Réquiem por dos ballenas
y los barcos de Herman Melville
A doscientos años de su nacimiento
David
De los Reyes
Ballenas muertas en las costas de Alemania en enero del 2019
Réquiem y defensa de las ballenas
“Azul, verde, gris, blanco o negro; tranquilo,
agitado o montañoso, ese océano nunca
está en silencio”
H.P. Lovecraft
“…pues bien sabía yo que la
persecución a ultranza de que son víctimas
estos animales les ha llevado a
refugiarse en los mares de las altas latitudes”
Julio Verne, 20000 leguas de viaje submarino, cap.XII
Lejos de la tierra, lejos de las rutas, en un sueño
eterno de pingüinos
y ballenas los mares suspiran y reviven los días en que
nadie navegaba.
Dereck
Mahon, Los dioses desterrados
I
En
estos días del pasado mes de enero leí sobre la muerte de dos ballenas que fueron
encontradas en las costas del Mar del Norte, Alemania (se ven en la fotografía arriba). Ambas, sin aparente
explicación, decidieron salir del mar para expirar sus últimas bocanadas de
aire sobre la tierra, lugar que sus antepasados milenarios habían desdeñado,
regresando otra vez al mar. Pero esta pareja de gigantes mamíferos mueren no
por la criminal industria ballenera japonesa[2], rusa, noruega
o china, sino por los despojos contaminantes del progreso de las sociedades
postindustriales. La reseña[3]
decía que científicos habían encontrado en sus estómagos, además de desechos
de todo tipo, junto a redes de pesca, componentes plásticos de autos de 70 cm de
largo, entre otros de los materiales indigeribles. Estos cetáceos mueren de hambre con el
estómago lleno por objetos contaminantes, de polímeros esparcidos por el hombre en las
aguas oceánicas. La acción de salir del océano, que es el reino natural de
estos mamíferos marinos, hacia la tierra me lleva a pensar que su inteligencia
e intuición les conducía a buscar obstinadamente su supervivencia fuera del
basurero de los mares por los que nadaron libres en vida y que habían perdido el
encuentro con su fuente natural alimentaria,
el planton[4]
y de toda materia orgánica marina para su dieta cotidiana, introduciéndose en
sus estómagos todo tipo de productos industriales desechables y tóxicos que penetraron entre sus fauces; basura de nuestra incontrolada sociedad
industrial hipermaterialista vertida al mar, materia indisoluble por muchas décadas
y que no tienen nada que ver con los de la naturaleza perecedera orgánica marina.
Sin
embargo, aun en nuestros días cuando la pesca de
este cetáceo está casi prohibida por todos los mares, ostenta la situación de ser
el animal más explotado, cazado y mejor aprovechado de la historia de la
industria animal, y sigue siendo, a la vez, el más desconocido. Ninguna otra especie
animal ha sido tan masacrada y se ha derramado tanta sangre en nombre del
progreso aunado a la infinita avaricia humana; ninguna cacería humana ha sido
tan impresionante, tan desconocida y tan compleja como la pesca de la ballena. Sólo en el
año de 1930, por ejemplo, se mataron alrededor de unos 50.000 ejemplares, colocando a todas
las especies de ballenas en peligro de extinción. Para 1946 se creó la
Comisión Ballenera Internacional y se logró un acuerdo mancomunado para la
reducción de dicha actividad. Industria que hoy se encuentra en decadencia,
pero aún prosigue en la medida que la dejen obrar.
Aún no está del todo claro su probabilidad de extinción como especie; el noventa y nueve por ciento de las ballenas azules están exterminadas, pero no se puede dejar de reconocer que hoy, gracias a los acuerdos con Australia y Nueva Zelandia para el rescate y defensa de las ballenas, en sus aguas continentales se ha obtenido la recuperación de la especie de las ballenas jorobadas a un ritmo de un diez por ciento anual[5]. Dando un resquicio de esperanza para su no extinción por un rato[6].
