A
cien años de
La Fuente de Marcel
Duchamp
David
De los Reyes
Universidad de las Artes, Guayaquil, Ecuador
Universidad Central de Venezuela
Una obra desconcertante
La
sorprendente obra La Fuente (o El Urinario) de Marcel Duchamp, esa
desagradable pieza de fontanería para algunos, o para otros, objeto
maravilloso, data de 1917, cumpliendo este año su centenario de existencia
revolucionaria para el arte universal. La obra fue enviada, en ese año, al Salón de los Independientes, evento con
la participación de artistas de lo más granado del arte vanguardista moderno, organizado
por la Asociación de Pintores y Escultores Americanos, en el espacio cedido por
la 60° Arsenal del Regimiento de la Infantería de New York (exposición que
pasaría a la historia del arte con el nombre de The Armory Show), en el que se puso en contacto el arte norteamericano
con las vanguardias europeas. Nada más ser vista La Fuente fue rechazada por el comité de recepción. Un salón
emblemático para que un artista acometiera
una acción provocadora de su pensar: qué tiene el arte que ver con un espacio
regentado por un regimiento de infantería.
Duchamp,
provocador iluminati, sólo vendría a presentar frente al arte
reglamentado contemporáneo, una ofrenda que hiciera saltar la retina estética
de los visitantes a la exposición, colocando un objeto no-artístico: un urinario,
objeto industrial, producido por la empresa norteamericana R. Mutt, (que es como firmó la obra el artista
francés), para despertar una avalancha de protesta públicas en el mundo del arte;
malestar en todo caso, también
estético y negador de que “eso” pudiera
ser visto como arte.
Con
su propuesta divertida echó al abismo una manera de mirar a los objetos
artísticos, y dispuso un amplio periplo de posibilidades a los artífices del
arte desde ese entonces hasta el presente.
Para
Duchamp, que venía de ser reconocido por su desafiante cuadro “Desnudo bajando por la escalera”,
(también exhibido en ese salón, cuyo nombre original es Retrato de Dulcinea), se trataba de una rebelión visual y táctil
contra el arte retiniano, es decir, contra el arte pictórico moderno, para él
prácticamente muerto. ¿Por qué muerto? Por un efecto incontenible de los tiempos, la avasallante
estandarización de la producción
industrial, su estandarización y cuantificación del mundo, junto a la
reproducción fotográfica y fílmica de la
imagen realista en movimiento. Para el artista francés poco podría ser de
interés novedoso a la sensibilidad la pintura estandarizada y de caballete, frente
al pesado detritus sensorial icónico que
ya deslumbraba, y alumbraría en todo momento al hombre moderno de las
sociedades industrializadas.
Duchamp
nos invita a volver a reencontrarnos con otras posibilidades de comprender el
arte a partir de esa situación aparentemente
absurda, adelantada al dadaísmo, futurismo, transformadora del bello (o feo), objeto artístico exhibido y
colocado en un museo por los fiscales de
la belleza, para llegar a ser captado y contemplado por la retira de la
admiración y asombro. También un asalto a la repetición consumista de la existencia de
siglo XX, en tanto acción esclerótica de la sensibilidad y la vivencia del
objeto fuera de los ámbitos de los círculos comerciales, con su doble valor
mercantil de uso y de cambio, para utilizar en esta apreciación del arte los
conceptos de la economía moderna.
Tales
objetos desconcertantes los llamó el artista ready-made. El valor contemplativo
que proporcionó Duchamp con sus ready-made,
fue hacer de lo ya hecho una posibilidad de trucarlo en un objeto
contemplativo, absoluto que del todo no puede entenderse como artístico, pues no es único (es un objeto de
producción en masa), ni tiene la intervención en su elaboración la habilidad de
un artista. Se puede observar cómo la intención de un artífice puede encontrar
nuevas lecturas y emociones estéticas en cualquier contingencia industrial y
casual; un motivo para abordar contemplativa y placenteramente un objeto común
no ya como mercancía sino deslindado de sus
funciones utilitarias y centrar
en él todo un tramado de consideraciones subjetivas y emocionales por el sólo
cambio de lugar en dónde se muestra.
