De las ciudades
creativas,
hacia una poética de las ciudades
Olga del Pilar
López
Universidad de
las Artes, Guayaquil-Ecuador
“La ciudad nos hace olvidar que la tierra es redonda y
desigual, algunas veces dulce, algunas veces ruda al tacto. Ella es como una
playa que no delimitaría ningún mar y que ignoraría la delicadeza de la arena”.
Pierre Sansot, Poétique de la ville, (p.69)
Introducción
La
ciudad no es una expresión neutra, muy por el contrario, ella es utilizada y
movilizada por diferentes actores que la construyen, la destruyen, la
reinventan, la imaginan y la sueñan. La ciudad es nuestro pasado y nuestro
futuro, por ello la arqueología busca sus huellas y la teleología la siente
como su destino inevitable. En ese sentido, las ciudades son fragmentos en
piedra que nos llevan a imaginar mundos desaparecidos, cada uno en su singularidad,
así como los vemos poetizados en Las
ciudades invisibles de Ítalo Calvino. De la misma manera, la ciencia
ficción se reinventa y recrea ciudades del futuro donde se exacerban los
síntomas de las presentes, donde podemos ver con nitidez los palimpsestos de
tiempos que conforman nuestro mundo urbano. Por diversas razones, la ciudad es
uno de los grandes elementos político, artístico y estético que da cuenta de la
historia de los humanos: es moldeada por los poderes que, bajo la perspectiva
de una ciudad soñada, se la apropian, le imponen una forma y determinan la vida
de sus habitantes. A la vez, ella es la expresión del espacio vivido, tácticas
del débil, de los urbanitas que se mueven por lugares que en algunos casos han
sido determinados por lógicas panópticas y que, sin embargo, son reinventados
por prácticas efímeras. En fin, la ciudad es reelaborada a través de relatos
literarios, composiciones pictóricas y cinematográficas, que la poetizan, para
crear nuevos mundos, al punto que es imposible separar las ciudades de carne y
piedra de sus composiciones artísticas.
Si bien
la historia de la ciudad es amplia y compleja, por el contrario, la expresión
“ciudades creativas” pertenece a nuestra historia reciente. Es por ello que
buscaremos demostrar los antecedentes que determinan su aparición y como ella,
en vez de enriquecer nuestras elaboraciones de la ciudad la reduce, pues somete
la proliferación de signos, a un conjunto de clichés internacionales que implican
el registro de las ciudades en dinámicas globales. A diferencia de ello,
buscamos unas poéticas de la ciudad en la que contribuyan todas las artes y las
praxis de los habitantes, quienes tendrían como perspectiva, la proliferación
de experiencias urbanas y la vida de la gente. Todo ello forma una
multiplicidad donde la ciudad es lo inatrapable: laberintos, topos, nudos,
redes con múltiples entradas y salidas donde se pierden aquellos que viven
estos espacios. Pues la ciudad, en tanto que sistema complejo, en tanto que ser
vivo, no puede responder al capitalismo global que la quiere etiquetar bajo la
forma de “ciudades creativas” y, más bien, debe aceptar lo indeterminado, que
la constituye, así como su carácter subversivo e inventivo.
