De la escucha líquida
y otros artificios sonoros (II)
David De los Reyes
Jaime Balmes
“Para saber hablar es preciso saber escuchar".
Plutarco
"Así como hay un arte de bien hablar, existe un arte de bien escuchar".
Epicteto de Frigia
“Hay que aprender a juzgar una sociedad por sus ruidos,
por su arte y por sus fiestas más que por sus estadísticas”.
Jacques Attali
2do. avance de investigación del proyecto ¿Escuchaste eso…? La escucha entre habilidad y estética. Coordinadora Profa. Meining Cheung para UArtes - 2020
Escucha y neurociencia
La neurociencia es uno de los campos del conocimiento
que no ha dejado pasar por alto el tema de la escucha. Sus resultados están revolucionando la manera
de entender nuestras conductas y lo que es más importante aún: cómo aprende,
cómo guarda información nuestro cerebro, y cuáles son los procesos biológicos y
químicos que facilitan el aprendizaje. La experiencia de la música nos ayuda al
desarrollo cerebral y la especialidad de la neuromusicología es una puerta de
entrada al conocimiento del estudio del cerebro en su plasticidad y conectividad cerebral.
Abriéndose un amplio campo para las neurociencias[1]
Uno de los interesantes trabajos neurocientíficos está
relacionado con la escucha selectiva, el cual rompe con la apreciación
ampliamente reiterada de la imposibilidad de escapar nuestro sentido auditivo a
determinados sonidos. Edward Chang, profesor de neurocirugía de la Universidad
de California en San Francisco, nos ofrece una posible respuesta compleja a ese
asunto[2]. Confirmó
que tenemos algo así como una escucha selectiva que capta ciertas cosas e
ignora todas las demás. En otras
palabras, escuchamos dependiendo del interés.
Su trabajo partió de la escucha sobre una triada de
pacientes que padecían de epilepsia, diagnosticándoles que debían ser sometidos
a una cirugía cerebral. Parte de esta
exigía que los profesionales localizaran las zonas responsables de las
convulsiones. Para ello utilizaron 256 electrodos, ubicados en diferentes
regiones, como, por ejemplo, el lóbulo temporal, encargado de procesar los sonidos
y de nuestra capacidad de escuchar. Centraron los electrodos en las zonas de la
convulsión cerebral. Se les indujo a escuchar frases expresadas por voces
diferentes, emitidas de manera aleatoria para modificar la atención de un
hablante respecto de otro o escuchar uno de ellos. Al llevar a cabo tal proceso
se pudo observar de forma eficaz cuáles neuronas se activaban al entrar en un
estado de atención respecto a lo que querían los pacientes escuchar o sobre los
sonidos que preferían respecto a otros.
Con estos datos obtenidos crearon un algoritmo que les
permitiera analizar los patrones de la actividad cerebral, descubriendo así las
respuestas neurales de la corteza auditiva que se activaban con el hablante que
el participante quería realmente escuchar, mientras se observaba indiferencia
cerebral cuando se ignoraba al resto. Con esto se llegó a la conclusión que el
hombre ignora lo que no quiere oír. El ejemplo que da Chang es respecto a
determinados diálogos de los que estamos presentes-ausentes. Una mujer puede
ignorar lo que su pareja le está diciendo, así esté al lado él. El cerebro,
respecto a la escucha, ahora sabemos que presenta conductas neuronales
selectivas en la corteza auditiva. Esto nos faculta para ignorar información
auditiva de lo que no interesa y ocuparnos de otros pensamientos que sí nos concierne
atender. Investigaciones de la
neurociencias como está nos lleva adentrarnos a conocer más sobre qué es lo
que escuchamos. Comprender que hay componentes selectivos en la escucha y
saber que nuestra atención puede anclarse en algo que considera más importante,
mientras que hacia otros sonidos disminuye notablemente. Sabido es que muchas
veces cuando nos hablan y movemos la cabeza para que la persona, instrumento
musical o dispositivo sonoros que está transmitiendo un mensaje, música, ruido
o sonido, mostrar que estamos comprendiendo o atendiendo de forma particular, y
hasta adelantar la cabeza, como adivinos, para imaginar que sabemos lo que va a
continuar. Lo cual se debe, igualmente, a la capacidad cerebral de anticipar
eventos de todo tipo. Chang afirmó que los mecanismos de cómo funciona este
efecto en el cerebro no se conocen con claridad. Su objetivo era entender cómo
el cerebro lleva a cabo tal proceso, y en qué región cerebral ocurre y que
otros factores están involucrados como, por ejemplo, qué tan rápido pasa
nuestra atención de un hablante a otro. El objetivo era ver qué neuronas se
activaban en el cerebro cuando escuchamos sonidos selectivos, cuando sólo
ponemos atención en lo que queremos escuchar[3].
