Los Reparos de Robinson
o la educación republicana de Simón
Rodríguez
David De los Reyes
A Eloy
“Las palabras pintan las cosas y nosotros con la escritura pintamos las palabras”
I
Simón Carreño Rodríguez (Samuel Robinson), nace en Caracas en 1771. Como hombre
fue la expresión de una vida compleja,
contradictoria y de intensa personalidad. De carácter peculiar y difícil,
extravagante y hereje, orgulloso y violento, asumirá distintos quehaceres y
personalidades: preceptor, maestro, amanuense, periodista, escritor, viajero,
ideólogo, pensador, políglota, solitario, autárquico, adelantado
a su época, tipógrafo, profesor de idiomas en Francia y en Rusia, defensor
ardiente de las ideas modernas y de las
de Rousseau, poseedor de una vasta cultura y sobretodo americano universal.
Además de ser un niño expósito, “era feo, excesivo, ambulatorio”[1].
Maestro de Bolívar. Amigo de Washington y de
los patriotas estadounidenses como Benjamín Franklin.
El escritor venezolano Arturo Uslar Pietri nos lo
describe así: “Su aspecto físico era poco atractivo y algo tenía que ver con su
carácter y con sus ideas. Huesudo, basto y algo desproporcionado de cuerpo.
Gruesas manos velludas, pesado andar,
cabeza alargada y grandes orejas. El color moreno, la nariz ganchuda, la
boca grande, recta y delgada, y la quijada saliente. Parecía hecho de mal
ensamblados pedazos de otros cuerpos. Vestía con intencionado descuido y
ostentosa simplicidad, que se fue acentuando con los años”[2].
En fin, una cabeza con peligrosos disparates
para la tranquilidad aristocrática
de la corona y de la nueva oligarquía criolla como veremos. Un alfarero de
repúblicas y de republicanos.
De familia
urbana, no perteneciente ni a la envanecida clase terrateniente o a
las de
la oficialidad del Cabildo colonial: es un niño expósito. Va a ser recogido por el cura de la
ciudad de quien recibe sus nombres. Simón Carreño Rodríguez será
hermanastro de Cayetano Carreño
Rodríguez, músico diestro y reconocido,
que hizo sus estudios de música en la
conocida Escuela de Chacao,
institución dirigida por el Padre Sojo
que dio grandes frutos al arte musical venezolano. En una disputa con su
hermano, Simón Rodríguez decide quitarse
para siempre su primer apellido, Carreño
y apellidarse sólo con el de Rodríguez.
Esas desavenencias por la paternidad con su
hermano le lleva a decir que “no conocía
a su padre, pero que conocía a un fraile que visitaba la casa de su
madre”[3].
Maestro de primeras letras. Apasionado y estudioso de
Rousseau, también del resto de los
autores de la modernidad europea. La lectura juvenil del Emilio o de la
Educación del filósofo de Ginebra será, por su
deslumbramiento, determinante para la dirección que tomará su destino como
maestro. Dará inicio a su obsesión de vida,
la educación: tema central de su
búsqueda intelectual; con el Emilio, del autor suizo francés, desarrollará un concentrado interés y una constante preocupación por todo lo referente a la educación y a sus
modos de obtenerla. Sus lecturas le abrieron un mundo conceptual que le era
adverso al tradicionalismo imperante en la pequeña ciudad colonial de Caracas.
Por su carácter irá desarrollando el desarraigo y una furibunda disidencia. Una
pugnacidad con el enconado
tradicionalismo parroquial. Un análisis en todo lo que encuentra a su paso en
la sociedad criolla que para él estará
viciada y llena de superstición ya en el siglo XIX...
Respecto a la educación que se impartida en las escuelas
primarias en la ciudad de Caracas, tampoco estuvo bien vista por este contestatario-crítico de
su tiempo. Era una educación sin registros
certeros y prácticos para abrirse paso en las labores útiles para el acomodo de la vida; se da cuenta de la
necesidad de realizar una reforma profunda
en los establecimientos de educación existentes. Nadie
aprende lo que debería saber. Así, por ejemplo, los pardos, serán la
clase que tiene a sus espaldas el trabajo fuerte, mecánico y no están lo
debidamente instruidos para acometerlo
de manera más eficiente. Los
terratenientes o pertenecientes a
la burocracia colonial están envanecidos
y nadando en un mar de prejuicios anacrónicos pero convenientes para su
posición acomodada.
Las escuelas eran las barberías. En ellas, al mismo tiempo que atendían a un
cliente rasurándole la barba o dándole
forma al cabello, un grupo de niños
recitaba en coro una lectura cualquiera que el buen oficiante de
maestro-barbero seleccionaba. De diez a
veinte niños era el número de ellos en el local. Así, entre la distracción de la conversa con el
cliente o la atención al corte de barba o de cabello, de tanto en tanto es que se prestaba una mirada
al fatigado coro recitante. Una educación discontinua, sin objetivos
claros, sin centrada disposición a las dificultades y a los temas que se leían. Una educación que
ante los ojos de ese educador más que formar deformaba. De
estos estudiantes los que eran más despiertos, con talento individual y una
capacidad de aprendizaje aceptable,
podían pasar al estadio superior de la enseñanza. Se basaba en aprender latín y
filosofía, (filosofía escolástica, desde luego,
una disciplina más emparentada con la teología y el catecismo que con el
razonar de la cartesiana filosofía
moderna racionalista). Ese será el paisaje
de la educación que llevará a
largas meditaciones a este paseante
solitario rousseauniano de la Caracas colonial.
Su influencia en el movimiento de independencia criollo
será hecha de forma indirecta. Nunca interviene en la gesta de las guerras de
independencia. Al ser el maestro del niño Simón Bolívar[4], captando la viveza y la inteligencia de su
discípulo, encontrará el ser ideal para aplicar los ideales educativos del Emilio de Rousseau y
formará en él un carácter para todo lo grande, la gloria, la autonomía y
la libertad propia de un héroe romántico. Lezama Lima en su libro La expresión Americana nos advierte: “La influencia de Simón
Rodríguez, no debe haber sido ejercida a
través del ethos, de un circunspecto causalismo de la conducta, sino a través
de lo que había en Bolívar y en él de más endemoniado y primigenio”. Es la gran influencia que llegó a tiempo para
formar un gran sueño de
emancipación en aquel turbulento e
impaciente muchacho caraqueño del que la historia tendría de qué hablar.
Se va para
siempre de Venezuela en 1797. Teme ser
descubierto y encarcelado como participante del
movimiento de emancipación de
Picornel. Cambia de nombre. De ahora en
adelante se llamará Samuel
Robinson durante todos los años de exilio. Samuel, como el rey fundador de
Israel; Robinson, por su identificación con el personaje de la novela de Daniel Defoe, Robinson Crusoe.
Viaja como exilado
primero a Jamaica. Allí aprende el inglés. Luego su constante desarraigo
lo lleva a transitar por los Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania, Prusia, Inglaterra.
Estando por un periodo de 26 años
fuera de tierras americanas. Regresa a Sudamérica para iniciar el sueño de transformación del
hombre americano por medio de la educación.
Ultimo itinerario de su vida a través de los territorios de la Gran Colombia , ahora
países: Colombia, Ecuador, Perú,
Bolivia, Chile. Nunca más regresa a Venezuela. Morirá en el pueblo de
San Nicolás de Amotape, en el trayecto del último viaje que realizaría entre el
Ecuador y el Perú. Transcurría el año de 1854.
II
Sobre
su idea de Educación
Su método de enseñanza estará influenciado, como ya
dijimos, por el Emilio de Rousseau. De ahí partirá hasta alcanzar sus
propias ideas. Una educación que buscará crear
republicanos. Su fin era formar un
nuevo hombre. Aquel que pudiera dar vida independiente a las nuevas repúblicas
sudamericanas. Su método de reforma
social estaba centrado en ese cambio de modos pedagógicos. Las repúblicas
liberadas, piensa, sólo estaban establecidas pero no fundadas. Un pueblo
consciente de sus derechos y deberes faltaba para concretar ese nuevo plan de
vida ciudadana.
Su vida como maestro se inicia en 1791 a los veinte años de edad. Nombramiento
otorgado por el Cabildo de Caracas. Como
maestro de escuela de primeras letras tendrá un sueldo anual de cien pesos.
Momento oportuno para poner en prácticas sus apreciaciones pedagógicas
personales. Una visión de la enseñanza que mezclaría la práctica de un oficio
con la enseñanza de las letras y las materias teóricas y formales.
Inconforme ante el régimen interno y los sistemas de aprendizaje que se aplican en la escuela que le es confiada en
1794 redacta un informe que aspira
a emprender una transformación y reforma
radical de la enseñanza en esos establecimientos coloniales de la Capitanía General de Venezuela.
Será titulado Reflexiones sobre los defectos que vician la
escuela de primeras letras de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo
establecimiento, entregado al gobierno el 19 de mayo de 1794[5].
Este diagnóstico será
quizá el primero de los intentos de modificación en las instituciones de enseñanza primaria en todo
el espacio colonial americano dirigido por la colonia española. Es una
manifestación criolla, que solicita un modelo apropiado para esa provincia
de América[6].
