sábado, 1 de junio de 2013



Ética e Imaginación

Carlos Blank


Michael Cheval, óleo

Dotada de imaginación la razón se vuelve benéfica, guiada por una visión generosa de sus objetos;sin su caridad, la razón es fría y cruel.
                                                                   Martha Nussbaum

Con bastante frecuencia se asocia la imaginación con lo irracional, como contraria a la razón o a la deliberación racional, como la “loca de la casa”. La imaginación es propensa a desvariar y a dejarse llevar por las emociones, por la emoción del momento. Y las emociones son inestables e inconstantes por antonomasia. Por eso hay que “pensar con la cabeza fría” y no dejarse arrastrar por las emociones y los sentimientos. Y por eso desde una concepción racionalista estrecha solo podemos pensar racionalmente cuando nuestra mente está al abrigo de las pasiones y de las emociones básicas, cuando ellas no interfieren en nuestras deliberaciones o decisiones. Platón, por ejemplo, lamentaba el efecto negativo que tenían determinados relatos épicos en la moral pública y como el tipo de emociones que provocaban podían socavar las bases éticas sobre las cuales se levantaba su modelo de constitución, su modelo de sociedad. Su prohibición de determinados relatos en la ciudad es el más evidente reconocimiento de la importancia de los sentimientos y de las emociones en la vida pública, y de la necesidad de someterlos a un control racional. 
Pero quien quizás lleva hasta el extremo esta desconfianza en los elementos emocionales y destaca su carácter perturbador para la razón es René Descartes, para quien el pensar requiere estar exento de preocupaciones y gozar de una “soledad apacible”. Adicionalmente, él contrasta el carácter limitado y potencialmente engañoso de la percepción y de la imaginación frente a las certezas y verdades que nos brinda el puro ejercicio de la razón. La idea de que emoción y razón entran siempre en conflicto y de que solo somos capaces de pensar si la razón está al abrigo de los influjos corporales de las pasiones fue bautizado por Antonio Damasio como “el error de Descartes”. En su libro homónimo destaca que fue motivado a escribirlo “para proponer que la idea de que tal vez la razón no sea tan pura como la mayoría de nosotros pensamos o desearíamos que fuera, que puede que las emociones y los sentimientos no sean en absoluto intrusos en el bastión de la razón: pueden hallarse enmallados en sus redes, para lo peor y para lo mejor”. (Damasio 2001: 10)   Las emociones y los sentimientos desempeñan un papel importante en la evolución de los seres vivos y en su posterior lucha por la sobrevivencia, y aunque “pueden causar estragos en los procesos de razonamiento en determinadas circunstancias”, todavía es más cierto que su ausencia “sea no menos perjudicial, no menos capaz de comprometer la racionalidad que nos hace distintivamente humanos y nos permite decidir en consonancia con un sentido de futuro personal, convención social y principio moral.” (p. 10) Damasio hace referencia al conocido y documentado caso de un obrero de ferrocarril, Phineas Gage, cuya cabeza fue perforada por una barra de hierro – de hecho se conserva su cráneo con la perforación u orificio de salida y la barra de hierro.  Habiendo sobrevivido a ese “horrible accidente”, como lo calificara la prensa de entonces, en la Nueva Inglaterra de 1848,  lo más sorprendente del caso es que sus habilidades intelectuales quedaron intactas, sin embargo, el comportamiento social de Phineas había cambiado, “Gage ya no era Gage”, carecía de respuestas emocionales y resultaba inadecuado o poco apropiado desde el punto de vista de las relaciones sociales más elementales.
Lo que aquí nos interesa destacar es la importancia que desempeña la imaginación a la hora de realizar juicios morales, de llevar a cabo evaluaciones éticas, y que  las emociones y los sentimientos desempeñan un papel de primera fila en estos casos. Sin un nutrido repertorio de sentimientos y emociones el comportamiento moral sería una zona restringida o prohibida para nosotros, actuaríamos como autómatas carentes de libertad y responsabilidad y veríamos a los demás del mismo modo. En un tono que nos recuerda el problema de “los otros yo”  en Descartes, nos cuestiona Martha Nussbaum:
Reflexionemos ahora sobre lo que es ver a un ser humano. La percepción representa un objeto físico, tal vez en movimiento. Tiene cierta forma, semejante a la que nos atribuimos a nosotros mismos. ¿Cómo saber qué clase de objeto físico es y cómo comportarnos ante él? ¿Alguna vez tenemos pruebas fehacientes de que no se trata de un robot o autómata? ¿De veras posee un mundo interior como el que describen las novelas? ¿Cómo sabemos a ciencia cierta que vemos un rostro y no un complejo objeto mecánico, una máquina endiabladamente inteligente? ¿Dónde se podrían obtener dichas pruebas? (Nussbaum 1997: 67)

