martes, 1 de diciembre de 2009

Nueva estética de la seducción

Claudia Barrera





Abordar la seducción desde un punto de vista filosófico permite revaluar las antiguas concepciones en las cuales se hallaban las evidencias sensibles e intuitivas concentradas en las relaciones y en la atracción. La etimología de “seducción” proviene del latín seducere que quiere decir separar del “buen camino”, “desviar del bien” o “empujar al error”. Una rica literatura de este poder inherente a la naturaleza del ser humano se ha trabajado a lo largo de la historia de los pueblos ya sea como poder manipulador o como forma psicológica para someter. De ésta manera, las figuras de los don-juanes y todas las aproximaciones en donde la seducción está confinada a los falsos pretextos, a las encrucijadas o los tratamientos de desconfianza por los peligros de la manipulación se inscriben en una rica tradición cultural y mitológica. En el psicoanálisis la seducción está relacionada con una enfermedad o un trauma, o con la idea de una sexualidad truncada revelada en el síntoma. La política mercantil utiliza siempre la seducción como un valor de intercambio comercial para acrecentar su poder. Jean Baudrillard ha estudiado los aspectos sociológicos en los cuales se encubre el símbolo y el emblema de lo comunicado para dejar ver el aspecto estratégico y escabroso que opera en el simulacro de la vacuidad de las sociedades de consumo. Sociedades en donde las estrategias de dominación y de la apariencia no permiten que la seducción se revele como cohesión de lo estético, sino en su negatividad. Sin embargo, la seducción propicia toda estética y sus articulaciones reintegrando una fuerza creativa como suplemento y como desbordamiento de lo que genera la atracción. La concepción filosófica sobre la seducción reúne la formación estética y la apariencia de las formas sensibles de la realidad junto con la imaginación, como una fuerza de lo que nos une a la alteridad en el cosmos para demostrar que la seducción no tiene tan sólo connotaciones manipuladoras de dominación sino que al contrario, como en la química, en la física y en las pasiones, la atracción predomina de forma originaria. La seducción como pensamiento estético permite concebir una racionalidad que sobrepasa los canales lógicos reintroduciendo lo sensible y el afecto en las concepciones racionales para pensar una nueva subjetividad.


1. La seducción en la filosofía

La seducción como concepto presenta dos problemas: el primero sobre el fundamento en donde se concibe la validez de lo filosófico desde la verdad demostrativa y el segundo sobre el problema de la apariencia como aparecer y forma expresiva de lo que “se muestra” en la realidad como verdad. Si observamos bien los aspectos de la seducción en donde las imágenes y las intuiciones, instintos e impulsos se expresan cuando la materia es atraída o se compone encontramos el origen en el fundamento de lo relacional y de lo vital. En el materialismo racionalista, en la poética y en la intuición del instante creador, Gaston Bachelard hace posible una nueva concepción sobre la seducción. El soporte de una cosmología producto de los elementos presocráticos agua, tierra, fuego y aire junto con la epistemología permiten desplazar los criterios de legitimación de la ratio filosófica subrayando cómo se rediseña constantemente el lugar de su constitución ontológica a través de la imaginación. El imaginario es solidario de los sistemas simbólicos y de los modos de constitución de la realidad permitiendo que la materia poética y la materia científica justifiquen la seducción existente en el cosmos, en la vida orgánica e inorgánica. Junto con la imaginación como creadora de una nueva subjetividad de orden existencial y de la constitución del consciente y del inconsciente, el hombre funda su estructura afectiva por el imaginario y, así produce la realidad. Si el imaginario construye la realidad, no es tan sólo una capacidad de creación artística sino “la fuerza misma de la producción psíquica” y una capacidad estructurante del sujeto. De ésta manera, la filosofía de Bachelard se consolida en una unidad gracias a la imaginación como capacidad creadora. Ahora bien, es necesario recordar desde la perspectiva bachelardiana que la imaginación no opera para la puesta en marcha del rigor metodológico que exige la ciencia.


La filosofía de Gaston Bachelard y el pensamiento de Nietzsche permiten la formulación de una estética de la seducción. Nietzsche el gran maestro de la sospecha nos confronta a la problemática de lo que significa la racionalidad y por lo tanto el problema de la metafísica en occidente desde Platón. Oponiéndose a la metafísica occidental de lo transcendental, se opone a la idea de verdad unívoca y por lo tanto a la razón, legitimando así el mundo de lo real y de lo existente a través de la apariencia. Según ésta concepción Nietzsche es empirista y, la tarea del pensamiento en todos los circuitos de lo que aparece a través del azar, permite que la interpretación del lenguaje se presente en su multiplicidad y en su heterogeidad para comprender el mundo. El problema de la verdad es sobrepasado por la realidad, lo que aparece se revela en todas sus dimensiones: simbólica e interpretativa y no tan sólo lógica y ontológica. La seducción con su expresividad poética y lúdica recobra su fundamento y por ende puede ocupar un lugar privilegiado contenido en el arte que diversifica y renueva la producción material y espiritual del mundo y de la vida. El aspecto lógico y ontológico de la seducción se evidencia en el movimiento y en las correspondencias del mundo, pero no podemos deducir ni demostrar una sensación, ni una emoción. Es por esto, que la razón demostrativa no puede dar cuenta de las implicaciones sensibles que contienen el afecto y la emoción.

La riqueza de la filosofía, para algunos, fue haber sacado al mundo de la penumbra de la religión y del mito dándole a la demostración y a la abstracción un lugar primario para saber qué y cómo conocemos. Paradójicamente, el entramado de la lógica racional y demostrativa no nos permite valorar ciertos presupuestos sensibles y del imaginario que contienen por ejemplo, la filosofía de Bachelard y de Nietzsche. Por esto será necesario ver cómo la modernidad no ha permitido que el imaginario, junto con las formas sensibles, emocionales y afectivas se despliegue para dar lugar a orientaciones que incrementan los valores en el hombre.

