Popper crítico de Marx
Introducción
Y debo confesar que no comprendo que un hombre
racional que haya leído la crítica de Marx por Popper pueda todavía ser
marxista.
Brian Magee
No es difícil
estar de acuerdo con quienes afirman que hoy más que nunca están presentes las
condiciones de explotación y de desigualdad contra las cuales Marx se opuso.
Ciertamente, la riqueza mundial está hoy concentrada en pocas manos y existen
todavía condiciones de explotación laboral que nada tienen que envidiar a las
denunciadas por Marx en su tiempo. Curiosamente uno de los países donde han
resurgido estas desigualdades y estas condiciones laborales infrahumanas ha
sido en China, el cual ha adoptado
después de muchos años de hambrunas y pobreza el modelo capitalista como el
único que puede sacar a ese país del marasmo económico y de las hambrunas. Además
todos los demás países que antes se consideraban comunistas han adoptado el
capitalismo, incluso un capitalismo que podríamos tildar de salvaje,
irrestricto o sin trabas, como el que existió en su fase inicial.
¿Quién hubiese
previsto hace varias décadas que países como Rusia o China iban a competir con los EEUU siguiendo
las reglas del mundo capitalista? ¿Quién hubiese siquiera previsto la
existencia de un mercado bursátil en Rusia o en China? ¿0 que un descenso en
los valores de las acciones de la bolsa de Shanghai ponga a temblar al resto de
la economía capitalista mundial? ¿O que China pueda llagar a ser –si no lo es
ya- la primera economía del mundo? Estos eran hechos impensables hace años y
hoy son el pan de cada día, son parte de la cotidianidad económica. De allí que se considere que el comunismo es
el camino más largo hacia el capitalismo. Hay quienes consideran que esta nueva
correlación de fuerzas lejos de representar una demostración del fracaso de las
tesis socialistas es la mejor prueba de su éxito y su actualidad, y que el
desplome definitivo del capitalismo está ahora sí a la vuelta de la esquina. Lo
que se derrumbó fue el comunismo, un sistema que no era ni podía ser viable
política ni económicamente, pero el verdadero socialismo habrá de surgir pronto
de las cenizas del capitalismo. Quienes de nuevo vaticinan el derrumbe del
capitalismo –y no negamos que pudiera haber buenas razones para desearlo- y el
arribo definitivo del socialismo, parecen olvidar con facilidad que no es la
primera vez en la historia que se han hecho estos vaticinios o que, lejos de
ello, tienen un gran sabor a lo ya visto y oído, a deja-vu, y que lo ocurrido
entonces –hace apenas unas décadas atrás- fue la caída del socialismo real y la
revitalización, para bien o para mal, del capitalismo. Quizás la palabra clave
en todo ello sea la de “definitivo”, creer que hay realidades definitivas que
se imponen en la historia con el mismo carácter de necesidad con que se imponen
las leyes naturales. Creer en el éxito definitivo del socialismo o, por la misma razón, en el éxito definitivo del
capitalismo, es un síntoma evidente de falta
de perspicacia histórica, una muestra de gran ingenuidad y de ignorancia del
desarrollo histórico. Toda profecía ya
sea de carácter neoliberal o neosocialista adolece de lo mismo y es una
expresión inconfundible de superstición y de presunción, de wishful thinking o pensamiento ilusorio.
Tomar en serio el tiempo y comprender que el futuro está siempre abierto es el
único antídoto contra esta visión estrecha y simplista de la historia.
A continuación
nos ocuparemos de la crítica a este modo de entender la historia llevada a cabo
por Karl Popper y que él denunció en Marx, entre otros, y que hoy se reproduce con la misma
intensidad en algunos de los que dicen seguir sus ideas – en lo que a menudo
coinciden, cabe destacar, con la
corriente liberal. Curiosamente el pensamiento político de Popper es
considerado demasiado socialista para algunos liberales y demasiado liberal
para algunos socialistas. Para unos, su crítica no es lo suficientemente
radical o reivindica aspectos de Marx que no son deseables, mientras que para
otros, su crítica es esquemática, superficial y desconoce el “verdadero”
pensamiento de Marx. Lo que sí es cierto es que su crítica no ha dejado a nadie
indiferente.
Marx y el marxismo vulgar
Lo
que Popper pretende, y a menudo consigue, es atacar la postura del oponente en
sus puntos más fuertes. Lo que es más, antes de atacarlo, intenta fortalecerla
aun más. Comprueba si alguno de sus puntos débiles puede ser abandonado o si su
formulación puede ser mejorada, le concede la ventaja de la duda, y pasa por
alto sus omisiones; y entonces, cuando la ha formulado lo mejor que ha podido,
la ataca en sus puntos más poderosos.
Brian Magee
Uno de los
aspectos más importantes de la crítica que hace Popper a Marx consiste en
diferenciar en todo momento las ideas del propio Marx de las ideas que sostiene
un marxismo vulgar, por donde se han colado muchos de los lugares comunes que
se atribuyen a Marx pero que son producto de una falta de comprensión o de lectura equivocada de su pensamiento. Por
cierto hay quienes sostienen que el manejo que hace Popper de Marx se inscribe
dentro de ese marxismo vulgar y no ve más allá de él. Suponiendo que ello fuese
así, la crítica de Popper no debería ser desestimada por ello, pues
precisamente las ideas de Marx suelen ser en la mayoría de los casos comprendidas
de manera muy esquemática –hay incluso quienes se declaran marxistas y
confiesan sin empacho no haberlo leído- y son reflejo precisamente de ese
marxismo vulgar o de manual propagandístico con que suelen ser atraídas las
personas a su redil –posiblemente solo hayan leído El manifiesto comunista.
Podría decirse
que el desacuerdo de Popper con Marx es básicamente de orden metodológico, es
decir, ambos comparten, como veremos, muchos de los valores substantivos que
debe tener una sociedad más humana, aunque disienten profundamente en la manera
como deben ser realizados dichos valores en una mejor sociedad. De hecho,
querer una sociedad más justa e igualitaria fue lo que aproximó inicialmente a
Popper al marxismo y que incluso, aunque fuese por unos meses, lo llevase a
formar filas de la juventud comunista de su Viena natal. Pero también reconoce
que fue la forma como se pretendía llevar a cabo esta sociedad lo que lo fue apartándolo
del marxismo primero y paulatinamente
del socialismo, incluso del socialismo moderado de algunos partidos de ese
entonces.
“Durante
varios años permanecí siendo socialista, incluso después de mi rechazo al
marxismo; y si pudiera haber una cosa tal como el socialismo combinado con la
libertad individual, seguiría aun siendo socialista. Porque no puede haber nada
mejor que vivir una vida libre, modesta y simple en una sociedad igualitaria.
Me costó cierto tiempo reconocer que esto no es más que un bello sueño; que la
libertad es más importante que la igualdad; que el intento de realizar la
igualdad pone en peligro la libertad, y que, si se pierde la libertad, ni siquiera
habrá igualdad entre los no-libres. [1]
Popper le
confiere a la crítica de Marx un indudable valor moral y no deja de reconocer
que como descripción del capitalismo que le tocó vivir tiene un indudable valor
testimonial, ofrece una imagen descarnada de su tiempo, es, podríamos añadir,
una suerte de retrato naturalista, como el que nos brinda Zola en su obra Germinal. Se trata pues de una denuncia
de las injusticias y de las barbaridades que se cometen durante buena parte del
desarrollo del capitalismo y que para Marx eran no solamente inevitables sino
también insuperables dentro del propio sistema capitalista. La idea de que el
capitalismo es irreformable o es incapaz de cambiarse a sí mismo es una de las
ideas principales de Marx que lo llevan
a defender el socialismo como el único sistema donde se superan las tropelías
del capitalismo. Según Popper, el ataque de Marx al capitalismo es, en el
fondo, un ataque moral, así como su defensa del socialismo también es, en el
fondo, una defensa de carácter moral, de defensa de la superioridad moral del
socialismo. Y su influjo es también moral principalmente.
“Después
de todo, la condenación marxista del capitalismo es, en esencia, una
condenación moral. Se condena al sistema por su cruel injusticia intrínseca
combinada con la completa justicia y corrección “formales” que lleva
aparejadas. Se condena al sistema porque
al forzar al explotador a esclavizar a los explotados, les priva a ambos de
libertad. Marx no combatió la riqueza ni alabó la humildad. Odió al capitalismo
no por su acumulación de riqueza sino por su carácter oligárquico; lo odió
porque en este sistema la riqueza significa poder político de unos hombres
sobre otros. La capacidad de trabajo se convierte en un artículo y esto
significa que los hombres deben venderse en el mercado. Marx aborreció el
sistema porque se parecía a la esclavitud. [2]
Sin embargo,
Marx fue lo suficientemente honesto como para no entrar en consideraciones o
justificaciones de tipo moral, el tipo de consideraciones o justificaciones que
él mismo criticaba y que eran parte de la moral burguesa y de la hipocresía que
había que dejar atrás. Evitó, así, ese
diálogo de sordos entre un yo soy mejor
que tú o tú eres peor que yo. Así como
aborrecía los abusos del capitalismo, aborrecía todavía más la hipocresía de
los moralistas que defendían estos abusos o que simplemente se hacían los locos
frente a ellos.
