Entrevista a
Zygmunt Bauman:
“Las redes sociales son una trampa”
RICARDO DE QUEROL
9 ENE 2016 – Tomado de el
País, España
Acaba de
cumplir 90 años y de enlazar dos vuelos para llegar desde Inglaterra al debate
en que participa en Burgos. Está cansado, lo admite nada más empezar la
entrevista, pero se expresa con tanta calma como claridad. Se extiende en cada
explicación porque detesta dar respuestas simples a cuestiones complejas. Desde
que planteó, en 1999, su idea de la “modernidad líquida” —una etapa en la cual todo lo que
era sólido se ha licuado, en la cual “nuestros acuerdos son temporales,
pasajeros, válidos solo hasta nuevo aviso”—, Zygmunt Bauman es una figura de referencia de la
sociología. Su denuncia de la desigualdad creciente, su análisis del descrédito
de la política o su visión nada idealista de lo que ha traído la revolución
digital lo han convertido también en un faro para el movimiento global de los
indignados, a pesar de que no duda en señalarles las debilidades.
Este polaco (Poznan, 1925) era niño cuando su
familia, judía, escapó del nazismo a la URSS, y en 1968 tuvo que abandonar su
propio país, desposeído de su puesto de profesor y expulsado del Partido
Comunista en una purga marcada por el antisemitismo tras la guerra
árabe-israelí. Renunció a su nacionalidad, emigró a Tel Aviv y se instaló
después en la Universidad de Leeds, que ha acogido la mayor
parte de su carrera. Su obra, que arranca en los años sesenta, ha sido
reconocida con premios como el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades de 2010,
junto a su colega Alain Touraine.
Se le
considera un pesimista. Su diagnóstico de la realidad en sus últimos libros es
sumamente crítico. En ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? (2014) explica el alto precio que
se paga hoy por el neoliberalismo triunfal de los ochenta y la “treintena
opulenta” que siguió. Su conclusión: que la promesa de que la riqueza de los de
arriba se filtraría a los de abajo ha resultado una gran mentira. En Ceguera moral (2015), escrito junto a Leonidas
Donskis, alerta de la pérdida del sentido de comunidad en un mundo
individualista. En su nuevo ensayo vuelve a las cuatro manos, en diálogo con el
sociólogo italiano Carlo Bordoni. Se llama Estado de crisis y trata de arrojar luz sobre un
momento histórico de gran incertidumbre. Paidós lo publica en España el día 12.
Bauman
vuelve a su hotel junto al filósofo español Javier Gomá, con quien ha debatido
en el marco del Foro de la Cultura, un ciclo que celebrará su
segunda edición en noviembre y trata de convocar en Burgos a los grandes
pensadores mundiales. Él es uno de ellos.
PREGUNTA. Usted ve la desigualdad como una
“metástasis”. ¿Está en peligro la democracia?
RESPUESTA.
Lo que está pasando ahora, lo que podemos llamar la crisis de la democracia, es
el colapso de la confianza. La creencia de que los líderes no solo son
corruptos o estúpidos, sino que son incapaces. Para actuar se necesita poder:
ser capaz de hacer cosas; y se necesita política: la habilidad de decidir qué
cosas tienen que hacerse. La cuestión es que ese matrimonio entre poder y
política en manos del Estado-nación se ha terminado. El poder se ha globalizado
pero las políticas son tan locales como antes. La política tiene las manos cortadas.
La gente ya no cree en el sistema democrático porque no cumple sus promesas. Es
lo que está poniendo de manifiesto, por ejemplo, la crisis de la migración. El
fenómeno es global, pero actuamos en términos parroquianos. Las instituciones
democráticas no fueron diseñadas para manejar situaciones de interdependencia.
La crisis contemporánea de la democracia es una crisis de las instituciones
democráticas.
P. El péndulo que describe entre libertad y
seguridad ¿hacia qué lado está oscilando?
R. Son
dos valores tremendamente difíciles de conciliar. Si tienes más seguridad
tienes que renunciar a cierta libertad, si quieres más libertad tienes que
renunciar a seguridad. Ese dilema va a continuar para siempre. Hace 40 años
creímos que había triunfado la libertad y estábamos en una orgía consumista.
Todo parecía posible mediante el crédito: que quieres una casa, un coche… ya lo
pagarás después. Ha sido un despertar muy amargo el de 2008, cuando se acabó el
crédito fácil. La catástrofe que vino, el colapso social, fue para la clase
media, que fue arrastrada rápidamente a lo que llamamosprecariado. La categoría de los que viven
en una precariedad continuada: no saber si su empresa se va a fusionar o la va
a comprar otra y se van a ir al paro, no saber si lo que ha costado tanto
esfuerzo les pertenece... El conflicto, el antagonismo, ya no es entre clases,
sino el de cada persona con la sociedad. No es solo una falta de seguridad,
también es una falta de libertad.
