sábado, 1 de enero de 2011

Mujer, sexualidad y mal en la filosofía contemporánea


Alícia H. Puleo

(Universidad de Valladolid, España)

Max Sauco

Género, sexualidad y poder mantienen estrechas y a menudo oscuras                                               relaciones. Un ejemplo de ello es la contraposición, en los medios intelectuales y periodísticos franceses, de una caricatura de la feminista anglosajona "puritana y represora", y de una francesa "liberada" que conoce las artes de la seducción heterosexual.  Estas imágenes son utilizadas como armas retóricas contra las reivindicaciones de igualdad de las mujeres (2).
Conviene observar, asimismo, la proliferación de la mujer fatal en los anuncios publicitarios de Occidente. Se trata de una renovación de esta vieja imagen, ahora cibernética y adolescente. Ser perversa es la nueva propuesta del patriarcado a las jóvenes rebeldes (3). Parece, pues, pertinente, volver a examinar las conceptualizaciones de mujer, sexualidad y mal.
En una defensa de las mujeres ya muy lejana, el filósofo renacentista Agrippa Von Nettesheim acumuló argumentos frente a la maligna Eva siempre recordada por los tratados misóginos de su época: las mujeres son más castas y más benevolentes, los crímenes y las guerras suelen ser propios de los varones, etc. (4). Su interés no fue únicamente teórico. Mago y astrólogo de los príncipes europeos del siglo XV, salvó de la hoguera inquisitorial a una campesina acusada de brujería. Dos siglos y medio más tarde, apagados ya los fuegos del Santo Oficio, todavía habría tenido, sin embargo, que continuar batallando contra una nueva identificación de Mujer y Mal. A finales del siglo XIX, la misoginia recupera su máxima virulencia pero, esta vez, su discurso ya no es religioso. En una sociedad crecientemente secularizada, la ciencia asume el relevo y presta su apoyo al prejuicio sexista. Se produce una vez más, entonces, lo que ya denunciara el cartesiano Poulain de la Barre en el siglo XVII: "Lo que confirma al vulgo en las ideas que tiene sobre las mujeres es que se ve apoyado por la convicción de los sabios. (...) Al ver que los Poetas, los Oradores, los Historiadores y los Filósofos declaran también que las mujeres son inferiores a los hombres, menos nobles y menos perfectas, (la gente común) se persuade aún más (de ello) porque ignora que su saber consiste en el mismo prejuicio que el suyo, sólo que más amplio y distinguido" (5).
En las últimas décadas del siglo XIX y a principios del XX, el arte y la literatura multiplican las representaciones de la perversidad de la Mujer. Una sexualidad femenina amenazante se insinúa en la pintura, la escultura, la novela y la poesía. Las flores del mal baudelaireanas se abren y proliferan en la cultura de la época. Las Ménades y Salomé pueblan la fantasía de los artistas, los intelectuales y su público. La Mujer es representada una y mil veces como fuerza ciega de la Naturaleza, realidad seductora pero indiferenciada, ninfa insaciable, virgen equívoca, prostituta que vampiriza a los hombres, belleza reptiliana, primitiva y fatal. Hoy, con el predominio de la pintura no figurativa este fenómeno pervive en la publicidad y en producciones cinematográficas, a menudo destinadas al consumo de masas. 