Ahora bien, la fuerza de lo estético y del arte no pudo ser vencida en Latinoamérica por el dominio de la conquista y las humillaciones recibidas por los pueblos autóctonos. Todo lo contrario, el patrimonio artístico ha sido de una gran productividad, puesto que la obra de arte pertenece al enigma de lo universal y a la rebeldía de la creatividad. Pero si con el arte hemos salido victoriosos, las orientaciones filosóficas no han sido expuestas como pilares de autonomía y autodeterminación de nuestros pueblos. Una cultura que produce pensamiento es una cultura que no se doblega a imposiciones fundamentando sus valores y creencias. Uno de los flagelos de nuestra educación es el desmedido desconocimiento de nuestros pueblos de origen y de lo que aún queda de ellos. Cuando se habla de seducción a través de los afectos se habla de apertura y de reconocimiento del otro: eso es precisamente de lo cual carecieron los europeos en sus colonizaciones. La voluntad de dominación se puso en marcha reduciendo cualquier potencia afectiva a la sumisión por falta de reconocimiento de la diferencia. Para que la seducción se presente debe haber un correlato, una relación de dos o más componentes. El fundamento intuitivo de la seducción no opera de la misma manera que el pensamiento demostrativo ni permite que se la confine a ciertas concepciones utilitaristas. Es cierto que desde la antigüedad Platón, Aristóteles, los estoicos y en el renacimiento Giordano Bruno y Campanella unieron la concepción científica a la naturaleza humana. Hasta Nietzsche, la modernidad había quedado confinada a la lógica, a la demostración científica y a la respuesta por la verdad demostrativa. Fourier había sido uno de los raros pensadores del siglo XVIII en poner al servicio la concepción de la atracción de la física newtoniana, en el entramado de la psicología a través de la atracción pasional en las relaciones asociativas. Fourier tuvo la originalidad de haberle dado a la pasión una connotación totalmente positiva y más aún harmónica y libertaria, permitiendo la construcción de la falange completamente alejada de todo orden creado por la civilización. A pesar de ser moderno no interpreta el mundo desde una racionalidad fijada en las abstracciones, la demostración o la verdad sino desde la harmonía cósmica de la atracción newtoniana a través de las pasiones.

De ésta manera, la formulación de una estética de la seducción no se inscribe en una concepción filosófica salida de una dimensión puramente cognitiva y demostrativa de formas inmutables desde la tradición platónica. Es por esto que “la objetividad” o la significación del contenido de la estética se completa por la expresividad de los contenidos mismos de las artes y de una ética que se genera a través de la estética de nuevos valores. La estética deviene ética y viceversa porque las formas y las creaciones son el referente de las valoraciones afectivas que incrementan nuestra voluntad de poder que es voluntad de vida.

La seducción no había sido estudiada bajo el ángulo estrictamente filosófico, ni mucho menos desde una ontología que, según una razón intuitiva nos permite aprehender mejor el ser en sus movimientos y variaciones. La seducción une los conceptos y las imágenes permitiendo sobrepasar la dimensión bachelardiana de la separación de la imagen y del concepto para mostrar que el motor del conocimiento y de lo sensible pasa también por el deseo y la atracción: es decir por la seducción.

La seducción entra pues en un horizonte en el cual se inscribe la tradición de una estética que genera la ética, amalgamando el pensamiento fenomenológico gracias a las síntesis pasivas (presentadas por la atracción de la materia) y anteriores a la conciencia que son a-subjetivas. La materia no es tan sólo una inspiración para el conocimiento, sino para las imágenes de la poesía y de la expresividad creativa. La materialidad del cosmos revitaliza los valores estéticos y artísticos que la filosofía debe tener en cuenta para poder fijar la dimensión racional a la dimensión sensible.

Hablando del mundo de lo sensible y de sus contenidos la seducción se encuentra en todos los planos de la realidad. El ser no está sólo sino que es atraído, más allá de ser una consciencia intencional cognitiva existe una consciencia afectiva donde el ser-atraído genera nuevos valores gracias a la seducción. En el mundo material y físico se crea una fuerza que describe las esencias originales de la atracción a través del imaginario afectivo del arte y la expresividad de la naturaleza. Es decir que estamos frente a una fenomenología que describe las esencias originales de la atracción, sin pretender hacer juicios de valor, siendo ante-predicativa y pre-lógica. Sin embargo, una vez revelada en la consciencia como representación a través de la imagen, el ser-atraído crea a través de la seducción un imaginario de las metáforas de la poesía y del arte. En otras palabras, existe una fenomenología presentada de manera anterior a la consciencia ya que las cosas tienen un alma (noción ésta que la modernidad dejó relegada a la concepción religiosa) y son capaces de atraer; según Plotino existe una contemplación activa en cada cosa. Para Plotino lo que podemos aprender y lo que forma el “yo” o nuestro comportamiento no se hace sino a través de la contemplación. Sin embargo, para la psicología el “yo” no puede contemplarse a sí mismo. Gilles Deleuze en Diferencia y repetición de acuerdo con Plotino, dice que el alma es contemplativa y que por el hábito se contracta. En la contracción existe el actuar, sin embargo es cierto que no podemos contemplarnos a nosotros mismos, “pero no existimos sino contemplándonos, es decir contractando aquello de lo cual procedemos”1. Esta contracción en la seducción procede del deseo y del placer que son potencia para actuar. Según la intensidad de la contemplación, es decir del actuar, ésta será más poderosa y potente permitiendo al ser-atraído más dicha y voluntad creativa. De ésta contemplación activa surge pues una fenomenología a-subjetiva en donde la materia compone en un principio su materialidad.

Ahora bien, si la seducción contiene un problema fundador que está al alcance de una razón intuitiva es gracias a la concepción "de donación de sentido" según Husserl, que la intuición de las esencias es una contemplación intencional. Esta intuición de las esencias es una contemplación intencional, pues la conciencia es siempre "conciencia de alguna cosa". La conciencia no tiene vida separada del objeto de la intuición, revelándose a través de lo sensible al pensamiento. Aquí podemos comprender que el objeto es intuido por la conciencia permitiéndole su significación. Sin embargo, la significación racional de la seducción se completa a través de la expresividad y del afecto. La razón intuitiva portadora de la " función de donación de sentido" permite a la conciencia abrirse a una intencionalidad de la afectividad por la atracción, siendo “el producto directo del corazón, del alma y del ser del hombre cernido en su actualidad.” Estos dos tipos de fenomenología nos permiten establecer un equilibrio entre lo existente y lo percibido.