Nuestra corteza auditiva y sus neuronas cambian de atención al seleccionar las
fuentes de emisión sonora según el interés que tengamos en ellos
¿En qué consistió el estudio auditivo? Mientras los
pacientes tenían los electrodos, debían escuchar ciertas frases expresadas por
voces diferentes. Estas frases tenían claves aleatorias para que cambiaran su
atención de un hablante a otro o para que escucharan solo a uno de ellos.
La neurociencia, por lo anterior, también nos da
indicios para comprender nuestras conductas de escucha o no, de un entorno
sonoro estridente que nos envuelve. Podemos desarrollar una resiliencia
auditiva, en el sentido de adaptarnos positivamente a situaciones adversas, a
partir de factores y selecciones individuales, familiares, comunitarias y hasta
culturales. Obteniendo ciertos modelos conductuales de compensación, protección
y desafío en nuestra auditio. La masa sonora cotidiana de ruidos urbanos
e industriales en nuestro ambiente habitual sería todo un fragor desquiciante
sonoro para muchos habitantes de otras épocas o de otros hábitats culturales de
emisiones sonoras. La cantidad de afecciones (¡e infecciones!) contaminantes de
ruido han pasado a ser compensadas a partir de crear o bien silencios
artificiales o por el uso de otros ruidos digitales que surgen de
nuestros dispositivos imprescindibles del estilo de vida actual. Exige pues
poner nuestros límites a partir de una actitud de desafío al ataque permanente
de altos índices de decibeles, por los que tenemos que atravesar
permanentemente dentro de nuestra estridente jungla de concreto urbana. La
resiliencia auditiva es una de las más presentes, pero más inconscientes. Viniendo casi a aceptar todo este estruendo
bélico sonoro en nuestras vidas y nuestra corteza auditiva casi como normal.
Los valores de la escucha, igualmente, se han visto alterados. La percepción
auditiva puede haberse resentido e incluso disminuido. No es extraño que muchos
ingenieros de sonidos recomienden que al escuchar música por emisiones de
parlantes electrónicos el volumen sea balanceado y moderado. Los oídos no
permanecen inalterados e intactos a lo largo de nuestra vida. Podemos acelerar
su disposición a disminuir la escucha en función del movimiento vibrátil de la
intensidad de los ruidos al que sometemos cotidianamente la cadena de
huesecillos de la membrana auditiva. La resiliencia auditiva es un factor que
se hemos aprendido casi de forma natural, para proteger a nuestros oídos
del tormentoso mundo de decibeles y alteraciones del ambiente por estridentes
emisiones y repeticiones sonoras. Pero por supuesto, otros celebran la altura
del volumen sonoro por la sordera no tanto del oído sino del cerebro.
Un pequeño balance que podemos formularnos a nosotros
mismos es cuestionarnos qué estábamos o estamos escuchando, y pedirle a nuestro
cerebro que pilotee la experiencia sensorial en pleno devenir, distinguiendo
esta acción de escuchar en vez de sólo oír. Un leve ruido de fondo puede
pasar desapercibido conscientemente, dejándolo de lado como un elemento
participante de nuestro entorno auditivo. Esta es la diferencia, entonces,
entre sólo oír y escuchar. Tenemos un sentido del oído, pero podemos ir creando
una habilidad personal (¡o colectiva!) de qué y cómo escuchar. La diferencia
está en la atención que despertamos en nuestro foco auditivo para poder participar
activamente en cada una de las percepciones que nos envuelven.