“A
mi juicio, Marx evitó formular una teoría moral explícita porque aborrecía los
sermones. Desconfiando profundamente del moralista que vive predicando que se
beba agua mientras él bebe vino, Marx se resistió a expresar explícitamente sus
convicciones éticas. Para él, los principios de humanidad y decencia eran cosa
que no podían ponerse en tela de juicio y debían darse por sentados. (También
en este terreno fue optimista). Atacó a los moralistas porque vio en ellos a
los defensores serviles de un orden social cuya inmoralidad sentía
intensamente; atacó a los apologistas del liberalismo por su satisfacción
consigo mismos, por su identificación de la libertad con la libertad formal
garantizada por un sistema social que la hacía imposible en su verdadera
acepción. De este modo, indirectamente, admitió su amor por la libertad y, pese
a su inclinación, como filósofo, hacia el holismo, no fue por cierto
colectivista ya que confiaba en que el estado habría de “marchitarse” tarde o
temprano. La fe de Marx era, fundamentalmente, a mi parecer, una fe en la
sociedad abierta. (pp. 370s)
Frente a
aquellos que sostienen el liberalismo –sobre todo con la utilización de la
expresión “neoliberalismo”- como corriente contraria al socialismo,
encontramos aquí como Marx puede considerarse dentro de la corriente liberal y
como un firme creyente en una sociedad abierta. Que, en la práctica, sus ideas
hayan conducido en algunos casos a sociedades cerradas y totalitarias es una de
las grandes paradojas del siglo XX que Popper trata de desentrañar. Pero son
estas mismas razones las que hacen de Marx un pensador imprescindible para
comprender la sociedad moderna, la crítica de su pensamiento y sobre todo su
pretensión de cientificidad debe ser puesta a prueba, como debe serlo todo
pensamiento científico o con dichas pretensiones. Es sobre este punto que se orienta la crítica
de Popper.
“Es
este radicalismo moral de Marx lo que explica su vasta influencia y es, en sí
mismo un hecho altamente alentador. Este radicalismo moral todavía está vivo;
nuestra tarea debe consistir en hacerlo perdurar, en evitar que siga el mismo
camino que deberá seguir su radicalismo político. El marxismo “científico” ha
muerto pero deben sobrevivir su sentido de la responsabilidad social y su amor
a la libertad. (p. 380)
Marx como falso profeta
Marx
creyó ver su misión específica en la liberación del socialismo de su trasfondo
sentimental, moralista y visionario. El socialismo debía pasar de la etapa
utópica a la científica; debía basarse en el método científico de la causa y el
efecto y en la predicción científica. Y puesto que suponía que la predicción en
el campo de la sociedad debía ser la misma que la profecía histórica, el
socialismo científico habría de basarse en el estudio de las causas y efectos
históricos y, finalmente, en la profecía de su propio advenimiento.
K. Popper
Más allá de
las críticas a las que Popper somete al
pensamiento de Marx, no deja de reconocerle un puesto decisivo en las ciencias
sociales y en haber sido uno de los primeros en atacar una visión puramente
psicologista de los asuntos sociales. En ello coincide con Weber: es imposible
explicar algo tan complejo como el fenómeno del capitalismo industrial moderno
aplicando categorías puramente psicológicas, apelando al afán de lucro, a la
codicia o avaricia típicas de la naturaleza humana o de la clase burguesa. Como
ya dijimos, la búsqueda de una explicación científica del capitalismo le impide
a Marx caer en aquella suerte de epítetos con los cuales suele confundirse y
reducirse la crítica al capitalismo, a diferencia de lo que suele permitirse el
marxismo vulgar.
“El
marxista vulgar medio cree que el marxismo pone al descubierto los siniestros
secretos de la vida social a revelar los móviles ocultos de la codicia de
bienes materiales que obran sobre las fuerzas que rigen la escena de la
historia, fuerzas que, astuta y conscientemente, crean la guerra, la depresión,
la desocupación, el hambre en medio de la abundancia, y todas las demás formas
de miseria social, a fin de satisfacer sus viles deseos de provecho. (Y el
marxista vulgar se ve a veces seriamente preocupado por el problema de
reconciliar las afirmaciones de Marx con las de Freud y Adler, y si no se
decide por ninguna de ellas, es posible que concluya que por afirmar que el
hambre, el amor y el afán de poder son los Tres Grandes Móviles Ocultos de la
Naturaleza Humana puestos al descubierto por Marx, Freud y Adler, los Tres
Grandes Forjadores de la filosofía del hombre moderno…) (p. 285).
A menudo suele
confundirse la teoría de Marx con esta teoría conspirativa, según la cual todos
los males sociales deben ser achacados a las oscuras fuerzas o a los oscuros
intereses de grupos de personas que operan detrás de bastidores y que son los causantes directos de todos los
males económicos y sociales. Marx buscaba comprender las causas, no encontrar
culpables, y sabía que los capitalistas estaban atrapados en la red del sistema
capitalista tanto como podía estarlo el obrero industrial o el proletario. Y
sabía que los males del capitalismo no podían resolverse a base de insultos u
ofensas como las de “cochino explotador”, “cerdo burgués” o toda la gama de
insultos a las que nos tienen acostumbrados algunos que se consideran los
nuevos acólitos del marxismo o del socialismo. Sabía que una teoría social debe
hacerse cargo de los efectos no deliberados de la acción humana, de “las
consecuencias sociales involuntarias de acciones dirigidas hacia resultados
distintos y procedentes de sujetos apresados en la red del sistema social”. (p.
286) Entre la teoría de Marx y esta versión vulgar
de su pensamiento “hay un triste descenso intelectual, caída medida por la
diferencia de nivel entre El Capital y El
mito del siglo XX”, (p. 286).
Hay otro aspecto
en el cual es necesario hacer una diferenciación entre el pensamiento de Marx y
el marxismo vulgar. Este tiene que ver con el materialismo histórico, en
particular, con la tesis de su economicismo, según la cual, las condiciones
materiales de producción que metabolizan la naturaleza por medio del trabajo,
es decir, los diversos medios de producción,
son las que determinan en última instancia o configuran las expresiones
jurídico-políticas y religioso-filosóficas. Y es innegable la utilidad de
análisis de este tipo, aunque siempre existe el riesgo de exagerar su
importancia o establecer una suerte de determinismo unilateral. Por eso, “aunque difícilmente pueda ser sobreestimada
la importancia general del economicismo de Marx, es sumamente fácil
sobreestimar la importancia de las condiciones económicas en un caso particular
dado.” (p. 291, cursivas en el original) Pero eso es lo que suele hacer el
marxismo vulgar, sobreestimar lo económico y negar algún tipo de influencia de
las ideas en el desarrollo de los hechos históricos. Pero si bien Marx pensaba
corregir la visión puramente idealista de su maestro Hegel, en ningún momento pretendió
negar la importancia e influencia de las propias ideas en el desarrollo de los
acontecimientos históricos, como ocurriera, por ejemplo, en la Revolución
Francesa o en la Reforma Alemana. El error consiste en tomar al pie de la letra
lo que en Marx son sugerencias interesantes para comprender la historia, como
cuando se señala que “toda historia es una historia de la lucha de clases”,
expresión que según Popper “es sumamente valiosa como sugerencia de que debemos
buscar el importante papel desempeñado por la lucha de clases en la política,
como así también en otras actividades”, (p. 298). En suma, dice Popper, “lo que
deseo dejar bien sentado es que ‘la interpretación materialista de la historia’
de Marx, por muy valiosa que sea, no debe ser tomada demasiado al pie de la
letra; debemos considerarla tan sólo una sugerencia sumamente valiosa para no
pasar por alto la relación de las cosas con su marco económico.” (p. 293) En
definitiva, la poderosa influencia que han ejercido las ideas de Marx son un
claro contraejemplo de esta tesis del reflejo que algunos marxistas defienden
ingenuamente.
