viernes, 1 de agosto de 2014

Los Reparos de Robinson

o la educación republicana de Simón Rodríguez


David De los Reyes


A Eloy

                                “Las palabras pintan las cosas y nosotros  con la escritura pintamos las palabras”

I
Introducción
Simón Carreño Rodríguez  (Samuel Robinson), nace en Caracas en 1771. Como hombre fue  la expresión de una vida compleja, contradictoria y de intensa personalidad. De carácter peculiar y difícil, extravagante y hereje, orgulloso y violento, asumirá distintos quehaceres y personalidades: preceptor, maestro, amanuense, periodista, escritor, viajero, ideólogo,  pensador,  políglota, solitario, autárquico, adelantado a su época, tipógrafo, profesor de idiomas en Francia y en Rusia, defensor ardiente de las  ideas modernas y de las de Rousseau, poseedor de una vasta cultura y sobretodo americano universal. Además de ser  un niño expósito,  “era feo, excesivo, ambulatorio”[1]. Maestro de Bolívar. Amigo de Washington y de  los patriotas estadounidenses como Benjamín  Franklin.
El escritor venezolano Arturo Uslar Pietri nos lo describe así: “Su aspecto físico era poco atractivo y algo tenía que ver con su carácter y con sus ideas. Huesudo, basto y algo desproporcionado de cuerpo. Gruesas manos velludas, pesado andar,  cabeza alargada y grandes orejas. El color moreno, la nariz ganchuda, la boca grande, recta y delgada, y la quijada saliente. Parecía hecho de mal ensamblados pedazos de otros cuerpos. Vestía con intencionado descuido y ostentosa simplicidad, que se fue acentuando con los años”[2]. En fin, una cabeza con peligrosos disparates  para la tranquilidad aristocrática de la corona y de la nueva oligarquía criolla como veremos. Un alfarero de repúblicas y de republicanos.
De familia  urbana, no perteneciente ni a la envanecida clase terrateniente o a las  de  la oficialidad del Cabildo colonial: es un niño  expósito. Va a ser recogido por el cura de la ciudad de quien recibe sus nombres. Simón Carreño Rodríguez será hermanastro  de Cayetano Carreño Rodríguez,  músico diestro y reconocido, que hizo sus estudios  de música en  la  conocida  Escuela de Chacao, institución dirigida por el Padre Sojo  que dio grandes frutos al arte musical venezolano. En una disputa con su hermano,  Simón Rodríguez decide quitarse para siempre  su primer apellido, Carreño y apellidarse sólo con el de  Rodríguez. Esas desavenencias por la paternidad con su  hermano le lleva a decir que “no conocía  a su padre, pero que conocía a un fraile que visitaba la casa de su madre”[3].
Maestro de primeras letras. Apasionado y estudioso de Rousseau, también  del resto de los autores de la modernidad europea. La lectura juvenil del Emilio o de la Educación del filósofo de Ginebra será, por su deslumbramiento, determinante para la dirección que tomará su destino como maestro. Dará inicio a su obsesión de vida,  la educación:   tema central de su búsqueda intelectual; con el  Emilio, del autor suizo francés, desarrollará un concentrado  interés y una constante preocupación por  todo lo referente a la educación y a sus modos de obtenerla. Sus lecturas le abrieron un mundo conceptual que le era adverso al tradicionalismo imperante en la pequeña ciudad colonial de Caracas. Por su carácter irá desarrollando el desarraigo y una furibunda disidencia. Una pugnacidad con  el enconado tradicionalismo parroquial. Un análisis en todo lo que encuentra a su paso en la sociedad criolla que para él estará  viciada y llena de superstición ya en el siglo XIX...
Respecto a la educación que se impartida en las escuelas primarias en la ciudad de Caracas, tampoco estuvo  bien vista por este contestatario-crítico de su tiempo. Era una educación sin registros  certeros y prácticos para abrirse paso en  las labores útiles para  el acomodo de la vida; se da cuenta de la necesidad de realizar  una reforma profunda en los establecimientos de educación existentes.  Nadie  aprende lo que debería saber. Así, por ejemplo, los pardos, serán la clase que tiene a sus espaldas el trabajo fuerte, mecánico y no están lo debidamente instruidos para   acometerlo de manera más eficiente. Los  terratenientes o  pertenecientes a la burocracia colonial están  envanecidos y nadando en un mar de prejuicios anacrónicos pero convenientes para  su   posición  acomodada.
Las escuelas eran las barberías. En ellas,  al mismo tiempo que atendían a un cliente  rasurándole la barba o dándole forma al cabello,  un grupo de niños recitaba en coro una lectura cualquiera que el buen oficiante de maestro-barbero  seleccionaba. De diez a veinte niños  era el número  de ellos en el local. Así,  entre la distracción de la conversa con el cliente o la atención al corte de barba o de cabello, de tanto en tanto  es que se prestaba  una mirada  al fatigado coro recitante. Una educación discontinua, sin objetivos claros,  sin centrada disposición a las dificultades  y a los temas que se leían. Una educación que ante los ojos de ese educador más que formar deformaba.   De estos estudiantes los que eran más despiertos, con talento individual y una capacidad de aprendizaje   aceptable, podían pasar al estadio superior de la enseñanza. Se basaba en aprender latín y filosofía, (filosofía escolástica, desde luego,  una disciplina más emparentada con la teología y el catecismo que con el razonar de  la cartesiana filosofía moderna racionalista). Ese será el paisaje  de la educación que  llevará a largas meditaciones a este paseante solitario rousseauniano de la Caracas colonial.
Su influencia en el movimiento de independencia criollo será hecha de forma indirecta. Nunca interviene en la gesta de las guerras de independencia. Al ser el maestro del niño Simón Bolívar[4],  captando la viveza y la inteligencia de su discípulo, encontrará el ser ideal para aplicar los ideales educativos del Emilio  de Rousseau y  formará en él un carácter para todo lo grande, la gloria, la autonomía y la libertad propia de un héroe romántico. Lezama Lima  en su libro La expresión Americana nos advierte: “La influencia de Simón Rodríguez,  no debe haber sido ejercida a través del  ethos, de un circunspecto causalismo de la conducta, sino a través de lo que había en Bolívar y en él de más endemoniado y primigenio”.  Es la gran influencia que llegó a tiempo para formar un gran sueño  de emancipación  en aquel turbulento e impaciente muchacho caraqueño del que la historia tendría de qué hablar.
Se va  para siempre de Venezuela en 1797.  Teme ser descubierto y encarcelado como participante del  movimiento de emancipación de  Picornel. Cambia de nombre. De ahora en  adelante se llamará Samuel Robinson durante todos los años de exilio. Samuel, como el rey fundador de Israel; Robinson, por su identificación con el personaje  de la novela de Daniel Defoe, Robinson Crusoe.
Viaja como exilado  primero a Jamaica. Allí aprende el inglés. Luego su constante desarraigo lo lleva a transitar por los Estados Unidos, Francia, Italia,  Alemania, Prusia,  Inglaterra.  Estando por un periodo de  26 años fuera de  tierras  americanas. Regresa a Sudamérica  para iniciar el sueño de transformación del hombre americano por medio de la educación.  Ultimo itinerario de su vida a través de los territorios de la Gran Colombia, ahora países: Colombia, Ecuador, Perú,  Bolivia, Chile. Nunca más regresa a Venezuela. Morirá en el pueblo de San Nicolás de Amotape, en el trayecto del último viaje que realizaría entre el Ecuador  y el Perú. Transcurría  el año de 1854.

