Tiranía y Política en Aristóteles (IV)
David De los Reyes
(Observación: esta es la última parte de una serie de cuatro artículos sobre el tema del Tirano en Aristóteles. Los tres anteriores se han editado en los tres primeros meses del 2012)
“Tal vez la enfermedad y la muerte
“Tal vez la enfermedad y la muerte
sean las únicas cosas que el tirano
tiene en común con sus súbditos.
Bronsky, J. 2006: Sobre la tiranía.
6.- Por qué y cómo se mantiene una tiranía en el poder o Manual de Uso del Tirano
Aristóteles asume una postura relativista respecto a la política (Gomperz, 2000:334); en esta obra, La Política, al profundizar con una objetividad imparcial en torno al particular carácter de cada uno de los regímenes políticos, nos muestra las condiciones que pueden proporcionar a cada uno de ellos (monarquía, aristocracia y república), armonía interior y preservarlas de los peligros que la amenazan desde adentro para conducirlas a su disolución. Pero no deja de ser paradójico que también se refiera a cómo conservar una tiranía. Gomperz advierte que:
Aún el tirano, pese a ser tratado con evidente aversión, recibe su parte de buenos consejos y de recomendaciones provechosas para el mantenimiento de su poder autocrático (ídem).
Sin embargo Ansieta Nuñez (1987) ajusta esta opinión respecto a tal lista de recomendaciones al tirano para permanecer en el poder: "En este sentido, el libro VIII, capítulo IX, constituye un interesante cuadro de las acciones que lleva a cabo el tirano para mantenerse en el poder. Todas ellas, que las describe con cierta acusiocidad, Aristóteles las califica de profundamente perversas"
La primera observación sobre la tiranía que nos presente es que se ejerce sin el consentimiento de los ciudadanos. El gobierno real sería el que tiene el consentimiento de una mayoría electora, siendo tomados en cuenta con plena soberanía en los asuntos de mayor importancia para la sobrevivencia de la ciudad. Sólo al profundizar el sentimiento de igualdad ante la ley por parte de los ciudadanos pueda que se tenga un antídoto contra la tiranía, para no aceptar voluntariamente ese tipo de poder; sin embargo a él pueden llegar los demagogos mediante el fraude de las votaciones o por la violencia. Acordémonos que Aristóteles reafirma que la monarquía se distingue de la tiranía porque aquella tiene el consentimiento de sus súbditos, mientras que el tirano seguirá usurpando el poder aunque la mayoría así no lo quiera o desee.
Las condiciones por las que pueden mantenerse las tiranías son situaciones inhumanas. No apelan a nada que pueda calificarse de ético ni humano. Aristóteles encuentra que son dos modos extremos que toda tiranía ha utilizado para afianzarse y mantenerse en el poder. Estos dos modos son, aparte del crimen tanto de los notables como de aquellos que tienen un ánimo indómito, son eliminar todo aquello que pueda engendrar la grandeza del espíritu y la confianza del individuo en sí mismo, además de prohibir los encuentros o reuniones comunes, las asociaciones de las minorías no adictas, la educación (la inteligencia siempre es mal avenida con el poder, y los hombres educados mantienen un juicio independiente, libre, crítico, ateniéndose a una idea de justicia legal), ni nada semejante (1313ª/b). También les recomienda prohibir la formación de escuelas (de filosofía, claro está!), y otras agrupaciones intelectuales. Pero sobre todo una regla particular: procurar que los ciudadanos se desconozcan unos a otros, que no puedan profundizar su amistad ni tener confianza en el otro; Aristóteles lo dice así: porque el conocimiento engendra gran confianza recíproca (idem). Los ciudadanos deberán mostrarse siempre en público y lo menos posible encontrarse con otros en privado, en estar cerca de las puertas del palacio, es decir, donde el gobierno los pueda observar, que nada se le pueda ocultar al tirano, en mantenerse en servidumbre permanente para que tengan un ánimo reducido y débil, sin el coraje de enfrentar su pobre condición espiritual y humano. En cierta forma son las disposiciones que los tiranos griegos ya conocían porque eran las características de sometimiento servil que implementaron tanto los persas como el resto de las culturas bárbaras, en la que los hombres nunca se consideraron libres individualmente. El tirano no puede aceptar que algo se le pase inadvertido respecto a lo que cualquier de sus súbditos haga o diga, por lo tanto es un gobierno de control acucioso de espías y delatores; el ideal es que todo ciudadano sea un controlador de las órdenes del tirano ante los demás; para ello las mujeres pueden hacer de buenas detectives, como lo fueron en Siracusa (con Dionisio), o los escuchas de Hieron que estaban en toda reunión o asamblea, donde el permanente recurso de la técnica de engendrar miedo, lo cual es un freno a la libertad de expresión, y es difícil que se oculten quienes hablan libremente (1313b).
Otras técnicas tiránicas para engendrar el miedo y mantener el poder es que los ciudadanos se calumnien unos a otros, que los amigos choquen con los amigos (idem), el pueblo esté iracundo con las clases superiores y los ricos entre sí. Pero una condición importante es empobrecer a los ciudadanos para que no puedan organizarse, ni mantener una guardia personal, ni tiempo de conspirar al estar ocupados en ganarse la vida diariamente para lograr sobrevivir y obtener los recursos para sus necesidades más elementales; empobrecer hace que todo el pueblo venga a depender de las dádivas y las donaciones del Estado; es convertir a los ciudadanos en parásitos del omnipotente estado tiránico. El ocuparse de trabajar todo el tiempo es lo que hicieron los egipcios con la construcción de las Pirámides, los monumentos de las Cipsélidas (obra del tirano Cipsélido y su hijo Periandro en construir una enorme estatua de Zeus en Olimpia y otros monumentos de Delfos), la construcción del templo de Zeus por los Pisistratas y las obras de Polícrates en Samos; todos proponen en hacer obras colosales con el fin de trascender a su tiempo por las obras a su ciudad pero sobre todo para tener a los empobrecidos súbditos sometidos para su sobrevivencia, se trata de mantenerlos en parásitos, súbditos y pobres.
La recaudación de impuestos es otra manera de cómo el tirano afianza su fortuna privada. Es el caso que ocurrió con el gobierno de Dionisio, el cual pasó toda la riqueza privada al fisco, (hoy se traslada el oro que garantiza compras internacionales a una nación en bancos internacionales a las arcas públicas con el fin de darle el uso que quiera el tirano). También otra actividad predilecta es el hacer la guerra con lo que se mantiene ocupados a sus súbditos y de esta forma que tengan la necesidad de un caudillo. Si la tranquilidad de un gobierno real descansa en los amigos, el tirano desconfía en sumo grado de sus amigos, por la permanente ansiedad y pensamiento de que ellos pueden acarrear su ruina, lo cual, la mayoría de las veces, todos desean.
