WALTER BENJAMIN,
a 24 por segundo (I)
David De los Reyes
I
Sobre
el escritor
El
acercarse a la obra de –Water Benjamin
(1892 - 1940) no es nada fácil para cualquier lector desprevenido. Se ha dicho
que enfrentarse con un texto de Benjamin da la sensación de tener que regresar a la
escuela; sobre todo a las clases de lenguaje, de idiomas y de
"Retórica", donde Benjamin no sería el único profesor sino el mejor[1].
Poseedor de un pensamiento frondoso, de vasto ramaje, siente que sus escritos merecen
ser reducidos, por medio de la poda, a
lo esencial. Su obra puede signarse por
la de una estética de la concisión,
distinta, por supuesto, a lo que entendemos por breve. ¿Su método de
trabajo? Una aséptica yuxtaposición de motivos, a manera de montaje ampliado
por un proteico repertorio de formas y
estilos; su intencionalidad claroscura de escritor hace que su obra esté
construida fuera de los cánones universalmente aceptados del pensamiento discursivo racional[2].
¿Podemos llamarlo crítico romántico? Posiblemente, si entendemos esta postura
no como juicio de una obra sino en tanto
ejercicio de comprensión y complemento imaginativo de ese mismo ejercicio. Uno
de los pensadores menos académicos que hayan existido. Un metafísico salvaje que da a todas las
cosas una insólita profundidad: actuar es un medio para soñar; meditar es un medio para estar
despierto.
Fue
un hombre solo y completamente aislado de círculos y cenáculos; lo han ubicado
en el purgatorio de los heterodoxos. Es primo de Theodor W. Adorno[3],
quien dice de él que era un intelectual «adialéctico», que se movía por «categorías marxistas» y carecía
de mediación; es quien influye en Adorno para que cultive el género «ensayo»
entendiéndolo como libre composición no supeditado a parámetros y exposiciones
sistemáticas, a una jerarquía de significados y de valores preconcebidos; con
esta forma literaria, Adorno, inició su
batalla contra el pensamiento sistemático.
Benjamin
tendrá interés por los detalles, aún siendo mínimos; su divisa pudo ser la
formulada por Aby Warburg: «El buen Dios se esconde en el detalle». Pasión por
las cosas pequeñas, diminutas[4].
Búsqueda de lo universal más sagrado y
duradero en el corazón de la singularidad; un objeto será significativo en
relación inversa a su tamaño[5].
Gusto micrológico-filosófico por lo aparentemente insignificante; más significante
era para él un fenómeno (cosa minúscula), que una idea: «Lo que parece paradójico en todo lo que es llamado
justamente hermoso es el hecho de que aparece»[6]. La «apariencia»
como centro de sus preocupaciones. No tuvo gran interés en teorías o ideas que
no adoptaran una forma externa, precisa y descifrable. Prefiere, a las
grandes frases de los pensadores,
pequeñas cartas de escritores, incluso algunos desprovistos de celebridad.
Luis Alberto Hernández, óleo
El
gusto expositivo del ensayo lo lleva a todo ello; opción que toma como
alternativa al discurso filosófico acabado y compacto. El ensayo será la encarnación de una conciencia crítica,
lugar de la escritura en el que expresará sus más profundos puntos de vista.
Como en los románticos alemanes, la reflexión
es pensamiento que engendra su
forma. Es que, como ya lo veía Schlegel,
acaso «¿No son individuos todos los sistemas?».
Una
intención de rescatar del olvido lo que
el curso sacralizado del mundo ha excluido
del círculo luminoso de los valores oficiales. Tiene una absoluta
convicción de que la realidad es discontinua. De ahí su no perder de vista los
detalles, aunque sean mínimos;
prestarle una mayor atención a lo
banal para no dejar que se extinga en el olvido lo que en el curso sagrado del mundo se lanza al margen
y se califica de insignificante. Sus reflexiones se alimentan de una
profunda nostalgia; marcha a contracorriente del tren del progreso. Una
nostalgia cuesta arriba. "En ella gana
para el revolucionario lo que el burgués hubiese nada más que recuperado
dejándose ir por las vías restauradoras de la evocación[7].
