lunes, 1 de mayo de 2023

                                              Nuestra era de lo post

David De los Reyes


Corona Nocturna Vegetal/ DDLR2023-RSV


 

Nos encontramos a un impostergable paso de entrar en una nueva temporada en el infierno/paraíso de la ¿superada? modernidad.  Siempre se ha observado a la naturaleza con ingenua mirada por una mayoría, otros como un espacio a explotar, por sólo decir dos. Pero todo a cambiado con el trazo profundo que ha venido dejando el paso de los dispositivos y conocimientos tecnológicos y científicos en torno a todo lo que nos rodea, incluyendo, sobre todo, a los cambios que ha operado tanto a nivel mental como físico de la especie ¿humana o posthumana?
Entramos en este redil de la era del prefijo post. Una partícula de nuestro lenguaje que surge del latín y que se incorporará cómodamente en la mente y en muchos de los discursos actuales para dilucidar el presente. “Post” viene a significar después de o lo que está más allá dedetrás de. Tal recurso lingüístico ha servido para construir palabras complejas, convirtiéndose en una de las más de moda en el ámbito intelectual como es el término de postmodernismo, y de ahí, la cola tras ella se ha ido ampliando.
Así que, en nuestro crítico presente, este prefijo latinoso se emplea en muchas referencias conceptuales. Dos de ellas, son postnaturaleza y postexperiencia. Conceptos que han hecho que les preste atención y darme tiempo para dedicarme a descifrar el territorio filológico que ocupan y sus bordes o límites.
Dando una primera mirada son nociones que vienen a describir y significar los cambios que han esculpido las acciones humanas al interactuar con el mundo que nos rodea.
Postnaturaleza está atada con naturaleza, pero se nos habla de una naturaleza que no es la de Leonardo Da Vinci, ni siquiera la del iluminado americano Simón Rodríguez, sino una que está más allá de las referidas, y en tantos textos de los siglos pasados. Antes la naturaleza se tomó como un referente para muchas normas que vendrían a dar sentido a la vida. En arte, v.gr., era vista como lo que se debía imitar, era la tan solicitada mímesis como uno de los cánones clásicos. La naturaleza fungió entonces como una pauta que se debía seguir para llegar a representar una idea de belleza cercana a lo sublime y al buen gusto. Seguir la simplicidad o lo elevado presente en la naturaleza en todo y reflejar su potencial simbólico ante el sujeto.
Rousseau habló en sus Discursos de la necesidad del regreso a la naturaleza para salvarse de la corrupción social a cambio de una vida comunal campesina, acompañada e influenciada con la mítica imagen indígena latinoamericana del buen salvaje, que luego se trasladaría a la gesta de los políticos revolucionarios como el buen revolucionario (término del intelectual venezolano Carlos Rangel) y su utopía comunista totalitaria. Como decían nuestros mayores, “todo tiempo pasado fue mejor”, que pudiéramos prodigar hoy como que toda naturaleza pasada fue mejor, si caemos en la nostalgia del buen esquizofrénico de Rousseau.
Así que pasamos de enfrentar y dominar a la naturaleza, como quería el buen juez inglés Francis Bacon, doblegarla hasta con el látigo y “violarla” si fuese necesario para someterla, y así se cumplió. Adentrándonos en la dimensión donde la naturaleza -sin prefijo- ha dejado de verse, en apariencia, como una fuerza dominante para la vida y la cultura humana gracias a la “virtud” utilitaria usufructuosa de la tecnología y de la ciencia positiva, sin muchos miramientos y límites éticos en su proceder. Ello ha creado un medio ambiente artificial, una red global estampada casi en la invisible realidad de las ondas hertzianas, en la atmósfera sobre el medio ambiente natural. Como notamos, en esta era de la postnaturaleza estamos casi obligados a tomar posición y aceptar, sí o sí, la afirmación de que la tecnología nos ha otorgado una voluntad de poder que supera los límites de la propia naturaleza en sí y de la existencia humana también. Al punto de próximamente prescindir, gracias a la inteligencia artificial o “posthumana”, de esa lenta y caprichosa especie:  los humanos.