Igualmente el tirano practica todo lo que puede encontrarse en la llamada democracia populista o extrema, que es el dominio de las mujeres en sus casas con el fin de denunciar a sus maridos, y por la misma razón la licencia de sus criados o esclavos (ibid:1313b); Aristóteles dicen que por lo general ni mujeres ni esclavos conspiran contra los tiranos y si se les ofrece beneficios por fuerza pasan a ser favorables a las tiranías y a las oclocracias (acordémonos lo dicho antes: el pueblo siempre quiere ser un monarca). El adulador será honrado: en las democracias por demagogo (por ser adulador del pueblo mediante dádivas populistas); en los tiranos, con los que tienen con ellos un lenguaje sumiso y de sometidos, los cuales son otros aduladores más. La conclusión de Aristóteles es que las tiranías, por lo general, son amigas de gente de malos procederes, pues los tiranos gozan de la adulación, cosa que no puede hacer nadie que tenga un espíritu libre, ya que los hombres de condición noble aman a sus gobernantes, y en caso contrario no los adulan (1314ª). Los malos son requeridos para ejecutar las malas obras pues, como dice el proverbio, un clavo saca a otro clavo (idem). Todo tirano tendrá aversión de cualquier espíritu elevado y libre, por reclamar el tirano la exclusividad de poseer esa condición; todo aquel que se le oponga a su dignidad de forma semejante o afirme su independencia, le arrebatará la tiranía su actitud que es vista como provocadora; el tirano pretende por siempre el mando absoluto, no quiere a nadie que pueda hacerle sombra. El tirano pasa sus días y hace sentar a su mesa a extranjeros antes que estar con sus conciudadanos, pues de esta forma evita cualquier posible rivalidad, y sabe que con los extranjeros no la tendrá.
En su mente siempre está perfilando una futura o imaginaria acción militar. Aristóteles acuña una frase que recuerda al cesarismo y al napoleonismo, nos dice Gomperz (2000:400), y es aquella que refiere que el tirano es instigador de guerra. Con lo cual interpretamos, junto a este pensador alemán, que se deben provocar o instigar cada vez que se pueda con el objeto de mantener ocupados a sus súbditos y hacerles imprescindibles un jefe.
Estos son los expedientes de toda tiranía para Aristóteles y sus preservativos para mantener el poder, sin faltar en ningún elemente el tinte de la maldad. Los tres fines que presupone como blanco a disparar por parte de toda tiranía son: primero, mantener debilitado en ánimo de sus súbditos, (suscitar miedo permanente; convertirlos en fracasados; mantenerlo en una pobreza pero en sobrevivencia; pues ningún pusilánime tiene el ánimo para conspirar contra él); segundo, hacerlos desconfiar entre sí, con ello la tiranía obtiene que no podrá ser destituida en la medida que no haya entre algunos confianza recíproca; condición por lo cual los hombres son hostiles a los hombres de bien, por mantener la creencia que serán nocivos a su poder e intereses, y no dejarían mandarse despóticamente sin perder ellos la lealtad a sí y a sus amigos, ni delatarán ni les gusta la delación. Tercera condición es mantener al conjunto de los ciudadanos en una permanente impotencia para la acción política: nadie se atreve con lo imposible, ni consiguientemente a derrocar la tiranía si no cuenta con la fuerza (ibid:1314ª). A estas tres condiciones permanentes en toda tiranía se encaminan todos los designios del tirano: mantener una desconfianza recíproca entre los súbditos, impotencia para la acción política y pusilanimidad. Estos son los modos por cómo se perpetúan los tiranos.
La ruina de todo reino es acercarse cada vez más a un ejercicio tiránico de gobierno; la salvación de una tiranía sería proceder contrario a ello, es decir, en semejar su gobierno a lo que Aristóteles llama gobierno real, así se reservará el tirano el poder necesario para mandar sobre sus conciudadanos, quiéranlo o no lo quieran, pues si deja su condición sería prácticamente renunciar a la tiranía y quizás el someterse al ostracismo, institución que recibieron muchos tiranos que no llegaron a ser ajusticiados por la cólera y la venganza de la mayoría. En el fondo se trataba de pasar de ser un tirano a actuar como un monarca. Para ello deberá de cuidar de los fondos públicos, controlando los gastos que resiente el pueblo, al ver que dispone del presupuesto de la nación de una manera irresponsable y sin efectividad de mejoras sociales reales; es cuando los dineros de la nación son regalados a naciones extranjeras, o en cortesanas y artistas. Este tirano convertido en rey deberá procurar rendir cuentas de los ingresos y egresos, de esta manera aparentará gobernar como un gobernante responsable y buen administrador antes que mero tirano, con lo que podrá gobernar sin temer por apuros económicos mientras sea el señor de la ciudad. Aristóteles da una observación pertinente al caso:
“Para los tiranos que tienen que salir de la ciudad en campaña, es incluso más conveniente esta situación que no dejar repleto el tesoro, porque así estarán menos tentados de hacerse del poder los que se quedan de guardia; ahora bien, para los tiranos que tienen que ausentarse son más de temer los que se quedan a cargo de la ciudad que no aquellos otros que los acompañan en la expedición”, (ibid:1314b).
Aristóteles prácticamente es el observador de cómo se constituye la política en representación teatral, al terminar siendo siempre una permanente puesta en escena, un aparentar, una representación, un actuar un guión establecido pues comprende que el tirano (como el Príncipe de Maquiavelo), deberá, con su máscara de benemérito popular, siempre aparentar más que ser. El tirano es un especialista en la pantomima y en la gesticulación; la política es, vista así, un acto teatral que termina siendo sólo un ejercicio por mantenerse aferrado al mando y al poder por medio de un ejercicio permanente de injusticia, en tanto fin pertinente y único para él. Es de esta forma que todo lo que haga un gobierno, podríamos concluir, es sostener las apariencias de que está haciendo y promocionando un bien común, gracias a su establecimiento y su defensa gracias a la propaganda. Uno de los ejemplo clásicos de ello, dados por Aristóteles, es la justificación de la recaudación de los impuestos, para lo cual requiere de los servicios públicos en interés de la administración, recaudación que a la final solo hará servirse la mayoría de los gobiernos de tales fondos cuando lo crea conveniente, como por ejemplo, en una emergencia militar, para lo cual aparentará conducirse, en el caso de un tirano, como el guardián e intendente de tales dineros como si fuesen para uso de la cosa pública y no para los fines privados de su persona, que es su real uso. Para este caso lo veremos aparecer públicamente no con aire de soberbio o displicente ante los que tienen que verlo; deberá procurar no inspirarles temor sino reverencia y gratitud y construirse una imagen de salvador público. Por ello debe separarse de toda actitud que pueda proyectarlo como una persona despreciable; Aristóteles, antes que Maquiavelo, recomendó el arte de las apariencias para seguir en el poder: si bien no es virtuoso, actuar como si lo fuese; si es un enfermo, como si fuera eterno y saludable y estuviera a punto de ir a unas olimpiadas electorales; si bien nunca ha ganado una guerra o a estado en una confrontación militar real, como mínimo, cultivar el falso valor militar y lograr fama al respecto. En esta nueva fase de la tiranía es recomendable evitar los insultos, respectar las mujeres de los demás, porque muchas tiranías han perecido por la insolencia de las mujeres. En relación a los placeres corporales se recomienda hacer lo contrario de lo que generalmente hacen los tiranos, los cuales están entregados todo el tiempo y sin interrupción a los placeres sensuales y sexuales; no permitiendo que algunos hagan uso de ello y lo conviertan en un espectáculo para los demás. Bajo este cristal de las apariencias puritanas será, de esta forma, admirado como un individuo feliz y bienaventurado.