Para emitir sus opiniones y reflexiones
aprovecha teñirlas de un cinismo
pedagógico. Del recurso mayéutico socrático.
Nunca del espíritu evangélico de la superstición y la creencia sin
fundamento. Está claro de un principio: la única autoridad reconocida ante el
conocimiento debe ser la demostración científica junto a la práctica que puede
aportar el uso de la razón. Su comprensión de la pedagogía está guiada por las concepciones
ilustradas sobre educación. Mezcla el método naturalista propiciado por
el ginebrino Rousseau con el sentido del buen trabajo del saint-simonismo
industrial.
En forma general ese documento nos describe el descuido
y abandono que mantiene la enseñanza para ese momento. Una condición de desidia y
desinterés que pareciera perpetuarse hasta el presente. Su descripción de esa
realidad, con sus variantes actuales,
lamentablemente se mantiene aún
muchas veces, (no digamos de la infraestructura y de las
condiciones tanto de nivel como de atención
y reconocimiento social y económico por parte de los entes institucionales encargados de
dirigir tales enseñanzas). En sus Reparos notamos la voz de alerta ante el desconocimiento e indiferencia por la utilidad, su función y
necesidad de las escuelas coloniales para el bien de la sociedad. Nos habla
también de la creencia firmemente arraigada de que cualquier persona puede desempeñarla.
El proyecto de Simón Rodríguez contempla la creación de
varias escuelas bajo una sola dirección
general para la ciudad de Caracas. El director será el maestro principal
que tiene funciones de inspector. Con
apreciaciones arriesgadas y
propias de su carácter, declara la
necesidad de educar por igual y en el
mismo establecimiento a todos los niños mediante la enseñanza pública. Una
escuela que deberá acoger al mismo
tiempo y sin diferencia de razas y castas tanto a los pardos como a los hijos
de los blancos. Justifica esto por la igualdad de compartir la misma
sociedad y religión. Esos
establecimientos deberán acoger a todos. Pero admite que han de permanecer
separadas las castas dentro del salón. Se buscará enseñarles las letras y las
aritméticas. Al mismo tiempo se iniciarán en el conocimiento de las artes mecánicas. Se integra una educación
formal con un aprendizaje práctico de
las artesanías propias de la época:
carpintería, cerámica, fundición de
metales, etc. a los varones; a las niñas las labores propias de entonces.
Su ideal de educación tiene en su concepción tanto de
platónico como de rousseauniano. La ignorancia[7]
es la causante de todos los males del hombre. El bien superior está en formar
un hombre para la vida. No sólo la enseñanza de materias sino una educación
que prepare a los niños para ser
útiles a la sociedad. Para ello hay que enseñarlos a trabajar; formar una
voluntad de servicio civil. Por una parte será una educación dirigida a
ensanchar el sentido de los conocimientos útiles. Su dirección estará gobernada
por el interés que vaya presentando el alumno. Todo esto combinado con el
juego, diversiones y paseos para
ejercitarse en el conocimiento directo
de los elementos de la naturaleza. Una escuela que debe ser al mismo tiempo un
taller de artesanías y oficios.
Su innovación va
ser tomada en cuenta por el
Cabildo pero con reserva. Será retrasada su consideración. Su informe da desconfianza a las autoridades por venir
de este personaje un poco extravagante
para los modos parroquiales. Está lleno de ideas nuevas. Y no se sabe muy bien qué puede resultar de todo
ello. Sometido a maniobras dilatorias –y su posterior abandono -, el
documento se pasó a la Audiencia Real para su consulta. Pensando
que ello causó molestias y no fue tomado
con la importancia debida, Simón Rodríguez renuncia a su cargo de maestro el 19
de octubre de 1795. Por lo visto, el
encaminar el ánimo de los niños para
poder llegar a recibir “las mejores impresiones y hacerlos capaces de todas las
empresas”, no era lo políticamente correcto en una
sociedad que se guiaba por
las prebendas, los beneficios de casta, la corrupción y el
oscurantismo bien mantenido para no cambiar nada. Que todo permaneciera dentro de
lo mismo[8].
Sus Reflexiones
sobre los defectos que vician la escuela
de primeras letras de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo
establecimiento consta de dos partes. Una primera en la que nos presenta el Estado actual de la escuela demostrado en
seis reparos y una segunda parte que
titula Nuevo establecimiento, en el que están las recomendaciones a tomar
en cuenta para la mejora de la enseñanza y disposición de las escuelas. Por nuestra parte comentaremos la primera parte por ser un diagnóstico crítico
que presenta la visión pedagógica e ilustrada de Simón Rodríguez. Además
pensamos que se encuentra ya en este
informe el germen de todo su pensamiento sobre la educación que irá luego
desarrollando, perfeccionando y aplicando en el itinerario de su vida de
educador tanto en Europa como al regresar a Sudamérica en 1823, después de 26
años de ausencia[9]. Su idea de
escuela, como hemos ya dicho, persigue un fin original: más que formar en las enseñanzas tradicionales al
alumno deberá tener el fin primordial de
enseñar a vivir. La sociabilidad de los hombres es el principio que debe
coronar esa enseñanza.
III
Para
una interpretación de sus Reflexiones sobre los defectos que vician la Escuela de Primeras Letras
de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo establecimiento
Este artículo
nos da un certero diagnóstico sobre los
establecimientos que sirven como Escuela de Primeras Letras en la
tranquila y parroquiana Caracas
colonial. El documento fue entregado al Cabildo
el 19 de mayo de 1794. Como
señalamos, en él se encuentra el germen de su pensamiento reformista y
pedagógico posterior. Toda su vida no será sino tratar de llevar a cabo estas
ideas, y profundizadas por su
experiencia y reflexión en Europa como pedagogo de idiomas e intelectual ilustrado. Su concepción sobre la educación, la
necesidad de una educación igualitaria y ciudadana, con aspiración abierta a la
democracia, donde se combine el trabajo práctico, artesanal, con otro tipo de
enseñanza, como la formal, -enseñanza de
la gramática, la aritmética, etc.- y se corrija la superstición (religiosa :
del catolicismo fetichista, y hoy se pudiera
incluir en ese mismo nivel la ideológica del bolivarianismo rampante y
delirante con su huestes de santeros y militaristas) en el ambiente, fue una
constante en los sucesivos
establecimientos que abriría a partir de
su llegada a la América
luego de largos años de ausencia. Esta importancia que le damos a este escrito es debido
al mismo desarrollo de su
pensamiento respecto a su constante preocupación por crear verdaderos
republicanos. Y esto sólo podía hacerse creando hombres que respondieran a
esa condición política de vida. Hombres
interesados en la res, “cosa”
pública, de todos. Interés que, según él,
podía lograrse mediante la educación que recibieran en la niñez. Postura
propia de la ilustración. El
hombre podía mejorar
su condición gracias a una educación gradual y bien guiada desde la
infancia.
1er Reparo
El 1º Reparo
lleva por título: “No tiene la estimación necesaria” ¿Qué es lo que no
tiene estimación necesaria? Está claro que es la escuela como tal. Se nos
habla de lo ruines que son. Del
estado de abandono en que se encuentra.
De las limitaciones y la poca evolución
que han tenido en relación con otras instituciones coloniales de
distinta función; instituciones que
realmente han mejorado y cambiado su condición, pero al comparar las escuelas
con ellas no muestra los establecimientos de enseñanza sino su condición estática de abandono en su
mantenimiento, y un desinterés por los funcionarios y agentes públicos y
privados de la colonia. La escuela es una institución de primera importancia
por tener ella la función de transmitirnos las
primeras luces, los primeros conocimientos y la primera visión formal del
mundo. La buena educación es el instrumento
poderoso para mejorar y
conducir la captación de las
mejores impresiones de las cosas: de aprehender y aprender a conocer el
mundo. Representárnoslo en el mejor sentido que podamos para nuestro beneficio
tanto personal como cívico. La necesidad de arrancar el oscurantismo y la
ignorancia es el motivo principal de estos establecimientos que, por lo que nos deja ver Simón Rodríguez,
no se hacía mucho respecto a ello. Si bien
se conoce la necesidad de mejorar las condiciones de los hombres
mediante la educación, de desarrollar nuestro juicio y capacidades, se dejó –y
se deja aún hoy más que nunca- al abandono
y hasta se mira con desprecio y
sin la importancia debida.
A fines del siglo XVIII
estaba la escuela a cargo de un personal para nada especializado.
Personal que era ocupado, en mayor parte, por personas mayores que se
habían quedado sin un oficio. Sin estar preparados para ello lo asumían por la dignidad
otorgada por las canas, condición para mostrar ya una sabiduría adquirida por experiencia y no por aprendizaje del
oficio. Para Simón Rodríguez ésto es un
motivo de preocupación continua. No sólo
el abandono de las instalaciones, los métodos bárbaros, la irregularidad
con que se rodeó toda la enseñanza, sino el desinterés por la formación, capacidad,
buen salario y actitud del maestro a cargo de la enseñanza.
