La
inducción: análisis
de un pseudoproblema
Carlos
Blank
Introducción
El
escepticismo no es irrefutable, sino claramente sin sentido si pretende dudar allí
en donde no se puede plantear una pregunta.
Pues la duda solo puede existir cuando hay una pregunta; una pregunta
solo cuando hay una respuesta, y ésta únicamente cuando se puede decir algo.
Ludwig Wittgenstein
Seguramente Hume
cuando planteaba una serie de dificultades en torno a la justificación racional
de la inducción no creía estar haciendo un mero malabarismo terminológico o
ejercicio retórico. Debía estar muy lejos de su ánimo el caer en un mero juego
dialéctico o sofístico. Por el contario, al plantear dichas objeciones y
replicas creía estar apuntando a un problema real y no meramente verbal. Sin
embrago, para algunos autores no existe un problema real de la inducción, sino
que dicho problema obedece a una mera confusión conceptual, a un manejo o a un
uso equívoco y ambiguo de los términos en juego. Esta posición tiene su origen
en Wittengstein y, a través de él, pasa
a autores como P.F.Strawson, Paul
Edwards, Stephen F. Barker, F.L.Will y Antony Flew. Para todos estos autores,
que podríamos agrupar dentro de una de las corrientes del pensamiento
filosófico moderno más influyentes, la corriente analítica, el problema que
Hume planteara en torno a la inducción no consiste en ningún problema genuino y
auténtico, que puede ser resuelto de alguna forma satisfactoria, sino que
constituye un pseudoproblema que debe ser disuelto y puesto al descubierto. El
hecho de que hasta el momento no se haya podido dar una respuesta
definitivamente satisfactoria a los planteamientos escépticos de Hume redunda a
favor de esta tesis sostenida por los análisis lógicos del lenguaje. El que no
se pueda dar una respuesta adecuada al problema de justificar la inducción es
una señal inconfundible de que no estamos en presencia de ningún problema real
y genuino, puesto que solo puede haber
un auténtico problema allí donde se pueda encontrar también una respuesta acertada.
De todas
maneras, el afirmar que los enunciados y las objeciones de Hume en relación a
la inducción carecen de genuina y auténtica problematicidad, no implica que
sean puramente triviales y ociosos. Como tampoco es trivial ni ocioso el entrar
a analizar dichos pseudoproblemas, pues la filosofía consiste, para aquellos,
en un actividad: la de realizar un análisis de lenguaje que permita distinguir
entre enunciados con sentido de aquellos que carecen de él, que discrimine entre enunciados significativos y
pseudoenunciados, que son, éstos últimos, los que dan origen a toda clase de
pseudoproblemas. La labor de la filosofía es entendida como una especie de
terapia analítica, cuya finalidad consiste en resguardar al lenguaje de la
aparición de expresiones espurias o malformaciones lingüísticas, como una labor
de eugenesia del lenguaje. Según esto, no existe un universo lingüístico que
sea propio y exclusivamente filosófico. El problema de la filosofía se reduce a
desenmascarar todos aquellos pseudoproblemas que ella misma ha generado las más
de las veces.
El
verdadero método de la filosofía sería propiamente éste: no decir nada, sino
aquello que se puede decir; es decir, las proposiciones de la ciencia natural –algo,
pues, que no tiene nada que ver con la
filosofía-; y siempre que alguien quisiera decir algo de carácter metafísico,
demostrarle que no ha dado significado a ciertos signos en sus proposiciones.
Este método dejaría descontento a los demás, pues no tendrían el sentimiento de
que les estamos enseñando filosofía, pero sería el único estrictamente
correcto. (T. 6.53)
En lugar de
considerar a la inducción como un problema que debe ser resuelto, la corriente
analítica de inspiración witgensteiniana lo ve como un problema que debe ser
disuelto, como una confusión conceptual que debe ser despejada. Lo cual no
implica para nada una consideración del
problema como trivial o una subestimación de los meritos que hay en los planteamientos del gran
escocés. Todo lo contrario.