Crítica al
término “ciudades creativas”
Antes
de recordar los antecedentes puntuales del enunciado “ciudades creativas”,
volvamos por un momento a nuestras afiliaciones teóricas, a partir de dos
pensadores que emiten fuertes críticas a ese “uso” mercantil de la ciudad:
Richard Sennett y Manuel Delgado. En primer lugar, Richard Sennett bajo una
perspectiva histórica, invita a pensar en su libro Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental los
espacios públicos como una interacción compleja entre la piedra con la que se
diseña la ciudad y los cuerpos de los “ciudadanos” que la habitan.[1] Por
ejemplo, si en la Atenas antigua, el cuerpo caliente de los ciudadanos se
expresa a través de la política y el debate con los otros, la piedra por su parte
encarna estos conceptos teóricos a través del ágora, la stoa, el teatro. De modo que la voz, la vida cívica o la belleza
física masculina, principios que rigen a esta ciudad antigua, se hacen visibles
en la arquitectura de la ciudad quien termina por expresar esta composición
inseparable entre la piedra y el cuerpo. En esa medida, no es lo mismo un sujeto
antiguo, medieval y moderno, pues a parte de todo tipo de prácticas culturales,
el pasa sus días en un tipo de espacio urbano que moldea su subjetividad. Entonces,
la subjetividad que normalmente se ha entendido como una interioridad que se
exterioriza, podemos entenderla de modo inverso: una exterioridad que se
interioriza. Son los efectos de la piedra que nos preceden, que moldean
visiones de mundo, que nos convierten en expresiones de una ciudad en
particular. Esta relación de la carne y la piedra no proviene solamente de una
perspectiva racionalista, sino que es una poética de la ciudad que por su parte
lleva a la elaboración de tragedias, comedias y andares artísticos, pues si
algo caracteriza al sujeto antiguo, de Atenas y Roma es esa relación íntima con
su ciudad. Es por ello que el gran protagonista de las tragedias no es el héroe
trágico, al estilo de Edipo o Medea, sino la ciudad en la que se desenvuelve
este sujeto marcado por la tragedia. Igualmente, su deambular no tiene
importancia si se lleva a cabo fuera de la ciudad. Lo cual nos lleva a recordar
que el exilio en las sociedades antiguas occidentales tenía como única
expresión, el alejamiento de la vida urbana. Es así que, en el mundo latino, un
escritor como Ovidio, expulsado de la ciudad, poetiza y conjura la pérdida de
los placeres urbanos, a través de la escritura de Las metamorfosis, obra de alto nivel artístico.
Si
volvemos a Richard Sennett, debemos recordar que, en el libro anteriormente citado,
lleva a cabo una genealogía de la ciudad para demostrar una tesis: el espacio
cívico de la ciudad implicaba un destino entrelazado con los otros. Ahora bien,
los procesos individualistas que ha sufrido la ciudad moderna generaron una
separación de las comunidades urbanas, pues el placer individual ha reemplazado
los proyectos sociales. Esta relación entre el cuerpo y los espacios por los
que este transcurre se ha visto afectada por las dinámicas de la velocidad que
cada vez desgranan más el cuerpo urbano y ofrecen más confortabilidad individual.
Para demostrar esto, Sennett nos recuerda, entre otras, las reformas urbanas de
Robert Moses (1930-1965) en la ciudad de Nueva York. Este gran reformador, bajo
una mirada prometeica, construye carreteras y puentes que agilizan la salida de
la ciudad y tendrá como consecuencia su disgregación. Es por ello que, si
durante las primeras décadas del siglo XX Greenwich
Village fue considerado el ágora moderna de Nueva York, donde se encontraban
diversas culturas, luego de estas reformas pasa a ser un barrio de fracasados.
Ahora, el principio de ascenso social está ligado a vivir en los suburbios, de
modo que toda relación con el otro, todo el vínculo con los espacios que
caminamos queda destruido. Esta experiencia no se restringe a Nueva York, sino
que involucra otras dinámicas urbanas, en la medida que esta ciudad se
convierte en el modelo a seguir a nivel mundial. Llamamos la atención sobre
estos puntos, para enfatizar el proceso de diseminación de la ciudad y la
desaparición de los vínculos entre la carne y la piedra, que según Sennett está
ligado a los rituales que sostienen la vida cívica. Ahora bien, en las últimas
décadas, los hijos de aquellos que se fueron regresan al centro de la ciudad,
para encontrarse con aquellos que nunca pudieron partir, sin embargo, ¿esto
implica una nueva especulación inmobiliaria? ¿Una expulsión de los habitantes
que habían conservado sus viejas casas, pero que ahora resultan un patrimonio
interesante, bajo la óptica de una ciudad global? R. Sennett termina su libro
en este punto, sin embargo, nosotros vimos como los antiguos terrain vague se convirtieron en bienes
preciosos y que los antiguos habitantes entre los que se contaban artistas y defensores
de los movimientos gay se vieron
obligados a emigrar. Todo esto confirma las características de esta sociedad
que tiene desde su fundación la especulación sobre la tierra. Esto ligado a las
tendencias mundiales, donde los pobres son excluidos de la vida de la ciudad,
en beneficio del turismo, de los centros bancarios y de un conjunto de signos
culturales (entre ellos museos) que forman parte del circuito de las “ciudades
creativas”.
