Tiranía y política en Aristóteles (III)
David De los Reyes
(Observación: esta es la tercera entrega de cuatro partes sobre la Tiranía y la Política en Aristóteles)
De Tiranías
“…los cuerpos enfermos y los barcos mal construidos
deben preservarse del peligro con más ansiedad que los otros.”
Gomperz.
Hay una frase en la Política que pareciera ser una puerta para abrirle el paso a la tiranía. Es la que pregunta que se hace su autor: ¿Cuándo la ley no puede decidir en absoluto, o no decidir bien ¿debe mandar el hombre superior a todos los ciudadanos por encima de la ley? (1286ª/25). Claro que podemos advertir que el hombre superior no es el que usa la violencia sino la virtud para el mando. Sin embargo se nos refiere que el banquete en que muchos han contribuido es mejor en el que se es convidado por uno sólo lo cual, por analogía se llegaría a la conclusión que el pueblo puede juzgar mucho mejor que uno sólo. Pero la entrada al tirano está ahí, se considerarse superior, está por encima de la ley, no las espera y se impone. La tiranía será la peor de las desviaciones constitucionales, la que más se aleja de un gobierno constitucional.
1.- Relación entre Monarquía y Tiranía
Relaciona la monarquía y las tiranías; y encontramos que pudiéramos advertir como lo advierte Russell (1973:173) que la diferencia entre monarquía y la tiranía es sobre todo únicamente ética. Aristóteles reconoce que no ha habido muchas monarquías excelentes, porque es raro encontrar hombres que descollaran mucho por su virtud, y tanto más cuando que las ciudades no estaban entonces densamente pobladas (1286b/5s). Al crecer la población se dio la pauta para establecer una república. Los gobiernos monárquicos se desviaron la más de las veces en tiranías. Sea un monarca por ley o fuera de la ley lo que si distingue a esta situación es cómo y para qué fines se constituye la fuerza militar que estará en torno al gobierno. Si en tener junto a sí una fuerza armada cuyo fin es sólo asegurar la supervivencia del tirano-monarca o, en otro sentido, un cuerpo de orden público que se distinguiría por la observancia y desempeño de las leyes democráticas e isonómicas. Con arreglo a este principio, los antiguos asignaban sus guardias cuando constituían al que llamaban dictador o tirano; y así cuando Dionisio pidió su guardia, alguien aconsejó a lo siracusanos que se le diera en la proporción indicada (ibid:1286b/35s)[1]. La tiranía puede ser una monarquía desviada, que se ejerce despóticamente sobre la comunidad política, (ibid:1279ª/15); no es conforme a la naturaleza de Aristóteles, al igual que las otras formas degradadas de gobiernos (ibid:1287b/35). Es por ello que se nos dice que:
“…las dos variedades de la monarquía, el reino y la tiranía, corresponde la primera a la aristocracia, mientras que la segunda es en cierta manera un compuesto de la extrema oligarquía y de la democracia…la realeza habría sido instituida para proteger a las clases superiores contra la masa, en tanto que la tiranía –y aquí pisamos un sólido terreno histórico- se creó a veces para proteger a la multitud contra los grandes, (Gomperz, 2000:397/98).
Al referirse al sistema monárquico no deja de advertir que hay algunas que son una especie de hibrido. Monarquías de generalato, como Esparta, en la que el rey es el jefe militar ante una guerra extranjera; es un generalato absoluto y perpetuo, pero sin poder dar muerte a sus súbditos, a no ser por un motivo excepcional: expediciones militares bajo ley marcial para aquellos que quisiesen huir o no aceptar la orden. Pero Aristóteles comprende que uno de los defectos del gobierno espartano, modelo para muchos de los intelectuales de la época, es que dicha constitución fue tallada para una sola rama de la virtud, la militar. Por esta razón prosperaron y mantuvieron un orden gubernamental mientras estuvieron en guerra, pero bien pronto se deslizaron de la altura que habían alcanzado a causa de que no habían aprendido a vivir en el ocio, es decir, su ética espartana no les permitía la tranquilidad ciudadana de llevar una vida buena.
Otro tipo de monarquía tiránica es la presente en ciertos gobiernos bárbaros, pero que se distinguen de la tiranía radical porque gobiernan en función de la ley heredada, pero como los bárbaros son de carácter más servil que los griegos, y los asiáticos más que los europeos, soportan sin la menor queja el gobierno despótico (1285ª/15). Debido a eso es que son monarquías tiránicas, por la condición manumisa de sus súbditos. También se diferencian de la guardia; si proviene de los ciudadanos son los mismos habitantes que guardan al rey por la consideración que le tienen; en cambio los tiranos, que desconfían permanente de todos sus allegados, contratan a mercenarios; los monarcas que gobiernan de acuerdo a la ley y con la voluntad de sus súbditos reclutan a sus guardias entre sus ciudadanos; aquellos que lo hacen en contra de la voluntad del pueblo están llevados a pagar por la preservación de su vida a elementos extranjeros a la ciudad.
