Joseph Fouché o las estrategias políticas
de la información
David De los Reyes
Joseph Fouché (Le Pêllerin 1759 - Trieste 1820)[1] es el individuo que lleva una vida intachable, buen esposo y padre, mantendrá por largo tiempo la condición de una vida austera y puritana; no bebe, no fuma, no tiene mayores vicios, no gasta dinero en mujeres ni en presunciones; fue diputado de la Convención, presidente de los jacobinos, enemigo de los tiranos, regicida, republicano, Ministro de Policía, embajador, monárquico y finalmente un desterrado de su país que muere en Treveri; será el político que surge de la revolución francesa para terminar como un consumado realista monárquico al final de su vida. Esta vertiginosa oscilación entre hombre que defenderá por varias décadas el proyecto republicano ante el orden monárquico. Es en sus andanzas cerca del poder y como representante ante la Asamblea Constituyente de la Revolución que se da cuenta la importancia que es conocer los pormenores de los individuos para controlar las decisiones y ejercicio del poder. Es quien tendrá conocimiento de todo lo que ocurre en el país y sus noticias siempre eran las mejores; su poder se desarrolla gracias a su laboriosidad, habilidad y observación sistemáticas, todo cayendo en un asombroso cálculo de las acciones dentro del poder gracias al uso de informaciones secretas y privadas de los personajes públicos del momento. Sabe con detalle, conoce todos los pliegues de los sucesos gracias a la cabeza de hidra de sus informantes que forman una red subterránea para sus intereses; la información le otorga el conocimiento de la fortaleza y debilidad de los partidos y de las personas a este observador de nervios fríos. Su aparato registrador del servicio secreto le posesiona hasta las más pequeñas oscilaciones de la política. Con él se nos muestra el modelo de político moderno en que la información le da ventaja para construir intrigas que triunfen sobre las ideas y la habilidad sobre el genio. Es por ello que no es él sino Robespierre, quien pondrá su cabeza ante la guillotina; Fouché tendrá muchas intrigas que tejer y muchos cargos que ocupar, pero siempre desde el lodo oscuro del poder; saber a la perfección el arte de callar y de ocultarse en el momento oportuno será su gran arma diplomática y artificio político.
Robespierre pensó que la revolución se domina con el lance de la guillotina contra todos los adversarios y los que no son de su opinión; Fouché comprendió que los tiempos de la basta y burda violencia debían ceder a tiempos de sigiloso uso del control de los individuos gracias al conocimiento de sus miserias y ambiciones, de sus corrupciones en su actuación pública; comprende que más que una máquina de cortar cuellos es la máquina registradora de la información lo que le da una mayor amplitud para ejercer su dominio. Quien fija la vista ante la Medusa del Poder jamás luego la podrá apartar de ella, el encanto perdura y el hechizo subyuga a la voluntad. Es difícil para éstos que han saboreado la miel y hiel del poder renunciar al deleite pecaminoso de representar la teatralidad de ser la Providencia para y por millones de personas; de tener el poder sobre las vidas humanas. Es por eso que no será servidor de nada ni de nadie; nunca consentirá sacrificar su independencia espiritual, su propia voluntad a causa ajena.
Al pasar el tiempo entra en la escena el teniente Napoleón Bonaparte ¿y cómo este artífice de la sutileza política obrará? Fouché sabe más que aquel de los mecanismos por donde se mueve la maquinaria del gobierno y su mejor fuente de información le confiará todo, le cuenta de cada carta recibida por el militar y esta fuente que será más informada y el más leal de los espías pagados no es otra que la propia mujer de Napoleón, Josefina Beauharnais. Lograr estos favores no será cosa difícil. Mujer despilfarradora, desequilibrada, en constantes déficit económicos a pesar de todos los fondos que le consigue su marido para sus caprichos. Pero esos caprichos se filtran como gotas de agua en los gastos de esta dama que en un año llega a comprar unos trescientos sombreros y setecientos vestidos; sin saber que es el ahorro ni lo que cuesta el dinero ni mira por su cuerpo o su buena reputación y que tiene momentos de largas pesadumbres, sólo el amigo Fouché puede darle los emolumentos metálicos necesarios para esos extras o excesos de su vida sin límites de gastos. La futura emperatriz le entrega a este celoso de la intriga todos sus secretos, hasta los más valiosos, como el próximo regreso de su esposo a París.