Es verdad que
Marx es bastante ambiguo y suele oscilar entre un activismo revolucionario y la
declaración de la impotencia de la política, la imposibilidad de cambiar el
estado de cosas actual y de esperar a que ellas cambien por sí solas. Para
Popper es este uno de los flancos más débiles del pensamiento de Marx, la idea
de que no es posible ningún tipo de intervención racional en los hechos
históricos y que lo único que debemos hacer es esperar que ellos se produzcan
de manera inevitable, por ejemplo, el derrumbe del capitalismo. Es allí donde
Marx se convierte en un falso profeta, en un profeta de la llegada inevitable
del socialismo como consecuencia del derrumbe inevitable del capitalismo. Y en
realidad ello es una consecuencia de la imposibilidad de comprender el futuro,
de haber sido incapaz de comprender que el derrumbe del capitalismo sin trabas
daría origen a un capitalismo con trabas, a una suerte de ingeniería social
fragmentaria que fuese capaz de reformar el capitalismo y establecer mecanismos
institucionales que lo despojasen de su brutalidad inicial y lo aproximasen a
un sistema más igualitario y equitativo. Este punto ciego es lo que hace de
Marx un falso profeta y un hijo del tiempo que le tocó vivir.
“Pero
no fueron solamente las ideas generales de Marx acerca de las relaciones entre
el sistema económico y el político las que sufrieron, de este modo, la
influencia de su experiencia histórica; en efecto, también sus ideas
concernientes al liberalismo y, en particular, a la democracia, a las que
juzgaba meros velos destinados a encubrir la dictadura de la burguesía,
suministraron una interpretación perfectamente adecuada de la situación social
de su tiempo; tanto que desgraciadamente, la triste experiencia no tardó en
corroborarla. Y no podía ser de otro modo; Marx vivió, especialmente durante su
juventud, un período de la más desvergonzada y cruel explotación, que, no
obstante, encontraba cínicas defensas por parte de apologistas hipócritas que
recurrían al principio de la libertad humana, al derecho del hombre de
determinar su propio destino y a participar libremente de los contratos que
consideraba favorables a sus intereses, (p. 303).
El derrumbe del capitalismo sin trabas
En
efecto, no hay seguramente ninguna razón para creer que el capitalismo sea, de
todos los sistemas sociales, el destinado a durar para siempre. Muy por el
contrario, las condiciones materiales de la producción y, con ellas, los modos
de vida humanos, nunca cambiaron tan rápido como bajo el imperio del
capitalismo. Alterando, de esta manera, sus propios cimientos, el capitalismo
tiende a transformarse y a engendrar un nuevo período en la historia de la
humanidad.
Karl Popper
Podría decirse
que gran parte del pensamiento de Marx se sustenta en el siguiente dilema: solamente
hay dos alternativas, capitalismo o socialismo, o que frente al capitalismo sin
trabas solo puede oponérsele el socialismo –algunos hablan de socialismo o
barbarie-. Dicho de otro modo, así como
el derrumbe del capitalismo sin trabas es inevitable también resulta inevitable
el arribo del socialismo como única alternativa posible. La crítica de Popper
puede resumirse diciendo que estamos frente a un falso dilema y que si bien es
cierto que el capitalismo sin trabas es inviable en el largo plazo y está
condenado a morir, el socialismo no resulta la única alternativa ni tampoco la
mejor, existe siempre la posibilidad de un capitalismo con trabas, restringido
o limitado. Como señala Popper, si para Marx todo tipo de intervención en el
capitalismo es imposible en el peor de los casos o inútil en el mejor, será
precisamente una nueva forma de intervencionismo lo que hará precisamente
posible que el capitalismo perdure.
“En
cuanto a la parte en que trata de defender al marxismo, debemos repetir que
nadie ha demostrado nunca que haya tan sólo dos posibilidades, ‘capitalismo’ y
‘socialismo’. Estamos perfectamente de acuerdo con la opinión de que no debemos
desperdiciar nuestro tiempo en contemplar la posibilidad de que se perpetúe
eternamente un mundo tan insatisfactorio como éste. Pero la alternativa no ha
de ser, necesariamente, la contemplación del profetizado advenimiento de un
mundo mejor o la contribución a su nacimiento por medio de la propaganda y
demás medios irracionales, quizá, incluso, la violencia. Podría ser, por
ejemplo, el desarrollo de una tecnología para el mejoramiento inmediato del
mundo en que vivimos, el desarrollo de un método para la ingeniería gradual,
para el intervencionismo democrático. Los marxistas habrán de argüir, por
supuesto, que este tipo de intervencionismo es imposible puesto que la historia
no puede hacerse de acuerdo con planes racionales para mejorar el mundo. Pero esta
teoría tiene consecuencias muy extrañas. En efecto, si no puede mejorarse las
cosas mediante el uso de la razón, entonces sí que sería verdaderamente un
milagro histórico o político que las fuerzas irracionales de la historia
produjeran, por sí mismas, un mundo mejor y más racional. (pp. 321s)
Pero no solo se
desprende esta consecuencia indeseable de que sean las ciegas fuerzas
irracionales las responsables de una sociedad más racional y más justa, sino
que esa posición suele dejar a quienes defienden ese tipo de enfoque sin
ninguna herramienta para mantener o intervenir en la sociedad una vez que el
tan anhelado cambio se ha producido, al
punto que Lenin tuvo que aplicar las propias recetas capitalistas una vez que
triunfó la revolución, aunque solo fuese para crear el proletariado industrial
que hacía falta. Curiosamente, el proletariado industrial no desembocó en la revolución sino que la revolución
bolchevique produjo la clase obrera, hizo posible una revolución industrial,
esto es, cambió completamente el orden de los factores tal como los preveía el
marxismo. La fórmula es bastante conocida: electrificación + poder de los
soviets = socialismo. Lo único que tenía a mano la revolución triunfante eran
formulas genéricas como: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según
sus necesidades”, que, está de más decirlo, no suelen llevar muy lejos.
“¡Trabajadores
del mundo, uníos! He ahí la fórmula con que se agotó el programa práctico.
Cuando los trabajadores de sus países se hubieron unido, cuando llegó la
oportunidad de afrontar la responsabilidad del gobierno y echar los cimientos
de un mundo mejor, cuando sonó la hora, abandonaron a los trabajadores a su
suerte. Los dirigentes no sabían qué hacer: esperaban, cruzados de brazos, el
prometido suicidio del capitalismo. Después del inevitable derrumbe
capitalista, cuando las cosas anduviesen peor que nunca, cuando todo estuviese
en vías de disolución, entonces, podrían convertirse en los salvadores de la
humanidad. (Y, en realidad, no debemos olvidar el hecho de que el éxito de los
comunistas en Rusia fue posible en parte, indudablemente, merced al terrible
estado de cosas que había precedido a su advenimiento al poder.) Pero cuando
tuvo lugar la gran depresión, que saludaron en un principio tomándola por el
anunciado derrumbe capitalista, y comenzó a dejar sentir sus efectos, empezaron
a comprender que los trabajadores se estaban cansando de que se los conformase
siempre con interpretaciones de la historia; no bastaba decirles que de acuerdo
con el infalible socialismo científico de Marx el fascismo era evidentemente la
última etapa del capitalismo antes de su caída inminente. Las masas sufrientes
necesitaban algo más. Lentamente, los dirigentes comenzaron a comprender las
terribles consecuencias de esta política de brazos cruzados y espera del
milagro político. Pero era demasiado tarde. La oportunidad había pasado, (p.
323s).
Este ha sido uno
de los aspectos más criticados por Popper, a saber, que si el marxismo debe
juzgarse de acuerdo a los estándares de la ciencia, debe ser contrastado, lo
cual implica que aquellas predicciones que entran en contradicción con la
teoría o sus supuestos nos obligan a hacer una revisión o bien de la teoría o
de los supuestos en los cuales se sustenta. Siempre cabe señalar, claro está,
que las condiciones iniciales han variado y que por lo tanto pueden variar
también las conclusiones. Este tipo de estrategia puede generar, sin embargo,
todo tipo de hipótesis ad hoc, cuya
finalidad es evitar precisamente cambiar nuestra teoría o adaptarla
permanentemente a lo que en otras circunstancias sería el reconocimiento del
fracaso de la teoría o parte de ella. Obviamente es esta estratagema la que han
sabido utilizar los marxistas con más frecuencia. Como dice Popper, los
marxistas –también los freudianos- siempre buscan verificar sus teorías y lo
hacen cada vez que leen el periódico. Esta estrategia de inmunización o
autoinmunización de las teorías sociales frente los hechos recalcitrantes y tercos
que nos impone la realidad puede tener consecuencias catastróficas y, como
veremos con más detalle, cierra la puesta en práctica de una teoría o de una
política social a los necesarios ajustes y correctivos a que haya lugar. Y si a
ver vamos, la teoría de Marx ha sido una de las teorías más contrastadas,
aunque el resultado de dichas contrastaciones no arroje precisamente un saldo a
su favor. La lista, como señala Magee, es bastante larga.