También nos refiere de las monarquías que se conocen como dictaduras, las cuales son tiranías electivas, se atiene a las leyes hereditarias pero no son hereditarias, que es una condición de las monarquías comunes. Estas tiranías electivas fueron llamadas por los griegos como esimenetas, que se caracterizaron por ser dictaduras electivas y no de carácter hereditario, esgrimiento el poder algunas veces de forma vitalicia y otras por un corto tiempo. El caso de Pitaco nos un ejemplo en el cual la ciudad de Mitilene lo eligió para rechazar a los desterrados que mandaban Antiménides y Alcea el poeta. Este último en sus cantos Escolios refiere cómo Mitilene eleva a Pitaco a la tiranía, convirtiéndolo en enemigo de su país, en una ciudad que es indiferente a las malas acciones cometidas o al peso de tal deshonra, terminando alabando en todo momento a su asesino. Sus versos son:
Hayan constituido al plebeyo Pitaco/
tirano de una ciudad abatida y desventurada, y que/
todos le hayan tributado grandes alabanzas (1285ª).
Estos dictadores tendrán semejanza con los dictadores romanos (pudiéramos sumar a los africanos y latinoamericanos), que serán aceptados en circunstancias excepcionales, otorgándoles poderes en que puedan gobernar por decisiones personales, por decretos y sin consulta de ningún tipo. Pero a diferencia de los dictadores latinoamericanos o africanos encontramos que en los romanos había una cláusula que impedía ejercer poderes ilimitados ocasionando dismunición de los del Estado, no podían modificar el sistema político (pasar, por ejemplo, de democracia a socialismo), o cercenar las facultades del Senado.
Hay dictaduras son siempre tiránicas por ser despóticas pero tienen un elemento que las hace diferentes: que al no ser hereditarias o por usurpación del poder, son electivas por asentimiento popular, por los que se les acerca a una especie de monarquía.
La distinción entre un buen gobernante y un tirano la encontramos a la relación que establece y constituye su personalidad al definirse respecto a la virtud y la virtud primordial y determinante del gobernante es la práctica de la prudencia, que estará respecto por encima de las demás virtudes; el resto de ellas deben ser asumidas tanto por los gobernantes como para los gobernados (la virtud del gobernado no es la prudencia sino aquella que lo lleve a manifestar siempre la opinión verdadera, la honestidad). El tirano hará trizas cualquier indicio de prudencia o no la tendrá en cuenta en su ejercicio personal del poder.
El hombre prudente, como hemos dicho, estaría más cercano a aparecer en una monarquía, que es el mejor de los gobiernos si realmente existiera ese dios entre los hombres, cosa imposible. Pero lo que sí es más probable, y recurrente, es que pueda surgir el peor de los gobiernos, basado en el ejercicio único del individuo que realmente no poseerá mayores virtudes, que en la antigüedad griega se cristalizó en la figura del tirano. La tiranía como gobierno es el peor por ser una perversión del mejor (a este le sigue la oligarquía y luego la democracia en tanto gobiernos pervertidos en sus fines).
Recapitulando encontramos que en Aristóteles de la monarquía pueden aparecer tiranías. Hay varios tipos de tiranías que derivan de la monarquía. La primera, a causa de su naturaleza, coincide en cierta forma con la monarquía antigua, por el comportamiento que tienen ante la ley, una especie de monarquía absoluta, propia de los pueblos llamados por los griegos bárbaros, que para la época serían todos aquellos que no hablaban griego y que pertenecían al entorno de Egipto y de las tribus del medio oriente. Sin embargo en la antigüedad griega hubo también ese tipo de gobiernos y fueron llamados sus líderes dictadores. La distinción que hace entre el régimen monárquico y la tiranía, como ya dijimos, está en que si bien ambos son un ejercicio de poder singular, en la monarquía se sustentaba en una base legal y con el consentimiento de los súbditos; en cambio la tiranía era un gobierno despótico y al arbitrio de quienes lo detentaban. Una tercera que fue el arquetipo de la tiranía más extensiva en el tiempo (habrá que llegar Occdidente a la modernidad para diluirla en los gobiernos constitucionales) la cual corresponde a lo conocido como monarquía absoluta, que fue el ejercicio del poder singular, llevando una manera irresponsable a gobernar a sus iguales o superiores, con la mira de su propio interés y no de los gobernados.
2.- Relación entre democracia y tiranía
Aclaremos algo respecto a la relación democracia y tiranía. El régimen democrático, en su sentido vicioso, se desvía de un gobierno de hombres libres y virtuosos, y vendrá a ser el gobernante demagogo, que tendrá mucha similitud –y pre-avisa- al tirano de turno. Es la democracia popular o demagógica el gobierno que destruye al retirar las leyes y gobernar por medio de decretos. En ella el servicio en la asamblea es pagado: se compran votos y consciencias; es propio de un pueblo dominado por demagogos, los cuales harán que los ricos sean perseguidos, la autoridad de los jueces sea corrupta y vendida al mejor postor y la clase baja vendrán a ser los amos descontrolados y brutalmente dirigidos. Se establece una diferencia esta democracia con la tiranía por tener en ella establecida todavía una especie de constitución. La democracia puede ir, de esta manera, de ser una forma moderada de gobierno a una extrema de injusticia y arbitrariedad.
