viernes, 1 de marzo de 2013


Es más fácil fabricar dinero en la riqueza
Mauricio Ortín


No es lo mismo fabricar dinero que producir riqueza. Hacer dinero es mucho más fácil, sólo es menester contar con tinta, papel y una imprenta. Mucho más complicado es generar riqueza. El dinero circulante es un instrumento que representa el valor de los bienes producidos por la sociedad. Así, en teoría, si un país durante un año produce bienes y servicios por valor de cien pesos deberá, también, incrementar el circulante cien pesos en moneda. Ahora bien, ¿qué pasa cuando en caso de producir cien se adicionan doscientos en moneda? Sucede que el Estado nacional (el dueño de la maquinita de hacer dinero), de un día para el otro y mediante el mero trámite de imprimir billetes, se encuentra en condiciones de comprar la mitad de todos los bienes y servicios producidos por la parte privada. Al no ofrecer nada nuevo, servicios o algún otro ítem que respalde la suma de dinero inyectada al sistema, el Estado se comporta como un simple ladrón de la propiedad privada. La reacción inmediata y defensiva de los ciudadanos ante semejante abuso generalmente es la de aumentar en proporción parecida el precio de los servicios que prestan o de los bienes que producen. Así, si el Estado (fabricando dinero sin respaldo) devalúa el peso en un 30% en un año, el mismo o parecido porcentaje se verá reflejado en los precios de las mercancías y en las exigencias salariales de los sindicatos. Más, no es ninguna solución a mediano plazo desplazarse a la zaga del Estado, actualizando permanentemente precios y salarios; dado que la inflación, además de constituir un robo encubierto al entorpecer el cálculo de ganancias y el ahorro que paraliza la inversión productiva, tiene también el efecto de pervertir el ciclo virtuoso de generación de riqueza. Dada esa situación, el enfriamiento de la economía, la desocupación y la pobreza generalizada son cuestión de tiempo. Esta historia se ha repetido miles de veces desde que el mundo es mundo y, sin embargo, no se aprende. Ahora bien, cabe preguntarse, ¿qué conduce a un gobierno a actuar como el sepulturero de sí mismo? La respuesta radica en la decadente relación clientelista-populista, que establecen los que detentan el poder con los que mayoritariamente le aportan los votos. Pero todo tiene un límite material. Especialmente si no se es Papá Noel y lo que se reparte como dádiva no sale de una bolsa mágica sino del esfuerzo de otros. El déficit fiscal es la consecuencia de gastar más de lo que obtiene por impuestos. El saldo en rojo en aumento de la cuenta estatal torna cada vez más difícil mantener la creciente tropa de clientes políticos y lo que en principio era la fórmula para atornillarse de manera indefinida al poder se convierte en su puntapié eyector.

En una primera etapa, el despilfarro del tesoro público en función de conseguir votos puede, hasta cierto punto, financiarse y disimularse con la recaudación impositiva, el crédito externo y/ o la expropiación directa de los privados (robo de los fondos depositados en las AFJP o retenciones a la renta agropecuaria, por ejemplo). Mas, al régimen -raspada la olla del capital interno y “curado de susto” el externo- todavía le queda un desesperado y último recurso para “salvarse”: hacer funcionar “la maquinita de fabricar dinero”. Pero el funcionamiento de la maquinita por sí sola no es suficiente. Debe ir acompañada, entre otras, con restricciones a la libertad, control de precios y cepo al dólar. También, como es evidente, con el falseamiento de los datos estadísticos y la demonización de los que opinan lo contrario. Así, el gobierno kirchnerista, el verdadero responsable de la suba de precios, pretende para sí el rol del justiciero cuando dice que los congela (de paso, endosa su exclusiva responsabilidad a la “ambición desmedida de lucro de los empresarios”).

La Argentina y Venezuela vienen “cabeza a cabeza” disputándose el primer lugar del mundo en índice de inflación. El país caribeño aplica un control de precios estricto y multa o cierra a cualquier empresa que ose no respetar la medida de dejarse robar legalmente por el Estado. El destino en esa dirección es solo uno. Un régimen como el cubano donde el Estado finalmente se apodera de todo. Represión mediante, hacia allí también se dirige la Argentina.

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