Uno
puede considerar que el problema de la inducción es una confusión conceptual y,
sin embargo, considerarla una confusión profunda e importante. No hay nada
superficial o trivial en el problema tal como aparece en el pensamiento de
Hume, y es un mérito de Hume haber tenido la penetración intelectual sin la
cual no podría haber incurrido en sus dificultades conceptuales acerca de la
inducción. No estamos denigrando necesariamente una realidad del filósofo
cuando decimos que fue víctima de una confusión conceptual. Y no estamos
perdiendo necesariamente el tiempo cuando dedicamos nuestro tiempo al estudio
prolongado para desenmarañar pseudoproblemas. (Barker, 1976: 78)
Posición de Hume en torno al razonamiento inductivo
Hume realizaba el inventario de los objetos
de la razón e investigación humanas agrupándolas en dos clases exhaustivas y
excluyentes, a saber: las relaciones de las ideas y las cuestiones de hecho. A
la esfera de las relaciones de ideas pertenecen todos los razonamientos
demostrativos de la matemática y la lógica, en los cuales la conclusión
preserva siempre la verdad de las premisas iniciales. Dicho de otra manera, no
podemos afirmar la verdad de las premisas y negar la verdad de la conclusión
sin incurrir en una contradicción lógica o formal.
A la otra esfera, a la esfera de las
cuestiones de hecho, pertenecen todos aquellos razonamientos que Hume denomina
morales. Todo razonamiento moral, es decir, que vaya referido a cuestiones de
hecho o existenciales será siempre no demostrativo. En estos razonamientos no
se preserva la verdad de las premisas al pasar de éstas a la conclusión. La
razón de todo ello es muy simple, en la conclusión de un razonamiento moral se
afirma algo más de lo que estaba previamente contenido o incluido en las
premisas, mientras que en los razonamientos demostrativos la conclusión no hace
sino afirmar de manera explícita la verdad implícita de las premisas. En estos
últimos no se produce ninguna ampliación o extensión de nuestro conocimiento, mientras
que en aquellos primeros sí se produce
una ampliación o extensión de nuestro conocimiento de partida. Es precisamente
por esta ampliación que no se preserva la verdad de las premisas, por lo que
podemos muy bien afirmar al mismo tiempo la falsedad de la conclusión sin incurrir por ello en una contradicción formal
o lógica. La negación de una conclusión realizada sobre las bases de cuestiones
de hecho es perfectamente posible, es clara y distintamente concebible, por lo
que no entraña ninguna contradicción en sí misma.
En el caso de los razonamientos demostrativos
el principio de no-contradicción constituye un criterio suficiente para su justificación. No así en el caso de
las cuestiones de hecho, donde el principio de no-contradicción pasa a ser una
condición necesaria de su verdad, pero nunca suficiente. Hume trata, entonces,
de encontrar una fundamentación, una justificación racional a estas cuestiones
de hecho o a los razonamientos que se refieren a dichas cuestiones. También
denominamos a dichos razonamientos
atinentes a cuestiones de hecho, inferencias inductivas, siguiendo una
terminología más actual. Pues bien, dichas inferencias no pueden ser justificadas de manera a priori o independiente de la experiencia, por no ser el principio
formal de no-contradicción una garantía suficiente de su verdad. Por no ser una
verdad puramente formal aquella que deben preservar las inferencias inductivas,
sino que deben preservar una verdad material que no está contenida en las
premisas, no nos basta un principio puramente formal para justificar su
racionalidad. En cambio, en los razonamientos demostrativos, dado que solo
tratamos de preservar una verdad meramente formal, es suficiente un principio
que garantice la coherencia entre las premisas y la conclusión como justificación
racional de los mismos.
Pero si, como acabamos de ver, no
podemos encontrar una fundamentación a
priori de las inferencias inductivas, tendremos que orientar nuestra
búsqueda de fundamentación por la otra vía que nos queda, la vía a posteriori. Pero justamente es por este
camino por donde Hume nos enfrenta a una serie de dificultades, aparentemente
insuperables, sintiéndonos atrapados en callejones sin salida o
atascados en arenas movedizas en las que cuanto más esfuerzo hacemos por salir
de ellas más nos hundimos.