Aunque nuestra fuente para comprender la seducción se concibe según la herencia de Bachelard, hemos hablado de la razón intuitiva para integrar la intuición al campo intencional de la conciencia donde la afectividad se manifiesta por el deseo y la atracción. Se ha puesto en evidencia la fenomenología del imaginario uniendo la imagen al concepto y sacando la afectividad fuera del campo del imaginario para introducirla en el del concepto. Así es como, según la concepción de Husserl, la fenomenología de la seducción " va a las cosas mismas o a la realidad”. Y, hablando de la contemplación activa y del fenómeno, podemos situarlos en las disposiciones pre-individuales y a-subjetivas que se revelan por la atracción natural ejercida por el mundo objetivo sobre la conciencia. Tomando el lenguaje de Kant, el fenómeno no se presenta en la simple ilusión o la apariencia [Schein], sino también en la realidad misma tal y como aparece [Erscheinung]. Es así como esta ontología es formulada según una atracción natural que está presente en el ser, y más precisamente en el ser-atraído: dejándose llevar, seducir y cambiando según el poder de lo variante en los instantes de atracción y de repulsión. El ser está siempre en una relación de atracción con el exterior. De ésta manera, es posible que salga de sí mismo atraído por el exterior. Pero, si el ser-atraído tiene un poder axiológico, es gracias al imaginario de la estética de lo bello entendida como algo portador que lleva un aura y algo imprevisible, ya sea por sus defectos o por su esplendor, algo portador de lo sublime y auténtico que seduce por el misterio de la creación. Una estética de la seducción se muestra y se revela entonces, gracias a la autenticidad que contiene la belleza del cosmos. La seducción está presente en lo bello, lo atractivo, lo inspirador y lo maravilloso del mundo. Presentándose de manera inmediata por la atracción, la seducción no puede reducirse a una concepción moral negativa, sino que debe ser reconocida como un concepto, puesto que es fundador de las relaciones expresivas y simbólicas del cosmos. Baltasar Gracián en su libro “el discreto” presenta el ser-atraído revelando “su verdad” en la apariencia, gracias a la belleza y a la forma de enunciación en el discurso. La atracción producida por el exterior es presentada gracias a las virtudes del hombre de la corte del siglo XVII en diversas historias. En el Realce XIII “Hombre de ostentación. Apólogo” escribe la fábula del pavo real en donde existe una ontología del “ser del aparecer” puesto que la verdad se revela en el aparecer de la belleza. Las aves se reúnen para denunciar al pavo real ‘el pavón de Juno’ como indigno de la especie puesto que a instigación de algunos pájaros no muy bellos y, además, envidiosos como la corneja, el cuervo y la picaza lo acusan de ostentación cuando abre su extraordinaria rueda de plumas destello de luz y de originalidad. Atacándolo, lo ponen en un serio aprieto cuando le impiden desplegar su plumaje, la Envidia había invadido cada vez más a éstas aves hasta el punto de querer impedirle al pavón de Juno abrir su penacho. Porque no arremetieron contra su hermosura, sino contra su ufanía al impedirle mostrar sus gracias. El pavo real sabiendo que las afrentas vienen más de los cercanos, que de los lejanos, los interpela diciéndoles: “¿De qué sirviera la realidad sin la apariencia? La mayor sabiduría hoy encargan políticos que consiste en hacer parecer.”2 Hasta nuestros días todo el aparato político está precisamente construido en “hacer aparecer” y “aparentar” utilizando la seducción como estrategia de manipulación. Luego desplegando su verdad ésta vez dice: “¿de qué sirvieran tanta luz, tanto valor y belleza si la ostentación no los realzara?”3 Una ontología proveniente de la realidad y de lo que se muestra existe cuando la belleza seduce por su autenticidad y esplendor. Interpeladas las aves por el pavón de Juno quien intenta hacer entrar en razón a sus congéneres decide mostrarles de nuevo la rodela abriendo a la luz sus colores. Osadía que le costó la arremetida de todas las aves en su contra, la voz ronca que guarda hasta nuestros días y de ahí le queda de ese susto PAVOroso su denominación. En escena funesta interpone el león su autoridad para limitar la contienda llamando a una parte a la modestia y otra al silencio. Buscó en el león, un tercero, limar asperezas y resolver la controversia a través de la Vulpeja (la zorra) quien juez ecuánime y desapasionado explicó los argumentos de lo imposible que es negarle a la naturaleza su hermosura, sin concederle el alarde. Pero para calmar los ánimos de la Envidia, le ordena que al mismo tiempo de abrir su rueda, baje su mirada hacia la fealdad de sus patas para moderar su ostentación. Este libro destinado al político del siglo XVII permite nutrir las reflexiones del hombre virtuoso de la corte (el discreto). La estética está cargada de seducción y permite pensar que cuando ella es auténtica y aparece como verdad no se asimila para nada al engaño, a la artimaña o al ardid. Es por el contrario la expresión de la verdad revelada en la realidad con su poesía y su libertad.

La seducción contiene pues los criterios onto-fenomenológicos de una estética que más allá de explicar la significación de los conceptos presenta la expresividad del mundo y de la realidad que se muestra. El aparecer de la realidad con sus matices contiene la atracción de lo que seduce por una estética ligada al sentido de la virtud y de la belleza. Valores espirituales para la materialidad poética del uni-verso.


