viernes, 1 de noviembre de 2013

                                                              
De la libertad de prensa
David Hume

(Traducción:  David De los Reyes) [1]


David Hume, oleo de Alexander Roitburd

Nada es más sorprendente para un extranjero que la gran libertad de prensa que disfrutamos en este país,  con la que podemos comunicar eso que nos parece bueno al público y criticar  abiertamente toda medida tomada por el Rey o ministros. Si  el gobierno decide ir a la guerra, se declara que  abandona o  ignora  los intereses de la nación y que la paz es infinitamente preferible  en relación con el estado de los negocios actuales. Si la pasión del ministro lo inclina hacia la paz, nuestros escritores políticos no respiran  más que la guerra y matanza, y estigmatizan la conducta  pacífica del gobernante  como laxa y pusilánime. Tal  libertad no es admitida por ningún otro  gobierno –sea republicano o monárquico, sea  Holanda  o Venecia más que en Francia o  España. De esto nos surge una pregunta: ¿cómo es que Inglaterra disfruta únicamente de ese privilegio particular?

La razón  por la cual las leyes nos acuerdan  tal libertad parece derivar  de la forma mixta de nuestro gobierno, el cual no es ni totalmente monárquico y ni totalmente republicano. Se descubrirá –si no me equivoco -  una verdad política profunda en el hecho de que los dos extremos de  gobierno, la libertad y  la esclavitud, están habitualmente muy próximos el uno del otro.  Y desde el momento en que nos alejamos de los extremos  y mezclamos un poco la monarquía  con la libertad, el gobierno deviene siempre más libre; de la otra parte, si mezclamos un poco de libertad a la monarquía, el juego  político se convierte en más  cruel e intolerable.

En un gobierno como el de Francia, que es absoluto y donde las leyes, las costumbres y la religión concuerdan todas juntas en querer volver al pueblo plenamente  feliz de su condición, el monarca no puede experimentar ninguna envidia sobre  los súbditos   y está  en medida de sus acuerdos en consecuencia de grandes libertades tanto de palabra como de acción. En un gobierno enteramente republicano, como el de Holanda, donde ningún magistrado  no es lo suficientemente eminente para suscitar  la  envidia del Estado, no tiene ningún peligro  en  otorgar  a sus magistrados grandes poderes discrecionales; y de ello resultan numerosas ventajas de  tales poderes al preservar  la paz y el orden, pues establecen unas restricciones considerables a las acciones de los hombres y  obliga a cada ciudadano a tener respeto por el gobierno. Pareciera  de esta manera  que los dos extremos, la monarquía y la república, se aproximan   mucho uno a la otra en ciertas circunstancias materiales. En la primera, el magistrado no es  desconfiado ante el pueblo; en el segundo,  el pueblo  no desconfía  ante la mirada del magistrado. Esta ausencia de envidia    crea en ambos casos una confianza  y aceptación recíproca, y genera en el seno de las monarquías una especie de libertad y una especie de poder arbitrario  en el seno de las repúblicas.

Con el fin de justificar la segunda parte de la observación precedente – a saber que, de todos los gobiernos, los mixtos son los más alejados los unos de los otros y que la amalgama de monarquía y de la libertad    nos da una sujeción más laxa o más cruel -  me lleva a citar una observación de Tácito sobre los súbditos romanos viviendo en la  época de los  emperadores, donde aquellos  no podían soportar completamente  ni la esclavitud ni la libertad totales: Nec totam servitutem, nec totam libertatem pati possunt[2]. Esta observación ha sido traducida por un poeta célebre y  aplicada por él  a los ingleses  en una viva descripción del reino y de la política de la reina Elizabeth: 
...Ella, cual la fuerza
de la Europa, a su elección, hace pender la balanza, Y hace amar  su  yugo al inglés  indomable, Que no puede ni servir ni vivir en libertad. Voltaire.  La Henriade (libro I)[3].
Siguiendo esas observaciones, debemos considerar  el gobierno en los tiempos de los emperadores como una mezcla de despotismo  y de libertad donde prevalecía el despotismo;  y el gobierno inglés  como una mezcla  de la misma naturaleza, pero donde la libertad predomina. Las consecuencias son exactas a las observaciones precedentes, de las que podemos   aguardar  de esas formas mixtas de gobierno que crean desconfianza y envidia recíprocas. Los emperadores romanos, al menos la mayoría de ellos,   fueron los tiranos  más espantosos con  los que la  naturaleza humana haya sido  afligida jamás; y es evidente que su crueldad  era excitada  esencialmente por su envidia  y por el espectáculo de los patricios de Roma, que hervían de impaciencia al verse dominados por  una familia que, poco tiempo antes, no era, de ninguna manera, superior a ellos. Por  otro lado, como el aspecto republicano es el que prevaleció en  Inglaterra, si bien con una fuerte dosis de monarquía, está  obligado, en vistas de su propia preservación, a mantener una desconfianza vigilante sobre los magistrados, a suprimir todos los poderes discrecionales y de salvaguardar la vida  y los bienes de cada uno por las leyes generales e inflexibles. Ninguna  acción debe ser considerada como criminal  a menos que la ley no lo haya expresamente declarado como tal;  ningún crimen debe ser imputado a un hombre a menos  de tener una prueba legal  mostrada ante el juzgado;  y esos mismos jueces deben  ser sus ciudadanos, obligando a su propio interés en vigilar las violaciones y las agresiones de los ministros. De ello se deduce que haya tanta libertad en Inglaterra habiendo,  en la misma proporción,  tanta licencia como  tiranía y esclavitud la tuvo en otro momento  Roma.