Ya que no podemos establecer una
conexión necesaria a priori entre las
premisas y la conclusión de un razonamiento inductivo, puesto que está excluida
por definición, debemos buscar dicho nexo necesario en la experiencia. Para
ello analiza Hume el concepto de causalidad, el cual, en una primera aproximación,
pareciera satisfacer esta conexión necesaria entre eventos diferentes de la
realidad. Pero si analizamos más de cerca esta idea y la remitimos a su impresión
originaria, nos encontramos con que todo lo que podemos inferir de dos
acontecimientos, de los cuales afirmamos que el primero es causa del segundo,
es una cierta contigüidad espacio-temporal, una prioridad de un evento con
relación al otro y, finalmente, una conjunción continúa y repetida. Fuera de
estos tres aspectos yo no puedo inferir nada más de dos hechos sucesivos en el
tiempo. Por más que yo analice mis impresiones, como en el celebérrimo ejemplo
de las bolas de billar, yo nunca podré inferir algo que esté más allá de las
características antes mencionadas y concluir acerca de la existencia de una
conexión necesaria. Dicha idea de conexión necesaria no puede surgir de la
experiencia, pues simplemente va más allá de ella. La causalidad no puede
justificar racionalmente las inferencias inductivas, pues, como ellas, también
supone un principio de uniformidad de la naturaleza, presupone la semejanza
entre pasado y futuro, es decir, “todas nuestras conclusiones experimentales se
dan a partir del supuesto de que el futuro será como ha sido el pasado” (Hume,
1980: 58) Este principio de uniformidad de la experiencia sería como la premisa
mayor que fundamenta todo razonamiento inductivo. De ser este el caso, afirma
Hume, nos encontraríamos frente a una clásica petición de principio, en la que
asumimos aquello que debe ser demostrado, pues este principio proviene él mismo
de la experiencia, afirma una cuestión de hecho, por lo que mal puede
considerarse el fundamento de las afirmaciones de hecho o acerca de la experiencia.
Por lo demás, del hecho contingente de que hasta ahora el pasado se haya
asemejado al presente no es ninguna garantía de que ello siga pasando así en el
futuro más cercano o más remoto. Como señala Hume, “es imposible, por tanto,
que cualquier argumento de la experiencia pueda demostrar esta semejanza del
pasado con el futuro, puesto que todos los argumentos están fundados sobre la
suposición de aquella semejanza.” (Hume, 1980: 60) Afirmar, por otro lado, que
toda conclusión referente a cuestiones de hecho es solo probable, no escapa
tampoco a esta objeción: pues el que algo se mantenga como probable hasta ahora
no es una garantía de que se mantenga así en el futuro.
En fin, dado que ni por medio de la
razón ni por medio de la experiencia es posible la justificación racional de
las inferencias inductivas, pareciera que la posición escéptica que defiende
Hume es inevitable. La expectativa psicológica de que las cosas se comporten de
igual manera en el futuro como en el pasado no es más que eso, una expectativa
psicológica, y que, por tanto, puede ser contrariada en cualquier momento. No
podemos ir más allá de esa inestable necesidad psicológica, no podemos aspirar
a una necesidad lógica, pues ella solo ocurre en el ámbito de los razonamientos
demostrativos, no en el ámbito de los razonamientos morales o sobre cuestiones
de hecho. Dicho así, el planteamiento de Hume amenaza con socavar cualquier
empresa de explicación racional de la realidad y nos desafía a encontrar una
salida plausible a los diversos escollos y dificultades que aparecen en su
planteamiento. Dentro de unas de esas líneas de solución del problema y de
respuesta al desafío de Hume se encuentra la posición que desarrollamos a
continuación.

La
respuesta analítica al planteamiento de Hume
Un aspecto importante que merece ser
tomado en cuenta a la hora de responder a Hume es el de su ultra-racionalismo. Es
decir, aunque la posición de Hume suele ubicarse en las antípodas del
racionalismo moderno, es innegable que comparte con aquel la sobrevaloración
del razonamiento deductivo, la defensa del canon deductivo como la
quintaesencia de todo razonamiento, como el canon mayor a partir del cual deben
ser evaluadas las demás formas de razonamiento no-deductivas. Pero precisamente
aquí está el detalle importante para la posición de cuño analítico: la
justificación racional de la inducción que exige Hume está condenada de
antemano al fracaso, en tanto que pretende exigirle el mismo carácter categórico
y concluyente de la deducción y al mismo tiempo se lo niega ex definitione. Como veremos, la
posición de Hume es un claro síntoma de esa mala fe filosófica que pide hallar
una solución a un problema donde sabe de antemano que dicha solución es
imposible. Este es el punto de partida de la posición analítica: la posición de
Hume es el reflejo del vano esfuerzo de convertir la inducción en deducción.