Esta fase de construir la apariencia del tirano reconciliado con cierta bondad y gobierno real para con los demás, deberá presentarlo como un ser que practica la moderación y, en caso contrario, evitar mostrarse de forma desmesurada ante el público; es preferible la imagen de un tirano sobrio y vigilante que la de uno borracho y soñoliento, el cual será más atacado y despreciado. Esta situación se desprende de todas las viejas máximas aconsejadas por las tiranías antiguas. Se aconseja embellecer y cuidar la ciudad como si fuese su mayordomo y no su tirano. Cosa que viven haciendo para mostrar su falso amor por la ciudad.
Respecto a la religión y sus cultos el tirano también deberá seguir un guión previsto y pre-escrito. Muéstrate religioso aunque no lo seas, como dirá Maquiavelo, acatando la lección aristotélica. Deberá aparentar ser diligente con los servicios a los dioses, con lo que mostrara cierta convicción a los hombres en general y se verán con menos osadía a sufrir un tratamiento ilegal por parte de un hombre que profesa tal condición. Pero no puede hacer que su religiosidad lo haga caer en lo ridículo. Debe saber que para mejorar su imagen deberá honrar a los hombres ilustres (sobre todo del pasado), de tal manera que pueda parecerles que son así reverenciados por un gobierno de ciudadanos libres. Se recomienda que nunca se vea administrando directamente la justicia sino que deje esas labores a sus magistrados y a los tribunales; aunque tome las decisiones de antemano en determinados casos. También no engrandecer a un ciudadano en particular si no hacerlos, en caso necesario, con varios, con el fin de que se observen mutuamente y compitan por el amor del tirano. También privar alguno de los confiables del poder pero haciéndolo gradualmente, para sacarlo sin darse cuenta del escenario político, y no despertar malestar al quitárselo de una sola vez. Igualmente deberá abstenerse de toda insolencia; entre las más a tener en cuenta está en no infligir directamente a sus súbditos un daño corporal y de abusar de la juventud. Pues aquellos que reverencian su honor se molestan como aquellos que ambicionan riqueza. De ahí que el tirano debe inhibirse de tales actos y, al menos en apariencia, imponer castigos con ánimo paternal y no por menosprecio y soberbia. Respecto a individuos que quieran cometer un magnicidio deberá temer y tener mayor vigilancia a los que no tienen temor de sacrificar su vida si pueden destruir la de él. Aristóteles les recomienda tener cuidado de aquellos que puedan sentirse ultrajados, porque los que actúan al servicio de la ira no toman en cuenta a sí mismos; Heráclito dijo que es difícil luchar contra la ira porque el hombre compra la venganza con su vida.
Respecto a las clases que componen a la ciudad deberá hacer sentir que las defiende una respecto a la otra, que a su gobierno les debe su protección pues sean ricos o pobres harán la coalición más poderosa contra cualquier atacante; el tirano debe aprender a representarse no como tirano sino como un padre de familia y rey; no como quien viene a despojarlos de lo suyo, sino como un mayordomo de lo ajeno; perseguir en su vida la moderación y no el exceso; entrar a la sociedad de los hombres eminentes y captarse a la multitud como lo haría un demagogo (1315b). El tirano, al convertirse en monarca (situación que Aristóteles recomienda), procura ganar a los grandes mediante la afabilidad y a la multitud por una política de previsión social (Gomperz, 2000:402).
Sin embargo, a pesar de todos los cuidos que tienen que observar para su perpetuación la tiranía y, al igual, todas las concesiones que tiene que hacer la oligarquía, son las dos formas menos duraderas de gobierno. Según el estagirita la duración de las tiranías variaron según los casos. Duraban más o menos según cómo trataban o no con moderación a sus súbditos y en muchas situaciones se atenían a las leyes (por ejemplo, Clístenes fue respetado por su habilidad militar); se ganaron la voluntad del pueblo por el cuidado que tuvieron de él. De igual forma nos habla de Pisistrato, quien en cierta ocasión, habiendo sido emplazado por el Aerópago (la asamblea), se sometió a su jurisdicción. Una de las tiranías de mayor duración en la Grecia antigua fue la de los Cipsélidas en Corinto, que duró setenta y tres años y seis meses; Cipsélo ejerció la tiranía por treinta años, Periantro por cuarenta y cuatro y Psamético, hijo de Gordio, por tres. La causa de su duración fueron las mismas que las de Ortágoras. Cipsélo, siendo un hombre popular, no se rodeó de una guardia personal; Periandro, aún por ser tirano, tuvo prestigio militar.
Otra tiranía de larga duración fue la de los Pisistratidas en Atenas, aunque no de manera continua, pues dos veces sufrió Pisistrato el ostracismo, siendo desterrado mientras fue tirano; en treinta y tres años ejerció la tiranía durante diecisiete años, y sus hijos por dieciocho, con lo cual suman treinta y cinco años.
Otras tiranías serían las de Hieron y Gelón en Siracusa, esta última duro dieciocho años; Gelón fue tirano por siete años y murió al octavo; Hieron lo fue por diez y Trasíbulo fue derrocado a los siete meses.
De esta manera podemos observar cómo Aristóteles ya dio ciertas recomendaciones o un manual de uso a todo ejercicio infructuoso del poder tiránico. Mostrándonos cómo pueden permanecer y por qué pueden ser derribadas a través de la más insospechada causa. El ejercicio del poder se sostiene por las apariencias, por el teatro de sombras que recae en el espectador público que conforma a toda ciudadanía.
7.- El tirano en Constitución de Atenas
Sabemos que en distintos textos (Ética a Nicómaco, Política) encontramos una preocupación de este autor por presentar y reflexionar acerca de lo qué es lo que conserva y desarrolla a un estado, advirtiéndonos que para ello hay que detenerse en el estudio de los sistemas constitucionales vigentes o pretéritos. Ello da a su concepción una visión que podemos catalogar de realismo constitucional. En esta obra Constitución de Atenas, encontramos una historia política de Atenas (hasta el capítulo 41), los diversos regímenes y situaciones por las que pasó dicha ciudad, y un estudio de las motivaciones que la condujeron a tal situación. Luego nos da una interpretación personal de la Constitución de Atenas en su presente vivido (capítulos 42 al 69; del 42 al 62 tratan sobre las magistraturas vigentes, sus funciones y cómo eran elegidas; del 63 al 69 hablan sobre el complicado sistema judicial).