Nostalgia ante un mundo que asalta desde su continua interrupción. Nostalgia,
melancolía, que es para él una fijación
en lo singular; fijación destinada al fracaso porque no responde a ningún
concepto general de la formación de la
realidad. La devoción por lo singular lo lleva a la desesperación: conciencia
de que la realidad se escapa como algo que está en continua formación. Pablo de Tarso bien decía que este mundo, tal
como lo vemos, está sucediendo. Influido
por el surrealismo su intento es captar en la historia los aspectos más insignificantes
de la realidad, sus «desperdicios», «huellas». Su obra puede entenderse, como
se ha dicho, en tanto «montaje», hecha por fragmentos de realidad,
destruyendo toda apariencia de totalidad
dentro de ella. No se identifica ni tiene fe en el todo, prefiere permanecer en
las partes. Características todas que denotan una escritura dramática,
misteriosa, en toda la obra de este
notable crítico literario; se considera a sí mismo como un «libre escritor»
(«freier Schriftseller)[8];
aborda los problemas tratados en sus escritos desde una perspectiva pesimista y
pone el acento en las angustias del escritor. Su lenguaje, cargado de
contenidos teológicos, no deja ninguna arista donde se asiente el positivismo.
Para su amigo Gershom Scholem, Benjamin era un pensador religioso demasiado
gentil e insuficientemente judío; para Adorno su teología no era
suficientemente negativa y respetuosa con la utopía[9]. La
orientación teológica de su pensamiento nos revela su desconfianza hacia la
tradición fuerte del pensamiento de la Ilustración moderna; para Benjamin la
ciencia y la Ilustración permanecían en el dominio del mito, «son mito de
segundo grado»; lo sagrado era un
fragmento más de la tradición de la escritura; la crítica inmanente es tomada como una tarea sagrada porque con
ella hace posible la continuidad de la
tradición: "La tradición no es, a fin de cuentas, otra cosa que la esfera
del destino universal, la historia del mito"[10].
El
traje negro del pensamiento negativo entona con su persona introvertida y
desgarrada, exilada y perseguida por los perros con botas del nazismo. Arendt
señala, por otra parte, que sería desorientador
reconocer sólo a Benjamin como crítico literario y ensayista[11]; al
igual, afirma esta autora, que fue un erudito pero no un especialista;
intérprete de textos pero no un filólogo; se sentía atraído no por la religión
sino por la teología, pero no era un teólogo y no estaba interesado
particularmente en la Biblia; era un escritor nato pero el ideal de sus
escritos era uno que estuviese compuesto completamente de citas ("escribir
-dice Benjamin- se basa principalmente en citas" -la técnica de mosaico
más alucinante e imaginable")[12];
traduce a Proust y a Baudelaire pero no es un traductor; escribió un libro
sobre el barroco alemán y otro inacabado sobre el siglo XIX francés, pero no
fue historiador literario; pensaba poéticamente, pero no fue ni poeta ni filósofo[13]; la
mayoría de sus escritos estaban inspirados por intenciones polémicas.
Luis Alberto Hernández, óleo
Su
filiación con el marxismo estaba sujeta a la atracción que ejerce en él la
categoría de superestructura, la cual apenas sería esbozada por Marx y,
posteriormente, sería el punto de atracción para los intelectuales que estaban
sólo interesados en la superestructura
social. Para Benjamin esta categoría tuvo un atractivo huerístico -metodológico-,
más que un interés histórico y filosófico. Benjamin utilizará la palabra
«expresión» (Ausdruck) para sintetizar el paso entre la infra y la
superestructura; entre la economía y la cultura, más que una relación de
causalidad, encuentra una relación de «expresión», la economía se expresa en la
cultura, nos revela sin precisar del todo.
Por ello habrá que decir que su marxismo está más cercano al sondeo que
a la penetración y al estudio. Colocará este campo de acción práctica ante una visión teológica y judaica[14]; a
menudo se le calificó de "rabino
marxista" y, su visión de mundo, de
ser un "materialismo mesiánico"[15].