En este sentido, lo primero que debe
tomarse en cuenta es que estamos en presencia de dos modelos diferentes de
razonamiento y que cada uno de ellos debe ser evaluado de acuerdo a reglas
diferentes también. La deducción y la inducción no pueden medirse con el mismo
rasero ni pueden ponerse a competir en el mismo terreno. El modelo inductivo no
puede ser evaluado de acuerdo con las reglas del razonamiento deductivo. Las
reglas de inferencia propias de un modelo deductivo son inaplicables fuera de
ese modelo. Por su parte, el modelo inductivo de razonar tiene sus propias
reglas de funcionamiento a partir de las cuales podemos evaluar su validez. En
la medida en que las reglas que rigen a cada parcela de razonamiento son
diferentes es posible que haya razonamientos inductivos sólidos sin necesidad
de que sean deductivamente válidos. Por ejemplo, al referirnos al razonamiento
deductivo no tiene sentido hablar de grados de implicación de la conclusión,
mientras que sí tiene perfectamente sentido hablar de grados de respaldo o de
apoyo con relación a las conclusiones de un argumento inductivo. Como lo señala
Strawson, “las premisas de un
razonamiento deductivo o implican o no implican la conclusión. No pueden
implicarla más o menos, no puede haber grados de implicación. Pero puede haber
y hay, grados de respaldo, puede haber y hay, una mejor o peor evidencia a
favor de una conclusión inductiva.” (Strawson, 1969: 280)
En cambio, como ya vimos en el caso de
Hume, el mayor o menor grado de respaldo de una inferencia inductiva no la
hacía más plausible o verosímil, no alteraba para nada el carácter incierto de
cualquier predicción sobre casos futuros o de cualquier generalización a partir
de una muestra actual. El que hubiese mayor peso inductivo o mayor probabilidad
para la afirmación de una conclusión inductiva no le daba mayor certeza que si
hubiese sido menor. Obviamente, el argumento de Hume resulta completamente contra-intuitivo
y rompe con el más elemental sentido común en la aplicación del razonamiento
cotidiano. Se trata de un ejemplo típico de intento fallido de convertir la
inducción en deducción y de ponerlas a competir en el mismo terreno, pues por
más evidencias que haya a favor de una inferencia inductiva nunca podrá llegar
a la certeza absoluta de una deducción.
Otro caso típico de intento de convertir
la inducción en deducción lo representa la conocida posición asumida por el
gran pensador británico Bertrand Russell. Como se sabe, Russell mantiene una
línea escéptica similar a la de Hume, pero en lugar de adherirse a la solución
psicologista de él, trata de encontrar una solución de tipo lógico. En efecto,
también Russell sucumbe a la tentación de convertir la inducción en deducción, pretendiendo
conferirle un rigor como el de la
deducción lógica, mediante el concepto de “buenas razones”. Pero, como lo ha
destacado Paul Edwards, la introducción
de este concepto es un ejemplo de la falacia “ignoratio elenchi por redefinición superior”, en la medida en que
se traduce en el intento de exigir a las inferencias inductivas una razón
deductivamente concluyente, cuando, por definición, carecen de la validez
concluyente de una deducción. Entonces,
lo primero que debemos hacer es ponernos de acuerdo con lo que queremos
decir cuando afirmamos que no tenemos “buenas razones” para la afirmación de
cualquier inferencia inductiva. Si con ello queremos decir que nunca tendremos
razones deductivamente concluyentes, no podremos sino estar completamente de
acuerdo con Russell, pero con ello no haremos otra cosa que afirmar la trivialidad
de que la inducción no es ni llegará a
ser jamás deducción o que si llegase a serlo dejaría de ser inducción.