Los demagogos nacen ahí donde las leyes han perdido su poder y el gobierno se constituye en una especie de monarca compuesto de muchos miembros (1291b/10s); es un pueblo, que como monarca no se sujeta a ninguna ley, convirtiéndose en un déspota, y los aduladores de la masa obtienen los cargos importantes de la ciudad. Así:
“Un régimen de esta naturaleza es a la democracia lo que la tiranía es a los regímenes monárquicos. Su espíritu es el mismo, y uno y otro régimen oprimen despóticamente a los mejores ciudadanos. Los decretos del pueblo son como los mandatos del tirano; el demagogo en una parte es como el adulador en la otra, y unos y otros tienen la mayor influencia respectivamente: los aduladores con los tiranos y los demagogos con los pueblos de esta especie”, (1292a/10-30).
Como vemos, se pasa a un gobierno popular en que los decretos prevalecen por encima de las leyes. Y si algún magistrado no se pliega al dictamen popular y se eleva alguna queja contra ellos, se alega que quien debe juzgar es el pueblo, aceptando éste de buen grado tal petición, disolviendo el poder judicial de las magistraturas. Aristóteles concluye con que no hay república (politeia) donde las leyes no prevalecen o gobiernan. En una república la ley debe tener calidad de suprema y los magistrados, independientemente de influencias terceras, juzgar los casos particulares; la ley es, por tanto, reducida a ser razón sin apetito (ibid:1287ª/30), y por tanto imparcial. Los gobernantes que buscan lo justo deben tender a lo imparcial; ahora bien, la ley es lo imparcial.
De esta forma las leyes vienen a ser un instrumento que mide la condición de las formas de gobierno en su aplicación, en su rectitud o en su desviación. Las leyes deben establecerse en vista de las constituciones y no las constituciones en vista de las leyes. La constitución es la organización de los poderes en las ciudades, las que determinan de qué manera se organizan y distribuyen las actividades dentro del espacio público, y cuál debe ser en las ciudades el poder soberano; las leyes, la norma imparcial por encima de las irregulares pasiones de los hombres, regulan el modo como los gobernantes deben gobernar y guardar el orden legal contra los transgresores (ibid:1289b/5). A ello debemos agregar un factor importante en toda democracia, el que:
“…una constitución alcanza una existencia duradera menos por sus cualidades propias que por la habilidad demostrada por los jefes de Estado en el manejo de los carentes derechos y de privilegios. Tratan a los primeros con suma deferencia ahorrándose en lo posible toda mortificación y perjuicio evitables; antes bien, llaman a los más capaces a participar en el gobierno. En cuanto a sus relaciones con los segundos, la establecen sobre la base de la igualdad democrática”, (Gomperz, 2000:395).
Como notamos un gobierno constitucional es la república, pero en su desviación puede caerse en una tiranía de la mayoría, acarreando una deficiencia en el orden y es, como se ha dicho, la menos constitucional de todos los gobiernos y, por ende, el peor (ibid:1293b/25).
3.- Tiranía y ostracismo
Lo contrario al gobierno del tirano es la del monarca virtuoso, que también es un gobierno dirigido por uno sólo pero tiene la condición que lo distingue de forma determinante del primero. Hombre sobresaliente por su extremada virtud (1284ª), y en su mando demuestra que no hará falta ni grupos ni la mayoría para llevar a buen gobierno a la ciudad. Pero tal hombre sería un verdadero dios entre los hombres. Ante ellos no se puede imponerle ley alguna, no puede haber ley con respecto a tales hombres, pues ellos mismos son la ley (idem, 10). Tales hombres sobresalientes las democracias los castiga o se salen de ellos eliminándolos o exilándolos. El mecanismo más utilizado en la antigüedad fue el ostraicismo voluntario o impuesto; ante la igualdad corrupta del conjunto, la diferencia de virtudes y capacidades escuece; pero también será aplicado a los que posean demasiada riqueza, o por tener numerosos relaciones o por cualquier otra influencia política que vaya contra la mayoría demagógica; el ostracismo es destierro de su ciudad por un determinado tiempo. Aristóteles retoma el caso expresado por Herodoto (V, 92), respeto a Periandro y Trasíbulo (s. VII), el primero tirano de Corintio y el segundo de Mileto. El consejo de Periandro a Trasíbulo nos muestra que el primer gobernante no respondió nada al mensajero que le envió Trasíbulo en demanda de consejo; Periandro quedó callado pero mando igualar el campo podando las espigas que descollaban; el mensajero no entendió su acción pero al contársela este a Trasíbulo inmediatamente comprendió lo que había que hacer, deshacerse de los ciudadanos sobresalientes. Política que no sólo ha sido beneficiosa para los tiranos que la practican sino también para las oligarquías y las democracias populares. El ostracismo tiene el efecto de rebajar a los ciudadanos eminentes y desterrarlos (ibid:1284ª/35). Situación que puede aparecer en los regímenes rectos como en los desviados, ambas hacen eso en vistas de su propio interés. Aristóteles afirma que hay cierto sentido de justicio política en el argumento a favor del ostracismo cuando es aplicado a inminencias indiscutibles (las cuales no se ven eliminadas físicamente).
