sábado, 1 de agosto de 2015


Juan David García Bacca:

las sombras de la libertad de expresión


David De los Reyes






I
Una vida

García Bacca, filósofo, traductor y pedagogo, como dijera de él Juan Nuño -su irreverente discípulo-, fue un eterno héroe shakesperiano: siempre fiel a sí mismo. En él, lo necesario y primordial era que todo hombre tuviera la fuerza y el valor de mantener sus convicciones, sus principios. Su obra está sembrada por una prosa que pretende reunir una suerte de poesía, ciencia y filosofía conjugadas al ritmo pausado y estricto pero matizado por su propia imaginación pensante original; siempre con el norte puesto en la precisión de los términos y definiciones. Filósofo de origen español, del quien se puede decir que fue el más discreto, formado, informado y sabio respecto a todo conocimiento científico, filosófico y literario de los filósofos hispanoamericanos de su generación.

Su extensa vida comienza en Pamplona (España), un 26 de mayo del primer año del siglo XX, 1901 y la terminará en tierra ecuatoriana, en Quito, el 6 de agosto de 1992, con redondos 92 años de fructífera existencia intelectual y humana.

Sus inicios en los estudios humanísticos y religiosos los efectuaría en el Seminario de los Padres Claretiano en Cervera, provincia de Cataluña (España) durante 1916-1917. Posteriormente estudia Filosofía y Teología (1917-1923). Tras dos años más de estudios de Moral y Derecho obtiene la orden sacerdotal en Solsona, allí termina su primera escala intelectual en el avance hacia sus propias convicciones como eclesiástico y donde por primera vez enfrenta la experiencia de la enseñanza. Posteriormente se trasladó a Lovaina, Munich, Zurich y París donde entrará esta vez en contacto con los últimos avances de la filosofía tomista y de la ciencia física y matemática del momento; campos del saber teórico científico por donde transitaron de manera permanentemente sus reflexiones filosóficas.

A su regreso a España, recibe en 1934 el título de Licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona y hace su doctorado; en 1935 presenta su tesis Ensayo sobre la estructura lógico-genética de las ciencias físicas obteniendo reconocimiento académico. En la Universidad Autónoma de Barcelona dará, desde 1933 a 1937, clases de lógica, matemática y filosofía de la ciencia.

Posteriormente gana un concurso de oposición en la Universidad de Santiago de Compostela en el año de 1936 que nunca llegó a disfrutar; se le imposibilita su estancia académica en ese campus universitario debido al estallido de la guerra civil española. Por tal motivo sale exilado a París para luego atravesar el Atlántico y llegar a Quito, ciudad en que residió entre 1939 a 1942; allí obtuvo un cargo de profesor en la universidad, el primero que le ofreció una tierra propicia de nuevas posibilidades, y de la que aún estaba él por descubrir. Allí pasa a ser un ex -cura y renegado: se casa con Fanny Palacios, con quien tendrá tres hijos.

Entre 1942 y 1946 se trasladó a México, y allí comienza su tarea docente en la Universidad Autónoma de México, compartiendo la escuela de filosofía con otros exilados españoles: Eduardo Nicol, José Gaos, Eugenio Imaz, Adolfo Sánchez Vásquez, entre otros.

Invitado a venir al país por el escritor venezolano Mariano Picón Salas, llega a Caracas en el año de 1946, donde iniciará su fructífera y larga carrera filosófica y pedagógica en la recién fundada Escuela de Filosofía de la no menos recién fundada Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela; se residencia y obtiene la nacionalidad en 1952. En ella permanecerá bajo el ritmo de una labor incansable en su área y de total entrega hasta su jubilación en el año de 1971. También impartió la docencia en el Instituto Pedagógico de Caracas (1946-62).

En verano de 1977 regresa a su país natal hasta la muerte del déspota dictador y de encontrar una España democrática.

Su personalidad siempre reflejó la de ser un maestro de trato sencillo y directo, con una rigurosidad para el trabajo que sería modelo para las generaciones que formó, además de poseer una honradez intelectual incuestionable. Por sus alumnos más allegados era llamado de forma cariñosa el viejo. Se sintió hispanoamericano más que español, y sus ideas políticas transitaron por la defensa de la libertad del individuo y de la socialdemocracia, tras un periodo de sarampión comunista.

Su obra se ancla, en un primer periodo, en una crítica a la escolástica tomista centrada en la ontología y la teoría del conocimiento. Posteriormente, un segundo momento de su itinerario intelectual, transita por las ciencias formales, matemáticas y físicas que, a la par de sus trabajos como filósofo, lo irán nutriendo para presentar sus propias proyecciones como teórico de la ciencia y de la lógica moderna. En su tercer periodo vendrá a nutrirlo sus trabajos acerca de la directa confrontación con las ideas más recientes de la física cuántica y de la relatividad, el principio de indeterminación, ello junto a sus investigaciones sobre la historia y estructura de la ciencia. Un cuarto periodo, referido a la idea de la cibernética, la comunicación y la información, que estará centrado en la comprensión de la técnica en tanto acción práctica y antropológica de la aplicación de los resultados de la ciencia teórica; visión un tanto optimista en la medida que sugiere que ella coadyuve al hombre en su desarrollo, además de su comprensión, dominio y manejo de la naturaleza para sus propios fines. Los estudiosos de su obra también incluyen un quinto período que estaría centrado en su preocupación por abordar temas teóricos de la historia de la filosofía, presentando a los grandes temas de esta materia en relación a sus autores y su tipo de vida que les subyacen al estructurar y producir tales ideas. Pero tampoco habrá de descuidar o menospreciar su encomiable trabajo de traductor, pues nada más con nombrar que ha sido el único que en el siglo XX llevó a cabo la traducción, de manera solitaria a otro idioma, la obra completa en griego de Platón ya le daría un puesto relevante en la historia de la filosofía en lengua española.

Nuestro interés en la obra de GB es presentar una serie de temas relacionados con el tema de las comunicaciones y la información que, si bien en él no están abordadas de una manera directa y no fue un tema primordial en el entorno en que el se movió, sí se encuentran de forma indirecta junto a posiciones personales que asumió en el transcurso de su vida como intelectual, filósofo y hombre de la academia.

Si leemos sus trabajos que elogian a la técnica como condición propia del desenvolvimiento de la humanidad, encontramos también referencias directas a los inventos -aparatos- de la comunicación conocidos por él; en ellos nos da una concepción visionaria del presente y futuro de la técnica y su importancia creciente para la subsistencia del hombre cónsono a una idea particular, epocal, de la libertad. No menos será, sin embargo, su crítica a sus desmanes. Igualmente el problema y el tema del lenguaje es retomado en la medida que se presenta como instrumento del desarrollo del ser social. Y por último su declaración, no menos importante, del derecho a la libertad de opinión, palabra o expresión a partir de una reflexión desde la convicción y postura voltaireana del derecho de todo hombre a ella y su apreciación del mundo de sombras que instaura el arte cinematográfico; estos dos últimos temas que son los abordados aquí.

Sin más creo que podemos pasar al registro e interpretación que nos da su particular musicalidad filosófica que nos muestra su pensamiento.


II
García Bacca, voltaireano

En un artículo que apareció en la revista Crítica Contemporánea # 12, (marzo-abril, 1964), nuestro autor se da la tarea de reivindicar el derecho a la libertad como un fundamento anterior y superior a todo derecho concreto, histórico, institucional. Es un alegato de plena vigencia, el comentario a la defensa por Francois-Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire, en relación al derecho de la libertad de expresión.

Para ello parte de la conocida frase de este ilustrado -que da título a su artículo-: No defiendo su opinión, porque no me parece verdadera; más defenderé a toda costa su derecho a decirla”. Que de por sí es, a su vez, una invitación y un elogio a la tolerancia y el reconocimiento mutuo a la diferencia respecto a las ideas. De la defensa a adscribirse a ciertas filosofías no por las verdades que acoja propiamente sino por libre elección de asumirlas.

GB confiesa que envidia a Voltaire. Lo envidia por la difícil simpleza de haber creado y dicho tal sentencia; corolario que habrá que nombrarla cuantas veces sea necesario hacerlo. Nuestro filósofo observa que diversos pueden ser los espacios públicos que se presta a suscribirla y mantenerla. Para empezar, en una publicación impresa que aspire ser democrática y albergar en ella el principio de la libre expresión de sus colaboradores. Permitiendo en sus espacios el que se nos muestre la opción de decir a cada quien lo que crea ser su verdad personal y no la opinión del comité de redacción. De lo contrario sólo será una revista que tendría una opción unilateral del mundo, por tanto, un determinado, parcial y único modo de presentar las cosas; y ello se agrava en una publicación que tenga la tarea de comunicar ideas, información, y conocimiento.

Otro de los espacios públicos que señala GB, y seguramente al que más le compete comprender y llevar a cabo este principio voltaireano, son las universidades, sea la que sea, pública o privada. Decir, contra viento y marea, con sustantivos impersonales lo que se pueda decir con nombres propios de personas y partidos. Y se refería en especial a una universidad tomada políticamente por varias facciones, desde lo que se llamó la izquierda o la derecha, y en plena ebullición política por la que venía experimentando los pasillos de la Universidad Central de Venezuela desde los años de 1958 hasta 1963, que es cuando escribe ese artículo. Lo cuál nos viene a mostrar ya cuál es su postura y preocupación fundamental como académico y hombre de ideas. No se puede cerrar el paso a la libre elección individual, grupal respecto a las ideas, ideologías y filosofías. El derecho a decirlas, apoyarlas es más inexorable que el contenido de verdad que alberguen. Lo importante no está tanto en ello como en la polémica y en la actividad intelectual que van engendrando con el fin de construir un mundo plural y en confrontación para criticar errores inherentes al saber. Es así como nos lanza la frase de defender el derecho a decir toda opinión -católica o no, marxista o no, fenomenológíca o existencialista...(como todas las corrientes intelectuales, científicas o ideológicas que vinieron o vendrían después), dentro del recinto universitario. Lo que es defendible para la vida de uno también es plataforma intelectual y moral para la existencia del otro.

Comprende que para la mitad de la década de los sesenta, con un conflicto político arraigado en toda la sociedad venezolana a partir de un ambiente donde hay una lucha abierta por el poder entre guerrillas de corte marxista, por un lado, y de política institucional democrática, por otro, nos alerta de mantener las puertas abiertas de la tolerancia y de la convivencia ideológica, de mantener el derecho a decir toda opinión, que es el leitmotiv de ese artículo en defensa de la libre expresión responsable, el de la libertad de hablar, de pensar en voz alta ante la sociedad. Magno riesgo, en un mundo de intolerancias e intereses grupales que definen de antemano los límites de lo conveniente o inconveniente dado, prescribiendo hasta el tipo de saber a desarrollar.

Pero contra viento y marea, GB se mantiene en su postura toda su vida. ¿Cuál? Aquella que si bien no compartimos la opinión de los demás al menos tenemos todos que compartir el principio o derecho de que todos, cada uno sin excepción, diga lo que cada uno piensa o crea que es su verdad. En eso se instala el principio de tolerancia ante lo propio y ajeno que tenemos a toda costa. Y ello porque nos conviene a todos por igual.

Esto nos define el campo de las ideas de una manera diversa y con-vivible, creando un espacio de coexistencia. Ser o no ser escolástico, tomista, filósofo católico, por una parte, o ser o no, filósofo marxista, existencial, positivista o nihilista, etc. no debería ser un problema el serlo. La cuestión que nos propone GB estriba en la necesidad de defender a toda costa el derecho a ser escolástico, filósofo católico, marxista, nietzscheano, hegeliano, positivista, etc., si se cree en la obligación de serlo. Es una postura, si se quiere, un tanto idealista pues las filosofías vienen acompañadas, por lo general, no solo por una obligación de serlo sino también por convicciones e intereses que se dan en la base de toda sociedad científica y que dan apoyo para sostenerlas como tales. Si bien acompañamos a GB en el deber de preservar el derecho a mantener nuestra opinión en cualquier espacio público, sea universidad, nación, continente o mundo; y sintamos que por obligación no debemos dejar pasar la instancia de la convicción personal que prestamos a ciertas ideas y no a otras; no por ello debemos aplastar y desterrar como sustraer a los otros de sus diferentes convicciones, su derecho a expresarlos y confrontar sus ideas.