Las observaciones de Russell acerca
de la necesidad de un principio general, como su principio de inducción, que
sirva de premisa mayor a todo argumento inductivo, aclara lo que quiere decir
con una razón; al igual que los racionalistas y Hume (en muchos casos), quiere
decir con “razón” una razón lógicamente
concluyente, y con “elementos de juicio”, elementos de juicio deductivamente concluyentes. Cuando se
usa “razón” en este sentido, se debe admitir que las observaciones pasadas
nunca pueden por sí mismas ser una razón para cualquier predicción. Pero,
cuando en la ciencia o en la vida ordinaria, la gente afirma que tiene una
razón para hacer una predicción, no se usa “razón” en este sentido. (Edwards,
1976: 48)
Otro punto importante destacado por la
corriente analítica tiene que ver con la afirmación de Hume de que el principio
inductivo y el principio de uniformidad de la experiencia tienen su origen en
la experiencia. Para Hume la afirmación de que las mismas causas, en las mismas
condiciones, originan los mismos efectos, o que el futuro se asemejará al
pasado, es producto de una generalización de la naturaleza. De allí la dificultad:
estamos en presencia de principios que surgen de una generalización de la
naturaleza y que simultáneamente pretende ser la base de toda generalización
sobre cuestiones de hecho. Dicha dificultad desaparece apenas dejamos de
considerar a tales enunciados como descripciones de estados de cosas de la
realidad y pasamos a considerarlos como parte del marco general que hace
posible cualquier descripción de la realidad. Esta es la posición que asume
Wittgenstein en su conocido Tractatus. Para él la ley de causalidad debe ser
considerada como “la forma de una ley” (T. 6.32), es decir, debe ser
considerada como el marco legal en el que se inserta toda otra ley y no como
una ley más. La así llamada ley de causalidad no pretende describir nada del
mundo, como cualquier otra ley, sino que forma parte del marco legal donde se
inscriben las leyes, “trata de la malla y no de lo que la malla describe.” (T.
6. 35) La ley de causalidad muestra que hay leyes naturales, pero ella misma no
es una ley natural, consiste en la condición de posibilidad de la existencia de
cualquier ley natural, sin ella no podría afirmarse nada acerca del mundo. La
ley de causalidad que fue blanco de
ataque de Hume es la noción básica de acción lineal dentro del espacio y el
tiempo. Esta noción era ya insuficiente en el marco de la mecánica newtoniana y
ponía en peligro la existencia de acción a distancia. La moderna microfísica
teórica de partículas también ha planteado la necesidad de reformular el
principio de causalidad lineal. Más allá de estas reformulaciones, el principio
de causalidad puede ser entendido como marco regulador de la propia actividad
científica de formulación y descubrimiento de leyes naturales.
Por otro lado, este principio de
causalidad también carecería de sentido si con él tratásemos de afirmar algo
acerca de la totalidad del mundo, puesto que el mundo como totalidad no puede
ser objeto de experiencia sensible alguna, como dice Kant y nos lo recuerda
insistentemente Wittgenstein. De igual modo tampoco tiene sentido si lo interpretamos
en referencia al transcurso del tiempo como totalidad, pues no podemos referir
un acontecimiento más que a otro acontecimiento, un suceso concreto más que a
otro suceso concreto, a la marcha del cronómetro, en el ejemplo de
Wittgenstein, y no a una marcha abstracta e inexistente del tiempo. En sus
palabras: “Por la tanto, la descripción del proceso temporal sólo es posible en
cuanto lo referimos a otro proceso.” (T. 6.3611) Como puede apreciarse, la
posición de Wittgenstein en esta obra es perfectamente coherente con la
posición de Hume, aunque defiende también una suerte de apriorismo de cuño
kantiano. Como Hume reconoce que solo hay un
tipo de necesidad, la necesidad lógica, y que todas cuestiones de hecho
son de naturaleza contingente y que la necesidad psicológica es la única que
puede darles fundamento. Como Kant ubica la ley de causalidad más allá de la
experiencia, como una suerte de concepto que enmarca las condiciones de
posibilidad de nuestros juicios sobre la experiencia, aunque estos permanezcan
siendo contingentes. Pero si bien incorpora elementos que podríamos considerar
cercanos al espíritu de Kant, es evidente que se mantiene fiel a la letra de
Hume.