Dentro de esta obra nos interesó en particular el cap. 14, por referirse al controvertido tirano Pisistrato. Según lo referido por Aristóteles fue uno de los más demócratas de los dirigentes de su momento, además de haber sido un guerrero distinguido contra los megarenses. Asciendo al poder por medio de la demagogia, convenciendo al pueblo de cómo había sufrió peligro contra su vida por parte de los miembros del partido contrario del que participaba; convence al pueblo, por la necesidad para la defensa de su vida de cualquier ataque inesperado contra su persona, de serle otorgado una guardia personal. Para ello se valió de un decreto que fue redactado por Ariston. Y así tomo a un grupo de hombres que los llamaron maceros (derivando su nombre de mazo, objeto con el qué golpear a otro), y apoyándose en ellos se levantó contra el mismo pueblo, apoderándose de la metrópolis.
De los que se opusieron a donarle una guardia personal a Pisistrato fue Solón, quien era considerado el más prudente, valiente y sabio de los atenienses. La mayoría fue ingenua (como es la más de las veces) y no vio que con esa maniobra lo que se aspiraba, por distintos motivos pasados, a establecer una tiranía. Solón lo comprendió desde un primer momento y lo manifestó valientemente y los demás se callaron. Su discurso no convenció; no satisfecho por la aptitud de la mayoría, por ello colgó sus armas a la entrada de su casa, advirtiendo que ellas habían ayudado a la patria en la medida de lo posible (estando, para ese tiempo, ya en vejez), y consideraba digno que los demás hicieren lo mismo. Pero sus exhortaciones no valieron para nada. Pisistrato usurpó el poder pero terminó, según opinión de Aristóteles, sin embargo gobernando los intereses comunes de forma constitucional más que de manera tiránica. Los partidarios de los partidos contrarios, de Megacles y Licurgo, al llevar acuerdos, lo expulsaron al sexto año de su primera instalación en el poder.
Pasaron 12 años hasta que las desavenencias de Megacles cesaran y envió un mensaje a Pisistrato para que se casara con su hija. Regresó a Atenas por una vía tradicional y sencilla, transmitiendo el rumor de que Atenas traía al político, y habiendo encontrado una mujer de gran presencia y hermosa, según dice Heródoto (I, 60), procedente del demos de los peanios o bien, como dicen otro, del demos de Kollytos…entró Pisistrato sobre el carro, con la mujer caminando a su lado, mientras los que estaban en la ciudad le recibían con admiración, inclinándose reverentemente (Constitución, cap.14).
Esto es lo relatado de ese primer regreso. Gobernó por siete años más y volvió a caer por segunda vez. Al no quererse unirse en matrimonio con la hija de Megacles, y sintiendo temor por los dos partidos, se marchó. Pasa un tiempo en los alrededores del Pangeo y adquiere fortuna y soldados. Marcha a Eritrea, y comenzó a concentrar fuerzas militares con miras a recuperar de nuevo el poder. Sólo después de vencer en la batalla de Pallénide (al lado del templo a Atenea Pallénide, entre Atenas y Maratón), y desarmar al pueblo, retiene el poder y está consciente ya con toda seguridad de poder ejercer la tiranía, advirtiendo que se encargaría de cuidar todas las cosas comunes de la ciudad.
Aristóteles informa que Pisistrato gobernó comedidamente los asuntos de la ciudad, haciendo un ejercicio político más aferrado a un sentido constitucional que tiránico. Porque, entre otras cosas, era amante de los hombres, suave y comprensivo con los que había faltado y prestó dinero a los pobres para sus trabajos, de manera que pudieran sostenerse labrando la tierra (idem, cap.16). Obró así por dos causas: primero, para evitar el ocio en la ciudad y no vivieran dispersos en el campo; segundo; gozando de sus ocupaciones y al estar atentas a ellas no se verían en necesidad de cuidar de las cosas de interés común (de los asuntos políticos), ni le quedaría tiempo para pensar y preocuparse de ello. También presentaba un interés económico, pues de esta manera Pisistrato acrecentó sus rentas gracias al cultivo de la tierra, ya que por ello cobraba la décima parte de todo lo que se producía. Estas labores eran supervisadas por los jueces o los encargados de cada tribu; estos tenían la función de cobrar y deshacer las desavenencias y diferencias que pudieran haber surgidos entre los agricultores. El mismo Pisistrato, de tanto en tanto, iba también a visitar cómo estaban los cultivos. En una de sus salidas se cuenta que ocurrió una situación particular con un labrador del Himeneto, lugar que luego se llamó paraje inmune. Al ver a un hombre que labraba y trabajaba la tierra en un espacio que era complemente un pedregal se sorprendió. Envió un esclavo a preguntar por qué cavaba en ese sitio que era totalmente no apto para el cultivo y el labrador, con plena sinceridad y despreocupadamente respondió: cuantos males y dolores hay es lo que aquí se cosecha, y de todos los males y dolores Pisitrato deberá cobrar el diezmo. Al responder de esta manera Pisisitrato, satisfecho por la liberalidad de palabra del hombre y por el amor que mostraba a su trabajo le eximió de todos los tributos (idem).
Aristóteles no escatima en hablarnos de las buenas formas que asumió este tirano en su ejercicio del poder. Y por ello nos relata que no molestaba a la mayoría del pueblo con su autoridad sino que procuró paz y tranquilidad. Ello dio pie para que surgiera la opinión que el gobierno de Pisistrato era un regreso a la edad de oro, a la Edad de Cronos (expresión popular griega). Al sucederle sus hijos el carácter del gobierno cambió, y fue un periodo duro. El gobierno del padre de los pisistratidas presentó acciones democráticas y de generosidad con el pueblo. Persiguió que se mantuviera el orden a través de las leyes, sin tomar ninguna ventaja o privilegio para él mismo. En un momento en que fue acusado de haber cometido un asesinato ante el Areópago acudió el mismo ante el tribunal para su defensa y el acusador, temeroso, abandonó la causa. Como hemos visto, duró mucho tiempo en el poder, a pesar de haber intercalado tiempos que tuvo que separarse del gobierno que, sin embargo, siempre lo recuperó fácilmente. Fue un gobernante querido tanto por los nobles como por el pueblo; se negaba a todos, a unos con su trato y su palabra, a otros por prestar ayuda efectiva a particulares, además de tener buen trato con ambos.
Aristóteles nos advierte que:
“…en aquellos tiempos, entre los atenienses, las leyes que se referían a los tiranos eran muy suaves, pero de manera especial lo era la que tenía por objeto la imposición misma de la tiranía. Esta es, en efecto, la siguiente ley: “Ley y traición de Atenas es esto: si alguno se levanta como los tiranos o alguno impone la tiranía sea privado de derecho él y su linaje” (idem).