Quedamos entonces no con el derecho a la opinión en sí sino el derecho a opinar en público como obligación concreta de una ciudadanía democrática y auténtica. De ahí que este principio, el de la libertad de expresión, deberá esgrimirse y defenderse antes de decir cualquier opinión pues sin él se hace imposible la confluencia y expresión de nuestras convicciones. La convicción primaria sería no tanto nuestras ideas filosóficas sino el derecho a opinar-las, la obligación más básica y profunda de sostener lo que uno cree ser su verdad o razón de ser vital mediante la crítica argumentación.

Más que una verdad este derecho hace posible la coexistencia de diferentes verdades sustanciales a determinados individuos o grupos humanos. Es lo propio del sentido de saberse hombre libre. Sin ello es imposible sostener la filosofía católica, musulmana, judaica, marxista, hegeliana y cualquier otra con la que nos entendamos. No se trata de verdades sino de principios, valores que les son implícitos a toda sociedad donde la expresión y el hablar de cada quien pueda ser escuchado, atendido, aprobado o desaprobado por justa argumentación expresada. Lo profundo, lo radical y urgente, como lo era para la Venezuela de ese año de 1963 en que escribió esto GB, como ahora al ser rememorado aquí, en los conflictivos comienzos del siglo XXI, es de seguir manteniendo, en conocimiento de todos y en alto, el derecho a decir cada uno su opinión, el derecho a la libertad de ser católico, ateo, liberal, musulmán, judío, anarquista, nihilista, bolivariano o lo que más se quiera ser; pero no a ser una de estas posturas obligante para todos por igual: propio de los autoritarismos intolerantes de las diferencias y ciego a los matices propios de toda democracia pluralista.

Ello, por lo que vemos ahora más que nunca, se nos muestra como todo un plan de reforma social y educativa. Aún más cuando se tiene la verdad única esgrimiéndose desde los centros de poder nacionales e internacionales y que proponen, ante la posibilidad de un pensamiento único global o un pensamiento único nacional. En nuestras épocas de arraigados y fanáticos fundamentalismos viscerales y ancestrales, lo dicho por el viejo Bacca viene a ser una propuesta llena de vida y necesidad. Ante la intolerancia que esgrimen las impunes armas asesinas que hoy nos apuntan por doquier, esa convicción primaria de la libertad de hablar pareciera seguir siendo un canto de cisnes ante los ruidos infernales de la muerte a todo lo que no sea igual a mí o no se someta.

De esta forma nos obliga a defender el derecho a expresarse distinto a mí en ideas. Si se le prohíbe a un filósofo ateo ese derecho, por ejemplo, siendo nosotros convencidos católicos, nuestro deber insoslayable y primario sería defender urgentemente a que dicho pensador libremente exponga sus ideas y sus argumentos; y no por el hecho que con ello nos va, automáticamente, a convertir o convertirnos en ateos o marxistas, o católicos o tomistas sino por el derecho a decirlas, que es algo más profundo para todo aquel que se sienta identificado con algunas de las ideas que nutren al pensamiento humano democrático. No por humano es que debo permitir que todo se convierta en ajeno.

Queda claro que el primer principio proficuo de todo intelectual, de todo hombre libre, de toda postura superior intelectual estriba en ese derecho implícito de libertad humana que es anterior a todo otro derecho concreto. En él se deberá reconocer todo universitario libre como todo ciudadano libre. GB, con el sentido de una escritura lúdica pero certera de lo que dice, nos conmina a comprender que antes de preferir ser marxista, católico o lo que sea, tendremos, ¡he ahí algo difícil!, que estar claros que nos comprendamos como seres libres que necesitan tener y dar libertad.

Sus palabras: El cristianismo fue posible, y de posible llegó a ser real, porque los cristianos primitivos reivindicaron el derecho a ser libres -y se lo ganaron. En los tiempos en que aún se lo estaban ganando, contra viento y marea, decía San Agustín:
 “Nemo invitus bene facit, etiamsi bonum sit quod facit”: nadie, forzado, hace bien, aunque sea bueno lo que le fuerzan a hacer. Y sin embargo, como advierte GB., luego de haberse ganado el derecho de ser libres, estos mismos cristianos se lo negaron por siglos a los demás en nombre de un pensamiento único sostenido en una supuesta idea del Bien y de la Verdad; olvidaron a San Agustín. Trucando la frase, el viejo de la Escuela de Filosofía nos dice: nadie, forzado, es buen cristiano, aunque eso de ser cristiano sea bueno; nadie, forzado, es buen filósofo católico, aunque eso de ser filósofo católico sea bueno. Nosotros pudiéramos añadir que nadie, forzado, es buen bolivariano, revolucionario, musulmán, o pro-yanqui, aunque eso de ser bolivariano, revolucionario, musulmán o pro-yanqui sea bueno.

Es por ello que GB se suscribe a la postura de los herejes que vendrán a ser, ante el dogma del cristianismo institucional, aquellos paladines que se levantaron contra el dogma; paladines de la libertad de decir y de creer. Eran agustinianos. E igualmente pasó con Marx y sus seguidores, ganaron el derecho a decir su opinión pero ello no debe ser campo abonado para quitársela a los otros. De ahí la defensa al derecho de ser libre, principio incorporado a toda democracia y cultura superior; lo otro es volver a las hordas y sus provectos nudos mentales, volver a la muerte de la creatividad humana conjugada ahora con la libre y necesaria circulación de ideas y mundos inventados.

Ahora creo que podemos decir que nuestro deber es seguir reivindicando ese derecho, el derecho a no ser bolivarianos, revolucionarios, liberales o conservadores o lo que sea en la medida que nos veamos forzados a serlo por el capricho y la fuerza, y no por la convicción personal que es tan válida como cualquier otra, en un mundo que quiere que las voces individuales, por sus convicciones, puedan cantar de tanto en tanto junto a otras y acallar su originalidad.

Terminamos con las palabras de GB respecto a la sentencia de Voltaire:

“...dicha aquí -o donde haga falta, que es ya en todo el mundo-, vamos a ver quienes la suscriben, que suscribir esta sentencia, y lo que exige pagar a toda costa, es mucho más importante, urgente, vital, que firmar manifiestos y manifiestillos sobre cualquier asunto o asuntillo”.



III
Entre sombras y realidad

Ante la cantidad de temas que abarcó GB en su larga vida nos encontramos con otro pequeño ensayo que refleja su visión de las cosas respecto a los usos y posibles efectos de los medios técnicos como lo es la televisión y el cine; nos referimos al que tiene el sugerente título De la caverna platónica al cine moderno. Dos metáforas y una sola verdad, (1983: 443s).

En él nos topamos, una vez más, con el uso del Mito de la Caverna de La República de Platón respecto a las sugerencias que ofrece para efectuar una comparación con los efectos posibles que vienen a posarse sobre las conciencias modernas; no es una exclusividad de GB. También el mismo Pasquali, discípulo de aquél, lo utilizará como lema para introducirnos en su análisis sobre los medios de comunicación en su obra Comunicación y cultura de masas (1972).

Y comencemos preguntándonos ¿qué tiene de interés para el público de nuestra época evocar a un mito que quería establecer la diferencia entre lo real y lo falso, la verdad y la mera opinión o error, lo cierto y lo imaginado? Platón puede que sea una referencia importante e inevitable para cualquier reflexión que toque los valores y los temas intrínsecos del ser humano. Y sus planteamientos, aunque a unos 2600 años de distancia, siguen inspirando a no pocos para hallar motivación en plantearse los problemas y temas que en el desenvolvimiento de la humanidad siguen siendo comunes, válidos y persistentes aunque con las variaciones debido a sus niveles de desarrollo técnico y científico.

La imagen de la oscuridad que ronda en esos seres apresados dentro de la caverna que nunca llegan a ver la luz del sol, que vendría a significar platónicamente el conocimiento del mundo verdadero de las ideas, de la realidad de las cosas, es retomada por GB para hacernos una comparación con las formas -sombras­- de las imágenes del cine y de los cines en tanto cavernas contemporáneas por las que el hombre pasa y vive casi como verdad las tramas fílmicas elaboradas por el arte cinematográfico.

El argumento de nuestro filósofo estriba en qué es lo que comprende el hombre de a pie, el hombre común, por Verdad y Realidad si su vida está rodea por la vista permanente dirigidas por las sombras, las siluetas, la apariencia inconsistente y enigmática que le son presentadas por los medios audiovisuales del presente.

Y es ahí donde nos afirma que la caverna actual es el cine, ni más ni menos: la caverna baccaiana. Con la diferencia que aquellos cavernícolas platónicos estaban amarrados y fijados a un lugar sin posibilidad de movimiento ni cambio de lugar. Los cavernícolas del presente fílmico estarían aparentemente más libres respecto a ello. Pueden entrar y salir de una sala de cine de manera libre y hasta disfrutar, se nos dice, del aire acondicionado, además de todos los últimos equipos técnicos de audición y proyección que nos ha provisto el nuevo universo de la imagen y el sonido digital.

A pesar de todos los avances que supone este arte para GB, mente ganada por las comunicaciones escritas del hommo typographicus, de la imprenta y del libro, es decir, la de un pensador proclive al ser de la tradición ilustrada dieciochesca, no deja, por ello, de ser caverna al fin. Sombras nos dan, bien por imagen, bien sea por sonido, al ser mera reproducción artificial que puede llegar a ser tomado por la realidad, la única. Ir al cine es inundarse y masajearse en una sesión de sombras y de conflictos y asuntos que se nos dan por las sombras proyectadas. Y sin embargo GB no deja de reconocer el gusto y el placer que nos proporciona tal espectáculo que surge de la oscuridad lumínica: Por el espectáculo visto, por el tipo de realidad con el que vivimos largas horas -y lo que es peor, porque lo vivimos libremente, y con tanto gusto, que encima pagamos-, nuestros cines no distan mucho de las trogloditas cavernas, mitológicamente recordadas por Platón. Mito ¿de qué y para qué? (idem).

GB se hace eco en su reflexión del sentido que le dio el hombre griego al concepto de razón la cual no era sino la posibilidad de conocer y discutir qué es la verdad de la realidad misma. Es por ello que le es irremisible el aceptar a las sombras que nos proveen los medios actuales como datos que nos llevan a un mundo de verdades de razón para el hombre común. Es la invasión que hasta en el terreno del conocimiento va a imponer la invasión de las masas (Ortega y Gasset) en el mundo de la especialización y de las cantidades. Es la situación en que se ha apartado de nuestro horizonte el amor a la Verdad, a la Realidad, a la Luz, que son los fines por los que el cavernícola platónico al desprenderse de sus cadenas debería llegar a alcanzar luego de dificultoso ascenso hasta la boca de la caverna. Hoy no se quiere esfuerzos para obtener la verdad del día, las masas la tienen en las puntas de los dedos y en la constelación de botones que nos acercan las informaciones que digerimos (infoesfera), mas difícilmente comprendemos la producción de dichos enunciados. Nos delatamos por nuestra preferencia por las sombras dinámicas del cine, a las que hoy le deberíamos añadir toda la constelación de lo virtual. Amamos los fantasmas, la pura apariencia y la memoria de los muertos: de eso se nutre el hombre-masa que ha optado por no tener proyecto personal y en acomodarse al que se les da desde el exterior y les llega en formas de sombras, espectros lumínicos-electrónicos. Hombres proclives a pertenecer a una sociedad de información más que a una pública, centrada en la gestación de opinión personal y colectiva.

El diagnóstico de GB no es otro que el ya muchas veces escuchados desde las filas de la filosofía y de los pensadores contemporáneos (Popper, Coundry, Sartori, Derridá, Eco, etc), es la tan nombrada huida de la realidad, donde se vive más en la ficción que en el mundo que olemos, respiramos, tocamos en la inmediatez de nuestra existencia. Tal huida se le hará cara a la civilización porque desemboca en lo que para hoy llamaríamos lo propio de una mentalidad postmoderna: la de un cerco cultural que sólo se presenta en tanto potpourrí o mescolanza, confusión y collage de todo lo humano y hasta de lo divino.

En defensa de la claridad y la comprensión GB recurre a Cervantes para recordarnos lo que ya el manco de Lepanto hablaba sobre ciertas mescolanzas, que generan mundo y sustancialidad difusa y hasta a veces ridícula: Guardando en esto un decoro tan ingenioso que en un renglón han pintado un enamorado distraído y en otro hacen un sermoncito cristiano que es un contento y regalo oírle o leerle. ¿Qué podemos especular de lo que hubiera dicho Cervantes de nuestro mundo de mezclas tan abigarradas y profusas -la tan llamada hibridez cultural-, que nos presenta cualquier acto de pantalla fílmica y, a pesar de ello, nos dice GB, sin muchos escrúpulos, y según normas de ingeniosísimo decoro.