5.133 Toda inferencia es a priori.
5.134 De una proposición elemental
no se puede inferir ninguna otra.
5.135 De ningún modo es posible
inferir de la existencia de un estado de cosas la existencia de otro estado de
cosas enteramente diferente de aquél.
5.136 No existe nexo causal que
justifique tal inferencia.
5.1361 No podemos inferir los acontecimientos futuros de los presentes-
La fe en el nexo causal es la superstición.
6.362 Lo que se puede describir
también puede ocurrir, y lo que está excluido por la ley de la causalidad no
puede describirse.
6.363 El proceso de inducción
consiste en admitir la ley más simple
que pueda armonizarse con nuestra experiencia.
6.3631 Este proceso, pues, no tiene
fundamentación lógica, sino sólo psicológica.
Es claro que no hay ningún
fundamento para creer que realmente acontezca el acontecimiento más simple.
6.36311 Que el sol amanezca mañana
es una hipótesis: y esto significa que no sabemos
si amanecerá.
6.37 No existe la necesidad de que
una cosa deba acontecer porque otra haya acontecido; hay sólo una necesidad lógica.
6.371 A la base de toda moderna
concepción del mundo está la ilusión de que las llamadas leyes naturales sean
la explicación de los fenómenos naturales.
Y aunque el segundo Wittgenstein, el de
las Investigaciones Filosóficas, se
aparta de su obra anterior, mantiene a este respecto una posición, si no
idéntica, bastante similar con relación a la causalidad y la inducción, por
ejemplo cuando afirma “a quien dijera que por medio de datos del pasado no se
le puede convencer de que algo va a ocurrir en el futuro, a ese yo no lo
entendería.” (En Dilman, 1974: 88) Obviamente aquí se trata más bien de
reconocer lo absurdo de aquella afirmación y de su clara disonancia con los
marcos de determinadas prácticas lingüísticas o juegos de lenguaje. En ambos
casos, se ataca el escepticismo de Hume por carecer de sentido. Mejor dicho, en ambos casos, el propio Wittgenstein se encuentra atrapado
en la red del escepticismo que él pretende desmontar. Como señala Antoni Defez, “Wittgenstein
parece metido en un atolladero escéptico, y curiosamente se habría metido a la
vez que pretende arrinconarlo contra las cuerdas de la insensatez.” (Defez,
2008: 43)
A pesar de ello, su posición nos
suministra las herramientas para salir de ese atolladero. Por ejemplo, la
afirmación de que no podemos establecer empíricamente ningún acontecimiento que
esté situado por definición en el futuro, se reduce a afirmar una mera
tautología: la de que lo no-observable no es observable. Como señala F.L.Will,
“evidentemente ningún enunciado acerca de futuras cuestiones de hecho puede ser
establecido por observación. Las cosas futuras no pueden ser observadas.
Cualquier evento o estado de cosas que puede ser observado está por definición
en el no-futuro.” (Will, 1965: 148) Desde esta perspectiva, la empresa de
fundamentación de la inducción emprendida por Hume resulta ser una tarea imposible,
tan imposible como tratar de ver u observar lo que por definición no puede ser
visto ni observado jamás o de conocer lo que nunca podremos estar en
condiciones de conocer. Es como tratar de ver u observar al “hombre invisible”.
Visto así, el problema de la inducción adquiere un sentido totalmente diferente
y el planteamiento de Hume adquiere el rango de una demostración.
Construido como el problema de deducir
que Todas las Xs son f
(o incluso que Todas las Xs son
probablemente f)
de premisas que no pueden ser más que Todas
las Xs conocidas son f, el problema de
la inducción no es un problema sino una demostración. Es la demostración de la
imposibilidad de la solución de dicho problema. (Flew, 1965: 165)
Pero esta
demostración no debe ser entendida, al menos dentro de la corriente
analítica, como una impugnación total de
toda forma de razonamiento acerca de la experiencia, sino como una clara
advertencia de la necesaria cautela metodológica que supone cualquier
afirmación acerca de cuestiones de hecho o que implica cuestiones de hecho.
Como señala Flew, gran parte de la confusión que ha reinado en torno al
planteamiento de la inducción obedece a que ha sido considerada como una forma
débil de deducción.
