lunes, 1 de septiembre de 2025

  Rómulo Gallegos en escena.

Una propuesta teatral de Yoyiana Ahumada


David De los Reyes



La escena teatral caraqueña se iluminó el fin de semana del 23 y 24 agosto por el montaje de Fundación Rajatabla con la obra Rómulo Gallegos, Selva, Llano y Palabras, escrita por la dramaturga venezolana Yoyiana Ahumada. La pieza escenificada a casa llena en el Celarg de Altamira, no trata solo de una simple evocación literaria, sino de una relectura profunda del imaginario galleguiano, de una inmersión en su universo narrativo en el cual el ser venezolano se revela en sus límites, contradicciones y trascendencias. Gallegos no es homenajeado desde la distancia abstracta, sino revivido, revalorado y reinterpretado a través de los personajes que configuran la médula de sus novelas mayores: Doña Bárbara y Canaima. En ellas, el llano y la selva, respectivamente, no son meras atmósferas, sino entidades vivas que conjugan y separan destinos, que conforman una geografía emocional y mental de lo venezolano.

En Doña Bárbara, los llanos de Apure y el río Arauca -frontera líquida entre Venezuela y Colombia- emergen como un espacio mitológico proyectado en imágenes de fondo que evocan una tierra bella y terrible, inmensa, solitaria y salvaje. Este círculo terráqueo encarna la eterna tensión entre civilización y barbarie, entre razón e instinto, como lo planteara José Enrique Rodó en su texto Ariel, ese ensayo que Gallegos siempre tendrá presente. Santos Luzardo y Doña Bárbara son las dos fuerzas que encarnan esta dialéctica: él, el hombre de leyes y cultura; ella, la mujer de pasiones y poder telúrico. La tierra, en este contexto, se convierte en fuerza devoradora, en símbolo del poder femenino que conjuga violencia y resistencia. Es el territorio donde la ética se enfrenta al deseo, y donde la cultura intenta domesticar lo indomable.

Canaima, por su parte, nos sumerge en la geografía primitiva y exuberante de la Guayana venezolana: las selvas del río Orinoco, el caño del río Yuruaní, las minas de El Callao. Aquí, la naturaleza es protagonista, un personaje que transforma, desafía y devora. La selva es destino y redención, es el abismo donde el hombre se confronta con sus propios demonios. Es tierra de caciquismo, de ambición, de extractivismo, donde el poder se reafirma en la violencia y la lucha. En este paisaje, la modernidad se enfrenta a lo ancestral, y el alma humana se mide contra la vastedad de lo indomable.

La obra de Ahumada nos invita a un ritual escénico donde el espectador se encuentra con el horizonte infinito del llano y el espesor inabarcable de la selva. Pero también con el oficio de un escritor que se enfrenta a sus propios fantasmas: personajes que lo acorralan, lo inspiran, lo angustian y lo conducen. Estos seres imaginarios y espectrales emergen de la narración como modelos arquetípicos de un modo de sentir, vivir y pensar en un territorio marcado por la tragedia, el conflicto, la búsqueda de poder y el anhelo de identidad. Cada personaje elegido para este ensamble teatral refleja pulsiones profundas, estructuras del inconsciente colectivo, sombras de una mentalidad marcada por lo telúrico y lo mítico.

Yoyiana Ahumada ha realizado un trabajo minucioso al seleccionar e hilvanar escenas y diálogos que traducen la hondura del pensamiento galleguiano y su narrativa vernácula. A través del cuerpo de los actores, se filtran vidas ofuscadas por una realidad incomprensible, sostenidas por una fe absurda que da sentido a destinos determinados no por los dioses, sino por una geografía aplastante. La libertad en este universo se convierte en una apuesta trágica, en una condena existencial.

Los personajes convocados por Ahumana son aquellos que habitan nuestra memoria lectora: “la dañera” del hato El Miedo, Doña Bárbara, figura estelar de la madre terrible, marcada por traumas y ficciones inconscientes. Su sexualidad reprimida, la convierte en devoradora de hombres y su poder varonil la torna en símbolo de la barbarie en ciernes. Frente a ella, Santos Luzardo, el idealista que busca implantar un orden civilizador, transita una realidad frágil donde la razón apenas logra contener el instinto. Marisela, la hija malhadada, representa el deseo de transformación: de niña salvaje a mujer formada, sublimando su yo gracias al esmero de Luzardo.

No podía faltar Mr. Danger, el extranjero destructivo, símbolo de la muerte, la ambición y la codicia. Su presencia introduce el conflicto entre lo autóctono y lo foráneo, y su figura está marcada por el complejo de castración y el dominio invasor.

