martes, 1 de noviembre de 2016

El Tirano en Jenofonte (III)

David De los Reyes




Este es la  última parte del tema del tirano  en la ora de Jenofonte. En los meses deseptiembre y octubre del  blog encontrarán las dos primeras entregas del mismo.

VII
El Sócrates de Jenofonte y la tiranía
Jenofontes (Memorabilia:1999) da una visión bastante unitaria de Sócrates  respecto a cómo se debe gobernar. Para el  filósofo de la ciudad  solo hay una condición suficiente para  ello. Reside en el conocimiento y no en la fuerza ni el fraude o la elección, o la herencia. Esto hace a un hombre rey o gobernante. Si ello  tiene  fortaleza argumentativa, el gobierno constitucional, y en particular, el gobierno democrático derivado de elecciones, no vendría a ser más legítimo que el gobierno tiránico, gobierno derivado por la fuerza o el fraude.  Tanto uno como otro serán legítimos en la medida que  el tirano o los gobernantes elegidos escuchen los consejos de aquellos que hablan bien, porque ello deriva del pensar bien. Esto da pie para que el gobierno del tirano que, tras haber llegado al poder bien por  un golpe de fuerza o el fraude electoral, o tras haber cometido una serie de crímenes, pueda enmendarse  al escuchar las sugerencias de los hombres razonables, y convertirse en un gobierno más legítimo  que un gobierno de magistrados electos que rehúsan escuchar y conocer los aportes de los hombres que poseen el conocimiento político de lo mejor para la ciudad. El  Sócrates de Jenofonte está tan poco comprometido con la causa del constitucionalismo que puede describir los hombres sensatos que aconsejan al tirano  como sus aliados.  Es decir, concibe la relación entre los sabios y el tirano igual al Simónides del Hieron[1].  Jenofonte pareciera prodigar la posibilidad de una tiranía benefactora que escuchará, como en su diálogo,  los consejos de los sabios; siendo tales consejos, en principio, preferibles al imperio de la ley. Ni en los mejores casos de aceptación del tirano en la historia antigua fue así. Respecto a ese concepto de tirano benefactor  no hay ninguna referencia a tal tipo de tirano que haya existido realmente.  Pareciera que todos, unos más y unos menos,  han sido (y son) sordos.
En cuanto al mismo Jenofonte se debe conocer que no parte del hecho de considerar importante  la libertad como objetivo fundamental de la democracia, la cual es distinta de la aristocracia, cuyo fin es la virtud. Jenofonte no era demócrata,  su opinión la hemos  conocido por la voz de Hierón al decir que los sabios no se interesan en la libertad. Su concepción de tiranía benefactora está más cercana a la idea de virtud que a la defensa de la libertad. Podemos también pensar que sólo si la virtud fuera imposible sin la libertad, la exigencia de la libertad estaría ampliamente justificada desde  su punto de vista. 
Sin embargo la definición de justicia de Sócrates nos lleva a tener cierta perspicacia del caso. Nos dice que justicia  es idéntica a la legalidad en obediencia a las leyes, y la mejor tiranía, que es la intención de Simónides con Hieron, siempre será un gobierno sin leyes. Ante esa definición pareciera ser que en el mundo antiguo la tiranía vino a ser irreconciliable  con esa exigencia socrática de justicia. Saltan el marco jurídico de realizar la justicia dentro de la legalidad establecida, es decir, las reglas y normas de conducta que deberían tener los ciudadanos, incluyendo  los funcionarios de estado para reafirmar el bien de la ciudad.  El hombre justo, dentro de este itinerario jenofontino en sus Recuerdos de Sócrates, viene a ser aquel individuo que con su acción no perjudica a nadie y ayuda a todo aquél que tiene tratos con él. Ser justo significa ser simplemente un benefactor. 