II
Sobre su idea de  Educación

Su método de enseñanza estará influenciado, como ya dijimos, por el Emilio  de Rousseau. De ahí partirá hasta alcanzar sus propias ideas. Una educación que buscará crear republicanos. Su fin era formar  un nuevo hombre. Aquel que pudiera dar vida independiente a las nuevas repúblicas sudamericanas.  Su método de reforma social estaba centrado en ese cambio de modos pedagógicos. Las repúblicas liberadas, piensa, sólo estaban establecidas pero no fundadas. Un pueblo consciente de sus derechos y deberes faltaba para concretar ese nuevo plan de vida ciudadana.
Su vida como maestro se inicia  en 1791 a los veinte años de edad. Nombramiento otorgado  por el Cabildo de Caracas. Como maestro de escuela de primeras letras tendrá un sueldo anual de cien pesos. Momento oportuno para poner en prácticas sus apreciaciones pedagógicas personales. Una visión de la enseñanza que mezclaría la práctica de un oficio con la enseñanza de las letras y las materias teóricas y formales.
Inconforme ante el régimen interno y  los sistemas de aprendizaje que se  aplican en la escuela que le es confiada en 1794 redacta un informe  que aspira a  emprender una transformación y reforma radical de la enseñanza en esos establecimientos coloniales de la Capitanía  General de  Venezuela.  Será titulado  Reflexiones sobre los defectos que vician la escuela de primeras letras de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo establecimiento, entregado al gobierno el 19 de mayo de 1794[5].
Este diagnóstico será  quizá el primero de los intentos de modificación en las  instituciones de enseñanza primaria en todo el espacio colonial americano dirigido por la colonia española. Es una manifestación criolla, que solicita un modelo apropiado para esa provincia de  América[6]. Para emitir sus opiniones y reflexiones  aprovecha  teñirlas de un cinismo pedagógico. Del recurso mayéutico socrático.  Nunca del espíritu evangélico de la superstición y la creencia sin fundamento. Está claro de un principio: la única autoridad reconocida ante el conocimiento debe ser la demostración científica junto a la práctica que puede aportar el uso de la razón. Su comprensión de la   pedagogía está guiada por las concepciones ilustradas  sobre educación.  Mezcla el método naturalista propiciado por el ginebrino Rousseau con el sentido del buen trabajo del saint-simonismo industrial.
En forma general ese documento nos describe el descuido y abandono  que  mantiene la enseñanza para   ese momento. Una condición de desidia y desinterés que pareciera perpetuarse hasta el presente. Su descripción de esa realidad, con sus variantes actuales,  lamentablemente se mantiene aún  muchas veces, (no digamos de la infraestructura y de las condiciones  tanto de nivel como de  atención  y reconocimiento social y económico por parte de los   entes institucionales encargados de dirigir  tales enseñanzas). En sus Reparos notamos la voz de alerta  ante el desconocimiento  e indiferencia por la utilidad, su función y necesidad de las escuelas coloniales para el bien de la sociedad. Nos habla también de la creencia firmemente arraigada de que cualquier persona  puede desempeñarla.
El proyecto  de Simón Rodríguez contempla la creación de varias escuelas bajo una sola dirección  general para la ciudad de Caracas. El director será el maestro principal que tiene funciones de inspector. Con  apreciaciones arriesgadas  y propias de su carácter, declara  la necesidad de educar por igual  y en el mismo establecimiento a todos los niños mediante la enseñanza pública. Una escuela que deberá acoger  al mismo tiempo y sin diferencia de razas y castas tanto a los pardos como a los hijos de los blancos.  Justifica esto  por la igualdad de compartir la misma sociedad y  religión. Esos establecimientos deberán acoger a todos. Pero admite que han de permanecer separadas las castas dentro del salón. Se buscará enseñarles las letras y las aritméticas.  Al mismo tiempo  se iniciarán en el conocimiento de  las artes mecánicas. Se integra una educación formal con  un aprendizaje práctico de las artesanías propias  de la época: carpintería,  cerámica, fundición de metales, etc. a los  varones; a las  niñas las labores propias de entonces.
Su ideal de educación tiene en su concepción tanto de platónico como de rousseauniano. La ignorancia[7] es la causante de todos los males del hombre. El bien superior está en formar un hombre para la vida. No sólo la enseñanza de materias sino  una educación  que prepare a los niños  para ser útiles a la sociedad. Para ello hay que enseñarlos a trabajar; formar una voluntad de servicio civil. Por una parte será una educación dirigida a ensanchar el sentido de los conocimientos útiles. Su dirección estará gobernada por el interés que vaya presentando el alumno. Todo esto combinado con el juego, diversiones y paseos  para ejercitarse en el conocimiento  directo de los elementos de la naturaleza. Una escuela que debe ser al mismo tiempo un taller de artesanías y oficios.
Su innovación va  ser tomada  en cuenta por el Cabildo pero con reserva. Será retrasada su consideración. Su informe  da desconfianza a las autoridades por venir de este personaje un poco extravagante  para los modos parroquiales. Está lleno de ideas nuevas. Y no  se sabe muy bien qué puede resultar de todo ello. Sometido a maniobras dilatorias –y su posterior abandono -, el documento  se pasó a  la Audiencia Real para su consulta. Pensando que  ello causó molestias y no fue tomado con la importancia debida, Simón Rodríguez renuncia a su cargo de maestro el 19 de octubre de 1795. Por lo visto, el  encaminar el ánimo de los niños  para poder llegar a recibir “las mejores impresiones y hacerlos capaces de todas las empresas”,  no era lo políticamente correcto en una sociedad  que se  guiaba por  las prebendas, los beneficios de casta, la corrupción y el oscurantismo  bien  mantenido para no  cambiar nada. Que todo permaneciera dentro de lo mismo[8].

Sus Reflexiones sobre  los defectos que vician la escuela de primeras letras de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo establecimiento consta de dos partes. Una primera  en la que nos presenta el Estado actual de la escuela demostrado en seis reparos y una segunda parte que  titula Nuevo establecimiento,  en el que están las recomendaciones a tomar en cuenta para la mejora de la enseñanza y disposición   de las escuelas.  Por nuestra parte comentaremos la  primera parte por ser un diagnóstico crítico que presenta la visión pedagógica e ilustrada de Simón Rodríguez. Además pensamos que  se encuentra ya en este informe el germen de todo su pensamiento sobre la educación que irá luego desarrollando, perfeccionando y aplicando en el itinerario de su vida de educador tanto en Europa como al regresar a Sudamérica en 1823, después de 26 años de ausencia[9].  Su idea de  escuela, como hemos ya dicho, persigue un fin original: más que  formar en las enseñanzas tradicionales al alumno  deberá tener el fin primordial de enseñar a vivir.  La sociabilidad  de los hombres es el principio que debe coronar esa enseñanza.

III
Para una interpretación de sus  Reflexiones sobre los defectos que vician la Escuela de Primeras Letras de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo establecimiento

Este artículo nos da un certero diagnóstico  sobre los establecimientos que sirven  como Escuela de Primeras Letras en la tranquila y parroquiana  Caracas colonial. El documento fue entregado al Cabildo  el 19 de mayo de 1794.  Como señalamos, en él  se encuentra  el germen de su pensamiento reformista y pedagógico posterior. Toda su vida no será sino tratar de llevar a cabo estas ideas, y profundizadas  por su experiencia y reflexión en Europa como pedagogo de idiomas  e intelectual ilustrado.  Su concepción sobre la educación, la necesidad de una educación igualitaria y ciudadana, con aspiración abierta a la democracia, donde se combine el trabajo práctico, artesanal, con otro tipo de enseñanza, como la  formal, -enseñanza de la gramática, la aritmética, etc.- y se corrija la superstición (religiosa : del catolicismo fetichista, y hoy se pudiera  incluir en ese mismo nivel la ideológica del bolivarianismo rampante y delirante con su huestes de santeros y militaristas) en el ambiente, fue una constante  en los sucesivos establecimientos que abriría  a partir de su llegada a la América luego de largos años de ausencia. Esta importancia que le damos  a este escrito  es debido  al  mismo desarrollo de su pensamiento respecto a su constante preocupación por crear verdaderos republicanos. Y esto sólo podía hacerse creando hombres que respondieran a esa  condición política de vida. Hombres interesados en la res, “cosa” pública, de todos. Interés que, según él,   podía lograrse mediante la educación que recibieran en la niñez.  Postura  propia de la ilustración. El  hombre  podía  mejorar  su condición gracias a una educación gradual y bien guiada desde la infancia.

1er Reparo
El 1º Reparo  lleva por título: “No tiene la estimación necesaria” ¿Qué es lo que no tiene  estimación necesaria? Está claro que es la escuela como tal. Se nos habla de lo ruines  que son. Del estado  de abandono en que se encuentra. De las limitaciones y la poca evolución  que han tenido en relación con otras instituciones coloniales de distinta función;  instituciones que realmente han mejorado y cambiado su condición, pero al comparar las escuelas con ellas no muestra los establecimientos de enseñanza  sino su condición estática de abandono en su mantenimiento,  y un desinterés por  los funcionarios y agentes públicos y privados de la colonia. La escuela es una institución de primera importancia por tener ella la función de transmitirnos las primeras luces, los primeros conocimientos y la primera visión formal del mundo. La buena educación es el instrumento  poderoso para mejorar  y conducir  la captación  de las mejores impresiones de las cosas: de aprehender y aprender a conocer el mundo.  Representárnoslo en el mejor  sentido que podamos para nuestro beneficio tanto personal como cívico. La necesidad de arrancar el oscurantismo y la ignorancia es el motivo principal de estos establecimientos  que, por lo que nos deja ver Simón Rodríguez, no se hacía  mucho respecto a ello.  Si bien  se conoce la necesidad de mejorar las condiciones de los hombres mediante la educación, de desarrollar nuestro juicio y capacidades, se dejó –y se deja aún hoy más que nunca- al abandono  y hasta se mira con desprecio y  sin la importancia debida. 
A fines del siglo XVIII  estaba la escuela a cargo de un personal para nada especializado. Personal  que era ocupado, en  mayor parte, por personas mayores que se habían quedado sin un oficio. Sin estar preparados para ello lo asumían por la dignidad  otorgada por las canas, condición para  mostrar ya una sabiduría adquirida por experiencia y no por aprendizaje del oficio.  Para Simón Rodríguez ésto es un motivo  de preocupación continua. No sólo el abandono de las instalaciones, los métodos bárbaros, la irregularidad  con que se rodeó toda la enseñanza, sino   el desinterés por la formación, capacidad, buen salario y actitud del maestro a cargo de la enseñanza.
Desde el primer  reparo  nos dice en su título  sobre la dejadez de la escuela colonial: No tiene la estimación que merece.  Las limitaciones con que funciona y con la escasez de recursos que cuenta nos dejan ver cuál puede  llegar a ser  sus alcances.  Se sabe que todos la requieren para salir del estado de la ignorancia  y abrirse a los conocimientos. Sus  fines son desde todo punto de vista laudables: crear el ánimo, las atenciones  perceptuales y cognitivas para absorber las mejores impresiones,  y desarrollar una voluntad para llevar a cabo  cualquier empresa elegida. Esta condición de la enseñanza, de  adiestrar  y acentuar unas capacidades corporales para ciertos fines es requerido en cualquiera de las áreas en que se desempeñe socialmente el hombre: en la ciencia, en las artes, en el comercio u otra ocupación indispensable para la vida social. Es despertar la curiosidad y la viva sensación en los niños.  De poder hacer todo para su mejor incorporación posterior  dentro de la sociedad. Sabiendo la importancia que tiene, sin embargo, como se ha visto, es dejada a un personal que  no es el más adecuado. Para la época el ejercicio de maestro estaba muchas veces dado por el barbero, el bodeguero o el carnicero del pueblo. Colocaban, como ya se refirió antes, aledaño a su establecimiento, un aula donde  se ejercía  dicha actividad. Eran ministerios  en los  que no se tenía  un personal preparado para ello. Oficios que se tomaban para la vejez y a la baja suerte. Lo aceptaban  como último recurso  por no saber hacer más nada.  Ninguno de estos tipos de educadores, barberos,  carniceros,  etc., pretendía ni fomentar ni elevar  moral ni en conocimientos realmente la educación de los niños.