Desde el primer reparo
nos dice en su título sobre la
dejadez de la escuela colonial: No tiene
la estimación que merece. Las
limitaciones con que funciona y con la escasez de recursos que cuenta nos dejan
ver cuál puede llegar a ser sus alcances.
Se sabe que todos la requieren para salir del estado de la
ignorancia y abrirse a los
conocimientos. Sus fines son desde todo
punto de vista laudables: crear el ánimo, las atenciones perceptuales y cognitivas para absorber las mejores impresiones, y desarrollar una voluntad
para llevar a cabo cualquier empresa
elegida. Esta condición de la enseñanza, de
adiestrar y acentuar unas
capacidades corporales para ciertos fines es requerido en cualquiera de las
áreas en que se desempeñe socialmente el hombre: en la ciencia, en las artes,
en el comercio u otra ocupación indispensable para la vida social. Es despertar
la curiosidad y la viva sensación en los niños.
De poder hacer todo para su mejor incorporación posterior dentro de la sociedad. Sabiendo la
importancia que tiene, sin embargo, como se ha visto, es dejada a un personal
que no es el más adecuado. Para la época
el ejercicio de maestro estaba muchas veces dado por el barbero, el bodeguero o
el carnicero del pueblo. Colocaban, como ya se refirió antes, aledaño a su establecimiento,
un aula donde se ejercía dicha actividad. Eran ministerios en los que no se tenía un personal preparado para ello. Oficios que
se tomaban para la vejez y a la baja
suerte. Lo aceptaban como último
recurso por no saber hacer más
nada. Ninguno de estos tipos de
educadores, barberos, carniceros, etc., pretendía ni fomentar ni elevar moral ni en conocimientos realmente la
educación de los niños.
2do Reparo
En el 2º Reparo titulado Pocos conocen su utilidad
describe y justifica los beneficios de la escuela para la sociedad. Es
el apartado más largo de los seis. Y se dedica a justificar lo que no debe ser
justificado. Toda enseñanza, toda transmisión del saber humano bien fundamentado siempre aportará utilidad y
bienestar a quien la adquiera, aparte de
mejorar su relación y aptitud con
la sociedad a la que pertenece. En su seno recibe con creces la devolución de ese conocimiento aprendido. Es una visión optimista y positiva de la
educación. La esperanza nutre al entusiasmo.
Dos motivos nos
suscribe por los que toda enseñanza puede ser despreciada: bien por temeridad o
bien por ignorancia. Del primero considera imposible que alguien tenga tal
carácter respecto a la educación. Es impensable
temer que la educación pueda infringir un daño en relación con la función
correspondiente a una Escuela de Primeras Letras; siempre será un bien
para el individuo: desarrollará
curiosidad y amor por el conocimiento. Vista como un constante y sano
interés por las cosas del mundo y la diversidad cultural de los seres humanos. La temeridad es descartada casi por
imposible. Se queja que su desprecio sólo puede deberse por el grado de
ignorancia de las personas que la enjuician así.
La ignorancia puede tener distintos modos
de manifestarse. Una de
ellas, para este ilustrado educador, será
debido al tipo de aprendizaje privado que era buscado por muchas familias con
recursos en la colonia. Enseñanza fortuita
en que la escuela pública y general no tenía cabida por el hecho de no
existir realmente. ¿Qué acarreaba esta situación de la enseñanza privada? Una educación fraccionada, irregular, caprichosa
y defendida por gustos personales. Por
los criterios de los personajes
que fungían como maestros. “Cada niño refiere y sostiene las reglas, los preceptos, las distinciones
que recibió en sus principios”. Con
ellos se conforma. Al no tener mejor
método para suplirlos ni idea cómo salir de su limitación, vendrá el
rechazo. Toda novedad es dudosa. Y queda sin resolver ni advertir su corta
visión. Mantiene incomprensión del asunto,
acorde al grado de ignorancia que se posee. La ignorancia aprendida, sin otro recurso, puede
ser el atraso de muchos. Pues
encontramos muchas veces el elogio a la ignorancia como fuente de riqueza material. El elogio a
la ignorancia fue frecuente en el círculo de ciertos políticos y militares
hispanoamericanos que habían adquirido y detentado el poder por la fuerza, a lo
largo del siglo XIX, luego de haberse
realizado la independencia del continente. La ignorancia no sólo trata de negar
sino de ensalzar las virtudes de la
ignorancia misma para la vida.
Es la postura del conservador militaresco sin criterios.
De quien acepta la tradición sin más. Apela a la superstición y al oscurantismo
como postura de arraigo para la vida.
Todo cambio, cualquier concepción nueva que salte de los linderos de su
comprensión es puesta en entredicho. No es vista como una posibilidad útil de conocer y aprender.
De si realmente puede o no ser
beneficiosa de alguna manera. Todo cambio puede poner en duda la autoridad establecida en la tradición.
Pensar críticamente para avanzar siempre es una molestia. Es ésta la ignorancia
a la que se refiere Simón Rodríguez. Esa
inercia encontrada no sólo en Caracas,
de la que sale para nunca más volver en 1797. También la observa a lo largo de
sus viajes, a partir de 1823, por el
continente librado por el ejército patriótico. La experiencia lo llevará a
comprender la necesidad de crear los nuevos hombres para consolidar las nuevas repúblicas: se han establecido
pero no se han fundado, dirá reiteradamente (hoy sigue el mismo sentimiento
presente y en algunas ni se han establecido…quizá estén en ejercicio de desaparición).
No se han creado mientras siga existiendo la misma mentalidad anclada al torpe
pasado. No existen porque los hombres que la conforman no conocen qué es la
vida republicana, su dinámica y el sentido de la libertad individual en
sociedad. Se hizo una revolución política pero faltó la económica. Se decretan
repúblicas pero no se ocuparon nunca de hacer
republicanos. Los grados de ayer y de hoy de ese desconocimiento bien pueden no sólo coincidir sino ampliarse.
Se piensa que vivir de manera republicana es consolidando la militarización en todos los niveles
civiles. Se crean hombres para el mando, pero no para la decisión personal ante
el bien obrar y la legalidad aceptadas,
dando la aparición de la necesaria confianza entre ciudadanos. Con eso volvemos a una organización donde se vuelve al ejercicio de la fuerza
ciega, de la arbitrariedad burocrática y no al de las leyes. Es por eso que al retornar
de su largo periplo en el extranjero escribirá: “ha llegado el tiempo de
enseñar a las gentes a vivir”, frase que no quiere decir otra cosa que aprender
a vivir dentro de los modos republicanos, ilustrados, igualitarios de la
república. ¿A dónde se dirigía su comprensión de la educación? A una de
carácter popular, destinada a ejercicios útiles y laborales, junto a una
aspiración fundada en la propiedad.
Exige que entre los deberes de cualquier
joven, está el saber el oficio de
una industria, un oficio práctico, sin perjudicar a otro ni directa ni
indirectamente. Además conocer cuáles
son sus obligaciones sociales implícitas al ser republicano. Los resultados
están a la vista. Se quiere perfilar una educación para enseñar a trabajar, saber hacer bien las
cosas prácticas y útiles de la vida, enseñar a vivir con autonomía y sociabilidad, ejercer los derechos como igualmente
cumplir los deberes ciudadanos. Una educación que buscaba la autonomía del
hombre privado y republicano, no el
parasitismo estatal. Podemos acordarnos
de su apreciación de corte liberal: el
que sirve a un gobierno se hace el
esclavo de un esclavo.
La consecuencia para que se mantenga tanto en la colonia
como en el período republicano ese estado
de cosas es la falta de una escuela formal
e institucional. Ello evitaría
toda postura subjetiva, privada, caprichosa y no se sostendrían preceptos, reglas y
distinciones dados en forma parcial.
Para los practicantes de maestros tradicionales toda novedad era vista
con desconfianza y pocos son los que están conscientes de
su propia condición. Si bien pareciera que en esta observación Simón Rodríguez nos
deja un rechazo a toda postura
individual no estaríamos en lo cierto. Lo que se trata es de desarrollar unos principios que permitan aceptar la
novedad cuando esta es beneficiosa para el conjunto. Una generalización que resta o disminuya al mínimo todos las
ventajas y privilegios que quieran
imponerse por diversos motivos, casta, posición
social, de sangre, etc.
Simón Rodríguez también nos habla de desimpresionar a la incorrecta conducta aprendida, que sostiene
esa ignorancia, que rechaza
cualquier mejora por el temor a un cambio de sus privilegios adquiridos. Hay que desimpresionar para volver a reeducarse. Volver a educar a los que no han hecho sino maleducarse. De tal forma que
puedan revertirse a mejoras los abusos
que se han sufrido por la falta de una correcta educación con fines
bien conocidos y encaminados.
Desimpresionar es
difícil pero sano, dirá. Y casi inalcanzable para aquellos que se sienten que
poseen reglas, preceptos, criterios que
los mantiene más bien en torno a su maleducación.
¿Difícil por qué? Primero: por falta de tiempo, carencia de libertad y por los
tipos de ocupaciones adquiridos en la etapa madura de la existencia por el
oficio u ocupación que se tiene.