Manuel
Delgado, por su parte, reconoce ese principio ritualizado de las ciudades
indicado por Sennett y nos recuerda cómo nuestro deambular por la ciudad,
nuestro transitar es próximo al transe de los rituales religiosos.[2] Estados
inconscientes o formas de sonambulismo que implican que en la vida urbana respondamos
mucho más a dinámicas colectivas, que a efectos individuales. En ese sentido, Delgado buscar reflexionar
sobre “la calle”, en tanto que construcción social, para alejarnos de una
visión abstracta del espacio público.
Así, el deambular de los dadaístas, la deriva surrealista o bien el
vagabundear de los urbanitas, poco tiene que ver con la idea de espacio público
en tanto que lugar donde se encontrarían, en condiciones de igualdad los
ciudadanos para llevar a cabo un debate libre de sus ideas. Como nos lo
recuerda Delgado, este término proviene de la teoría política contemporánea
propia a Hannah Arendt o Gadamer, y se impuso en tanto que entelequia al mundo
urbano donde nunca existió.[3] A Esta
idea se unen otras: democracia, convivencia, civismo, consenso que intentan
bloquear lo real -que siempre escapa-, para dejarnos en el sueño de un mundo
abstracto donde reina la armonía. Muy por el contrario, Delgado nos recuerda
que la ciudad es el lugar de los encuentros, los desencuentros y los
encontronazos y que el “espacio público” debería reemplazarse por otra
expresión: “el espacio de lo público”, donde se produce todo tipo de
situaciones inesperadas, donde nos enfrentamos con otros que quizás nunca
veremos una segunda vez, donde estamos sometidos a cruces entre anónimos que,
sin embargo, sostienen su encuentro en las miradas, al punto que nos sentimos
en un teatro de la vida.
M.
Delgado busca alejarse de una metafísica de la ciudad y más bien describir la
efervescencia de la calle en tanto que construcción social. Así, el propone
distinguir dos líneas. Por un lado, la polis,
que habla de un deber ser de la ciudad y que correspondería a su planificación,
sin tener en cuenta a sus habitantes. Su consecuencia sería la destrucción de
los mundos antropológicos de la vida urbana, al guiarse por un ideal de ciudad.
Por el otro lado, la urbs, que
podríamos definir, groso modo, como
el conjunto de intensidades que habitan la calle. Experiencia molecular del movimiento que se conforma con los cuerpos,
los gestos, los rituales, las dramaturgias que atraviesan los lugares. Todo
ello se hace evidente desde una microsociología a la manera de Erving Goffman
quien encuentra en las multitudes y sus interacciones, que parecerían
“banales”, un objeto de estudio.[4] Este es
el animal público que, sin embargo, es altamente creativo, pues es allí donde
se cuece la vida, ese “fogón de brujas” del que hablaba Henri Lefebvre.[5] Ahora
bien, el debate es contra las diversas expresiones de metafísica de la ciudad:
la ciudad de Dios de San Agustín, la utopía de Thomas Moro, La república de Platón, donde este
filósofo describe su proyecto de una ciudad ideal conformada con un grupo
preciso de ciudadanos, con funciones precisas y donde el arte es excluido – en
particular los trágicos-, pues según el filósofo de la Academia, no hacen más
que engañar al público y deformar el espíritu de los ciudadanos. En fin, en
esta lista de metafísicas podemos muy bien ubicar el enunciado de “ciudades
creativas”, pues el responde igualmente a un sueño de ciudad: la venta de la
vida urbana, la especulación inmobiliaria, la búsqueda de clichés que respondan
al mercado y atraigan turistas. Esto ligado a la tendencia mundial: la sociedad
en función de la economía. Si bien desde sus primeros libros de la vida urbana,
e incluso de la religiosidad, M. Delgado defiende esas fuerzas que habitan lo
real -no en vano es uno de los herederos de la escuela de Chicago-, esto lo
hará con más ahínco en su libro, La
ciudad mentirosa. Fraude y miseria del ‘Modelo Barcelona’.[6]
Pues el reconoce en el proyecto de reforma urbana de esta ciudad la intención
de “ilegalizar la pobreza”. De modo que la destrucción de la vida del barrio se
lleva a cabo con la mirada puesta en los nuevos habitantes: una clase media a
la que se le ofrece una ciudad variopinta, donde se mezcla un diseño de ciudad,
unos criterios de belleza propia de arquitectos internacionales, una
cosificación de cultura que pasa por los museos y las galerías. Es en ese
sentido que M. Delgado habla de la “ilegalización de la pobreza”, pues estas
zonas que se reforman para recibir un nuevo público, deben ahuyentar a los
indigentes, drogadictos, prostitutas e inmigrantes pobres que afean el barrio. Esto
se aproxima a lo indicado previamente sobre Greenwich
Village: se busca atraer artistas, bohemios, homosexuales y algunos grupos
que representen la multiculturalidad, siempre y cuando estos tengan con qué
responder a la nueva feria inmobiliaria que se lleva a cabo. Sin embargo, M.