Esos principios concuerdan con la gran libertad que disfruta la prensa en  este reino,  mucho más allá de lo permitido  por otros gobiernos. Es notorio que  el poder arbitrario se infiltre entre nosotros si no estamos extremadamente atentos en vigilar  sus progresos  y que no exista hasta el momento ningún otro método para declarar la alarma de un punto a otro del reino.  El espíritu del pueblo debe ser  frecuentemente excitado  con el fin de restringir las ambiciones de la Corte; y el temor de excitar ese espíritu debe ser utilizado  para neutralizar esa ambición. Nada es tan eficaz  para lograr ese objetivo que la libertad de prensa, por la cual todo el saber, el espíritu y el genio de esa nación se emplean en las riberas de la libertad,  donde cada uno permanece despierto para defenderla. De tal manera  que   la  parte  republicana de nuestro gobierno puede así mantenerse ella misma contra la parte monárquica,  si cuidadosamente  protege  la prensa libre  en vistas de su propia conservación, que es de la más alta importancia.


(Agregado  y variante final encontrado en otras ediciones del mismo ensayo)

Puesto que esta libertad es esencial  para salvaguardar nuestro  gobierno mixto,  debemos responder a la siguiente cuestión: ¿tal libertad es ella beneficiosa o perjudicial? Nada  hay en el seno de cada  Estado más importante que la preservación  del gobierno tradicional, sobre todo si es un gobierno libre. Pero quisiera voluntariamente dar un paso más y afirmar que esa libertad está acompañada de tan pocos inconvenientes que ella debe ser reivindicada  como un derecho común  de la  humanidad, pues deberá beneficiar sea cual sea el gobierno; exceptuando al gobierno eclesiástico al cual se revelaría fatal. No debemos temer de esta libertad las funestas consecuencias  anticipadas por los demagogos populares de Atenas y los tribunos de Roma. Un hombre lee un panfleto tranquilo y solo. Nadie le acompaña, del cual por contagio podría contraer una pasión.  No es arrastrado por la fuerza y la energía  de la acción. Sería excitado por el  carácter más sedicioso posible, presente ante él, de furiosa  resolución  gracias  a la cual  pudiera  inmediatamente exteriorizar  su pasión. La libertad de prensa no puede, por consiguiente sino raramente, igual en caso de abuso, suscitar  tumultos o rebeliones populares.  En cuanto a esos murmullos secretos de descontentos que pueda ocasionar, es preferible que se expresen por medio de las palabras y que lleguen al conocimiento de los magistrados antes que  sea muy tarde y que haya que traer  el remedio. La humanidad, es verdad, tiene siempre la tendencia a creer más  eso que es dicho  en detrimento de sus gobernantes que lo contrario; pero esa inclinación  le es inherente, bien si goce o no esa libertad. Un rumor puede expandirse tan rápidamente y ser tan devastador como un panfleto. ¿Qué digo?
Será más pernicioso  ahí donde los hombres no están acostumbrados a pensar libremente o a distinguir la verdad de la mentira.

La experiencia de la  humanidad progresa; hemos descubierto  que las personas  no son monstruos tan peligrosos como se los representa y  que es preferible guiarlos  considerándolos como  criaturas racionales que manipularlos  o de dirigirlos como  bestias salvajes.  Si las naciones unidas no dan el ejemplo, la tolerancia será juzgada incompatible  con un buen gobierno,  y creemos imposible que numerosas sectas religiosas puedan vivir  juntas en  armonía y en paz, como  manifestar un celo igual tanto sobre su patria común como sobre las otras.  Inglaterra ha dado  un ejemplo semejante de libertad civil;  y si bien esa libertad pareciera presentar ocasionalmente algunas agitaciones, ella nunca ha producido efectos perversos. Es de esperarse que los hombres, estando cada día más  habituados a la libre discusión de  los quehaceres públicos,  mejoren sus juicios sobre ellos y serán más difícilmente seducidos por un débil rumor o por cualquier clamor popular.

Es un pensamiento tranquilizador para los amantes de la libertad  saber  que ese privilegio que posee Inglaterra  es de tal género que  no  se nos pueda privar de él fácilmente y pueda perdurar   tanto tiempo como nuestro gobierno dure, en el grado que sea, libre e independiente. Es raro que la libertad,  sea de la especie que sea, se pierda totalmente de un sólo golpe. La esclavitud tiene un aspecto terrible a los ojos de aquellos que están acostumbrados  a la libertad que no puede insinuarse  entre ellos sino por grados  y disfrazarla  bajo mil ropajes a fin  de ser recibida. En cambio, si la libertad de prensa debe un día desaparecer, ella deberá perecer de un sólo golpe. Las leyes generales contra  la sedición y los libelos están hoy tan prohibidas como posibles.  Nada pondrá las mayores  restricciones si no es por medio de un edicto impreso o el otorgar  a los tribunales  grandes poderes discrecionales para sancionar todo eso que pueda  incomodar. Pero tales concesiones   harían tal violación a la mirada abierta de la libertad que  manifestarían  probablemente  las últimas violencias de un gobierno despótico. Podemos terminar diciendo que la libertad de Inglaterra jamás desaparecerá aún si esas tentativas puedan surgir.


NOTAS: 

[1] Hume, David; Essais Moraux, politiques & littéraires, Ed Alive, bilingüe francés-inglés. Paris, 1999, p.42-47.

[2] “No se  complacen ni con una entera libertad ni con un total servilismo [NdT]

[3] Voltaire escribe La Henriade en 1727 – 28,  [NdT].

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