lunes, 1 de diciembre de 2025

  

Sobre Inteligencia humana 

e ¿inteligencia artificial? Diferencias

David De los Reyes




Redes Sociales Vegetales/DDLR2025, diciembre



En la categorización  de la llamada inteligencia artificial, es artificial, mas no inteligencia Al comprender al concepto de inteligencia, como condición original de todo ser vivo, y en especial en referencia a la especie humana, tiene otras condiciones, cualidades, y una correspondencia ontológica que no son las que propiamente vienen a caracterizar el accionar logarítmico de ese mecanismo digital que nos han mostrado como el gran solucionador de todos los problemas y creador de mundos imposibles que enfrenta la humanidad y, sobre todo, en su sistemática relación destructiva con el entorno terráqueo.

¿Qué implica la inteligencia desde el cerco humano? En principio una gramática de lenguaje que desarrolla una comprensión profunda y consciente de conceptos, emociones y su trato con un contesto topográfico determinado. Esto le ha permitido desarrollar una creatividad capaz de expandir ideas originales y dar una solución de forma innovadora a problemas que se nos plantea desde nuestra más íntima condición hasta la dimensión social. Como señala Kahneman (2011), “la inteligencia humana no solo se basa en la capacidad de procesar información, sino también en la experiencia emocional y la intuición, aspectos que la IA no puede replicar” (pp. 20–21). Gracias a la memoria y a la comprensión que aporta el manejo de la razón en tanto logos todos podemos aprender y formarnos de experiencias pasadas, adaptándonos a nuevas situaciones sin la necesidad de datos estructurados, sino sólo por la experiencia de haberlo vivido antes. O como bien dijo Ortega y Gasset, somos en la medida de la circunstancia en que nos encontramos, comprendiendo por circunstancia una determinada temporalidad y espacialidad cultural e histórica. También, hasta ahora pudiéramos decir, pues puede que llegue el momento que así sea igual para eso que llaman IA, los humanos tenemos acceso a un banco de experiencias que están ampliadas por la emoción, por nuestra capacidad de sentir y empatizar para establecer la condición intrínseca del hombre en tanto ser social, es la capacidad de interactuar con lo otro y tomar decisiones pertinentes a través de lo sentido en tanto vinculante emocional con lo diferente o igual a nosotros en tanto especie. De esta forma, por agrado o desagrado, porque nos conviene o no, llegamos a poseer una consciencia que construye decisiones basadas en valores éticos y morales al considerar cómo pueden impactar nuestras acciones en los demás. Esto nos lleva a despertar una comprensión de las normas culturales y sociales que vienen a ser esenciales para una comunicación, en el amplio sentido de una acción común que nos unifica, para que la convivencia sea efectiva. Así, mediante el aprendizaje permanente por la interacción, la empatía, los valores éticos, el intercambio de información y la perpetua condición de sentir y de comprender mediante un logos común e individual, observamos que desarrollamos una condición holística que integra desde lo más primario que establecemos con el entorno, con esa capacidad de sentir subjetivamente, y de experimentar individualmente, arrojando la capacidad de establecer juicios cognitivos que lleva a ciertas verdades prácticas que proporcionan la opción de un desarrollo del pensamiento crítico en todo momento. Como afirma Chomsky (2006), “la capacidad de los humanos para crear y comprender el lenguaje es un rasgo distintivo de nuestra inteligencia, algo que la IA no puede igualar debido a su falta de experiencia vivencial” (pp. 5–6).