Hasta ahora ha funcionado  la idea mítica que nos advirtió hace tiempo que podíamos ser dioses o parecidos a ellos. La especie humana se siente autónoma y poderosa del resto de los otros seres vivos que le acompañan en el planeta. El animal humano siente que ha llegado el momento tan buscado de ser un Prometeo Desencadenado por doquier, irónicamente conectado a su Smartphone en la mano y acompasado literalmente a su andar (internet de las cosas). La humanidad mantiene la fe en la tecnología y en la ciencia por el hecho que ya ha llegado a controlar y manejar una buena parcela de eso que llamábamos como naturaleza, ese sustrato de donde saldrían todos los materiales para los inventos, herramientas, y lo requerido para la vida, a todo nivel. Así se llega a proclamar, con un optimismo casi ciber-agustiniano, no en la vida bajo dirección de la ciudad de dios sobre la ciudad del hombre, sino  siguiendo la religión cibertecnocientificista, a la vida en la ciudad de la ciencia (en lugar de la ciudad de dios), sobre la ciudad del hombre, sin control sobre los cauces y sus corrientes alternas surgidas en todos los espacios posibles.
El poder de la ciencia vendrá a reemplazar el poder de la naturaleza. Cerrando el círculo de tiza brechtiano en un espacio plenamente antropocéntrico, donde queda poco margen para aquello que no sea beneficio humano inmediato o ¿postmediato? La arrogancia, la vanidad, recordemos, era el castigo que infligía Zeus, a aquellos otros seres divinos o mortales quería destruir al sublevarse ante las fuerzas del destino y de la naturaleza. Puede que ese mito vuelva a hacerse realidad, pero ahora no al destino de un individuo, sino al destino del conjunto de la especie humana.
Desde siempre que los insumos y productos que nos puede proveer la naturaleza se han valorado como “manjar de los dioses”, se ha pensado, muy monoteístamente, que al ser creados a imagen y semejanza divina, la naturaleza estuvo ahí para ser totalmente sometida como sierva a este prohombre que raya, con sus pasos hacia una cercana semblanza con la divinidad. Los recursos están ahí para ser explotados por los hombres. Y así llegamos a la postnaturaleza como concepto, relativamente para bien o para mal desde la perspectiva que tengamos.
De igual forma, no podemos olvidar la otra voz que hicimos entrar en este reflexivo juego. El concepto de “postexperiencia” se contrapondrá al concepto de experiencia. Antes, recordemos, siempre se decía que la experiencia era la madre de la ciencia. ¿A cuál experiencia referíamos entonces? Al vocablo latín de “experientia”, que señalaba la condición de haber vivido o conocido de cerca, en carne propia o como testigo ocular, alguna prueba o ensayo, que ayudase a contrastar o formar nuestra visión de mundo por una determinada acción cognitiva/mental y física ante y sobre el mundo; esta acción constituyó un rito de paso de la niñez a la adultes de poseer un pensamiento propio. Experiencia es una palabra compuesta. El prefijo “ex” viene a decantar en separación del interior, en desprenderse de algo. Y la raíz “peri” nos lleva a intentar o arriesgarse en algo. El sufijo “entia” (ente), es la cualidad de un agente nominal para crear palabras que refieren a algo abstracto.  De esto deducimos que tener una experiencia vendría a denotar una práctica humana cualitativa de intentar probar o conocer algo a partir de las cosas, de los fenómenos mediante los cuales confrontamos la vida, obteniendo un conocimiento adquirido y analizado. El resultado de este “rito” es un saber “empírico” o heurístico, que a partir de pruebas y ensayos, permite ajustar y subsanar ciertos errores de apreciación y sapiencia en muchos campos del hacer humano.
Pero ¿cómo llegamos a la “postexperiencia”? En cierta forma es un salto que nos lleva más allá de ese esfuerzo humano originado al experimentar directamente el mundo y sacar ciertas conclusiones a partir del uso de la deducción, la inducción, la razón y la imaginación. Quienes abanderan este nuevo concepto encuentran que la idea tradicional hasta hace poco sostenida sobre qué es la experiencia, no calza con las acciones en las que nos vemos envueltos en este mundo paralelo creado por el artificio (arte y oficio) humano. La interacción ya no se quiere sentir con sudor sino a través de la cómoda relación hombre, teclado, pantalla. En este “mediado” o “socializado” estadio del experimentar pasamos la mayor parte de nuestras vidas, y a través de la manipulación lúdica y con el mínimo gesto de un clic, en los nodos nerviosos de internet y sus bancos de datos y sus millones de contenidos.
