabios que fueron quienes elaboraron los grandes mitos de Grecia, quisieron mostrar que el rencor, la cólera, el odio no pueden producir buenos frutos y que la mujer sola no puede dar al mundo sino monstruos, o seres incompletos; el odio es estéril, únicamente el amor engendra la belleza, la armonía.

No se descubre nada, en la altanera figura de Hera, de todo el encanto, de toda la ternura de la mujer que ama a sus hijos... el bien trata de enfrentar al héroe a la realidad, para que la asuma con su imaginación creadora y dadora y la nobleza que le caracteriza... porque de no hacerlo sucumbiría frente al falso “poder”: oprimir, ostentar y explotar. El que tiene el verdadero poder, como decía el maestro Nietzsche, es creador dador, no así opresor.

El mal (el falso “poder”), como el de la reina Hera, pregona y ejerce el canibalismo hasta entre sus propios hijos. El bien predica y ejemplifica la virtud de la sabiduría, dar y recibir la solidaridad, la ayuda mutua, o lo que es lo mismo, la ética de la generosidad bien administrada.

El placer es la finalidad tanto del bien como del mal, pero los medios para alcanzarlo, hacen la diferencia. En la condición del animal hombre, “del ser humano”, y al parecer, todavía más, en nuestra cultura codiciosa, el mal quiere abolir toda contradicción para mantener su dominio. A diferencia, el bien, quien busca la armonía de los contrarios, asume y acepta la polaridad, para que emerja y fluya la verdad...

Sabemos que el mal es más eficiente, actúa con rapidez, su placer se basa en el dolor de los demás, por eso este es un monólogo, a diferencia del bien, que dialoga en la búsqueda de la verdad, en medio de las contradicciones. El emerger entre opuestos inspira la verdad del artista, del hacedor, del creador, ya que la estética y la ética, cuando de verdad se trata, se complementan, porque el lenguaje y el pensamiento, están intrínsecamente ligados al igual que el fondo y la forma, la apariencia sensible y lo inteligible. Así en el devenir, el llegar a ser, el Arte se transforma en Arte de vivir, como decía nuestro maestro Guillen Pérez: “EL ARTE ES LA RELACIÓN DIRECTA CON LA VIDA”.
Nos acota el escritor Iván Darío Alvarez, inspirador de este trabajo: “la bondad también inspira la amistad, que cuando se basa en la verdad es crítica, poco o nada competitiva, igualitaria en el punto de partida y horizontal en el punto de llegada. En la maldad los amigos son seres pasajeros que no dejan hermosas huellas en el corazón, con ellos no hay certezas, solo dudas y desconfianza. En la maldad no existe el amigo, sino el subalterno, el cómplice que nos utiliza y utilizamos.

Mil y más valores dan cuerpo a los héroes, pero lo que los hace inmortales, aparte de compartir su trono con los dioses, es la memoria de los hombres. Nada es más difícil de olvidar, a pesar de la ignorancia y de la irresponsabilidad, que su fecunda acción...”

Hera, la progenitora de Heracles, Hércules, se traga a sí misma en el devenir, pero el héroe inscrito en la historia por atreverse a vivir, a ser un espíritu libre, pervive en la memoria como el mito por toda la eternidad.

Paradójicamente, para Heidegger el espíritu es el tiempo, solo que depende de quién ejerza la temporalidad, es decir de quien realice el espíritu.

Quien egocéntrica y metafísicamente vive para el más allá, no se entera de la magia maravillosa que es vivir, ni mucho menos del haber nacido un día, ahí, en medio del infinito y el siempre, entre el azar y la necesidad... de ese hermoso regalo que es el enigma de la vida.

Por eso lejos de vivir del resentimiento, que le hace daño sólo a quien lo siente, hay que vivir gozoso y anonadado, por haber llegado a ser.


Advertencia: Este artículo es de dominio público. Agradecemos que sea citado con nuestra dirección electrónica: www.filosofiaclinicaucv.blogspot.com

¿Para qué nos sirve el dolor?