Este dictamen llevó a la privación de sus derechos de ciudadano, propio del siglo IV a.C, pero en el siglo VI a.C significaba estar fuera de la ley.
Finalmente podemos decir que Pisitrato gobernó por diecinueve años, sufriendo en otros el destierro. Amigo de Solón, general en la guerra de Salamina contra Megara, legó el poder a sus hijos que, según Aristóteles, llevaron los asuntos de la misma manera. Sus hijos, Hipias e Hiparco, eran de su mujer legítima; otros dos, Iofón y Hegesistrato, de una mujer argiva (extranjera).
Hipias asumió el poder por sus cualidades políticas. Hiparco de carácter infantil y ligero, enamoradizo, amante de las musas tuvo trato con poetas (Anacreonte, Simónides, entre otros). En una conspiración motivada por lances amorosos no correspondidos y por la muerte de Hiparco, la tiranía de Hipias tomó un camino de dureza, matando y desterrando a muchos, quedando una desconfianza permanente. Al tiempo sería atacado por Cliomenes, rey de Esparta, quien encerró y sitio a Hipias dentro del llamado Muro Pelásgico, tomando a Atenas, apresando a los pisistratidas, quienes se vieron abandonando el país, luego de haber detentado la tiranía por diecisiete años después de la muerte de su padre.
Esta referencia a la dinastía de los pisistratidas nos parece importante porque nos muestran el carácter ambiguo que pudo presentar un tirano dentro del mundo de la Atenas antigua. Los tiranos podrán ser, a la vez, temidos y reverenciados, odiados o amados; el pueblo los aceptará como también podrá rechazarlos. Serán adorados o sufrirán ostracismo. En una ciudad donde aún no se tiene una verdadera democracia (que vivía sus ciudadanos gracias al trabajo de extranjeros y esclavos que no participaban de lo público de forma reconocida), los tiranos se harán como puedan del poder y por el ejercicio de la fuerza y de la apariencia permanecerán en el gobierno.
Conclusiones
"No me importan los montes de oro de Giges
jamás me dominó la ambición y no anhelo
el poder de los dioses.
No codicio una gran tiranía.
Lejos está tal cosa, desde luego, de mis ojos."
Arquíloco de Paros, ca. 650 a.C.
jamás me dominó la ambición y no anhelo
el poder de los dioses.
No codicio una gran tiranía.
Lejos está tal cosa, desde luego, de mis ojos."
Arquíloco de Paros, ca. 650 a.C.
"Al hacerse más poderosa Grecia y acumular riquezas en mayor medida que antes,
con frecuencia se implantaron las tiranías en las ciudades al aumentar los recursos (...)
y Grecia se aprestó a equipar flotas en tanto que se ocupaba más del mar".
Tucídides, I, 13, 1
Tucídides, I, 13, 1
Luego de este itinerario sobre el tirano y la política en Aristóteles, a través de las obras Ética a Nicómaco, Política y Constitución de Atenas podemos dar ciertas conclusiones planteadas por este pensador que fue un ilustre testigo de las transformaciones de toda la cultura helénica antigua.
La política es tomada como una ciencia práctica, que considera la conducta de los seres humanos, presentándonos lo que llamó como filosofía de las cosas del hombre: disciplina que se encarga de comprender la actividad moral de los hombres considerados, a la vez, como individuos o como ciudadanos. Este saber práctico, que incluye a la política, es una teoría del Estado. En ella está reflejada la concepción de Aristóteles sobre la tiranía, que es nuestro tema en cuestión. Su postura política se le ha llamado de realista, pero habría que agregarle de ético: realismo ético; sin embargo no era tan realista, ya que su teoría política devendrá extemporánea a su época, con la crisis de la polis y el avance conquistador de Alejandro hacia Oriente.
Unifica el fin del Estado con el fin ético del individuo, siendo el mejor estado aquel asegura a sus ciudadanos la mejor vida (aristos bios). Considerar que la vida mejor del Estado y del individuo es una y la misma, pero esto no significa para este filósofo que las cosas vayan bien en el Estado si todos se alimentan bien y se sienten a gusto, sino que el valor espiritual y ético del Estado está basado en la calidad moral de los ciudadanos. Su fuente última es el alma estimativa del individuo. Por ello, el mejor Estado es aquel que, a través de la educación, inculca la virtud a sus ciudadanos y, por ende, requiere que sus gobernantes sean virtuosos; deberán poseer inteligencia mesurada, educación y sentido de perfección, elementos propios de todo espíritu que convoca en él la virtud y la prudencia. El mejor gobierno será el que está compuesto por los mejores de la ciudad, en la medida que su práctica contribuya a consolidar el bien de la ciudad; administrar lo público con vistas al interés común. La política debe expresarse a través de este pharmacón político-pedagógico-ético.
La política debe enseñar el sentido de la vida social, en la cual no se debe aceptar vivir de cualquier modo o como le ordenen, sino en buscar la mayor perfección el ciudadano dentro del conjunto, el cual no debe tratar sólo vivir por vivir sino de vivir bien. Vivir bien debe ser la condición y finalidad ética a la que deba tender el conjunto y gobierno de la ciudad (polis) en la que habitamos; el vivir feliz y virtuoso estará emparentado con ese buen vivir. Igualmente comprende que ha determinado sistema político, determinada condición del hombre ético; ética y sistema político conforman el carácter moral del individuo social. Y como el hombre es por naturaleza un animal político (ántropos fusei politikón zóon) debe unirse a los otros por la utilidad común (koinon sunpheron sumágei), en la medida que cada uno constituye una de las partes del bienestar común, el cual es el fin principal de todo conjunto social.
Continuando en este tono, Aristóteles advierte de cómo es determinante para la política la situación de la convivencia con la virtud. Ella es fundamental tanto para los gobernados como para los gobernantes, y es determinante para el destino de la ciudad, pues todos los regímenes que buscan una utilidad o bien común (koinon sumpéron) son rectos desde el punto de vista de la justicia constituida, en cambio los regímenes que sólo tienen en cuenta el bien personal de los gobernantes son defectuosos, son regímenes desviados que terminan siendo regidos por elementos despóticos, impidiendo el constituirse la ciudad como una comunidad de hombres libres. La justicia establece orden y armonía en la comunidad, no represión y violencia entre las distintas partes del conjunto social. En una ciudad libre la justicia deberá producir la igualdad ante la ley (isonomía); aunque será una igualdad no para todos los hombres, sino para los iguales, asintiendo Aristóteles que cierta desigualdad (ante los esclavos y los extranjeros) será algo justo; situación que no vendría a ser vista en la posteridad como algo justo en sí mismo, sino de problemática para el mismo orden político republicano. Como afirma Ross (1957:353), al hablar de esta situación discriminatoria que impide participar a todos los integrantes de la ciudad de manera equitativa y sin tomar en cuenta ni la cultura ni la educación de estos otros habitantes de la ciudad, deja el Estado sin emancipar a la gran masa de la población, poniendo en peligro la estabilidad del Estado. Este aspecto discriminatorio llevó (y lleva aún en la actualidad), muchas veces a la revolución popular y colocar un tirano en el timón del poder. Esta exclusión de gran parte de la población no será sólo respecto a pertenecer como cualidad de miembro de la ecclesia (asamblea) y de los jurados sino que se extendía también a los habitantes de las colonias y a las ciudades sometidas.