Aún no está del todo claro su probabilidad de extinción como especie; el noventa y nueve por ciento de las ballenas azules están exterminadas, pero no se puede dejar de reconocer que hoy, gracias a los acuerdos con Australia y Nueva Zelandia para el rescate y defensa de las ballenas, en sus aguas continentales se ha obtenido la recuperación de la especie de las ballenas jorobadas a un ritmo de un diez por ciento anual[5]. Dando un resquicio de esperanza para su no extinción por un rato[6].
A diferencia de nuestra sed de explotación animal comercial,
hay culturas ancestrales que han mostrado un respeto y comunicación con ellas.
Así los maoríes, dentro de su mitología, se sienten descendientes de ballenas y
cuando estas embarrancan en sus playas, contrario a observar desde
lejos su defunción, se ponen a dormir junto
a ellas, dándoles una fraternal y compasiva compañía en sus últimos momentos de agonía, con la finalidad de no sentirse solas. Es otra muestra de acercamiento bondadoso y de comunión
con los cetáceos, los cuales parecieran vivir en otra dimensión y universo, una
especie de seres alienígenas que habitan en las vastas dimensiones de los océanos que
aún son más desconocidos que la superficie y composición de los planetas
visitados por las naves exploradoras lanzadas al espacio, viajando más allá de
la órbita terrestre y lunar.
Caza de ballenas en Holanda, grabado del siglo XVI
II
Esta
noticia sobre la muerte de las ballenas en las orillas de las costas de Alemania, me llevó (¡como siempre me ha evocado este tipo de accidentes
ambientales y ecológicos oceánicos!), al mundo de los relatos de culturas primitivas y de balleneros descrito por el
escritor norteamericano decimonónico, Herman Melville (1919-2019) [1], que coincidencialmente cumple este 2019 doscientos años de su nacimiento. De Melville
vuelven a mí imaginación partes de sus relatos de viajes; sus descripciones de
la riesgosa y muchas veces heroica condición del marinero; de las absurdas épicas
de las obsesiones y egoísmos humanos; de las reacciones ante la ambición; de los peligros
naturales que emergen cada día sobre y dentro de las aguas de los mares;
experiencias que en su vida obtuvo de primera mano, por transitar casi un
quinquenio entre barcos mercantes, balleneros o buques de guerra del siglo XIX.
Su conocida novela sobre la ballena blanca, Moby Dick[7]
siempre surge como metáfora del mal absoluto y la locura desbordada y vengativa del hombre, junto a su condición trágica innata que deja una estela de dolor y muerte a su paso. Pero la caza de la ballena de
ese siglo XIX no puede ser comparada con la intensidad prodigada de ejemplares asesinados en el siglo XX, la cual se extiende hasta el siglo actual.
Los productos que podían obtenerse de los cetáceos son múltiples. Uno en especial y de los más codiciados era la grasa de la ballena, que proporcionaba, sobre todo, aceite para quemar y obtener luz en las lámparas de bujía en las noches, sin por ello hacer mayor humo ni malos olores; aún no había sido desarrollado el uso del petróleo, del asfalto, del kerosene para proporcionarse calor y luz: con toda la mirada consciente de injusticia que podamos tener sobre la caza de la ballena para aquel tiempo, era considerada su pesca una acción propia del progreso y de los recursos naturales absorbidos de su medio para utilidad de la vida humana. Su matanza nunca predecía la posible extinción de ese magnífico mamífero acuático; un hecho que no se puede comparar y confrontar con la sistemática muerte que van encontrando los habitantes sumergidos de los océanos a lo largo de estas últimas décadas y las nuevas tecnologías satelitales de rastreo de los cardúmenes de peces y criaderos de los grandes escuálidos que los hace blanco de las redes y de cañón que vienen a saciar una doble condición, la ganancia obtenida por dichos animales y la satisfacción de una masa de consumidores de esos cetáceos y peces sobre todo del lado oriental del mundo. Al igual que la extinción de las ballenas por su caza indiscriminada, hoy se presenta también la extinción de muchas especies comestibles que están a punto de desaparecer por la pesca de arrastre industrial, con las factorías flotantes que arrasan con todo el cardumen en todo océano de peces junto a sus crías de forma desbordante.