Delgado no lleva a cabo esta crítica a las reformas urbanas por una nostalgia
romántica del barrio, sino por hacer un tipo de resistencia a las dinámicas que
se apropian de la ciudad, donde pareciera que esta imita el centro comercial:
zonas apacibles donde todos podemos comprar sin ser molestados por los
indigentes, por los inmigrantes pobres por todos aquellos que en la historia de
la humanidad formaban parte de la ciudad.
Esta
reflexión de M. Delgado viene a reforzar nuestra crítica a las “ciudades
creativas”, pues la crueldad con la que se aplican estas medidas no son sólo de
algunas ciudades en particular en Europa o Estados Unidos, sino la tendencia a
nivel mundial. Por ello, cada vez que M. Delgado va a Medellín -ciudad que ha
visitado varias muchas veces en las últimas dos décadas-, constata los mismos
síntomas que afectan la vida urbana en España. Igualmente, arquitectos como
Luis Fernando González al hacer un recuento de los cambios arquitectónicos de
Medellín -que la han convertido en modelo paradigmático de una ciudad que surge
luego de un largo período de violencia-, nos recuerda el carácter ideológico
del termino espacio público, quien termina por conjugar un conjunto de
elementos: un poder administrativo que sirve a intereses bancarios y a la
especulación inmobiliaria, para lo cual vehicula un concepto de belleza o
momifica principios identitarios que nada tienen que ver con la actividad
urbana.[7] La
ciudad deviene parque temático, logo, spot
publicitario, espectáculo. La pregunta es ¿cómo llegamos a este punto?
Recordemos algunos antecedentes. En primer lugar, con la Escuela de Frankfurt
vemos el primer antecedente de un capitalismo que tomaba una vía inédita. Es en
ese sentido que Adorno y Horkheimer en 1947 reconocen la aparición de las
industrias culturales las cuales estaban ligadas a la masificación de las
ciudades y al consumo que tiene como expectativa las multitudes desarraigas. Así
de un capitalismo industrial hemos pasado a un capitalismo de consumo, en este
contexto, la cultura pierde su aura y pasa a formar parte de la cultura de
masas. Todo ello va ligado a un cambio simbólico: la cultura ya no significa
una elevación del espíritu, sino una forma de entretenimiento. La cultura forma
parte del ocio de las sociedades modernas, lo cual modifica completamente las
dinámicas de la creación artística. Medios masivos como la televisión, los
periódicos, las novelas, el cine están supeditadas a un consumo masivo y son la
expresión misma de un capitalismo que adquiere fuentes nuevas de dónde
nutrirse: la cultura del entretenimiento. Es en ese sentido que Deleuze nos
recordaba la cara opaca del cine: el dinero. De modo que el cine entrega
imágenes a cambio de dinero y como diría Federico Fellini, la película habrá
terminado cuando no haya más dinero.[8] La
sintomatología de un nuevo capitalismo indicada por la Escuela de Frankfurt
-con dejos pesimistas-, es el camino que ha tomado el mundo, por eso vivimos en
sociedades especializadas en la venta de servicios y donde la creatividad se ha
convertido en el gran negocio. En esa medida, hablamos de capitalismo creativo,
el cual se dedica patentar ideas y a la preservación de los derechos de autor. Esta
línea de pensamiento de corte anglosajón fue claramente identificada en la
época en que Tony Blair fue el primer ministro del Reino Unido, cuan se puso en
boga el término economía creativa y la creación cultural. Igualmente, Richard
Florida, acuña el término “clase creativa”, para referirse a una población que
no sólo se dedica a trabajar en las ciudades, sino que también consume un
conjunto de servicios: restaurantes, bares, cultura.[9] De modo
que las ciudades deben ponerse al servicio de esta clase media que según
Florida está conformada por profesores universitarios, artistas, gays,
inmigrantes con cierto nivel adquisitivo, turistas. Es en esa misma dinámica
que la UNESCO propuso la red de “ciudades creativas” en 2004 donde invita a las
ciudades a que elijan entre siete temáticas y se especialicen en una de ellas.