Respecto
a la concepción del arte entre Benjamin y Adorno encontramos que el primero
capta la huella del privilegio en la alta cultura, y llega -en «La obra de
arte en la época de su reproducibilidad
técnica»- a renegar de la alta cultura, contraponiéndole oscuras creaciones de
clase inferior (cine, fotografía y caricatura: productos de la subcultura para
la época) y del arte anónimo de los pueblos marginados en el curso de la
civilización. Consideró la cultura como instrumento mistificador del
capitalismo agonizante. Cada nueva etapa del desarrollo técnico lleva a
considerar la precedente como la infancia
del progreso; en Benjamin a este concepto habrá que entenderlo más bien
como un medio eficaz de defensa contra el infantilismo cultural. Tal
ambigüedad, entre técnica y progreso social e infantilismo cultural y social,
es para Missac, la clave de la reflexión de
Benjamin[16].
Ante
la obra de arte el crítico debe enfrentar
la «distancia», idea que le permite acuñar a Benjamin la dialéctica del «aura»,
concepto por el cual se distinguirán sus escritos sobre arte (sobre todo los
realizados por los años treinta del siglo XX); intención de no dar a la obra
otra iluminación sino la que de ella propiamente emana; el «aura» será definida
como una extraña trama de espacio y
tiempo. Una "lejanía tan próxima como pueda serlo"[17]. La distancia frente al objeto es un resguardo
para evitar acercarse a la obra mediante
el método simpático o empático, corriendo el riesgo de caer en el mimetismo o
en la tautología. La idea del «aura» de la obra de arte, para el crítico de Benjamin, es evitar toda
ambigüedad y ambivalencia; así, el acercarse a la obra mediante la mimesis le
puede dar a ésta un halo dudoso; la distancia, el alejarse, conduce a que la obra se muestre a partir de
su propia autenticidad, colocando al autor dentro del espacio del anonimato. En
su diario personal Bertolt Brecht escribe el día 25 de julio de 1938 algunas de
las impresiones sobre este concepto de «aura», que surge de las charlas con
Benjamin, el cual vivió por un tiempo en casa del dramaturgo al salir exilado
de Alemania. Dice así: «está aquí Benjamin. escribe un ensayo sobre Baudelaire
(...) curiosamente un cierto spleen capacita a Benjamin para escribirlo. parte de algo que llama aura y que se relaciona con el sueño (con soñar despierto). dice:
cuando sentimos que se nos dirige una mirada, aunque sea a nuestras espaldas,
la devolvemos. La expectación de que lo que miramos nos mire a nosotros procura
el aura. ésta se encuentra últimamente, según él, junto con lo cultural, en desmoronamiento a causa de la
reproductibilidad de las obras artísticas. todo esto es mística
en una actitud enemiga de la
mística. de forma semejante se adapta la concepción materialista de la
historia. resulta bastante atroz»[18].
Brecht no está muy convencido del uso de ese término que procede de la
mitología teológica judaica, para describir el proceso de la obra de arte por
la técnica[19].
Es un concepto que pareciera adolecer de consistencia intelectual, de realidad
"material" para poder hablar de la obra artística penetrada y
permeable dentro de lo llamado por el marxismo como
"superestructura". Para Benjamin
el «aura» es propio de las obras de arte «auténticas», es decir, no
reproducidas «técnicamente». Al colocar lo mecánico y lo técnico como elementos
constitutivos de cualquier arte, éste deja de mantener esa «ensoñación» de la
obra de arte en el espectador[20].
Arnold Hauser ha dicho que la concepción
prevalente del arte actual, en antítesis
respecto al esteticismo del siglo
pasado y principios de éste, está vinculada a la «reproductibilidad técnica»,
despersonificadora, mecánicamente concebida[21], de
las obras como lo ha afirmado Benjamin. En la reproductibilidad técnica
encontraremos el origen del arte moderno.
