Pierre Bourdieu
o el asalto al colonialismo del lenguaje
David De los Reyes
Publicamos este ensayo[1] sobre la obra de Pierre Boudieu como un reconocimiento a su extensa e importante obra  sociológica. En él abordamos aspectos sobre el lenguaje, el  neoliberalismo y el neo-socialismo, como también su reflexión sobre las tecnologías de la comunicación y su relación con las políticas de Estado u sus transformaciones dentro de la globalización imperante.
La distinción individual del lenguaje
La visión sociológica de Bourdieu  se  asienta en torno a una concepción asimétrica de la pragmática del lenguaje  en las sociedades contemporáneas.  Esgrime una postura cercana al  neokantismo: el lenguaje  es comprendido en tanto efectividad  propiamente simbólica que construye  a la realidad social. Toda  emisión comunicativa no puede dejar de ser explicada sino por las condiciones  de cómo se  ejecuta: “No es sino por excepción – es decir, en las situaciones abstractas y artificiales de la experiencia- que los intercambios simbólicos se reducen a relaciones de pura comunicación y que el contenido informativo del mensaje agote el contenido de la comunicación”. Hay una razón simple: “las relaciones de comunicación por excelencia que  son  intercambios lingüísticos  son, igualmente, relaciones de poder simbólicos donde se actualizan  relaciones de  fuerza entre emisor y los grupos respectivos” a donde se dirige el mensaje”[2].
II
Por una sociología crítica y comprometida
Bourdieu se nos presenta como uno de los sociólogos críticos de la estructura simbólica y real del neoliberalismo en todas sus expresiones. Su postura de intelectual colectivo nos hace recordar la importancia de la lucidez comprometida en un mundo que ha puesto bajo sospecha todo compromiso que no sea con el discurso hegemónico del cálculo matemático del neoliberalismo globalizante. El ejercicio  intelectual  que nos da este autor tiene la función de servir sus argumentos para crear una  resistencia individual y colectiva ante  la invasión en los modos de vida del neoliberalismo en todas sus formas.  Su discurso recuerda a los furibundos lenguajes de la dura militancia  izquierdista de la década de los setenta del siglo pasado, donde la rudeza de palabras como lucha,  armas, militancia, combate,  pareciera adentrarnos en un campo minado para desactivar las bombas personales que tanto coloca el sistema simbólico de las comunicaciones y de la especulación bursátil con el fin de dejarlas al descubierto, en la necesidad de despertar nuestra atención ante la banalidad  aparente  de la dinámica subyacente del orden imperante y de deslastrar las mentes de la constante confusión y apolitización que pareciera referir  la sombra mediática que ocupa el diario de nuestras vidas.  Sus análisis aspiran a sembrar la llama de la movilización  y romper con la frágil apariencia de la unanimidad, del consenso electrónico dirigido, que obtiene su esencia en la fuerza simbólica del discurso econométrico  dominante.  Estamos ante un apocalíptico  que no encuentra ninguna posibilidad de integración en lo dado y sólo nota los peligros del ejercicio de una irracionalidad  mundial encubierta bajo la apariencia de la racionalidad del discurso de los expertos y  en el entramado del invisible estambre  de la violencia estructural legitimada en las instituciones que se hacen eco de esta globalización sin rostro humano.
III
El universalismo rampante occidental
El universalismo es una ideología que se ha compaginado con  valores morales occidentales y que se le esgrime  para deslizar los  beneficios sociales que pueden obtener las diferentes regiones mundiales que lo acogen sin más. Debajo de ellos vienen ensamblados  el ajuste de la falsa y desniveladora economía  de mercado y sus modos desbordados de consumismo que impregnan a  todo nivel individual y social. Bourdieu nos habla de un falso universalismo occidental que él lo define como el imperialismo de lo universal, una desterritorialidad de la producción y una fuerza simbólica  de los valores ajenos a nuestras vidas.  Desmonta este mecanismo  como  el ejercicio de un imperialismo que  termina siendo un nacionalismo populista colonial  con extensión y a escala  universal. Para él  es el caso concreto de Francia, por ejemplo,  y su presencia en los países  africanos, que han sido –y puede que sigan- en algún momento colonia. Este falso  universalismo rampante no es sino un falso nacionalismo que invoca lo universal (los derechos del hombre, por ejemplo) sin cumplirlos ni en su propia casa ni en casa ajena; su imposición  hace que toda reacción  contra  tal universal  sea catalogada como fundamentalista. La  cientificidad discursiva de los expertos  le da el tono de racionalidad occidental y el carácter de  veracidad cuantitativa basada en modelos matemáticos que inspiran la economía  global  establecida.