2. La crítica de la modernidad a través la seducción
Estas reflexiones sobre el problema de lo sensible, de la intuición y de la verdad nos permiten acceder al problema del conocimiento. El conocer no es tan sólo el saber de la condición de la demostración en una lógica establecida de parámetros significativos y conceptuales. La seducción abre al imaginario posibilidades para componer la realidad y para evidenciar la capacidad creativa permitiéndonos realizar una crítica de la racionalidad que limita por sus racionamientos puramente lógico-conceptuales, el pensamiento de las valoraciones sensibles. Sin la composición del encanto y sin seducción, la materialidad del cosmos no podría ser concebida como el referente para que el imaginario despliegue sus fuerzas hacia la creación sensible. El arte siempre se ha nutrido del mito, de la tradición, de la materia que destila luz en su destino universal. Por esto es necesario recomponer su originalidad y el origen sagrado del cual nace, con el fin de presentar el pensamiento amerindio que ha sido aniquilado y despreciado por la tradición occidental. En toda concepción cultural, fuera de occidente, existe un reconocimiento y una valoración por la naturaleza. De ésta forma, todos los mitos y los ritos alimentan el imaginario poético en cual el hombre crea su propia cultura para descubrir la belleza hasta concebir una estética derivada de las imágenes productoras de afecto por el alma que posee la planta, el animal, la flor, el río, la cascada, la constelación y todo el imaginario poético de los mitos que van a describir una esencia sagrada para el hombre. Gracias a la contemplación activa nos contractamos en esa materialidad de lo imaginario. Mencionar que las cosas tienen un alma en nuestro contexto desencantado y ateo nos permite revisar el pensamiento de Bachelard para quien el anima refunda toda creatividad inconsciente de lo femenino. Carl Jung estudia las facetas inconscientes que están presentes en la vida de los pueblos y muestra como se constituye las creencias y las apreciaciones valorativas. Así mismo, el alma está directamente relacionada con el mito y por consiguiente con la estética puesto que amalgamadas en la era atómica reconstruyen un imaginario difractado en la multiplicidad y en la globalización de las culturas, que al conservar su alma pueden mostrar sus tradiciones y sus creencias, gracias a esa composición sagrada que contiene el mito venido de la naturaleza y no de la simple convención de la sociedad de consumo y de la eficiencia de las acciones para producir capital. Una estética de la seducción es necesaria para revaluar la poesía en una ética de la apreciación de la heterogeneidad cultural. La significación conceptual de la seducción cobra sentido en la medida en que ésta puede dialogar con la modernidad de sus falencias y arrogancia nacidas de haber pretendido poner la razón por encima de las expresiones culturales y de sus creencias (inscritas en el mito). Una crítica de la razón moderna que tiene como referencia al mito denuncia la concepción de la filosofía moderna que al ser totalmente conceptual impide la amalgama entre la imagen y el concepto, y la expresión poética de la vida. De ésta forma, la crítica del pensamiento eurocentrista debe emerger puesto que el imaginario latinoamericano con su magia y su mezcla de sangres debe forjar un pensamiento que cree alianzas y continúe a trabajar por un camino hacia la libertad. Es necesario dar a conocer al mundo europeo nuestros valores que fueron masacrados justamente por una concepción dogmática y excluyente del pensamiento eurocentrista con su religión, su progreso y su dominación. De esta manera, le damos una importancia fundamental al mito, para integrarlo al pensamiento, revelando así un inconsciente que pueda reintegrar nuevos valores al paradigma de la dominación y de la destrucción. No se trata negar nuestro reconocimiento a los aportes recibidos por Occidente sino de ser autónomos en la manera de filosofar. Una estética de la seducción sugiere una alianza entre la tradición occidental, su constitución y su fundamento no sin antes basarnos en autores como Horkheimer y Adorno, quienes han hecho una crítica sólida y contundente de la modernidad en la “Dialéctica de la razón”. El diagnóstico fundamental de éstos autores, respecto de lo que contiene la seducción en su origen, es el de explicar cómo el mito perdió su fuerza cuando la razón pretende explicar la naturaleza y la magia que ella encarna. El mito que encarna la magia y valora la naturaleza, sus misterios y el miedo que ella produce se revela en los relatos sobrehumanos que explican la realidad sin demostración ni deducción. Liberando el mundo de la magia, l’Aufklärung sobrepasa la fuerza del mito y lo somete a la filosofía del progreso: « El programa de la l’Aufklärung tenía como objetivo liberar el mundo de la magia. Ella se proponía destruir los mitos y aportar a la imaginación la ayuda del saber ».4 Con respecto al surgimiento de un pensamiento que apoya la técnica y la ciencia más allá del sentido poético de la vida que forman parte de la cultura, de las creencias y de las formas de aprehensión del cosmos, la seducción propicia la comprensión de las expresiones humanas para que el afecto predomine como estética. La seducción tiene una función estética puesto que las fuerzas manifiestamente sensibles recuperan la magia de la ilusión de la fe frente a lo sagrado y de la creatividad en expansión. Donde se despliega la seducción el ser-atraído es también ser-atrayente puesto que hay una dialéctica que genera fuerzas centrípetas y centrífugas para redimensionar la atracción en el mundo de la vida. Si el mito y el ritual son fuerzas de orden sensible y formas estéticas de las culturas, éstas no pueden ser explicadas por el pensamiento racional como un saber. La significación y las valoraciones productivas no amalgaman ni condensan las potencias vitales de la identidad y la creencia de los pueblos. Cuando tan sólo se toma en cuenta la parte comercial y utilitarista de la seducción ésta queda confinada a las relaciones netamente mercantiles de los intercambios. Con la publicidad la seducción queda estigmatizada y confinada a la órbita estrictamente sociológica. Las pulsiones sexuales con la que nuestro inconsciente es trabajado operan en nuestras valoraciones conscientes forjando valores que no permiten dimensionar los verdaderos poderes de la seducción. Los valores que nos fija el comercio tienen como referencia el interés material y el egoísmo individualista. El aparato comercial se sirve de los poderes de la seducción para fijar las relaciones en los fríos intereses del cálculo y del consumo. La seducción de la estrategia publicitaria no permite que la poesía represente la atracción y la repulsión, inmovilizando todas las expresiones artísticas y la estética que en sus manifestaciones retorna a la multiplicidad del alma del cosmos. Todo lo seductor del cosmos y del imaginario se cosifica, puesto que la seducción con sus sutilezas pierde todo su hálito auténtico y creativo. Cuando la seducción es despojada de su envoltura alegórica y de todo lo sublime que eleva el espíritu hacia nuevas sensibilidades artísticas de lo irrepresentable y de sus sutilezas, el aura poética es aniquilada por la simplificación de la repetición de la seducción fijada en la pornografía y en todos lo referentes pulsionales manipuladores.

El mito se manifiesta a través de la seducción porque guarda una parte del universo sagrado de las culturas en donde la fe es la ilusión arraigada a los valores. Como en el mito el tiempo es cíclico, las culturas rememoran sus creencias y sus ritos lejos de cualquier dogmatismo impuesto por la razón como única forma de acceder a la comprensión humana. Una de las falencias de la filosofía occidental es la de quedarse en la palabra y no pasar a la práctica. Pero si la demostración del rigor científico es el único método para filosofar se pierden las sensaciones y los afectos que es precisamente uno de los componentes necesarios del mito y del rito. Este último permite que la palabra de poder contenida en el mito se realice y se plasme de manera tal que todas las alegorías se descubran en la realidad como ilusión o magia. En otras palabras, sin el mito no se puede entender cómo el rito despliega su vivacidad en la ilusión creada. En ésta ilusión el hombre vive su realidad sin intelectualizarla, sin querer explicar la vida en las orientaciones de la racionalidad del logos. Cuando el hombre intelectualiza la vida de las culturas cosifica la magia de las expresiones del imaginario sagrado que afianza sus creencias y valores.

El propósito de los autores de “la dialéctica de la razón” es de una importancia fundamental para comprender la seducción desde los instrumentos conceptuales de la razón sin dejar a un lado la capacidad fundadora de las valoraciones míticas. Frente a una razón prisionera de la mathésis y la ratio desde Platón, aunque éste argumento nietzscheano sigue aún siendo controvertido, la Razón sospecha de todo lo que no es objeto de explicación y no responde a los criterios de cálculo y de utilidad. Nuestro estudio, permite revivir este lazo espiritual que existe entre la naturaleza y la razón, pero no tiende hacia una desvalorización de la argumentación para demostrar o explicar, sino hacia un cuestionamiento de la razón instrumental; hablando así de la seducción como una categoría inherente al hombre y a su espíritu. El hombre ha comprendido la ciencia, pero ha perdido su capacidad de asombro y la noción de alteridad en el espejismo de la mercancía y de la racionalidad desmedida que no le permite creer, ni dimensionar una fe a partir de las tradiciones espirituales diferentes de la cristiana. A través del mito de Ulises en el doceavo canto de la odisea, los autores han visto cómo la razón patriarcal ha triunfado sobre el animismo volviéndose contra ella misma, al olvidar su origen y su propia conciencia. Sin consideración para con ella misma, la Razón ha aniquilado hasta el último rastro su conciencia de sí; sólo un pensamiento que se hace violencia a sí mismo tiene la dureza necesaria para la destrucción de los mitos. La razón mata el mito por el desarrollo lógico poniéndose más allá de la naturaleza y del relato sagrado. La razón se desmitifica a sí misma cuando es vista como un objeto. Es decir que la Aufklärung ha objetivado los mitos poniendo al hombre fuera de la naturaleza y dando explicaciones racionales a todo lo que se apoyaba antiguamente en ellos. En efecto, los mitos nacidos del logos han sido representados, confirmados y explicados y han perdido su influencia mágica tratando de explicar los misterios de la vida, del hombre y de su origen. De ésta manera, los signos que expresan lo sagrado fueron substituidos por la ciencia que los muestra como simples creaciones de una imaginación turbada. De ésta forma, la abstracción se presenta como el instrumento de la Razón suprimiendo el objeto y tomándolo como factor de reproductibilidad en la naturaleza que ella cosifica para sí misma. Cuando el sujeto se aleja del objeto y lo cosifica por medio de la abstracción se convierte en dominador que reifica naturaleza. Desde que la universalidad de las ideas se ha extendido a la comprensión de la realidad a partir de la abstracción conceptual en la lógica discursiva, el individuo es sometido por el pensamiento que lo libera del miedo a lo desconocido. El hombre, liberado de este miedo, separa los mitos de la ciencia, y ésta de la poesía. La Aufklärung al desmitificar la naturaleza se vuelve el transcendental asimilándose a Dios porque se convierte en demostración siendo susceptible de ser explicada. La naturaleza es entonces sometida a la presencia del entendimiento, que se revela en la división del trabajo tomando también el lenguaje como un instrumento. La naturaleza también es sometida por el trabajo.