Luis Alberto Hernández, óleo
Su
ensayo La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica se inicia con un epígrafe de Paul Valéry sacado de su obra Pièces sur l'art («La conquête de
l'ubiquité») en donde el autor francés
está consciente del salto técnico implícito dentro del arte y la
imposibilidad de comprenderlo a partir de las categorías de las estéticas
dieciochescas (Kant, Hegel, etc.). Para Valéry la noción misma del arte ha sido
modificada, no es precisamente la muerte del arte en el sentido hegeliano sino
otra cosa distinta, otro nivel en el ensayo de la expresión estética que en
Benjamin no conduce a un esteticismo político sino a una politización del arte.
Para Valéry: "En todas las artes hay una parte física que no puede ser tratada como antaño, que no
puede sustraerse a la acometividad del
conocimiento y la fuerza modernas. Ni la materia, ni el espacio, ni el tiempo
son, desde hace veinte años, lo que han venido siendo desde siempre. Es preciso
contar con que novedades tan grandes transformen toda la técnica de las artes y
operen por tanto sobre la inventiva, llegando quizás a modificar de una manera
maravillosa la noción misma del arte"[22].
Benjamin
encuentra que desde el año de 1900 el
arte cambió a partir del standard de
la técnica; el arte se adecua al
tratamiento del desarrollo técnico de la máquina. Tal standard llega a convertirse en un tema en sí mismo, donde se le da
más interés al procedimiento mecánico que a los contenidos usados por tales
andamios mecánicos. Penetración en el arte que arrastrará a cambios hondísimos
tanto en su sentido como en la percepción del hombre; fueron alterados los
procedimientos de la creación artística. Para Benjamin "nada resulta más
instructivo para el estudio que ese standard"[23]. En
su ensayo de la Kunstwerkarbeit opondrá dialécticamente el arte en su figura
tradicional y la reproducción técnica de
la obra artística junto al cine.
Se
habla de autenticidad de la obra a partir del aquí y del ahora de toda obra, de
su irrepetibilidad en el lugar que ocupa
dentro de la historia. Caso distinto en la reproductibilidad; siempre faltará
"algo", el "aura". Para Benjamin la autenticidad es un
componente imposible de repetir, de reproducir por otros medios que los que ya
posee la obra en sí misma, no como algo proveniente de lo exterior sino que
nace con ella desde el momento de su elaboración[24]. Si
acaso se ha graduado, diferenciado, la autenticidad de una obra se deberá a los
comerciantes del arte; ellos han desarrollado
todo un arsenal de diferencias y distinciones para el provecho comercial
de la obra misma. "La imagen de una Virgen medieval no era «auténtica» en
el tiempo en que fue hecha; lo fue en el curso de los siglos siguientes, y más
exuberantemente que nunca en el siglo pasado..."[25],
cuando se inicia todo un desarrollo de
la trata de objetos artísticos.
El
crítico debe pensar la obra a partir de sí mismo, desde su propia reflexión. La
mirada se convierte en un recurso privilegiado para la comprensión; en el «desciframiento» de la obra la «imagen» literaria será un
procedimiento de exposición y de
conocimiento. Comprender equivale a ver, «leer»
mejor, mostrando la agudeza de
visión dentro del gusto con que se expone, pero manteniendo la «distancia» y evitando la simpatía que se
nota demasiado evidente[26].
Adorno
por su parte acentúa la ambigüedad de la cultura-privilegio y el hecho que
dentro de la gran cultura del pasado actúe un impulso hacia la universalidad
que sólo puede hallar plena actuación en un mundo en el que no exista forma
alguna de privilegio. La cultura burguesa es vista como un conjunto de valores
que ya no son burgueses; no dejan de poner constantemente esta cultura en conflicto con la sociedad misma desde
donde ella surgió; la hacen enemiga de un capitalismo que de ningún modo está
agonizante sino que continuamente tiende a su equilibrio nuevamente y a
organizarse. Para Adorno y Horkheimer fue esencial la experiencia del exilio
norteamericano para el desarrollo de sus
consideraciones sobre dicho tema. Benjamin y Adorno coinciden en que el privilegio
siempre se paga; se paga con la incomodidad y el sufrimiento de quien está
excluido del sistema. Un oscuro remordimiento, una insuprimible mala
conciencia, un sutil e inexpurgable malestar, se sitúa en el fondo de toda cultura digna de ese nombre.