(del Libro del "Héroe Cotidiano" - Reflexiones de un Filósofo)

 Delia Steinberg Guzmán




Hay una pregunta que, calladamente o en voz alta, solemos formularnos varias veces al día, muchas, demasiadas veces en la vida. ¿Por qué sufren los hombres? ¿Por qué existe el dolor?.Esta pregunta señala una realidad de la que nos es imposible escapar. Todos sufren; por una u otra razón, todos sangran en su corazón e intentan vanamente apresar una felicidad concebida como una sucesión ininterrumpida de gozos y satisfacciones.
Viene a mi memoria una parábola del budismo que siempre me ha impresionado; aparece en los libros bajo el nombre de “EL GRANO DE MOSTAZA”. Y, en síntesis, refleja el dolor de una madre que ha perdido a su hijo pero que, sin embargo, confía en volverlo a la vida gracias a las artes mágicas del Buda. Este no desalienta a la madre; sólo le pide que para resucitar a su hijo le consiga un grano de mostaza obtenido en un hogar donde no se conozca la desgracia... El final de la parábola es evidente: el grano de mostaza, ese grano tan especial, jamás aparecerá, y el dolor de la madre se verá mitigado en parte, al comprobar cuántos y cuán grandes son también los sufrimientos de todos los demás seres humanos.
Pero el hecho de que todos los hombre sufran no quita ni explica la realidad del sufrimiento. Y otra vez nos preguntamos, ¿Por qué?Viejas enseñanzas –más viejas aún que la parábola citada- nos ayudan a penetrar en el intrincado laberinto del dolor.En general se nos indica que el sufrimiento es el resultado de la ignorancia. Así, sumamos dolor tras dolor, es decir, a los hechos dolorosos en sí, sumamos el desconocimiento de las causas que han motivado esos hechos: no somos capaces de llegar hasta las raíces de las cosas para descubrir la procedencia profunda de aquello que nos preocupa; simplemente nos quedamos en la superficie del dolor, allí donde más se siente, y allí donde más se manifiesta la impotencia para salir de la trampa. Ignoramos la causa de lo que nos sucede, y nos ignoramos a nosotros mismos, sumando una doble incapacidad de acción positiva.
Asimismo desconocemos otras leyes fundamentales de la Naturaleza, y una vez más, por ignorancia, acrecentamos nuestro dolor. Deberíamos saber que ningún dolor es eterno, que ningún dolor se mantiene ante el embate de una voluntad constructiva. Nada, ni dolor, ni felicidad, puede durar eternamente en el mismo estado. Hay que aprender, pues, a jugar con el Tiempo para hallar una de las posibles salidas del laberinto.
El dolor de lo porvenir no tiene cabida en el presente, ya que es un sufrimiento inútil, antes de tiempo y, tal vez, sin razón de ser. Es verdad que en el presente ya se está gestando el futuro, pero también es verdad que el temor del futuro es germen de futuros males, mientras que la voluntad firme y positiva da lugar a circunstancias más favorables que también pueden gestarse en el presente.
El dolor de las cosas pasadas, es como intentar mantener el cadáver de un ser querido en nuestra casa, repitiéndonos constantemente que no ha muerto, volviendo mil veces los ojos a la irrealidad de un cuerpo que no existe y desconociendo la otra realidad espiritual que sí existe.
Y en cuanto al dolor del presente, es apenas una punzada que en breve se hunde en el pasado, para dejar lugar al futuro.
Por eso decía un sabio que los hombres somos capaces de sufrir tres veces por la misma cosa: esperando que suceda, mientras sucede y después que ha sucedido. Asi se refuerza la tesis de “la ignorancia como madre de todos los dolores”.Para los orientales siguiendo con la tónica de la parábola budista, “EL DOLOR ES VEHÍCULO DE CONCIENCIA”, lo que equivale decir que todo sufrimiento encierra una enseñanza necesaria para nuestra evolución.
El dolor es el que obliga a detenernos y a preguntarnos acerca de las cosas. Sin el dolor, jamás nos diríamos, como tantas veces lo hacemos: “¿Por qué a mí?”, para advertir seguidamente que no es “a mí” solamente...Sin el dolor, no nos propondríamos indagar en las leyes ocultas que mueven todas las cosas, hechos y personas.
Por poco que volvamos los ojos, encontraremos sufrimiento: sufre la semilla que estalla para dar lugar al árbol, sufre el hielo que se derrite con el calor y el agua que se endurece con el frío, y sufre el hombre que, para evolucionar, tiene que romper las pieles viejas de su cárcel de materia.
Pero tras todos estos sufrimientos se esconde una felicidad desconocida: La plenitud de la Semilla, del agua, del alma Humana que descubren en medio de las tinieblas, la luz segura de su propio Destino.
En: http://www.acropolisperu.org/index.php/content/view/350/51/




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