Con
los ready-made trastocó múltiples
arquetipos conceptuales del arte occidental, convirtiéndose para muchos en el
mayor representante del anti-arte,
falso presupuesto, pues su visión del arte traspasaba la anquilosada situación
del arte tanto académico tradicional como
la vanguardia artística del momento.
Obra paradigmática del arte del
siglo XX
Hace
ya unos años, corría el 2004, al dar el Premio Turner en Inglaterra, la empresa
Gordon Gin, promotora del premio, reunió a 500 críticos de arte, haciendo una
encuesta donde se les preguntaba cuál
había sido la obra más influyente del
arte del siglo XX. Sin mucho meditar y en mayoría, esta tribu de expertos afirmó,
sin dudar, que era La Fuente de 1917.
Obra que se puso por delante del polémico cuadro picassiano “Las Señoritas de
la calle Avignon”, el tercer puesto lo
obtendría Andy Warhol y su díptico “Marilyn”, y el cuarto puesto el
“Guernica” del malagueño universal.
Otros nombres que rondaron en las respuestas serían Brancusi, Jackson
Pollock, Donald Jund, Henry Moore.
Así la centenaria obra La Fuente obtuvo ese primer lugar de reputación de inspiración para el desarrollo del arte contemporáneo por
críticos y burócratas de la belleza artística consultados. La obra, tanto ayer
como hoy, sigue siendo materia de rechazo, de polémica, de cuestionamientos de
todo tipo. Nosotros la pensamos como una acción artística realizada desde la
óptica propia de un artífice con una percepción única, no sólo retiniana y
sensorial sino provocadora de movimiento
psíquico en el espectador; inspirando este objeto maravilloso una nueva
estética de la recepción, momento en que
parecieran conjugarse la invención con la parodia. Una propuesta que nos
da un diagnóstico estético de lo que
ocurría en su tiempo y que no había sido captado ni pensado por la mayoría de
los artistas y menos por el público común.
Tiempos
en que comenzaba toda una estetización masiva del mundo inducida por una industria
cultural aún incipiente, junto a sus
productos culturales de consumo, como el agregado de la estetización
introducida por el diseño industrial en
la mayoría de los objetos producidos en serie. Lo estético no había que
buscarlo ahora en los salones del arte;
para el ojo de Duchamp podía ser un objeto que cautivase nuestra
atención y proporcionara un placer y reflexión sobre él, al asumirlo en un
espacio distinto al que se encuentra habitualmente; el objeto artístico había
sido golpeado y relegado de su condición única y original privilegiada.
Los
ready-made duchampianos mostraron
todo un experimento particular relacionado con el gusto: se elige un
objeto que tenga muy pocas posibilidades
de agrado, evitando el peligro de ser algo sólo con deleite estético. Con su
divertimento personal elevó las obras de arte a la categoría de objetos
culturales, objetos autónomos, que hablan (y de los que aún hablamos) en su propio ideolecto. Planteamiento cercano a una filosofía astringente, donde
encontramos todo un motivo reflexivo conceptual, rompiendo esquemas no en tanto si es o no arte, sino de cómo
captamos lo que se nos muestra desde lo común y banal, entre lo que se
desarrolla alrededor de nuestras vidas (¿cuántas veces no se habrá orinado en
una tina de porcelana del mismo diseño industrial en nuestras existencia
mundana, en este caso, de hombres…?) transfigurándolo al sacarlo del baño público a un espacio público dedicado al arte.
El
objeto banal, contingente, industrial, muta y trasciende sus límites forjados
por el mercado y las significaciones oficiales de la sociedad. Se convierte en
un objeto cultural y de contemplación de una estética foránea a la tradición, y
en este caso, de polémica, de discusión, de reflexión, de molestia, de crítica,
con posibilidades de acciones reflexivas intelectuales que vendrían a alimentar
al resto del arte, así como a las nuevas generaciones en sus propuestas de captar el hecho
contemplativo, lúdico, con la exigencia de la mirada inocente de la
sensibilidad humana. Un objeto para
analizar su transformación en mito cultural e intentar poner de manifiesto el propósito original del autor y su
estratega poética. Esta propuesta sería una abrazadora crítica a la institucionalidad del arte (los museos,
los salones, las bienales, etc…), su mercado especulativo y al fetichismo que
provocan en el espectador incauto culto.