“La
teoría de Karl Marx, tratada con la seriedad intelectual que merece, aporta un
considerable número de predicciones falsables, y las más importantes de éstas
ya han sido falsadas. Por ejemplo, según
la teoría sólo en los países capitalistas
totalmente desarrollados podría implantarse el comunismo, y por tanto todas
las sociedades deberían cumplir en primer lugar la etapa capitalista del
desarrollo; pero de hecho, todos los países en los que se ha implantado el
comunismo, a excepción de Checoslovaquia, han sido preindustriales –ninguno ha
sido una sociedad capitalista completamente desarrollada. Según la teoría, la
revolución debería basarse en el proletariado industrial; pero esto fue
explícitamente rechazado por Mao Tse-Tung, Ho Chi-Min y Fidel Castro, que
basaron sus logradas revoluciones en la clase campesina de sus propios países.
Según la teoría, hay razones muy elaboradas por las que el proletariado
industrial debe hacerse, inevitablemente más pobre, numeroso y revolucionario
cada vez, adquiriendo una mayor conciencia de clase; de hecho, desde Marx hasta
nuestros días, el proletariado de todos los países industriales se ha hecho más
rico, menos numeroso, menos revolucionario, y tiene menos conciencia de clase.
Según la teoría, el comunismo sólo podría ser implantado por los mismos
obreros, por las masas; de hecho, ningún partido comunista hasta hoy, en ningún
país, ni siquiera en Chile, ha conseguido obtener la mayoría en unas elecciones
libres. Donde han conseguido el poder han impuesto el comunismo gracias a un
ejército, normalmente extranjero. Según la teoría, la propiedad de los medios
de producción capitalistas debía concentrarse en un número de manos cada vez
menor; de hecho, con el desarrollo de las muchas sociedades anónimas, la
propiedad se ha dispersado hasta tal punto que el control ha pasado a manos de
una nueva clase de administradores. Y la emergencia de esta nueva clase es en
sí misma la refutación de la predicción marxista según la cual todas las clases
desaparecerán y se polarizarían en dos: una clase capitalista cada vez más
reducida, que poseería y controlaría, pero no trabajaría, y un proletariado
cada vez más extenso, que trabajaría pero no poseería ni controlaría.[3]
Podría decirse
que Marx hizo un buen diagnóstico de las patologías del capitalismo de su
época, pero se equivocó en el pronóstico y, particularmente, en el tratamiento.
En suma, no fue capaz de comprender los profundos cambios que ya se estaban
dando en su tiempo y que conducirían finalmente al derrumbe del capitalismo sin
trabas y al comienzo del intervencionismo político y económico[4],
el surgimiento de un nuevo orden, que corregía en parte los errores del
capitalismo sin trabas y que evitaba también los peligros potenciales del
socialismo. A continuación veremos con más detalle cómo surge este nuevo orden
y cuáles son las razones por las cuales Marx subestimó la capacidad del
capitalismo de reformarse a sí mismo.
“Considero
que no puede ponerse en tela de juicio la injusticia e inhumanidad del ‘sistema
capitalista’ sin trabas que nos describe Marx; pero ello puede interpretarse en
función de lo que llamamos, en un capítulo anterior, la ‘paradoja de la
libertad’. Como vimos entonces, la libertad, si es ilimitada, se anula a sí
misma. La libertad ilimitada significa que un individuo vigoroso es libre de
asaltar a otro débil y de privarlo de su libertad. Es precisamente por esta
razón que exigimos que el estado limite la libertad hasta cierto punto, de modo
que la libertad de todos esté protegida por la ley. Nadie quedará así a merced de otros, sino que todos tendrán derecho a ser protegidos por el estado,
(p. 305).
“Y
en realidad, si alguien tratara de probar
que el socialismo es el único sucesor posible del ‘capitalismo’ sin
trabas de Marx, entonces nos bastaría para refutarlo, señalar los hechos
históricos. En efecto, el sistema del laissez
faire hace ya mucho tiempo que ha desaparecido de la superficie de la
tierra, sin ser reemplazado, no obstante, por un sistema socialista o
comunista, tal como lo entendía Marx. Sólo en un sexta parte del planeta,
ocupada por Rusia, encontramos un sistema económico donde, de acuerdo con la
profecía de Marx, los medios de producción son propiedad del estado, cuyo
poderío político no demuestra sin embargo –a diferencia de lo profetizado por
Marx- la menor inclinación a marchitarse. La realidad es que en todo el mundo
el poder político organizado ha comenzado a cumplir funciones económicas de
largo alcance. El capitalismo sin trabas
ha dado paso a un nuevo período histórico, a nuestro propio período de intervencionismo político, de injerencia
económica por parte del estado. El intervencionismo ha adquirido diversas
formas: tenemos la variedad rusa, la forma fascista del totalitarismo, y el
intervencionismo democrático de Inglaterra, los Estados Unidos y de las
llamadas ‘democracias menores’, con Suecia a la cabeza, donde la tecnología de
la intervención democrática ha alcanzado hasta ahora su nivel más elevado (p.
319)[5].
La subestimación del sistema jurídico-político y
social
Además,
desde el punto de vista a que hemos llegado, lo que los marxistas llaman
desdeñosamente ‘mera libertad formal’ se convierte en la base de todo lo demás.
Karl Popper
Sin dejarnos
deslizar por la pendiente del marxismo vulgar, parece innegable que Marx le dio
más importancia al control del poder económico que al control del poder
político y que consideraba al poder político impotente para realizar el control
del poder económico. Mejor dicho, subestimó todo el amplio campo de reformas
que es posible realizar dentro de un marco jurídico, mediante medidas y leyes
que protejan a los más débiles y reduzcan en lo posible las desigualdades
económicas y sociales. Para él toda reforma o bien era un maquillaje del
sistema de opresión capitalista o bien era una forma de prolongar la agonía y
retrasar la llegada inevitable del socialismo.
“La
posición alcanzada en nuestro análisis supone un punto de vista totalmente
opuesto. Según ella, el poder político es fundamental y puede controlar al
poder económico. Esto representa una inmensa ampliación del campo de las
actividades políticas. Podemos preguntarnos qué deseamos lograr y cómo
lograrlo: podemos, por ejemplo, desarrollar un programa político racional para
la protección de los económicamente débiles; podemos sancionar leyes para
restringir la explotación; podemos limitar la jornada de trabajo; y si bien
todo esto no es despreciable, podemos hacer mucho más todavía. Mediante las
leyes, podemos asegurar a los trabajadores (o mejor aún, a todos los
ciudadanos) contra la incapacidad, la desocupación y la vejez. De esta manera,
haremos imposibles aquellas formas de explotación basadas en la desvalida
posición económica de un trabajador que debe aceptar cualquier cosa para no
morirse de hambre. Y cuando podamos garantizar por ley un nivel de vida digno a
todos aquellos que estén dispuestos a trabajar –y no hay ninguna razón para que
esto no se logre- entonces la protección de la libertad del ciudadano contra el
temor y la intimidación económicos será casi perfecto. Desde este punto de
vista, el poder político constituye la llave de la protección económica. El
poder político y su control lo es todo. No debemos permitir que el poder
económico domine al político; y si es necesario, deberá combatírselo hasta
ponerlo bajo el control del poder político, (p. 307)[6].
Generalmente este
desdén del orden jurídico y político, y la subestimación de los cambios que se
pueden hacer desde él, suele estar acompañado por un desdén de la “libertad
formal”, de la mera libertad ante la ley, así como de una profunda desconfianza
en la así llamada “democracia burguesa”, que bajo ese manto de legalidad no
hace sino defender sus propios intereses. Esa misma desconfianza en la
democracia y en el poder político habrá de producir una concentración del poder
político en pocas manos que no ha tenido
antecedente histórico.
“Es
el papel fundamental de la ‘libertad formal’ lo que pasan por alto los
marxistas que creen que la democracia formal no es suficiente y la quieren
complementar con lo que denominan, generalmente, ‘democracia económica’,
expresión vaga y en extremo superficial que oscurece el hecho de que la ‘mera
libertad formal’ es la única garantía de una política económica democrática,.
(p. 308).
“Como
consecuencia, tampoco comprendieron nunca el peligro inherente a una política
tendiente a acrecentar el poderío del estado. Si bien abandonaron, más o menos
inconscientemente, la doctrina de la impotencia de la política, conservaron la
idea de que el poder del estado no representa un problema de importancia y de
que es malo sólo si se halla en manos de la burguesía. No comprendieron pues
que todo poder, y el poder político
–si no en mayor, por lo menos en igual medida que el económico- es peligroso,
(p. 310).