2do Reparo
En el 2º Reparo titulado Pocos conocen su utilidad   describe y justifica los beneficios de la escuela para la sociedad. Es el apartado más largo de los seis. Y se dedica a justificar lo que no debe ser justificado. Toda enseñanza, toda transmisión del saber humano  bien fundamentado siempre aportará  utilidad y  bienestar a quien la adquiera, aparte de  mejorar su relación y aptitud  con la sociedad a la que pertenece. En su seno recibe con creces  la devolución de  ese conocimiento aprendido.  Es una visión optimista y positiva de la educación. La esperanza nutre al entusiasmo.
Dos motivos  nos suscribe   por los  que toda enseñanza  puede ser despreciada: bien por temeridad o bien por ignorancia. Del primero considera imposible que alguien tenga tal carácter respecto a la educación. Es impensable  temer que la educación pueda infringir un daño  en relación con  la función  correspondiente a una Escuela de Primeras Letras; siempre será un bien para el individuo: desarrollará  curiosidad y amor por el conocimiento. Vista como un constante y sano interés  por las cosas del mundo  y la diversidad  cultural de los seres humanos.  La temeridad es descartada casi por imposible. Se queja que su desprecio sólo puede deberse por el grado de ignorancia de las personas que la enjuician así.
La ignorancia puede tener distintos  modos  de manifestarse.  Una de ellas,  para este ilustrado educador, será debido al tipo de aprendizaje privado  que era buscado por muchas familias con recursos en la colonia. Enseñanza fortuita  en que la escuela pública y general no tenía cabida por el hecho de no existir realmente. ¿Qué acarreaba esta situación de la enseñanza privada? Una educación fraccionada, irregular, caprichosa y defendida por gustos personales. Por  los criterios  de los personajes que fungían como maestros. “Cada niño refiere y sostiene  las reglas, los preceptos, las distinciones que recibió  en sus principios”. Con ellos se conforma. Al no tener  mejor método para suplirlos ni  idea  cómo salir de su limitación, vendrá el rechazo. Toda  novedad es dudosa.  Y queda sin resolver ni advertir su corta visión. Mantiene incomprensión del asunto,  acorde al grado de ignorancia que se posee.  La ignorancia aprendida, sin otro recurso, puede  ser el atraso  de muchos. Pues encontramos muchas veces el elogio a la ignorancia  como fuente de riqueza material. El elogio a la ignorancia fue frecuente en el círculo de ciertos políticos y militares hispanoamericanos que habían adquirido y detentado el poder por la fuerza, a lo largo del siglo XIX,  luego de haberse realizado la independencia del continente. La ignorancia no sólo trata de negar sino de ensalzar  las virtudes de la ignorancia misma para la vida.
Es la postura del conservador militaresco sin criterios. De quien acepta la tradición sin más. Apela a la superstición y al oscurantismo como postura  de arraigo para la vida. Todo cambio, cualquier concepción nueva que salte de los linderos de su comprensión es puesta en entredicho. No es vista como  una posibilidad útil de conocer y aprender. De  si realmente puede o no ser beneficiosa de alguna manera. Todo cambio puede poner en duda  la autoridad establecida en la tradición. Pensar críticamente para avanzar siempre es una molestia. Es ésta la ignorancia a la que se refiere Simón Rodríguez.  Esa inercia  encontrada no sólo en Caracas, de la que sale para nunca más volver en 1797. También la observa a lo largo de sus viajes, a partir de 1823,  por el continente librado por el ejército patriótico. La experiencia lo llevará a comprender la necesidad de crear los nuevos hombres para consolidar   las nuevas repúblicas: se han establecido pero no se han fundado, dirá reiteradamente (hoy sigue el mismo sentimiento presente y en algunas ni se han establecido…quizá estén en ejercicio de desaparición). No se han creado mientras siga existiendo la misma mentalidad anclada al torpe pasado. No existen porque los hombres que la conforman no conocen qué es la vida republicana, su dinámica y el sentido de la libertad individual en sociedad. Se hizo una revolución política pero faltó la económica. Se decretan repúblicas pero no se ocuparon nunca de hacer  republicanos. Los grados de ayer y de hoy de ese desconocimiento  bien pueden no sólo coincidir sino ampliarse. Se piensa que  vivir  de manera republicana es consolidando  la militarización en todos los niveles civiles. Se crean hombres para el mando, pero no para la decisión personal ante el bien obrar y  la legalidad aceptadas, dando la aparición de la necesaria confianza entre ciudadanos. Con eso  volvemos a una organización  donde se vuelve al ejercicio de la fuerza ciega, de la arbitrariedad burocrática y no al de las leyes.  Es por eso que al  retornar  de su largo periplo en el extranjero escribirá: “ha llegado el tiempo de enseñar a las gentes a vivir”, frase que no quiere decir otra cosa que aprender a vivir dentro de los modos republicanos, ilustrados, igualitarios de la república. ¿A dónde se dirigía su comprensión de la educación? A una de carácter popular, destinada a ejercicios útiles y laborales, junto a una aspiración fundada en la propiedad. Exige que entre los deberes de cualquier  joven, está el saber el oficio de  una industria, un oficio práctico, sin perjudicar a otro ni directa ni indirectamente.  Además conocer cuáles son sus obligaciones sociales implícitas al ser republicano. Los resultados están a la vista. Se quiere perfilar una educación  para enseñar a trabajar, saber hacer bien las cosas prácticas y útiles de la vida, enseñar a vivir con  autonomía y sociabilidad,  ejercer los derechos como igualmente cumplir  los deberes ciudadanos.  Una educación que buscaba la autonomía del hombre  privado y republicano, no el parasitismo estatal. Podemos acordarnos  de su apreciación de corte liberal: el que sirve a  un gobierno se hace el esclavo de un esclavo.
La consecuencia para que se mantenga tanto en la colonia como en  el período republicano ese estado de cosas es la falta de una escuela formal  e institucional. Ello evitaría  toda postura  subjetiva,  privada, caprichosa y  no se sostendrían preceptos, reglas y distinciones  dados en forma parcial. Para los practicantes de  maestros tradicionales toda novedad era vista con  desconfianza y  pocos son los que están conscientes de su  propia condición.  Si bien pareciera  que en esta observación Simón Rodríguez nos deja  un rechazo a toda postura individual no estaríamos en lo cierto. Lo que se trata es de desarrollar  unos principios que permitan aceptar la novedad cuando esta es beneficiosa para el conjunto. Una  generalización que  resta o disminuya al mínimo todos las ventajas y privilegios que  quieran imponerse por  diversos motivos, casta, posición social,  de sangre, etc.
Simón Rodríguez también nos habla de  desimpresionar  a la incorrecta conducta aprendida,  que sostiene  esa ignorancia,  que rechaza cualquier mejora por el temor a un cambio de sus  privilegios adquiridos. Hay que desimpresionar  para volver a reeducarse.  Volver a educar a los que no han hecho sino maleducarse. De tal forma que puedan  revertirse a mejoras los abusos que se han sufrido por la falta de una correcta educación  con fines  bien conocidos y encaminados.
Desimpresionar  es difícil pero sano, dirá. Y casi inalcanzable para aquellos que se sienten que poseen reglas, preceptos, criterios que  los mantiene más bien en torno a su maleducación. ¿Difícil por qué? Primero: por falta de tiempo, carencia de libertad y por los tipos de ocupaciones adquiridos en la etapa madura de la existencia por el oficio  u ocupación que se tiene. Segundo: es difícil igualmente por la carencia de gusto natural para emprenderlo, es decir,  la necesidad interna de cada quien   tomarse la molestia de volver a corregir lo que pensábamos de manera desfigurada. En desterrar lo que habíamos  mal aprendido. Esto debe ser asumido por decisión propia y poseer  un sentimiento de placer en hacerlo. Toda imposición en adquirir nuevos saberes está conduciéndolo al fracaso. Quien no tiene gusto ni tiempo  para hacerlo  se mostrará reacio e indiferente respecto a lo concerniente a la educación. Sus motivaciones son más inmediatas y fijadas en el mundo que le rodea como tal. Efectuar un cambio de relaciones en ese mundo a partir de  una constante capacidad de aprendizaje  que amplía su  marco de referencia  vivencial es  incómodo e inútil si es visto así.
Este ignorante, nos dice Simón Rodríguez,  “encuentra a cada paso tantos ejemplares idénticos de su mala letra y se gobierna con ella: tantos que ignora la Aritmética y se valen de ajena dirección en sus intereses…”. Los maleducados, para utilizar el término del investigador venezolano  Arnaldo Esté, ignorantes a todas razones,  está visto que no pueden fácilmente desimpresionarse. Están rodeados por otros que los mantienen y mantienen su propia condición de ignorancia. Se ven reflejados en esa ignorancia como regla común. Por  tanto no es necesario modificar nada.
El caso referido por Simón Rodríguez  está dirigido a una mala letra y a una mala matemática funcional aprendida. En saber mínimamente escribir y en sacar cuentas y escribir los guarismos. Carencia que venía a ser suplida por los dependientes especializados para eso. Esta condición de la escuela que él conoce  le hace afirmar que  es poco  lo que se puede alcanzar con tal educación. Su utilidad, por tanto, es  escasa o muy reducida. Como lo hemos  dicho ya,  las causas están en tener una escuela que se conforma por el capricho y el criterio subjetivo de los maestros. Un personal que no ha estado formado por esa importante función social. Una educación privada,  caprichosa y   arbitraria. Sin un método homogéneo, sin un programa pensado para el buen vivir social.
En este Reparo se nos habla también de la educación de los blancos. Casta social que no comprendía  ni  requería  realmente  un cambio en la enseñanza en las gentes de la colonia.  Clase que igualmente  estaba hundida en esa ignorancia de la que se habló antes. Que  se ufanaba de ella por no ver en la competencia y en las capacidades el origen de su condición social. Estaban en lo que representaban, o bien por títulos de nobleza, o bien por  origen de sangre, en tanto colonos y súbditos del imperio en relación con las  distintas castas existentes.  De hecho, como se refiere en el  diagnóstico, piensan y creían que  la caligrafía y la aritmética no les eran necesarias. En cambio, era ineludible  para sus dependientes, para los subalternos de sus negocios, para los encargados en las funciones administrativas. No para los dueños o directivos del  asunto. Aprender a pensar siempre es una función subversiva para cualquier régimen de  privilegios.
Respecto a los artesanos,  labradores  y gente común tampoco tienen, a los ojos de estos ignorantes, necesidad alguna de conocer más que el saber firmar. Su ignorancia no es un defecto notable para salir de su propia condición dependiente de los azares. También  hablan que aquellos que toman el camino de las letras no tienen necesidad de las matemáticas. Basta con manejarse  en el arte de la buena escritura.  Para aquellos, para los comerciantes es suficiente saber tachonar los caracteres apropiados a las cuentas para  manejarse en sus negocios. Alegan la docta ignorancia que “no han de buscar la vida por la pluma”.
Pero una razón primordial para desdeñar a la Escuela de Primeras Letras es el  convencido criterio del sentido común que todo lo que se aprende en ella se olvida. Se olvida tanto las buenas maneras de  la escritura como  cualquier otro  conocimiento al pasar a la edad adulta. Afirman que es preferible adquirir estos saberes rudimentarios cuando se tenga más edad y juicio. Es una característica que le da a esa mala enseñanza de las primeras letras una razón  suficiente para  no ser tomada en cuenta. Y sobre todo en no incurrir en gastos y cambios que van a ser, de todos modos, inútiles. Se concluye que es más provechoso dejar a los niños en la más amplia ociosidad.
Para Simón Rodríguez todo ello no es sino alarmante. Es perder un tiempo precioso para subir a niveles mayores de aprendizaje. Para entonces era  adquirir el latín, filosofía, elocuencia, etc. Al comprender  las carencias que adolecen todos los hombres de esa tranquila ciudad colonial reclama  que la nueva enseñanza  no debería estar exenta para nadie. Artesanos, labradores deben someterse a la misma educación que la del resto de los ciudadanos. Su visión racionalista  está presente cuando afirma que “todo está sujeto  a reglas”. Las reglas deben guiar a la correcta acción partiendo del conocimiento  y de las  mejores impresiones adquiridas.  Con el fin de poder seguir aprendiendo a partir de las obras que puedan mejorar cada área de estos hombres industriosos y trabajadores, realizadores de la producción. En cierta manera  Simón Rodríguez propone ya en ese momento la necesidad de una educación constante: casi de por vida. En fundar una sociedad del conocimiento a través de formar individuos e interesarles en  mejorarse  a partir de  los avances científicos y culturales que puedan disponerse en su presente.
Si observa que  sólo los blancos van a esa medio escuela y que son los propietarios natos de los cargos públicos, militares y  comerciales, declara que  la educación debe ser por igual para todas las gentes de la ciudad. Hace incluir, con un osado igualitarismo pedagógico, a los pardos y morenos en esta reforma. Estos, que son los que  están vinculados con las artes mecánicas, adolecen de instrucción. La adquisición de su oficio es por vía imitativa, práctica.  Desconocen la  técnica. El aprendizaje es por referencia a otro, “unos se hacen maestros de otros”. No son propiamente discípulos. Y la formación es penosa.  Habría que decir que Simón Rodríguez mantendrá, al regresar de Europa por el llamado de su discípulo Bolívar, una postura saint-simoniana. Comprende que el nuevo mundo no sólo está determinado por los cambios políticos que están operando en él. El nuevo tiempo es el canto del industrialismo decimónonico. He ahí la necesidad de introducir las artes y oficios dentro de los establecimientos  educacionales  y para todos  por igual.
Esto último  le traerá problemas. Por ejemplo, en 1826 con las castas señoriales de Chuquisaca, en el Alto Perú. Ahí monta su establecimiento republicano, y está destinado al fracaso. Creen estos ignorantes, que lo se  debe adquirir es el  aprendizaje ¿ético? del catecismo, las buenas formas  de la conducta religiosa, y el conocimiento de  la superchería. Una enseñanza para sostener un mundo oscurantista, jerarquizado por castas. Y que devolvía a los individuos a mantener los privilegios cristalizados ya en la colonia por las familias oligárquicas.
El oficio de las artes, la industria y el conocimiento de las técnicas, no es  lo propio para aquellos que van a mantener el orden tradicional adquirido. Para los que van a ocupar los cargos directivos de  la nueva sociedad republicana.
Para  este educador, sean hijos de blancos, pardos o morenos, debían por igual asistir a las aulas públicas.  Afirmó que todo niño, si tiene lo adecuado para ello, está tan capacitado como cualquier otro. Opinión de avanzada y chocante a los prejuicios de casta. El desarrollo de la inteligencia es un privilegio social no una necesidad humana para formar la civilidad  de una comunidad. Justifica esa igualdad  de aprendizaje y derecho  al desarrollo de la educación y la inteligencia. El que los pardos puedan ser tan capaces como los blancos se debe a dos razones. Primero: que no están privados de sociedad. Segundo:    se recuesta para justificarlo en el igualitarismo religioso aparentemente.  La iglesia no debería hacer distinción de  color de piel para ser observadas sus prescripciones. Por ello no debe tampoco hacerse una separación con la enseñanza. Esta maniobra  de apoyarse en  razones externas a la misma educación  nos da  a un Simón Rodríguez reformista que quiere educar mediante el determinismo normativo y tradicional de cierto igualitarismo religioso y  pertenencia  social.  Es trastocar el determinismo  educacional imperante mediante la reforma de su establecimiento.
Por todo ello, este educador cosmopolita, negará la educación privada y defenderá la educación pública igualitaria para todos pero con una observación fundamental.  Para no ser  rechazada su propuesta advertirá que si bien deben educarse pardos y blancos  con los mismos métodos y en el mismo establecimiento se ha de comprender que deben permanecer separados en el salón de clases. Proponer lo contrario hubiera sido mucha provocación. Hoy aún podemos encontrar, como bien lo ha advertido antes, que las diferencias económicas también  priva ya no sólo la sociabilidad, sino  el bien más preciado y característico de la humanidad, el desarrollo y distribución de la inteligencia, de las capacidades y de la educación de los individuos; la economía también puede hacer estragos o no en la   distribución de la inteligencia, tanto a nivel global como regional. Habrá continentes  más o menos ricos en inteligencia acorde con el desarrollo y la justicia  de la economía. Otros, condenados en obtenerla.
Su reforma se detiene  al decir que cada grupo humano tiene funciones distintas. La colonia y su organización política son inalterables. Hubiera pasado de ser una reforma educativa a una  social. Queda claro por qué lo dice. Las actividades de los blancos son distintas al resto; ocuparán “los empleos políticos y militares, desempeñando (igualmente) el ministerio eclesiástico”. Sin embargo es de resaltar que Simón Rodríguez da  una significación  inusual e importante a las otras castas. Conforman la sociedad y deben  ser tomadas en cuenta en el  proceso de la educación. Los pardos y morenos vienen a ser por primeras vez vistos como un agente económico y social importante. Están presentes en la constitución y construcción del mundo colonial. Se les da un derecho que hasta el momento está ausente. Así, “mejor vistos estarían y  menos  quejas habría de su conducta”, es decir, la educación  como  un factor para facilitar la integración, el reconocimiento,  la tranquilidad y convivialidad social. Su carencia  incita  a  lo contrario. Bien nos lo muestran a diario los países  hispanoamericanos.
Con la educación impartida por  las Escuelas primarias o de primeras  letras, que tienen como fin  aprender a escribir, leer, conocer la aritmética y normas morales y religiosas según la época, se  reduce el fracaso  educacional y social posterior.
Este largo 2º Reparo termina con una sentencia conclusiva: “No es la propiedad de lo que se aprende en la Escuela olvidarse: lo será de lo que se aprende mal; así como se desploma y se arruina luego el edificio mal cimentado. Digan que fue superficial  la enseñanza y no que fue inútil”.