Estas son: literatura, cine, música, arte popular, diseño, gastronomía y arte
digital. La ciudad que decida integrar esta red deberá, por tanto, dirigir sus
esfuerzos a uno de estos dominios, el cual guiará la organización de la ciudad
en un futuro. Vemos que esta iniciativa ha movilizado un conjunto de ciudades
entre ellas un buen número de ciudades latinoamericanas o españolas, en las
cuales debemos circunscribir la lectura crítica de M. Delgado. Así, este autor
pone la mira en las reformas urbanas, para denunciar la influencia de este tipo
de discursos regidos por el sueño de una administración complaciente con una
“clase media creativa”, que convierte a su vez la pobreza en ilegal. Delgado señala:
La
planificación de las ciudades europeas tiende cada vez más a basarse en
tendencias ya preexistentes: la grandilocuencia ornamental, la ideologización
del espacio y la monitorización de toda la vida social. Con ello, el urbanismo
actual no hace sino demostrar hasta qué punto está predispuesto a repetir una
función que, desde Hipodamos y con otros
nombres se lleva siglos ejerciendo con eficacia, y que no es otra cosa que la
de intentar someter lo urbano por la vía de la simplificación, reduciendo al
máximo la impredecibilidad, la complejidad, las paradojas cognitivas que la
caracterizan.[10]
De tal
manera que si las ciudades buscan a través de la simplificación responder a
esta “clase creativa” terminan por aplicar el mismo formato: un diseño de ciudad
que corresponde a las expectativas “abstractas” de esta población a la que se
busca complacer. Para ello, las
administraciones de las ciudades toman varias medidas: folclorizan la cultura y
la convierten en espectáculo de consumo; reconstruyen los terrain vague y ponen en su centro un museo, una galería o algún
signo cultural que convierta atractivas zonas; forma una red con elementos
heteróclitos que van desde las aerolíneas, los hoteles, la gastronomía, las
artesanías; elimina todos los personajes indeseables para que la “clase
creativa” se sienta feliz como en un spot
publicitario. Ahora bien, ¿que se pierde? : la singularidades de las
culturas, la vida de los barrios que cohesionan a las comunidades a sus
lugares; las particularidades de las ciudades que funcionan como sistemas
complejos, la tensión violenta que acompaña a las dinámicas urbanas y que,
aunque no nos guste forma parte de su existencia, en los encuentros con los
otros, en la ciudad de noche que oculta a la del día o bien en el conjunto de
sensaciones extrañas y contradictorios que implican ser un urbanita, pues a
veces uno siente que “…la ciudad entera amaneció entre gris y pájaros/ asomó
sus visiones por todos los corredores y se desplomó en el charco…”[11] y
quizás nosotros nos hundimos con ella.
Poéticas de
las ciudades
No es
la misma ciudad de la que hablan los políticos, no es la misma ciudad que
resignifican los artistas, no es la misma ciudad que viven los turistas, así
como no es la misma ciudad que viven sus habitantes donde producen sus
dramaturgias cotidianas. Por ello la expresión “ciudades creativas”, responde
de nuevo a un ideal y constituye una nueva metafísica para una “clase media”
que busca consumir confortablemente en las ciudades. Por ello debemos cambiar
de perspectiva para tomar críticamente este enunciado. En primer lugar,
entender que la ciudad no es aquella que nace de la planificación, sino de las
dinámicas urbanas construidas por la gente. Es de ese conjunto de cuerpos que
se mueven por las calles, que hacen y deshacen rituales diariamente, de los que
nace la ciudad. Esa es la urbs de Manuel Delgado que no puede ser impuesta ni
programada bajo el diseño de “ciudad creativa”, pero que paradójicamente
moviliza la verdadera creatividad de los urbanitas: los cuerpos, los colores,
los olores, los movimientos por esa piedra que no es más que un palimpsesto de tiempo.