La
elección/lección de Duchamp, por otra parte, fue una nueva forma de atacar la
convencional y consensuada percepción retiniana social por un artista ante los
formatos tradicionales del cuadro y de la escultura para principios del siglo
XX. Los ready-made de Duchamp, fueron apareciendo desde 1913 con su Rueda de Bicicleta, en 1914 con su Porta Botellas, en 1915 con la pala de
sacar nieva titulada En previsión de
brazo roto, en 1916, entre otras. Todas obras-objetos industriales de una
utilidad precisa, que surtirán un efecto
ampliador y conceptual del arte.
Lo
afirmado por la encuesta a los críticos referida antes en el premio Turner,
también lo refrenda el crítico Buchlok, al
observar que la invención del ready-made
hasta los años ´60 del siglo pasado, fue vista como la estrategia estética de mayor trascendencia del siglo XX,
mucho más que el collage y el arte geométrico abstracto. Es una intención de
presentar y materializar con su gesto lapidario, las relaciones del
individuo de ese siglo que mantenía con
el objeto común industrial (producción, consumo y posesión), metamorfoseando su significado a una forma
nunca antes representada por nadie. Duchamp dejó obsoletas
todas las demás convenciones y recursos de la representación pictórica,
por momentos, parcialmente cuestionada y atacada.
Ampliación del concepto de arte
Con
las propuestas de este artista en los
principios del siglo XX nos enfrentamos a una ampliación del concepto de arte.
El programa de Duchamp, y luego de los dadaístas, era abolir la escisión entre
artista y no artista, entre creatividad y trabajo alineado, entre arte y vida.
Donde pareciera más que contemplar un objeto se nos pide sentir la vida como un
juego de dados, de contingencias, que
giran en torno a nuestro cuerpo y sensibilidad receptora de forma permanente.
Con el peligro que se llegue a una insensibilidad por la cantidad absurda de
eventos que pasan a herir nuestro sistema sensible dejándolo dormido e
indiferente, convirtiendo todo en un continuo sensible del simple igual (prácticamente el proyecto de adormecimiento está en
sus mejores momentos con la presencia del nuevo espécimen humano: el homo pantallicus). Ante esa
indiferencia, hoy más que nunca en peligro permanente por el cerco del black mirror, de las pantallas digitales
en constante funcionamiento distractivo emocional, podemos llevar una ascesis
consciente y absorber la dinámica de la
que nos han y hemos rodeado nuestras vidas. Con la ampliación del sentido de
arte, donde no es sólo la habilidad de un artista el único elemento a tener en
cuenta, sino otros, como la capacidad estética, de diseño, de choque emocional,
nos eleva nuestra percepción a una productividad lúdica, inclinando nuestras
vidas a sentirla como un todo;
entregarse con el pensamiento y la emoción al juego del nacimiento y de
la desaparición en todas las cosas. En donde toda aparición y existencia no
escapa a un golpe de látigo que nos encarna ante el fenómeno de la
desaparición, del perecer. Ante la pretensión de la permanencia en el arte
clásico y decimonónico de la modernidad, nos topamos con un tiempo futuro donde
nos incrustamos ante la doble reveladora y acuciosa condición de la simple acción de construcción y destrucción, de lo
lúdico e inocente en sí del ente.
Comprendiendo aquí que la estrategia y pulsión artística del ready-made duchampiano no es históricamente independiente de las
circunstancias que establecen de su
validez histórica.
Este
artista nunca encontró una definición satisfactoria de su propuesta; fue una reacción contra el arte visual por un
arte que debía ser aprehendido con la mente.
Para él era crear obras a partir
de objetos realizados por otros, pero simplemente eligiéndolos. Pretende atacar a la naturaleza del arte de
su momento, proporcionando una transgenética objetual estética, convirtiendo su
propuesta, -la sola elección del artista-,
en toda una utopía y quimera: tal elección debía dejar de lado los gustos personales.