3er Reparo
El 3º  Reparo  se refiere a la calidad de los maestros y la titula: Todos se consideran capaces de desempeñarla. Pocos son los que se creen que no tienen las virtudes y capacidades necesarias para ejercer como maestros. Toda persona mayor, pareciera,  son aptos para labor tan elemental y seguramente que así se ha procedido  por  tradición y  en aquel entonces. Y no porque  dicho período colonial ha pasado es algo que   haya cambiado totalmente en el presente. Como hemos  ya observado, ser maestro  en  Hispanoamérica viene a ser un oficio menor y además mal pagado, denostado, sin  importancia ni reconocimiento.  Lo  adquirían (y adquieren),  por su supuesta facilidad, aquellos que no tienen  ni posibilidades de otra cosa ni mayores cualidades  y convicciones de lo importante de su  profesión. Es decir, serán maestros los que no han podido ser otra cosa. Pero Simón Rodríguez solicita una profesionalidad  en su ejercicio y  nos describe cuál era la condición  colonial imperante: “Para que un niño aprenda a leer y escribir, se le manda a casa de cualquier vecino, sin más examen que el saber que quiere enseñarlo porque la habilidad se supone; y gozan de gran satisfacción  las madres cuando ven que viste hábitos  religiosos el maestro, porque en su concepto es este traje el símbolo de la sabiduría. ¡Ah! De qué modo tan distinto pensarían si examinaran cuál es la obligación  de  un maestro de primeras letras, y el cuidado y delicadeza que deben observarse en dar al hombre las primeras ideas de una cosa”. Se exige menos vestimenta: los hábitos del monje: el traje y la corbata diríamos hoy; se pide más instrucción  y conocimientos. Mejores modos de incentivar  y métodos autónomos de aprendizaje.  Instrumentos cognitivos para dirigir las primeras impresiones de los niños ante una mejor  comprensión  e instrucción de las cosas.  Poseer, en fin, una mayor visión y apropiación del mundo.