Benjamin,
Adorno, Horkheimer y Marcuse han tomado la visión de Karl Kraus de una
«naturaleza ultrajada» y «mutilada en el hombre», a una razón enloquecida,
divorciada de la naturaleza para sólo deformarla y oprimirla produciendo los fenómenos anormales de la masificación;
igual al uso de la palabra como
progresiva corrupción, además de su alienación en el uso diario que se
desempeña en el cuadro de una sociedad
cada vez más vulgar y menos libre.
[1] Aunque en los años treinta
vio borrarse su sueño de convertirse en
profesor universitario al serle rechazado por el jurado su trabajo El concepto de crítica de arte en el
Romanticismo Alemán.
[2] Respecto a esto podemos decir de él lo mismo que acuña en su ensayo sobre «Johann Jakob Bachofen»: "El claroscuro que acoge al lector es más bien aquel que reina en la cueva
platónica, en cuyas paredes se dibujan contornos de las ideas, o también la luz
indistinta que planea sobre el reino de Plutón". Benjamin, W.: Johann. Jakob
Bachofen en la Rev. "ECO", Buehholz, Bogotá, marzo 1980, No. 221.
[3] Arendt llega a afirmar en su
ensayo sobre Benjamin que Adorno, además de ser el editor de las obras de
aquél, será su primer y único discípulo. Ver:
Arendt, H., Walter Benjamin;
Bertolt Brecht; Herman Broch; Rosa de Luxemburgo. Anagrama, Barcelona,
1971, pág.8.
[4] Adorno en su ensayo
«Benjamin y el género epistolar» nos refiere sobre el cuidado que tenía
Benjamin respecto a todos los detalles que envolvían al acto de la
escritura: "En sus cartas se ve el
gusto del ritual de descender hasta la imagen tipográfica misma, se siente hasta en
la elección de la hoja para escribir, que representaba para él un extraño
papel; inclusive durante la época de la emigración su amigo Alfred Cohn le proporcionó siempre, tal como lo había hecho desde mucho
tiempo atrás, un tipo de papel muy preciso" (Revista "ECO",
Buehhloz, Bogotá, marzo 1981, No.233, p.555). Jean Selz, en su artículo
«Recordando a Walter Benjamin», nos habla de esta persistencia en el escritor
por lo diminuto: "A veces me enseñaba también las notas de sus
cuadernitos, hechas con una letra tan diminuta, que ninguna pluma era lo
bastante fina para él, y esto le obligaba a escribir colocando el portaplumas del
revés", (Revista "Humboltd", Ubersee-Verlag, Berlín, 1962,
No.11, p.26).
[5] Missac nos dice ésto:
"La afición de Benjamin a las pequeñas dimensiones es conocida: la ilustra
la anécdota de la semilla de trigo
descubierta en el museo de Cluny...en la que "un alma gemela había dado cabida a la totalidad del
«Shama Israel». En una carta suya a Scholem del 26 de julio de 1932, Benjamin
habla de su "éxito con las pequeñas dimensiones, de su fracaso con las
grandes". En: Missac, P.: Walter
Benjamin. De un siglo al otro. Gedisa, Barcelona, 1988, pág.48.
[6] Arendt, op.cit., pág.21.
[7] Benjamin, W.: Discursos ininterrumpidos, I,
Taurus, Madrid. 1973. Prólogo,
traducción y notas de Jesús Aguirre,
pág.9.
[8] Todo esto lo encontramos
también en Adorno, pero con una lucidez mayor debido a una capacidad de mediación dialéctica de la que carece
Benjamin. Este último tendrá que desempeñarse como un «Literat», como un escritor
«free lance», al verse excluido de la
vida académica a la edad de treinta años; colaborador de lo que para la época aún no se llamaban
medios masivos de comunicación, será un periodista sin contrato pero
manteniéndose fuera del margen para elegir los temas de los que él propiamente
quiere ocuparse. Sabe que todo escritor es un productor y se niega a publicar
si no es remunerado su trabajo; ser escritor no es renegar de las determinaciones económicas y sociales,
sino una excelente manera de reconocerse como un productor.