En su referencia a Canaima, Ahumada nos muestra a Marcos Vargas, un personaje contradictorio que se alimenta del deseo de poder y reafirmación. Su lucha interna lo lleva a enfrentarse a la selva como símbolo de una masculinidad que busca imponerse sobre lo indomable. La autora incorpora también al Cacique Yuríari y a Cajuñano, figuras chamánicas que concentran la sabiduría ancestral, el conocimiento intuitivo y el vínculo con lo legendario. Ellos vitalizan la tierra, los espíritus de la selva y la memoria colectiva.

La obra tampoco elude la dimensión política. Ahumada traza una línea que conecta la cosmovisión galleguiana con la historia venezolana, marcada por la figura del dictador Juan Vicente Gómez, hijo de La Mulera tachirense. El país transita de lo rural a lo urbano, de lo campesino a lo cosmopolita, pero lo hace bajo el signo de la extracción petrolera —el “excremento del diablo” (Juan Pablo Pérez Alfonzo) — que aún marca la condena de su destino. Un país que sigue debatiéndose entre militarismo autoritario y el civismo democrático. Esta referencia cívica se convierte en una crítica profunda a la modernidad fallida, a la imposibilidad de construir una nación a partir de la violencia estructural y la dependencia económica.

El diálogo entre Gallegos y sus personajes revela la necesidad de forjar realidad y mundo a través de la escritura. Su obra es presentada a través de sus protagonistas, irguiéndose como interpretación de un país irresuelto, como intento de dotar de sentido a una identidad fracturada y, por ende, fracasada. Ahumada nos muestra que Gallegos no solo narra, sino que se interroga y nos interroga, que sus personajes son espejos de una conciencia nacional en busca de redención y sentido.

Finalmente, la dirección de Marisol Martínez, la puesta en escena de la Fundación Rajatabla y el diseño sonoro y visual de las agrupaciones Manoa y Washe, logran transportar y emocionar al espectador a un mundo onírico en que no solo habita el imaginario mítico, sino también la realidad cotidiana de un pasado/presente que sigue absorbiéndonos. Una topografía irredenta que nos pertenece, que nos define, que nos condena y pueda que alguna vez nos redima. La obra de Yoyiana Ahumada es, en última instancia, una meditación plural sobre el ser venezolano, sobre su geografía emocional, su historia trágica y su posibilidad de trascendencia. Todo un cuadro de la razón y la fe democrática de Don Rómulo Gallegos.

Del conatus de Baruch Spinoza  

y la Eco-ética

El concepto de conatus de Baruch Spinoza como fundamento de una eco-ética radical: Hacia una filosofía de la interdependencia en el Antropoceno

David De los Reyes


David Levine, caricatura. 


El concepto de conatus en Baruch Spinoza —definida como aquella fuerza íntima que impulsa a todo ser a perseverar en su existencia— trasciende su formulación del siglo XVII para convertirse en un faro filosófico ante la crisis ecológica contemporánea que nos rodea en el siglo XXI. En su obra Ética, Spinoza define el conatus no como un mero instinto de supervivencia, sino como la esencia misma de todo lo que existe: Cada cosa, en cuanto está en y para sí, se esfuerza por perseverar en su ser, en seguir existiendo (Ética III, Prop. 6)1. Esta afirmación, aparentemente simple, encierra una transformación y evolución ontológica: no hay jerarquías entre humanos, ríos, bosques o partículas cuánticas; todos somos modos finitos de una misma sustancia infinita (Deus sive Natura)2. Desde esta perspectiva, una ética ecológica genuina no puede basarse en la lógica utilitaria del "recurso natural" crematístico sin consciencia de sus límites, ni en el altruismo condescendiente acrítico, sino en el reconocimiento de que dañar un ecosistema es literalmente dañar una parte de nosotros mismos.