El ahora Ministro de Policía Fouché necesita no tanto del uso de la represión física como de la psíquica. La mayor riqueza está en la información y en la modernidad política los hechos hay que hacerlos hablar, nombrarlos y transcribirlos, configurarlos y comunicarlos para la construcción de una hegemonía gobernante. Ante todo lo que él requiere es estar informado. Informado no para informar a sus superiores en tanto ciudadano que ocupa un alto cargo ministerial. Su sigilo lo lleva a utilizar toda noticia silenciosamente y aguarda a los acontecimientos para dejarlos decantar y colocar las fichas a su favor. En política más que defender verdades es construir y sostener los intereses no del Estado precisamente, sino de los grupos o de los individuos en la ampliación de sus ambiciones de poder y riqueza.
Bonaparte en su uso de la fuerza siempre pensó que para ganar se tenían que tener los cañones de su lado; el Ministro de la Policía comprenderá que la gente se gana sobre todo con las palabras y el control.
A Fouché le gusta el juego del engaño, el deleite de la duplicidad, el encanto punzante y ardiente del doble juego, de la doble faz. Y poco a poco será conocido en los círculos parisinos. Llegan hasta escribir y montar una comedia graciosa: La veleta de Saint-Cloud, entendida y aplaudida, los nombres son pocos difuminados. Fouché, como censor público que también, pudo cerrarla por ser una parodia que atentaba contra su persona, pero poseía bastante ingenio para no hacerlo. Darle menos importancia es la mejor defensiva. Sin ocultar de ninguna manera su carácter nos muestra que no tiene carácter. En la escena de la comedia se recalca su veleidad e inconstancia y en esa recreación se le da una aureola especial. La verdad es que deja que se rían de él a cambio de que siempre le teman y lo obedezcan. Conoce que los que manejan el curso de la historia no se han basado precisamente en un código moral. Su sino será ser siempre fiel al éxito e infiel a aquellos que se han rodeado del fracaso. Fue el hombre que siempre supo demasiado y siempre quiso saber más; una sombra gris que se arrastra tras los que andan bajo la luz del día.
En Fouché encontramos al político que supo comprende lo que significó el manejo del poder no a través de la directa violencia sino por medio del perfecto conocimiento de las posibilidades que ofrece a la política el uso de una información y sobre todo de la información privada, donde se despliega el deseo y la ambición mezquina.
La Revolución Francesa trajo el terror, pero la evolución de la república trajo también un saber que siguen siendo actual más que nunca: que sólo con el frío terror del filo de la guillotina no se puede llevar a cabo la gobernabilidad de un país. Fouché comprendió que las comunicaciones, la información y la política irían ahora juntas. Su paso como Ministro de Policía de la Francia del Directorio, primero, y luego bajo el mandato autocrático de Napoleón, lo hicieron casi inexpugnable como hombre público al comprender que al nuevo sentido del poder sólo se podía ejercer a través de la información.
La información ha sido clave dentro de todo régimen. Toda política tiene unos grados insoslayables de información y de actualización del conocimiento que se tiene del contexto temporal en que se desarrollan los acontecimientos de la sociedad. Es por ello que el paso de la Monarquía a la República no es sólo un cambio de legitimidad en el ejercicio del poder sino también un ejercicio y manejo de la información distinta. La opinión pública pasa a ser un factor determinante en el estilo democrático de la vida política. Pero las sutilezas del poder tendrán que desarrollar una serie de actividades que vendrán a establecer los fines y controles del poder de acuerdo a las informaciones que se obtiene de las personas públicas y de las instituciones.