Los productos que podían obtenerse de los cetáceos son múltiples. Uno en especial y de los más codiciados era la grasa de la ballena, que proporcionaba, sobre todo, aceite para quemar y obtener luz en las lámparas de bujía en las noches, sin por ello hacer mayor humo ni malos olores; aún no había sido desarrollado el uso del petróleo, del asfalto, del kerosene para proporcionarse calor y luz: con toda la mirada consciente de injusticia que podamos tener sobre la caza de la ballena para aquel tiempo, era considerada su pesca una acción propia del progreso y de los recursos naturales absorbidos de su medio para utilidad de la vida humana. Su matanza nunca predecía la posible extinción de ese magnífico mamífero acuático; un hecho que no se puede comparar y confrontar con la sistemática muerte que van encontrando los habitantes sumergidos de los océanos a lo largo de estas últimas décadas y las nuevas tecnologías satelitales de rastreo de los cardúmenes de peces y criaderos de los grandes escuálidos que los hace blanco de las redes y de cañón que vienen a saciar una doble condición, la ganancia obtenida por dichos animales y la satisfacción de una masa de consumidores de esos cetáceos y peces sobre todo del lado oriental del mundo. Al igual que la extinción de las ballenas por su caza indiscriminada, hoy se presenta también la extinción de muchas especies comestibles que están a punto de desaparecer por la pesca de arrastre industrial, con las factorías flotantes que arrasan con todo el cardumen en todo océano de peces junto a sus crías de forma desbordante.
Cachalote junto a un hombre
Si Melville viviera y supiese de esta asesina industria, no me queda la menor duda
que se sentiría horrorizado ante tal sistematicidad tecnológica mortal. Su Ballena Blanca, símbolo de los poderes y fuerzas superiores de la naturaleza
que el hombre ha querido dominar, no podría aplastar a los grandes buques
balleneros que surcan hoy las aguas como tampoco a estas islas basureros-flotantes y contaminantes del Pacífico (con una superficie de km cuadrados del tamaño de Francia).
La Ballena Blanca, podemos imaginar, estaría enredada/contaminada por estas plataformas flotantes de detritus material/industrial
humanos, todo sucediendo dentro del mayor silencio y desconocimiento general, sin
causar el mayor lamento, ni denuncia, ni interés, como tampoco el relato de su tragedia en las aguas de las fuertes corrientes de ese océano Pacífico.
Al contrario de los relatos que nos da Melville de las Islas Encantadas (Las Galápagos) hoy deberíamos escribir las experiencias de las Islas Desencantadas o del desencanto, que habitan a la deriva, como nubes plásticas en el más grande y vasto océano.
Al contrario de los relatos que nos da Melville de las Islas Encantadas (Las Galápagos) hoy deberíamos escribir las experiencias de las Islas Desencantadas o del desencanto, que habitan a la deriva, como nubes plásticas en el más grande y vasto océano.
Esta literaria y metafórica ballena blanca Moby Dick, podemos conjeturar, antes de morir de muerte
natural, deduciéndolo por el final del relato de Ismael/Melville, al
hundir al ballenero Pequod y su
capitán Ahad junto a la tripulación, sería otra. Seguramente que hoy hubiera
vivido la misma suerte de muchas de sus hermanas ancladas en las costas de
algún lugar, encontrando freno a su indetenible viaje marítimo vital o
atravesada por el arpón explosivo de los cañones de los balleneros para una
despiadada caza y descuartizamiento posterior.
Comparando
la vida de las ballenas, como ya dije, no puedo deslindarla de la imagen
trágica narrada por el escritor norteamericano que mejor describió la condición del gran
momento del negocio ballenero, de sus embestidas y crueldades, su heroicidad y
destrozos. Situaciones encontradas en el proceso de esa industria extractora de aceite y esperma de
ballena (principalmente), que como dijimos era motivada por el próspero beneficio comercial en tanto combustible común del siglo XIX. Posteriormente aparecería el estiércol del diablo de la industria petrolera y su socio directo, la generación de energía eléctrica, cambiando todas las relaciones políticas, sociales y económicas.