Gomperz (2000:367) señala que el ostracismo es el instrumento que recurren respecto a personalidades de cierta excepción:
“…la dificultad provocada por las naturalezas excepcionales, nos dice Aristóteles, llevó a las democracias a introducir el ostracismo. Sin duda el concepto del hombre excepcional o superhombre se modifica aquí un poco por el hecho de que a las extraordinarias cualidades personales se añade la simple preponderancia que resulta de las riquezas, del gran número de partidarios o de la importancia política alcanzada por otros medios”.
El ostracismo vino a ser un instrumento indispensable contra los individuos que tenían una influencia excesiva en los asuntos del Estado. La tendencia niveladora en las democracias se hace presente al instaurar tal recurso político.
Al contrario del individuo condenado al exilio el ciudadano reconocido públicamente no era debido a su fuerza corporal, su riqueza o por el número de partidarios seguidores, sino por causa de su virtud. A tal individuo nadie pensará expulsarlo o alejarlo temporalmente de su participación pública; tampoco puede ser sometido a la autoridad. A tales naturalezas sólo queda obedecerlas con alegría (ídem).
4.- Revoluciones y Tiranía
En el libro V de Política, Aristóteles aspira a comentar el por qué de las causas de las revoluciones y el fallo de la vida constitucional debido a su corrupción y desviación, a su poca presencia en la vida política de la ciudad y a su condición para que sea propiciadora de mudanzas políticas. En principio toda constitución define un sentido de justicia que debe contemplar la organización de los poderes en ella contenida. No puede definirse en función de un patrón absoluto o ideal sino contemplando la dinámica de los principios que mueven a una sociedad. Cuando no viene a satisfacer la aspiraciones de algunos de los estamentos o clases sociales, por causa de unos y otros, cuando no obtienen de la república la parte que estiman corresponder a las ideas (intereses, agrega el autor), promueven las revoluciones. Advierte que los hombres que tienen más razón de sublevarse ante un reino de injusticia son aquellos que tienen un grado alto de virtud (a quienes considera nuestro filósofo como los únicos que pueden reclamar con razón la desigualdad absoluta por su condición, como es el caso del monarca virtuoso, visto antes), pero son los que por lo general menos llevan a cabo empresas políticas tan temerarias. Otros se sublevan por su linaje o por su riqueza, o a causa de su desigualdad ensoberbecida no aceptan la igualdad de derechos. Podemos resumir que entre las causas ocasionales de sedición contra el poder establecido encontramos las siguientes: temor al castigo, rivalidad personal, desprecio provocado por la mala administración, intrigas electorales, violencias sufridas y también penas de amor, disputas entre herederos, peticiones matrimoniales rechazadas, querellas familiares de toda suerte. Toda una variedad que motiva el levantamiento por parte de los afectados que sienten una injusticia o una situación inaguantable vivida por el ejercicio político. Russell (1973:172), encuentra una diferencia entre las revoluciones antiguas y las modernas esto: “…todas las revoluciones giran en torno a la regulación de propiedad. Él rechaza este argumento, manteniendo que los mayores crímenes son debido al exceso más que a la indigencia; ningún hombre se vuelve tirano para evitar sentir frío”.
La caída de una tiranía puede ser también provocada desde afuera, tan pronto se le opone una forma política y hostil y de mayor poder; son sus enemigos la democracia, la aristocracia y la realeza. Desde dentro surge su ruina a partir del momento en que los miembros de la casa principesca comienzan a enfrentarse entre sí. De las dos principales causas de la hostilidad, el odio y el desprecio, la primera es inevitable, pero en la mayoría de los casos la ruina sólo se provoca al agregarse la segunda. Es por ella que quienes fundaron la tiranía pudieron generalmente mantenerla; sus sucesores, en cambio, a quienes la vida disoluta tornó despreciables, casi siempre perdieron su poder. Nuestro filósofo se pregunta cuál es el factor más eficaz en casos semejantes: ¿el odio o la cólera? Y responde: cierto es que la cólera impulsa vigorosamente a la acción de modo más inmediato, pero su característica falta de reflexión la hace al fin de cuentas menos peligrosa, por su ceguedad en el control de su acción.
A esto reduce los motivos y principios por lo cual vendrán a ser la fuente de las revoluciones, de donde surgen las discordias civiles. Sin embargo, las revoluciones pueden no ir en contra de la constitución vigente, sino que sus promotores vendrán a ser partidarios de la misma, estableciendo a bien una monarquía o una oligarquía pero a condición de ser ellos los que detenten la administración de los poderes establecidos. En criollo sería la mudanza política del quítate tú para ponerme yo, como dice el estribillo de la canción caribeña conocida. Las mudanzas o cambios de régimen político, las llamadas revoluciones, tienen su causa en la desigualdad; situación en que los desiguales no reciben lo que corresponde a su desigualdad (1301b). En el fondo se trata de la disposición, motivación y principios de los participantes en el conflicto civil lo que vendrá a determinar la dirección de la lucha revolucionaria. Bien por ser aspirantes a establecer una igualdad (que la igualdad puede ser o bien por número o bien por mérito), o una desigualdad, o una supremacía (por monarquía o dinastías tienen el poder absoluto), ante la ley, la cual siempre tenemos que está condicionada por un estamento social a no recibir lo que ellos dicen corresponderles socialmente.