Ante las materias simples y puras que provee una racionalidad y una cultura forjada sobre la alfombra -no mágica- de la búsqueda de la verdad y de realidad, se nos viene a anclar en nuestra cotidianidad una heterodoxia contra el buen beber y saber con las que nos provee nuestra vida cotidiana de coktails mediáticos, que hace gala de sustraerse a toda cultura del buen catador. Un mundo erigido en el nihilismo de los gustos y la imposición de opiniones y no de razones o comprensibles y confrontados conocimientos públicos y democráticos.

El sentido del buen catador de las ideas nos trae, después de todo, otro sentido de esa heterodoxia en las ideas. Pareciera anunciar ya la confusión postmodernista del anything go, del todo vale. GB nos habla de un mundo donde todo esta revuelto con todo y reducido y macerado a sombras en el que se da cita, en el caso del buen catador de ideas, todo lo mejor en tanto humano y divino que proveen las culturas. Y ve con un espíritu de ambigüedad la lección que surge del mundo de sombras que va, poco a poco pero de manera persistente e impositiva, como ha llegado a ser la pesada gravedad de ellas hoy, el establecimiento del orden real.

De una realidad artificial, de sombras que nos conmina a escapar de la realidad; es la huida de lo real, que proporciona tanta incomodidad a las muelles y dóciles almas medíáticas del hombre digital de hoy. Huida de realidad significa para GB revoltijo de los tipos de realidad. Ante ello, en tono de reclamo nos dice el viejo GB: ¡Oh caverna platónica troglodita, simplista e inofensiva, inocentada frente a la sutil perversa, ofensiva pedagogía de nuestras comodísimas cavernas. Mal negocio para las grandes realidades -como religión, arte, filosofía, política...pues cuando nos tropecemos con ellas, como a la salida de los cinemas, no podremos ni verlas ni reconocerlas, y andaremos a trastazos y golpes de ellas! Es lo que debemos pagar por nuestro cerco impuesto del tecnocosmos y su infoesfera actual. Un estadio quizás de enajenación nunca antes conocido, según él.

Todo muta en apariencia y semejanza, dando palos de ciego ante tanto mundo construido dentro de una modernidad que nos lleva a apartar de la una comprensión de la política real, del arte verdadero, de las personas para sólo terminar ser navegantes solitarios dentro de la red. Como refiere el maestro, son palos de ciego, encegados por sesiones de sombras, educados por sombras. De las sombras venimos, entre sombras vivimos y en las sombras nos hundiremos. Todo un mundo. La realidad no será más que sombras chinescas surgidas de las nuevas cavernas contemporáneas de los medios de comunicación. Sombras chinescas: un espectáculo donde sólo las figurillas que se mueven detrás de la cortina de papel o del lienzo blanco e iluminadas por la parte opuesta de los espectadores vendrán a ser la sutil, débil, insoportable y pasajera realidad y verdad de nuestros días para la ¿buena? mayoría. Verdad encubierta, realidad oculta.

Es también una realidad política, económica y social, que nos ofrece un trato enguantado, es decir, no directo, sincero, dándonos la oportunidad de ser de manera en vivo y en directo. Es por lo que GB deberíamos asumir el desacato, cierta descortesía, herejía, insubordinación y descomedimiento. La filosofía moderna nos ha propuesto ser insubordinados ante los intermediarios y mediadores, que son una especie de guantes que nos llevan a retirarnos de la realidad: ellos son los dogmas, las teorías absurdas, las hipótesis, los programas y convenciones en que nos hemos cercado nuestro aliento: todas ellas descritas y propuestas por las posturas fenomenológicas. Y sin embargo GB viene a proponer el grito heideggeriano de ¡a las cosas, a las cosas!

Y esta caverna moderna que experimentamos en los cines (o en la tv y hoy sumadas las infinitas pantallas digitales –como esta misma que ve ahora- infectando toda visión),  no ha dejado de expandirse y aposentarse alrededor y sobre, en y al lado de todas las cosas. No miramos en directo sino ensombreciendo al mundo. Y es la respuesta que se nos da ante el porque vivimos ante un mundo tan brutal y desconsiderado y al que nos hemos plegado de hecho. No tratamos con realidad sino con sombras, normas de sombras, buenos y malos ejemplos de sombras. La acción del hombre debería reducir el sesgo de brutalidad de dicha realidad, sin llegar a proclamar el falso optimismo hegeliano de que todo lo real es racional y todo lo racional es real. La brutalidad de lo real es la medida de nuestra pertinaz y organizada huida de ella. A mayor brutalidad mayor huida y menos confrontación de reconciliación con ella. Y ocurre lo que no se quiere, cuando intentamos huir de la realidad esta se nos vuelve a golpes, convirtiéndose en una realidad de los golpes, volvernos a golpes a las cosas, por el hecho de insistir en estar cómodamente instalados sobre una religión, política, economía, verdad, moral, relaciones estilo cine, es decir, sostenida sobre, por y entre la ilusión de sombras.

GB nos afirma que la realidad no es brutal. Los brutos somos nosotros y mejor, y mejor, para no pluralizar, el bruto soy yo, arguye. La realidad, como afirmó Parménides desde las sombras pasadas de la caverna filosófica, simplemente es.

Este pensador, como vemos, no deja de ser sugerente en la inmersión de la comprensión del mundo de sombras vividas. Del mundo en que pensamos que vivimos más siempre, y a cada momento, de él huimos gracias a las sombras, gracias a la realidad cinematográfica e iconográfica que se nos impone.

GB nos muestra, con estas dos mínimas referencias a la comunicación, uno: sobre la libertad de expresión; el otro: sobre las sombras, el sentido de la búsqueda del hombre que se construye a partir de su propia razón y esfuerzo. Su credo lo encontramos en su obra Sobre virtudes y vicios (1992) de la que nos permitiremos transcribir sus palabras:

“1.- No delegar en nada -religioso o profano, filosófico, económico, político-, ni en Nadie: sea Papa, Patriarca, Ayatollah, Premier de un Presidium...el pensar por cuenta propia. Que nadie se arrogue el derecho de pensar por él. Cada uno debe pensar por si mismo, para sí mismo en todo. Y tomar sobre sí la obligación de dar a los demás tal ejemplo. Recordando que el miedo a pensar sobre todo es más potente y frecuente que el miedo a morir. Para la mayoría, “morir antes que pensar”. E impedir que los demás piensen; más aún que hagan patente tal decisión de palabra impresa. Censura y censores. Inquisidores.

2.- No delegar en nada -religioso...- ni en Nadie -Papa..- el decidir por cuenta y responsabilidad privada, o sea: renunciar a la libertad. Cargar valientemente, con el don de la libertad de conciencia, sin descargarla en otro: No descargar el pensamiento aceptando dogmas. Credos, consignas; ni descargar la voluntad obedeciendo a mandamientos, preceptos, ritos. Dogmas...alivian el peso de pensar; obediencia alivia el peso de decidir. Comodonería mental y primitiva. Sobran Concilios y Constituciones que determinen y tiendan a imponer por fuerza física o psicológica qué es lo que hay que pensar y qué es lo que se debe obedecer o querer (...)

3.- No poner límites a la imaginación, entendiendo por esta palabra “inventiva”. La originalidad, la inventiva, es uno de los recursos humanos inagotables...No aceptar nada que se lo dé por perfecto, definitivo, tradicional, sagrado o venerable. Venga de la autoridad que sea: religiosa, político, económica...Sea libro sagrado, rito, práctica, de Antiguo, Nuevo Testamento, Islam, Vedas, Confucionismo, Shintoismo...Chamanismo”.

GB siempre será recordado y leído como un pensador fiel a su propio pensamiento. Un pensador para el que pensar desde y por sí mismo era el deber de todo trabajador intelectual. Esta aproximación que hoy damos es apenas un intento de acercarnos a algunas riveras del profundo mar en que habita toda su obra. 



Popper crítico de Marx


Carlos Blank








Introducción
Y debo confesar que no comprendo que un hombre racional que haya leído la crítica de Marx por Popper pueda todavía ser marxista.
                                                                              Brian Magee

No es difícil estar de acuerdo con quienes afirman que hoy más que nunca están presentes las condiciones de explotación y de desigualdad contra las cuales Marx se opuso. Ciertamente, la riqueza mundial está hoy concentrada en pocas manos y existen todavía condiciones de explotación laboral que nada tienen que envidiar a las denunciadas por Marx en su tiempo. Curiosamente uno de los países donde han resurgido estas desigualdades y estas condiciones laborales infrahumanas ha sido en  China, el cual ha adoptado después de muchos años de hambrunas y pobreza el modelo capitalista como el único que puede sacar a ese país del marasmo económico y de las hambrunas. Además todos los demás países que antes se consideraban comunistas han adoptado el capitalismo, incluso un capitalismo que podríamos tildar de salvaje, irrestricto o sin trabas, como el que existió en su fase inicial.
¿Quién hubiese previsto hace varias décadas que países como Rusia  o China iban a competir con los EEUU siguiendo las reglas del mundo capitalista? ¿Quién hubiese siquiera previsto la existencia de un mercado bursátil en Rusia o en China? ¿0 que un descenso en los valores de las acciones de la bolsa de Shanghai ponga a temblar al resto de la economía capitalista mundial? ¿O que China pueda llagar a ser –si no lo es ya- la primera economía del mundo? Estos eran hechos impensables hace años y hoy son el pan de cada día, son parte de la cotidianidad económica.  De allí que se considere que el comunismo es el camino más largo hacia el capitalismo. Hay quienes consideran que esta nueva correlación de fuerzas lejos de representar una demostración del fracaso de las tesis socialistas es la mejor prueba de su éxito y su actualidad, y que el desplome definitivo del capitalismo está ahora sí a la vuelta de la esquina. Lo que se derrumbó fue el comunismo, un sistema que no era ni podía ser viable política ni económicamente, pero el verdadero socialismo habrá de surgir pronto de las cenizas del capitalismo. Quienes de nuevo vaticinan el derrumbe del capitalismo –y no negamos que pudiera haber buenas razones para desearlo- y el arribo definitivo del socialismo, parecen olvidar con facilidad que no es la primera vez en la historia que se han hecho estos vaticinios o que, lejos de ello, tienen un gran sabor a lo ya visto y oído, a deja-vu, y que lo ocurrido entonces –hace apenas unas décadas atrás- fue la caída del socialismo real y la revitalización, para bien o para mal, del capitalismo. Quizás la palabra clave en todo ello sea la de “definitivo”, creer que hay realidades definitivas que se imponen en la historia con el mismo carácter de necesidad con que se imponen las leyes naturales. Creer en el éxito definitivo del socialismo o, por la  misma razón, en el éxito definitivo del capitalismo,  es un síntoma evidente de falta de perspicacia histórica, una muestra de gran ingenuidad y de ignorancia del desarrollo histórico. Toda  profecía ya sea de carácter neoliberal o neosocialista adolece de lo mismo y es una expresión inconfundible de superstición y de presunción, de wishful thinking o pensamiento ilusorio. Tomar en serio el tiempo y comprender que el futuro está siempre abierto es el único antídoto contra esta visión estrecha y simplista de la historia.
A continuación nos ocuparemos de la crítica a este modo de entender la historia llevada a cabo por Karl Popper y que él denunció en Marx, entre otros,  y que hoy se reproduce con la misma intensidad en algunos de los que dicen seguir sus ideas – en lo que a menudo coinciden, cabe destacar,  con la corriente liberal. Curiosamente el pensamiento político de Popper es considerado demasiado socialista para algunos liberales y demasiado liberal para algunos socialistas. Para unos, su crítica no es lo suficientemente radical o reivindica aspectos de Marx que no son deseables, mientras que para otros, su crítica es esquemática, superficial y desconoce el “verdadero” pensamiento de Marx. Lo que sí es cierto es que su crítica no ha dejado a nadie indiferente.    