Segundo: es difícil igualmente por la carencia de gusto natural para emprenderlo, es decir, la necesidad interna de cada quien tomarse la molestia de volver a corregir lo
que pensábamos de manera desfigurada. En desterrar lo que habíamos mal aprendido. Esto debe ser asumido por
decisión propia y poseer un sentimiento
de placer en hacerlo. Toda imposición en adquirir nuevos saberes está conduciéndolo
al fracaso. Quien no tiene gusto ni tiempo para hacerlo
se mostrará reacio e indiferente respecto a lo concerniente a la
educación. Sus motivaciones son más inmediatas y fijadas en el mundo que le
rodea como tal. Efectuar un cambio de relaciones en ese mundo a partir de una constante capacidad de aprendizaje que amplía su
marco de referencia vivencial
es incómodo e inútil si es visto así.
Este ignorante, nos dice Simón Rodríguez, “encuentra a cada paso tantos ejemplares
idénticos de su mala letra y se gobierna con ella: tantos que ignora la Aritmética y se valen
de ajena dirección en sus intereses…”. Los maleducados,
para utilizar el término del investigador venezolano Arnaldo Esté, ignorantes a todas
razones, está visto que no pueden fácilmente
desimpresionarse. Están rodeados por
otros que los mantienen y mantienen su propia condición de ignorancia. Se ven
reflejados en esa ignorancia como regla común. Por tanto no es necesario modificar nada.
El caso referido por Simón Rodríguez está dirigido a una mala letra y a una mala
matemática funcional aprendida. En saber mínimamente escribir y en sacar
cuentas y escribir los guarismos. Carencia que venía a ser suplida por los dependientes especializados para eso.
Esta condición de la escuela que él conoce
le hace afirmar que es poco lo que se puede alcanzar con tal educación.
Su utilidad, por tanto, es escasa o muy
reducida. Como lo hemos dicho ya, las causas están en tener una escuela que se
conforma por el capricho y el criterio subjetivo de los maestros. Un personal
que no ha estado formado por esa importante función social. Una educación
privada, caprichosa y arbitraria. Sin un método homogéneo, sin un
programa pensado para el buen vivir social.
En este Reparo
se nos habla también de la educación de los blancos. Casta social que no
comprendía ni requería
realmente un cambio en la
enseñanza en las gentes de la colonia.
Clase que igualmente estaba
hundida en esa ignorancia de la que se habló antes. Que se ufanaba de ella por no ver en la
competencia y en las capacidades el origen de su condición social. Estaban en
lo que representaban, o bien por títulos de nobleza, o bien por origen de sangre, en tanto colonos y súbditos
del imperio en relación con las
distintas castas existentes. De
hecho, como se refiere en el
diagnóstico, piensan y creían que
la caligrafía y la aritmética no les eran necesarias. En
cambio, era ineludible para sus dependientes, para los subalternos de
sus negocios, para los encargados en las funciones administrativas. No para los
dueños o directivos del asunto. Aprender
a pensar siempre es una función subversiva para cualquier régimen de privilegios.
Respecto a los artesanos, labradores
y gente común tampoco tienen, a los ojos de estos ignorantes, necesidad alguna de conocer más que el saber firmar. Su ignorancia no es un
defecto notable para salir de su propia condición dependiente de los azares.
También hablan que aquellos que toman el
camino de las letras no tienen necesidad de las matemáticas. Basta con
manejarse en el arte de la buena
escritura. Para aquellos, para los
comerciantes es suficiente saber tachonar los caracteres apropiados a las
cuentas para manejarse en sus negocios.
Alegan la docta ignorancia que “no
han de buscar la vida por la pluma”.
Pero una razón primordial para desdeñar a la Escuela de Primeras Letras
es el convencido criterio del sentido
común que todo lo que se aprende en ella
se olvida. Se olvida tanto las buenas maneras de la escritura como cualquier otro conocimiento al pasar a la edad adulta.
Afirman que es preferible adquirir estos saberes
rudimentarios cuando se tenga más edad y juicio. Es una característica que
le da a esa mala enseñanza de las primeras letras una razón suficiente para no ser tomada en cuenta. Y sobre todo en no
incurrir en gastos y cambios que van a ser, de todos modos, inútiles. Se
concluye que es más provechoso dejar a los niños en la más amplia ociosidad.
Para Simón Rodríguez todo ello no es sino alarmante. Es
perder un tiempo precioso para subir a niveles mayores de aprendizaje. Para
entonces era adquirir el latín,
filosofía, elocuencia, etc. Al comprender
las carencias que adolecen todos los hombres de esa tranquila ciudad
colonial reclama que la nueva
enseñanza no debería estar exenta para
nadie. Artesanos, labradores deben someterse a la misma educación que la del
resto de los ciudadanos. Su visión racionalista
está presente cuando afirma que “todo está sujeto a reglas”. Las reglas deben guiar a la
correcta acción partiendo del conocimiento
y de las mejores impresiones
adquiridas. Con el fin de poder seguir
aprendiendo a partir de las obras que puedan mejorar cada área de estos hombres
industriosos y trabajadores, realizadores de la producción. En cierta
manera Simón Rodríguez propone ya en ese
momento la necesidad de una educación constante: casi de por vida. En fundar
una sociedad del conocimiento a través de formar individuos e interesarles
en mejorarse a partir de
los avances científicos y culturales que puedan disponerse en su presente.
Si observa que
sólo los blancos van a esa medio escuela y que son los propietarios
natos de los cargos públicos, militares y
comerciales, declara que la
educación debe ser por igual para todas las gentes de la ciudad. Hace incluir,
con un osado igualitarismo pedagógico, a los pardos y morenos en esta reforma.
Estos, que son los que están vinculados
con las artes mecánicas, adolecen de
instrucción. La adquisición de su oficio es por vía imitativa, práctica. Desconocen la
técnica. El aprendizaje es por referencia a otro, “unos se hacen
maestros de otros”. No son propiamente discípulos. Y la formación es
penosa. Habría que decir que Simón
Rodríguez mantendrá, al regresar de Europa por el llamado de su discípulo Bolívar,
una postura saint-simoniana. Comprende que el nuevo mundo no sólo está
determinado por los cambios políticos que están operando en él. El nuevo tiempo
es el canto del industrialismo decimónonico. He ahí la necesidad de introducir
las artes y oficios dentro de los establecimientos educacionales
y para todos por igual.
Esto último le
traerá problemas. Por ejemplo, en 1826 con las castas señoriales de Chuquisaca,
en el Alto Perú. Ahí monta su establecimiento republicano, y está destinado al
fracaso. Creen estos ignorantes, que
lo se debe adquirir es el aprendizaje ¿ético? del catecismo, las buenas
formas de la conducta religiosa, y el
conocimiento de la superchería. Una
enseñanza para sostener un mundo oscurantista, jerarquizado por castas. Y que
devolvía a los individuos a mantener los privilegios cristalizados ya en la
colonia por las familias oligárquicas.
El oficio de las artes, la industria y el conocimiento
de las técnicas, no es lo propio para
aquellos que van a mantener el orden tradicional adquirido. Para los que van a
ocupar los cargos directivos de la nueva sociedad republicana.
Para este
educador, sean hijos de blancos, pardos o morenos, debían por igual asistir a
las aulas públicas. Afirmó que todo
niño, si tiene lo adecuado para ello, está tan capacitado como cualquier otro.
Opinión de avanzada y chocante a los prejuicios de casta. El desarrollo de la
inteligencia es un privilegio social no una necesidad humana para formar la
civilidad de una comunidad. Justifica
esa igualdad de aprendizaje y
derecho al desarrollo de la educación y
la inteligencia. El que los pardos puedan ser tan capaces como los blancos se
debe a dos razones. Primero: que no están privados de sociedad. Segundo: se recuesta para justificarlo en el igualitarismo religioso
aparentemente. La iglesia no debería
hacer distinción de color de piel para
ser observadas sus prescripciones. Por ello no debe tampoco hacerse una
separación con la enseñanza. Esta maniobra
de apoyarse en razones externas a
la misma educación nos da a un Simón Rodríguez reformista que quiere
educar mediante el determinismo normativo y tradicional de cierto igualitarismo
religioso y pertenencia social.
Es trastocar el determinismo
educacional imperante mediante la reforma de su establecimiento.
Por todo ello, este educador cosmopolita, negará la
educación privada y defenderá la educación pública igualitaria para todos pero
con una observación fundamental. Para no
ser rechazada su propuesta advertirá que
si bien deben educarse pardos y blancos
con los mismos métodos y en el mismo establecimiento se ha de comprender
que deben permanecer separados en el
salón de clases. Proponer lo contrario hubiera sido mucha provocación. Hoy aún
podemos encontrar, como bien lo ha advertido antes, que las diferencias
económicas también priva ya no sólo la
sociabilidad, sino el bien más preciado
y característico de la humanidad, el desarrollo y distribución de la
inteligencia, de las capacidades y de la educación de los individuos; la
economía también puede hacer estragos o no en la distribución de la inteligencia, tanto a
nivel global como regional. Habrá continentes
más o menos ricos en inteligencia acorde con el desarrollo y la
justicia de la economía. Otros,
condenados en obtenerla.