Si la justicia en  toda tiranía es translegal, un régimen sin leyes puede tener visos de justicia. Esto en la medida que el régimen absoluto  gire en torno de beneficiar a los súbditos y escuchar a los hombres sabios de la polis. Gobierno justo y benefactor está en relación directa con  la virtud del hombre que gobierna. Esto nos lleva a que un gobernante nato  es realmente superior  al gobierno de leyes en la medida que dicho gobernante  se convierta en la ley que ve. Las leyes pueden prestarse a múltiples interpretaciones injustas. De por sí ellas mismas no ven, conociendo que toda justicia legal es ciega. Un buen gobernante puede ser, según esta preocupación de Jenofonte, un buen benefactor, ateniéndonos a la convicción que las leyes no son necesariamente benefactoras. Bajo este argumento nos topamos que las leyes  adolecen de poder ver. Ello define a la tiranía en tanto gobierno monárquico absoluto transmutando en un gobierno tiránico excelente, siendo superior  al gobierno de leyes o justo. Bajo este argumento, Jenofonte ante  la pregunta ¿qué es la ley?  obliga, ante los tiranos, concederles cierta suspensión de juicio. Pueden tener la altura moral requerida y el criterio político más exigente que cualquier orden legal. Es por lo que se puede comprender que  su Hierón de más peso al elogio del tirano en tanto benefactor que llegar a condenarlo del todo. Busca un término medio en vez de condenarlo o aceptarlo.
El imperio de la ley, bajo la mirada de los clásicos, sólo se da dentro de una sociedad conservadora, como  la que prodigaba Sócrates. Dentro de un tiempo de transición y de rápida introducción de mejoras de otro tipo de avance político, se justificó en la antigüedad la compatibilidad  y aceptación, por un tiempo, de una tiranía benefactora.
La tiranía la más de las veces se ha mostrado, a través de la historia de la humanidad, como un régimen nocivo, injusto, deplorable e inhumano. El hombre tirano, no se posesionó, en apariencia, de un concepto mejor. Un tirano benefactor es más un producto teórico que histórico. Pero hubo tiranos que tuvieron la simpatía de los pueblos que mandaron[2]. Como dijimos antes, ante una situación que requería cambios políticos rápidos y oportunos fue una vía expedita. Sucedió en diferentes poleis de la antigua Grecia. La tiranía fue una solución eficiente y pragmática a los problemas que provocaron la ruptura de las clases sociales y el freno al advenimiento de un caos mayor. Para diferentes autores proclives a los regímenes fuertes, la tiranía fue una solución correcta para restaurar el orden, y superar un estado de naturaleza al estilo hobbesiano de todos contra todos. 
Las artes y la filosofía  no fueron indiferentes en elogiar la figura del tirano. En el campo de las letras griegas hubo autores que exaltaron tales personajes, como lo fueron los  poetas Baquílides y Píndaro, que alabaron a los tiranos y pasaron a la historia por las odas que a ellos les dedicaron. O  un Platón que incurrió dos veces a querer educar a tiranos y por ello sufrió graves consecuencias. Bien sabemos, como es el mismo caso de Hierón, el tratamiento que la tiranía dio a la ciudad los llevó a  mejorar sus condiciones urbanas, artísticas y de seguridad con su mandato. Su influencia también se traslado de las artes al derecho, a la economía de las ciudades y la construcción de obras públicas. Fueron los conocidos casos de Periandro de Corinto, Pisístrato y sus hijos Hiparco e Hipias en Atenas, Clístenes de Sición, Teágenes de Megara, Pítaco de Mitilene. 