La física contemporánea, curiosamente, ofrece metáforas que iluminan esta visión. Un superconductor, donde los electrones fluyen sin resistencia al formar pares de Cooper (cuando los electrones se unen en pares debido a sus interacciones por atracción entre ellos),, refleja el conatus en su estado más puro: la materia organizándose para persistir contra la entropía3. Spinoza diría que ese fenómeno no es una excepción, sino la regla de la Naturaleza. Del mismo modo, un bosque que se regenera tras un incendio o un coral que blanquea ante el aumento de temperatura están ejerciendo su conatus, aunque las condiciones externas —como el cambio climático— puedan limitar su potencia4. A partir de esta proposición aparece la primera noción eco-ética: la vida no es una propiedad individual, sino una red de interdependencias donde el conatus de cada ente depende del de los demás. Un ejemplo social, cultural y ambiental de sobrevivencia lo encontramos en una gesta de defensa a la vida tanto en las etnias Mapuche en Chile y Argentina y los Pemones de Venezuela, por sólo decir dos de muchas en desarrollo.. Cuando los defensores del territorio mapuche en Wallmapu (en su idioma significa “territorio circundante” o *tierra que rodea”) resisten la deforestación, no solo protegen "recursos", sino que defienden un nodo crítico en esa red. Y este concepto es fundamental para consolidar su identidad y su cosmovisión étnica particular, pues refiere a una conexión espiritual y cultural con su tierra ancestral. Otro ejemplo lo tenemos en la étnica de los Pemones en Venezuela que han luchado su nodo crítico para la protección de sus territorios ancestrales y han tenido que enfrentar desafíos relacionados con la minería tanto legal como ilegal. Además de defender su hábitat natural, los bosques y selvas atacados por una deforestación indiscriminada, como consecuencia de la expansión frontal agrícola y ganadera. Solo son dos ejemplos de esta situación en nuestro continente, donde se ha desarrollado una intensa consciencia sobre la importancia de preservar su territorio y su cultura, trabajando para defender sus derechos y proteger su entorno natural. Su lucha, en términos spinozianos, es un acto de autoconservación colectiva5.

Esta visión choca frontalmente con el paradigma del modo de producción industrial del capitalismo (y el socialismo no escapa a esta condición de la modernidad inconsciente) del, intenso extractivista voraz. Para Spinoza, la libertad no es la ausencia de restricciones, sino la comprensión de las causas que nos determinan (Ética I, Apéndice)6. El neoliberalismo y el socialismo del siglo XXI, al fetichizar el crecimiento y la explotación infinita (tanto del hábitat como del ser humano), ignora que nuestra existencia está determinada por ciclos biogeoquímicos finitos. La consecuencia es una contradicción trágica: un sistema que promete maximizar el conatus humano (mediante consumo y la extracción descontrolada) termina minando las bases materiales que lo hacen posible. La eco-ética spinoziana propone una alternativa humana y de un socialismo comprometido: en lugar de preguntar ¿Cuánto podemos extraer?, habría que preguntar ¿Cómo amplificar la potencia de coexistencia?7. Ejemplos concretos abundan: las prácticas agroecológicas campesinas, los emprendimientos con rostro ecológico. que aumentan la biodiversidad del suelo en lugar de agotarlo, son conatus en acción8; los derechos de los ríos reconocidos por constituciones nacionales como, por ejemplo en Ecuador, reflejan una comprensión spinoziana de que un afluente no es "propiedad", sino un modo de la sustancia con derecho a fluir y persistir por lo implica su existencia para el ambiente y para las especies que cohabitan en sus riveras 9.

La ecosofía del filósofo noruego Arne Naess —con su principio de igualdad biosférica: todos los seres vivos tienen, en principio, coparticipar por la vida de su especie— encuentra en Spinoza un aliado inesperado10. Sin embargo, hay un matiz crucial: para Spinoza, no hay valores intrínsecos fuera de las relaciones concretas. Un árbol no tiene valor porque sí, sino porque su existencia permite a otros modos de vida que lo complementan (hongos, aves, insectos, humanos, etc.) para perseverar11. Esto evita caer en un romanticismo ingenuo separado de la materialidad: la ética no surge de venerar la Naturaleza como algo sagrado y distante, sino de reconocernos como parte vital de su tejido: somos parte de su estambre vital. El desafío, ante tanta inconsciencia actual y egolatría de líderes político y ciudadanía a favor del crecimiento per se, es inmenso y urgente. Una democracia ecológica inspirada en Spinoza requeriría instituciones que no solo regulen la explotación sin límites y cohabitación, sino que fomenten prácticas de aumento recíproco de potenciar los ambientes: cooperativas energéticas, economías circulares, restauración de humedales como actos de autoafirmación comunitaria, en fin, una mirada desde la sostenibilidad no sólo antropocéntrica sino biocéntrica 12.