Su reforma se detiene
al decir que cada grupo humano tiene funciones distintas. La colonia y
su organización política son inalterables. Hubiera pasado de ser una reforma
educativa a una social. Queda claro por
qué lo dice. Las actividades de los blancos son distintas al resto; ocuparán
“los empleos políticos y militares, desempeñando (igualmente) el ministerio
eclesiástico”. Sin embargo es de resaltar que Simón Rodríguez da una significación inusual e importante a las otras castas.
Conforman la sociedad y deben ser
tomadas en cuenta en el proceso de la
educación. Los pardos y morenos vienen a ser por primeras vez vistos como un
agente económico y social importante. Están presentes en la constitución y
construcción del mundo colonial. Se les da un derecho que hasta el momento está
ausente. Así, “mejor vistos estarían y
menos quejas habría de su
conducta”, es decir, la educación
como un factor para facilitar la
integración, el reconocimiento, la
tranquilidad y convivialidad social. Su carencia incita
a lo contrario. Bien nos lo
muestran a diario los países hispanoamericanos.
Con la educación impartida por las Escuelas primarias o de primeras
letras, que tienen como fin
aprender a escribir, leer, conocer la aritmética y normas morales y
religiosas según la época, se reduce el
fracaso educacional y social posterior.
Este largo 2º Reparo termina con una sentencia
conclusiva: “No es la propiedad de lo que se aprende en la Escuela olvidarse: lo será
de lo que se aprende mal; así como se desploma y se arruina luego el edificio
mal cimentado. Digan que fue superficial la enseñanza y no que fue inútil”.
3er Reparo
El 3º Reparo se refiere a la calidad de los maestros y la
titula: Todos se consideran capaces de
desempeñarla. Pocos son los que se creen que no tienen las virtudes y
capacidades necesarias para ejercer como maestros. Toda persona mayor,
pareciera, son aptos para labor tan elemental y seguramente que así se
ha procedido por tradición y
en aquel entonces. Y no porque
dicho período colonial ha pasado es algo que haya cambiado totalmente en el presente.
Como hemos ya observado, ser
maestro en Hispanoamérica viene a ser un oficio menor y
además mal pagado, denostado, sin
importancia ni reconocimiento.
Lo adquirían (y adquieren), por su supuesta facilidad, aquellos que no tienen
ni posibilidades de otra cosa ni mayores cualidades y convicciones de lo importante de su profesión. Es decir, serán maestros los que
no han podido ser otra cosa. Pero Simón Rodríguez solicita una profesionalidad en su ejercicio y nos describe cuál era la condición colonial imperante: “Para que un niño aprenda
a leer y escribir, se le manda a casa de cualquier vecino, sin más examen que
el saber que quiere enseñarlo porque la habilidad se supone; y gozan de gran
satisfacción las madres cuando ven que
viste hábitos religiosos el maestro, porque en su concepto es
este traje el símbolo de la sabiduría. ¡Ah! De qué modo tan distinto pensarían
si examinaran cuál es la obligación
de un maestro de primeras letras,
y el cuidado y delicadeza que deben observarse en dar al hombre las primeras
ideas de una cosa”. Se exige menos vestimenta: los hábitos del monje: el traje y la corbata diríamos hoy; se pide más
instrucción y conocimientos. Mejores
modos de incentivar y métodos autónomos
de aprendizaje. Instrumentos cognitivos
para dirigir las primeras impresiones de los niños ante una mejor comprensión
e instrucción de las cosas.
Poseer, en fin, una mayor visión y apropiación del mundo.
4to Reparo
El 4º Reparo refiere al
breve tiempo y su mal uso que
dedica el niño para este conocimiento. Lo titula: Le toca el peor tiempo y el más
breve.
El centro de este reparo
u observación está dirigido a las diferentes dificultades que encuentran, tanto
el niño como el maestro, en el ejercicio de superarlas durante este breve
período del desarrollo humano. Simón Rodríguez nos habla de la importancia de
la formación de un carácter apto para la
vida en general. Se debe proceder a obrar no a partir de la delicadeza,
inocencia, pena, lástima. Condiciones
que pueden ser tomadas casi como innatas, sin conducir al niño a
robustecer su personalidad y llevarlo a
reflexionar sobre sus deberes y derechos civiles. Una práctica dirigida a presentar ciertas dificultades. Pequeñas crisis
individuales necesarias para dar a conocer al maestro las propias carencias
particulares de cada alumno, al conocerlo e incitar a enmendarlas, y superar sus
propias dificultades y adversidades. Es
formar nuestra condición natural, mediante la cultura y la formación,
que nos da la vida misma.
Visión rousseauniana de la educación pero también
esencialmente republicana. El hombre se sentirá y sabrá libre sólo en el
momento en que actúa según las leyes
establecidas racionalmente y por mutuo acuerdo colectivo. Permanecerá
esclavo cuando se impulsa por la fuerza de sus propios
deseos. Simón Rodríguez advierte la necesidad
de reprimir y llevar al límite de
la prudencia todos los deseos y caprichos del infante. En fin, saber obrar bajo el manto protector de la libertad y la
sociabilidad. En primera instancia
debe desterrarse, como lo haría cualquier educador platónico, la ignorancia.
Formar la mente rectamente respecto
a lo aludido cultural y científicamente por verdadero e ilustrado en la
comunidad. Y desterrar los gustos que pueda inventar el uso de la razón informe, dejadez propia del hombre incivilizado.
Del no diestro en las formas adecuadas
para la conducción de la voluntad y de los sentimientos de solidaridad y civilidad, autonomía e industria que podría encontrar en su entorno y
tiempo. Simón Rodríguez busca una
formalidad pedagógica y práctica para reducir
la informe razón, el capricho.
De lo contrario, el arbitrio no dará un
resultado feliz de la elección consciente en relación con su situación y fines.
Aunque hoy pudiera ser criticada esa formalidad si sobrepasase los límites de esa educación de primeras letras y
permaneciera inalterada en las etapas posteriores de los sujetos. Se requiere
cierta inconformidad, informalidad, capricho para el desarrollo de la creatividad
particular, original de los individuos. Mantener sólo como única a la
universalidad formal generalizada es tapizar el
suelo de la creatividad de unas formas.
Haciendo casi imposible más tarde el
desimpresionarnos de ellas. El condicionamiento sin crítica nos rompe la creatividad y diversidad de mundos
posibles; pero primero hay que formarse
para luego enmendar lo que consideramos superado o incorrecto.
Por todo lo
delicado de la niñez, la función que tiene aquí el maestro que desempeñar es uno
de los más difíciles en la vida del individuo. Momento caracterizado más por la
complacencia e indulgencia de los padres que por la severidad o las mismas
travesuras y distracciones del niño. Una edad
a la que Simón Rodríguez pide menos sobreprotección por parte de los padres. Exige más confianza cuando
los maestros son responsables y en la enseñanza que puedan prodigar a los hijos.
Su propuesta puede sonar hasta utópica.
Encuentra erróneo que sea sólo por las habilidades
adquiridas, el tamaño físico o la misma edad un elemento calificador para optar a los niveles
superiores (del aprendizaje, para la
época, de latín, filosofía, elocuencia,
etc). Ninguna de estas condiciones son las requeridas para dar el pase a otro
instituto. Aquí en este reparo Simón Rodríguez nos hace muestra
de su ironía y cinismo. Es su defensa ante
tanta absurdidad vista: “…como si fueren a cargar gramática en peso” y
no manejarla hábilmente respecto a su
función escritural.
Nos interroga
como lectores así: “¿No quiere decir que
a la Escuela
de Primeras Letras le toca el peor de los tiempos y el más breve?”, - para
instruir y formar a esos discípulos. Actividad que se hace más difícil para
este pensador por estar rodeada de
halagos, consentimientos y caprichos
permitidos a los niños por parte de sus padres. Consentimiento normal
para la casta que acudía a la escuela.
Proceder propio de la familia de
los blancos, es decir, aquellos que
tenían privilegios adquiridos sólo por la condición cristiana y por el
color de piel. Además de saberse de antemano, como referimos, que con o
sin educación de las primeras letras pasarían a poseer los cargos más
importantes de la ciudad. Cargos de mando y dirección pública y comercial de la Caracas colonial. Motivo
que a la larga sería incentivar el rencor y el resentimiento social. Como se
vio luego en los tiempos de la guerra de independencia, las tropas peleaba no sólo
por un nuevo orden político sino por venganza y resentimiento social (situación
que pareciera resucitar aún en la Venezuela de hoy). Había que matar blancos,
sean quienes fueran. Estas diferencias
pudieron haber sido moderadas con
diversas atenciones por parte del gobierno, al poner en prácticas las recomendaciones
dadas desde 1794. Las razones de Simón Rodríguez no se tomaron a la final en
cuenta y vino lo que tenía que venir.