¿Qué es lo que puede hacer la IA? Sin menoscabar la potencialidad de esta tecnología, y su apropiación dentro del devenir económico y cultural del estadio de la sociedad tecnológica en que habitamos, podemos decir que, en principio este mecanismo opera por la inventiva humana de procesos algorítmicos y patrones sin tener consciencia ni comprensión real de los alcances de forma consciente. Como indica McCarthy (2007), “la inteligencia artificial es una forma de inteligencia que no tiene conciencia ni comprensión”. Esto quiere decir que no tiene una capacidad de absorber experiencias subjetivas ni comprender su significado detrás de los datos. Kurzweil (2005) lo resume claramente: “aunque la IA puede procesar y analizar datos a una velocidad impresionante, no posee la capacidad de entender el significado detrás de esos datos, algo esencial en la toma de decisiones humanas” (pp. 48–49). No podemos dejar de señalar que este mecanismo funciona exclusivamente con datos previamente instalados en bancos de memoria para su funcionar. Dando a entender que su actividad se basa en generar contenidos que parecen creativos, pero sólo lo hace a partir de patrones existentes, sin crear algo realmente nuevo sin tener datos previos. Así que esta tecnología se mueve por lo que pudiéramos llamar la sangre del sistema digital, es decir, sólo tiene actividad exclusivamente por los datos que puede manipular, por ello requiere un gran volumen de información para aprender, limitando su capacidad de poderse adaptar y generalizar su actividad situaciones desconocidas, o que no posea los datos requeridos para poder interactuar logarítmicamente. Otra de sus limitantes es que carece de emociones, al menos hasta el momento. Puede simular conversaciones, diálogos, tener cierta empatía artificial, pero no tiene límites emocionales con los que se pueda lograr una empatía y experimentar sentimientos con los que se construya un vínculo emergente de emociones humanas reales. Como advierte Turkle (2011), “la tecnología puede simular la conversación, pero no puede replicar la conexión emocional que los humanos experimentan en la comunicación” (pp. 12–14). Así, sin experimentar esa formación emocional que tenemos los humanos desde nuestro nacimiento con los que nos rodean, no tiene un conocimiento real sobre lo que puede ser bueno o malo, correcto o incorrecto, pues en sus instrucciones de uso no tiene programado un marco moral propio. Se adapta contextos culturales de forma superficial, sin llevar a presentar matices culturales dentro de su programación. Lo que puede demostrar es que puede utilizar técnicas de aprendizaje profundo, pero que son efectivas en tareas específicas, careciendo de la flexibilidad y adaptación del aprendizaje humano. Como señala Minsky (1986), “la inteligencia no es una cosa que se pueda definir fácilmente; es un conjunto de habilidades que los humanos han desarrollado a través de la experiencia, algo que la IA aún no puede igualar” (pp. 12–13). Simon (1996) complementa esta idea: “la inteligencia artificial se basa en la simulación de procesos humanos mediante algoritmos, pero carece de la comprensión consciente y del contexto emocional que caracteriza a la inteligencia humana” (pp. 1–2).

Así que nuestra gramática del tiempo habrá que ahora hacer un antes y después del despliegue de estos dispositivos donde vendrán a imponer límites y un orden insensible, inconsciente, y sólo propuestas de un pragmatismo algorítmico que aparentarán ser respuestas que tienen la apariencia de ser inteligentes, surgiendo la intervención de agentes artificiales que impondrán correctivos y controles que tiene un funcionamiento diferente a los que produce la inteligencia humana. Su falta de comprensión consciente junto a la ausencia de emociones son aspectos que resaltan los límites y la comparación directa con lo que llamamos por inteligencia humana.

Quizás por la etimología del concepto de inteligencia es que los tecnólogos han querido asimilar el término a este recurso artificial de manejar datos y dar respuestas a una velocidad acelerada en comparación con el tiempo que lo hace una mente humana. Inteligencia, que viene del vocablo latín intelligentia, tiene en su origen el prefijo inter, que significa entre, y una segunda parte, legere, que está relacionado con la acción de leer o de escoger. Combinando ambas puede sugerir la posibilidad de leer entre líneas, es decir, la potencialidad de interpretar, de comprender lo que está entre cosas, con lo que conlleva la capacidad de poder realizar una criba, es decir, de discernir, escoger, más allá de lo que torna aparentemente como evidente. Entender, habilidad de razonar, pero tener la creatividad de resolver problemas, adaptándose a nuevas situaciones. La IA puede, en principio, resolver problemas, pero sin entender ni tener una habilidad creativa personal de razonar, sólo en la combinatoria de patrones y datos preestablecidos llegar a ciertas conclusiones reductoras respecto al prompt o la pregunta que se le formula. La inteligencia humana es un portento de creatividad gracias a su formación cultural, desarrollando la capacidad de comprender, razonar y adaptarse tanto en situaciones sencillas, cotidianas, contingentes o hasta alcanzar procesos profundos y desarrollados que no significan una simple acumulación de datos o conocimientos inconscientes y artificiales.


Referencias

Chomsky, N. (2006). Language and mind (3rd ed., pp. 5–6). Cambridge University Press.

Kahneman, D. (2011). Thinking, fast and slow (pp. 20–21). Farrar, Straus and Giroux.

Kurzweil, R. (2005). The singularity is near: When humans transcend biology (pp. 48–49). Viking Press.

McCarthy, J. (2007). What is artificial intelligence? Stanford University. Stanford Encyclopedia of Philosophy.

Minsky, M. (1986). The society of mind (pp. 12–13). Simon & Schuster.

Simon, H. A. (1996). The sciences of the artificial (3rd ed., pp. 1–2). MIT Press.

Turkle, S. (2011). Alone together: Why we expect more from technology and less from each other (pp. 12–14). Basic Books.

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