Todo lo anterior
no impide, sin embargo, que pueda ser considerado el pensamiento de Marx, como
un “edificio imponente”, a la altura de pensamiento de Platón o de Hegel, con
quienes guarda claras afinidades.
“Si
volvemos la vista, ahora, a la teoría marxista de la impotencia de la política
y del poder de las fuerzas históricas, nos veremos forzados a admitir que
constituye un edificio imponente. Es éste el resultado directo de su método
sociológico, de su historicismo económico, o del metabolismo del hombre,
determina su evolución social y política. El haber sufrido en carne propia los
rigores de su época, su indignación humanitaria y la necesidad de traer a los
oprimidos el consuelo de una profecía, de la esperanza o, incluso, de la
certeza de su victoria, hizo que Marx fundiera tantas verdades en un solo y
grandioso sistema filosófico comparable –si no superior- a los sistemas
holistas de Platón y Hegel, (p. 314).
Las clases sociales en Marx
Toda historia es historia de la lucha de
clases Karl Marx
Como ya
señalábamos toda la historia puede ser vista para Marx como la historia de las clases
sociales. A cada modo de producción le corresponde un determinado sistema de
relaciones sociales, una diversidad de estratos sociales. Ahora bien, en el
caso de las clases sociales en el capitalismo Marx comete algunos errores de
bulto que es necesario destacar. En primer lugar, el considera como una consecuencia del
desarrollo avanzado del capitalismo la progresiva desaparición de clases
intermedias y la creciente polarización entre dos clases sociales: el capitalista,
dueño de los medios de producción, y el
proletariado, que está obligado a vender su fuerza de trabajo, es decir, la
clase de los explotadores y la clase de los explotados. Esta tesis suele ir acompañada
con otra tesis que analizaremos más adelante y que tiene que ver con el
crecimiento inevitable de la miseria y la concentración de la riqueza en pocas
manos. Pero como ya lo señalaba Magee, y el propio Popper lo señala repetidas
veces, estos augurios sombríos han sido refutados por la realidad, no sólo con
la emergencia de nuevas clases sociales como la tecnoestructura o nueva clase
de administradores, sino otras clases intermedias que difícilmente podemos
incluir en esta polaridad excluyente. El surgimiento de emprendedores o
innovadores, por ejemplo, dan a la sociedad capitalista un abanico de
posibilidades mucho mayor del predicho por Marx. Más adelante hablaremos de las
mejoras económicas de las clases trabajadoras y como ello puede ser considerado
una contrastación de la supuesta pauperización del proletariado industrial.
El otro error de
bulto que comete Marx consiste en suponer que de esa polarización entre las
clases ha de surgir finalmente, un vez que la clase proletaria conquiste o
llegue al poder –la dictadura del proletariado-, la eliminación de toda
explotación económica y la redención de la humanidad toda. Esta idealización
resulta curiosa en alguien que pretendía eliminar toda forma de romanticismo de
su análisis social, pues qué impide que esa clase una vez en el poder
reproduzca de nuevo los mecanismos de explotación política y económica, o que
los lleve incluso a un nivel superior. Lo más probable es que ocurra un
desplazamiento de la élite gobernante y económica por otra élite, aunque no se
atreva a decir su nombre o a llamar las cosas por su nombre, y se disfrace de amiga
del pueblo y de los desposeídos.´
“La
evolución más probable es, naturalmente, que aquellos que detenten
prácticamente el poder en el momento de la victoria –aquellos jefes
revolucionarios que hayan sobrevivido a la lucha por el poder y las diversas purgas,
junto con las respectivas camarillas- pasen a formar la nueva clase gobernante
de la nueva sociedad, una suerte de nueva aristocracia o burocracia que, por lo
demás, procurará seguramente ocultar este hecho. Para ello, lo más conveniente
será retener el máximo posible de ideología revolucionaria, sacando partido de
los sentimientos que la nutren en lugar de malgastar el tiempo en vanos
esfuerzos para destruirlos (de acuerdo con el consejo de Pareto para todos los
gobernantes). Y parece bastante probable, también, que puedan hacer el uso más
acabado de la ideología revolucionaria si, al mismo tiempo, explotan el temor a
movimientos contrarrevolucionarios. De esta manera, la ideología revolucionaria
les servirá para fines apologéticos, a manera de justificación del uso que
hagan del poder y como medio para estabilizarlo; en pocas palabras, como un
nuevo ‘opio de los pueblos’, (p. 318).
“No
son estas cuestiones fáciles de prever; todo lo más que puede afirmarse con
certeza es que la lucha de clases como tal no siempre produce una solidaridad
duradera entre los oprimidos. Existen, sí, ejemplos de dicha solidaridad y
devoción hacia la causa común; pero también las hay de infinidad de grupos de
trabajadores que sólo persiguen su interés particular, aunque éste se halle en
franco conflicto con el interés de los demás trabajadores y con la idea de
solidaridad entre los oprimidos. La explotación no ha de desaparecer
necesariamente con la desaparición de la burguesía, puesto que es perfectamente
posible que determinados grupos de trabajadores obtengan privilegios que
equivalgan a la explotación de los grupos menos afortunados, (p. 318)[7].
La ambigüedad de Marx sobre el uso de la
violencia y la revolución
“Quisiera
dejar perfectamente aclarado que es esta profecía de una revolución
posiblemente violenta lo que constituye, a mi juicio, desde el punto de vista
de la política práctica, el elemento más perjudicial del marxismo.
Karl Popper
Ya sabemos que
fue la prédica de la violencia y la justificación de ella como parte de todo
proceso revolucionario lo que llevó a Popper a apartarse del socialismo. Sin
dejar de reconocer por ello que a menudo el uso de la violencia es necesario
para la defensa de la democracia o para la lucha contra la tiranía. Una
democracia se caracteriza precisamente como un mecanismo institucional que hace
posible cambios sin el uso de la violencia, sin derramamiento de sangre. Cuando
estos mecanismos institucionales no existen se justifica el uso de la
violencia, pero solamente para establecer de nuevo esos mecanismos, para
establecer o restablecer la posibilidad de cambios sin el uso de la violencia.
En cambio, el “uso prolongado de la violencia puede conducir, en definitiva, a
la pérdida de la libertad, puesto que tenderá a acarrear, no un gobierno
desapasionado de la razón sino el gobierno de los más fuertes.” (p. 330)
“En
realidad, el funcionamiento de la democracia depende, en gran medida, de la
comprensión del hecho de que un gobierno que intenta abusar de su poder para
establecerse bajo la forma de una tiranía (o que tolera su establecimiento por
parte de un tercero) se coloca al margen de la ley, de modo que los ciudadanos
no sólo tendrán el derecho, sino que también la obligación de considerar
delictivos estos actos del gobierno y delincuentes a sus autores. Pero también
sostengo que esta resistencia violenta contra toda tentativa de derrocar la
democracia debe ser inequívocamente defensiva. No debe quedar ni sombra de duda
de que el único fin de la resistencia es salvar la democracia. La amenaza de
aprovechar la situación para el establecimiento de una contratiranía es tan
criminal como la tentativa original de introducirla: el empleo de toda maniobra
de este tipo, aun cuando se le hiciese con la cándida intención de salvar a la
democracia de sus enemigos, sería, por consiguiente, un pésimo método para
defenderla; en realidad, podría suceder, incluso, que llegada la hora de
peligro cundiera la confusión entre las filas de sus defensores y éstos
terminasen ayudando al enemigo, (p. 330).
Parece que la
justificación del uso de la violencia tiene que ver con los ímpetus juveniles,
al menos ello parece ser así en el caso del propio Marx. Al comienzo era
partidario del uso de la violencia como partera de la historia, como único medio
para realizar la revolución socialista, aunque en su madurez tuvo una posición
más moderada y consideraba posible incluso la conquista del poder por medios no
violentos. Esta ambigüedad está presente también en los representantes de las
alas radicales o moderadas de los partidos socialistas.