4to Reparo
El 4º  Reparo  refiere al  breve tiempo y su mal uso   que dedica el niño para este conocimiento. Lo titula: Le toca el peor  tiempo y el más breve.
El centro de este reparo u observación está dirigido a las diferentes dificultades que encuentran, tanto el niño  como el maestro, en  el ejercicio de superarlas durante este breve período del desarrollo humano. Simón Rodríguez nos habla de la importancia de la  formación de un carácter  apto para la vida en general. Se debe proceder a obrar no a partir de la delicadeza, inocencia, pena, lástima. Condiciones  que pueden ser tomadas casi como innatas, sin conducir al niño a robustecer su personalidad  y llevarlo a reflexionar sobre sus deberes y derechos civiles.  Una práctica dirigida a presentar ciertas dificultades. Pequeñas crisis  individuales necesarias para dar a conocer al maestro las propias  carencias  particulares de cada alumno, al conocerlo  e incitar a enmendarlas, y superar sus propias dificultades y adversidades. Es   formar nuestra condición natural, mediante la cultura y la formación, que nos da la vida misma.
Visión rousseauniana de la educación pero también esencialmente republicana. El hombre se sentirá y sabrá libre sólo en el momento en que actúa según  las leyes establecidas racionalmente y por mutuo acuerdo colectivo.  Permanecerá  esclavo  cuando  se impulsa por la fuerza de sus propios deseos. Simón Rodríguez advierte la necesidad  de reprimir y  llevar al límite de la prudencia todos los deseos y caprichos del infante. En fin, saber obrar  bajo el manto protector de la libertad y la sociabilidad.  En primera instancia debe  desterrarse, como lo haría  cualquier educador platónico,  la ignorancia.  Formar la mente rectamente respecto a lo aludido cultural y científicamente por verdadero e ilustrado en la comunidad. Y desterrar los gustos que pueda inventar el uso de la razón informe,  dejadez propia del hombre incivilizado. Del  no diestro en las formas adecuadas para la conducción de la voluntad y de los sentimientos  de solidaridad y  civilidad, autonomía e industria   que podría encontrar en su entorno y tiempo.  Simón Rodríguez busca una formalidad pedagógica y práctica para reducir  la informe razón,  el capricho. De lo contrario, el arbitrio no dará  un resultado feliz de la elección consciente en relación con su situación y fines. Aunque hoy pudiera ser criticada esa formalidad si sobrepasase los  límites de esa educación de primeras letras y permaneciera inalterada en las etapas posteriores de los sujetos. Se requiere cierta  inconformidad, informalidad,  capricho para el desarrollo de la creatividad particular, original de los individuos. Mantener sólo como única a la universalidad formal generalizada es tapizar el  suelo de la creatividad de unas formas.  Haciendo casi imposible más tarde el  desimpresionarnos  de ellas. El condicionamiento   sin crítica nos  rompe la creatividad y diversidad de mundos posibles; pero primero hay que formarse  para luego enmendar lo que consideramos superado o incorrecto.
Por todo  lo delicado de la niñez, la función que tiene aquí el maestro  que desempeñar  es  uno de los más difíciles en la vida del individuo. Momento caracterizado más por la complacencia e indulgencia de los padres que por la severidad o las mismas travesuras y distracciones del niño. Una edad  a la  que Simón Rodríguez  pide menos sobreprotección  por parte de los padres. Exige más confianza cuando los  maestros son responsables y en  la enseñanza que puedan prodigar a los hijos. Su propuesta puede sonar hasta utópica.
Encuentra erróneo que sea sólo por las habilidades adquiridas, el tamaño físico o la misma edad un elemento  calificador para optar a los niveles superiores (del  aprendizaje, para la época,  de latín, filosofía, elocuencia, etc). Ninguna de estas condiciones son las requeridas para dar el pase  a  otro instituto. Aquí  en este reparo Simón Rodríguez nos hace muestra de su ironía y cinismo. Es su defensa ante  tanta absurdidad vista: “…como si fueren a cargar  gramática en peso” y no manejarla  hábilmente respecto a su función escritural.
Nos  interroga como lectores así: “¿No  quiere decir que a la Escuela de Primeras Letras le toca el peor de los tiempos y el más breve?”, - para instruir y formar a esos discípulos. Actividad que se hace más difícil para este pensador por  estar rodeada de halagos, consentimientos y caprichos  permitidos a los niños por parte de sus padres. Consentimiento  normal  para la casta que acudía a la escuela.  Proceder propio de la familia  de los blancos, es decir, aquellos que  tenían privilegios adquiridos sólo por la condición cristiana y  por el  color de piel. Además de saberse de antemano, como referimos, que con o sin educación de las primeras letras pasarían a poseer los cargos más importantes de la ciudad. Cargos de mando y dirección pública y comercial de la Caracas colonial. Motivo que a la larga sería  incentivar  el rencor y el resentimiento social. Como se vio luego en los tiempos de la guerra de independencia,  las tropas peleaba  no sólo  por un nuevo orden político sino por venganza y resentimiento social (situación que pareciera resucitar aún en la Venezuela de hoy). Había que matar blancos, sean quienes  fueran. Estas diferencias pudieron haber sido moderadas con  diversas atenciones por parte del gobierno,  al poner en prácticas las recomendaciones dadas desde 1794. Las razones de Simón Rodríguez no se tomaron a la final en cuenta y vino lo que tenía que venir.  Una guerra no sólo contra la corona española o de clases sino también de  razas, de castas, de color. Los privilegios  tan marcados llevan a eliminarlas y arrasarlas por la violencia, como un río sin cauce,  por aquellos que han sufrido sus injusticias y vivido en la ignorancia.