Marx y el marxismo vulgar
Lo que Popper pretende, y a menudo consigue, es atacar la postura del oponente en sus puntos más fuertes. Lo que es más, antes de atacarlo, intenta fortalecerla aun más. Comprueba si alguno de sus puntos débiles puede ser abandonado o si su formulación puede ser mejorada, le concede la ventaja de la duda, y pasa por alto sus omisiones; y entonces, cuando la ha formulado lo mejor que ha podido, la ataca en sus puntos más poderosos.
                                                                    Brian Magee

Uno de los aspectos más importantes de la crítica que hace Popper a Marx consiste en diferenciar en todo momento las ideas del propio Marx de las ideas que sostiene un marxismo vulgar, por donde se han colado muchos de los lugares comunes que se atribuyen a Marx pero que son producto de una falta de comprensión o  de lectura equivocada de su pensamiento. Por cierto hay quienes sostienen que el manejo que hace Popper de Marx se inscribe dentro de ese marxismo vulgar y no ve más allá de él. Suponiendo que ello fuese así, la crítica de Popper no debería ser desestimada por ello, pues precisamente las ideas de Marx suelen ser en la mayoría de los casos comprendidas de manera muy esquemática –hay incluso quienes se declaran marxistas y confiesan sin empacho no haberlo leído- y son reflejo precisamente de ese marxismo vulgar o de manual propagandístico con que suelen ser atraídas las personas a su redil –posiblemente solo hayan leído El manifiesto comunista.
Podría decirse que el desacuerdo de Popper con Marx es básicamente de orden metodológico, es decir, ambos comparten, como veremos, muchos de los valores substantivos que debe tener una sociedad más humana, aunque disienten profundamente en la manera como deben ser realizados dichos valores en una mejor sociedad. De hecho, querer una sociedad más justa e igualitaria fue lo que aproximó inicialmente a Popper al marxismo y que incluso, aunque fuese por unos meses, lo llevase a formar filas de la juventud comunista de su Viena natal. Pero también reconoce que fue la forma como se pretendía llevar a cabo esta sociedad lo que lo fue apartándolo  del marxismo primero y paulatinamente del socialismo, incluso del socialismo moderado de algunos partidos de ese entonces.

“Durante varios años permanecí siendo socialista, incluso después de mi rechazo al marxismo; y si pudiera haber una cosa tal como el socialismo combinado con la libertad individual, seguiría aun siendo socialista. Porque no puede haber nada mejor que vivir una vida libre, modesta y simple en una sociedad igualitaria. Me costó cierto tiempo reconocer que esto no es más que un bello sueño; que la libertad es más importante que la igualdad; que el intento de realizar la igualdad pone en peligro la libertad, y que, si se pierde la libertad, ni siquiera habrá igualdad entre los no-libres. [1]

Popper le confiere a la crítica de Marx un indudable valor moral y no deja de reconocer que como descripción del capitalismo que le tocó vivir tiene un indudable valor testimonial, ofrece una imagen descarnada de su tiempo, es, podríamos añadir, una suerte de retrato naturalista, como el que nos brinda Zola en su obra Germinal. Se trata pues de una denuncia de las injusticias y de las barbaridades que se cometen durante buena parte del desarrollo del capitalismo y que para Marx eran no solamente inevitables sino también insuperables dentro del propio sistema capitalista. La idea de que el capitalismo es irreformable o es incapaz de cambiarse a sí mismo es una de las ideas principales de Marx  que lo llevan a defender el socialismo como el único sistema donde se superan las tropelías del capitalismo. Según Popper, el ataque de Marx al capitalismo es, en el fondo, un ataque moral, así como su defensa del socialismo también es, en el fondo, una defensa de carácter moral, de defensa de la superioridad moral del socialismo. Y su influjo es también moral principalmente.

“Después de todo, la condenación marxista del capitalismo es, en esencia, una condenación moral. Se condena al sistema por su cruel injusticia intrínseca combinada con la completa justicia y corrección “formales” que lleva aparejadas. Se condena al sistema porque al forzar al explotador a esclavizar a los explotados, les priva a ambos de libertad. Marx no combatió la riqueza ni alabó la humildad. Odió al capitalismo no por su acumulación de riqueza sino por su carácter oligárquico; lo odió porque en este sistema la riqueza significa poder político de unos hombres sobre otros. La capacidad de trabajo se convierte en un artículo y esto significa que los hombres deben venderse en el mercado. Marx aborreció el sistema porque se parecía a la esclavitud. [2]

Sin embargo, Marx fue lo suficientemente honesto como para no entrar en consideraciones o justificaciones de tipo moral, el tipo de consideraciones o justificaciones que él mismo criticaba y que eran parte de la moral burguesa y de la hipocresía que había que dejar atrás. Evitó, así,  ese diálogo de sordos entre  un yo soy mejor que tú o tú eres peor que yo.  Así como aborrecía los abusos del capitalismo, aborrecía todavía más la hipocresía de los moralistas que defendían estos abusos o que simplemente se hacían los locos frente a ellos.

“A mi juicio, Marx evitó formular una teoría moral explícita porque aborrecía los sermones. Desconfiando profundamente del moralista que vive predicando que se beba agua mientras él bebe vino, Marx se resistió a expresar explícitamente sus convicciones éticas. Para él, los principios de humanidad y decencia eran cosa que no podían ponerse en tela de juicio y debían darse por sentados. (También en este terreno fue optimista). Atacó a los moralistas porque vio en ellos a los defensores serviles de un orden social cuya inmoralidad sentía intensamente; atacó a los apologistas del liberalismo por su satisfacción consigo mismos, por su identificación de la libertad con la libertad formal garantizada por un sistema social que la hacía imposible en su verdadera acepción. De este modo, indirectamente, admitió su amor por la libertad y, pese a su inclinación, como filósofo, hacia el holismo, no fue por cierto colectivista ya que confiaba en que el estado habría de “marchitarse” tarde o temprano. La fe de Marx era, fundamentalmente, a mi parecer, una fe en la sociedad abierta. (pp. 370s)

Frente a aquellos que sostienen el liberalismo –sobre todo con la utilización de  la  expresión “neoliberalismo”- como corriente contraria al socialismo, encontramos aquí como Marx puede considerarse dentro de la corriente liberal y como un firme creyente en una sociedad abierta. Que, en la práctica, sus ideas hayan conducido en algunos casos a sociedades cerradas y totalitarias es una de las grandes paradojas del siglo XX que Popper trata de desentrañar. Pero son estas mismas razones las que hacen de Marx un pensador imprescindible para comprender la sociedad moderna, la crítica de su pensamiento y sobre todo su pretensión de cientificidad debe ser puesta a prueba, como debe serlo todo pensamiento científico o con dichas pretensiones.  Es sobre este punto que se orienta la crítica de Popper.

“Es este radicalismo moral de Marx lo que explica su vasta influencia y es, en sí mismo un hecho altamente alentador. Este radicalismo moral todavía está vivo; nuestra tarea debe consistir en hacerlo perdurar, en evitar que siga el mismo camino que deberá seguir su radicalismo político. El marxismo “científico” ha muerto pero deben sobrevivir su sentido de la responsabilidad social y su amor a la libertad. (p. 380)



Marx como falso profeta

Marx creyó ver su misión específica en la liberación del socialismo de su trasfondo sentimental, moralista y visionario. El socialismo debía pasar de la etapa utópica a la científica; debía basarse en el método científico de la causa y el efecto y en la predicción científica. Y puesto que suponía que la predicción en el campo de la sociedad debía ser la misma que la profecía histórica, el socialismo científico habría de basarse en el estudio de las causas y efectos históricos y, finalmente, en la profecía de su propio advenimiento.
                                                                        K. Popper


Más allá de las  críticas a las que Popper somete al pensamiento de Marx, no deja de reconocerle un puesto decisivo en las ciencias sociales y en haber sido uno de los primeros en atacar una visión puramente psicologista de los asuntos sociales. En ello coincide con Weber: es imposible explicar algo tan complejo como el fenómeno del capitalismo industrial moderno aplicando categorías puramente psicológicas, apelando al afán de lucro, a la codicia o avaricia típicas de la naturaleza humana o de la clase burguesa. Como ya dijimos, la búsqueda de una explicación científica del capitalismo le impide a Marx caer en aquella suerte de epítetos con los cuales suele confundirse y reducirse la crítica al capitalismo, a diferencia de lo que suele permitirse el marxismo vulgar.

“El marxista vulgar medio cree que el marxismo pone al descubierto los siniestros secretos de la vida social a revelar los móviles ocultos de la codicia de bienes materiales que obran sobre las fuerzas que rigen la escena de la historia, fuerzas que, astuta y conscientemente, crean la guerra, la depresión, la desocupación, el hambre en medio de la abundancia, y todas las demás formas de miseria social, a fin de satisfacer sus viles deseos de provecho. (Y el marxista vulgar se ve a veces seriamente preocupado por el problema de reconciliar las afirmaciones de Marx con las de Freud y Adler, y si no se decide por ninguna de ellas, es posible que concluya que por afirmar que el hambre, el amor y el afán de poder son los Tres Grandes Móviles Ocultos de la Naturaleza Humana puestos al descubierto por Marx, Freud y Adler, los Tres Grandes Forjadores de la filosofía del hombre moderno…) (p. 285).

A menudo suele confundirse la teoría de Marx con esta teoría conspirativa, según la cual todos los males sociales deben ser achacados a las oscuras fuerzas o a los oscuros intereses de grupos de personas que operan detrás de bastidores y  que son los causantes directos de todos los males económicos y sociales. Marx buscaba comprender las causas, no encontrar culpables, y sabía que los capitalistas estaban atrapados en la red del sistema capitalista tanto como podía estarlo el obrero industrial o el proletario. Y sabía que los males del capitalismo no podían resolverse a base de insultos u ofensas como las de “cochino explotador”, “cerdo burgués” o toda la gama de insultos a las que nos tienen acostumbrados algunos que se consideran los nuevos acólitos del marxismo o del socialismo. Sabía que una teoría social debe hacerse cargo de los efectos no deliberados de la acción humana, de “las consecuencias sociales involuntarias de acciones dirigidas hacia resultados distintos y procedentes de sujetos apresados en la red del sistema social”. (p. 286)   Entre la teoría de Marx y esta versión vulgar de su pensamiento “hay un triste descenso intelectual, caída medida por la diferencia de nivel entre El Capital y El mito del siglo XX”, (p. 286).
Hay otro aspecto en el cual es necesario hacer una diferenciación entre el pensamiento de Marx y el marxismo vulgar. Este tiene que ver con el materialismo histórico, en particular, con la tesis de su economicismo, según la cual, las condiciones materiales de producción que metabolizan la naturaleza por medio del trabajo, es decir, los diversos medios de producción,  son las que determinan en última instancia o configuran las expresiones jurídico-políticas y religioso-filosóficas. Y es innegable la utilidad de análisis de este tipo, aunque siempre existe el riesgo de exagerar su importancia o establecer una suerte de determinismo unilateral. Por eso, “aunque difícilmente pueda ser sobreestimada la importancia general del economicismo de Marx, es sumamente fácil sobreestimar la importancia de las condiciones económicas en un caso particular dado.” (p. 291, cursivas en el original) Pero eso es lo que suele hacer el marxismo vulgar, sobreestimar lo económico y negar algún tipo de influencia de las ideas en el desarrollo de los hechos históricos. Pero si bien Marx pensaba corregir la visión puramente idealista de su maestro Hegel, en ningún momento pretendió negar la importancia e influencia de las propias ideas en el desarrollo de los acontecimientos históricos, como ocurriera, por ejemplo, en la Revolución Francesa o en la Reforma Alemana. El error consiste en tomar al pie de la letra lo que en Marx son sugerencias interesantes para comprender la historia, como cuando se señala que “toda historia es una historia de la lucha de clases”, expresión que según Popper “es sumamente valiosa como sugerencia de que debemos buscar el importante papel desempeñado por la lucha de clases en la política, como así también en otras actividades”, (p. 298). En suma, dice Popper, “lo que deseo dejar bien sentado es que ‘la interpretación materialista de la historia’ de Marx, por muy valiosa que sea, no debe ser tomada demasiado al pie de la letra; debemos considerarla tan sólo una sugerencia sumamente valiosa para no pasar por alto la relación de las cosas con su marco económico.” (p. 293) En definitiva, la poderosa influencia que han ejercido las ideas de Marx son un claro contraejemplo de esta tesis del reflejo que algunos marxistas defienden ingenuamente.
Es verdad que Marx es bastante ambiguo y suele oscilar entre un activismo revolucionario y la declaración de la impotencia de la política, la imposibilidad de cambiar el estado de cosas actual y de esperar a que ellas cambien por sí solas. Para Popper es este uno de los flancos más débiles del pensamiento de Marx, la idea de que no es posible ningún tipo de intervención racional en los hechos históricos y que lo único que debemos hacer es esperar que ellos se produzcan de manera inevitable, por ejemplo, el derrumbe del capitalismo. Es allí donde Marx se convierte en un falso profeta, en un profeta de la llegada inevitable del socialismo como consecuencia del derrumbe inevitable del capitalismo. Y en realidad ello es una consecuencia de la imposibilidad de comprender el futuro, de haber sido incapaz de comprender que el derrumbe del capitalismo sin trabas daría origen a un capitalismo con trabas, a una suerte de ingeniería social fragmentaria que fuese capaz de reformar el capitalismo y establecer mecanismos institucionales que lo despojasen de su brutalidad inicial y lo aproximasen a un sistema más igualitario y equitativo. Este punto ciego es lo que hace de Marx un falso profeta y un hijo del tiempo que le tocó vivir.