Tiranos que resurgen de un pasado olvidado   nos muestran que no todo fue malo para el pueblo de las poleis que ellos condujeron; y, que merced a muchos de ellos, la tiranía devino en democracia. O al menos sería un proceso de transición para la superación de una oligarquía  hasta llegar a una democracia en tanto gobierno de leyes. Aristóteles ha dado cuenta de ello al  relatar que en Siracusa, en el segundo cuarto del siglo V a.C., con la caída de la tiranía sobrevino la democracia. Por ello surgieron tribunales populares ante los cuales antiguos terratenientes (la mayoría  pertenecientes a la aristocracia), que habían sido desposeídos de sus tierras por el anterior régimen absoluto pudieron, al amparo de los magistrados demócratas, intentar recuperarlas demandando legalmente. 
Tal pasaje puede dar otra segunda lectura que ilumina sobre la evolución política de las poleis. Los desplazados de sus posesiones territoriales por el tirano eran nobles en su mayoría.  Estos propietarios aristocráticos estarían vinculados con los oligarcas, que manejaban las ciudades en tanto soberanos oligarcas e intérpretes de un derecho divino intocable  e inmodificable. En su momento fueron la llave para derivar el estado hacia un  poder personal absoluto y totalitario. Surge una contrapartida. Y es que en alguna parte de la clase aristocrática aparecerá un líder  y un movimiento que capta su disconformidad y arremetería, apoyándose con una porción de la oligarquía y  con  el pueblo concretamente descontento, ir contra el gobierno despótico e injusto oligárquico. ¿Cómo comenzaba tal situación de cambio? Se originaba con que el nuevo liderazgo da la espalda a sus congéneres o miembros del mismo clan, practicando una política a todas luces demagógica. El pueblo, reunido en asamblea, lo recompensaba asignándole al futuro tirano una guardia de corps, con la que él no tardaba en hacerse con el poder absoluto. Su afianzamiento empleaba no tanto la represión (tal como hizo Periandro de Corinto), sino de una política populista, basada en mantener entretenido al pueblo a base de ambiciosos programas de obras públicas y brillantes festejos populares, y en desarrollar una estrategia cuidadosa con relación a su más temido enemigo, a saber, la aristocracia - oligarquía, a la que procuraban a toda costa tener a raya. Nada de eso ha cambiado en los usos de las tiranías modernas  y contemporáneas. Este fue el modo operandi de los tiranos para desterrar a los nobles contestatarios y confiscar sus propiedades. 
En el momento que la situación pública empezaban a ir mal para el tirano, el pueblo le daba la espalda y acudía a sus antiguos líderes naturales, los nobles, y pactaba con ellos el derrocamiento de la tiranía y la instauración de un nuevo régimen político: la democracia. Es lo que sabemos en la Atenas del alcmeónida Clístenes, quien  fue el encargado de dirigir, desde el exilio, el movimiento de protesta contra la tiranía. Curiosamente, Clístenes era, por parte de padre, un noble alcmeónida y, por parte de madre, era nieto del tirano de Sición, de quien llevaba el nombre (Clístenes de Sición, 600-570 aC). Es lo que pasó igualmente en Siracusa donde se evidencia que fueron los eupátridas o nobles, juntos a  los poseedores de tierra (los gamóroi, γαµόροι) los que, primeramente, incurrieron en las iras del tirano que habían sido desterrados y desposeídos de sus propiedades por él. Al instaurar la democracia, se vieron obligados a pleitear ante los dicastas o jurados populares, nombrados por sorteo entre los sencillos y simples ciudadanos, para recuperar las propiedades perdidas. Esto gracias a la democracia. Esto dio la necesidad de desarrollar  el arte de la oratoria, en tanto práctica para la persuasión de jurados populares, y defenderse en los tribunales  dentro de un proceso político donde aliados la nobleza antigua y el pueblo, derrocan al tirano, estableciendo en su lugar la democracia. La democracia dará nacimiento a los oradores públicos (Üτïρες: ütïres), es decir, los políticos, que bien ante la asamblea o ante un tribunal de jurados con su arte de la oratoria, persuadirían a sus conciudadanos estructurando sus discursos a las emociones, a los sentimientos y las actitudes del sufrido pueblo, que, eliminados los tiranos, se había convertido ya por fin en juez y árbitro de su propio destino.