La imaginación ética nos permite precisamente hacer ese salto especulativo, salir de nosotros mismos y ponernos en el lugar de otros, ser capaces de comprender los dilemas o experiencias de otros, tener la capacidad de sentir con otros, incluso aunque nosotros mismos no hayamos pasado por esa experiencia en particular. Para Nussbaum la lectura de determinadas novelas, como Tiempos difíciles de Dickens, nos permite ampliar y valorar ese repertorio de sentimientos y emociones que nos facilitan un juicio moral más apropiado de determinadas situaciones. La novela constituye un género inigualable para familiarizarnos con la complejidad del ser humano y adentrarnos en la riqueza de situaciones a las que está expuesto. La lectura inteligente y selectiva de determinadas novelas nos permite enriquecer nuestro acervo moral, nos suministra, aunque sea de manera vicaria e indirecta, de experiencias morales, de situaciones humanas concretas. La ficción constituye una herramienta indispensable para comprender mejor la realidad humana y social, pues “todos somos, en la medida en que interactuamos moral y políticamente, proyectores fantasiosos, todos creamos ficciones y metáforas, y todos creemos en ellas”, (p. 68). Para Nussbaum “la novela es una forma viva de ficción que, además de servir de eje de la reflexión moral, goza de gran popularidad en nuestra cultura” (p. 31), y adicionalmente “la novela es concreta en una medida que no suele tener parangón en otros géneros narrativos.” (p. 31) En fin, la novela constituye un género literario que goza de una situación privilegiada como fuente de reflexión moral.

La novela construye un paradigma de un estilo de razonamiento ético que es específico al contexto sin ser relativista, en el que obtenemos recetas concretas y potencialmente universales al presenciar una idea general de la realización humana en una situación concreta, a la que se nos invita a entrar mediante la imaginación. Es una forma valiosa de razonamiento público, tanto desde una perspectiva intracultural como desde una perspectiva intercultural. (p. 33)

Como nos recuerda Nussbaum, Adam Smith confería una gran importancia al cultivo de la imaginación literaria a la hora de elaborar su concepto de “espectador juicioso”, el cual debía enriquecer su horizonte moral mediante la lectura de determinados textos literarios. De este modo, “la lectura se convierte en un sucedáneo artificial de la situación del espectador juicioso, y nos conduce de manera grata y natural a la actitud que cuadra al buen juez y ciudadano. “ (p.110)

Smith, seguidor de los antiguos griegos en el aspecto cognoscitivo de la emoción, sostiene que las emociones como la piedad, el miedo, la cólera y la alegría se basan en la creencia y en el razonamiento, así que no titubea en describir el punto de vista del espectador como rico en emociones. No sólo la compasión y la piedad, sino también el temor, el pesar, la cólera, la esperanza y ciertos tipos de amor son sentidos por el espectador como resultado de su vívida imaginación. (p. 109)

Esto no quiere decir que como producto de esta lectura el espectador juicioso sea infalible. Lo que se quiere señalar es que la imparcialidad supone el juego de las emociones, no su supresión. También insiste Nussbaum en que no está planteando en ningún momento la sustitución del discurso moral, del razonamiento moral, por la “imaginación empática” o por una “sensiblería anticientífica”, sino como un complemento necesario entre lo emocional y lo racional, por eso habla de “emociones racionales”.