“El
ala radical insiste en que, según Marx, todo gobierno de clase es
necesariamente una dictadura, es decir, una tiranía. La verdadera democracia
sólo puede alcanzarse, en consecuencia, mediante el establecimiento de una
sociedad sin clases, mediante la exclusión, violenta en caso necesario, de la
dictadura capitalista. El ala moderada no está de acuerdo con esta opinión,
sino que insiste en que la democracia puede alcanzarse en cierta medida, aun
bajo el capitalismo, y en que es posible, por lo tanto, llegar a la revolución
social mediante reformas pacíficas y graduales. Pero aun el ala moderada
insiste en que esta revolución pacífica no es segura, señalando que es muy
probable que la burguesía recurra a la fuerza, ante la perspectiva de ser
derrotada por los trabajadores en el campo de batalla democrático y sostiene
que, en este caso, estaría plenamente justificado que los trabajadores
reaccionaran y establecieran su gobierno por medios violentos. Ambas alas
pretenden representar el verdadero pensamiento marxista y, en cierto sentido,
las dos tienen razón. En efecto, como dijimos más arriba, las opiniones de Marx
al respecto eran algo ambiguas, debido a su enfoque historicista; por encima de
éste, parece haber variado de idea durante el curso de su vida, pasando de un
punto de partida radical a una posición ulterior más moderada, (p. 331).
Esta ambigüedad
con relación al uso de la violencia es
similar al que se sostiene con relación a las mejoras posibles dentro del
propio sistema capitalista. Para el ala radical cualquier mejora de las
condiciones económicas de los obreros, cualquier negociación con la clase
enemiga, constituye una traición a los ideales revolucionarios. En cambio, para
el ala moderada sí es posible una mejora gradual de las condiciones laborales
del proletariado industrial dentro del propio capitalismo. Sin embargo, es el
ala moderada la que mantiene una posición bastante ambigua con relación al uso
de la violencia.
“Nosotros,
los marxistas, preferimos con mucho un desarrollo pacífico y democrático hacia
el socialismo, si esto es posible. Pero como políticos realistas, prevemos la
posibilidad de que la burguesía no se quede de brazos cruzados cuando estemos
en condiciones de alcanzar la mayoría. Lo más probable es que traten entonces
de destruir la democracia y en este caso, no deberemos cejar sin combatir hasta
conquistar el poder político. Y puesto que se trata aquí de algo muy factible,
debemos preparar a los trabajadores para la eventualidad, pues de otro modo
traicionaríamos nuestra causa, (p. 336).
Como señala
Popper, se produce en la corriente marxista un interesante cambio de frente: si
antes se sostenía que la revolución era el resultado de la creciente
proletarización de la población, ahora se defiende el advenimiento de la
revolución como producto del creciente aburguesamiento de la clase trabajadora
y la posible amenaza de un golpe contrarrevolucionario de la burguesía frente a
la amenaza latente del ascenso de la mayoría de la clase trabajadora. Pero lo
más interesante es que la visión moderada socava finalmente los cimientos del
marxismo, tiende a minar el propio espíritu revolucionario que pretende
insuflar.
“A
mi juicio, estas teorías moderadas destruyen por completo el razonamiento
profético. Suponen, en efecto, la posibilidad de una transacción, de una
reforma gradual del capitalismo y, por
consiguiente, de un antagonismo de clase cada vez menor. Pero la base
fundamental y única del argumento profético es el supuesto del aumento del
antagonismo de clase. No es lógicamente necesario que una reforma gradual,
alcanzada a través de determinadas componendas, conduzca a la completa
destrucción del sistema capitalista; que los trabajadores que han aprendido por
experiencia que pueden mejorar su suerte mediante una reforma gradual,
prefieren desechar este método, aun cuando no les proporcione la ‘victoria
completa’, es decir, el sometimiento de la clase gobernante; que se rehúsen a
avenirse con la burguesía y a dejarla en posesión de los medios de producción,
el lugar de arriesgar toda su conquista, formulando exigencias que podrían
conducir a choques violentos, (p. 333).
El destino del capitalismo
Según
la teoría de Marx, el capitalismo opera bajo el influjo de contradicciones
internas que amenazan llevarlo a la ruina.
Karl Popper
Hasta el momento
Popper solamente ha puesto en evidencia algunas de las contradicciones en las
cuales cae la teoría de Marx, así como aquellos que dicen seguir sus ideas. Ha puesto
en tela de juicio su carácter científico y si tratamos de juzgarla según los
cánones de la ciencia, ha puesto en
evidencia una serie de casos en los cuales la realidad parece contradecir la
teoría. A continuación entraremos de
lleno en la crítica del núcleo más duro de la teoría económica de Marx,
particularmente de su teoría del valor, que considera completamente superflua,
como veremos, de la tesis del aumento de
la miseria y de la tendencia a la
reducción del cociente de beneficio y, finalmente, de su teoría de los ciclos
económicos, todo lo cual encierra, según Marx,
el derrumbe del capitalismo y, por supuesto, el advenimiento del
socialismo. Lo que se propone demostrar Popper es que también la teoría de Marx
está llena de contradicciones que amenazan su propia supervivencia.
Como es bien
sabido, para Marx la competencia obliga al capitalista al incremento de su
productividad, lo cual lo lleva necesariamente, a un incremento de sus costos y
de sus inversiones de capital para mantener a flote su empresa. Es decir, se
establece una clara relación entre la competencia, la acumulación de capital y
el aumento de la productividad.
“De
acuerdo con el análisis de Marx, el fenómeno descrito, la acumulación originada en la competencia, presenta dos aspectos
diferentes. Uno de ellos es que el capitalista se ve forzado a acumular o
concentrar cada vez más capital a fin de sobrevivir; en la práctica, esto
equivale a invertir cada vez más capital en un número cada vez mayor de
máquinas –cada vez nuevas- aumentando así, continuamente, la productividad de sus obreros. El otro
aspecto de la acumulación del capital es la concentración
de una riqueza creciente en las manos de diversos capitalistas, y de la clase
capitalista; y paralelamente con ese aumento de la riqueza se produce la
reducción del número de capitalistas, movimiento al que Marx dio el nombre de centralización (en contraposición a la
mera acumulación o concentración), (p. 343).
Hasta aquí nada
parece muy diferente del análisis que haría un economista clásico o neoclásico.
Pero ahora surge la pregunta: de dónde saca el capitalista su margen de
ganancia si, como veremos más adelante, hay una disminución creciente del
cociente de beneficio y existen gastos de inversión que son indispensables para
aumentar la productividad y mantenerse en el mercado. Pues bien, la respuesta
para Marx era simple: el margen de ganancia solo puede obtenerse del eslabón
más débil de la cadena productiva, a saber, de los salarios de los
trabajadores, lo cual hace que el aumento de la riqueza y concentración de la
riqueza tenga su contraparte en el aumento de la miseria, tanto en extensión
como en intensidad. A su vez el mantenimiento de esa explotación es posible
gracias al aumento de la población y a la existencia de un “ejército industrial
de reserva”, el cual ejerce presión para que los salarios se mantengan bajos.
Se trata en fin de la conocida teoría de la plusvalía.
“La
teoría de la plusvalía constituye una tentativa, dentro de los límites de la
teoría laboral del valor, de responder a la pregunta: ‘¿De dónde saca el
capitalista su beneficio?’ Si suponemos que los artículos producidos en su
fábrica se venden en el mercado a su verdadero valor, es decir, de acuerdo con
el número de horas de trabajo necesarias para su producción, entonces la única
forma en que el capitalista puede extraer provecho de su venta es pagando a sus
obreros una cantidad menor que el valor total de su producto. De este modo los
salarios recibidos por el obrero representan un valor que no es igual sino
inferior al número de horas trabajadas, (p. 346).
En economía uno
de los temas más discutido consiste en saber de dónde surge el valor de un
artículo o de una mercancía. Pareciera que la respuesta más obvia consiste en
afirmar que el valor de un objeto depende del número de horas dedicadas en su
elaboración, es decir, cuanto mayor sea el número de horas necesario
–socialmente necesario, diría Marx- para la elaboración de un producto mayor es
su valor. Aunque dicha respuesta
pareciera “obvia” suscita toda una serie de problemas y dificultades,
pues se da el caso de productos, el propio trabajo es uno, que se remuneran de
acuerdo a su utilidad o valoración subjetiva y no por el número de horas. La
idea de que la creación de riqueza o valor solamente es posible mediante la
explotación del factor trabajo es sostenida todavía por muchos marxistas recalcitrantes,
incluso de sólida formación intelectual –en estos días se lo oí a Carlos
Monedero en un programa de tv, quien ha sido asesor del gobierno venezolano y
que con asesorías como esta uno se explica por qué nos va como nos va.
Para que la
teoría del valor de Marx sea sostenible y permita explicar el aumento de la
miseria y la concentración de la riqueza, se requiere además de una masa
desocupada flotante -del “ejército industrial de reserva” al que ya nos
referimos-, la utilización de una maquinaria que permita el aumento de la
productividad, la cual constituye una forma de explotación más sofisticada,
pues excluye el uso de la violencia. Pero, como tratará de mostrarnos Popper, estos
supuestos son suficientes para explicar el aumento de la miseria y hacen de la
teoría del valor-trabajo de Marx completamente redundante o superflua.