Por esto es que vemos en la figura de Fouché el primer hombre moderno que comprende que la información es determinante para el moderno modo de establecer las redes intrincadas en que se manejan los actores del poder. Poder e información van juntos en la modernidad. Se queda atrás la guillotina y su terror por el manejo del temor psicológico; basta un ademán o la sugerencia gestual de la violencia por la pantalla o por las redes sociales de hoy, en vez aplicar la violencia en vivo y en directo al cuerpo de los individuos. Es así como este personaje, salido como entre las brumas de la oscuridad y de a tranquilidad de la familia, dominará a todos los que quisieron llevarlo a claudicar como político y como hombre embriagado por la Medusa del Poder, pues todo aquel que la ha mirado de frente se encuentra de forma fascinado y petrificado para más nunca dejarse libre y de no querer estar alejado de ella.
La información para Fouché fue todo. Lo fue todo tanto en la guerra como en la paz, en la política como en la economía. El Poder, a partir de la Francia de 1799, no se fundó ya en el terror sino en la información.
¿Cuál será el primer requerimiento del poder respecto de la información? Cuanto dinero acepta cada político, por quién es sobornado o comprado y cuánto se le ha pagado. Con esos datos Fouché sabe que se le puede tener a raya, en una situación de dependencia respecto al superior. Es lo mismo respecto a la información sobre las posibles conspiraciones que se urden a la sombra de los gobiernos; saber de ellas da capacidad para abatirlos o acelerarlas, todo de acuerdo a lo que sea necesario a los intereses de quien tenga esa información. De igual manera quien tenga por adelantado las noticias del teatro de la guerra y de las negociaciones de la paz permite operar en la Bolsa con financieros complacientes y, como se aspira por tan buenas acciones, hacerse de un capital.
La máquina de la noticia, la cuerda de la información otorga a Fouché, este modelo de político moderno, astuto, pugnaz, matemático, un producir constantemente dinero; dinero que sirve, a su vez, de engrase para seguir manteniendo a esa misma máquina en plena marcha.
¿Dónde se dirigía el ojo y oído silenciosos de Fouché? Hacia las casas de juego, los burdeles, las casas de banca; son de ellas donde fluyen contribuciones discretas que ascienden a millones, que su mano recoge para ser luego transformado, buena parte, en sobornos; y este trae a su vez nuevas informaciones: el soborno y la información es, para ese ejercicio moderno del poder maquiavélico en un círculo cerrado, como el de la serpiente que se chupa su propia cola. La policía, y todas las instituciones de espionaje, que no son sino grandes centros de acopio y búsqueda de información para restablecer y sostener al poder de un gobierno, no deben de perder de vista al buen y engrasado funcionamiento de esa máquina de información.
En el caso de Fouché hay un hecho importante a destacar. Y es que sólo él tenía el control absoluto de esa máquina, su mano poseía el rígido manejo de su funcionamiento. Conoce muy bien que es su mejor arma esgrimida contra sus enemigos. Quien quiera llevarlo a desgracia, quien quiera despedirlo de su cargo, basta con una simple manipulación para paralizar la máquina por él creada. Esa máquina no ha sido construida ni para la Policía, ni para el Estado, ni tampoco para su amo, Napoleón. Este aprendiz a déspota creó su obra para su propia utilidad. No dejará filtrarse lo que él no considere conveniente para sus propios fines. Toda comunicación en sus manos será sólo lo que él quiera comunicar, de manera egoísta y sin miramientos. Deja sólo ver lo imprescindiblemente necesario para forjar a su sombra una mayor ventaja. Es por ello que sabe cuando debe acelerar las conspiraciones o cuando las debe refrenar, o cuando provocarlas artificialmente o las descubre mostrándolas de forma estrepitosa a la opinión pública (y avisa a tiempo a los interesados para que se pongan a tiempo a salvo); desarrolla la maestría de hacer doble, triple y cuádruple juego: engañar y burlarse en todas las direcciones se convierte poco a poco en pasión.
Fouché posee la paciencia y la disciplina férrea para quedarse sobre horas y examinar todos los papeles y despachar personalmente cada acta. Igualmente se sabe que tomaba personalmente las declaraciones a cada acusado importante y esto realizado a puertas cerradas, en su gabinete, para que nadie, sino él, estuviera al corriente del asunto tratado.
Llega, por su persistencia, a tener a todo el país en su confesionario profano: llega a poseer los secretos de todo a un golpe de mano.