La expresión del progreso, según los autores, toma su verdadero sentido en la economía burguesa y el individuo enajena su cuerpo y su alma en todas las creaciones técnicas, hasta el punto de convertirse a sí mismo en mercancía. “Con la extensión de la economía burguesa mercantilista, el sombrío horizonte del mito es iluminado por el sol de la razón calculadora, por la cual la luz helada levanta la semilla de la barbarie. Bajo la obligación de la dominación, el trabajo humano siempre se ha alejado del mito en el cual la sujeción volvía siempre a caer”.5 El fin de la Razón es de dominar. Para ella, como para el pensamiento protestante, todo tiene una explicación racional. Así es como la intuición y los impulsos naturales se vuelven impotencias míticas. La distancia con la prehistoria haya su lugar ahí donde la sensibilidad se entiende como superchería – porque prueba su propia fuerza- en la mitología. En consecuencia, la Razón abroga el sentido de lo sagrado y se erige en el dios que se desarrolla a sí mismo. Adorno y Horkheimer ven en el canto XII de la odisea, el relato fundador del lazo entre el mito, el dominio y el trabajo. Ulises le tapa los oídos a sus compañeros con cera para que no escuchen los cantos magníficos y atractivos de las sirenas que conducen a la muerte. Circe la real le advierte a Ulises sobre este peligro. Ulises sólo podrá escuchar las sirenas haciéndose amarrar al mástil del navío para no entregarse a sus mortíferos encantos.

Según la interpretación de Adorno y Horkheimer, las sirenas atractivas y embusteras atraen dulcemente a Ulises y a sus compañeros hacia la muerte y con sus cantos hechiceros representan el riesgo de perderse en el encanto del pasado. En este caso, el presente y el futuro se pierden detrás del reino de las sombras donde él " yo" se transforma en pasado mítico. Sin embargo, éste pasado mítico es convertido en un saber práctico que se inscribe siempre en el presente. “La voluntad de salvar el pasado en lo que guarda de viviente, en lugar de utilizarlo como material de progreso, no ha podido satisfacerse más que en el arte, del que la historia ella misma hace parte como representación de la vida pasada. Hasta que el arte no renunciara a tener valor de conocimiento, aislándose así de la práctica, la práctica social lo tolerará en mismo rango que el placer".6 Pero el arte y el placer representan para nosotros el lirismo perdido en el pensamiento occidental y, es justo en éste punto, que hacemos énfasis retirando el peso del rechazo en donde los cantos de las sirenas homicidas dan la fuerza que conduce a los horizontes sagrados donde el enigma se había instalado desde los griegos. Pero sigamos el camino de los autores por el momento; puesto que nos hace falta comprender por qué este canto representa el lazo entre el mito, el dominio y el trabajo. La seducción de las sirenas evoca el pasado reciente y amenazador del orden patriarcal. Ha existido en el pasado una promesa de porvenir para este orden patriarcal que ha soportado el engaño y pruebas muy fuertes debido al miedo de la muerte y a la destrucción, que si bien está ligada a una promesa de felicidad, amenaza siempre a la civilización. De ésta manera, la civilización somete al hombre haciendo de él un trabajador que obedece a sus instintos. Ulises tapa los oídos de sus marineros para salvarlos del peligro y conducirlos fuera del placer y del gozo. Los trabajadores sometidos se vuelven instrumentos utilizables, en cambio su amo sigue el camino de la burguesía. Ulises escucha los encantadores cantos porque es amarrado, pero se convierte en el opresor de sus compañeros quienes tienen los oídos tapados. Ulises representa entonces todos los poderes hostiles por la fuerza de sus cadenas que es el poder que detenta como amo.

La debilidad de la inteligencia teórica actual es la consecuencia de un pensamiento que, apartando la intuición, el gozo y la imaginación, pretende demostrar y explicar la realidad olvidando la condición humana. Es decir que el hombre ha perdido su horizonte sagrado en donde el arte y el placer quedarían independientes del pensamiento. El mito, visto como el relato primordial de una cultura donde se encuentra una historia, un relato fantástico o real sobre sus orígenes y de las formas de organización social, es dejado de lado. Hoy, la tecnología y la economía de mercado suprimen ésta comprensión universal de los valores y de las tradiciones. Pero lo más sorprendente en el mito es que tiene un carácter ficticio gracias al cual la imaginación aporta a la realidad la comprensión del hombre y de su cultura. Una sociedad guarda sus valores y sus costumbres en las vivencias de sus tradiciones. Ahora bien, gracias al arte, el hombre hace frente a la naturaleza y a la sociedad afirmando la condición humana permitiendo a las tradiciones y a los mitos de existir. Por eso, nos proponemos encontrar el sentido de la seducción ejercida por las sirenas. Se hace fundamental tomar en cuenta el diagnóstico y la interpretación de los autores acerca de la razón desmitificada y sus consecuencias. Sin embargo, nos hace falta ir más lejos, hasta penetrar el carácter sensible de esta evocación de éste canto. Si los autores han considerado a Ulises como el protagonista del lazo entre el mito, el trabajo y el dominio, nosotros consideraremos las sirenas como los protagonistas del lazo entre el mito, la seducción y la intuición.