Entre los motivos que impulsan a una disposición perturbadora del ánimo para comenzar una revolución están el lucro, el honor, la soberbia, el miedo, el afán de superioridad, el desprecio, el incremento desproporcionado de poder o sublevarse por un sentido de sobrevivencia y justicia: el escape a la deshonra o al castigo. Pero también podemos encontrar la rivalidad electoral, la negligencia, la mediocridad y la disparidad o desigualdad (ibid:1302ª). El poder ensoberbece, lo cual puede llevar a que una facción de ciudadanos se subleven ante el corrupto abuso desmesurado y contra la constitución que otorga privilegios a aquellos, en la misma medida que alimentan su codicia por el erario público, los impuestos o los bienes de los particulares o de la comunidad. Sin embargo, Aristóteles observa, que también pueden darse pie a revueltas sociales por pequeñeces, debido a cómo son afectados los que están en el poder por asuntos de amor, como fue el caso de los siracusanos y los cambios que se hicieron a su constitución. Las amadas (y amados), también pueden ser causa de disturbios bien directa o indirectamente (ibid:1303b).
Las revoluciones pueden surgir por fuerza o engaño. Por fuerza, cuando los revolucionarios ejercen presión desde el principio mismo de la rebelión. Por engaño, bien porque los ciudadanos son engañados en un principio para dar inicio a la sedición y obtener el cambio de gobierno, siendo sometidos posteriormente por la fuerza contra su voluntad por los líderes de la misma. La conclusión es que toda revolución, sea quien gane o pierda en su desarrollo, siempre afecta, en general, a todas las formas de gobierno.
Tenemos también el caso de Clístenes. Que también será una revolución pero contra el gobierno tirano. En él se presenta la situación en que se adquirió cualquier individuo que viviese en Atenas, la ciudadanía después de haber tenido lugar su revolución. En Atenas Clístenes después de la expulsión de los tiranos, legisla una nueva división de las familias o tribus que conformaban la ciudad, incluyendo a extranjeros y metecos de extracción servil para con ellos defender la democracia. Aristóteles duda de que si la adquisición de esa ciudadanía ha sido justa o injusta; se pregunta si podrá ser ciudadano quien se haya hecho de forma injusta, es decir, impuesta por un gobernante aunque se defina demócrata; sin embargo, luego de entrar en una república que ha salido de una tiranía o una oligarquía, sean justos o injustos los aceptados en la ciudad deberán ser llamados ciudadanos, (ibib1276ª/5), con lo que se vieron llevados a defender sus derechos por la adhesión democrática a la ciudad. Tres serán los requisitos indispensables para frenar el avance de las revoluciones tiránicas:
Los tres requisitos para impedir la revolución son la propaganda gubernamental en la educación, el respeto por la ley, incluso en las cosas pequeñas, y la justicia en la ley y en la administración, esto es, la igualdad según la proporción, y para cada hombre el gozar de lo suyo (1370 a/b, 1310 a). Aristóteles no parece haberse percatado nunca de la dificultad de la igualdad según la proporción. Si esta ha de ser la verdadera justicia, la proporción debe referirse a la virtud. Ahora bien, la virtud es difícil de medir, y es un tema de controversias de partido. En la práctica política, por tanto, la virtud propende a ser medida por las rentas; la distinción entre aristocracia y oligarquía, que Aristóteles intenta fijar, es posible donde solo haya una nobleza hereditaria muy bien establecida. Incluso entonces, tan pronto como exista una extensa clase de hombres ricos que no sean nobles, han de ser admitidos estos por el poder por el temor de que hagan una revolución (Russell, 1973:173/174).
Aristóteles recrimina a la mayoría su carácter caprichoso y la miopía política que con tanta frecuencia hace sacrificar el bienestar futuro a los intereses del momento, (Gomperz, 2000:384). Es por ello que presenta su posición constitucional un elemento a favor de la conservación de la constitución más que su contrario, el de cambiarla o transformarla en sus leyes y espíritu, bien sea por una revolución o un cambio de gobierno[2]. Y podemos agregar que respecto a los cambios políticos y las revoluciones en la antigua Grecia: “El Estagirita demuestra poseer unos conocimientos históricos extraordinarios, así como una comprensión penetrante y una gran sagacidad al considerar los hechos y los acontecimientos políticos verdaderamente notables (Reale 1985:119).
No podemos dejar de pasar la opinión de Russell (1973:173), al respecto de este tema, el cual hace referencia a la distinción entre las tiranías antiguas y las latinoamericanas:
“Hay una larga discusión sobre las causas de la revolución. En Grecia, las revoluciones eran tan frecuentes como antaño en Latinoamérica, y, por tanto, Aristóteles tenía una copiosa experiencia de la que sacar inferencia. La causa principal era el conflicto entre oligarcas y demócratas. La democracia, dice Aristóteles, surge de la creencia de que los hombres son igualmente libres deben ser iguales en todos los respectos; la oligarquía, del hecho de que los hombres son superiores en algunos aspectos reclaman demasiado. Ambas tienen una especie de justicia pero no la mejor. En consecuencia, ambos partidos, siempre que su participación en el gobierno no concuerda con sus ideas preconcebidas, promueven la revolución (1301 a). Los gobiernos democráticos están menos expuestos a las revoluciones que las oligarquías, porque los oligarcas pueden reñir unos con otros. Los oligarcas parecen haber sido individuos enérgicos. En algunas ciudades, se nos cuenta, hacían un juramento: Seré enemigo del pueblo, e idearé todo el daño que pueda contra él. Hoy en día los reaccionarios no son tan francos.