Así en esta época de lo digital, nos encontramos con esa práctica que Alessandro Baricco en su texto The Game (Anagrama, 2019) ha considerado de estar todos experimentando una realidad, con dos corazones que laten a tiempos distintos: el mundo de las cosas y de lo de afuera que nos rodea, la de los entes, y el ultramundo, construido artificialmente, cifrado y encriptado por bits, pero más cercano, por su intensidad adictiva actual, a nuestra epidermis. La postexperiencia se concentra en traspasar, “dejar atrás”, lo llamado por real (antes por naturaleza o la realidad humana externa a nuestro cuerpo), y quedarse “arrellenado en la butaca” de las vivencias digitales. Esto constituye un enfrentamiento existencial que no podemos obviar, el navegar a través de una vida híbrida del homo numericus, que trata de equilibrar su permanencia de vida entre lo real mundano y lo digital ultramundano.
Esta definición se ha dado la tarea de desarrollar estrategias de la aplicación incesante de algoritmos para sortear todo escollo acerca de la libertad individual y social en nuestra cotidianidad.   Para ello se ha desarrollado toda una peculiar episteme matemática sobre cómo reaccionamos emotiva, imaginaria y corporalmente ante esta nueva faceta de la aventura humana de circuitos nerviosos binarios. Creando un cerco de emociones y adicciones cuasi perpetuas, donde nuestros pasos son medidos y controlados perspicazmente casi a “velocidad luz”.
Ciertos seres pensantes observan este lúdico entorno acogedor por las nuevas y, porque no, ¿viejas? generaciones como una pérdida de conexión con la realidad, de un distanciamiento con el y lo otro, y una sobrevaloración de los dispositivos tecnológicos como dadores de condiciones de calidad de vida  y que tenemos que poseer en sus batidas consumistas de nuevos y permanentes dispositivos necesarios para transitar por las calles virtuales y poder sobrevivir hoy. Llevando a concentrarnos en las próximas apps a consumir, o los emocionantes videojuegos que están planificando para nuestro enclaustramiento digital que constituye una latitud imaginaria cuasi infinita y eterna, sobrevolando en una permanente superficialidad, convencidos e indiferentes a los ideales de la modernidad que buscaban un mundo mejor.
El mundo no es mejor o peor ahora que antes, toda época tiene sus dificultades, sus aciertos y sus escollos, sólo que ahora se ha convertido, gracias a la creatividad casi infinita humana, algo mucho más peligroso, distante, inestable, para su existencia en conjunto. Carga energético-emocional que también debe incorporarse en nuestra dosis de ¿postvitalidad natural?
Postexperiencia y postnaturaleza son conceptos que refieren y connotan una existencia y realidad que tenemos que vivir con ambidiestra habilidad y doble corazón (el mundo y el ultramundo/multiveso), cuasi universal en el presente humano. Es parte de esa sociedad líquida pronosticada por Bauman, donde todo cambia y nada permanece, donde la obsolescencia es un principio constructivo de todo lo que se crea y produce, para renovar el “ideal” mítico del consumo infinito.  Estos vocablos dan al traste con la forma en que ahora interactuamos conectados por los circuitos de silicio de las computadoras del ultramundo/metaverso, sin percatarnos de que la naturaleza, el mundo, está ahí (y en nosotros…), esperándonos para cumplir con el requerimiento humano de construir la experiencia del conocimiento y del saber moderno supuestamente superados.
Esto puede ser para algunos el umbral de un nuevo estadio ingenuo de la evolución humana, sin “rasguños” mayores a su condición y el mejoramiento de sus posibilidades en tanto individuos de masas. Pero lo que nos lleva a comprender que estamos entrando a una desconexión con la “dura” realidad del presente y esto no menos con aquello que observaba tan de cerca Da Vinci y que le cautivaba su plena atención, los fenómenos naturales y su representación pictórica para su mejor comprensión.  
Como lo entrevió un gurú norteamericano del movimiento hippie de los años sesenta del pasado siglo, me refiero a Stewart Brand: “muchas personas intentan cambiar la naturaleza de la gente, pero es realmente una pérdida de tiempo. No puedes cambiar la naturaleza de la gente, lo que puedes hacer es cambiar los instrumentos que utilizan, cambiar las técnicas. Entonces cambiaras la civilización”.
DDLR2023/Guayaquil 04 de abril