“No
nos es posible pasar a hacer aquí una reseña detallada del número realmente
asombroso de aplicaciones ulteriores que hizo Marx de su teoría del valor. Pero
además sería innecesario ya que, como se desprenderá de nuestra crítica la
teoría del valor puede eliminarse por completo de estas investigaciones. Veamos
ahora los tres puntos sustanciales en que se basa dicha crítica: a) la teoría
marxista del valor no es suficiente para explicar la explotación, b) los
supuestos adicionales necesarios para dicha explotación resultan suficientes,
de modo que la teoría del valor se torna redundante, y c) la teoría marxista
del valor es de carácter esencialista o metafísico. (pp. 348s)
En primer lugar,
se plantea que existe un velo de ignorancia en torno al número de horas que
cuesta producir algo y por lo general el que vende suele simplemente vender lo
más caro posible y el comprador lo más barato posible, lo que se conoce como la
ley de la oferta y la demanda, en la cual el precio de los productos oscila
dependiendo de estas dos variables. Por otro lado, Marx recurre a esta misma
ley de oferta y demanda cuando señala que los salarios se mantienen
artificialmente bajos, un poco por encima del nivel de subsistencia –pues si no
el obrero moriría, obviamente- gracias a que existe una oferta excedente de
mano de obra que presiona los salarios a la baja.
“Pues
bien, ese pasaje demuestra que el propio Marx comprendió la necesidad de
respaldar la ley del valor con una teoría más concreta, una teoría que
mostrara, en cualquier caso particular, la forma en que las leyes de la oferta
y la demanda producen el efecto a explicar, por ejemplo, los salarios de
hambre. Pero si estas leyes bastan para explicar dichos efectos, entonces no
necesitamos para nada la teoría del valor, sea o no plausible en la primera
aproximación (lo cual por mi parte, no creo). Además, como lo entendió Marx,
las leyes de la oferta y la demanda son necesarias para explicar todos aquellos
casos en que no hay libre competencia y que excluyen claramente, por lo tanto,
su ley del valor, (p. 350).
“De
este modo, la teoría del valor resulta un complemento totalmente redundante de
la teoría marxista de la explotación, y esto vale con independencia de si la
teoría del valor es o no cierta. Pero la parte de la teoría marxista de la
explotación que subsiste una vez eliminada la teoría del valor es
indudablemente correcta, con tal de que aceptemos la doctrina del excedente de
población. Es incuestionablemente cierto que (a falta de una redistribución de
la riqueza por medio del estado) la existencia de un excedente de población
debe de conducir a los salarios de hambre y provocativas diferencias en los
niveles de vida, (p. 350).
(Lo
que no está tan claro y Marx tampoco lo explica, es por qué la oferta de
trabajo siempre excede la demanda. En efecto, si es tan provechoso “explotar”
el trabajo, ¿cómo es entonces que los capitalistas no se ven obligados, por la
competencia, a tratar de aumentar sus beneficios empleando más mano de obra? En
otras palabras, ¿por qué no compiten unos con otros en el mercado laboral,
elevando así los salarios hasta el punto que deje de ser posible hablar de
explotación?) (p. 350s)
En fin, la
hipótesis del aumento inexorable de la miseria y de la concentración de la
riqueza en pocas manos, no requiere de su teoría del valor, sino que se explica
fácilmente mediante la suposición de un excedente de población que presiona los
salarios a la baja, en otras palabras, mediante la conocida ley de la oferta y
demanda. Y, por otro lado, como dijimos, mediante la inversión del capitalista
en bienes de capital o maquinaria que produce un aumento constante de la
productividad. Estos dos factores se combinan, a su vez, con “lo que Marx llama porcentaje del
beneficio (que) corresponde al monto de interés, es decir, al porcentaje del
beneficio anual medio sobre el capital invertido. Este porcentaje, dice Marx,
tiende a caer debido al rápido crecimiento de las inversiones de capital, pues
estas pueden acumularse más rápido de lo que pueden aumentar los beneficios.”
(p. 357) El mecanismo opera más o menos del siguiente modo:
“El
capital de cualquier industrial puede dividirse en dos partes: una invertida en
tierras, maquinarias, materia prima, etc.; la otra, destinada al pago de los
salarios. Marx llama al primero “capital constante” y al segundo “capital variable”; pero como
considero algo equívoca esta terminología, denominaré a las dos partes,
respectivamente, “capital fijo” y “capital de salario”. Según Marx, el capitalista
sólo puede sacar provecho de la explotación de los trabajadores, es decir,
utilizando su capital de salario. El capital fijo es una especie de peso muerto
que la competencia le obliga a arrastrar e incluso a aumentar continuamente.
·Este aumento no va acompañado, sin embargo, por un aumento correspondiente de
sus beneficios; este deseable efecto sólo podría reportarlo el capital de
salario. Pero la tendencia general hacia un aumento de la productividad
significa que la parte material de capital aumenta en proporción a la parte de
los salarios. En consecuencia, también aumenta el capital total pero sin un
aumento compensatorio de los beneficios, lo que equivale a decir que el
porcentaje del beneficio debe disminuir, (p. 357).
De nuevo
pareciera que nos encontramos ante una argumentación bastante convincente,
pero, como veremos a continuación, dista mucho de ser concluyente.
“Tal,
pues, el principal argumento. ¿Pero es concluyente? Debemos recordar que la
mayor productividad es la base misma de
la explotación capitalista; sólo si el trabajador puede producir mucho más de
lo que necesita para su subsistencia y la de su familia, puede el capitalista
apropiarse del excedente del trabajo. La mayor productividad significa, en la
terminología marxista, un mayor excedente de trabajo, esto es, un número mayor
de horas dedicadas al capitalista y, a más de esto, un mayor número por hora de artículos fabricados. Todo esto
significa, en otras palabras, un considerable aumento del beneficio. Y Marx no
lo niega ni pretende que los beneficios disminuyan día a día; lo único que
afirma es que el capital total aumenta mucho más rápido que los beneficios, de
modo tal que disminuye el cociente de
beneficio.
Pero
siendo esto así, no hay ninguna razón para que el capitalista opere bajo una
presión económica que deba transmitir a los trabajadores, quiéralo o no. Cierto
es probablemente, que no le gustará en absoluto observar el menor decrecimiento
en el cociente de sus beneficios. Pero mientras el monto de sus ingresos no
disminuya, aumentando en cambio, no habrá ningún peligro real. La situación de
un capitalista medio cuyos negocios se desarrollen sin tropiezos será la
siguiente: un rápido aumento de los ingresos y todavía más rápido de su
capital, vale decir, un saldo favorable entre el activo y el pasivo.
Sinceramente, no creemos que esta sea una situación que lo fuerce a tomar
medidas extremas o que torne imposible todo acuerdo entre los trabajadores.
Muy por el contrario, nos parece perfectamente
tolerable. (p. 358)
Si a esto añadimos
que las crisis en el capitalismo serán cada vez más frecuentes y más profundas
en extensión e intensidad, pareciera inevitable que haya de llegar el momento
en que el sistema capitalista sea insostenible y dé paso, claro está, al nuevo
modo de producción socialista. Pero aquí también nos surgen dudas razonables
ante la supuesta inevitabilidad de esa teoría cíclica de las crisis
capitalistas. Recordemos que para Marx las crisis eran al capitalismo lo que el
vomito a los romanos, es decir, algo recurrente e incluso deseado o provocado
voluntariamente. Y a juzgar por la constante revitalización del capitalismo
tras la última crisis financiera, cabe preguntarse si el capitalismo sobrevive a pesar de las crisis o gracias a ellas. Cada vez que se produce
una crisis algunos marxistas se
apresuran a señalar el fin del capitalismo. Sin embargo, aquí cabe también la
conocida expresión “eso muertos que vos matáis, gozan de buena salud.” En todo
caso, señala Popper, la teoría de los ciclos de Marx puede ser contrarrestada
con políticas anticíclicas que eran difíciles de prever en su época.
