lunes, 1 de octubre de 2018

Sobre Eduardo Vásquez, 
el filósofo, el amigo y su partida
David De los Reyes
Universidad de las Artes, Guayaquil y Universidad Central de Venezuela

La imagen puede contener: una persona, sentada

Hoy supe de la muerte de Eduardo Vásquez (18 de agosto del 2018). No ha sido nombrado por ningún medio venezolano de forma profusa su partida, ni tampoco recordado sino por los amigos entrañables que han estado cerca de su vida, lo cual eso ya habla bien de él. Pero los filósofos saben partir a la última morada en silencio y sin hacer mucho ruido. No queremos sonar marchas fúnebres ni golpes de pecho y menos banderas patrioteras. La muerte es nuestra compañera y, como bien decía Camus, el problema de la filosofía, en el fondo, es el tema de la muerte. Lo cual se nos hace, aunque sea imaginariamente, con los años, una amiga entrañable a lo largo de nuestras vidas. Y Eduardo siempre apostó por la vida libertaria frente el acoso de la sombra de la parca.
Eduardo, como filósofo, fue un pensador de enfrentar arduas polémicas en el campo de las ideas y de defender a su permanente interlocutor filosófico silente predilecto, al alemán Hegel. Lo conocimos, como mucho otros compañeros, cuando pasamos como estudiantes por la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela. Inscritos en sus cursos de Marx y Hegel nos encontramos con un profesor que ofrecía una mirada crítica al pensamiento de estos alemanes, pero sobretodo esclareciendo las diferentes interpretaciones y dogmas que otros autores escribían sobre esos dos monstruos de la filosofía moderna alemana y universal. Vásquez, ferviente defensor de la razón dialéctica de la filosofía, nunca dejó de dialogar con ellos desde la distancia histórica y el presente insoslayable de su época; fueron sus referencias ineludibles de la filosofía moderna. Su afán fue una búsqueda incansable de comprender el proceso dialéctico del pensamiento, de la historia y de la interpretación del mundo histórico que le tocó vivir.
Su obra es larga en las alforjas de la filosofía. Sus interpretaciones, cuestionamientos y reflexiones en torno a Heidegger, Fuerbach, Schelling, Fichte, Hegel, Marx, Hartmann siguen prestando luces a quienes quieren acercarse al rigor de las ideas de esos autores. También su constante hacer por traducciones críticas, como lo fueron las realizadas de las obras de Fuerbach, Hegel y Marx, entre otras. Pero su centro de reflexión estaba en volver una y otra vez al pensamiento dialéctico y “oscuro” de Hegel al cual, como estudiantes de filosofía, nos introducía llevados de la mano, a fin de sortear el insondable pero brumoso laberinto filosófico hegeliano.
Lo recuerdo en estos momentos caminando por los pasillos de la Escuela de Filosofía de la UCV, ya al final de la tarde para entrar a dar sus clases, o por los pasadizos de las aulas del postgrado de filosofía de la Universidad Simón Bolívar en el aterrador e inseguro Parque Central de Caracas, donde continuamos en rigor la lectura de su amada obra, la Fenomenología del Espíritu de Hegel. Fueron clases en que la reflexión y la preocupación hermenéutica se hicieron una necesidad y un aprendizaje para aquellos que queríamos (y queremos seguir) transitando por los territorios de la filosofía. ¡Tardes y clases inolvidables!
La última vez que me encontré con él fue en la Universidad Metropolitana hace ya unos años, para presentar la reedición de uno de sus libros. No sabía que sería la última charla que presenciaba y tendría. Al final intercambiamos saludos e ideas; su querida y entrañable esposa Mirna, como siempre, se encontraba a su lado. Me contenté al verlo, despertando todo el afecto de quien fuera maestro cercano. Siempre con su sonrisa, su suave hablar y su fino sentido irónico de la realidad. Siempre con palabras que arrancaban muescas lúcidas a la irracionalidad rampante del acontecer venezolano. Siempre el mismo Eduardo, siempre el gran viajero de las ideas y de la geografía, siempre el filósofo interprete de Hegel, siempre el maestro del pensamiento, y por siempre el amigo. Sus palabras:
“Un hombre adoctrinado es un mutilado. La universidad no adoctrina, sino que enseña a pensar. Si hay libertad, es imposible que un estudiante se someta a lo que diga un profesor. En el adoctrinamiento sólo se tiene acceso a una línea de ideas y no existe la posibilidad de discutir. Es empobrecimiento intelectual y destrucción del pensamiento".

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