Fouché comprende el cambio que se han operado en los tiempos; es la consciencia de su tiempo. No es el hacha o la hojilla mortífera sino la administración dosificada del corrosivo veneno psíquico del miedo, de la conciencia intranquila, del hacer sentir que se nos están de forma permanente y en todo lugar espiando, y del saberse poder ser descubierto por los cancerberos del poder; eso es lo que hace poseer el control de una sociedad al ponerla a sus pies y acomodándola a sus propios fines políticos y personales. Con ello mete el resuello en el cuerpo de millares de seres. Es así que a la guillotina le saldrá moho y herrumbre, como instrumento para tomar ventaja en toda resistencia contra el Estado; es una herramienta torpe y pesada si la comparamos con la máquina informativa que construye toda institución policíaca moderna, máquina rápida, fluida, alcanzable de cualquier espacio, conciencia y persona. Pero para ello se requiere de una materia escasa, se requiere de inteligencia y sutileza del ejemplar burócrata y funcionario que fue Fouché.
El amor al poder y al dominio político hizo prácticamente de Fouché el modelo del político moderno; sale desde los fondos oscuros de la Revolución Francesa para instalarse en los cargos más conspicuos del mandato de Napoleón hasta el regreso de la monarquía francesa encarnada en Luis XVIII. Si al conocer su vida nos damos cuenta de cómo supo siempre el momento para poner la mano y actuar, llegó a errar al final de sus días, al desconocer el arte de todas las artes en política, la de retirarse, abandonar a tiempo. Peca por no poder quitar la mano donde la ha puesta una vez. Le encantó el placer diabólico del juego político y sus intríngulis del poder. Construye la máquina bien engrasada de recopilar información por toda la república y funciona tan silenciosamente con sus ruedas y engranajes que lo lleva a tener la posibilidad de elaborar noticias frescas de todo el Imperio napoleónico. Pero su derrota viene dada por no aprender a olvidarse de sí mismo, carece de esa voluntad de renunciamiento necesaria, tras la hazaña magistral.
Fouché es el hombre amoral y maquiavélico perfecto. Su gran placer fue engañar a todo el mundo, atraerlos y jugar con todos, no dar seguridad a nadie, jugar a favor y en contra de todo contrincante o amigo si la situación lo requiere para el seguir mantenido a flote; nunca actuar en función de premeditados proyectos, siguiendo el impulso de sus nervios e intuición. Será un verdadero genio de la traición, lo cual es un ingrediente esencial para la supervivencia de todo político oportunista moderno.
Bibliografía
Fouché : Joseph Fouché, duc d'Otrante, Memoires. Paris, posth. 1824, Reeditado : Imprimerie Nationale, 1992.
Fouché: En http://www.histoire-en-ligne.com/article.php3?id_article=177. Visto el 23 dic 2012.
Fouché: http://www.artehistoria.com. Visto el día 02 08 05.
Tulard J.: 1988: Joseph Fouché. Editorial Fayard. Francia.
Zweig, S. 2004: Fouché. El genio tenebroso. Ed. Juventud. Madrid.
L’Heuillet, H. : La généalogie de la police. En : http://www.conflits.org/document.php?id=907. Visto el 23 de diciembre de 2012
Williams A., The police of Paris, 1718-1789, Ed. Louisiana State University Presse, Baton Rouge and London, 1979
[1] Procedente de una familia adinerada, estudia en Nantes la carrera eclesiástica. En 1792 forma parte de la Asamblea Nacional. Un año después se muestra partidario de la muerte del rey. En su trayectoria política siempre se caracterizó por unirse a los más poderosos. Una de sus intervenciones más crueles tuvo lugar en la rebelión de Vendée y más tarde en Lyon. En 1795 se retira temporalmente de los asuntos públicos, aunque mantiene su amistad con personajes influyentes. A su regreso a la vida ocupa el primer cargo en el Ministerio de la Policía, donde permaneció hasta 1802. Su carrera política prosiguió como senador. De nuevo en el papel de ministro de Policía. Finalmente alcanzaría la presidencia tras la batalla de Waterloo, desde donde brindó su apo9yo a Luis XVIII. En este tiempo se tiene que enfrentar a la oposición de los realistas que propician su dimisión. En http://www.artehistoria.com. Visto el día 02 08 05.
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