IV
El fatalismo del destino neoliberal (y del neosocialismo capitalista de estado)
Es  clara la preocupación de Bourdieu por la extensión de los modelos universales simbólicos que esgrime la ideología neoliberal y del neo-socialismo capitalista de estado; la instancia de producción de discursos es de rigor para su aceptación.  Esta dimensión simbólica es extremadamente importante para su asentamiento.  Ante ello, señala que los movimientos sociales están retrasados  en la revolución simbólica  conducida por las nuevas tecnologías de la comunicación. Es en esta fila del combate discursivo donde asienta el pulso  este autor para desarrollar argumentos que desmonten el consenso mediático de lo numérico y de las estadísticas manipuladoras del público. En el universo de la nebulosa neoliberal o neo-socialista  el lugar que ocupaba Dios dentro de las sociedades tradicionales es colocado ahora  un matemático y en lo bajo un ideólogo del espíritu, que pareciera conocer de todo gracias  al pequeño barniz del vocabulario técnico con que  se llena su boca. Este canal   se presenta esgrimiendo una gran autoridad,  despliega el encantamiento de la demostración gracias a la cadena  de autoridad  que lo reafirma, una cadena que va del matemático al banquero, del banquero al filósofo, del  ensayista al periodista. Es una circulación de ideas unilateral, una circulación que se sustenta en el poder del consenso mediático. Esta moda del consenso se nutre sobre la espuma abstracta de un discurso fatalista, que consiste en transformar las tendencias en destino, de un destino que no acepta la disidencia o la diferencia; si surge es erradicada del circuito de las ideas; su lógica se basa en no negociar sino en explicar y quien escucha, aceptar.
V
Ciencias sociales, modernidad y postmodernidad. Educación y élites.
Encuentra que las ciencias sociales están condenadas a servir más que  a aclarar, de rendir cuentas a las peticiones directamente interesadas de las burocracias de las empresas  y del  Estado servidor. Si no, le queda morir en  la censura de los poderes, relegada por las oportunidades o el dinero[12].  Las ciencias  quedan para construir la imagen del mundo de los dominantes, lo que Max Weber llamó la teodicea de sus  privilegios,   o  lo que llama Bourdieu  como sociodicea, una justificación teórica del hecho por el cual son ellos los privilegiados, es el neodarwinismo social en el que sólo permite aceptar en su redil a los mejores y los más brillantes. Al igual, la filosofía no se queda  fuera del juicio bourdieuano.  Los debates filosóficos, llamados modernos o postmodernos, que cuando no se contentan con dejar hacer, ocupados en los juegos escolásticos, se cierran en una defensa de la razón y del diálogo racional (como el caso de Habermas referido antes). Si no, lo hacen peor, proponen la variante postmodernista, con vestimenta de radical chic, donde entrecruzan las posturas del fin de las ideologías con la condena de los grandes relatos o la denuncia nihilista de la ciencia. Todo queda, para Bourdieu,  en un culto a la trasgresión sin peligros;  se   reduce el discurso al libertinaje que nada en las aguas de una dimensión erótica: dirigido  a hacer del cinismo una de las bellas artes. Se instituye como regla de vida el “anything goes” postmoderno, autorizándose  a jugar simultáneamente en todos los planos. Es posarse sobre el “todos tienen y nadie paga”, la crítica a la sociedad del espectáculo por un lado y por otro la vedetisación  mediática de la vida, el culto a  Sade y la reverencia –simultánea- de Juan Pablo II (en su momento; hoy tenemos al argentino Francisco), la profesión de fe revolucionaria y la defensa a la ortografía, lo sagrado de la escritura y la masacre de la literatura[13].