Una guerra no sólo contra la corona española o de clases sino también
de razas, de castas, de color. Los privilegios tan marcados llevan a eliminarlas y
arrasarlas por la violencia, como un río sin cauce, por aquellos que han sufrido sus injusticias
y vivido en la ignorancia.
5to Reparo
El 5º Reparo es
titulado Cualquier cosa es suficiente y a
propósito para ella. Esta frase da
cuenta de cómo sería el abandono de la
instrucción pública en tiempo de la
colonia. Cualquier cosa que se haga por ella sería algo y mostraría una mejora inmediata. Aliviaría esa situación
de injusticias, de desperdicio de tiempo y recursos. Era atender a una
educación que no aportaba mayor beneficio para quienes la sufrían.
Es un parágrafo
donde se nos describe, se nos pinta[10] -diría Simón Rodríguez-, quienes eran los maestros y los espacios abordados para la enseñanza. Nos habla de peluqueros y
peluquerías, de barberos y barberías, lugares y hombres habituales por los que circulaba la educación de entonces. La queja
expuesta pasa por encima del
comportamiento pedagógico de
estos artesanos del cabello. Repara
en la culpa de las autoridades que lo permiten. En quienes son sus
discípulos y sus logros obtenidos.
Los maestros son artesanos retirados. Gente sin oficio
alguno. Un particular sin mayor trabajo
a causa de su vejez y encuentran que el oficio les va al pelo. La vejez y las canas le dan el
tono y la dignidad propia para ser tomados como
personas sensatas para ese ejercicio. Una autoridad obtenida por las “canas y
tal cual inteligencia del catecismo”.
La ignorancia colectiva confunde enseñanza con adoctrinamiento religioso.
Cualquiera que supiera el padre nuestro, el credo, el salve y algún
pasaje de la biblia o de algún trozo piadoso de la moral cristiana, tenía los
requerimientos. Podía ser tomado sin más como maestro: puro
oscurantismo institucionalizado y aceptado.
Critica
igualmente lo inadecuado que eran los materiales utilizados en las aulas. Libros, cuadernos, y otros haberes no estaban acordes. Tampoco
eran los mismos para todos. Bastaba que
se tuviera cualquier texto de fácil
comprensión para su lectura. Con él se marchaba a la escuela. Se carece de un texto único y de los mínimos
implementos para todos. Así se crean diferencias, distinciones, rezagados. Más
tarde verán las fallas que arrastrarán
al abordar conocimientos de mayor dificultad. Llegan a no tener los instrumentos mentales adecuados para
ello. No se mira en los materiales una
disposición uniforme que también lleva a
obtener una mayor calidad de la
enseñanza, facilitando su
aprovechamiento óptimo.
¿Cuáles libros se usaban? Simón Rodríguez nos habla de
libros de meditación o discursos espirituales. Podemos imaginarnos qué
beneficio reportan para el conocimiento y la ciencia. Libros que, como dijimos
antes, son más de adoctrinamiento que otra cosa, que hoy se vuelve a resucitar
con los nuevos textos ideológicos revolucionarios del Estado. En el reparo lo que pide es sistematización y uniformidad de materiales y
criterios. Pues “es necesario saber leer en todos los sentidos y dar a cada uno su propio valor”. Dar a cada
uno el sentido y significado, comprensión y adecuación al tema trabajado. Lo contrario encierra el
entendimiento para otros campos y saberes. Se piensa que con ser piadoso basta para
saberse educado. La
experiencia lleva a otras variantes. Lleva a abrir la comprensión de los alumnos a una
diversidad de conocimientos necesarios
más allá del recitado memorístico y
repetitivo de supersticiosas
lecturas doctrinales religiosas.
6to Reparo
El 6º Reparo se
dirige a los métodos bárbaros, inadecuados. Prácticas pedagógicas encontradas en las diversas
escuelas caraqueñas. No deja de señalar la poca retribución tanto económica
como de reconocimiento social respecto
al maestro. Lo titula así: Se burlan de
su formalidad y de sus reglas, y su
preceptor es poco atendido.
Nos describe los métodos bárbaros y distintos
observados. Los procederes irregulares, tanto por parte de los
maestros-artesanos o maestros-peluqueros-barberos, etc., como también de la
conducta blanda y caprichosa de los alumnos. Sus palabras, sobre todo, se dirigirán a la irresponsabilidad de los
padres respecto a la adecuada atención que se tiene que poseer para la educación de los niños. Escuelas que
cada una imparte un método distinto para
tan delicado asunto. Un método que
se desconoce sus resultados, y
los obtenidos por sus alumnos deja mucho que desear. Donde la costumbre
y la tradición pesa más que los buenos procederes y fines. Todo hace que Simón
Rodríguez pregunte si aún puede haber alguien, después de haber leído su
informe, que se atreva a defender lo indefendible. Alguien que opine que no se deba modificar las escuelas silvestres y no hacer
los reparos convenientes.
Además de hacer propicia la irregularidad de la enseñanza por los métodos y los azarosos e incumplidos horarios, todo ello
impulsa a crear también una pérdida de
la dignidad, respeto, estima e
importancia del oficio del maestro: “…el maestro que debe ser considerado de
los discípulos, es el que los considera porque el tiempo y la costumbre así lo
exigen…”. Advierte que quien debe
tener una mayor obligación y cuido de la
educación son los mismos padres: “Los principales obligados a la educación e instrucción de los hijos son los padres. No
pueden echar su carga a hombros ajenos sino suplicando y deben ver al que los recibe y les ayuda con mucha
atención y llenos de agradecimiento”. Simón Rodríguez revierte la relación,
pone de cabeza ese mundo que está al revés.
Aspira a cambiar lo dado por la costumbre. Busca darle relevancia y dignidad al papel social del maestro, de su importancia para los padres
que acuden a él. Basta de los atropellos constantes que tenían que someterse
por satisfacer las demandas y caprichos
de los representantes. Una educación tiene sus propias reglas y preceptos. Los
matices familiares, los privilegios y los consentimientos externos a la misma
educación están de más en el asunto.
La finalidad de la escuela está en suplir la falta de tiempo, conocimientos y
actitudes adecuadas que no se encuentran en el seno materno. En no
sólo adquirir modos de comportamiento externo sino comprensión y
desarrollo interno, estructura mental, reconocimiento simbólico, adquisición de
significados lingüísticos, capacidad de abstracción para
el desarrollo y la adquisición del saber y el hacer. Suplir
carencias familiares bien sea por
ignorancia de muchas cosas o por carecer de tiempo para la ocupación de los menores por sus mayores. Se concluye
que los representantes deberán, siempre
y cuando sea para bien del alumno, “conformarse
en todo con sus preceptos, con su
método, con su constitución”.
Por todo lo anterior
afirma que Es indispensable la reforma. Una reforma que no resultaba
extemporánea, ni una rareza en relación con la escuela de la propia capital del imperio español, sea
la Escuela de
las Primeras Letras de Madrid. Allí también se había realizado ya en 1793 su estudio para perfeccionarla. Mejorar sus
métodos, sus textos, los tipos de
conocimientos impartidos y la calidad no sólo de la enseñanza sino también del
personal que la ejecutaba. El solicitar
en una colonia esas modificaciones no
era extraño a oídos de los regidores de la enseñanza
del reino. Si las escuelas de la
capital del reino eran la cabeza y modelo de todo el sistema educativo del
imperio, bien se podía pedir igualmente que los súbditos del otro lado del mar
buscaran mejorarla y perfeccionarla acorde a sus realidades y
requerimientos. Pero sus trabas estaban
no en las cortes de ultramar. Estaban
los entes públicos del gobierno y
su grupo de privilegiados en América del
Sur, que cerraban cualquier mejora en
beneficio general de la sociedad. Cuanto más tiempo siga todo de
la misma forma más tranquila crecerá su
grasa mental privilegiada.
Simón Rodríguez había dado con un ideal de escuela
demasiado adelantado e ilustrado para entonces. Sabemos que sus reformas
requerían añadir nuevos fondos
económicos, para su aprobación, previa discusión en el cabildo caraqueño y a la Audiencia Real.
Sabemos que no hubo ningún cambio al respecto en Caracas. Esta primera
frustración hará que Simón Rodríguez se comprometa en el movimiento de
emancipación de Picornel. El movimiento es frenado y puestos presos los
cabecillas. A Simón Rodríguez también lo
llevan preso. No le encuentran pruebas para enjuiciarlo y lo dejan libre.
Su participación en ese intento de emancipación se conoce porque escapa, como
hemos dicho antes, escondido hacia
Kingston, Jamaica, en un viaje que lo separaría para el resto de su vida de
aquella aldeana ciudad caraqueña. Nunca más regreso a ella. Su patria, como dijera Bolívar, a su
regreso será América.