                               "ESTOY LLENO DE ESPAÑA"

Rafael Cadenas 


(Discurso dado al recibir el Premio de Literatura Miguel de Cervantes, edición 2023, dado en Alcalá de Henares) 




Foto: Vasco Szinetar



 

Sus majestades: 


Este es un honor que me sobrepasa. Estar frente a ustedes, majestades, y junto a poetas y escritores que siempre he admirado, es mucho para quien lee estas palabras, pero debo añadir, con miras a sosegarme un poco, que estoy lleno de España. 


Trataré de aclarar esta afirmación tan rotunda de quien suele evitar el énfasis al que somos tan propensos los hispanoamericanos. 


El idioma sería el primer vínculo. Luego, en consonancia con él, su literatura, que he leído asiduamente. Los viajes con mi esposa, Milena, cuyo abuelo por cierto era de las Canarias, como ocurre a muchos venezolanos que descienden de españoles merced a la migración que los trajo a la América Latina. Hoy la desventura es inversa, aunque no a causa de guerra alguna. 


Entre los que vinieron había muchos profesores que se incorporaron a nuestra educación. Casi al llegar dieron clases en liceos y universidades del país, enriqueciendo así nuestra cultura. Yo tuve tres de ellos y sufrieron un poco conmigo, pues no fui buen estudiante. Sobre todo, descuidé las materias científicas, lo cual lamento, pues la física cuántica, por ejemplo, ha restaurado el insondable misterio del cosmos; es una revolución. 


En suma, esa fue la mejor época de nuestra educación. En cuanto a la Universidad Central de Venezuela, UCV, también fue su período de mayor esplendor. Afortunadamente, pese a no estar bien desde hace años, sigue siendo plural. Una que sea para adoctrinamiento deja de ser universidad. 


Aquí viene a punto la desalentadora opinión de Karl Jaspers. Él afirma que no existe ninguna concepción del mundo valedera, lo cual nos deja a la intemperie, pero a la vez nos fuerza a indagar. Él tenía dos temores: uno al totalitarismo, y otro a la bomba. En este tiempo aquél avanza, y ésta ha crecido. Resulta paradójico, por cierto, el que las naciones más civilizadas se encuentren entre las principales fabricantes de armas. Se trata de una industria muy próspera. 


En el recuento que venía haciendo, debo incluir también a los amigos que este país me ha deparado. Pero no podría decir todo lo que he recibido de él, pues me alargaría y deseo tocar otros puntos. 


Comienzo con los dos personajes, no sin preguntarme qué podría añadir a cuanto se ha escrito sobre Cervantes, cuya vida fue también una novela de aventuras. 


La de don Quijote puede verse como un proceso de la normalidad a la locura, y de ésta otra vez a una especie de mansa normalidad. Esto después de pasar por pruebas que al cabo lo sanarían. 


Con respecto a su escudero, que a mi ver ha sido subestimado por los quijotistas, representa lo real; probablemente nuestro tiempo lo realce, ya que asistimos a una revaloración de la vida corriente, y es que también en ella está el misterio. La realidad es más extraña que la ficción, decía Walt Whitman. 