De ahí que se pueda observar que la tiranía fue, en muchos casos, un régimen de transición entre la oligarquía y la democracia antigua. No precisamente ha sido así dentro de la evolución del estado en la modernidad. Leo Strauss (2005) ha señalado en su clásico estudio Sobre la tiranía varias características de la condición moderna del poder tiránico. La diferencia esencial entre la tiranía en la antigüedad y la del siglo XX es que  ésta última tiene a su disposición grandes recursos tecnológicos que lo ayudan a afianzarse el control institucional y ciudadano. Además presupone una clase o interpretación de una ciencia aplicada que gira en torno al dominio de las decisiones y acciones individuales. En una tiranía clásica la ciencia no estaba ahí para ser aplicada  para la conquista de la naturaleza. La naturaleza era dadora de reglas de conducta y de vida en los griegos. Y la ciencia no estuvo nunca para ser difundida o popularizada, en tanto divulgación, como lo es ahora.  Este autor estuvo convencido, a pesar de la diferencia  morfológica política de la antigüedad  respecto a la modernidad, que nuestra época y su carácter específico del poder,  no es entendible a menos que se haya estudiado esa forma elemental de la tiranía clásica; de haber estudiado su sentido natural en tanto tiranía pre-moderna. Sus palabras (2005. p. 42)Este estrato básico de la tiranía moderna nos sigue resultando a efectos prácticos, ininteligible si no recurrimos a la ciencia política de los clásicos. La ciencia política clásica  se orientaba, por la búsqueda de la perfección del hombre, entre una paideia (educación) y un areté (virtud). De cómo deben vivir los hombres, culminando con una descripción del mejor orden político. Se entendía que ese orden era tal que su realización era imposible sin un cambio milagroso en la naturaleza humana: había que transformar en el ser humano, mediante una educación estructurada (paideia), su naturaleza humana.  Que ello se diera en principio, era considerado casi improbable.  Dependía del azar, de la fortuna, de la oportunidad (kairos).  En la modernidad nos topamos con Maquiavelo[3] que atacará esa concepción, exigiendo que nos orientemos  no por cómo deberían ser los hombres sino como viven de hecho, sugiriendo que el azar, lo contingente, podía llegar a ser controlado. Este ataque  es el que  sostiene todas las bases del pensamiento político específicamente moderno. Entender  así la política puso de lado buscar las garantías para la realización de lo ideal, obteniendo un rebajamiento de los criterios de la vida política y la emergencia de la filosofía de la historia (“El hombre es lo que hace”, dirá Hegel, heredero del pensador renacentista florentino en temas políticos). Condujo a separarse del sentido de los filósofos políticos de la época clásica acerca de la relación entre ideal y realidad (Ibid, 2005, p.44).  
Strauss preveía que la amenaza de la nueva tiranía moderna se convertía, gracias a la conquista de la naturaleza, tanto en los aspectos humanos físicos como psíquicos, en lo que ninguna tiranía anterior llegó a ser: perpetua y universal. Un mundo de múltiples  ratoneras, sin escapatoria, a sufrir por algún tipo de técnica tiránica gracias a los módulos y gagets tecnológicos electrónicos; toda una ingeniería digital policial con un abstracto, pero efectivo, micropoder tiránico universal; hemos pasado del big brother al big data. Su  mayor preocupación se centró en  la espantosa alternativa de conducir al hombre, y al pensamiento en general, al redil del colectivismo consumista o político impuesto, sea de un plumazo y sin piedad, mediante procesos lentos y suaves, sutiles pero mortales para la conciencia  libre y evolutiva del hombre. Strauss, en su  llamado de alerta, fue en despertar la interrogación incisiva de cómo podríamos escapar a ese dilema. Su tema reiterativo en su reflexión sobre la filosofía política y los procesos políticos del mundo contemporáneo  estuvo en reconsiderar  las condiciones elementales de la libertad humana, que para él nunca habían sido tan cercenadas y frágiles ante la vorágine del espejismo  de la sociedad tecnológica y de una democracia representativa disfrazada de tolerancia y progreso. 
La tiranía como transición entre un régimen oligárquico, aristocrático a uno democrático, podemos observarla en la evolución que han tenido ciertos estados actuales como es el caso de Alemania en la primera mitad del siglo XX, que pasó por ese esquema, de una oligarquía que pasa por un breve lapso democrático, se pasa a ser una tiranía, como es el caso de Hitler, y luego resurgen, después de un estado administrado por potencias extranjeras, una especie de aristocracia intelectual fuerte, decantando en una consolidada democracia representativa en el presente; como una potencia que impulsa las decisiones de una buena parte de la Unión Europea actual. Este puede ser un resultado  afirmativo de ese ciclo   por la que pasa todo estado que ha  sufrido una tiranía. Su aspecto negativo lo encontramos en otro ejemplo. Es el caso de Rusia, que pasa por un periodo oligárquico imperial con los Zares de Rusia, luego una tiránica revolución totalitaria con el tirano de Stalin y su nomenklatura, llegándo a una democracia ampliamente cuestionada por su corte autoritario en la actualidad, pareciendo volver a un corrupto régimen autoritario y tiránico. Son algunos modelos de las nuevas tiranías contemporáneas que deberán analizarse en otro espacio, pero que queda como trabajo pendiente a futuro.