IV
La educación republicana y la revolución de la
emancipación como fracaso
Su concepción de la educación no queda en ese informe aldeano y de una Caracas
colonial. La educación va a ser su tema de vida e irá cambiando, evolucionando,
transformándose con el ejercicio del oficio y
con los años. Surgen nuevas interrogantes y nuevas experiencias. Sus
lecturas y prácticas le harán concluir
que la educación no puede ser un adoctrinamiento. Educar es crear voluntades,
aprender a vivir, en ser útil
y mantener como un principio
determinante para toda enseñanza la sociabilidad. La sociabilidad no era aprender las reglas de la gramática y de
llevar las cuentas de la aritmética. Es saber vivir dentro de una sociedad
libre, laica e igualitaria en
oportunidades. Los hombres viven juntos pero carecen de ideas fundamentales de
asociación y cohesión social. Pensar cada uno en todos para que también todos piensen en él. Por otra parte
pedía conocer directamente la naturaleza
y las cosas reales que nos rodean. Tratar de desarrollar un saber científico de
las cosas.
La educación tradicional de su tiempo formaba vasallos.
Prácticamente esclavos para el trabajo. Doblar el lomo y reclinar la mirada y decir su
merced. Una enseñanza que transmitía
prejuicios y mentiras amparadas en la supuesta “autoridad” del dogma
tradicional. Como resultado se tenía una
sociedad quebrada humanamente, en donde se vivía contra todos y con nadie. El que nada sabe cualquiera lo engaña, al
que nada tiene cualquiera lo compra. Dar el giro a una educación para el desarrollo de la razón y de la
sensibilidad, para el libre examen y la
curiosidad científica, del sentido de la libertad y el orden legal justo, para
el trabajo y lo útil, para la autonomía
y la industria. Adquirir la capacidad de
saberse productivos y de ser aptos para
el uso y la adquisición de la propiedad. Educar es crear voluntades.
Su proyecto educativo no está exento de un contenido
político en sus fines. Toda educación es
portadora de un modelo de vida ciudadana.
En una nueva escuela estaba la
gran posibilidad de rectificar al hombre
de su errada conducción debido a la ignorancia. Sin cambiar al
hombre y formarlo desde su más tierna
edad sabía que no se podía cambiar nada. Más que una revolución política era
una revolución educacional que a la vez implicaba una económica. Decía de tomar
al niño todavía sin nada en la cabeza. Por ahí es donde se debe iniciar una transformación. Lo contrario, como se hace hoy día aún, era seguir engendrando el prejuicio, la
superstición, los errores, las vallas sociales. Para él esto significaba mantener la peste cultural en que se nadaba si no se atendía a la
enseñanza. Estas máculas culturales casi
congénitas se traspasaban, mimetizan y trasmitían de una gente a otra gente, de
una generación a otra. Alertó del
daño que hace un “abuelo imbécil”
hablando a sus nietos. A sus ojos esa relación es la más dañina. El bien que le podía aportar al niño la
escuela más avanzada, retrocedía en el
niño. Volvería a aparecer la mentalidad prejuiciada del abuelo, sus razones y sus malos hábitos de
pensamiento, sus rancias ideas y sus
paralizantes normas. Podríamos pensar cuál sería su juicio actual cuando al niño le es sustituido aquel “imbécil
abuelo” por la sobreabundancia de los medios electrónicos y una deformación
ideológica sistemáticamente ejercida por un estado irresponsable y corrupto y,
por ende, ignorante. Imaginamos que su
pensamiento hubiese declarado la guerra ante los usos ideológicos
y censurados de los medios y su sentido
del raiting revolucionario y de
la imbécil pero divertida programación de la verbosidad ignorante pero con poder
político. Sin comentario los juegos electrónicos de los estados totalitarios
con visos de democracia populares con formación a formar mentalmente
enceguecidos fanáticos sin mayores escrúpulos que los dictados por el tirano de
turno.
Las revoluciones
no llegarían a cambiar nada sin
el alimento de la educación en los hombres para formar una nueva sociedad. Para él las repúblicas no se fundaban en los campos de batalla, ni
como hoy a través de los medios de comunicación censurados, sino en las escuelas. Una escuela laica y
científica que vaya iluminando y enmendando los errores del pasado y del
presente.
Se preguntó si el
hombre podía vivir en libertad. Para él esa libertad estuvo en su
experiencia a su paso por Norteamérica
y la república jeffersoniana. No la verá en la pseudo
república de Francia. Llega a Bayona en
1801. Y conoce cómo se había instaurado el régimen del Terror de Robespierre y
caer al poco tiempo también su cabeza por la misma guillotina
revolucionaria. También vio el regreso
del viejo sistema aristocrático que vendría a
propiciar Napoleón al autoproclamarse emperador. ¡Tampoco la revolución
francesa se encargó de crear republicanos!
¿Se podía pensar que un régimen de libertad e igualdad
podía lograrse en Sudamérica? Estaba por verse.
Sólo la educación y su instrumento mayor: una escuela republicana, eran
los instrumentos adecuados para poder realizarlo. Si la gente no sabe cambiar con los tiempos
es porque no se les había enseñado cómo hacerlo. Cambiar de gobierno no es
cambiar de condición si no va acompañado de un cambio en las costumbres y
en las relaciones cognitivas del mundo
tradicional. Esa es la modernidad de
Simón Rodríguez. El error de las
revoluciones modernas se centraba en
pensar que con un cambio de gabinete, de caudillo, de leyes o de constituciones se
podía cambiar el orden de las cosas,
mejorar el conjunto de la sociedad. Nada más falso a sus ojos. Es la escuela la
que puede dar ese paso. Todo lo demás es
tiempo perdido. Si se quiere mejorar la condición humana se tiene que empezar
por diseñar las nuevas generaciones.
Diseñarlas en función de
derribar aquel turbio río fangoso de
malas y supersticiosas tradiciones, de costumbres podridas, de razones
informes, de ideologías políticas manipuladoras y pseudo-revolucionarias, de
hábitos mal habidos. Si se quiere hacer
una real revolución para engendrar justicia social, libertad ciudadana, riqueza
y propiedad individual y colectiva antes que nada había que mirar al orden
educativo que se tenía (y se tiene). A los resultados que
se obtenían en sus mismos ciudadanos. A
la acción del hombre educado por ellas y el mundo que se constituía. Es ahí
donde estaba la oportunidad de mejorar
la condición humana.
Simón Rodríguez era un adelantado a su momento. Hoy se
mira con preocupación por los países llamados desarrollados la dirección e
importancia de la educación de sus
ciudadanos para el movimiento y
bienestar de la sociedad humana
en un mundo de comunicaciones globales
instantáneas, de una economía mundializada y de una fragilidad ecológica y cultural
universal. Pero el registro de la historia nos dice que los
hombres de acción no tienen mucho miramiento por la educación.
Este ¿venezolano o americano? observó muy bien el motivo principal del
fracaso de la revolución francesa en su momento. Se creyó que una
revolución consiste en tomar el
poder. Eso es sólo un comienzo. Había
que transformar la sociedad desde otra mira. Sin ello se regresa a lo mismo. Poco a poco se volvió al viejo orden. El
error estuvo en que no era la guillotina y el Comité de Salud Pública manejados por Robespierre y seguidores. El
epicentro del fracaso, -como lo ha demostrado
la burocrática y militarizada ex-Unión Soviética o esto que dicen ser
una república bolivariana revolucionaria a la cubana-, está al no instaurar una
escuela para la sociabilidad democrática, la construcción de una
moral ciudadana, sino para la competencia bélica y el sometimiento y esclavitud de los
individuos al partido, a una sociedad estamentaria, clasista por sus
jerarquías infernales de la burocracia
policial y de “aparato”. En fin, las revoluciones parten y vuelven al mismo
punto de origen si no cambian su órbita de ejercicio cerrado de poder por una
elíptica abierta hacia la mejora y
perfeccionamiento del ciudadano por la vía de la educación, del mutuo respeto,
de aprender a vivir en una sociedad republicana y democrática,
incentivando la autonomía y el hacer apto para la propiedad individual y
social. Sin cambiar la condición de una escuela estancada en los prejuicios
ancestrales y sin enseñar a la gente a
vivir, la llamada sociabilidad, es
tiempo perdido e inversión quebrada. No
más revoluciones sangrientas, nos dice.
Lo que se requiere es una nueva organización. Un gobierno que busque su mejor proceder a través del saber científico,
ilustrado y democrático. La sociedad que
conoció este caraqueño no era sino un mundo al revés: ignorancia,
superstición, fetichismos de razas, religiones
arcaicas sin relación con el
hacer y el haber de los nuevos tiempos.
¿Pero en Hispanoamérica estamos ante un nuevo tiempo?
Por otra parte va a
comprender la dirección que iba tomando
la dinámica interna de las sociedades de
entonces. Ya no era el campo el
productor más importante de riquezas; la
posesión de tierras no es garantía de
riqueza. El tiempo de los fisiócratas había pasado. Es Adams Smith y su sentido
de la riqueza de las naciones. La riqueza está en la acción y capacidad
productiva de los hombres instruidos. El sentido industrial de la sociedad
es lo que tomaba cuerpo al pasar de los
años. Es lo que veía Simón Rodríguez.
Ahí está su preocupación de
colocar al lado del aula para
enseñar las primeras letras el taller para aprender a usar también las manos, volverlas útiles.