“Pero no fueron solamente las ideas generales de Marx acerca de las relaciones entre el sistema económico y el político las que sufrieron, de este modo, la influencia de su experiencia histórica; en efecto, también sus ideas concernientes al liberalismo y, en particular, a la democracia, a las que juzgaba meros velos destinados a encubrir la dictadura de la burguesía, suministraron una interpretación perfectamente adecuada de la situación social de su tiempo; tanto que desgraciadamente, la triste experiencia no tardó en corroborarla. Y no podía ser de otro modo; Marx vivió, especialmente durante su juventud, un período de la más desvergonzada y cruel explotación, que, no obstante, encontraba cínicas defensas por parte de apologistas hipócritas que recurrían al principio de la libertad humana, al derecho del hombre de determinar su propio destino y a participar libremente de los contratos que consideraba favorables a sus intereses, (p. 303).



El derrumbe del capitalismo sin trabas
En efecto, no hay seguramente ninguna razón para creer que el capitalismo sea, de todos los sistemas sociales, el destinado a durar para siempre. Muy por el contrario, las condiciones materiales de la producción y, con ellas, los modos de vida humanos, nunca cambiaron tan rápido como bajo el imperio del capitalismo. Alterando, de esta manera, sus propios cimientos, el capitalismo tiende a transformarse y a engendrar un nuevo período en la historia de la humanidad.
                                                                    Karl Popper


Podría decirse que gran parte del pensamiento de Marx se sustenta en el siguiente dilema: solamente hay dos alternativas, capitalismo o socialismo, o que frente al capitalismo sin trabas solo puede oponérsele el socialismo –algunos hablan de socialismo o barbarie-. Dicho de otro modo,  así como el derrumbe del capitalismo sin trabas es inevitable también resulta inevitable el arribo del socialismo como única alternativa posible. La crítica de Popper puede resumirse diciendo que estamos frente a un falso dilema y que si bien es cierto que el capitalismo sin trabas es inviable en el largo plazo y está condenado a morir, el socialismo no resulta la única alternativa ni tampoco la mejor, existe siempre la posibilidad de un capitalismo con trabas, restringido o limitado. Como señala Popper, si para Marx todo tipo de intervención en el capitalismo es imposible en el peor de los casos o inútil en el mejor, será precisamente una nueva forma de intervencionismo lo que hará precisamente posible que el capitalismo perdure.

“En cuanto a la parte en que trata de defender al marxismo, debemos repetir que nadie ha demostrado nunca que haya tan sólo dos posibilidades, ‘capitalismo’ y ‘socialismo’. Estamos perfectamente de acuerdo con la opinión de que no debemos desperdiciar nuestro tiempo en contemplar la posibilidad de que se perpetúe eternamente un mundo tan insatisfactorio como éste. Pero la alternativa no ha de ser, necesariamente, la contemplación del profetizado advenimiento de un mundo mejor o la contribución a su nacimiento por medio de la propaganda y demás medios irracionales, quizá, incluso, la violencia. Podría ser, por ejemplo, el desarrollo de una tecnología para el mejoramiento inmediato del mundo en que vivimos, el desarrollo de un método para la ingeniería gradual, para el intervencionismo democrático. Los marxistas habrán de argüir, por supuesto, que este tipo de intervencionismo es imposible puesto que la historia no puede hacerse de acuerdo con planes racionales para mejorar el mundo. Pero esta teoría tiene consecuencias muy extrañas. En efecto, si no puede mejorarse las cosas mediante el uso de la razón, entonces sí que sería verdaderamente un milagro histórico o político que las fuerzas irracionales de la historia produjeran, por sí mismas, un mundo mejor y más racional. (pp. 321s)

Pero no solo se desprende esta consecuencia indeseable de que sean las ciegas fuerzas irracionales las responsables de una sociedad más racional y más justa, sino que esa posición suele dejar a quienes defienden ese tipo de enfoque sin ninguna herramienta para mantener o intervenir en la sociedad una vez que el tan anhelado cambio  se ha producido, al punto que Lenin tuvo que aplicar las propias recetas capitalistas una vez que triunfó la revolución, aunque solo fuese para crear el proletariado industrial que hacía falta. Curiosamente, el proletariado industrial no desembocó  en la revolución sino que la revolución bolchevique produjo la clase obrera, hizo posible una revolución industrial, esto es, cambió completamente el orden de los factores tal como los preveía el marxismo. La fórmula es bastante conocida: electrificación + poder de los soviets = socialismo. Lo único que tenía a mano la revolución triunfante eran formulas genéricas como: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”, que, está de más decirlo, no suelen llevar muy lejos.

“¡Trabajadores del mundo, uníos! He ahí la fórmula con que se agotó el programa práctico. Cuando los trabajadores de sus países se hubieron unido, cuando llegó la oportunidad de afrontar la responsabilidad del gobierno y echar los cimientos de un mundo mejor, cuando sonó la hora, abandonaron a los trabajadores a su suerte. Los dirigentes no sabían qué hacer: esperaban, cruzados de brazos, el prometido suicidio del capitalismo. Después del inevitable derrumbe capitalista, cuando las cosas anduviesen peor que nunca, cuando todo estuviese en vías de disolución, entonces, podrían convertirse en los salvadores de la humanidad. (Y, en realidad, no debemos olvidar el hecho de que el éxito de los comunistas en Rusia fue posible en parte, indudablemente, merced al terrible estado de cosas que había precedido a su advenimiento al poder.) Pero cuando tuvo lugar la gran depresión, que saludaron en un principio tomándola por el anunciado derrumbe capitalista, y comenzó a dejar sentir sus efectos, empezaron a comprender que los trabajadores se estaban cansando de que se los conformase siempre con interpretaciones de la historia; no bastaba decirles que de acuerdo con el infalible socialismo científico de Marx el fascismo era evidentemente la última etapa del capitalismo antes de su caída inminente. Las masas sufrientes necesitaban algo más. Lentamente, los dirigentes comenzaron a comprender las terribles consecuencias de esta política de brazos cruzados y espera del milagro político. Pero era demasiado tarde. La oportunidad había pasado, (p. 323s).

Este ha sido uno de los aspectos más criticados por Popper, a saber, que si el marxismo debe juzgarse de acuerdo a los estándares de la ciencia, debe ser contrastado, lo cual implica que aquellas predicciones que entran en contradicción con la teoría o sus supuestos nos obligan a hacer una revisión o bien de la teoría o de los supuestos en los cuales se sustenta. Siempre cabe señalar, claro está, que las condiciones iniciales han variado y que por lo tanto pueden variar también las conclusiones. Este tipo de estrategia puede generar, sin embargo, todo tipo de hipótesis ad hoc, cuya finalidad es evitar precisamente cambiar nuestra teoría o adaptarla permanentemente a lo que en otras circunstancias sería el reconocimiento del fracaso de la teoría o parte de ella. Obviamente es esta estratagema la que han sabido utilizar los marxistas con más frecuencia. Como dice Popper, los marxistas –también los freudianos- siempre buscan verificar sus teorías y lo hacen cada vez que leen el periódico. Esta estrategia de inmunización o autoinmunización de las teorías sociales frente los hechos recalcitrantes y tercos que nos impone la realidad puede tener consecuencias catastróficas y, como veremos con más detalle, cierra la puesta en práctica de una teoría o de una política social a los necesarios ajustes y correctivos a que haya lugar. Y si a ver vamos, la teoría de Marx ha sido una de las teorías más contrastadas, aunque el resultado de dichas contrastaciones no arroje precisamente un saldo a su favor. La lista, como señala Magee, es bastante larga.

“La teoría de Karl Marx, tratada con la seriedad intelectual que merece, aporta un considerable número de predicciones falsables, y las más importantes de éstas ya han sido falsadas.  Por ejemplo, según la teoría sólo en los países capitalistas  totalmente desarrollados podría implantarse el comunismo, y por tanto todas las sociedades deberían cumplir en primer lugar la etapa capitalista del desarrollo; pero de hecho, todos los países en los que se ha implantado el comunismo, a excepción de Checoslovaquia, han sido preindustriales –ninguno ha sido una sociedad capitalista completamente desarrollada. Según la teoría, la revolución debería basarse en el proletariado industrial; pero esto fue explícitamente rechazado por Mao Tse-Tung, Ho Chi-Min y Fidel Castro, que basaron sus logradas revoluciones en la clase campesina de sus propios países. Según la teoría, hay razones muy elaboradas por las que el proletariado industrial debe hacerse, inevitablemente más pobre, numeroso y revolucionario cada vez, adquiriendo una mayor conciencia de clase; de hecho, desde Marx hasta nuestros días, el proletariado de todos los países industriales se ha hecho más rico, menos numeroso, menos revolucionario, y tiene menos conciencia de clase. Según la teoría, el comunismo sólo podría ser implantado por los mismos obreros, por las masas; de hecho, ningún partido comunista hasta hoy, en ningún país, ni siquiera en Chile, ha conseguido obtener la mayoría en unas elecciones libres. Donde han conseguido el poder han impuesto el comunismo gracias a un ejército, normalmente extranjero. Según la teoría, la propiedad de los medios de producción capitalistas debía concentrarse en un número de manos cada vez menor; de hecho, con el desarrollo de las muchas sociedades anónimas, la propiedad se ha dispersado hasta tal punto que el control ha pasado a manos de una nueva clase de administradores. Y la emergencia de esta nueva clase es en sí misma la refutación de la predicción marxista según la cual todas las clases desaparecerán y se polarizarían en dos: una clase capitalista cada vez más reducida, que poseería y controlaría, pero no trabajaría, y un proletariado cada vez más extenso, que trabajaría pero no poseería ni controlaría.[3]
Podría decirse que Marx hizo un buen diagnóstico de las patologías del capitalismo de su época, pero se equivocó en el pronóstico y, particularmente, en el tratamiento. En suma, no fue capaz de comprender los profundos cambios que ya se estaban dando en su tiempo y que conducirían finalmente al derrumbe del capitalismo sin trabas y al comienzo del intervencionismo político y económico[4], el surgimiento de un nuevo orden, que corregía en parte los errores del capitalismo sin trabas y que evitaba también los peligros potenciales del socialismo. A continuación veremos con más detalle cómo surge este nuevo orden y cuáles son las razones por las cuales Marx subestimó la capacidad del capitalismo de reformarse a sí mismo.

“Considero que no puede ponerse en tela de juicio la injusticia e inhumanidad del ‘sistema capitalista’ sin trabas que nos describe Marx; pero ello puede interpretarse en función de lo que llamamos, en un capítulo anterior, la ‘paradoja de la libertad’. Como vimos entonces, la libertad, si es ilimitada, se anula a sí misma. La libertad ilimitada significa que un individuo vigoroso es libre de asaltar a otro débil y de privarlo de su libertad. Es precisamente por esta razón que exigimos que el estado limite la libertad hasta cierto punto, de modo que la libertad de todos esté protegida por la ley. Nadie quedará así a merced de otros, sino que todos tendrán derecho a ser protegidos por el estado, (p. 305).

“Y en realidad, si alguien tratara de probar  que el socialismo es el único sucesor posible del ‘capitalismo’ sin trabas de Marx, entonces nos bastaría para refutarlo, señalar los hechos históricos. En efecto, el sistema del laissez faire hace ya mucho tiempo que ha desaparecido de la superficie de la tierra, sin ser reemplazado, no obstante, por un sistema socialista o comunista, tal como lo entendía Marx. Sólo en un sexta parte del planeta, ocupada por Rusia, encontramos un sistema económico donde, de acuerdo con la profecía de Marx, los medios de producción son propiedad del estado, cuyo poderío político no demuestra sin embargo –a diferencia de lo profetizado por Marx- la menor inclinación a marchitarse. La realidad es que en todo el mundo el poder político organizado ha comenzado a cumplir funciones económicas de largo alcance. El capitalismo sin trabas ha dado paso a un nuevo período histórico, a nuestro propio período de intervencionismo político, de injerencia económica por parte del estado. El intervencionismo ha adquirido diversas formas: tenemos la variedad rusa, la forma fascista del totalitarismo, y el intervencionismo democrático de Inglaterra, los Estados Unidos y de las llamadas ‘democracias menores’, con Suecia a la cabeza, donde la tecnología de la intervención democrática ha alcanzado hasta ahora su nivel más elevado (p. 319)[5].