Los objetos culturales elegidos debían resultar indiferentes visualmente o
retinianamente. Es la razón por lo cual observamos un número reducido de ready-mades creados por él. Gesto utópico,
bien sabía que toda elección esconde un porcentaje de gusto propio (así sea una
elección de algo que odiamos o rechazamos). Declaró que estos objetos eran un jueguecillo entre mí y yo.
Arte y vida o una voluntad de poder
del arte
Duchamp
contrajo una voluntad de poder del arte, como capacidad de producir invenciones
sensibles y a todo lo esencialmente producido desde la creatividad espontánea,
al vincular al arte desacralizado con la vida del artista. Pero de una manera
primordial, sabiendo que toda obra
tiene, a su vez, la particularidad de aparecer como algo que se crea
constantemente a sí misma en relación con el observador-receptor o del público.
Con
las propuestas del ready-made, del
cual, como se dijo, Duchamp nunca llegó
a definir al concepto en su cabalidad, y sus elecciones de los objetos
procedían del quehacer industrial (ruedas de bicicletas, urinarios, palas,
peines, etc.), sacándolos de su espacio habitual, los colocó en un contexto museístico o artístico. Su acción no recae en un contra-movimiento
nihilista contra la creación, sino que aspira a inaugurar un nuevo valor de
pulsiones artísticas entre lo contingente emergido de las brumas industriales y masivas del
mundo contemporáneo. Con él comprendemos
que ser artista es poder producir algo único, es decir, llegar a ser algo que aún no lo es, adentrarnos
en un devenir original del ente por la
disposición presentada por la mano del artífice; hacer de la obra de arte, vida
y de la vida, una obra de arte. Acto que nos remite a la nietzscheana
concepción, fuera de su tiempo, de una estética masculina, con la que se corresponde un/una artista engendrador (a).
Tal
propuesta pudiera interpretarse como una antifilosofía, pues más que buscar y
establecer el sentido de la verdad, esta postura reflexiva y creadora se
sostiene en la mano de un filósofo artista que se opone a toda metafísica de la
ortodoxia teórica, en la que el artista-artífice sabe que debe producir a partir de la
apariencia, de la mentira, desde la
ilusión, más que del valor de una suprema verdad absoluta: de su pulsión
artística surge una verdad alucinada subjetiva o una ilusión lúdica trastornadora. El
arte no establece verdades sino mentiras creativas que son vividas como si fuesen verdades y nos conducen a
una transformación sustancial personal.
Toda
una estética que se revela a partir de unos valores inscritos a una voluntad
que sabe manejarse y estar consciente de
su acto contingente, surgido como una
voluntad de la apariencia, de la ilusión, del engaño, del devenir, del proceso
perpetuo del cambio vital y existencial. Con la mentira creadora el arte se
convierte en un círculo pletórico de
sentido y en una apariencia en devenir,
otorgando un valor lúdico e inocente que nos pide sólo observar cómo se reafirma con él la vida por encima del
discurso metafísico de la verdad. La vida necesita de la mentira artística para
su continuar. El sentido del discurso de la verdad está remitido sólo a casos
judiciales, donde lo lúdico e inocente de la sensibilidad estética no está
invitada a participar. Se erige así la
mentira artística como necesidad humana creadora para vivir.
¿Se puede crear obras de arte que
no sean obras de arte?