Reproducción del barco ballenero Pequot de Moby Dick
Herman Melville, marinero. Sus viajes y sus barcos
¿Qué es el hombre sino una masa de arcilla derretida?
Henry David Thoreau
Sanada mi herida, alabo al inhumano mar
Herman Melville
¿Cuál
fue el motivo de este autor elegir la vida marina en un momento de su existencia?
Varias respuestas podemos encontrar. La mejor pudiera ser la confesión que da su decepcionado personaje de la vida urbana, Ismael, en el primer párrafo de
Moby Dick:
“Hace
unos años, no importa cuántos exactamente, teniendo en el bolsillo poco o
ningún dinero, y nada que me interesase especialmente en tierra, pensé en
navegar un poco para ver la parte acuática del mundo. Es una forma de sacudirse
de la melancolía y mejorar la circulación. Siempre que me sorprendo haciendo
una mueca triste; siempre que hay un noviembre húmedo y lloviznoso en mi alma;
siempre que me veo parándome sin querer delante las tiendas de ataúdes; y,
sobre todo, siempre que la aprensión me agobia tanto que es preciso un sólido
principio moral que me frene salir deliberadamente a la calle a tirar, uno tras
otro, el sombrero a los transeúntes, entiendo entonces que ya va siendo hora de
hacerme a la mar en cuanto pueda. Es mi paliativo de la pistola y la bala. Con
alabanzas filosóficas, Catón se arroja a su espada; yo, sin decir nada, me
enrolo en el barco. Nada hay de sorprendente en ello. Aunque no lo sepáis, casi
todos los hombres, albergan en alguna ocasión sentimientos muy parecidos a los
míos con respecto al océano”[8].
¿Una
elección moral vital para escapar de la rutina de la absurda vida de los
hombres citadinos y conocer de primera mano qué le ofrecía las aguas del océano a
su vida? ¿Una salida para deslastrarse del sentimiento de alienación de la vida
rutinaria y empobrecida de su entorno? ¿Una opción para evitar la desesperación
y el suicidio? Son preguntas que cada una de ellas nos puede llevar a un
indicio de ese momento que vendría a marcar un antes y después en las correrías
vitales del futuro escritor. Interrogantes que pueden surgir tras leer ese párrafo y
preguntarse en cómo decide este autor norteamericano ser un marinero mercante,
o ballenero, o mariner. Sin embargo,
el realismo de la necesidad también lleva a actuar a los hombres de una forma
más práctica y la decisión fue originada por la situación difícil que vivió su familia al morir
su padre y caer en una condición menesterosa su madre y sus hermanos.
Melville,
tuvo tres hermanos y fue el segundo de los varones. Cuando su padre muere contaba con doce años. La muerte del padre supuso una debacle familiar que obligó a
los hijos mayores a dejar los estudios para trabajar; se trasladó la familia de Nueva York
a Albany[9], estado donde Melville fue empleado en un banco local. Pasó
luego a desempeñar diversos oficios, entre ellos el de maestro rural, lo que
indica que a pesar de su falta de estudios oficiales había logrado adquirir una
cultura relativamente amplia. Fue lo que llaman un skald, un lector que sabe
apropiarse de sus lecturas. Su obra, en parte importante, se levanta en lo que
podemos llamar una poética de la lectura
(como es el caso también de un J.L. Borges). En sus libros se nota cómo se alimentó de
las obras de otros hombres de letras, con lo que se puede decir que fue un
voraz lector de biblioteca; su educación, si parte fue obtenida en las aulas
cuando niño, al morir su padre tendrá que retirarse por un tiempo de esa
formación, terminando siendo un aprendiz autodidacta de las letras. Como
refiere en una de sus cartas: “Me he desarrollado sólo en los últimos años. Soy
como una de esas semillas que, extraídas de las pirámides de Egipto, después de
no haber sido semilla por miles de años, se desarrolla, echa hojas verdes y
toma forma si se la planta en el suelo inglés. Así soy. Hasta los 25 años no me
desarrollé en absoluto. Mi vida comienza después de esa edad”[10].