P. Afirma que la idea del progreso es un mito.
Porque en el pasado la gente confiaba en que el futuro sería mejor y ya no.
R.
Estamos en un estado de interregno, entre una etapa en que teníamos certezas y
otra en que la vieja forma de actuar ya no funciona. No sabemos qué va a
reemplazar esto. Las certezas han sido abolidas. No soy capaz de hacer de
profeta. Estamos experimentando con nuevas formas de hacer cosas. España ha
sido un ejemplo en aquella famosa iniciativa de mayo (el 15-M), en que esa
gente tomó las plazas, discutiendo, tratando de sustituir los procedimientos
parlamentarios por algún tipo de democracia directa. Eso probó tener una corta
vida. Las políticas de austeridad van a continuar, no las podían parar, pero
pueden ser relativamente efectivos en introducir nuevas formas de hacer las
cosas.
P. Usted sostiene que el movimiento de los
indignados “sabe cómo despejar el terreno pero no cómo construir algo sólido”.
R. La
gente suspendió sus diferencias por un tiempo en la plaza por un propósito
común. Si el propósito es negativo, enfadarse con alguien, hay más altas
posibilidades de éxito. En cierto sentido pudo ser una explosión de
solidaridad, pero las explosiones son muy potentes y muy breves.
P. Y lamenta que, por su naturaleza “arco iris”, no
cabe un liderazgo sólido.
R. Los
líderes son tipos duros, que tienen ideas e ideologías, y la visibilidad y la
ilusión de unidad desaparecería. Precisamente porque no tienen líderes el
movimiento puede sobrevivir. Pero precisamente porque no tienen líderes no
pueden convertir su unidad en una acción práctica.
P. En España las consecuencias del 15-M sí han
llegado a la política. Han emergido con fuerza nuevos partidos.
R. El
cambio de un partido por otro partido no va a resolver el problema. El problema
hoy no es que los partidos sean los equivocados, sino que no controlan los
instrumentos. Los problemas de los españoles no están confinados al territorio
español, sino al globo. La presunción de que se puede resolver la situación
desde dentro es errónea.
P. Usted analiza la crisis del Estado-nación. ¿Qué
opina de las aspiraciones independentistas de Cataluña?
R. Pienso
que seguimos en los principios de Versalles, cuando se estableció el derecho de
cada nación a la autodeterminación. Pero eso hoy es una ficción porque no
existen territorios homogéneos. Hoy toda sociedad es una colección de
diásporas. La gente se une a una sociedad a la que es leal, y paga impuestos,
pero al mismo tiempo no quieren rendir su identidad. La conexión entre lo local
y la identidad se ha roto. La situación en Cataluña, como en Escocia o
Lombardía, es una contradicción entre la identidad tribal y la ciudadanía de un
país. Ellos son europeos, pero no quieren ir a Bruselas vía Madrid, sino desde
Barcelona. La misma lógica está emergiendo en casi todos los países.
Seguimos en los principios establecidos al final de la Primera Guerra Mundial,
pero ha habido muchos cambios en el mundo.
P. Las redes sociales han cambiado la forma en que
la gente protesta, o la exigencia de transparencia. Usted es escéptico sobre
ese “activismo de
sofá” y subraya que Internet también nos adormece con
entretenimiento barato. En vez de un instrumento revolucionario como las ven
algunos, ¿las redes son el nuevo opio del pueblo?
R. La
cuestión de la identidad ha sido transformada de algo que viene dado a una
tarea: tú tienes que crear tu propia comunidad. Pero no se crea una comunidad,
la tienes o no; lo que las redes sociales pueden crear es un sustituto. La
diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad pero
la red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a
la gente con la que te relacionadas. La gente se siente un poco mejor porque la
soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización. Pero en las
redes es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades
sociales. Estas las desarrollas cuando estás en la calle, o vas a tu centro de
trabajo, y te encuentras con gente con la que tienes que tener una interacción
razonable. Ahí tienes que enfrentarte a las dificultades, involucrarte en un
diálogo. El papa Francisco, que es un gran hombre, al ser elegido dio su primera entrevista a Eugenio Scalfari,
un periodista italiano que es un autoproclamado ateísta. Fue una señal: el
diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú. Las redes sociales no enseñan a dialogar
porque es tan fácil evitar la controversia… Mucha gente usa las redes
sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para
encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es
el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara.
Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa.
Estado de crisis. Zygmunt Bauman y Carlo Bordoni. Traducción de Albino Santos Mosquera.
Paidós. Barcelona, 2016. 157 págs., 16,95 euros
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