Lo podemos comprender de otro modo en las investigaciones
realizadas a través de técnicas de neuroimagen (como la Resonancia Magnética
funcional: RNM), mostrándonos cómo ciertas estructuras encefálicas experimentan
distintas alteraciones tanto a nivel anatómico como funcional. Ciertas
conclusiones de estas investigaciones proponen que la música no sólo es una
fuente de entretenimiento y gozo, sino que nos afecta a nuestro funcionamiento
sináptico de grandes redes neuronales que inciden, -lo ya sabido por
experiencia-, a nivel emocional, conductual, así como en nuestra capacidad de
abstracción. Escuchar música nos viene desde los primeros días de nacidos,
desde la cuna, en la voz de la madre que entona una nana, e incluso puede darse
en el periodo de embarazo. Los nenes, en sus primeras semanas de vida, tienen
la capacidad de responder a melodías antes de tener una comunicación verbal con
sus progenitores. Escuchar sonidos de música suave los relajan. Sabemos que los niños prematuros para poder
dormir les beneficia una fuente sonora que imite los latidos del corazón de la
madre. Eso los ayuda en su adaptación antes de tiempo con el mundo.
Los recién nacidos presentan desde sus primeros días,
el desarrollo de sistemas específicos del hemisferio derecho en el proceso de
la información musical. Despertando cualidades en torno a la escucha desde
temprana edad. Se puede hablar de una gramática musical innata, en nuestro
estadio evolutivo humano, parecido a lo postulado por Chomsky respecto al
lenguaje, de la existencia de una gramática lingüística universal en todo homo
sapiens. A partir de los seis meses de
nacido al niño le gustan más los intervalos consonantes que los disonantes,
mostrando a reproducir escalar de tonos y semitonos[4]
Es lo conocido ahora sobre la actividad cerebral de
los niños de uno a tres días de nacido. Al escuchar ciertos extractos de música
y versiones alteradas de los mismos extractos hay conductas neuronales
distintas. Tales variaciones musicales vendrían a mostrar cierta
actividad cerebral cambiante al presentares los trozos musicales alterados[5].
Dando a entender que, si bien el recorrido de las ondas vibrátiles captadas por
el oído son bastantes sencillas, requiere de varios caminos que afectan a
varias áreas del cerebro: desde el tímpano, se dirige al tallo cerebral, de ahí
al mesencéfalo y sigue su recorrido hasta el cuerpo geniculado medial o tálamo
auditivo, que conecta esta información con la corteza auditiva del lóbulo
temporal derecho. Este último es como un filtro anatómico de sonoridades,
reduciendo ruidos de fondo modulándolo para hacer una escucha atenta respecto a
ciertos tonos aislados de otros, distinguiendo distintos niveles de intensidad
de tonos y de ritmo. Al escuchar una melodía, por ejemplo, la corteza
prefrontal se activa, procesando el efecto emocional que experimentamos en la
escucha. Todo un cambio bioquímico que altera nuestro cuerpo, nuestra conducta
y a la misma percepción en su conjunto[6].
[1] Zatorre R, McGill J. Music, the food of neuroscience?
En:
Nature. 2005;434:312-5.
[3]
En: El truco del cerebro que nos permite oír selectivamente. BBC Salud. 19 abril 2012: https://www.bbc.com/mundo/noticias/2012/04/120419_cerebro_oido_selectivo_men#orb-banner
[4] Arias, M.: Música y cerebro:
Neuromusicología. En: Neurosciences and History 2014; 2(4):149-155.
Enlace: https://www.researchgate.net/publication/313417487_Musica_y_cerebro_neuromusicologia.
Visitado el 23 de
septiembre 2020.
[5] Perani et al., 2010: Neural
language networks at birth. En: https://www.pnas.org/content/108/38/16056. Visitado el 25 de agosto 2020
[6] Para una referencia más detallada
de la relación de las partes del cerebro y el sonido a nivel neurocientífico se
puede leer: Li, C.-W., Chen, J.-H., y Tsai,
C.-G. (2015). Listening to music in a risk-reward context: The roles of the
temporoparietal junction and the orbitofrontal/insular cortices in
reward-anticipation, reward-gain, and reward-loss. Rev. Brain
Research, 1629, 160-170. En: http://sci-hub.tw/10.1016/j.brainres.2015.10.024. Visitado el 5 de septiembre 2020.