Comprender que el ejercicio de la voluntad en los trabajos artesanales no
menoscaba para nada la
personalidad del niño. Todo lo contrario. Abre su interés por comprender cómo
están hechas las cosas para luego repetir el proceso de crearlas con su propio esfuerzo y el saber adquirido. No era
una mala idea. Aun hoy puede ser puesta en práctica. El taller de artes
mecánicas al lado del aula de primeras letras. El campo de cultivo al lado
del laboratorio de ciencias.
Para finalizar podemos agregar que pareciera que el
fracaso fue su sino y destino. Desde su regreso en 1823 al continente americano asumió el camino de la pobreza, el
exilio y la barca del viajero perpetuo. Mal retribuido, olvidado y menos
reconocido por la oficialidad patriótica, pasa los últimos años
de su vida en Bolivia, Chile, Ecuador y Perú. Sus escuelas se suceden de
lugar (Bogotá, Latacunga, Quito, Arequipa, Ibarra, Huancané, Chuquisaca, Samán,
Taraco, Pucará, Azangaro) y con su movilidad
arrastra su fracaso. Sin ánimo de iniciar nuevos proyectos se
retira a morir de miseria y soledad. Sus palabras para ese momento son tan dignas como las de
su discípulo en su agonía en Santa Marta: “Por querer enseñar más de los que
todos aprenden pocos me han entendido, muchos me han despreciado y algunos se
han tomado el trabajo de perseguirme. Por querer hacer mucho no he hecho nada y
por querer volverme a otros he llegado al término de no volverme a mí mismo”[11].
Su generosidad y sus ideas toparon con el pellejo seco de la ingratitud. Su
riqueza humana afectaba a lo sinuoso y reptal de la nueva sociedad patriótica que parecía levantarse sin
porvenir al mismo momento que obtenía su corta liberación e independencia política.
Son nuevas cadenas. Un nuevo poder oprobioso
va a promover injusticias iguales o peores que las cadenas imperiales de
ultramar.
Vivirá
en la
irreductible individualidad libre, irradiando ese gran tesoro de
sabiduría y experiencia hasta en la más elevada pobreza sobre las montañas de
la sierra andina. Esplendor personal que
engendraba una nueva causalidad. Por eso recibirá todos los odios irresueltos,
las maldiciones, los rechazos ciegos y
sordos de aquellos a los que se acerca o
se le acercan. En algún lugar perdido de San Nicolás de Amotape deben vagar sus solitarias cenizas desde
1854.
Bibliografía.
Obras de Simón Rodríquez:
Sus escritos permanecerán casi olvidados por mucho tiempo.
No volvieron a ser editados hasta el año
de 1954 gracias al filólogo venezolano-español Pedro Grases. Se encarga de recopilar todas sus obras
dispersas existentes y ordenarlas cronológicamente para su edición como obras
completas.
Obras completas, Universidad Simón Rodríguez, Caracas,
1975, 2.vol.
Escritos, compilación y
estudio bibliográfico por Pedro Grases, Ed. Soc. Bolivariana de Vzla, Caracas,
1954, 2 vol.
Inventamos o erramos, Antología de textos. Monte Avila Editores,
Caracas, 1982.
Obras de referencia.
AA/VV. El
Pensamiento de la
Ilustración. Economía y sociedad iberoamericana en el siglo
XVIII. Ed. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1982.
AA/VV. Pensamiento
político de la emancipación venezolana. Compilación de Pedro Grases. Ed.
Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1982.
García Márquez, G. 1985. El General y su laberinto. Ed. La Oveja Negra. Bogotá
Grases, Pedro. Temas
de bibliografía y cultura venezolana. Ed. Nova. Buenos Aires, 1953.
Lezama Lima. La
expresión americana. En Obras
Completas, t.1, Aguilar, Madrid, 1971.
Pino Iturrieta, Elías. La mentalidad venezolana de la emancipación (1810-1812). UCV.
Caracas, 1972.
Uslar Pietri, Arturo. La invención de América mestiza. F.C.E. México, 1996.
----------------------------La isla de Robinson. Seix Barral,
Barcelona, 1983.
[1] Lezama Lima, Obras Completas. Aguilar, Madrid, 1977, t.1, pág.335
[2] Uslar Pietri, A.: La invención de América mestiza, F.C.E., México, 1996, p.447.
[3] Lezama Lima, idem.
[4] Simón Rodríguez fue el amanuense
de Feliciano Palacios, abuelo de Bolívar, quien le solicitó que fuese maestro
del niño Simón para así darle una educación. Para el 23 de julio de 1795,
muertos sus padres, viviendo en ese momento con su tío, se va a vivir por unos meses con su preceptor
Simón Rodríguez, hasta el mes de octubre que regresa con sus familiares. El preceptor vio en este hijo de ricos hacendados, irreverente y vivaz, la posibilidad de poner en práctica las
ocurrencias pedagógicas del Emilio.
Siente que en él se hallan las características adecuadas para la formación propuestas por el filósofo suizo. Por otra parte, se crea una estrecha
relación de camaradería entre preceptor
y alumno. Se establece un simulacro: se hace que le enseña gramática y las
primeras letras pero también los ideales
de aquella filosofía moderna: la bondad e igualdad presentes en el estado de
naturaleza, de la belleza y
la justicia que debía alcanzar toda sociedad para no deformar o crear
monstruos de sus ciudadanos; una vida
conducida por el libre ejercicio del cuerpo y de la razón. Más que aprender los
modos descritos en los libros se tenía que ir directo a la experiencia
para conocerlos. El oficio de vivir era la primera enseñanza
que había que aprender. Esa estancia lo
marcará para el resto de su vida. Es la
cercanía con este hombre extraordinario lo que cambiará el espíritu de su vida.
Este maestro que aparece en una Caracas atrasada pero con prohombres que sobresalen respecto a la cultura y al
ambiente social de las clases pudientes.
Son los vaticinadores del nuevo mundo que estaba pronto a realizar.
Bolívar, en una carta fechada el 19 de enero de 1824 le escribe, con su
lenguaje romántico y grandilocuente, a quien fuera su maestro: “Ud. ha formado
mi corazón para la libertad, la justicia, la grandeza, la belleza”.
García Marques en su novela El general en su laberinto (Ed. La Oveja
Negra, Bogotá), nos recuerda el sentido de vida que le infundió: “Se burlaría de todo eso que
tuviese un olor de superstición o de
artificio sobrenatural y de todo culto contrario al racionalismo de su
maestro”. Simón Bolívar, mantendrá durante toda su vida, un reconocimiento
total y un agradecimiento inmenso por
sus enseñanzas. Una amistad perenne. Lo
llamará con ferviente amor como su “maestro”,
el « Sócrates de Caracas ». Bolívar será siempre gratitud y
reconocimiento, devoción y admiración por
este sabio trotamundos: “A él le debo todo, pues fue mi único maestro
universal”. Su relación de preceptor
con Bolívar sería de cuatro años en Caracas y en Europa encuentros seguidos por unos tres años. Después se separan hasta el regreso de Simón
Rodríguez al continente ya independizado
de la corona española.
[5] AA/VV. El Pensamiento de la Ilustración. Economía y sociedad iberoamericana en
el siglo XVIII. Edición a cargo de José Carlos Chiaramonte, Nº 51.
Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1982, pág.374 a 392. Todas las referencias al
texto salen de este texto.
[6] Se habla de otro informe sobre las condiciones de la educación y de las
escuelas presentado por Miguel José Sanz, otro ilustre venezolano. Ese escrito presenta fecha incierta. Su existencia se debe gracias a que sus ideas
serían recopiladas fragmentádamente en el
libro de viajes del francés Dupons a su paso por estas tierras en 1806. A diferencia de Sanz, quien sólo critica pero no da fórmulas para
un cambio, Simón Rodríguez no se queda ahí. Propone toda una serie de detalles y recomendaciones, cambios de pensum
y maneras de enseñanza y de establecimiento para esa nueva escuela. Y espera
que sean aceptadas por las autoridades de la ciudad. Ver : Informe sobre la Educación pública
durante la colonia de Miguel José
Sanz en op. cit., pág.395 a 397.
[7] Para Simón Rodríguez la ignorancia del pueblo es el origen de
todos sus males. Por ello surgen las revoluciones, los tiranos y sus atentados.
Pues esta es la condición de los que creen que deben sacrificar, por no decir
asesinar, a los que no son de su misma
opinión. Esta aptitud vil de la intolerancia es propia de la ignorancia. La
ignorancia es la que habla de confiscaciones, de destierros, de prisiones, de
matanzas. La sociedad cerrada permite que aparezcan por descuido, no por
conveniencia, los ignorantes, los pobres y los esclavos.
[8] Arturo Uslar Pietri: La invención de América mestiza. Compilador:
G. L. Carrera. F.C.E. México, 1996, pág.446- a 464.
[9] A su regreso expresó que no venía a
pedirle nada al nuevo estado republicano sino a dar, a traerle a la
república los frutos de su experiencia.
[10] “Escribir es pintar ideas”, conocida
frase de este maestro.
[11] Lezama Lima, op. cit., pág. 338.
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