La subestimación del sistema jurídico-político y social

Además, desde el punto de vista a que hemos llegado, lo que los marxistas llaman desdeñosamente ‘mera libertad formal’ se convierte en la base de todo lo demás.
                                                                     Karl Popper

Sin dejarnos deslizar por la pendiente del marxismo vulgar, parece innegable que Marx le dio más importancia al control del poder económico que al control del poder político y que consideraba al poder político impotente para realizar el control del poder económico. Mejor dicho, subestimó todo el amplio campo de reformas que es posible realizar dentro de un marco jurídico, mediante medidas y leyes que protejan a los más débiles y reduzcan en lo posible las desigualdades económicas y sociales. Para él toda reforma o bien era un maquillaje del sistema de opresión capitalista o bien era una forma de prolongar la agonía y retrasar la llegada inevitable del socialismo.

“La posición alcanzada en nuestro análisis supone un punto de vista totalmente opuesto. Según ella, el poder político es fundamental y puede controlar al poder económico. Esto representa una inmensa ampliación del campo de las actividades políticas. Podemos preguntarnos qué deseamos lograr y cómo lograrlo: podemos, por ejemplo, desarrollar un programa político racional para la protección de los económicamente débiles; podemos sancionar leyes para restringir la explotación; podemos limitar la jornada de trabajo; y si bien todo esto no es despreciable, podemos hacer mucho más todavía. Mediante las leyes, podemos asegurar a los trabajadores (o mejor aún, a todos los ciudadanos) contra la incapacidad, la desocupación y la vejez. De esta manera, haremos imposibles aquellas formas de explotación basadas en la desvalida posición económica de un trabajador que debe aceptar cualquier cosa para no morirse de hambre. Y cuando podamos garantizar por ley un nivel de vida digno a todos aquellos que estén dispuestos a trabajar –y no hay ninguna razón para que esto no se logre- entonces la protección de la libertad del ciudadano contra el temor y la intimidación económicos será casi perfecto. Desde este punto de vista, el poder político constituye la llave de la protección económica. El poder político y su control lo es todo. No debemos permitir que el poder económico domine al político; y si es necesario, deberá combatírselo hasta ponerlo bajo el control del poder político, (p. 307)[6].

Generalmente este desdén del orden jurídico y político, y la subestimación de los cambios que se pueden hacer desde él, suele estar acompañado por un desdén de la “libertad formal”, de la mera libertad ante la ley, así como de una profunda desconfianza en la así llamada “democracia burguesa”, que bajo ese manto de legalidad no hace sino defender sus propios intereses. Esa misma desconfianza en la democracia y en el poder político habrá de producir una concentración del poder político en pocas manos que no  ha tenido antecedente histórico.

“Es el papel fundamental de la ‘libertad formal’ lo que pasan por alto los marxistas que creen que la democracia formal no es suficiente y la quieren complementar con lo que denominan, generalmente, ‘democracia económica’, expresión vaga y en extremo superficial que oscurece el hecho de que la ‘mera libertad formal’ es la única garantía de una política económica democrática,. (p. 308).

“Como consecuencia, tampoco comprendieron nunca el peligro inherente a una política tendiente a acrecentar el poderío del estado. Si bien abandonaron, más o menos inconscientemente, la doctrina de la impotencia de la política, conservaron la idea de que el poder del estado no representa un problema de importancia y de que es malo sólo si se halla en manos de la burguesía. No comprendieron pues que todo poder, y el poder político –si no en mayor, por lo menos en igual medida que el económico- es peligroso, (p. 310).

Todo lo anterior no impide, sin embargo, que pueda ser considerado el pensamiento de Marx, como un “edificio imponente”, a la altura de pensamiento de Platón o de Hegel, con quienes guarda claras afinidades.

“Si volvemos la vista, ahora, a la teoría marxista de la impotencia de la política y del poder de las fuerzas históricas, nos veremos forzados a admitir que constituye un edificio imponente. Es éste el resultado directo de su método sociológico, de su historicismo económico, o del metabolismo del hombre, determina su evolución social y política. El haber sufrido en carne propia los rigores de su época, su indignación humanitaria y la necesidad de traer a los oprimidos el consuelo de una profecía, de la esperanza o, incluso, de la certeza de su victoria, hizo que Marx fundiera tantas verdades en un solo y grandioso sistema filosófico comparable –si no superior- a los sistemas holistas de Platón y Hegel, (p. 314).


Las clases sociales en Marx
                             Toda historia es historia de la lucha de clases                                                                        Karl Marx


Como ya señalábamos toda la historia puede ser vista para Marx como la historia de las clases sociales. A cada modo de producción le corresponde un determinado sistema de relaciones sociales, una diversidad de estratos sociales. Ahora bien, en el caso de las clases sociales en el capitalismo Marx comete algunos errores de bulto que es necesario destacar. En primer lugar,  el considera como una consecuencia del desarrollo avanzado del capitalismo la progresiva desaparición de clases intermedias y la creciente polarización entre dos clases sociales: el capitalista, dueño de los medios de producción,  y el proletariado, que está obligado a vender su fuerza de trabajo, es decir, la clase de los explotadores y la clase de los explotados. Esta tesis suele ir acompañada con otra tesis que analizaremos más adelante y que tiene que ver con el crecimiento inevitable de la miseria y la concentración de la riqueza en pocas manos. Pero como ya lo señalaba Magee, y el propio Popper lo señala repetidas veces, estos augurios sombríos han sido refutados por la realidad, no sólo con la emergencia de nuevas clases sociales como la tecnoestructura o nueva clase de administradores, sino otras clases intermedias que difícilmente podemos incluir en esta polaridad excluyente. El surgimiento de emprendedores o innovadores, por ejemplo, dan a la sociedad capitalista un abanico de posibilidades mucho mayor del predicho por Marx. Más adelante hablaremos de las mejoras económicas de las clases trabajadoras y como ello puede ser considerado una contrastación de la supuesta pauperización del proletariado industrial.   
El otro error de bulto que comete Marx consiste en suponer que de esa polarización entre las clases ha de surgir finalmente, un vez que la clase proletaria conquiste o llegue al poder –la dictadura del proletariado-, la eliminación de toda explotación económica y la redención de la humanidad toda. Esta idealización resulta curiosa en alguien que pretendía eliminar toda forma de romanticismo de su análisis social, pues qué impide que esa clase una vez en el poder reproduzca de nuevo los mecanismos de explotación política y económica, o que los lleve incluso a un nivel superior. Lo más probable es que ocurra un desplazamiento de la élite gobernante y económica por otra élite, aunque no se atreva a decir su nombre o a llamar las cosas por su nombre, y se disfrace de amiga del pueblo y de los desposeídos.´

“La evolución más probable es, naturalmente, que aquellos que detenten prácticamente el poder en el momento de la victoria –aquellos jefes revolucionarios que hayan sobrevivido a la lucha por el poder y las diversas purgas, junto con las respectivas camarillas- pasen a formar la nueva clase gobernante de la nueva sociedad, una suerte de nueva aristocracia o burocracia que, por lo demás, procurará seguramente ocultar este hecho. Para ello, lo más conveniente será retener el máximo posible de ideología revolucionaria, sacando partido de los sentimientos que la nutren en lugar de malgastar el tiempo en vanos esfuerzos para destruirlos (de acuerdo con el consejo de Pareto para todos los gobernantes). Y parece bastante probable, también, que puedan hacer el uso más acabado de la ideología revolucionaria si, al mismo tiempo, explotan el temor a movimientos contrarrevolucionarios. De esta manera, la ideología revolucionaria les servirá para fines apologéticos, a manera de justificación del uso que hagan del poder y como medio para estabilizarlo; en pocas palabras, como un nuevo ‘opio de los pueblos’, (p. 318).





“No son estas cuestiones fáciles de prever; todo lo más que puede afirmarse con certeza es que la lucha de clases como tal no siempre produce una solidaridad duradera entre los oprimidos. Existen, sí, ejemplos de dicha solidaridad y devoción hacia la causa común; pero también las hay de infinidad de grupos de trabajadores que sólo persiguen su interés particular, aunque éste se halle en franco conflicto con el interés de los demás trabajadores y con la idea de solidaridad entre los oprimidos. La explotación no ha de desaparecer necesariamente con la desaparición de la burguesía, puesto que es perfectamente posible que determinados grupos de trabajadores obtengan privilegios que equivalgan a la explotación de los grupos menos afortunados, (p. 318)[7].



La ambigüedad de Marx sobre el uso de la violencia y la revolución
“Quisiera dejar perfectamente aclarado que es esta profecía de una revolución posiblemente violenta lo que constituye, a mi juicio, desde el punto de vista de la política práctica, el elemento más perjudicial del marxismo. 
                                                                     Karl Popper

Ya sabemos que fue la prédica de la violencia y la justificación de ella como parte de todo proceso revolucionario lo que llevó a Popper a apartarse del socialismo. Sin dejar de reconocer por ello que a menudo el uso de la violencia es necesario para la defensa de la democracia o para la lucha contra la tiranía. Una democracia se caracteriza precisamente como un mecanismo institucional que hace posible cambios sin el uso de la violencia, sin derramamiento de sangre. Cuando estos mecanismos institucionales no existen se justifica el uso de la violencia, pero solamente para establecer de nuevo esos mecanismos, para establecer o restablecer la posibilidad de cambios sin el uso de la violencia. En cambio, el “uso prolongado de la violencia puede conducir, en definitiva, a la pérdida de la libertad, puesto que tenderá a acarrear, no un gobierno desapasionado de la razón sino el gobierno de los más fuertes.” (p. 330)
“En realidad, el funcionamiento de la democracia depende, en gran medida, de la comprensión del hecho de que un gobierno que intenta abusar de su poder para establecerse bajo la forma de una tiranía (o que tolera su establecimiento por parte de un tercero) se coloca al margen de la ley, de modo que los ciudadanos no sólo tendrán el derecho, sino que también la obligación de considerar delictivos estos actos del gobierno y delincuentes a sus autores. Pero también sostengo que esta resistencia violenta contra toda tentativa de derrocar la democracia debe ser inequívocamente defensiva. No debe quedar ni sombra de duda de que el único fin de la resistencia es salvar la democracia. La amenaza de aprovechar la situación para el establecimiento de una contratiranía es tan criminal como la tentativa original de introducirla: el empleo de toda maniobra de este tipo, aun cuando se le hiciese con la cándida intención de salvar a la democracia de sus enemigos, sería, por consiguiente, un pésimo método para defenderla; en realidad, podría suceder, incluso, que llegada la hora de peligro cundiera la confusión entre las filas de sus defensores y éstos terminasen ayudando al enemigo, (p. 330).

Parece que la justificación del uso de la violencia tiene que ver con los ímpetus juveniles, al menos ello parece ser así en el caso del propio Marx. Al comienzo era partidario del uso de la violencia como partera de la historia, como único medio para realizar la revolución socialista, aunque en su madurez tuvo una posición más moderada y consideraba posible incluso la conquista del poder por medios no violentos. Esta ambigüedad está presente también en los representantes de las alas radicales o moderadas de los partidos socialistas.

“El ala radical insiste en que, según Marx, todo gobierno de clase es necesariamente una dictadura, es decir, una tiranía. La verdadera democracia sólo puede alcanzarse, en consecuencia, mediante el establecimiento de una sociedad sin clases, mediante la exclusión, violenta en caso necesario, de la dictadura capitalista. El ala moderada no está de acuerdo con esta opinión, sino que insiste en que la democracia puede alcanzarse en cierta medida, aun bajo el capitalismo, y en que es posible, por lo tanto, llegar a la revolución social mediante reformas pacíficas y graduales. Pero aun el ala moderada insiste en que esta revolución pacífica no es segura, señalando que es muy probable que la burguesía recurra a la fuerza, ante la perspectiva de ser derrotada por los trabajadores en el campo de batalla democrático y sostiene que, en este caso, estaría plenamente justificado que los trabajadores reaccionaran y establecieran su gobierno por medios violentos. Ambas alas pretenden representar el verdadero pensamiento marxista y, en cierto sentido, las dos tienen razón. En efecto, como dijimos más arriba, las opiniones de Marx al respecto eran algo ambiguas, debido a su enfoque historicista; por encima de éste, parece haber variado de idea durante el curso de su vida, pasando de un punto de partida radical a una posición ulterior más moderada, (p. 331).