Su visión de la situación de la ciudad antigua apuesta, como hemos dicho antes, de que la ciudad esté dirigida en función de la virtud de los individuos, la cual representará lo propio de una polis constituida por hombres libres. En cambio los individuos que piden ser mandados por otro para aspirar a la felicidad, como los que defienden su vida en función de un líder, un caudillo o un tirano, manifestarán que la ciudad es feliz al ser comandados los más por uno solo. Esta es la divergencia entre la desviación o no de ejercicio de la justicia republicano.
Como notamos los hombres libres del mundo político aristotélico están constituidos por tres clases de individuos: los guerreros, los sacerdotes y los magistrados o funcionarios. Estos son los ciudadanos; el resto de los habitantes de la polis, los artesanos, campesinos, obreros, no participan de la ciudad, son los productores de bienes materiales; solo los ciudadanos participan de la producción de la virtud (Pol., VII, 1329ª). Los productores de bienes materiales están subordinados a los productores de bienes morales o los productores de virtudes prácticas, los que participan de la construcción legal de las leyes de la ciudad, que son también por los productores de bienes intelectuales, es decir, aquellos que producen conocimientos mediante el ejercicio de la especulación y la sabiduría. Se nos muestra que los hombres libres requieren una base material para llevar a cabo el plan y fin aristotélico de la felicidad virtuosa. Al final, los ciudadanos deberían dedicarse a la filosofía, a la vida contemplativa e intelectual; para ello requieren de ocio y tiempo libre y así consagrarse al estudio e investigación teórica. Todo esto está excluido para las mujeres, los esclavos, los artesanos y los campesinos, los cuales deben ser mandados, unos de manera tiránica: los esclavos y los hijos; otros democráticamente: las mujeres esposas; y los campesinos y artesanos en función de la dependencia que establecen con esos hombres libres. Esto hace que el ciudadano sea aquel individuo que tiene derecho a participar en el poder deliberativo o judicial de la ciudad; y se puede llamar ciudad, en forma general, al cuerpo de ciudadanos capaz de llevar una existencia autosuficiente.
El estado tendrá su identidad en conjunción a su constitución. La identidad de Estado no depende de la condición de los ciudadanos dentro de determinado régimen sino del espíritu y de la forma de gobierno expresada en su carta magna (con las revoluciones la identidad de un Estado se extingue). El origen de la identidad del Estado no se debe a su lugar geográfico o a la raza de sus habitantes sino que su condición y esencia es cambiante en función de la composición y fines por los cuales se establecen sus leyes (normas o tabúes) o de la naturaleza del ejercicio del poder. Sin embargo Aristóteles reitera que el gobierno por leyes escritas no es el mejor de forma absoluta (ibid:1286a/15); el mejor sería, como sabemos, el del monarca que sobresale por encima en virtud en relación al resto.
Considera a la politeía (la república), régimen que es mezcla de meritocracia y democracia, como el más real y accesible a los griegos de su época. Un gobierno constituido por una fuerte clase media no es fácil de desviarse o bien a una oligarquía o a una democracia popular, e impide transformarse el gobierno fácilmente en tiranía. Cuando un Estado no tiene una clase media poderosa y amplia, fácilmente se cae en la peor demagogia o en la envilecida oligarquía. Ello pareciera conducirlo a una preferencia aristotélica encaminada a apoyar a los regímenes intermedios, propios de hombres libres e iguales, apoyado en esa clase media fuerte, la cual equilibra a los extremos entre los muy ricos y los muy pobres. El justo medio es lo mejor, tanto en moral como en política. Afirma que la democracia debe ser construida sobre la base de la activa clase media, lo cual será causa de construir un régimen de mayor duración que cualquier otro. Cuando falta la clase media en la democracia los pobres adquieren el poder del número, sobrevive la arbitrariedad y adversidad y pronto las democracias llegan a su fin. La clase media fuerte y numerosa, poseedora de cierto patrimonio en un estado, es la condición ciudadana que determina el freno a la tiranía, la cual es un recurso también extremo para terciar entre las clases extremas. La tiranía surge por carencia de una estable, educada, organizada, numerosa y ductora clase media dentro de la sociedad. En la democracia desviada, o en las oligarquías, encuentra el germen para la aparición del tirano. Entre la arrogancia y la debilidad, entre el despotismo y el servilismo, en la ciudad de dos clases: esclavos y señores, son el suelo en que pisa la bota del tirano y afianza su poder.
Al hablar de las distintas formas de gobierno en la antigüedad y detenerse en el sistema de la monarquía, nos encontramos que en ella puede decantar, al ser el gobierno de uno sólo, hacia diferentes formas de tiranía. Algunas, propio de pueblos bárbaros, siendo el poder hereditario, puede volverse en despótico y tiránico. Pero también estará la tiranía electiva (la aesymnetia), propia de los antiguos pueblos griegos. Podemos concluir, con las palabras de Russell que 1973:173) que la diferencia entre monarquía y la tiranía es sobre todo únicamente ética. Los gobiernos monárquicos se desviaron la más de las veces en tiranías. Sea un monarca por ley o fuera de la ley, lo que si distingue a esta situación es cómo y para qué fines se constituye la fuerza militar que estará en torno al gobierno. Si en tener junto a sí una fuerza armada cuyo fin es sólo asegurar la supervivencia del tirano-monarca o, en otro sentido, un cuerpo de orden público que se distinguiría por la observancia y desempeño de las leyes democráticas.
Otro tipo de monarquía tiránica es la presente en ciertos gobiernos bárbaros, pero que se distinguen de la tiranía radical porque gobiernan en función de la ley heredada. Las monarquías terminan siendo tiránicas por la condición manumisa de sus súbditos. También se diferencian de la guardia; si proviene de los ciudadanos son los mismos habitantes que guardan al rey por la consideración que le tienen; en cambio los tiranos, que desconfían permanente de todos sus allegados, contratan a mercenarios; los monarcas que gobiernan de acuerdo a la ley y con la voluntad de sus súbditos reclutan a sus guardias entre sus ciudadanos; aquellos que lo hacen en contra de la voluntad del pueblo están llevados a pagar por la preservación de su vida a elementos extranjeros a la ciudad.
Las monarquías que se conocen como dictaduras, las cuales son tiranías electivas, se atiene a las leyes hereditarias pero no son hereditarias, que es una condición de las monarquías comunes. Por ser dictaduras electivas y no de carácter hereditario, esgrimieron el poder algunas veces de forma vitalicia y otras por un corto tiempo.