En el canto seductor de las sirenas existe una estética del crimen en la cual, el arte proclama la muerte como un renacimiento en la forma enigmática de la seducción y de sus misterios, de eso inexplicable por lo cual el curso ordinario de los días cambia. Una extraña sensación en la cual el ser-atraído existe porque el ser-atrayente, que son en éste caso las sirenas, al no poder despedazar los cuerpos erotizados de los argonautas se suicidan, dejando ver su voracidad y la razón de sus vidas. En éste caso, el crimen es estética porque le arrebata a la muerte su destino a través del arte, del imaginario de la tradición mitológica de las formas femeninas de la antigüedad griega, en donde las sirenas no eran mitad peces mitad mujeres, sino aves, pájaros, viajeros habitando los parajes para atrapar y seducir a los argonautas extenuados por la soledad y la fatiga. Esta estética de la seducción es criminal, la fuerza de los riesgos y de las aventuras que encarnan la seducción nos recuerdan que todo lo imprevisto que ella contiene nos hace comprender que la belleza es portadora de una atracción mortal e imprevisible. La atracción por seducción guarda el enigma del afecto y nace en el hombre que descubre en sus instintos la particularidad que lo realiza y potencia su ser. El arte encarna ese enigma de la afectividad y se despliega en la seducción sin racionalidad alguna, por la fuerza de lo que atrae y nos revitaliza a pesar de los riesgos de la muerte, que en éste caso, se hará presente ya sea para los marineros o para las sirenas frustradas en su intento de devorar a los hombres. Los marineros seducidos y erotizados sucumbirán a la atracción de la música del instrumento sensual y glorioso de las sirenas y, éstas a su vez, según la tradición, al no lograr su objetivo tomarán el lugar de las víctimas. Una erótica del arte de vida o muerte, de sensualidad y de imaginario mitológico que nos dejan ver el estrecho lazo entre el deseo, el imaginario y la racionalidad estética.

La mitología nos permite conocer los valores que la razón con sus orientaciones demostrativas no puede generar. No olvidemos que el relato literario llega hasta nuestros días como simple literatura del pueblo griego, pero en un principio la repetición del mito recomponía la oralidad en las creencias y en el imaginario de lo apreciado de manera sensible y activa como forma de vida y de creencia. La razón moderna que ha privilegiado el paradigma de la lógica y de la demostración olvida el enigma de la afectividad mediante el cual los pueblos comunican sus singularidades, se integran a su entorno y dinamizan sus potencias no lógicas que, siguiendo a Nietzsche, son el arte, la religión y mito. Poderes que una estética de la seducción concibe en la atracción con las formas poéticas del cosmos y de la sensualidad de lo literario. Delicadezas de las cuales la razón patriarcal se olvida, pero que son recordadas en textos como El alma atómica. Para una estética de la era nuclear en donde la modernidad se reconcilia con el alma de la máquina, del artefacto, de lo irrepresentable del concepto, difractando una multiplicidad de matices en los cuales la antigüedad y la modernidad pueden establecer un diálogo para converger en una filopoética literaria que permita que las creencias pasen al imaginario y se establezcan nuevas formas para reencantar ésta vida plana y racional de la modernidad. Con ésta estética vemos que no existen tan sólo los valores poéticos producidos por la la naturaleza sino un imaginario tecnopoético ligado a la tensión entre lo espiritual y lo material creado por el hombre.

América Latina juega un papel fundamental cuando comprenda que no se trata de filosofar con los instrumentos de una historia que no nos pertenece del todo, sino de profundizar y valorar esa historia de la que fuimos arrancados. Comprendiendo mejor las imposiciones de Occidente (con su racionalidad y su evangelización católica) la pérdida de nuestros dioses y de nuestras poblaciones el mestizaje cultural y racial podrá crear nuevas fuentes para el pensamiento. Filosofar para un latinoamericano es sembrar, cosechar una herencia, pero también un duelo, un duelo del cual aún no nos hemos liberado. Gracias a los legados de Occidente forjaremos un nuevo horizonte filosófico en donde la tradición Occidental por fin nos observe con reconocimiento y valor. Trabajar desde el pensamiento Occidental, no nos impide pensar las formas que involucran nuestro destino y nuestra propia historia.

El alba del mito nos conduce hacia la verdadera seducción. Puesto que en él se encarnan las fuerzas del alma y del espíritu del tiempo inmemorial, desde que la vida y la muerte son atadas a la creencia. En la inmensidad del tiempo, la razón deja su rastro profundo mirándonos, inquieta, puesto que el hombre no comunica a su imaginario un arma eficaz contra su propio aniquilamiento. Atestados del gigante cuerpo de la tecnología, somos monstruos por exceso, estamos seducidos todos por el espejismo del mundo material donde el espíritu se ahoga queriendo escaparse hacia otra orilla.

Todo lo que nos seduce contiene del arte. El secreto placer de la poesía se encuentra en el juego de las imágenes y de las ideas sensibles, el eterno mito donde solamente el espíritu puede avanzar hacia su destino, en donde el universo interior del hombre rompe sus ataduras, para buscar la más alta expresión del lenguaje. El mito de las sirenas no es tan sólo la interpretación de una razón que se ha ahogado en su propia fuerza; es también la interpretación del espíritu que sigue profundizando la aventura del lenguaje donde el pensamiento diversifica la armonía del espíritu. La seducción se concibe como intuición, allí donde la razón conceptual no ha podido concebir la naturaleza como sensible.

Para concluir, el enigma de la afectividad que se encuentra en la seducción de las sirenas se revela necesario para una revaluación de la muerte, de modo que no podría desligarse de la vida. Dicho de otra manera, se trata de poner en evidencia la presencia de la muerte como regeneradora del principio de un nuevo nacimiento y condición para que vida renazca.

Los presupuestos ontológicos de la seducción permiten el surgimiento de una nueva concepción de la subjetividad en la cual, el sujeto de la modernidad no se propone apropiarse del objeto como en el idealismo. Del sujeto racional de Descartes hasta el idealismo alemán, las fenomenologías y la ontología de Heidegger el fundamento de un principio de conservación y de la existencia del ser entran en el proceso histórico de la dominación de la naturaleza interna y externa del hombre. Con ésta dominación de la naturaleza el hombre se ha encadenado a una racionalidad egocéntrica y arrogante que no le permite incluir las particularidades del afecto, ni del universo mágico-religioso que contiene el mito en su temporalidad primigenia.

En La dialéctica de la razón Horkheimer y Adorno explican el fracaso de la modernidad como proyecto de emancipación individual y social. El auge de la filosofía de las luces del siglo XVIII Aukflärung triunfa en el campo del desarrollo de las ciencias naturales y de la técnica deteriorando sin embargo el campo de lo individual, de lo social y de la política (problemática de la valoración del sujeto). Así pues, con la escuela de Francfort se diagnostica la consecuencia de la separación entre el conocer-saber y el valorar a través del afecto y del mito (la naturaleza). Aquí empieza una subjetividad estética que permite entonces contrastar la tradición racionalista e idealista de la tradición filosófica en donde la poesía y capacidades no lógicas (la imaginación y el deseo) permean los conceptos, para irrumpir con conceptos-imágenes en nuevas articulaciones entre la función racional-lógica y la comprensión pasional. Gracias a la subjetividad estética el hombre encuentra nuevas fuentes creativas que le permiten llegar a la idea de una nueva subjetivación que construye la realidad integrando la afectividad y el conocimiento científico. El conocimiento y el saber no pasan dentro de ésta concepción por el utilitarismo de una racionalidad fijada en los conceptos rígidos que no permiten que el objeto haga parte de una revelación espiritual de lo sensible a través de la poesía, el arte y las pasiones vistas en un sentido positivo y no como fuerzas que irrumpen para acabar con las prerrogativas de una conciencia moral que designa un orden exclusivo en una moral predeterminada que puede atacar nuestros instintos y nuestra creatividad.