¿A qué se debe esta asombrosa proliferación de representaciones de la amenazante sexualidad femenina? Distintas respuestas han sido dadas a este interrogante. Bram Dijkstra, en un documentado estudio sobre el arte de fin de siglo (6), se muestra convencido de que se trató de una "guerra contra la mujer", guerra suscitada por la imposibilidad de que ésta se plegara completamente al ideal de "ángel del hogar" de la primera mitad del XIX. Además de constituir una fuente de excitación y placer masculinos, estas imágenes serían un aviso de los peligros que, supuestamente, amenazan al varón decimonónico occidental: "razas inferiores", "clases inferiores" y mujeres  son percibidas como naturaleza primitiva capaz de destruir la civilización.
La particular aplicación de la teoría de la evolución al análisis de fenómenos tales como el colonialismo, el capitalismo y el patriarcado  -darwinismo social- conduce a esta amalgama en la que el oprimido adquiere perfiles bestiales y demoníacos. Sexismo, clasismo y racismo coinciden en la adjudicación de los mismos rasgos al individuo sometido: animalidad y sensualidad portadoras del caos.
Para Dijkstra, se trata de un claro mecanismo de dominación que posee dos funciones: justifica la discriminación y explotación practicadas sobre ciertos grupos y canaliza sobre fáciles chivos expiatorios la ansiedad y frustración generadas por las transformaciones capitalistas. La misoginia y el odio al judío estarán, así, estrechamente unidos en este período que anuncia el genocidio posterior.
Existe otra interpretación del curioso fenómeno finisecular de representación obsesiva de un inquietante erotismo femenino. Diego Romero de Solís se inclina por considerar que se trataría del descubrimiento fascinado de la sexualidad femenina, unido al ancestral temor que el hombre siente por la Mujer, miedo producido por la estrecha relación de la mujer  con los procesos de la vida y la muerte. La Mujer emerge como secreto largamente ocultado, como fuerza dionisíaca deseada y temida al mismo tiempo. De esta forma, "la sexualidad de la mujer irrumpe en el final de siglo como un proyecto de liberación" (7), y "ahora, en nuestro propio final de siglo, se proclama su triunfo y la promesa de un futuro esencialmente femenino, con una nueva transformación de los valores, con una nueva utopía". La proliferación de imágenes de la sexualidad femenina amenazante marcaría el comienzo del fin de una larga historia de represión del placer sexual y, en especial del goce femenino.
Si la hipótesis de B. Dijkstra se enmarca en los análisis feministas iniciados por Kate Millet con su Política sexual 8 de 1970, la de D. Romero de Solís puede ser relacionada con las teorías de Jung, con algunas manifestaciones surrealistas y con la crítica a la Modernidad realizada por la Escuela de Frankfurt. Se perciben filiaciones junguianas en la afirmación de que el miedo a la mujer latente en el inconsciente colectivo masculino generaría la política sexista. En cuanto al surrealismo, recordemos que André Breton anunciaba en Arcano 17 el fin del dominio masculino y el advenimiento de una sociedad futura encarnada, por el momento, en la Femme-enfant y sus poderes intuitivos, en el cuerpo sensual que vence al destructor y corrupto racionalismo de la Modernidad.
Finalmente, observemos, en lo que se refiere a la filiación frankfurtiana, que en su célebre Dialéctica de la Ilustración, Horkheimer y Adorno denunciaban el proceso histórico de represión de la Naturaleza interna y  externa masculina llevada a cabo por la razón occidental junto con la opresión de las mujeres. 
Intentaré aportar algunas breves consideraciones que me inclinan a no compartir la visión optimista de D. Romero de Solís. Lo haré, no ya desde la estética y la historia del arte, sino desde el estudio de la conceptualización de la mujer y la sexualidad en algunos filósofos contemporáneos que trataron especialmente el tema.