“En
la época de Marx nadie pensaba en ese procedimiento de la intervención estatal
que denominamos ahora “política anticíclica”, y, en realidad, un pensamiento de
esa naturaleza debía ser absolutamente extraño para un sistema capitalista sin
trabas. (Pero aun antes de la época de Marx, encontramos el comienzo de algunas
dudas e incluso de ciertas investigaciones acerca de la conveniencia de la
política crediticia del Banco de
Inglaterra durante una depresión). El seguro contra la desocupación
significa, no obstante, intervención y, por consiguiente, un aumento de la
responsabilidad del estado, lo cual tiende a llevar a la práctica de
experimentos de políticas anticíclicas…Y cuando los marxistas dicen –como
suelen hacerlo- que Marx demostró la inutilidad de una política anticíclica y
de medidas graduales similares, simplemente afirman algo que no es cierto, pues
si bien Marx investigó el capitalismo sin trabas, jamás soñó la posibilidad del
intervencionismo. Y si nunca estudió, así, el recurso de una interferencia
sistemática sobre el ciclo económico, menos podía haber ofrecido una prueba de
su imposibilidad. Sorprende comprobar que la misma gente que se queja de lo
irresponsabilidad de los capitalistas frente al sufrimiento humano, son lo
bastante irresponsables para oponerse, con dogmáticas aseveraciones de este
tipo, a experimentos de los cuales podemos aprender a aliviar el padecimiento
humano (a convertirnos en amos de nuestro medio social, como hubiera dicho
Marx) y a controlar algunas de las repercusiones sociales no queridas de
nuestros actos. (pp. 355s)
Obviamente
siempre puede haber maneras de salirle al paso al hecho de que el capitalismo
no se ha derrumbado todavía y que lejos de haber aumentado la miseria de la
clase trabajadora ella ha mejorado considerablemente en los países capitalistas
avanzados, echando por tierra la inminencia del derrumbe del capitalismo.
Obviamente sigue siendo cierto que los capitalistas siempre buscan aumentar su
beneficios y disminuir su costos e
invierten en industrias de capital intensivo –maquinaria- allí donde la fuerza
de trabajo es costosa y, en cambio, invierten en industrias de capital de
trabajo en aquellos lugares donde la fuerza de trabajo es relativamente
económica todavía; el ejemplo más perverso de esto son los enclaves económicos
o maquilas. Pero ello ocurre precisamente porque no existe el marco jurídico
que impide este tipo de enclaves modernos de explotación. (Por cierto mucho de
estos enclaves tienen asiento en la China “comunista”.) La hipótesis ad hoc en cuestión que pretende salvar
las apariencias y darle oxigeno a la tesis del aumento inevitable de la miseria
y la caída inminente del capitalismo, es conocida como la hipótesis del
“imperialismo moderno”, planteada inicialmente por Marx y Engels, y adoptada
posteriormente por Lenin.
Marx
y Engels comenzaron a elaborar una hipótesis
auxiliar destinada a explicar las razones por las que la ley del aumento de
la miseria no operaba de acuerdo a sus previsiones. Según esta hipótesis, la
tendencia hacia la disminución del porcentaje del beneficio y, con ella, el
aumento de la miseria, es contrarrestada por los efectos de la explotación colonial o, como suele
llamárselo, por el “imperialismo moderno”. La explotación colonial es, según
esta teoría, un método de transmitir la presión económica al proletariado
colonial, grupo que, tanto económicamente como políticamente, es más débil aún que
el proletariado industrial interno, (p. 360).
Varias teorías
se han hecho eco de esta hipótesis, particularmente en nuestro continente, como
la teoría de la dependencia o la teoría de la liberación, por no hablar
de aquellos gobiernos que recurren a la garra del imperialismo y su alianza con
la burguesía interna para explicar fenómenos como la escasez, la inflación o la
devaluación, la famosa “guerra económica”. Se trata, como ya dijimos, del
descenso del marxismo a su más bajo nivel, al uso de teoría conspirativas que
acusan siempre a factores extraños o ajenos, y son incapaces de reconocer que
son sus políticas económicas las responsables. Siempre es más fácil acusar a
otros que rectificar nuestros errores. Pero como suele decirse, los hechos son tercos y tarde o temprano
estos recursos son desenmascarados y se evidencia lo que son, simples recursos
desesperados para conservar el poder y ocultar
la realidad. Tarde o temprano fracasan y son desmentidos por los hechos.
“No
creo que esta hipótesis auxiliar pueda salvar la ley del aumento de la miseria,
pues la experiencia la ha refutado. Existen países, por ejemplo, las
democracias escandinavas, Checoslovaquia, Canadá, Australia, Nueva Zelandia,
etc., por no decir nada de los Estados Unidos, donde el intervencionismo
democrático ha asegurado a los obreros un alto nivel de vida, pese a no haber
gozado allí de la explotación colonial o de haberla llevado a cabo en grado
suficiente para justificar la hipótesis. Además, si comparamos ciertos países
que “explotan” colonias, como Holanda y Bélgica, con Dinamarca, Suecia, Noruega
y Checoslovaquia, que no “explotan” colonias, no hallamos que los obreros
industriales se beneficien por la posesión de colonias pues la situación de la
clase trabajadora en todos estos países es sorprendentemente similar, (p. 361s).
Conclusiones
La religión es el opio del pueblo
Karl Marx
El marxismo es el opio de los
intelectuales
Raymond Aron
Es posible
que a muchos la crítica de Popper no les
parezca suficientemente convincente o definitiva, y no dudo que puedan hacerse
cuestionamientos importantes. Pero quisiéramos terminar con algo que pudiese
explicar el influjo que el pensamiento de Marx ha tenido, directa o
indirectamente, hasta nuestros días. Al comienzo hablábamos del influjo moral
de Marx. También destacábamos que ese influjo había ayudado a construir un
mundo mejor y que podía ser en esa medida positivo, sin duda. Sin embargo,
quisiéramos llevarle la contraria a Popper en este asunto, y más allá de
considerar que el marxismo científico ha muerto o no –nosotros pensamos que sí-
no sabemos hasta qué punto debemos mantener ese influjo moral de Marx permanentemente,
pues es a raíz de este influjo –incluso hechizo-que se tratan de resucitar sus
ideas y volver a crear un sistema dogmático que debe ser realizado a despecho
de que la realidad ofrece fuertes resistencias para que sea exitoso –y no nos
referimos a las resistencias de grupos de interés, sino a las propias
resistencias de la realidad económica que no se pliega al voluntarismo
militante e incorregible de algunos que se consideran seguidores de Marx.
Quizás no esté de más recordar que Marx decía sarcásticamente que no era
marxista y seguramente hubiese revisado muchas de sus tesis originales a la luz
de la nueva evidencia histórica del presente. Posiblemente se trata de una
interpretación caritativa y condescendiente. En todo caso, es lo que muchos de
los que lo siguen deberían hacer. “Cuidaos de
los falsos profetas” nos exhorta el apóstol Mateo. Popper recoge este
pensamiento y señala a Marx como uno, así que debemos cuidarnos de él, aunque
no tenga en este caso piel de oveja. Pero ahora debemos cuidarnos sobre todo de los
acólitos de ese culto que endiosa a Marx y no lo ve como el hombre que fue,
como un ser falible y propenso al error como todos. Si Marx nos recuerda que la
“religión es el opio del pueblo”, quisiéramos traer a colación la expresión de
Raymond Aron, “el marxismo es el opio de los intelectuales”. En definitiva, el
marxismo conserva en gran medida su influencia porque en estos tiempos modernos
seculares mantiene la fuerza y el poder cohesionador de una religión. Esa es su
fuerza, pero también su peligro permanente.
“De
acuerdo con el principio de que todo es posible, conviene señalar que las
profecías de Marx podrían haber resultado ciertas. Una fe como el optimismo
progresista del siglo XIX puede constituir una poderosa fuerza política y
ayudar a producir lo que predice. De este modo, no se debe considerar
corroborada una teoría y atribuirle carácter científico por el hecho de que se
hayan cumplido sus predicciones. Muchas de estas presuntas corroboraciones no
son sino consecuencia de su carácter religioso y de la fuerza de la fe mística
que ha sido capaz de inspirar a los hombres. Y en el marxismo, en particular,
el elemento religioso es inconfundible. En la hora de su mayor miseria y
degradación, las predicciones de Marx dieron a los trabajadores una fe
inconmovible en su misión y en el gran futuro que su movimiento estaba
elaborando para la humanidad. (p. 369)
Notas:
[1] Karl Popper: Búsqueda sin
término, Técnos, Madrid, 1977, p. 49
[2] Karl Popper: La sociedad abierta
y sus enemigos, Orbis, Madrid, 1984, p. 370. A partir de ahora todas las
citas de Popper son de este texto y se identificarán entre paréntesis.
[3] Brian Magee: Popper,
Grijalbo, Barcelona, 1974, pp. 131s.
[4] Popper siempre insiste en los peligros que encierra el
intervencionismo estatal, al que considera un mal necesario. En ese sentido,
dice compartir la idea marxiana y liberal de reducir el peso del estado en la
sociedad.
[5] Cabe recordar que el libro de Popper fue escrito durante la Segunda
Guerra Mundial y curiosamente cuando la
URSS era aliada en contra del nazismo y del fascismo.
[7] Cualquier parecido con nuestra realidad es pura coincidencia.