Se dio por entero en absorber todo lo que pudo al abandonar las islas visitadas del Pacífico,
sentado frente a sus libros. Pero en sus estadías como marinero y en sus noches
de guarda de mar, parte de ellas las
aprovecharía para componer, ensayar y tomar sus apuntes para los posibles
episodios que comprenderían sus obras posteriores (Typpe, Omoo), que luego
terminaría escribiéndolas en la oficina de sus hermanos Gansevoort y Allan, en
Nueva York, y más tarde en en su casa de Lansingburgh[11].
De esta
manera comprendemos que Melville, de empleado de banco y maestro de escuela en
sus inicios juveniles, pasa después a tomar la carrera de marinero que, además de anunciar la aventura y el arrojo de la supervivencia día a día, era mejor pagada que la del oficio de pedagogo (¡como ocurre en todos los tiempos y
lugares!), además de la atracción del descubrimiento y la novedad que
representaba conocer otras latitudes y culturas diferentes a la suya.
Carga, por un tiempo, con la conciencia moral del deber y la necesidad de ayudar a la existencia de su madre y hermanos, dando inicio a una nueva dimensión asumida como hombre de mar al enrolarse en el buque mercante St. Lawrence, transportando algodón de las costas atlánticas de Norteamérica hasta el puerto inglés de Liverpool. Por un lado, ese trabajo representó un desahogo económico y un distanciamiento de la responsabilidad familiar, superando angustias de situaciones que no podía resolver quedándose en tierra. Allí también comprendió que el capitán de la nave era un duro señor feudal que, como dueño del barco, gobierna de forma absoluta la travesía de su reino flotante junto a los miembros tripulantes que están bajo su mando. El encuentro con el puerto de Liverpool le brindó una fuerte impresión al conocer los bajos fondos de esa ciudad portuaria, obteniendo material para futuras narraciones literarias.
Carga, por un tiempo, con la conciencia moral del deber y la necesidad de ayudar a la existencia de su madre y hermanos, dando inicio a una nueva dimensión asumida como hombre de mar al enrolarse en el buque mercante St. Lawrence, transportando algodón de las costas atlánticas de Norteamérica hasta el puerto inglés de Liverpool. Por un lado, ese trabajo representó un desahogo económico y un distanciamiento de la responsabilidad familiar, superando angustias de situaciones que no podía resolver quedándose en tierra. Allí también comprendió que el capitán de la nave era un duro señor feudal que, como dueño del barco, gobierna de forma absoluta la travesía de su reino flotante junto a los miembros tripulantes que están bajo su mando. El encuentro con el puerto de Liverpool le brindó una fuerte impresión al conocer los bajos fondos de esa ciudad portuaria, obteniendo material para futuras narraciones literarias.
Esta
primera vivencia en los mares de las costas americanas y europeas no le
reportaron el encuentro con las ballenas y la vida de los balleneros especializados
en su caza. Fue en diciembre de 1840, cuando se inscribe como ballenero y en
enero de 1841 zarpa en el barco Acushnet
que cambia su suerte. Este barco ballenero parte desde el célebre puerto de New Bedford,
dirigiéndose a los Mares del Sur, y la emoción que despierta ese alucinante viaje
para el ahora ex-maestro, lo podemos en parte hallar rastreando el capítulo I de Moby Dick:
“Cuando
me hago a la mar voy como un simple marinero, delante del mástil, al fondo del
castillo de proa, o arriba en el mastelero de juanete. Me dan muchas órdenes,
cierto, y debo saltar de una verga a otra como un saltamontes en un prado
primaveral. Este tipo de cosas es bastante desagradable al principio. Te toca
en el sentido del honor, sobre todo si procedes de una antigua familia del
país, los Van Rensseler, los Randoplh o los Hardicanute. Y más si antes de
meter la mano en el cubo de brea, has estado como un señor siendo maestro rural, atemorizando a los
muchachos mayores. Os aseguro que la metamorfosis de maestro de escuela a
marinero es dura, y necesita una buena infusión de Séneca y de los estoicos
para hacerte capaz de sonreír y soportarlo. Pero incluso eso se pasa con el
tiempo”[12].