La distinción que hace entre el régimen monárquico y la tiranía, como ya dijimos, está en que si bien ambos son un ejercicio de poder singular, en la monarquía se sustentaba en una base legal y con el consentimiento de los súbditos; en cambio la tiranía era un gobierno despótico y al arbitrio de quienes lo detentaban. Una tercera que fue el arquetipo de la tiranía más extensiva en el tiempo (habrá que llegar Occidente a la modernidad para diluirla en los gobiernos constitucionales), la cual corresponde a lo conocido como monarquía absoluta, y que fue el ejercicio del poder singular, llevó una manera irresponsable a gobernar a sus iguales o superiores, con la mira de su propio interés y no de los gobernados.
Sabemos, sin embargo, que para Aristóteles el gobierno ideal sería la monarquía basada en un hombre perfecto, que supere en excelencia a todos los otros tomados no sólo individualmente sino en conjunto, pero tales hombres son raros o no se encuentran jamás. Si ello surgiera en una democracia, al no poder absolverlos, sería condenado al ostracismo. Aristóteles se inclinó por este tipo de gobierno por ser más fácil encontrar la virtud en uno que en muchos, el cual vendría a ser una especie de dios entre los hombres. Tal ideal es inalcanzable.
Por otra parte comprendemos que la distinción entre un buen gobernante y un tirano es una distinción ética, y que se establece y constituye la personalidad del gobernante al definirse ante la virtud; y la virtud primordial y determinante del gobernante es la práctica de la prudencia, que está por encima de las demás virtudes; el resto de ellas deben ser asumidas tanto por los gobernantes como para los gobernados (la virtud del gobernado no es la prudencia sino aquella que lo lleve a manifestar siempre la opinión verdadera, la honestidad). El tirano hará trizas cualquier indicio de prudencia o no la tendrá en cuenta en su ejercicio personal del poder. La guardia del tirano estará formada por extranjeros y mercenarios; la del rey la forman ciudadanos de su Estado.
También observamos que se nos señala que todo buen gobierno puede decantar en un mal gobierno o en una forma desviada de gobernar. Así, a cada uno de los tipos de gobiernos les corresponde una forma de gobierno desgenerada o viciosa. En la monarquía al abusar de su poder se convierte rápidamente en tiranía, a la que considera, como Platón e Isócrates y Jenofontes, como el peor de todos los gobiernos: Los primeros (los monarcas), tienen una guardia de ciudadanos. Los otros (los tiranos), una guardia contra los ciudadanos (Pol., 1285ª). El gobierno aristocrático degenera en una oligarquía (de ser los mejores en aceptar sólo a los que poseen riqueza); y el democrático en una demagogia (oclocracia o los que no poseen nada y saquean al estado en cualquier oportunidad dada para sus intereses individuales). Es lo que sucede cuando los gobernantes anteponen sus intereses particulares al bien común de la ciudad. Podemos advertir que bajo esos regímenes desviados la igualdad y la desigualdad son juzgadas como totales y no parciales. La desigualdad la encontramos en la oligarquía, donde éstos son desiguales o superiores en un punto: respecto a la propiedad y a la riqueza; los oligarcas opinan ser superiores y, por ende, desiguales respecto a los otros por tener estos menos. La democracia hace a todos los hombres iguales en un punto: en que han nacido libres y por ello se imaginan ser absolutamente iguales.
En el caso del tirano éste no se establece nunca por su virtud sino que se distingue por el uso de la fuerza y el fraude, la arbitrariedad personal en la distribución de los cargos públicos entre sus acólitos o serviles; no hay ningún recurso de justicia e isonomía. Y se distingue de la postura platónica respecto a la tiranía pues esta no surge de la democracia únicamente, sino que puede evolucionar tanto de la monarquía como de la oligarquía igualmente. Pero no deja de afirmar que la tiranía es la peor forma de gobierno respecto a todas las otras (1289b), ya que es la que más se aleja de un gobierno constitucional.
Sus reflexiones son justas respecto a la relación causal que se establece entre la mayoría y el tirano, al advertir que el poder de la multitud siempre fue capaz de apoyar los proyectos de un usurpador antes de hallarse en condiciones de defender por sí misma sus propios intereses, (Gomperz, 2000:373). Y bien se sabe que las tiranías originadas por la inconformidad oligárquica o democrática buscan mantenerse por muchos años en el poder; no creen en la alteridad democrática para nada.
Cuando la multitud ejerce el gobierno este se precipita en cuatro características que el estagirita apoya pero también se distancia: 1ro. considera que una mayoría puede ser mejor que un pequeño número, con lo cual se puede asignar ciertas funciones colectivas a la multitud, sin tener que asignar a las funciones ejecutivas a individuos pertenecientes a las clases menos educadas. 2do. puede efectuar una inestabilidad al Estado cuando se excluye a la multitud, en forma permanente, de las funciones públicas, pues produce un descontento general. 3ro. es aconsejable que el pueblo elija y se le enseñe y habitúe a reelegir o destituir a sus dirigentes si estos no cumplen con lo acordado en relación al cargo en función de lo que beneficia o se padece por su autoridad al conjunto. 4to. los individuos pueden ser dominados por la pasión; Aristóteles piensa que un colectivo tiene menos probabilidades de ceder a una; pero no refiere que los muchos pueden ser arrastrados por sus dirigentes a pasiones destructivas o al beneficio personal de su dirigente o líder, como es el caso de los tiranos. La única conclusión que admite es que muchos hombres de virtud igual tienen menos probabilidades de cometer una falta que un solo hombre de virtud igual a la de ellos (Ross, 1957:363).
La idea de igualdad no es determinante para una mejor justicia social. Ella es menos importante que la medida justa de la propiedad. Por el deseo de lo superfluo material es que se comenten los mayores crímenes. La mejor condición para una ciudad consiste en que sus miembros posean un patrimonio moderado y suficiente, ya que en donde unos posean en demasía y otros nada, vendrá o la democracia extrema o la oligarquía pura, o bien aún, como reacción contra ambos excesos, la tiranía.
El caso es que los demagogos, con la mira de alagar al pueblo, al impulsar la revolución agravian a las clases superiores, con lo que promueven su unión, bien sea repartiendo o invadiendo sus propiedades o reduciendo sus ingresos por la imposición de servicios e impuestos públicos; también por causa de difamación ante los tribunales para con ello confiscar sus bienes. Cuando el demagogo, en la antigüedad, era militar se transformaba en tirano, en la mayoría de los casos las tiranías surgieron a causa de los demagogos.
En un pueblo de campesinos los demagogos con aptitudes militares vendrían a tener la aspiración de tiranos; para ello se ganaban la confianza del pueblo, siendo la base de esta actitud la enemistad y la pugnacidad, la humillación y el maldecir contra los ricos.