Esta ambigüedad con relación  al uso de la violencia es similar al que se sostiene con relación a las mejoras posibles dentro del propio sistema capitalista. Para el ala radical cualquier mejora de las condiciones económicas de los obreros, cualquier negociación con la clase enemiga, constituye una traición a los ideales revolucionarios. En cambio, para el ala moderada sí es posible una mejora gradual de las condiciones laborales del proletariado industrial dentro del propio capitalismo. Sin embargo, es el ala moderada la que mantiene una posición bastante ambigua con relación al uso de la violencia.

“Nosotros, los marxistas, preferimos con mucho un desarrollo pacífico y democrático hacia el socialismo, si esto es posible. Pero como políticos realistas, prevemos la posibilidad de que la burguesía no se quede de brazos cruzados cuando estemos en condiciones de alcanzar la mayoría. Lo más probable es que traten entonces de destruir la democracia y en este caso, no deberemos cejar sin combatir hasta conquistar el poder político. Y puesto que se trata aquí de algo muy factible, debemos preparar a los trabajadores para la eventualidad, pues de otro modo traicionaríamos nuestra causa, (p. 336).

Como señala Popper, se produce en la corriente marxista un interesante cambio de frente: si antes se sostenía que la revolución era el resultado de la creciente proletarización de la población, ahora se defiende el advenimiento de la revolución como producto del creciente aburguesamiento de la clase trabajadora y la posible amenaza de un golpe contrarrevolucionario de la burguesía frente a la amenaza latente del ascenso de la mayoría de la clase trabajadora. Pero lo más interesante es que la visión moderada socava finalmente los cimientos del marxismo, tiende a minar el propio espíritu revolucionario que pretende insuflar.

“A mi juicio, estas teorías moderadas destruyen por completo el razonamiento profético. Suponen, en efecto, la posibilidad de una transacción, de una reforma gradual  del capitalismo y, por consiguiente, de un antagonismo de clase cada vez menor. Pero la base fundamental y única del argumento profético es el supuesto del aumento del antagonismo de clase. No es lógicamente necesario que una reforma gradual, alcanzada a través de determinadas componendas, conduzca a la completa destrucción del sistema capitalista; que los trabajadores que han aprendido por experiencia que pueden mejorar su suerte mediante una reforma gradual, prefieren desechar este método, aun cuando no les proporcione la ‘victoria completa’, es decir, el sometimiento de la clase gobernante; que se rehúsen a avenirse con la burguesía y a dejarla en posesión de los medios de producción, el lugar de arriesgar toda su conquista, formulando exigencias que podrían conducir a choques violentos, (p. 333).


El destino del capitalismo
Según la teoría de Marx, el capitalismo opera bajo el influjo de contradicciones internas que amenazan llevarlo a la ruina.
                                                                     Karl Popper
Hasta el momento Popper solamente ha puesto en evidencia algunas de las contradicciones en las cuales cae la teoría de Marx, así como  aquellos que dicen seguir sus ideas. Ha puesto en tela de juicio su carácter científico y si tratamos de juzgarla según los cánones de la ciencia,  ha puesto en evidencia una serie de casos en los cuales la realidad parece contradecir la teoría.  A continuación entraremos de lleno en la crítica del núcleo más duro de la teoría económica de Marx, particularmente de su teoría del valor, que considera completamente superflua, como veremos,  de la tesis del aumento de la miseria y  de la tendencia a la reducción del cociente de beneficio y, finalmente, de su teoría de los ciclos económicos, todo lo cual encierra, según Marx,  el derrumbe del capitalismo y, por supuesto, el advenimiento del socialismo. Lo que se propone demostrar Popper es que también la teoría de Marx está llena de contradicciones que amenazan su propia supervivencia.
Como es bien sabido, para Marx la competencia obliga al capitalista al incremento de su productividad, lo cual lo lleva necesariamente, a un incremento de sus costos y de sus inversiones de capital para mantener a flote su empresa. Es decir, se establece una clara relación entre la competencia, la acumulación de capital y el aumento de la productividad.

“De acuerdo con el análisis de Marx, el fenómeno descrito, la acumulación originada en la competencia, presenta dos aspectos diferentes. Uno de ellos es que el capitalista se ve forzado a acumular o concentrar cada vez más capital a fin de sobrevivir; en la práctica, esto equivale a invertir cada vez más capital en un número cada vez mayor de máquinas –cada vez nuevas- aumentando así, continuamente, la productividad de sus obreros. El otro aspecto de la acumulación del capital es la concentración de una riqueza creciente en las manos de diversos capitalistas, y de la clase capitalista; y paralelamente con ese aumento de la riqueza se produce la reducción del número de capitalistas, movimiento al que Marx dio el nombre de centralización (en contraposición a la mera acumulación o concentración), (p. 343).

Hasta aquí nada parece muy diferente del análisis que haría un economista clásico o neoclásico. Pero ahora surge la pregunta: de dónde saca el capitalista su margen de ganancia si, como veremos más adelante, hay una disminución creciente del cociente de beneficio y existen gastos de inversión que son indispensables para aumentar la productividad y mantenerse en el mercado. Pues bien, la respuesta para Marx era simple: el margen de ganancia solo puede obtenerse del eslabón más débil de la cadena productiva, a saber, de los salarios de los trabajadores, lo cual hace que el aumento de la riqueza y concentración de la riqueza tenga su contraparte en el aumento de la miseria, tanto en extensión como en intensidad. A su vez el mantenimiento de esa explotación es posible gracias al aumento de la población y a la existencia de un “ejército industrial de reserva”, el cual ejerce presión para que los salarios se mantengan bajos. Se trata en fin de la conocida teoría de la plusvalía.

“La teoría de la plusvalía constituye una tentativa, dentro de los límites de la teoría laboral del valor, de responder a la pregunta: ‘¿De dónde saca el capitalista su beneficio?’ Si suponemos que los artículos producidos en su fábrica se venden en el mercado a su verdadero valor, es decir, de acuerdo con el número de horas de trabajo necesarias para su producción, entonces la única forma en que el capitalista puede extraer provecho de su venta es pagando a sus obreros una cantidad menor que el valor total de su producto. De este modo los salarios recibidos por el obrero representan un valor que no es igual sino inferior al número de horas trabajadas, (p. 346).

En economía uno de los temas más discutido consiste en saber de dónde surge el valor de un artículo o de una mercancía. Pareciera que la respuesta más obvia consiste en afirmar que el valor de un objeto depende del número de horas dedicadas en su elaboración, es decir, cuanto mayor sea el número de horas necesario –socialmente necesario, diría Marx- para la elaboración de un producto mayor es su valor. Aunque dicha respuesta  pareciera “obvia” suscita toda una serie de problemas y dificultades, pues se da el caso de productos, el propio trabajo es uno, que se remuneran de acuerdo a su utilidad o valoración subjetiva y no por el número de horas. La idea de que la creación de riqueza o valor solamente es posible mediante la explotación del factor trabajo es sostenida todavía por muchos marxistas recalcitrantes, incluso de sólida formación intelectual –en estos días se lo oí a Carlos Monedero en un programa de tv, quien ha sido asesor del gobierno venezolano y que con asesorías como esta uno se explica por qué nos va como nos va.
Para que la teoría del valor de Marx sea sostenible y permita explicar el aumento de la miseria y la concentración de la riqueza, se requiere además de una masa desocupada flotante -del “ejército industrial de reserva” al que ya nos referimos-, la utilización de una maquinaria que permita el aumento de la productividad, la cual constituye una forma de explotación más sofisticada, pues excluye el uso de la violencia.  Pero, como tratará de mostrarnos Popper, estos supuestos son suficientes para explicar el aumento de la miseria y hacen de la teoría del valor-trabajo de Marx completamente redundante o superflua.

“No nos es posible pasar a hacer aquí una reseña detallada del número realmente asombroso de aplicaciones ulteriores que hizo Marx de su teoría del valor. Pero además sería innecesario ya que, como se desprenderá de nuestra crítica la teoría del valor puede eliminarse por completo de estas investigaciones. Veamos ahora los tres puntos sustanciales en que se basa dicha crítica: a) la teoría marxista del valor no es suficiente para explicar la explotación, b) los supuestos adicionales necesarios para dicha explotación resultan suficientes, de modo que la teoría del valor se torna redundante, y c) la teoría marxista del valor es de carácter esencialista o metafísico. (pp. 348s)
En primer lugar, se plantea que existe un velo de ignorancia en torno al número de horas que cuesta producir algo y por lo general el que vende suele simplemente vender lo más caro posible y el comprador lo más barato posible, lo que se conoce como la ley de la oferta y la demanda, en la cual el precio de los productos oscila dependiendo de estas dos variables. Por otro lado, Marx recurre a esta misma ley de oferta y demanda cuando señala que los salarios se mantienen artificialmente bajos, un poco por encima del nivel de subsistencia –pues si no el obrero moriría, obviamente- gracias a que existe una oferta excedente de mano de obra que presiona los salarios a la baja.

“Pues bien, ese pasaje demuestra que el propio Marx comprendió la necesidad de respaldar la ley del valor con una teoría más concreta, una teoría que mostrara, en cualquier caso particular, la forma en que las leyes de la oferta y la demanda producen el efecto a explicar, por ejemplo, los salarios de hambre. Pero si estas leyes bastan para explicar dichos efectos, entonces no necesitamos para nada la teoría del valor, sea o no plausible en la primera aproximación (lo cual por mi parte, no creo). Además, como lo entendió Marx, las leyes de la oferta y la demanda son necesarias para explicar todos aquellos casos en que no hay libre competencia y que excluyen claramente, por lo tanto, su ley del valor, (p. 350).

“De este modo, la teoría del valor resulta un complemento totalmente redundante de la teoría marxista de la explotación, y esto vale con independencia de si la teoría del valor es o no cierta. Pero la parte de la teoría marxista de la explotación que subsiste una vez eliminada la teoría del valor es indudablemente correcta, con tal de que aceptemos la doctrina del excedente de población. Es incuestionablemente cierto que (a falta de una redistribución de la riqueza por medio del estado) la existencia de un excedente de población debe de conducir a los salarios de hambre y provocativas diferencias en los niveles de vida, (p. 350).
(Lo que no está tan claro y Marx tampoco lo explica, es por qué la oferta de trabajo siempre excede la demanda. En efecto, si es tan provechoso “explotar” el trabajo, ¿cómo es entonces que los capitalistas no se ven obligados, por la competencia, a tratar de aumentar sus beneficios empleando más mano de obra? En otras palabras, ¿por qué no compiten unos con otros en el mercado laboral, elevando así los salarios hasta el punto que deje de ser posible hablar de explotación?) (p. 350s)

En fin, la hipótesis del aumento inexorable de la miseria y de la concentración de la riqueza en pocas manos, no requiere de su teoría del valor, sino que se explica fácilmente mediante la suposición de un excedente de población que presiona los salarios a la baja, en otras palabras, mediante la conocida ley de la oferta y demanda. Y, por otro lado, como dijimos, mediante la inversión del capitalista en bienes de capital o maquinaria que produce un aumento constante de la productividad. Estos dos factores se combinan, a su vez,  con “lo que Marx llama porcentaje del beneficio (que) corresponde al monto de interés, es decir, al porcentaje del beneficio anual medio sobre el capital invertido. Este porcentaje, dice Marx, tiende a caer debido al rápido crecimiento de las inversiones de capital, pues estas pueden acumularse más rápido de lo que pueden aumentar los beneficios.” (p. 357) El mecanismo opera más o menos del siguiente modo:

“El capital de cualquier industrial puede dividirse en dos partes: una invertida en tierras, maquinarias, materia prima, etc.; la otra, destinada al pago de los salarios. Marx llama al primero “capital constante”  y al segundo “capital variable”; pero como considero algo equívoca esta terminología, denominaré a las dos partes, respectivamente, “capital fijo” y “capital de salario”. Según Marx, el capitalista sólo puede sacar provecho de la explotación de los trabajadores, es decir, utilizando su capital de salario. El capital fijo es una especie de peso muerto que la competencia le obliga a arrastrar e incluso a aumentar continuamente. ·Este aumento no va acompañado, sin embargo, por un aumento correspondiente de sus beneficios; este deseable efecto sólo podría reportarlo el capital de salario. Pero la tendencia general hacia un aumento de la productividad significa que la parte material de capital aumenta en proporción a la parte de los salarios. En consecuencia, también aumenta el capital total pero sin un aumento compensatorio de los beneficios, lo que equivale a decir que el porcentaje del beneficio debe disminuir, (p. 357).