[9] "La religión surge sólo
cuando «el corazón...se siente a sí
mismo»". Benjamin, W.: El Concepto
de Crítica en el Romanticismo Alemán. Península, Barcelona, 1988, pág.100.
[10] Idem, pág.20.
[11] Arendt, op. cit., pág.10.
[12] "...los conocimientos de Benjamin son
con frecuencia de segunda mano, apoyándose en citas y hasta en citas de citas". (Missac op.cit.,
p.30). Igualmente nos aclara Missac que
para Benjamin leer era también un
comienzo para el escribir, la cita es un
intermediario y no un mediador. Aunque el gusto
y práctica de la cita entrañan el
peligro de apoderarse de la escritura de todo autor. Para el momento en que
escribe su Trauerspielbuch Benjamin
llega a disponer de unas seiscientas citas, unas son tan largas que
amenazan ocultar a aquel que las reunió,
(idem p.63). Benjamin llega a decir que en su obra "...las citas son ladrones de caminos que a mano armada
atacan al lector y conquistan su
adhesión", (ídem p.65). La cita será manipulada, haciendo de ella un
instrumento para un acertijo excitante y
aparente.
[13] Missac op.cit., pág.10-11.
[14] "Mi pensamiento se comporta respecto a la teología como el papel secante con la tinta. Está
totalmente impregnado de ella. Pero si se observara el papel secante nada
quedaría de aquello que fue escrito"
cit. en Missac op.cit., pág.56. En una
carta a Max Rychner del 7.3.31 nos dice lo siguiente: "...nunca logré
estudiar y pensar de otro modo que no fuera orientado de una manera que se
podría definir teológica; es decir, de acuerdo a la doctrina talmúdica de los
cuarenta y nueve niveles de significado de cada pasaje de la Tora", cit.
en tesis inédita de Agustín Martínez: La
Mirada de Medusa, ensayo sobre Walter Benjamin, UCV. 1979. p.6.
[15] R. Tiedemann, Materialien zu Benjamin Thesen,
Francfort, 1975, p.175ss.
[16] Missac op.cit., pág.48.
[17] Idem, pág.84.
[18] En: Benjamin, Disursos Ininterrumpidos I. cit. en
Introducción de Jesús Aguirre, p.10.
[19] El «aura» humana ha sido
definida por místicos como un campo energético que rodea al cuerpo físico y penetra en él y que emite
su propia radiación característica; «vibración» que rodea y penetra a todo
cuerpo. En la Cábala teosófica mística judía -de la que Benjamin es un buen
conocedor-, surgida alrededor del año 538 a. de n.e. denominaron a esta especie
de «energía» como «luz astral». El Antiguo Testamento contiene numerosas
referencias a la luz que rodea a las
personas y a la aparición de las luces. En hebreo encontramos la palabra «karnaeem» que significa
indistintamente cuerno o luz. Pero si bien hay una influencia de esta teología
judaica en la acuñación de este concepto en el discurso de Benjamin, también
encontramos ya para marzo de 1930 y en su libro titulado Haschisch,
que contiene sus experiencias con las drogas, una referencia interesante a este
fenómeno del «aura» y su definición tradicional de toda teosofía. Transcribo:
"Todo lo que dije entonces tenía
una punta polémica contra los teósofos, cuya falta de experiencia y de saber me
resultaba sumamente escandalosa. Y planteé en tres aspectos -si bien, desde
luego, de manera no esquemática- el aura auténtica en contraposición con la
representación convencional, trivial de los teósofos (subr. mío). En primer lugar, el aura auténtica aparece en
todas las cosas. No sólo en algunas, como las gentes se imaginan. En segundo
lugar, el aura se modifica por entero y
a fondo con cada movimiento que haga la cosa cuya (sic) es el aura. En
tercer lugar, no puede, en modo alguno, concebirse el aura auténtica como un sortilegio
espiritualista relamido y resplandeciente, que así es como la reproducen y describen los libros místicos vulgares. Lo
que distingue el aura auténtica es más
bien: el ornamento, el círculo
ornamental en que está la cosa (o la entidad) firmemente sumergida en una
funda. Quizá nada proporcione un concepto tan exacto del aura auténtica como
los cuadros tardíos de Van Gogh en los que
en todas las cosas -así podría describirse dichos cuadros- está también
pintada el aura", (Benjamin, W.:
Haschisch, Taurus, Madrid, 1974. p.85).