VI
La televisión como forma de opresión simbólica
La televisión  la pensó como uno de los artificios de  opresión simbólica, cuya posibilidad democrática de uso es casi imposible  en la conformación interna  de su estructura técnica e ideológica. Hay un desnivel inmenso entre la imagen y el discurso que los responsables de los medias manejan y  la verdad que su acción comunicativa  realiza. Para este sociólogo los medias vendrían a tener un importante efecto de despolitización de los públicos,  actúan certeramente sobre los grupos humanos más periféricos del conjunto social y  se inscribe más su efecto en las mujeres que en los hombres, sobre los menos instruidos que en los instruidos, sobre las familias e individuos pobres que en los ricos. Si esto escandaliza, ello está comprobado por los análisis estadísticos efectuados al respecto,  en relación con la posibilidad de  constituir una respuesta articulada a  un  problema político o de abstenerse o no a participar sobre un acontecimiento político.
VII
Salidas de resistencia y el trabajo de los intelectuales comprometidos
Todo lo afirmado por Bourdieu no puede  contrarrestarse sin otra fuerza simbólica y denunciativa que apunta a las aberraciones sociales surgidas por la despolitización de los individuos. Así se  da una serie de tareas a los investigadores sociales a mantener. Propuestas en las que  podemos estar o no de acuerdo pero es la que él ha mantenido ante todos los casos estudiados desde su ética de intelectual colectivo. Ante la precariedad de nuestras vidas, o las dosis de angustia y de dolor experimentadas constantemente,  frente a la rentable inseguridad  de la economía especulativa, a la multiplicación de empleos subpagados y la persistente amenaza del licenciamiento brutal,  o la visión de mundo reducida a una ecuación matemática y el regreso del capitalismo radical de los mercados financieros, o la violencia estructural institucional y simbólica de los medios a la que se junta la tiranía de los expertos, Bourdieu prepara un plan de acción para el intelectual comprometido.
[1] Este ensayo  pertenece a un capítulo de mi texto El Calidoscopio Mediático, Ed. Comala.com.
[1] Este ensayo  pertenece a un capítulo de mi texto El Calidoscopio Mediático, Ed. Comala.com.
[2] Bourdieu, Pierre: Ce que parler veut dire, Fayard, Paris, 1982, pág.14 y 99-105.
[3] Bourdieu, Pierre: « Doxa and Common Life » en New Left Review, 191, enero-febrero, 1992, pág.116.
[4] Bourdieu, Pierre: La distinction, Minuit, París, 1979, pág.533.
[5] Bourdieu, Ce qui parle veut dire, op. cit. pág.61.
[6] Idem, pág.14, 24-28, 107.
[7] Bourdieu, Pierre, «La domination masculine » en Actes de la recherche en sciences sociales, 84, septiembre 1990, pág.20.
[8] Bourdieu, Pierre: Contre-feux, Ed. Liber-raisons d’agir, Paris, 1998, pág. 23ss.
[9] Bourdieu nos habla de la confusión que encuentra en los medios al colocar al mismo nivel de significado, por ejemplo, el Islam y el islamismo, entre musulmán e islamita, entre islamismo y terrorismo, judío y sionista, alemán (o austríaco) y nazi, etc. Idem, pág. 28.
[10] Idem, pág. 60.
[11] Idem, pág. 38ss.
[12] Idem. pág.43.
[13] Idem, pág. 48ss.
[14] Idem.
[15] Bourdieu, Pierre: Sobre la televisión. Anagrama, Barcelona, 1997.
[16] Bourdieu, Contre-fuex, op. cit. pág.63.

 
.jpg)