5.- Demagogia y tiranía
La figura del demagogo siempre estuve muy vigente en los círculos de los gobiernos democráticos de la antigüedad (no menos en el presente, podemos agregar). Los demagogos siempre han utilizado al pueblo para sus intereses de poder. Las democracias son subvertidas por éstos en unión de otra clase que detenta cierta influencia (económica, política, religiosa, etc), en la ciudad-estado. Bien porque se unen a la oligarquía, o con los notables, o con los militares, o pagan al pueblo para llevar a cabo el establecimiento de sus propios intereses. Aristóteles expone varios casos, todos interesantes, pero podemos nombrar algunos. Como el de la democracia en Megara, donde lo demagogos, para poder distribuir entre el pueblo el dinero de las confiscaciones, expulsaron de la ciudad a muchos de las clases altas, hasta que siendo muy numerosos los desterrados, regresaron a la ciudad y vencieron a los demagogos y al pueblo en una batalla y establecieron la oligarquía.
El caso es que los demagogos, con la mira de alagar al pueblo, al impulsar la revolución agravian a las clases superiores, con lo que promueven su unión, bien sea repartiendo o invadiendo sus propiedades o reduciendo sus ingresos por la imposición de servicios e impuestos públicos; también por causa de difamación ante los tribunales para con ello confiscar sus bienes. Cuando el demagogo, en la antigüedad, era militar se transformaba en tirano, en la mayoría de los casos las tiranías surgieron a causa de los demagogos. Aristóteles nos dice que provenían del estamento militar, por no haberse desarrollado aún en ese momento la capacidad de la oratoria para seducir y convencer por la palabra –y no por la fuerza física- a las mayorías. Con el auge de la retórica, los que dirigen al pueblo, más que por capacidades, inteligencia y formación para dar soluciones reales a lo público, sustentan su cargo por el saber hablar únicamente, pero la inexperiencia que tenía de lo militar, el movilizar grupos humanos y la logística requerida para obtener ciertos objetivos políticos, les impedía de hacerse del poder total. Aristóteles señala que en los tiempos antiguos (siglo VII y VI a.C), las tiranías eran más frecuentes que en su momento (siglo IV a.C), en razón de que ocupaban cargos importantes (ibid:1305ª). Nos expone el caso sufrido en Mileto por a pritanía, (Magistrado supremo el cual tiene la autoridad total en asuntos de gran importancia para la ciudad. El Pritaneo era el altar de la ciudad y su más alta expresión simbólica) en relación al gobierno de Trasíbulo.
En un pueblo de campesinos los demagogos con aptitudes militares vendrían a tener la aspiración de tiranos; para ello se ganaban la confianza del pueblo, siendo la base de esta actitud la enemistad y la pugnacidad, la humillación y el maldecir contra los ricos. Este es el caso de Pisistrato en Atenas al sublevarse contra los habitantes de la llanura. También de Teágenes de Megara, degollando el ganado de los ricos que atacó al pastar junto al río. Igual Dionisio catalogado de tirano por sus acusaciones contra Dafneo y los ricos, y por su perpetuo odio contra aquellos, fue tomado como amigo del pueblo. Pero el pueblo se convierte en demagogo dentro de una democracia al asumir, como hemos visto antes, el arbitrio de las leyes; la solución para tal situación en Aristóteles está en que las tribus (los grupos de fuerza y poder económico y político, diríamos hoy), vendrían a nombrar a los magistrados y cargos públicos, separando a pueblo de tales atributos.
En el caso de las oligarquías, a razón de su vida disoluta y disipación de su propia fortuna aspiran ellas mismas a la tiranía o instalando a otro en ella que defienda sus intereses y parasitismo público (caso de Hipariano con Dionisio de Siracusa). Las mudanzas políticas por los oligarcas pueden ocurrir en tiempo de guerra o de paz, pues al desconfiar del pueblo emplean tropas mercenarias o militares comprados por el mejor postor (es el caso en cómo se convierte en tirano Tomófanes de Corinto). También pueden llegar a negociar una parte del gobierno con la masa popular, previendo el que el tirano establecidos por ellos se vuelva en contra de ellos. Pero en paz o en guerra ponen su confianza en el uso del ejército para sus intereses de grupo, teniendo también los magistrados neutrales y en pro de sus casos (caso de la ciudad de Larisa con Simón en tiempos de los Aleuadas y en la ciudad de Abidos en la época de la división política de los partidos en la que en uno participaba el tirano Ifíadas (ibid:1306ª).
Las tiranías originadas por la inconformidad oligárquica o democrática buscan mantenerse por muchos años en el poder; no creen en la alteridad democrática para nada. Los tiranos por lo general en la antigüedad eran personalidades importantes y de prestigio por su actitud demagógica ante las masas. Nos reseña que había ciudades que sus gobernantes al asumir sus cargos juraban así: seré enemigo del pueblo y aconsejaré contra el todo el mal que pueda, cuando debió haber sido todo lo contrario: no haré agravio al pueblo (ibid:1310ª).