Max Sauco

Caracterización ontológica de la sexualidad como el Mal
¿Curiosamente?, la sexualidad no ha sido un tema excesivamente transitado por la Filosofía. En la Antigüedad, podemos citar El Banquete de Platón. Pero, como señala Michel Foucault en Historia de la sexualidad (9), para los griegos, la sexualidad era sólo un aspecto entre otros muchos de la vida del hombre. Los tratados de Dietética incluían entre sus consejos para una vida sana y equilibrada los referidos a la práctica de los  afrodisia (actos que procuran el placer sexual). Hasta la llegada del cristianismo, la noción de pecado es ajena al erotismo. Sólo se recomendaba la mesura (sophrosune), tal como se hacía con los placeres de la buena mesa. El deseo sexual no era aún la "verdad del sujeto". 
Con la filosofía contemporánea, la sexualidad es elevada a fundamento ontológico. Los diálogos porno-filosófico-políticos del tocador sadiano son el primer signo inequívoco de esta transformación total en la valoración del deseo erótico (10). La crisis del optimismo racionalista se halla ligada a este ascenso de la sexualidad en las preocupaciones filosóficas. La razón  desespera en su búsqueda de un sentido trascendente. El hombre se descubre abandonado en un mundo caótico, sometido a las leyes de la Naturaleza y albergando en el interior de su propio ser un núcleo irreductible de Naturaleza. 
Con el pesimismo de Schopenhauer y de su discípulo Edward Von Hartmann, la sexualidad se transforma en revelación de la Voluntad de Vivir o Uno-Inconsciente. La esencia de la realidad, generalmente oculta tras la apariencia nouménica o velo de Maya, es una fuerza ciega  -Voluntad. Esta energía constituye la sustancia de todo cuanto existe. Es la esencia del Universo y la descubrimos a través de la introspección. Se manifiesta en toda su salvaje obstinación en el acto sexual. Dado que la vida es concebida como una tragedia (el final es siempre la muerte y el dolor y el hastío predominan sobre los breves momentos de placer), el acto sexual es una traición de los amantes al hijo que vendrá. Implica la continuidad de la cadena de la vida, es decir, del dolor. Puesto que la Vida es el Mal, la sexualidad es el Mal que impide el final del sufrimiento. En el suplemento a  El Mundo como Voluntad y representación, titulado "Metafísica de la sexualidad", Schopenhauer afirma que las mujeres son la trampa que la especie pone al individuo para reproducirse. Sin menoscabo del gran valor del conjunto de la filosofía schopenhaueriana, puede decirse que la popularidad que adquirió su obra se debió, en una parte no desdeñable, a su conceptualización de la mujer y la sexualidad. Tras la joven seductora se esconde una madre que, inconscientemente, contribuirá a la cadena del dolor con nuevas víctimas. El acto ético será, pues, el ascetismo. 
A idéntica conclusión llega, a principios del siglo XX, Otto Weininger en su obra  Sexo y carácter (1902). Las mujeres son la sexualidad misma y deben, como el abyecto y femenino judío, desaparecer. Por ellas existe el falo, es decir, el deseo masculino que precipita a los hombres al abismo de la animalidad. Judío él mismo, y coherente con sus teorías -rasgo meritorio y muy difícil de encontrar-, Weininger se suicidó pocos meses después de la publicación de este libro tan admirado por la intelectualidad europea y americana (en Austria se han hecho más de cincuenta ediciones).
Pero no siempre la identificación de sexualidad y Mal conduce a la propuesta de un ascetismo liberador. Uno de los teóricos del erotismo más reconocidos, Georges Bataille, parte, justamente, de una aceptación de la sexualidad como Mal para -en clave nietzscheana- proponer una "transgresión soberana" como superación de los límites de la sociedad burguesa. Es imposible resumir en estas pocas líneas la complejidad del pensamiento de Bataille sobre este tema (11).  Simplemente, me interesa destacar aquí que, recuperando las tesis del marqués de Sade, Bataille plantea la necesidad de  asumir el Mal para recuperar la vivencia de la soberanía, experiencia perdida en un mundo de razón instrumental capitalista e igualdad democrática ante la ley. El erotismo sado-masoquista constituye, de esta manera, un sustituto ritual del impulso ontológico de negación del Otro, es decir, del crimen prohibido por la sociedad. El acto sexual es asimilado a la violación, a la negación de los límites que configuran la identidad del objeto de deseo. El Mal es, entonces, liberador, y otorga al hombre la animalidad sagrada o rango de "naturaleza transfigurada", que no es simple inmediatez natural sino asunción consciente de la energía instintiva reprimida por las normas culturales. Dado que, por lo general, el respeto de los derechos individuales impide la utilización de las personas como medios, es necesario que exista un grupo especial hacia el que pueda canalizarse el deseo destructivo. Este grupo es el de las prostitutas, objeto paradigmático del deseo masculino que permite que el varón acceda a la experiencia de la liberación con respecto a las miserias cotidianas del mundo de la necesidad. La prostituta es el objeto del erotismo. Su cuerpo semi-desnudo evoca tanto el horror de la Naturaleza viscosa en donde se gesta la vida y la muerte como, en las pocas prendas que la cubren, el vestigio de la civilización y de sus prohibiciones transgredidas. El objeto de deseo del erotismo es esta naturaleza "maldita".