En la mente del tirano siempre está perfilando una futura o imaginaria acción militar. Aristóteles acuña una frase que recuerda al cesarismo y al napoleonismo, nos dice Gomperz (2000:400), y es aquella que refiere que el tirano es instigador de guerra. Con lo cual interpretamos, junto a este pensador alemán, que se deben provocar o instigar cada vez que se pueda con el objeto de mantener ocupados a sus súbditos y hacerles imprescindibles un jefe. Pero también advierte que los tres fines que presupone como blanco a disparar por parte de toda tiranía son: primero, mantener debilitado en ánimo de sus súbditos, (suscitar miedo permanente; convertirlos en fracasados; mantenerlo en una pobreza pero en sobrevivencia; pues ningún pusilánime tiene el ánimo para conspirar contra él); segundo, hacerlos desconfiar entre sí, con ello la tiranía obtiene que no podrá ser destituida en la medida que no haya entre algunos confianza recíproca; condición por lo cual los hombres son hostiles a los hombres de bien, por mantener la creencia que serán nocivos a su poder e intereses, y no dejarían mandarse despóticamente sin perder ellos la lealtad a sí y a sus amigos, ni delatarán ni les gusta la delación. Tercera condición es mantener al conjunto de los ciudadanos en una permanente impotencia para la acción política: nadie se atreve con lo imposible, ni consiguientemente a derrocar la tiranía si no cuenta con la fuerza (ibid:1314ª). A estas tres condiciones permanentes en toda tiranía se encaminan todos los designios del tirano: mantener una desconfianza recíproca entre los súbditos, impotencia para la acción política y pusilanimidad. Estos son los modos por cómo se perpetúan los tiranos.
El régimen democrático, en su sentido vicioso, se desvía de un gobierno de hombres libres y virtuosos, y vendrá a ser el gobernante demagogo, que tendrá mucha similitud –y pre-avisa- al tirano de turno. Es la democracia popular o demagógica el gobierno que destruye al retirar las leyes y gobernar por medio de decretos. En ella el servicio en la asamblea es pagado: se compran votos y consciencias; es propio de un pueblo dominado por demagogos, los cuales harán que los ricos sean perseguidos, la autoridad de los jueces sea corrupta y vendida al mejor postor, y la clase baja vendrán a ser los amos descontrolados y brutalmente dirigidos. Se establece una diferencia esta democracia con la tiranía por tener en ella establecida todavía una especie de constitución. La democracia puede ir, de esta manera, de ser una forma moderada de gobierno a una extrema de injusticia y arbitrariedad. Aristóteles concluye con que no hay república (politeia) donde las leyes no prevalecen o gobiernan. En una república la ley debe tener calidad de suprema y los magistrados, independientemente de influencias terceras, juzgar los casos particulares; la ley es, por tanto, reducida a ser razón sin apetito (ibid:1287ª/30), y por tanto imparcial. Los gobernantes que buscan lo justo deben tender a lo imparcial; ahora bien, la ley es lo imparcial. Pero una constitución alcanza una existencia duradera menos por sus cualidades propias que por la habilidad demostrada por los jefes de Estado en el manejo de los carentes derechos y de privilegios. Para Aristóteles el perpetuar la democracia republicana no es bajo el espíritu de entender la libertad en la que uno hace lo que cada uno le plazca, no se trata de vivir cada cual a sus anchas y en la medida de sus deseos (Eurípides), sino se trata de vivir de acuerdo a la constitución, lo cual no debe entenderse en ser esclavo de la ley sino salvaguardarla.
Sin embargo la caída de una tiranía puede ser provocada desde afuera, tan pronto se le opone una forma política y hostil y de mayor poder; son sus enemigos la democracia, la aristocracia y la realeza. Pero desde dentro surge su ruina a partir del momento en que los miembros de la casa principesca comienzan a enfrentarse entre sí. No está segura ni en lo externo ni en lo interno. Enemigos surgirán por doquier. Y toda sedición ante un régimen puede manifestarse por diferentes causas de la fortuna. Tanto para la tiranía como para cualquier régimen que no promocione una justicia los motivos que impulsan a una disposición perturbadora del ánimo contra el régimen de turno y dar comienzo a una revolución están el lucro, el honor, la soberbia, el miedo, el afán de superioridad, el desprecio, el incremento desproporcionado de poder o sublevarse por un sentido de sobrevivencia y justicia: el escape a la deshonra o al castigo. Pero también podemos encontrar la rivalidad electoral, la negligencia, la mediocridad y la disparidad o desigualdad (ibid:1302ª). El poder ensoberbece, lo cual puede llevar a que una facción de ciudadanos se subleven ante el corrupto abuso desmesurado y contra la constitución que otorga privilegios a aquellos, en la misma medida que alimentan su codicia por el erario público, los impuestos o los bienes de los particulares o de la comunidad.
Así encontramos que para Aristóteles las revoluciones pueden surgir por fuerza o engaño. Por fuerza, cuando los revolucionarios ejercen presión desde el principio mismo de la rebelión. Por engaño, bien porque los ciudadanos son engañados en un principio para dar inicio a la sedición y obtener el cambio de gobierno, siendo sometidos posteriormente por la fuerza contra su voluntad por los líderes de la misma. La conclusión es que toda revolución, sea quien gane o pierda en su desarrollo, siempre afecta, en general, a todas las formas de gobierno.
También nombra los tres requisitos para impedir la revolución son la propaganda gubernamental en la educación, el respeto por la ley, incluso en las cosas pequeñas, y la justicia en la ley y en la administración, esto es, la igualdad según la proporción, y para cada hombre el gozar de lo suyo (1370 a/b, 1310 a).
Podemos concluir nuestro ensayo sobre la tiranía y la política en Aristóteles haciéndonos eco de las palabras de Lisi ( 2008, p.79) que advierte que la concepción más difundida de la tiranía en la actualidad, es decir la que convive con la generalidad y se encuentra en no pocos politólogos, ve a la tiranía como la síntesis de todas las deformaciones políticas. Se la identifica así con el despotismo, la dictadura, el autoritarismo y sobre todo con el totalitarismo. En general se le concibe con un sistema que cercena la libertad y tiene como característica principal la coacción. Es así que hay tiranía del tiempo, de la opinión pública, de las necesidades económicas, de los hombres, de las mujeres y hasta de los hijos. La tiranía se ha convertido en un concepto que resume en sí todos los sistemas que coartan la libertad y sumen a los integrantes de una sociedad en una esclavitud, cuya característica principal es la falta de justicia y libertad. Tales palabras las encontramos en Aristóteles para quien la tiranía era el peor de los regímenes posibles, pero ahora con los agravantes del recurso de la técnica y de la ciencia para expandir y consolidar aún más la injusticia, el abuso de poder y la criminalidad arropada bajo el manto de la legalidad trucada de la democracia tiránica disfrazada de socialismo.
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