5to Reparo
El  5º Reparo es titulado Cualquier cosa es suficiente y a propósito para ella. Esta frase  da cuenta de cómo  sería el abandono de la instrucción pública en tiempo  de la colonia. Cualquier cosa que se haga por ella sería  algo y mostraría  una mejora inmediata. Aliviaría esa situación de injusticias, de desperdicio de tiempo y recursos. Era atender a una educación que no aportaba mayor beneficio para quienes la sufrían.
Es un parágrafo  donde  se  nos describe, se nos pinta[10]  -diría Simón Rodríguez-,  quienes eran los maestros y los espacios  abordados para  la enseñanza. Nos habla de peluqueros y peluquerías, de barberos y barberías, lugares y hombres habituales  por los que circulaba  la educación de entonces. La queja expuesta  pasa por encima  del  comportamiento pedagógico de  estos artesanos del cabello. Repara  en la culpa de las autoridades que lo permiten. En quienes son sus discípulos y sus logros obtenidos.
Los maestros son artesanos retirados. Gente sin oficio alguno. Un particular sin mayor trabajo  a causa de su vejez y encuentran que el oficio les va al pelo. La vejez y las canas le dan el tono y la dignidad propia para ser tomados como  personas sensatas para ese ejercicio. Una autoridad obtenida por  las “canas y  tal cual inteligencia del catecismo”.  La ignorancia colectiva  confunde  enseñanza con adoctrinamiento religioso.  Cualquiera que supiera el padre nuestro, el credo, el salve y algún pasaje de la biblia o de algún trozo piadoso de la moral cristiana, tenía los requerimientos. Podía  ser  tomado sin más como maestro: puro oscurantismo institucionalizado y aceptado.
Critica   igualmente lo inadecuado que eran los materiales utilizados en  las aulas. Libros, cuadernos,  y otros haberes no estaban acordes. Tampoco eran  los mismos para todos. Bastaba que se tuviera cualquier texto de  fácil comprensión para su lectura. Con él se marchaba a la escuela. Se carece  de un texto único y de los mínimos implementos para todos. Así se crean diferencias, distinciones, rezagados. Más tarde verán las fallas que arrastrarán  al abordar conocimientos de mayor dificultad. Llegan a no tener  los instrumentos mentales adecuados para ello.  No se mira en los materiales una disposición uniforme que también  lleva a obtener una mayor calidad  de la enseñanza, facilitando  su aprovechamiento óptimo.
¿Cuáles libros se usaban? Simón Rodríguez nos habla de libros de meditación o discursos espirituales. Podemos imaginarnos qué beneficio reportan para el conocimiento y la ciencia. Libros que, como dijimos antes, son más de adoctrinamiento que otra cosa, que hoy se vuelve a resucitar con los nuevos textos ideológicos  revolucionarios del Estado.  En el reparo  lo que pide es  sistematización y uniformidad de materiales y criterios. Pues “es necesario saber leer en todos los sentidos  y dar a cada uno su propio valor”. Dar a cada uno el sentido y significado, comprensión y adecuación al tema  trabajado. Lo contrario encierra el entendimiento para otros campos y saberes. Se piensa que con ser piadoso basta  para  saberse educado. La experiencia  lleva a otras variantes. Lleva  a abrir la comprensión de los alumnos a una diversidad  de conocimientos necesarios más allá del recitado memorístico y  repetitivo de  supersticiosas lecturas doctrinales religiosas.


6to Reparo
El 6º Reparo se  dirige a los métodos bárbaros, inadecuados. Prácticas  pedagógicas encontradas en las diversas escuelas caraqueñas. No deja de señalar la poca retribución tanto económica como de reconocimiento social  respecto al maestro. Lo titula así: Se burlan de su formalidad y de sus reglas, y su  preceptor es poco atendido.
Nos describe los métodos bárbaros  y distintos observados. Los procederes irregulares, tanto por parte de los maestros-artesanos o maestros-peluqueros-barberos, etc., como también de la conducta blanda y caprichosa de los alumnos. Sus palabras, sobre todo,  se dirigirán a la irresponsabilidad de los padres respecto a la adecuada atención que se tiene que poseer  para la educación de los niños. Escuelas que cada una imparte un método distinto para  tan delicado asunto. Un método que  se desconoce sus resultados, y  los obtenidos por sus alumnos deja mucho que desear. Donde la costumbre y la tradición pesa más que los buenos procederes y fines. Todo hace que Simón Rodríguez pregunte si aún puede haber alguien, después de haber leído su informe, que se atreva a defender lo indefendible. Alguien que opine que  no se deba modificar las escuelas silvestres  y no hacer  los reparos convenientes.
Además de hacer propicia la irregularidad  de la enseñanza por los métodos y los  azarosos e incumplidos horarios, todo ello impulsa a crear  también una pérdida de la dignidad, respeto, estima  e importancia del oficio del maestro: “…el maestro que debe ser considerado de los discípulos, es el que los considera porque el tiempo y la costumbre así lo exigen…”.  Advierte que quien debe tener  una mayor obligación y cuido de la educación son los mismos padres: “Los principales obligados  a la educación  e instrucción de los hijos son los padres. No pueden echar su carga a hombros ajenos sino suplicando y deben  ver al que los recibe y les ayuda con mucha atención y llenos de agradecimiento”. Simón Rodríguez revierte la relación, pone de  cabeza ese mundo que está al revés.  Aspira a cambiar lo dado por la costumbre. Busca darle relevancia  y dignidad al papel social del  maestro, de su importancia para los padres que acuden a él. Basta de los atropellos constantes que tenían que someterse por  satisfacer las demandas y caprichos de los representantes. Una educación tiene sus propias reglas y preceptos. Los matices familiares, los privilegios y los consentimientos externos a la misma educación están de más en el asunto.
La finalidad de la escuela está en  suplir la falta de tiempo, conocimientos y actitudes adecuadas que no se encuentran en el seno materno.  En  no sólo adquirir  modos  de comportamiento externo sino comprensión y desarrollo interno, estructura mental, reconocimiento simbólico, adquisición de significados lingüísticos, capacidad de abstracción  para  el desarrollo y la adquisición del saber y el hacer. Suplir carencias  familiares bien sea por ignorancia de muchas cosas o por carecer de tiempo para  la ocupación de  los menores por sus mayores. Se concluye que  los representantes deberán, siempre y cuando sea para bien del alumno, “conformarse  en todo  con sus preceptos, con su método, con su constitución”.

Por todo lo anterior  afirma que  Es indispensable la reforma. Una reforma que no resultaba extemporánea, ni una rareza en relación con la escuela  de la propia capital del imperio español, sea la Escuela de las Primeras Letras de Madrid. Allí también se había realizado ya en 1793  su estudio para perfeccionarla. Mejorar sus métodos, sus  textos, los tipos de conocimientos impartidos y la calidad no sólo de la enseñanza sino también del personal que la ejecutaba.  El solicitar en una colonia esas modificaciones no  era extraño a oídos de los regidores de la  enseñanza  del reino.  Si las escuelas de la capital del reino eran la cabeza y modelo de todo el sistema educativo del imperio, bien  se podía  pedir igualmente que los súbditos del otro lado del mar  buscaran mejorarla y perfeccionarla acorde a sus realidades y requerimientos.  Pero sus trabas estaban no en las cortes de ultramar.  Estaban los entes  públicos del gobierno y su  grupo de privilegiados en América del Sur,  que cerraban cualquier mejora en beneficio  general de  la sociedad. Cuanto más tiempo siga todo de la misma forma más tranquila crecerá su grasa mental privilegiada.
Simón Rodríguez había dado con un ideal de escuela demasiado adelantado e ilustrado para entonces. Sabemos que  sus reformas  requerían añadir nuevos   fondos económicos, para su aprobación, previa discusión en el cabildo caraqueño y a la Audiencia Real. Sabemos que no hubo ningún cambio al respecto en Caracas. Esta primera frustración hará que Simón Rodríguez se comprometa en el movimiento de emancipación de Picornel. El movimiento es frenado y puestos presos los cabecillas. A Simón Rodríguez  también lo llevan preso. No le encuentran pruebas para enjuiciarlo y lo dejan libre. Su  participación  en ese intento de  emancipación se conoce porque escapa, como hemos dicho antes,  escondido hacia Kingston, Jamaica, en un viaje  que  lo separaría para el resto de su vida de aquella aldeana ciudad caraqueña. Nunca más regreso a  ella. Su patria, como dijera Bolívar, a su regreso será América.