En segundo lugar, la creatividad no puede ser determinada por las dinámicas del
capital, ella es la confrontación con el caos, tanto el caos urbano que nos
enfrenta con lo desconocido, como el caos cerebral que nos hace salir de la
realidad conocida y nos lleva a la creación de nuevos mundos. Así en vez de
hablar de la ciudad debemos explorar la urbs,
en vez de creer en una creatividad cosificada, debemos reconocer en esta
expresividad una confrontación con el caos y la posibilidad de pensamiento. En tercer
lugar, si aplicamos estos términos a nuestros mundos citadinos debemos explorar
las poéticas: toda la producción artística sobre y alrededor de la ciudad de
donde surgen nuevos lugares y donde la imaginación no cesa reinventar ciudades
que enriquecen aquella que habitamos. Así en vez de complacer a una “clase
media creativa”, el cine, la literatura, el teatro, las artes visuales ponen
evidencia los conflictos que acompañan la ciudad, sus miserias, sus fracasos,
sus personajes marginales, su abandono, sus terrains
vagues. El arte en su conjunto se mueve por intersticios, laberintos,
topos, por todo aquello que el poder deja al abandono y que le permite
descubrir o imaginar otras ciudades ajenas al consumo. Poetizar la ciudad para
sus habitantes, así como podemos poetizarla con el deambular, con la deriva a
la manera como nos lo enseña Francesco Careri, para quien la ciudad es la
posibilidad de descubrir al nómada que habita en nosotros.[12] Por
ello, si la ciudad según la tradición es el lugar del sedentario, una poética
del andar reconoce las intensidades del movimiento, no sólo para descubrir lugares
nuevos, sino para reinventar los espacios de la ciudad, para contemplar y
pensar, meditar y crear. Y es a todo
ello que invitaría a la ciudad de Guayaquil del presente y del futuro si no
quiere quedar atrapada en las redes de la especulación inmobiliaria. ¿Y cómo
llevar esto acabo? A través de las poéticas de autogestión del arte que re-encantan
la ciudad y hacen proliferar ciudades-otras, más fuertes, más intensas que las
de la administración o el urbanismo.
Bibliografía
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Sansot,
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Sennett, Richard. Carne y Piedra. El cuerpo y la
ciudad en la civilización occidental. Madrid,
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Vanégas
Coveña, Sara. Música de agua. New
York, Pen Press, 2017.
[1] Alianza, Madrid, 1997.
[2] Delgado, Manuel. El animal
público. Barcelona, Anagrama, 1999; Sociedades
movedizas. Pasos hacia una antropología de las calles. Barcelona, Anagrama,
2007.
[3] Delgado, Manuel. “El espacio público como ideología”. Jornadas Marx siglo XXI, Universidad de
la Rioja, Logroño, diciembre de 2007.
[4] Goffman, Erving. The Presentation of Self in Everyday Life. 1959;
Interaction Ritual : Essays on
Face-to-Face Behavior. New York, Pantheon Books, 1982.
[5] Le Droit à la ville,
I, 1968 (segunda
edición); Le droit à la ville, II, 1972.
[6] Madrid, Libros de Catarata, 2007/2010.
[7] González, Luis Fernando. “Poder, arquitectura y tectónica. De los
parques bibliotecas de Medellín a los museos de Ciudad de México”. Revista Universidad de Antioquia 315, enero-marzo,
2014.
[8] Deleuze, Gilles. La
imagen-tiempo. Estudios sobre cine 2. Barcelona, Paidós, 2004.
[9] Florida, Richard. La clase
creativa. La transformación de la cultura del trabajo y el ocio en el siglo
XXI. Barcelona,
Paidós, 2010. (The Rise of the Creative
Class, 2002)
[10] Delgado, Manuel. La ciudad metirosa. Fraude
y miseria del ‘modelo Barcelona’. Madrid, Catarata,
2007/2010.
[11] Vanégas Coveña, Sara. Música
de agua. New York, Pen Press, 2017.
[12] Careri, Franceso. Walkscapes.
El andar como práctica estética. Barcelona, Gustavo Gili, 2009.
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