De nuevo pareciera que nos encontramos ante una argumentación bastante convincente, pero, como veremos a continuación, dista mucho de ser concluyente.

“Tal, pues, el principal argumento. ¿Pero es concluyente? Debemos recordar que la mayor  productividad es la base misma de la explotación capitalista; sólo si el trabajador puede producir mucho más de lo que necesita para su subsistencia y la de su familia, puede el capitalista apropiarse del excedente del trabajo. La mayor productividad significa, en la terminología marxista, un mayor excedente de trabajo, esto es, un número mayor de horas dedicadas al capitalista y, a más de esto, un mayor número  por hora de artículos fabricados. Todo esto significa, en otras palabras, un considerable aumento del beneficio. Y Marx no lo niega ni pretende que los beneficios disminuyan día a día; lo único que afirma es que el capital total aumenta mucho más rápido que los beneficios, de modo tal que disminuye el cociente de beneficio.
Pero siendo esto así, no hay ninguna razón para que el capitalista opere bajo una presión económica que deba transmitir a los trabajadores, quiéralo o no. Cierto es probablemente, que no le gustará en absoluto observar el menor decrecimiento en el cociente de sus beneficios. Pero mientras el monto de sus ingresos no disminuya, aumentando en cambio, no habrá ningún peligro real. La situación de un capitalista medio cuyos negocios se desarrollen sin tropiezos será la siguiente: un rápido aumento de los ingresos y todavía más rápido de su capital, vale decir, un saldo favorable entre el activo y el pasivo. Sinceramente, no creemos que esta sea una situación que lo fuerce a tomar medidas extremas o que torne imposible todo acuerdo entre los trabajadores. Muy  por el contrario, nos parece perfectamente tolerable. (p. 358)

Si a esto añadimos que las crisis en el capitalismo serán cada vez más frecuentes y más profundas en extensión e intensidad, pareciera inevitable que haya de llegar el momento en que el sistema capitalista sea insostenible y dé paso, claro está, al nuevo modo de producción socialista. Pero aquí también nos surgen dudas razonables ante la supuesta inevitabilidad de esa teoría cíclica de las crisis capitalistas. Recordemos que para Marx las crisis eran al capitalismo lo que el vomito a los romanos, es decir, algo recurrente e incluso deseado o provocado voluntariamente. Y a juzgar por la constante revitalización del capitalismo tras la última crisis financiera, cabe preguntarse si el capitalismo sobrevive a pesar de las crisis o gracias a ellas. Cada vez que se produce una crisis  algunos marxistas se apresuran a señalar el fin del capitalismo. Sin embargo, aquí cabe también la conocida expresión “eso muertos que vos matáis, gozan de buena salud.” En todo caso, señala Popper, la teoría de los ciclos de Marx puede ser contrarrestada con políticas anticíclicas que eran difíciles de prever en su época.  

“En la época de Marx nadie pensaba en ese procedimiento de la intervención estatal que denominamos ahora “política anticíclica”, y, en realidad, un pensamiento de esa naturaleza debía ser absolutamente extraño para un sistema capitalista sin trabas. (Pero aun antes de la época de Marx, encontramos el comienzo de algunas dudas e incluso de ciertas investigaciones acerca de la conveniencia de la política crediticia del Banco de  Inglaterra durante una depresión). El seguro contra la desocupación significa, no obstante, intervención y, por consiguiente, un aumento de la responsabilidad del estado, lo cual tiende a llevar a la práctica de experimentos de políticas anticíclicas…Y cuando los marxistas dicen –como suelen hacerlo- que Marx demostró la inutilidad de una política anticíclica y de medidas graduales similares, simplemente afirman algo que no es cierto, pues si bien Marx investigó el capitalismo sin trabas, jamás soñó la posibilidad del intervencionismo. Y si nunca estudió, así, el recurso de una interferencia sistemática sobre el ciclo económico, menos podía haber ofrecido una prueba de su imposibilidad. Sorprende comprobar que la misma gente que se queja de lo irresponsabilidad de los capitalistas frente al sufrimiento humano, son lo bastante irresponsables para oponerse, con dogmáticas aseveraciones de este tipo, a experimentos de los cuales podemos aprender a aliviar el padecimiento humano (a convertirnos en amos de nuestro medio social, como hubiera dicho Marx) y a controlar algunas de las repercusiones sociales no queridas de nuestros actos. (pp. 355s)
Obviamente siempre puede haber maneras de salirle al paso al hecho de que el capitalismo no se ha derrumbado todavía y que lejos de haber aumentado la miseria de la clase trabajadora ella ha mejorado considerablemente en los países capitalistas avanzados, echando por tierra la inminencia del derrumbe del capitalismo. Obviamente sigue siendo cierto que los capitalistas siempre buscan aumentar su beneficios y  disminuir su costos e invierten en industrias de capital intensivo –maquinaria- allí donde la fuerza de trabajo es costosa y, en cambio, invierten en industrias de capital de trabajo en aquellos lugares donde la fuerza de trabajo es relativamente económica todavía; el ejemplo más perverso de esto son los enclaves económicos o maquilas. Pero ello ocurre precisamente porque no existe el marco jurídico que impide este tipo de enclaves modernos de explotación. (Por cierto mucho de estos enclaves tienen asiento en la China “comunista”.) La hipótesis ad hoc en cuestión que pretende salvar las apariencias y darle oxigeno a la tesis del aumento inevitable de la miseria y la caída inminente del capitalismo, es conocida como la hipótesis del “imperialismo moderno”, planteada inicialmente por Marx y Engels, y adoptada posteriormente por Lenin.
Marx y Engels comenzaron a elaborar una hipótesis auxiliar destinada a explicar las razones por las que la ley del aumento de la miseria no operaba de acuerdo a sus previsiones. Según esta hipótesis, la tendencia hacia la disminución del porcentaje del beneficio y, con ella, el aumento de la miseria, es contrarrestada por los efectos de la explotación colonial o, como suele llamárselo, por el “imperialismo moderno”. La explotación colonial es, según esta teoría, un método de transmitir la presión económica al proletariado colonial, grupo que, tanto económicamente como políticamente, es más débil aún que el proletariado industrial interno, (p. 360).

Varias teorías se han hecho eco de esta hipótesis, particularmente en nuestro continente, como la teoría de la dependencia o la teoría de la liberación, por no hablar de aquellos gobiernos que recurren a la garra del imperialismo y su alianza con la burguesía interna para explicar fenómenos como la escasez, la inflación o la devaluación, la famosa “guerra económica”. Se trata, como ya dijimos, del descenso del marxismo a su más bajo nivel, al uso de teoría conspirativas que acusan siempre a factores extraños o ajenos, y son incapaces de reconocer que son sus políticas económicas las responsables. Siempre es más fácil acusar a otros que rectificar nuestros errores. Pero como suele decirse,  los hechos son tercos y tarde o temprano estos recursos son desenmascarados y se evidencia lo que son, simples recursos desesperados para conservar el poder y ocultar  la realidad. Tarde o temprano fracasan y son desmentidos por los hechos.

“No creo que esta hipótesis auxiliar pueda salvar la ley del aumento de la miseria, pues la experiencia la ha refutado. Existen países, por ejemplo, las democracias escandinavas, Checoslovaquia, Canadá, Australia, Nueva Zelandia, etc., por no decir nada de los Estados Unidos, donde el intervencionismo democrático ha asegurado a los obreros un alto nivel de vida, pese a no haber gozado allí de la explotación colonial o de haberla llevado a cabo en grado suficiente para justificar la hipótesis. Además, si comparamos ciertos países que “explotan” colonias, como Holanda y Bélgica, con Dinamarca, Suecia, Noruega y Checoslovaquia, que no “explotan” colonias, no hallamos que los obreros industriales se beneficien por la posesión de colonias pues la situación de la clase trabajadora en todos estos países es sorprendentemente similar, (p. 361s).



Conclusiones
                                                                    La religión es el opio del pueblo
                                                                                                       Karl Marx
                                                    El marxismo es el opio de los intelectuales
                                                                                               Raymond Aron


Es posible que  a muchos la crítica de Popper no les parezca suficientemente convincente o definitiva, y no dudo que puedan hacerse cuestionamientos importantes. Pero quisiéramos terminar con algo que pudiese explicar el influjo que el pensamiento de Marx ha tenido, directa o indirectamente, hasta nuestros días. Al comienzo hablábamos del influjo moral de Marx. También destacábamos que ese influjo había ayudado a construir un mundo mejor y que podía ser en esa medida positivo, sin duda. Sin embargo, quisiéramos llevarle la contraria a Popper en este asunto, y más allá de considerar que el marxismo científico ha muerto o no –nosotros pensamos que sí- no sabemos hasta qué punto debemos mantener ese influjo moral de Marx permanentemente, pues es a raíz de este influjo –incluso hechizo-que se tratan de resucitar sus ideas y volver a crear un sistema dogmático que debe ser realizado a despecho de que la realidad ofrece fuertes resistencias para que sea exitoso –y no nos referimos a las resistencias de grupos de interés, sino a las propias resistencias de la realidad económica que no se pliega al voluntarismo militante e incorregible de algunos que se consideran seguidores de Marx. Quizás no esté de más recordar que Marx decía sarcásticamente que no era marxista y seguramente hubiese revisado muchas de sus tesis originales a la luz de la nueva evidencia histórica del presente. Posiblemente se trata de una interpretación caritativa y condescendiente. En todo caso, es lo que muchos de los que lo siguen deberían hacer. “Cuidaos de  los falsos profetas” nos exhorta el apóstol Mateo. Popper recoge este pensamiento y señala a Marx como uno, así que debemos cuidarnos de él, aunque no tenga en este caso piel de oveja.  Pero ahora debemos cuidarnos sobre todo de los acólitos de ese culto que endiosa a Marx y no lo ve como el hombre que fue, como un ser falible y propenso al error como todos. Si Marx nos recuerda que la “religión es el opio del pueblo”, quisiéramos traer a colación la expresión de Raymond Aron, “el marxismo es el opio de los intelectuales”. En definitiva, el marxismo conserva en gran medida su influencia porque en estos tiempos modernos seculares mantiene la fuerza y el poder cohesionador de una religión. Esa es su fuerza, pero también su peligro permanente.

“De acuerdo con el principio de que todo es posible, conviene señalar que las profecías de Marx podrían haber resultado ciertas. Una fe como el optimismo progresista del siglo XIX puede constituir una poderosa fuerza política y ayudar a producir lo que predice. De este modo, no se debe considerar corroborada una teoría y atribuirle carácter científico por el hecho de que se hayan cumplido sus predicciones. Muchas de estas presuntas corroboraciones no son sino consecuencia de su carácter religioso y de la fuerza de la fe mística que ha sido capaz de inspirar a los hombres. Y en el marxismo, en particular, el elemento religioso es inconfundible. En la hora de su mayor miseria y degradación, las predicciones de Marx dieron a los trabajadores una fe inconmovible en su misión y en el gran futuro que su movimiento estaba elaborando para la humanidad.  (p. 369)




  Notas:




[1] Karl Popper: Búsqueda sin término, Técnos, Madrid, 1977, p. 49
[2] Karl Popper: La sociedad abierta y sus enemigos, Orbis, Madrid, 1984, p. 370. A partir de ahora todas las citas de Popper son de este texto y se identificarán entre paréntesis.
[3] Brian Magee: Popper, Grijalbo, Barcelona, 1974, pp. 131s.
[4] Popper siempre insiste en los peligros que encierra el intervencionismo estatal, al que considera un mal necesario. En ese sentido, dice compartir la idea marxiana y liberal de reducir el peso del estado en la sociedad.
[5] Cabe recordar que el libro de Popper fue escrito durante la Segunda Guerra Mundial  y curiosamente cuando la URSS era aliada en contra del nazismo y del fascismo.
[6] No desarrollamos aquí todos los aspectos positivos del planteamiento de Popper, pues nos interesa más destacar los aspectos críticos contra Marx. Puede verse una exposición más completa en http://revistasenlinea.saber.ucab.edu.ve/temas/index.php/logoi/article/view/650  o también en este blog  http://filosofiaclinica1.blogspot.com/2011/02/una-aproximacion-al-liberalismo-critico.html
[7] Cualquier parecido con nuestra realidad es pura coincidencia.