De ésta manera es posible concebir una subjetividad que no se queda encerrada en sí misma y que permite el movimiento y el devenir de la conciencia porque deviene en la relación y la valoración más allá de la comprensión y del utilitarismo. Así, nace la subjetivación como devenir, como algo es capaz de percibirse, de crearse y de entrar en un contexto social y épocal determinado. Este proceso de subjetivación lo explica Deleuze de la filosofía de Foucault en una relación de afecto de sí y para sí, a través de una fuerza desplegada que recupera subjetivaciones colectivas recomponiendo la relación de la conciencia de sí, que no se queda inmóvil, sino que se dinamiza y multiplica su devenir en el tiempo, en las épocas y en los espacios. Una subjetividad descentrada y difractada en la materialidad y en el imaginario para valorar y multiplicar los referentes atractivos entre el conocimiento y el mundo de la vida. En otras palabras, una subjetivación que no cosifique, ni juzgue, sino que produzca y transmute los valores para que la diversidad se multiplique, teniendo en cuenta que la estética fundamenta las valoraciones no en la significación racional, sino en la expresividad que engendra valores.


3. Estética de la Seducción
Si se habla de una nueva concepción de la estética a través de la seducción fuera de los parámetros objetivantes del arte, lo bello y lo sublime, no es de una estética como fundamento para caracterizar las artes a lo que apunta nuestro objeto de estudio, sino de integrar al Sujeto toda una estructura vital derivada de un imaginario afectivo capaz de recomponer las consciencias. Es una estética del ser-atraído por la belleza del cosmos, una materia espiritualizada por la vibraciones que ésta contiene por el alma, permitiendo una comprensión estética al interior del sujeto. Es decir, que éste pensamiento estético desplaza la concepción de una estética “objetivante” hacia una estética que recompone los valores al interior de un ser-atraído por la contemplación activa y por la belleza del cosmos.
Aunque nuestra fuente para comprender la atracción sea concebida según la herencia de Bachelard, hemos hablado de la razón intuitiva para integrar la intuición al campo intencional de la conciencia donde la afectividad se manifiesta por el deseo y el atracción. Así es como esta ontología es formulada según una atracción natural que está presente en el ser, y más precisamente en el ser-atraído: dejándose llevar, seducir y cambiando según el poder de lo variante en los instantes de atracción y de repulsión. El ser está siempre en una relación de atracción con el exterior. Así es posible que vaya fuera de sí mismo. Pero, si el ser-atraído tiene un poder axiológico, es gracias al imaginario de lo bello.

Toda la imaginación, lo mismo que el imaginario de la seducción como capacidad estructurante del sujeto, procura a la filosofía una capacidad fundadora de nuevos valores y de una estructura afectiva bastante poderosa para no dejarnos llevar por la seducción nihilista y mercantilista de quienes comandan el mundo contemporáneo. Lo que no pertenece a la moral empírica de la política mercantilista, lo hemos reconocido en su real dimensión : una estética que renueva los valores por la mitología, el imaginario y el arte a partir de una fenomenología de la seducción.

En la triada estética, deseo y seducción existe una generación de productividad afectiva en el imaginario individual y colectivo que constituye una revaluación para el sujeto actual cuestionando cuáles son los valores que éste genera en el mundo contemporáneo. Se parte de la base de que la estética produce deseo para la seducción que reúne la imagen y el concepto como dispositivos para crear un nuevo imaginario en el mundo contemporáneo y para revaluar un nuevo proyecto humano. De ésta manera, el referente filosófico sobre la estética de la seducción se condensa en la siguiente pregunta: ¿Cómo reintroducir una disciplina creadora de imaginario en el mundo contemporáneo?
La seducción engendra una potencialidad en el actuar, puesto que ella aumenta la pasión y por lo tanto nuestra creatividad en valores estéticos. Una transvaluación de la concepción habitual de la seducción nace a través de la atracción pasional surgida del deseo y de la creatividad permitiendo que los valores mismos de la perversión (que normalmente son negativos en la perspectiva del psicoanálisis) sean fuente de autosatisfacción de nuestras pasiones y manías que diversifican los componentes amorosos y eróticos. El imaginario y la ensoñación poética configuran la estructura afectiva individual. Si, como Lacan lo piensa, el “Yo” es una construcción íntima del imaginario, entonces la realidad es creada por el imaginario afectivo del inconsciente. Esta formulación de la creación de la estructura psicológica del hombre nos permite ver cómo éste es el producto de la constitución de su imaginario. Las valoraciones se producen entonces por el aprendizaje cultural y afectivo del sujeto. La metáfora ocupa y estructura el espacio, adquiriendo el poder de construir la realidad. Es decir que la realidad es creada por los valores del imaginario: por la irrealidad. Pero todo esa irrealidad se transforma en la realidad expresada en lo afectivo que nos liga al mundo.

Toda esa construcción subjetiva del inconsciente y del consciente permite que la intuición se revele para experimentar a través del afecto un el imaginario en donde los fenómenos de la seducción (el amor, el amor-pasión, el deseo, la perversión, el erotismo y la política junto con la retórica) multiplican los poderes de la seducción en sus diferentes manifestaciones sensibles.

El ser de la sensación se manifiesta en la carne, el cuerpo, los afectos y la materia del cosmos. El ser-atraído y el ser-atrayente sobrepasan siempre sus manifestaciones para proyectarse en el mundo. La atracción es el producto de una vivencia, de una intuición que, atravesando lo sensible, puede derivar en una estética y en un arte, pues la seducción manifiesta sus poderes en los diferentes planos de inmanencia. El imaginario creado de múltiples afectos genera una dialéctica entre el ser-atraído y el ser-atrayente en la inmanencia del mundo. El poder de la seducción constituye el universo de las artes y de una estética que contiene la belleza como fundamento de la contemplación, que no es más que el origen de una capacidad subjetiva de sentir la existencia y la vida como fundamento de la búsqueda creativa. El tema de una fenomenología de la seducción no atraviesa simplemente la experiencia en general, sino la vivencia misma y se proyecta intencionalmente constituyendo las sensaciones vivientes de orden corporal. Toda seducción se produce por el poder de magnetismo al cual el ser-atraído está confrontado. El postulado ontológico de la seducción abre una vía que compromete el destino de dos conceptos discutibles en filosofía: la imaginación y el mito. Estos temas comprometen la univocidad de la verdad y desplazan la labor de la filosofía hacia una irremediable relación entre las verdades de la realidad sensible en donde, el concepto y la imagen se interprenetran, y la verdad de la razón conceptual en donde no se trata de inmovilizar el mito despedazándolo y separándolo del contexto de creencias donde se ha forjado. Inmobilizar el mito y cosificarlo para identificarlo y explicarlo por medio de la razón, es precisamente un defecto entre lo racional y el misterio de los relatos imaginados por las culturas. Por eso, la literatura es una poética de la ensoñación y de la impresiones de la épocas que ocupa esa necesaria expresión seductora de los personajes, las aventuras, las historias en la universalidad de lo que nos une como hombres. A través de los idiomas y sus personajes la literatura se identifica con los mitos puesto que es la voz del autor que proyecta toda la humanidad en la singularidad de un relato.