Max Sauco


La sexualidad como Naturaleza buena
Si los herederos de Hobbes enfatizaban la negatividad del deseo erótico, los de Rousseau insistirán en su bondad. Wilhem Reich puede ser considerado el máximo exponente de esta  conceptualización de la sexualidad. La ruptura de Reich con Freud se consumó cuando este último llegó al convencimiento de la existencia de una pulsión de agresión. Para Reich, sadismo y masoquismo son fruto de deformaciones libidinales inducidas por la sociedad. El plano profundo de la estructura psíquica esconde la sociabilidad y sexualidad naturales así como la capacidad de placer y amor. El inconsciente freudiano (agresividad, sadismo, perversión, etc.) sólo es un plano medio producido por la represión. La potencia liberadora del orgasmo es, según Reich, capaz de disolver la superestructura caracterológica de autodominio y sociabilidad artificial que funciona como máscara encubridora de la agresividad. La liberación sexual conduce a la revolución política. En 1951, Reich supera definitivamente el campo psicológico y terapéutico para lanzarse a la especulación metafísica: afirma haber descubierto "la materia primordial" constitutiva de la totalidad de los entes. Es la energía sexual u "orgón".
En una teoría que deja entrever cierto parentesco con el idealismo alemán, sostiene que esta energía cósmica tomó poco a poco conciencia de sí, perdiendo su espontaneidad emocional y sepultando las fuerzas biológicas  libres del matriarcado originario bajo la estructura caracterológica represora patriarcal.
Influido por Reich y en la línea del agudo análisis de la dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer, Marcuse ve en las mujeres a las representantes de Eros, al nuevo sujeto revolucionario, esperanza de la humanidad. En una conferencia pronunciada en 1974, en plena efervescencia de la segunda ola del feminismo, el filósofo previene a las mujeres sobre las influencias nefastas del abandono de las cualidades femeninas y la adopción acrítica de la razón instrumental propia del patriarcado. La mujer, vinculada históricamente a la Naturaleza, es la única capaz de reconciliar al hombre con ésta, en un mundo vaciado de sentido. Por ello, el colectivo femenino debe mantenerse deliberadamente alejado del poder. En su particular versión de la teoría hegeliana del progreso de la humanidad, el patriarcado y la represión de la sexualidad son el necesario momento de la negación previo a un futuro de sublimación no represiva y abolición del sometimiento de las mujeres. Como para el padre del surrealismo, el futuro será femenino y permitirá "el retorno de lo reprimido".
 