Su
metamorfosis como hombre de tierra a hombre mar y el cambio de profesión, como afirma
él mismo, es decir, el paso de ser maestro a marino, fue todo un salto de aire vital que
lo confrontará con el anhelante deseo de navegar
por mares prohibidos y pisar costas bárbaras, como bien hizo.
En el ballenero Acushnet conocerá primero la parte oriental de Suramérica; entra en la bahía de Río de Janeiro (marzo); luego pasa por el Cabo de Hornos (abril); llega a Perú (junio); en diciembre estará ya en las ecuatorianas Islas Galápagos, las cuales retratará en su posterior y estupendo relato filosófico titulado Las Encantadas (The Encantadas, or Enchanted Islands), conociendo la costa occidental de ese continente.
En el ballenero Acushnet conocerá primero la parte oriental de Suramérica; entra en la bahía de Río de Janeiro (marzo); luego pasa por el Cabo de Hornos (abril); llega a Perú (junio); en diciembre estará ya en las ecuatorianas Islas Galápagos, las cuales retratará en su posterior y estupendo relato filosófico titulado Las Encantadas (The Encantadas, or Enchanted Islands), conociendo la costa occidental de ese continente.
Para
1842, con diecisiete meses de navegación, el Acushnet se interna hacia los mares próximos a las Islas Marquesas.
Pero situaciones desafortunadas hacen cambiar su condición de marinero en ese barco y para
el 9 de julio Melville deserta con su amigo Richard Tobias Green (el Toby en su
novela autobiográfica Typee), de 17
años, en Nuku Hiva (de Las Marquesas). En su huida, al descender al valle de
Typee, el escritor se lesiona una pierna. Abandonado por su amigo en una
comunidad nativa caníbal, pasa un tiempo recuperándose en la isla, para
luego embarcarse en agosto en el ballenero australiano Lucy Ann, donde gracias al caótico capitán de nombre Ventom,
(oficial incompetente e intensamente beodo, con maltrato a los
marinero, añadiendo a ello mala comida y bebida, y sin haber cazado por meses una
ballena), la tripulación se amotina; serán encarcelados por poco tiempo estos marineros. Este
intervalo es idóneo para que Melville tome otro rumbo y explore a Tahití; sus pasos lo
llevan hasta la isla Imeeo, donde trabajará junto a un compañero de marras
llamado Troy; serán peones en una granja de papas (que aparecerá tanto el
marinero como el propietario de esas tierras, un yanqui, en su novela Omoo). Visitan distintos lugares donde
quedan decepcionados de los misioneros (Villa Tamay) por su trato con los
nativos y su obsesiva misión de imponerles la supuesta religión verdadera del cristianismo evangelizador.
Todo
ello le ofreció, a pesar de los obstáculos y riesgos experimentados, una vida
favorable para su estancia de cuatro años por las aguas de los piélagos
globales; fue este largo viaje por el Pacífico, con su altibajos, el más formativo de todos; con
él consolidó el conocimiento y las vivencias de la ruda condición insoslayable
de la realidad cotidiana de la vida marina y el contacto con las formas
naturales de las sociedades tribales de las islas de ese océano. Por otra parte, se
encontró con compañeros educados, maduros, curtidos en el duro hacer de las
faenas balleneras; este barco, el Acushnet,
a pesar de sus inconvenientes normales y de mando, poseía un espacio para el esparcimiento
de la imaginación lectora, una pequeña biblioteca flotante que sería útil para las largas horas de ocio y días que se
extenderían navegando en la búsqueda del preciado cetáceo, germen marino para
la aparición de su pulsión literaria. Como dijimos arriba, el rumbo que tomó esta
nave fue las Azores, y luego Cabo Verde, más al sur llegaría a las costas de
Brasil, pasando por Río de Janeiro. Bajan al Cabo de Hornos y enfilan hacia las
costas del Perú. Fue ahí, en el puerto de El Callao cerca de Lima, donde escuchará una
historia que lo asombrará y lo marcaría para su posterior carrera literaria, lo sucedido al ballenero Essex.