La imaginación literaria es parte de la racionalidad pública, pero no el todo. Y creo que sería extremadamente peligroso sugerir que el razonamiento moral regido por reglas sea reemplazado por la imaginación empática. De ninguna manera hago esa sugerencia. Defiendo la imaginación literaria precisamente porque me parece un ingrediente esencial de una postura ética que nos insta a interesarnos en el bienestar de personas cuyas vidas están tan distantes de la nuestra. Esta postura ética deja amplio margen para las reglas formales, incluidos los procedimientos inspirados por la economía…. Por otra parte, una ética de respeto imparcial por la dignidad humana no logrará comprometer a seres humanos reales a menos que éstos sean capaces de participar imaginativamente en la vida de otros, y de tener emociones relacionadas con esa participación. (p. 18)
Desde este punto de vista, la lectura, sin dejar de tener carácter recreativo y lúdico, desempeña un importante papel moral, “como preparación para las actividades morales de todo tipo de vida.” (p. 72). Cabe recordar que Martha Nussbaum, junto con Amartya Sen, han sido fuertes críticos del modelo utilitarista dominante y han formulado  nuevos indicadores de desarrollo, indicadores centrados en las capacidades humanas y que trasciendan el sesgo economicista imperante. No es de extrañar que otro crítico del utilitarismo tradicional y poco propenso a defender los sentimientos morales en la esfera pública, Karl Popper, haya insistido también en la importancia de la imaginación, no sólo en la actividad científica sino también en el ámbito de la moral, al punto de que la propia ciencia tiene una dimensión ética inescapable. Solamente si somos capaces de imaginar las consecuencias concretas de nuestras acciones podemos decir que no actuamos a ciegas, impulsivamente. La imaginación es entonces aliada de la decisión racional y ética. Popper también recurre a la literatura, a la obra Santa Juana de George Bernard Shaw, para ilustrar su punto, citando las palabras del capellán que condena a la hoguera a Juana de Arco:

‘Yo no quería hacerle daño. No sabía lo que le harían…No sabía lo que estaba haciendo…Si lo hubiera sabido, se la hubiera arrancado de sus manos. Uno no sabe, no lo ha visto: ¡es tan fácil hablar cuando uno no sabe! Las palabras lo enloquecen a uno…Pero cuando se tienen las cosas encima, cuando se ve lo que se ha hecho, cuando nos ciega los ojos, nos corta el aliento y nos rompe el corazón, entonces…entonces…¡Oh, Dios, quita este espectáculo de mi vista.’ (Popper 1984: 399)

Para Popper este es precisamente una de las características más resaltantes del cristianismo, “que no acude fundamentalmente a la especulación abstracta, sino a la imaginación, al describir en forma concreta el sufrimiento de los hombres.” (p. 527, 11n)  Tanto la disposición al diálogo que supone el racionalismo crítico como los sentimientos humanitarios de solidaridad y compasión con el prójimo suponen una gran dosis de imaginación. Nussbaum y Popper coinciden plenamente en que renunciar a la imaginación ética sería renunciar también a ser humanos y a vivir entre humanos. Modificando la conocida sentencia einsteniana de que “la imaginación es más importante que el conocimiento”, podríamos afirmar, para finalizar,  que la imaginación es al menos tan importante como el conocimiento y la razón.  

Pero la razón, sostenida por la imaginación, nos permite comprender que los hombres situados a remotas distancias de nosotros, y a quienes nunca veremos, se nos parecen y que sus relaciones mutuas son como las que nos unen con nuestros allegados. No creo que sea posible una actitud emocional directa hacia la totalidad abstracta de la humanidad. Podemos amar a la humanidad sólo en diversos individuos concretos. Pero mediante el uso del pensamiento y la imaginación podemos llegar a desear procurar nuestra ayuda a todos aquellos que lo necesitan. (p. 406)



Referencias:
Damasio, Antonio: El error de Descartes, Crítica, Barcelona, 2001.
Nussbaum, Martha: Justicia poética, Andrés Bello, Chile, 1997.
Popper, Karl: La sociedad abierta y sus enemigos, Orbis, Barcelona, 1984, Tomo II.








   

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