Duchamp
se hacía en 1913 una pregunta fundamental para su nueva y dislocada propuesta
¿se puede crear obras de arte que no sean obras de arte? Su respuesta, -si es que la hay pues se
acogía a aquella máxima de Alfred Jarry: no hay respuestas porque no hay
preguntas…-, está en los ready-made¸ pues el artista no
interviene en ninguna fase de la elaboración de ese objeto que, además, ha sido
creado en otra parte y por otras manos o máquina. Los ready-made, según Arthur Danto,
son una transfiguración de un
lugar común. Pudiéramos hablar de un reencantamiento de un lugar común, más
que sólo de una transfiguración. Es el
otorgamiento de sentido renovado a lo que ha dejado de ser una originalidad
vital. Es sacarlo del lugar acostumbrado, de transportarlo de su espacio
habitual a uno en que lo distingue por otras cualidades y miradas, escuchas y
tactilidades. Con ello se crea una obra
de arte que niega su propia condición de obra de arte. Son objetos ya manufacturados que no pueden
expresar la individualidad del artista, del mismo modo que lo expresa la
pintura u obra enmarcada en los cánones tradicionales; como objetos
industriales, no nos conducen a sentir emoción por ellos, tampoco encarnan
ninguna emoción, sólo su sentido de utilidad; al ser colocados como objetos ready-made, están anclados a ofrecer una multiplicidad de
interpretaciones interminables. Pudieran ser vistos como anti-arte, pues
pareciera reflejar ellos algo que no satisface a los criterios con los que
comúnmente se considera a los objetos artísticos.
Sin
embargo los ready-made son obras de consideración estética más que
artística en su sentido tradicional. No es arte convencional, en tanto
habilidad o genialidad desplegada por un individuo, sino por la elección que se
lleva a cabo y su colocación fuera del marco referencial habitual y común de su
existencia. No son bellos, tampoco feos, no hay nada especialmente estético en
él, dice el mismo Duchamp. Son objetos que desafían a la imaginación, al margen del objeto en sí
mismo para hundirse en una tela psíquica impregnada de filosofía e historia del
arte. Ofrecen una experiencia sensorial
imaginativa no sólo para el productor sino también a la audiencia. Se convierte
en un gesto filosófico que no tiene la intención de expresar los gustos de los
llamados amantes del arte. Bien claro lo ha dicho Duchamp al declarar sobre los orígenes del ready-made: …tengan en
cuenta que yo no quería crear una obra
de arte con ello. Fue especialmente en 1915, en Estados Unidos, donde produje
otros objetos con inscripciones, como la pala quitanieves (…) Entonces se me
ocurrió el término ready-made. Me
pareció perfecto para estas cosas que no eran obras de arte, no eran esbozos, y
para los cuales no podíamos aplicar términos artísticos. Palabras que deberíamos tomar en cuenta para
comprender la pregunta inicial: ¿se puede crear obras de arte que no sean obras
de arte? El debate sigue y seguirá
abierto por mucho tiempo, ¿son los ready-made
arte o no?
La Fuente,
como
objeto con repercusiones avantgarde dadaístas,
puede reportar un gran placer, que dependerá si es expuesto como obra de arte o
como el funcional urinario común, un
placer que puede ser por la sorpresa
lúdica que arranca la sonrisa cómplice a quien lo mira con los ojos de la
aceptación y la inocencia. Lo cual nos
lleva a poder esgrimir un doble placer en estos objetos, el primero surge de su
función utilitaria, el placer de toda micción masculina; la otra, sería la
propuesta por Duchamp, al transportarlo a otro lugar, sufriendo su dislocación
funcional por el placer lúdico de la
ironía y la burla displicente de su metamorfosis anormal en tanto objeto
estético por la genialidad del artífice. Al colocar encima de una peana un objeto sin
interés especial, de repente, se convierte en un objeto que capta nuestra
atención, ¿una burla desafiante? Son
obras (¿de arte?) filosóficas, mentales, que mueven psíquicamente al espectador y su relación con el mundo, lo
cual era la intención del artista en este caso: despertar un revulsivo catárquico;
un arte intelectual-emocional, prendado de la idea, cercano a lo que
posteriormente se llamaría arte conceptual.
Como
ha dicho Denis Dutton: “Es como si Duchamp hubiera visto la historia futura del
modernismo y, al igual que un jugador de ajedrez que es capaz de ver la
progresión de jugadas, se hubiera precipitado de lleno al final. Un urinario
montado sobre una peana. ¡Jaque mate!”. A los cien años de La Fuente sigue dando jaque
mate a los objetos artísticos desde la profundidad abismal de una contingencia
banal.
[1] David De los Reyes es docente de Uartes, Guayaquil. Coordina el
Blog: filosofiaclinicaucv.blogspot.com
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