Además de una educación adecuada a la respectiva forma de gobierno, la norma contra el establecimiento de las tiranías está en desarrollar una actitud en la mayoría de defender la constitución. Sea la forma de gobierno que exista si se quiere llevar a buen puerto debe sustentarse el mandato en el principio importantísimo de velar porque la porción de los ciudadanos adicta a la constitución sea más fuerte que la hostil (1309b).
Para Aristóteles el perpetuar la democracia republicana no es bajo el espíritu de entender la libertad en la que uno hace lo que cada uno le plazca, no se trata de vivir cada cual a sus anchas y en la medida de sus deseos (Eurípides), sino se trata de vivir de acuerdo a la constitución, lo cual no debe entenderse en ser esclavo de la ley sino salvaguardarla.
La tiranía podía ser establecida por un compuesto de oligarquía (militarismo, agregamos nosotros) y democracia (pueblo demagógico) en sus formas extremas y es la forma más perniciosa para los ciudadanos o súbditos. Ello por ser una mezcla de los dos males, teniendo por consecuencias agravios y errores de ambas formas de gobierno radical. Por lo general el tirano es elegido por una multitud popular para oponerlos a los hombres notables, en principio, o a otros déspotas, con el fin de que el pueblo no resienta ninguna injusticia por parte de aquellos. Como se ha dicho, la mayoría de los tiranos surgen de los demagogos que previamente han capturado la confianza del pueblo mediante calumnias a las otras clases sociales (media o ricos). Las tiranías surgieron por un crecimiento de la demografía pobre en las ciudades o de la ambición de monarcas en querer tener un mando despótico, separado de las leyes y de la constitución, rebasando los límites de la costumbre tradicional del mando de gobierno.
Ello nos muestra que siempre, y en cualquier época, pueden estar dadas las condiciones para la aparición del tirano, el cual es engendrado por una mayoría desilustrada, ignorante, pobre o de una ambiciosa oligarquía venida a menos en sus intereses. En la antigüedad griega tiranos surgieron por herencia, al pasar de reyes a esa condición, como Fidón de Argos; otros por ocupar cargos de magistraturas importantes, como las nombradas del pritaneo, cuyos casos encontramos en los tiranos de Jonia y Falaris. Demagogos muchos en la antigüedad: Panecio en Leontino, Cipselo en Corinto[3], Pisistrato en Atenas, Dionisio en Siracusa surgieron de esa condición. La tiranía tiene como fin no mirar a los intereses públicos (así en una primera instancia pretenda hacerlo para ganarse el voto popular!), ellos sólo vendrá a servir a sus propios intereses y de sus allegados inmediatos: su entorno de gobierno. Aristóteles nos advierte que es por ello que el fin del tirano es su propio placer, en tanto que el buen gobernante es el bien general o colectivo. El tirano quiere riquezas; el monarca el honor. La guardia del tirano está formada por extranjeros y mercenarios; la del rey la forman ciudadanos.
“La tiranía tiene con todo evidencia de los vicios que son propios tanto de las democracias como de la oligarquía. La oligarquía, el tener como fin la riqueza (ya que a este medio único debe necesariamente recurrir el tirano para mantener a su guardia y a su lujo). En seguida, la desconfianza absoluta en el pueblo (motivo por el cual lo privan de sus armas. Y asimismo es vicio común de ambas, oligarquía y tiranía, el maltratar al pueblo, expulsarlo de la ciudad y dispersarlo). De la democracia tiene la tiranía el hacer la guerra a las clases superiores para acabar con ellas por medios clandestinos y ostensibles, y desterrarlas como rivales que se le oponen en el ejercicio del poder, ya que es en ellas donde suelen incubarse las conspiraciones, al querer unos mandar y los otros no resignarse a la esclavitud”, (ibid:1311ª).
Es la conclusión aristotélica respecto a la política del tirano impuesto por una facción oligárquica o democrática. Respecto a esta última lo ilustra con el caso de la solicitud de consejo del novato tirano Periandro al resabido tirano Trasíbulo, que al cortar las espigas que sobresalían en el campo de trigo que estaba ante los ojos del mensajero del primero, representaba suprimir a los más eminentes de la ciudad. La historia nos dice que Trasíbulo no le dijo nada a dicho mensajero, y eso le dijo a Periandro al regresar, pero este le preguntó qué hacía cuando se lo preguntaba, y entonces dijo que mandó a cortar el trigo que sobresalía del resto, y así fue cómo entendió el novel tirano la acción aconsejada por el otro sin nombrar para nada por la palabra qué hacer.
Las conspiraciones pueden surgir en cualquier régimen de gobierno constitucional sea democrático, tiránico, oligárquico y monárquico, pues siempre habrá elementos que ambicionan riqueza y honor en abundancia, cosas que muchos envidian y codician (|1311ª).