Max Sauco



Mediadoras hacia el Bien y hacia el Mal
Vemos, pues, que la proliferación de inquietantes imágenes de la sexualidad femenina desde finales del siglo XIX tiene un correlato en el incremento del interés filosófico por el tema. No considero que la línea tanática de interpretación de la sexualidad esconda un impulso liberador o sea producto de un temor ancestral hacia los estratos en que la Vida muestra su complicidad con la muerte. La sexualidad amenazante femenina de las representaciones artísticas y de las teorías filosóficas surge como reacción a las primeras reivindicaciones feministas.
Pero éstas son peticiones de igualdad político-social y no una explosión dionisíaca de los instintos. No es una casualidad si, junto con la aparición del paradigma de igualdad de las democracias modernas, se popularizan las teorías de los médicos-filósofos sobre la completa dependencia del cerebro femenino a las exigencias reproductivas. La misión de madre excluirá de la ciudadanía y del acceso a los estudios superiores.
Estas teorías, originadas a mediados del siglo XVIII, en plena Ilustración, desarrolladas durante el XIX y continuadas en la doctrina de la envidia del  pene freudiana, tenían una función claramente discriminatoria. Las teorías de la inferioridad femenina de Schopenhauer no se deben, como a veces suele  suponerse, a que el pobre filósofo no conocía mujeres inteligentes y cultas. Muy por el contrario, un mínimo conocimiento de su biografía nos muestra que constituyen el rechazo a la figura de la ilustrada, figura  encarnada por su propia madre, escritora de renombre que presidía un salón literario al que asistía el mismo Goethe (12). Las extremas manifestaciones de misoginia de O. Weininger coinciden con un momento cúspide del sufragismo, movimiento que este autor consideró promovido por individuos intersexuales, mujeres viriles que, con su iniciativa masculina, arrastraban al activismo a otras mujeres normales. Una lograda plasmación literaria de esta
explicación biologicista del sufragismo es la novela Las bostonianas de Henry James. La prostituta como Naturaleza maldita imprescindible para el sentimiento de soberanía masculino es el contramodelo de la mujer que, en el siglo XX, comienza a acceder a profesiones y empleos, y con ello, según Bataille, pierde la sensualidad, masculinizándose.
Si, según una interpretación de corte psicoanalítico, el miedo a la mujer genera la política sexista, por el contrario, desde una lectura vinculada a las teorías de la colonización, es  la política sexista la que genera el miedo al oprimido. El indígena, la mujer, el animal son demonizados para que su dominación aparezca como legítima. La peligrosidad del oprimido justifica, así, el control y/o la eliminación. Este proceso o se produce a nivel consciente sino que constituye el fondo de convicciones de una sociedad colonialista, sexista o exageradamente antropocéntrica.
Las peculiaridades del otro, naturales (menstruación interpretada como impureza, por ejemplo) o construidas en el proceso de dominación (hipocresía y superficialidad de las mujeres, etc.) son ontologizadas y convertidas en pruebas de la inferioridad y peligrosidad del sometido. La perversa mujer insaciable es una creación masculina que justifica la opresión y el control. Recordemos, como caso paradigmático, que las amputaciones sexuales rituales (excisión e infibulación) que sufren, según datos de la Organización Mundial de la Salud, más de cien millones de mujeres en el mundo, son justificadas por el carácter lascivo e inagotable de la sexualidad femenina natural.
La segunda figura de la otredad femenina o sexualidad natural positivamente connotada no contiene la misoginia de la primera. Podría, más bien, ser la continuación contemporánea del discurso de la excelencia de las mujeres del bienintencionado Agrippa de Nettesheim. Las teorías que la sustentan contienen interesantes análisis de la constitución de la masculinidad como razón instrumental y están animadas por ese soplo de solidaridad transformadora que les ha valido la adhesión de un cierto número de pensadoras feministas. Sin embargo, en su exaltación del retorno de lo reprimido, también vincula a las mujeres con una naturaleza pulsional primitiva, aunque, esta vez, se preconice su recuperación y se ensalcen sus virtudes. Como señala Cèlia Amorós (13) , en la búsqueda de un nuevo sujeto revolucionario, se apela, así, a un realismo de los universales. Las mujeres en toda su variedad de individuos son transformadas en la Mujer con  cualidades esenciales redentoras. Una  de las características de la constitución del Otro en tanto lo Otro de lo Uno -sujeto que enuncia- es, justamente, negarle la individualidad.
Así, resulta interesante observar que en las diferentes teorías examinadas existe una constante reificación de las cualidades atribuidas a las mujeres. Predomina la identificación de la mujer con la Naturaleza y la sexualidad, en unos casos condenada, en otros ensalzada. Mujer y sexualidad son concebidas como mediación hacia la servidumbre o hacia la libertad del individuo. Esto no debe asombrarnos. La función mediadora de la figura femenina es muy antigua y durante muchos siglos se articuló en el lenguaje religioso. Eva, causante de la Caída, representaba la sensualidad seductora inspirada por la serpiente. María, su contrapartida, era venerada como la mediadora por excelencia entre la vida terrena y el Dios que aseguraba la salvación eterna.
Finalmente, desearía hacer una última consideración sobre la multiplicación de representaciones artísticas y discursos científicos y filosóficos sobre la sexualidad femenina desde finales del XIX hasta nuestros días. Si bien es cierto que la revolución sexual ha significado el reconocimiento del derecho al placer para las mujeres, también, desde la teoría feminista se ha subrayado el carácter androcéntrico de los nuevos  credos, usos y costumbres. Si Foucault denunciaba el "dispositivo de sexualidad" de la Modernidad como construcción-control-incitación social de  las identidades sexuales, esta sospecha adquiere aún mucho más fundamento cuando examinamos el caso del colectivo femenino (14) . El sensual (en ocasiones, pornográfico) modelo femenino post-revolución sexual es también -como lo era el puritano ángel del hogar- una proyección del deseo masculino.
El discurso filosófico y científico, el arte y, a nivel popular, los medios de comunicación de masas establecen y normalizan este nuevo modelo en lo que puede ser considerado una nueva forma de configuración y control patriarcales del cuerpo y la sexualidad femeninos (15).
Esta constatación no significa que debamos rechazar las conquistas de la revolución sexual y abominar de ella. Implica, simplemente, un distanciamiento crítico prudente con respecto a una identidad, una imagen y una sexualidad que ni han sido creadas por las propias mujeres en su praxis liberadora ni tampoco, a mi juicio, anuncian el fin del patriarcado.