La razón no es nada sin el afecto: la seducción es el existencial de la afectividad y del deseo. La estética de la seducción propone una alianza entre el logos y la expresión de la creencia. La seducción se proyecta intuitivamente porque es libre en su obrar y dinamiza la fuerza de las pasiones y de la creatividad como fundamento para la vida y no para para estatizar o cosificar las creencias y la expresividad de las creaciones artísticas. Cuando el mito no es sino un relato más, el ritual no puede generar su potencia vital de ser una fuerza para la existencia de una entidad que nos permite recrear nuestro imaginario. Toda la labor del arte se identifica con las pasiones y las fuerzas atractivas y repulsivas que destila la obra según el componente variable del reflejo de una universalidad que guarda la capacidad de propiciar un encuentro entre el hombre y su destino. Es por ésto que todo verdadero arte lleva esa parte de aura, una parte sagrada en donde se despliegan los lenguajes universales de algo imperecedero y eterno que nos permite fijarnos en la actualidad y en la historia.

A través de una capacidad creativa que una lo sagrado a una consciencia imaginante, el destino poético de la humanidad será posible para trangredir todas las formas de nihislimo y la falta de lo sublime en el arte contemporáneo. Ahora bien, la seducción del consumismo y de la desproporción de las formas estéticas que niegan la sacralidad en el hombre proporcionan tendencias destructivas y carentes de sentido artístico desfigurando el goce estético de la emoción atractiva ya sea por la fealdad o por la belleza de las connotaciones plásticas y poéticas (todas éstas contenidas en las formas de lo bello en el sentido de lo sublime que nos eleva). No se trata de ver surgir una estética de la repulsión en donde las pulsiones son manipuladas y reducidas al consumo de los cuerpos y de las materias, ni de una pornoestética que se muestra como arte contemporáneo, sino de derivar el ingenio de lo producido por el hombre en un reconocimiento entre la tradición de la producción artística y el aura del contenido de su expresión cultural y universal.

“La palabra “inconsciente” designa precisamente el conjunto de las operaciones por las cuales la realidad de un sujeto no es conscientemente accesible sino a la construcción íntima e imaginaria del “Yo”. Bachelard piensa que el hombre funda su estructura afectiva por el imaginario desplegando así su afectividad. Veamos un ejemplo en donde cita a Emile Dermenghem (Cuadernos del sur, marzo de 1945), en donde las imágenes van ligadas a una dimensión estética de “las imágenes morales” activando el realismo de la imaginación y la voluntad en los valores producidos: “Así pusieras sobre tus hombros cargas más pesadas que las montañas, no alcanzarías así quisieras la verdad. Todas esas labores son agradables para el alma. Ella encuentra la satisfacción de su orgullo. Si se gobierna por su propia voluntad está contenta. La finalidad utilitaria del trabajo es sin duda una forma de comprensión de las penas”. La metáfora poética ocupa y estructura el espacio adquiriendo el poder de construir la realidad y de transformar el mundo por las seducciones del lenguaje. Los poderes de la seducción se realizan en la transmutación de las valoraciones afectivas y perceptivas del Creador confrontado a una geopoética del Cosmos.

Una nueva estética de la seducción se fundamenta en la ensoñación que crea el realismo de la imaginación cristalizando la fuerza ascensional del ser-traído quien, gracias a una elevación hacia lo sagrado, converge en una unidad que recupera el alma y el espíritu valorizando activamente la intuición y la creatividad. Cuando William Blake afirma en los proverbios del infierno “Todo lo que es creíble, es una imagen de la verdad”7 las creaciones artísticas forjan la dicha de la comprensión filosófica puesto que la realidad estética se plasma entre el umbral que une de manera mágica la dimensión de lo creado y de lo vivido por la emoción artística. Huella de ese “no se qué y del casi nada” del que habla Vladimir Jankélevich cuando la libertad de la creación seduce como verdad a distancia de cualquier explicación racional. De ahí que el lenguaje de lo estético revele la seducción, esa atracción por la verdad poética que nos une a toda experiencia interior de la sacralidad del misterio de lo que imaginamos por el ingenio de lo que deseamos. Lo desconocido de la creencia que nos dan el mito, la religión y al final de los finales las creaciones artísticas, nos hacen pensar que los tres se condensan en el trazo de lo que necesita el artista para el ingenio de lo creado por las voces ancestrales que le susurran invención y lenguaje. Por ésto la seducción de lo sagrado profana lo cotidiano y celebra cada mito en el ritual de la atracción apasionada para crear más deseo por la vida. Así, la seducción desplaza la repulsión que es su contrario puesto que del impulso del deseo no saldremos nunca intactos, sino vencidos por el misterio de lo que nos hace renovar la energía y la voluntad de poder para quien movilice su imaginación hacia los espacios por donde pasan las fuerzas de la potencia de actuar. No olvidemos la seducción proveniente del exterior, aquella que refleja nuestra contemplación activa en sus fuerzas orgánicas e inorgánicas, aquella que no agota el espacio de lo que nos permite estar en conjunción directa con lo sublime que nos entrega la naturaleza a través de sus signos y sus correspondencias, con sus elementos y materias. Por ésto, la seducción no pertenece al intercambio comercial o la tiranía de las estrategias fijadas por el comercio o la psicología de la manipulación, ella da luz y moviliza la racionalidad hacia lo intuitivo y los misterios, allí donde la imaginación se renueva como acto trascendente en la inmanencia sagrada del Comos. La composición del encanto deviene en nuestro interior puesto que el exterior es la fuente de lo que contiene la estética a través de lo sublime, de lo bello y de lo artístico. Una nueva estética de la seducción afirma los valores que profanan lo que ha salido fuera de la óptica de lo sagrado, para darle al ingenio poético su verdadero lugar en el que-hacer artístico y en los valores del ser. No hay despertar para una seducción sagrada sin substituir la ilusión de las creencias al desencanto de un mundo que se aniquila bajo las incomprensiones de un supuesto progreso técnico y científico. No hay productividad estética fuera de la dimensión ambigua e incierta de la liberación del ensueño poético y del misterio que contribuye a huir de todo lo que nos hace caer en la desesperanza y la melancolía. Si hay desesperanza y melancolía no son más que para afirmar las creaciones de la dicha escondida en los confines del universo, Blake lo condensa diciendo: “puesto que todo lo que respira es Santo”8.


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