Bibliografía

Diógenes de Laercio, 1999: Vies et doctrines des philosophes illustres. Ed. La Pochotéque. Paris
Grote, George, 1888: Plato and the other companions of Socrates, London
Iglesias Zoido, Juan C., 1996-2003: La arenga militar en Jenofonte. Apropósito de la Ciropedia. Rev. Norba. Vol.16. p. 157-166.

Jenofonte, 1999: Anabasis. Ed. Gredos. Madrid
                  1987:Ciropedia. Ed. Gredos. Madrid
                 1994: Helénicas. Ed. Gredos. Madrid
                 2005: Hierón. En: Strauss, Leo. Sobre la tiranía. Ed. Encuentro. Madrid
 1999: Socráticas: (Memorabilia. Recuerdos de Sócrates), Económía y Ciropedia. Ed. Océano. Barcelona 
Strauss, Leo, 2005: Sobre la tiranía. Ed. Encuentro. Madrid
López Eire, A., 1998: La etimología de la palabra ρητωρ y los orígenes de la retórica. Ed. Universidad de Salamanca. Rev. Faventia 20/2, 1998. p.61-69
Morales, D., 2001: Arte de vida y modelos éticos en la Ciropedia y Memorabilia de Jenofonte. Rev. Onomazein, N°6. p.309-326.






[1] Ver: Recuerdos de Sócrates III, 1,10-13.
[2] El gobierno del tiránico tuvo una rápida difusión entre los siglos VII y VI a.C. No todo el territorio de la Grecia antigua estuvo manejado por tiranías. De 150  ciudades griegas sólo 27 tuvieron tiranos o gobiernos parecidos, dentro de polis  de mediano tamaño territorial y demográfico y menos en las ciudades o comunidades pequeñas.  En Sicilia hubo tiranos ricos y potentes que no surgieron de las filas populares. Casos de estos fueron  el de Falaris de Akragas (570 -555),  en Corinto  a los Cipsélidas (657-585) y en Atenas a los Pisistratas (560-511). Todas fueron tiranías que se identifican plenamente con el significado de  ese término.
[3] Strauss ha referido la importancia del Hierón de Jenofonte para la obra de Maquiavelo. Nos dice que: “el más grande hombre que ha imitado a Hierón es Maquiavelo. No me sorprendería  que un estudio suficientemente atento  a la obra de Maquiavelo llevaría a la conclusión de que la perfecta comprensión por parte de Maquiavelo de la principal lección pedagógica de Jenofonte es lo que explica en las frases más espeluznantes que aparecen en El Principe”. Ver. Op. Cit., p.91.

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