Notas y referencias

1. Una primera versión de este artículo fue publicada en  Daimon. Revista de
Filosofía de la Universidad de Murcia nº14, enero-julio 1997.
2. Ver Joan  Scott, "La querelle de las mujeres a finales del siglo XX", en
New Left Review, ed. Akal, Madrid, 2000, pp.97-116.
3. En su último libro, Germaine Greer hace esta misma observación con
respecto a las adolescentes británicas  (La mujer completa, ed. Kairós,
Barcelona, 2000, pp.475-490).
4. Von Nettesheim, Agrippa,  De l'excellence et de la supériorité de la femme,
Paris, Chez Louis, Libraire, 1801.
5. Poulain de la Barre,  Sobre la igualdad de los sexos, en Puleo, Alicia H.,
Figuras del Otro en la Ilustración francesa. Diderot y otros autores, Madrid,
Escuela Libre Editorial, Fundación Once, 1996, pp.149-150.
6. Idolos de perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo, trad.
Vicente Campos González, Madrid, Ed. Debate, 1994.
7. Romero de Solís, Diego, "El miedo a la mujer (arte, sexualidad y fin de
siglo)",  Daimon. Revista de Filosofía nº14, enero-junio 1997, Universidad de
Murcia, pp.155-166
8. Obra emblemática de lectura siempre imprescindible reeditada por la
colección Feminismos de editorial Cátedra.
9. L'usage des plaisirs y  Le souci de soi, vol. II y III de  Histoire de la
sexualité, Paris, Gallimard, 1984. Hay traducción castellana en Siglo XXI.
10. Para un agudo análisis del pensamiento sadiano, ver Luisa Posada1
Kubissa, "Un Gran Reserva francés contra el vino de mesa" rousseauniano" en
el libro de la misma autora titulado Sexo y Esencia. De esencialismos
encubiertos y esencialismos heredados: desde un feminismo nominalista (ed. horas y
Horas, Madrid, 1998).
11. Para un tratamiento crítico extenso de la teoría del erotismo de
Bataille y de la conceptualización de la sexualidad en otros autores, ver
Puleo, Alicia H., Dialéctica de la sexualidadGénero y sexo en la Filosofía
contemporánea, Madrid, Cátedra, 1994.
12. Puleo, A.H., Cómo leer a Schopenhauer, Madrid-Gijón, Júcar, 1991.
13. Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona, Anthropos, 1985, p.316.
Ver, de la misma autora, "Presentación (que intenta ser un esbozo del
status questionis)" en Celia Amorós (ed.), Feminismo y Filosofía, ed.
Síntesis, Madrid, 2000.
14. La crítica a la revolución sexual surgió tempranamente en las filas del
feminismo radical. Para una visión actual poco complaciente con la
pornografía y la objetificación sexual, ver MacKinnon, Catharine A., Hacia
una teoría  feminista del Estado, trad. Eugenia Martín, Madrid, Cátedra, 1995,
pp.221-273. Ver también Sheyla Jeffreys,  La herejía lesbiana. Una perspectiva
feminista de la revolución sexual lesbiana, trad. Heide Braun, Madrid, Cátedra,
1996.
  15. Sobre la manipulación consciente y expresa de los guiones y las
imágenes femeninas en la producción cinematográfica y publicitaria
americana de los ochenta, con vistas a crear un modelo que sirviera de
freno a las reivindicaciones feministas de la década anterior, ver Faludi,
Susan, Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna, Anagrama, 1993.
Con respecto a los estereotipos en el arte contemporáneo y la necesidad de
enseñar a descifrarlos como parte de una educación no sexista, ver Alario,
MªTeresa, "La imagen: un espejo distorsionador", en Alario Trigueros, Mª
Teresa, García Colmenares, Carmen (coord.),  Persona, género y educación, ed.
Amarú, Salamanca, 1997, pp.87-112

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