La
moraleja que debemos extraer de esta demostración es seguramente que los
argumentos sobre la experiencia deben ser, y debe uno asegurarse de verlos
como, un asunto, no de intentar
desesperadamente de extraer deducciones allí donde se ha mostrado
concluyentemente que ninguna puede ser válida, sino de usar lo examinado como
una guía, aunque claro siempre una guía falible, con relación a lo no
examinado. Este parece ser un caso donde la introducción del término inducción ha sido causa de confusión.
Esto obedece en parte a la razón antes sugerida: aparentemente existe una
poderosa sugestión acerca de que quien está sometida a juicio es una forma más
débil de deducción. (Flew, 1965: 165)
Volviendo de
nuevo a Wittgenstein, podemos encontrar que así como el modelo deductivo está
provisto de una serie de proposiciones ciertas e indubitables, también estas
existen en el modelo inductivo.
Existen
dos tipos de proposiciones que ninguna experiencia futura puede refutar, e.g.
las proposiciones, y las proposiciones matemáticas o lógicas. …Y existe una
estrecha semejanza entre algunas proposiciones experimentales y las de la
matemática –a saber, que la experiencia futura no provee razones para
refutarlas. (En Malcom 1978: 91)
Dichas
proposiciones elementales son refractarias a las dudas del filósofo, forman
parte del eje en torno al cual debe girar toda ciencia experimental, son, en la
expresión de Wittgenstein, las “bisagras” que permiten que la puerta gire.
No
se pueden llevar a cabo experimentos si no existen algunas cosas de las que no
se duda…Las cuestiones que uno
plantea y nuestras dudas dependen del
hecho de que algunas proposiciones están exentas de duda, son como las bisagras
sobre las cuales ellas giran. Es decir, pertenece a la lógica de nuestras
investigaciones científicas el que ciertas cosas son de hecho indudables. No se trata de que la situación es como esta:
nosotros no podemos investigar todo, y por tal razón estamos obligados a
permanecer satisfechos con suposiciones. Si nosotros queremos que la puerta
gire, las bisagras deben estar puestas. (En Dilman, 1973: 12s)
Todo lenguaje, y
el lenguaje científico no es la excepción, supone la existencia de determinadas
reglas sin las que simplemente no podría funcionar, sin las cuales la puerta no
podría girar. De esta manera, el principio inductivo es una regla que pertenece
a la sintaxis lógica del lenguaje de la ciencia experimental y de la praxis
científica, es decir, es un presupuesto del lenguaje y de la actividad
científica, no un enunciado contrastable. Las reglas como esta no requieren pues
de justificación racional ulterior, sino que constituyen los goznes sobre los
que descansan los diversos juegos de lenguaje. De este modo, el pensamiento de
Wittgenstein, en sus dos versiones más conocidas, nos ofrece una salida ante el
aparentemente inescapable escepticismo, mostrándonos su lado absurdo y carente
de sentido, por un lado, y suministrándonos herramientas analíticas importantes
para refutarlo o desmontarlo.
Bibliografía:
BARKER, Stephen F.: “¿Hay un problema de
la inducción?”, en Max Black et al.: La
justificación del razonamiento inductivo, Alianza Editorial, Madrid, 1976,
pp. 73-78.
DEFEZ, Antoni: “Causalidad e inducción
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DILMAN, Ilham: Induction and Deduction: A Study in
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EDWARDS, Paul: “Las dudas de Russell
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FLEW, Antony:
“Induction and Standards of Rationality”, en Paul Edwards & Arthur Pap
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HUME, David: Investigación sobre el conocimiento humano, Alianza Editorial,
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MALCOM, Norman: Ludwig Wittgenstein A Memoir, Oxford
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STRAWSON, Paul S.: Introducción a una teoría de la lógica, Editorial Nova, Barcelona,
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WILL, F. L.:
“Will the future be like the past?”, en Paul Edwards & Arthur Pap: A Modern Introduction to Philosophy, op.
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WITTGENSTEIN, Ludwig: Tractatus Logico-Philosophicus, Alianza
Universidad, Madrid, 1974.
WITTGENSTEIN,
Ludwig: Philosophical Investigations, Basil
Blackwell, Oxford, 1984.