IV
La  educación republicana y la revolución de la emancipación como fracaso

Su concepción de la educación no queda en  ese informe aldeano y de una Caracas colonial. La educación va a ser su tema de vida e irá cambiando, evolucionando, transformándose con el ejercicio del oficio y  con los años. Surgen nuevas interrogantes y nuevas experiencias. Sus lecturas y prácticas le harán  concluir que la educación no puede ser un adoctrinamiento. Educar es crear voluntades,  aprender a vivir,  en ser útil y  mantener como un principio determinante para toda enseñanza la sociabilidad.   La sociabilidad no era  aprender las reglas de la gramática y de llevar las cuentas de la aritmética. Es saber vivir dentro de una sociedad libre, laica e igualitaria  en oportunidades. Los hombres viven juntos pero carecen de ideas fundamentales de asociación y cohesión social. Pensar cada uno en todos para que también  todos piensen en él. Por otra parte pedía  conocer directamente la naturaleza y las cosas reales que nos rodean. Tratar de desarrollar un saber científico de las cosas.
La educación tradicional de su tiempo formaba vasallos. Prácticamente esclavos para el trabajo. Doblar  el lomo y reclinar la mirada y decir su merced. Una enseñanza que transmitía  prejuicios y mentiras amparadas en la supuesta “autoridad” del dogma tradicional.  Como resultado se tenía una sociedad quebrada humanamente, en donde se vivía  contra todos y con nadie. El que nada sabe cualquiera lo engaña, al que nada tiene cualquiera lo compra. Dar el giro a  una educación para  el desarrollo de la razón y de la sensibilidad, para el libre examen y  la curiosidad científica, del sentido de la libertad y el orden legal justo, para el trabajo y lo útil,  para la autonomía y la industria.  Adquirir la capacidad de saberse productivos y de  ser aptos para el uso y la adquisición  de la  propiedad. Educar es crear voluntades.
Su proyecto educativo no está exento de un contenido político en sus fines.  Toda educación es portadora de un modelo de vida ciudadana.  En  una nueva escuela estaba la gran posibilidad de rectificar  al hombre de su  errada conducción  debido a la ignorancia. Sin cambiar al hombre  y formarlo desde su más tierna edad sabía que no se podía cambiar nada. Más que una revolución política era una revolución educacional que a la vez implicaba una económica. Decía de tomar al niño  todavía sin nada en la cabeza. Por ahí es donde se debe iniciar  una transformación.  Lo contrario, como se hace hoy día aún,  era seguir engendrando el prejuicio, la superstición, los errores, las vallas sociales. Para él esto  significaba mantener la peste cultural  en que se nadaba si no se atendía a la enseñanza.  Estas máculas culturales casi congénitas se traspasaban, mimetizan y trasmitían de una gente a otra gente, de una generación a otra.  Alertó del daño  que hace un “abuelo imbécil” hablando a sus nietos. A sus ojos esa relación es  la más dañina.  El bien que le podía aportar al niño la escuela más avanzada, retrocedía  en el niño.  Volvería a aparecer la  mentalidad prejuiciada del  abuelo, sus razones y sus malos hábitos de pensamiento, sus rancias ideas y sus  paralizantes normas. Podríamos pensar cuál sería su juicio actual cuando  al niño le es sustituido aquel “imbécil abuelo” por la sobreabundancia de los medios electrónicos y una deformación ideológica sistemáticamente ejercida por un estado irresponsable y corrupto y, por ende, ignorante.  Imaginamos que su pensamiento  hubiese  declarado la guerra ante los usos ideológicos  y censurados de los medios y su sentido del raiting revolucionario y de la  imbécil pero divertida programación de la verbosidad ignorante pero con poder político. Sin comentario los juegos electrónicos de los estados totalitarios con visos  de democracia populares  con formación a formar mentalmente enceguecidos fanáticos sin mayores escrúpulos que los dictados por el tirano de turno.
Las revoluciones  no  llegarían a cambiar nada sin el alimento de la educación en los hombres para formar  una nueva sociedad. Para él  las repúblicas  no se fundaban en los campos de batalla, ni como hoy a través de los medios de comunicación censurados,  sino en las escuelas. Una escuela laica y científica que vaya iluminando y enmendando los errores del pasado y del presente. 
Se  preguntó si el hombre podía vivir en libertad. Para él esa libertad estuvo en su experiencia  a su paso por Norteamérica y  la república  jeffersoniana. No la verá en la pseudo república de Francia.  Llega a Bayona en 1801. Y conoce cómo se había instaurado el régimen del Terror de Robespierre y caer al poco tiempo también su cabeza por la misma guillotina revolucionaria.  También vio el regreso del viejo sistema aristocrático que vendría a  propiciar Napoleón al autoproclamarse emperador. ¡Tampoco la revolución francesa se encargó de crear republicanos!
¿Se podía pensar que un régimen de libertad e igualdad podía lograrse en Sudamérica? Estaba por verse.  Sólo la educación y su instrumento mayor: una escuela republicana, eran los instrumentos adecuados para poder realizarlo.  Si la gente no sabe cambiar con los tiempos es porque no se les había enseñado cómo hacerlo. Cambiar de gobierno no es cambiar de condición si no va acompañado de un cambio en las costumbres y en  las relaciones cognitivas del mundo tradicional. Esa es la modernidad  de Simón Rodríguez.   El error de las revoluciones modernas se centraba  en pensar que con un cambio de gabinete,  de caudillo, de leyes o de constituciones se podía cambiar  el orden de las cosas, mejorar el conjunto de la sociedad. Nada más falso a sus ojos. Es la escuela la que puede dar ese paso.  Todo lo demás es tiempo perdido. Si se quiere mejorar la condición humana se tiene que empezar por diseñar las nuevas generaciones.  Diseñarlas en función de  derribar  aquel turbio río  fangoso de  malas y supersticiosas tradiciones, de costumbres podridas, de razones informes, de ideologías políticas manipuladoras y pseudo-revolucionarias, de hábitos mal habidos.  Si se quiere hacer una real revolución para engendrar justicia social, libertad ciudadana, riqueza y propiedad individual y colectiva antes que nada había que mirar al orden educativo  que  se tenía (y se tiene). A los resultados que se obtenían en sus mismos ciudadanos.  A la acción del hombre  educado por  ellas y el mundo que se constituía. Es ahí donde estaba  la oportunidad de mejorar la condición humana.
Simón Rodríguez era un adelantado a su momento. Hoy se mira con preocupación por los países llamados desarrollados  la dirección e importancia  de la educación de sus ciudadanos para el movimiento y  bienestar  de la sociedad humana en un mundo de  comunicaciones globales instantáneas, de una economía mundializada y de una  fragilidad ecológica y cultural universal.  Pero  el registro de la historia nos dice que los hombres de acción no tienen mucho miramiento por  la educación.  Este ¿venezolano o americano?  observó muy bien el motivo principal del fracaso de la revolución francesa en su momento. Se creyó que  una  revolución consiste  en tomar el poder. Eso  es sólo un comienzo. Había que transformar la sociedad desde otra mira. Sin ello  se regresa a lo mismo.  Poco a poco se volvió al viejo orden. El error estuvo en que no era la guillotina y el Comité de Salud Pública  manejados por Robespierre y seguidores. El epicentro del fracaso, -como lo ha demostrado  la burocrática y militarizada ex-Unión Soviética o esto que dicen ser una república bolivariana revolucionaria a la cubana-, está al no instaurar una escuela para  la  sociabilidad democrática, la construcción de una moral ciudadana,  sino  para la competencia  bélica y el sometimiento y esclavitud de los individuos al partido, a una sociedad estamentaria, clasista por sus jerarquías  infernales de la burocracia policial y de “aparato”. En fin, las revoluciones parten y vuelven al mismo punto de origen si no cambian su órbita de ejercicio cerrado de poder por una elíptica abierta hacia  la mejora y perfeccionamiento del ciudadano por la vía de la educación, del mutuo respeto, de  aprender a vivir  en una sociedad republicana y democrática, incentivando la autonomía y el hacer apto para la propiedad individual y social. Sin cambiar  la condición  de una escuela estancada en los prejuicios ancestrales y sin  enseñar a la gente a vivir,  la llamada sociabilidad, es tiempo perdido e inversión quebrada.  No más revoluciones sangrientas, nos dice.  Lo que se requiere es una nueva organización. Un gobierno que  busque su mejor  proceder a través del saber científico, ilustrado y democrático.  La sociedad que conoció este caraqueño no era sino un mundo al revés: ignorancia, superstición,  fetichismos de razas,  religiones  arcaicas  sin relación con el hacer y el haber  de los nuevos tiempos. ¿Pero en Hispanoamérica  estamos ante un nuevo tiempo?
Por otra parte va a   comprender  la dirección que iba tomando la dinámica interna de  las sociedades de entonces. Ya no era el campo  el productor  más importante de riquezas; la posesión de tierras no es  garantía de riqueza. El tiempo de los fisiócratas había pasado. Es Adams Smith y su sentido de la riqueza de las naciones. La riqueza está en la acción y capacidad productiva de los hombres instruidos. El sentido industrial de la sociedad es  lo que tomaba cuerpo al pasar de los años. Es lo que veía Simón Rodríguez.  Ahí está su preocupación de  colocar al lado del aula  para enseñar las primeras letras el taller para aprender  a usar también las manos, volverlas útiles. Comprender que el ejercicio de la voluntad en los trabajos artesanales  no  menoscaba para nada  la personalidad del niño. Todo lo contrario. Abre su interés por comprender cómo están hechas las cosas para luego repetir el proceso de crearlas con su  propio esfuerzo y el saber adquirido. No era una mala idea. Aun hoy puede ser puesta en práctica. El taller de artes mecánicas al lado del  aula de  primeras letras. El campo de cultivo al lado del laboratorio de ciencias.
Para finalizar podemos agregar que pareciera que el fracaso fue su  sino y destino. Desde su regreso en 1823 al continente  americano asumió el camino de la pobreza, el exilio y la barca del viajero perpetuo. Mal retribuido, olvidado y menos reconocido  por la  oficialidad patriótica, pasa los últimos años de su vida en Bolivia, Chile, Ecuador y Perú. Sus escuelas se suceden de lugar (Bogotá, Latacunga, Quito, Arequipa, Ibarra, Huancané, Chuquisaca, Samán, Taraco, Pucará, Azangaro) y con su movilidad  arrastra su fracaso.   Sin ánimo de iniciar nuevos proyectos se retira a morir de miseria y soledad. Sus palabras  para ese momento son tan dignas como las de su discípulo en su agonía en Santa Marta: “Por querer enseñar más de los que todos aprenden pocos me han entendido, muchos me han despreciado y algunos se han tomado el trabajo de perseguirme. Por querer hacer mucho no he hecho nada y por querer volverme a otros he llegado al término de no volverme a mí mismo”[11]. Su generosidad y sus ideas toparon con el pellejo seco de la ingratitud. Su riqueza humana afectaba a lo sinuoso y reptal de la nueva sociedad patriótica que parecía levantarse sin porvenir al mismo momento que obtenía su corta liberación e independencia política. Son nuevas cadenas. Un nuevo poder oprobioso  va a promover injusticias iguales o peores que las cadenas imperiales de ultramar.
 Vivirá en  la  irreductible individualidad libre, irradiando ese gran tesoro de sabiduría y experiencia hasta en la más elevada pobreza sobre las montañas de la sierra andina. Esplendor  personal que engendraba una nueva causalidad. Por eso recibirá todos los odios irresueltos, las maldiciones,  los rechazos ciegos y sordos de aquellos  a los que se acerca o se le acercan. En algún lugar perdido de San Nicolás de Amotape  deben vagar sus solitarias cenizas desde 1854.