[20] Benjamin hace una referencia
a la Grecia antigua, civilización estética por excelencia, la cual sólo
conocía dos procedimientos de
reproducción técnica: fundir y acuñar. Trabajar el bronce, en cerámica y
producir monedas fue lo único que llegaron a reproducir en masa (Benjamin op.cit., pág.19).
[21] Hauser, Arnold: Sociología del Arte, t.5., Barcelona,
1977, p.833.
[22] Benjamin op.cit., pág.17.
[23] Idem, pág.20.
[24] En su ensayo Amor Platónico encontramos un párrafo
que muestra el sentido de autenticidad en la obra. Este párrafo lo titula "Signo Convenido" y lo
transcribo aquí: "Hay una frase de Schuler que se trasmite verbalmente. En
todo conocimiento, dice, debería haber un poquito de contradicción, como sucede
con los dibujos de los antiguos tapices
o con los frisos ornamentales, que dejan transparentarse siempre una minúscula
irregularidad en su trazado. Con otras palabras: lo decisivo no es el proceso
de un conocimiento a otro, sino la falla que hay en todo conocimiento. Esta es
la marca de autenticidad de todo
producto fabricado en serie, de conformidad con un patrón", (Revista
"Humboldt", Ubersee-Verlag, Hamburgo, 1962). No.11, p.34).
[25] Idem
[26] Missac, al escribir en su libro sobre la importancia personal de
la biblioteca de Benjamin hace colar una impresión para "suponernos"
lo que pensaría éste último de los cambios sufridos por el libro respecto a los
avances técnicos del llamado progreso, cito: "La biblioteca de Agnon había
sido destruida por un incendio, igual que la de Alejandría. Pero el destino de
los libros (...) puede ser morir de muerte natural, del mismo modo que
declinan, sin esperar la catástrofe final, las civilizaciones. Los tiempos ya
se anuncian, ya han comenzado, en que el gusano irrefutable, el moho, la mera
vejez, imponen a los "conservadores" de biblioteca opciones
difíciles, transposición al plano colectivo de las que el individuo debería de hacer. Para reservar
el valor, en su sentido más amplio, de
un ejemplar único o muy raro, hay que encerrarlo en algún santuario, prohibir
su uso, la simple lectura, la manipulación y hasta la contemplación. Además, la
transmisión del contenido sólo se asegurará mediante un nuevo perjuicio al
«aura». Cuando se resuelvan los gigantescos problemas de selección y
planificación para trasladar a microfilmes y microfichas millones de volúmenes,
revistas y periódicos, ¿no irá acompañado esa transformación de algún cambio
ocurrido en la mente y en el corazón de los mortales? Llegará el día, sin duda,
en que los nuevos libros se habrán
adecuado a los medios de comunicación y difusión, las cintas de audio
-remozamientos de la palabra o desquite contra los escritores-, pero también a (sic) los videocasetes,
marcando otro cambio profundo. Entre tanto, un tipo intermedio de lectura se
habrá tenido que introducir, basado también éste, incluso a domicilio, en el
shock y comparado con el cual el antiguo
tipo sólo subsistiría como un flujo refinado, como una suerte de
erotismo en la época de los bebés de probeta. Una forma de lectura muy
diferente a aquélla, en sus múltiples aspectos, que Benjamin, para no mencionar
a Mallarmé, conoció y practicó", (Op.cit. p.54).
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