Los ejemplos históricos de conspiración contra tiranos en Aristóteles son varias. Está el de los Pisitratidas, el cual se originó por el ultraje de la hermana de Harmodio y la vejación sufrida por éste que hizo que su otro hermano, Aristogiton, actuara en defensa de Harmonio. En el caso de Filipo al ser atacado por Pausanias, al permitir que este fuera insultado por Atalo y sus amigos; Amintos el Pequeño al ser insultado por Derdas, por jactarse de haber abusado y gozado de su juventud. Evágoras de Chipre fue asesinado por un eunuco que se sentía ofendido por su hijo Nicocles al quitarle su mujer. Como muestra el estagirita, muchas conspiraciones en la antigüedad también surgieron por haberse mancillado la honra corporal de sus súbditos.
Si bien una tiranía puede ser destruida desde afuera por otra república más poderosa y de constitución opuesta también puede ser atacada desde su propio interior y destruirse a sí misma cuando viene la discordia entre quienes participan de ella. El caso antiguo es el de Gelón, porque Trasíbulo, hermano de Hieron, adulaba al hijo de Gelón y le inducía a los placeres con el fin de mandar sobre él. Sucedió que los familiares de Gelón se unieron para salvar su parte en la tiranía, sacrificando sólo a Trasíbulo, pero los otros conspiradores conjurados con el pueblo aprovecharon la ocasión y los echaron a todos (1312b).
Encontramos que pueblos enteros se opondrán a la tiranía que los dirige. Son los casos como el de Calcis, el pueblo, aliado con los notables, mató al tirano Foxos, y enseguida se apoderó del gobierno. En Ambracia a su vez el pueblo, en unión a los adversarios del régimen, expulsó al tirano Periandro, e hizo pasar a sus propias manos el gobierno de la ciudad.
Los dos motivos más resaltantes de atacar a las tiranías, como hemos dicho antes, son el odio y el desprecio. Bien sabemos que todas las tiranías son motivo de odio pero también han sido destruidas por el desprecio o la cólera que inspiran. Observa el piripatético que aquellos tiranos que conquistaron el poder lo mantuvieron y los que lo heredaron y se convirtieron en tiranos lo perdieron al entregarse una vida al goce y a la vida disoluta, inspirando desprecio al pueblo y despertando derribarlo por ello.
Finalmente podemos agregar la observación de Jaeger (1983:312 cuando apunta que respecto al tratamiento de las desviaciones del estado por el estagirita esto:
“La teoría de las enfermedades de los estados y de los métodos para curarlas está modelada sobre la patología y la terapéutica del médico. Apenas es posible imaginar cosa más opuesta a la doctrina de una norma ideal, que había constituido la teoría política de Platón y la de Aristóteles en sus primeros días, que esta idea según la cual no hay estado tan desesperadamente desorganizado que no se pueda por lo menos correr el riesgo de ensayar una curación. Los métodos radicales lo destruirían con seguridad breve; la medida de las capacidades de recuperación que pueda poner en ejercicio debe determinarse exclusivamente examinándola a él mismo y la condición en que se encuentre”.
Notas:
[1] Los guardias de corps del rey o del tirano eran llamados doryphóroi.
[2] Recordemos lo planteado por Edmund Burke que refiere a los cambios de leyes: “El poder de la ley para hacerse obedecer descansa por entero sobre la fuerza de la costumbre y ésta sólo se forma por el correr del tiempo. Así, el pasar con facilidad de las leyes existentes a otras leyes nuevas es un debilitamiento de la esencia íntima de la ley”, (cit. en Gomperz, 2000:409).
[3] Herodoto es la referencia de Cipselo de Corinto, al que refiere una particular condición: "Y, una vez erigido en tirano, he aquí la clase de hombre que fue Cipselo: desterró a muchos corintios, a otros muchos los privó de sus bienes, y a un número sensiblemente superior de la vida. Cipselo ejerció el poder por espacio de treinta años y su vida fue afortunada hasta el final, sucediéndole en la tiranía su hijo Periandro". Heródoto V, 92.
Bibliografía
AA/VV, 1972: La Filosofía Griega, coord. Brice Parain. Ed. Siglo XXI, México.
Ansieta Nuñez, Alfonso: 1987: El concepto de tirano en Aristóteles y Maquiavelo. Ver en: http://www.rdpucv.cl/index.php/rderecho/article/viewArticle/197. Visto el 24 de septiembre de 2011.Arendt, H. 1972: La crise de la cultura. Ed. Gallimard, France.
Aristóteles, 1963: Política. UNAM. México.
1973: Obras Completas. Aguilar. Madrid.
Hadot, P., 1998: ¿Qué es la filosofía antigua? F.C.E. México
Herodoto: 1989: Los nueve libro de la historia. Edaf. Madrid.
Fraile, G., 1956: Historia de la Filosofía. Ed. Autores cristianos, Madrid.
Guthrie, W., 1953: Los Filósofos Griegos. F.C.E. México.
Jaeger, W.: 1983: Aristóteles. F.C.E., México.
Reale, G. 1985: Introducción a Aristóteles. Ed. Herder. Barcelona.
Ross, W., 1957: Aristóteles. Ed. Sudamericana. Buenos Aires.
Russell, B.: 1973: Historia de la Filosofía. Ed. Aguilar. Madrid.
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