Bibliografía.

Obras de Simón Rodríquez:
Sus escritos  permanecerán casi olvidados por mucho tiempo. No  volvieron a ser editados hasta el año de 1954 gracias al filólogo venezolano-español Pedro Grases.  Se encarga de recopilar todas sus obras dispersas existentes y ordenarlas cronológicamente para su edición como obras completas.

Obras completas, Universidad Simón Rodríguez, Caracas, 1975, 2.vol.
Escritos, compilación  y estudio bibliográfico por Pedro Grases, Ed. Soc. Bolivariana de Vzla, Caracas, 1954, 2 vol.
Inventamos o erramos, Antología de textos. Monte Avila Editores, Caracas, 1982.

Obras de referencia.

AA/VV. El Pensamiento de la Ilustración. Economía y sociedad iberoamericana en el siglo XVIII. Ed. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1982.

AA/VV. Pensamiento político de la emancipación venezolana. Compilación de Pedro Grases. Ed. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1982.

García Márquez, G. 1985. El General y su laberinto. Ed. La Oveja Negra. Bogotá

Grases, Pedro. Temas de bibliografía y cultura venezolana. Ed. Nova. Buenos Aires, 1953.

Lezama Lima. La expresión americana. En Obras Completas, t.1, Aguilar, Madrid, 1971.

Pino Iturrieta, Elías. La mentalidad venezolana de la emancipación (1810-1812). UCV. Caracas, 1972.

Uslar Pietri, Arturo. La invención de América mestiza. F.C.E. México, 1996.
----------------------------La isla de Robinson. Seix Barral,  Barcelona, 1983.






[1] Lezama Lima, Obras Completas. Aguilar, Madrid, 1977, t.1, pág.335
[2] Uslar Pietri, A.: La invención de América mestiza, F.C.E., México, 1996, p.447.
[3] Lezama Lima, idem.
[4] Simón Rodríguez  fue el amanuense de Feliciano Palacios, abuelo de Bolívar, quien le solicitó que fuese maestro del niño Simón para así darle una educación. Para el 23 de julio de 1795, muertos sus padres, viviendo en ese momento con su tío,  se va a vivir por unos meses con su preceptor Simón Rodríguez, hasta el mes de octubre que regresa  con sus familiares. El preceptor  vio en este hijo de ricos hacendados,  irreverente y vivaz,  la posibilidad de poner en práctica las ocurrencias pedagógicas del Emilio. Siente que en él se hallan las características adecuadas para la formación  propuestas por el filósofo suizo. Por otra parte, se crea una estrecha relación de camaradería entre  preceptor y alumno. Se establece un simulacro: se hace que le enseña gramática y las primeras letras pero también  los ideales de aquella filosofía moderna: la bondad e igualdad presentes en el estado de naturaleza,  de  la belleza y  la justicia que debía alcanzar toda sociedad para no deformar o crear monstruos  de sus ciudadanos; una vida conducida por el libre ejercicio del cuerpo y de la razón. Más que aprender los modos descritos en los libros se tenía que ir directo a la experiencia para  conocerlos.  El oficio de vivir era la primera enseñanza que había que aprender. Esa estancia   lo marcará  para el resto de su vida. Es la cercanía con este hombre extraordinario lo que cambiará el espíritu de su vida. Este maestro que aparece en una Caracas atrasada pero con prohombres que  sobresalen respecto a la cultura y al ambiente social de las clases pudientes.  Son los vaticinadores del nuevo mundo que estaba pronto a realizar. Bolívar, en una carta fechada el 19 de enero de 1824 le escribe, con su lenguaje romántico y grandilocuente, a quien fuera su maestro: “Ud.  ha formado  mi corazón para la libertad, la justicia, la grandeza, la belleza”. García Marques  en su novela El general en su laberinto (Ed. La Oveja Negra, Bogotá), nos recuerda el sentido de vida que le  infundió: “Se burlaría de todo eso que tuviese  un olor de superstición o de artificio sobrenatural y de todo culto contrario al racionalismo de su maestro”. Simón Bolívar, mantendrá durante toda su vida, un reconocimiento total   y un agradecimiento inmenso por sus enseñanzas. Una amistad   perenne. Lo llamará  con ferviente amor como su “maestro”, el « Sócrates de Caracas ». Bolívar será siempre gratitud y reconocimiento, devoción y admiración por  este sabio trotamundos: “A él le debo todo, pues fue mi único maestro universal”. Su relación de preceptor  con   Bolívar sería  de cuatro años en Caracas y   en Europa encuentros  seguidos por unos tres años. Después  se separan hasta el regreso de Simón Rodríguez al continente ya independizado  de la corona española.
[5] AA/VV. El Pensamiento de la Ilustración. Economía y sociedad iberoamericana en el siglo XVIII. Edición a cargo de José Carlos Chiaramonte, Nº 51. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1982, pág.374 a 392. Todas las referencias al texto salen de este texto.   
[6] Se habla de otro informe sobre las condiciones de la educación y de las escuelas presentado por Miguel José Sanz, otro ilustre venezolano. Ese  escrito presenta fecha incierta.  Su existencia se debe gracias a que sus ideas serían  recopiladas  fragmentádamente en  el  libro de viajes del francés Dupons a su paso por estas tierras en 1806. A  diferencia de Sanz,  quien sólo critica pero no da fórmulas para un cambio, Simón Rodríguez no se queda ahí. Propone toda una serie de  detalles y recomendaciones, cambios de pensum y maneras de enseñanza y de establecimiento para esa nueva escuela. Y espera que sean  aceptadas por  las autoridades de la ciudad. Ver : Informe sobre la Educación pública durante la colonia de Miguel José  Sanz en  op. cit., pág.395 a 397.
[7] Para Simón Rodríguez la ignorancia del pueblo es el origen de todos sus males. Por ello surgen las revoluciones, los tiranos y sus atentados. Pues esta es la condición de los que creen que deben sacrificar, por no decir asesinar,  a los que no son de su misma opinión. Esta aptitud vil de la intolerancia es propia de la ignorancia. La ignorancia es la que habla de confiscaciones, de destierros, de prisiones, de matanzas. La sociedad cerrada permite que aparezcan por descuido, no por conveniencia, los ignorantes, los pobres y los esclavos.
[8] Arturo Uslar Pietri: La invención de América mestiza. Compilador: G. L. Carrera. F.C.E. México, 1996, pág.446- a 464.
[9] A su regreso  expresó que  no venía a  pedirle nada al nuevo estado republicano sino a dar, a traerle a la república los frutos de su experiencia.
[10] “Escribir es pintar ideas”, conocida frase de este maestro.
[11] Lezama Lima, op.  cit., pág. 338.

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