La impronta del Quijote estuvo en los creyentes de la utopía que arreglaría todo y terminó en un desengaño. Es sabido que nacionalismos, ideologías y credos dividen a los seres humanos. Pero en este tiempo el mundo, gracias al desarrollo de la comunicación, debería ser cosmopolita. Ya en cierto modo lo es, pero a ello se oponen los factores que he mencionado, sobre todo el nacionalismo, que según Einstein es el sarampión de la humanidad. Sin embargo, existe un ego nacional que no aceptaría semejante cambio. 


Séneca era cosmopolita; Goethe también. Igualmente, Derrida, quien parafraseando a Marx publicó un pequeño libro con este título: “Cosmopolitas de todos los países, uníos”. 


Ahora me referiré a nuestra lengua, que anda muy maltrecha, por lo que hemos de cuidarla como amadores suyos, pero no puedo señalar sus fallas en esta ocasión, porque son demasiadas, algunas procedentes de traducciones del inglés en la televisión y otros medios. Antes, a comienzos del siglo XX, los académicos se enfadaban con los galicismos; los que se deslizan hoy en nuestro vivir son los anglicismos. 


Soy muy amigo de las citas porque refuerzan cuanto pienso, y casi siempre vienen de alguien con autoridad. A propósito de lo dicho, usaré una de George Orwell. Dice él: “El actual caos político guarda relación con la decadencia del lenguaje, y podríamos conseguir alguna mejora si empezáramos por lo verbal”. 


Ahora también debo señalar la limitación de la palabra. Ella no es el objeto que designa: decimos fuego sin quemarnos. Tampoco va al paso de la realidad. Ésta cambia constantemente, pero no la palabra. 


Creo que puede haber llegado el momento de revisar las bases de toda la cultura, aunque no sé si al decir esto se trata de un contagio de los dos famosos personajes. Todo debería examinarse, verse, trocar la ilusión por lo real. La faena más ardua que se le puede plantear al ser humano. 


Teresa, la santa, que no se consideraba como tal, antes bien hablaba sobre ella sin piedad, en sus libros nos dejó dicho que hemos de tomar alegremente lo sabroso como lo amargo, palabras que firmaría cualquier maestro zen, vedantista o taoísta. Es que hay afinidades y diferencias entre los místicos de las diversas religiones. Sólo ellos podrían modificarlas, pero es necesario diferenciar esa mística de lo que Wittgenstein llama lo místico, que designa el mundo no como es, sino que es. 


También resulta útil distinguir entre pertenecer a una religión y religiosidad. Hay una anécdota en tal sentido: alguien le preguntó a Schiller, el gran poeta alemán, por qué no era de ninguna iglesia, y éste contestó: por religión. Es decir, por religiosidad. Creo que cuando el pensamiento ve su límite aparece una apertura hacia lo indecible. 


Yendo hacia la idea de revisión, pienso que ésta debe aplicarse a la democracia. Es urgente defenderla de todo lo que la acecha, y para ello se requiere recrearla. Esa tarea le incumbe a la educación, que la ha descuidado. Se necesita, en los países donde existe, una pedagogía que la robustezca. En los otros, que no la han conocido, es vano tratar de introducirla. 


Los demócratas deben pedir a voces su renovación. Ha de interiorizarse, volverse transparente, dar primacía a lo social aboliendo la pobreza, apoyar la cultura. Esto no es ningún sueño, sino un trabajo de todos, hacedero sólo con plena libertad. 


Finalmente, quiero enviar saludos a los profesores, empleados y estudiantes de la UCV y a los de las otras universidades del país. También a mis queridos amigos españoles, y particularmente al escritor nicaragüense Sergio Ramírez, a quien admiro, con mi deseo de que pueda volver a su país. 


Cervantes fue un gran defensor de la libertad. Recordaré sus palabras muy conocidas, aunque deberían difundirse más. Colocarlas, por ejemplo, en los escudos de los países. Dice don Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a un hombre”. 


Muchas gracias. 


Rafael Cadenas,  

Madrid, 23 de abril de 2023