El Antropoceno, esa era donde lo humano se ha vuelto fuerza geológica casi indetenible para la degradación de la biósfera, exige repensar incluso el concepto de "naturaleza". Spinoza ya lo hizo: no hay un afuera de la Naturaleza; incluso lo más artificial es expresión de ella13. La tarea no es volver a la naturaleza (planteamiento romántico idealizando la naturaleza, que viene dándose desde la visión filosófica de Jean Jacques Rousseau en el siglo XVIII), sino reorganizar nuestra ciencia, técnica, política, economía y cultura para alinearlas y alimentarlas desde la mirada visionaria spinozista del conatus, pero de un conatus con sentido universal/global/regional: glocal. Esto implica, por ejemplo, que la tecnología no sea un instrumento ilimitado de dominio, sino una extensión de nuestra capacidad de cohabitar —como se ha planteado con ciertas tecnologías ligeras, por ejemplo, la creación de los paneles solares, que transforman luz en energía sin romper ciclos vitales14. La filosofía spinoziana, lejos de ser un ejercicio de erudición histórica, se revela, así como un manual de supervivencia ética para el permanente y catastrófico colapso ecológico. En su núcleo late una paradoja esperanzadora: cuando entendemos que somos Naturaleza, cuidarla deja de ser un sacrificio para convertirse en la forma más lúcida de egoísmo y supervivencia de las especies 15.

 

Notas a pie de página

1 Spinoza, B. (1677). Ética demostrada según el orden geométrico, Parte III, Proposición 6.

2 Deleuze, G. (1981). Spinoza: Filosofía práctica. Barcelona: Tusquets, p. 52.

3 Bardeen, J., Cooper, L. N., & Schrieffer, J. R. (1957). "Theory of Superconductivity". Physical Review, 108(5), 1175.

4 Margulis, L. (1998). Symbiotic Planet: A New Look at Evolution. Nueva York: Basic Books, p. 78.

5 Escobar, A. (2016). Autonomía y diseño: La realización de lo comunal. Popayán: Universidad del Cauca, cap. 4.

6 Spinoza, B. (1677). Ética, Parte I, Apéndice.

7 Naess, A. (1989). Ecology, Community and Lifestyle. Cambridge: Cambridge University Press, p. 112.

8 Altieri, M. A. (2002). Agroecología: Bases científicas para una agricultura sustentable. Montevideo: Nordan-Comunidad, p. 45.

9 Gudynas, E. (2009). Los derechos de la naturaleza. Quito: Abya-Yala, p. 30.

10 Naess, A. (1973). "The Shallow and the Deep, Long-Range Ecology Movement". Inquiry, 16, 95-100.

11 Spinoza, B. (1677). Ética, Parte IV, Proposición 37.

12 Bookchin, M. (1982). The Ecology of Freedom. Palo Alto: Cheshire Books, p. 156.

13 Latour, B. (2017). Facing Gaia: Eight Lectures on the New Climatic Regime. Cambridge: Polity Press, p. 89.

14 Illich, I. (1973). La convivencialidad. México: Joaquín Mortiz, p. 62.

15 Mathews, F. (1991). The Ecological Self. Londres: Routledge, p. 120.

16 Sachs, J. (2015). The Age of Sustainable Development. Nueva York: Columbia University Press.

Bibliografía

·        Altieri, M. A. (2002). Agroecología: Bases científicas para una agricultura sustentable. Montevideo: Nordan-Comunidad.

·        Bardeen, J., Cooper, L. N., & Schrieffer, J. R. (1957). "Theory of Superconductivity". Physical Review, 108(5).

·        Bookchin, M. (1982). The Ecology of Freedom. Palo Alto: Cheshire Books.

·        Deleuze, G. (1981). Spinoza: Filosofía práctica. Barcelona: Tusquets.

·        Escobar, A. (2016). Autonomía y diseño: La realización de lo comunal. Popayán: Universidad del Cauca.

·        Gudynas, E. (2009). Los derechos de la naturaleza. Quito: Abya-Yala.

·        Illich, I. (1973). La convivencialidad. México: Joaquín Mortiz.

·        Latour, B. (2017). Facing Gaia: Eight Lectures on the New Climatic Regime. Cambridge: Polity Press.

·        Margulis, L. (1998). Symbiotic Planet: A New Look at Evolution. Nueva York: Basic Books.

·        Mathews, F. (1991). The Ecological Self. Londres: Routledge.

·        Naess, A. (1973). "The Shallow and the Deep, Long-Range Ecology Movement". Inquiry, 16.

·        Naess, A. (1989). Ecology, Community and Lifestyle. Cambridge: Cambridge University Press.

·        Sachs, J. (2015). The Age of Sustainable Development. Nueva York: Columbia University Press.

·        Spinoza, B. (1677). Ética demostrada según el orden geométrico.