Esta nave fue hundida en 1819 (el año del nacimiento de Melville), por una
ballena en el tiempo increíble de diez minutos. Indagó más del trágico suceso
leyendo la narración que había escrito su primer oficial, Owen Chase, quien confesaba
que el hundimiento no fue algo accidental o por falta de experiencia náutica en
el oficio, sino un suceso totalmente deliberado por la fuerza impetuosa de la
ballena en venganza tras la muerte de otras tres compañeras del mismo banco
ejecutadas por el bajel. Luego vendrán otras costas, pueblos y mares de su
interés.
El Essex siendo golpeado por una ballena el 20 de noviembre de 1819, dibujado por su primer oficial, Thomas Nickerson
Ecuador
se hará presente en la obra de Melville en esta aventura ballenera. Al
proseguir el viaje, en el Acushnet,
llegó, como dijimos, a las Islas Galápagos o Las Encantadas, habitadas por
miles de lagartos o iguanas de agua, tortugas gigantes marinas y de tierra, y
pájaros de múltiples condiciones. Es joven, tiene diecinueve años y allí, en
esas islas prácticamente deshabitadas para ese entonces, encontraría el
material para escribir diez magníficos relatos filosóficos que saldrían
publicados muchos años después, en 1854, a cuatro años de haber publicado su novela Moby Dick, en la revista Putman´s Manthly Magazine
bajo el seudónimo de Salvador R. Tarmoor. Luego serían recogidos e impresos en
un solo grupo con el nombre de Las
Encantadas.
De Las Encantadas su itinerario a seguir
fue volver hacia el Sur-oeste, a las salvajes islas Marquesas para descansar y
tomar pertrechos la tribulación por algunos días. Fue ahí, junto a su compañero
Toby, cuando deciden separarse del barco y quedarse en tierra. Se internan en la isla
de Taio Hae (Anna María), que era habitada por feroces nativos y poco amigables con los
europeos o el hombre blanco. Entre
las etnias que habitan esos parajes vírgenes de civilización occidental
destacan los pertenecientes a los Taipís. Con ellos tendrá una estadía de tres
semanas, haciendo casi un trabajo de etnólogo, estudiando costumbres y
caracteres, sus formas de vida y observando su organización y creencias. Todo
será el material que utilizará para escribir dos obras, Typee y Omoo. El
canibalismo practicante de estos indígenas le hace reconsiderar su tiempo en la
isla y la imposibilidad de acostumbrarse al manjar de la carne humana. Esa
realidad cruenta e inhumana ante sus ojos y valores, lo decide a escapar de la
convivencia con la tribu.
Todo esto lo obliga a huir de ese entorno paradisíaco
caníbal, para luego ser rescatado por un ballenero con bandera australiana,
el Lucy Ann, que navegaba con la proa
rumbo a Tahití en busca de un establecimiento médico que pudiera ayudar a su
capitán postrado. El viaje en el Lucy Ann
participa y conoce el amotinamiento de su tripulación por los maltratos del
capitán ante su tripulación, y ante lo sucedido se separa y va a la isla Moorea
(Eimeo).
Dos meses
después se embarca en el tercer ballenero de esta travesía por los mares del
Sur. Fue en la embarcación Charles and
Henry, quedándose en el puerto Lahaina con el fin de buscar trabajo en tierra.
Sin perspectiva de hallar algún oficio de su interés, se va a Honolulu, tomando
una faena por unos meses como empleado librero, pero al no soportar la
condición y trato que observa por los representantes de la civilización
occidental sobre la población indígena, -la cual estaba explotada y en la más
penosa miseria-, decide partir a su nación de origen; no hace esperar su
regreso a los Estados Unidos. Como se sabe pasó por las Islas Marquesas, las Society y las Sandwich, antes de regresar a América a bordo por un buen tiempo en
el buque de guerra United States, su
cuarta experiencia marítima ahora bajo las órdenes de la fuerza naval
norteamericana.
En este quinto barco alimentará sus vivencias que posteriormente expondría en su
literatura, como serán los largos relatos del bello marino Billy Bud y hasta de la rebelión de africanos en el navío del capitán español Benito Cereno; ¿Fecha
de su abordaje? El 1 de agosto de 1843 sube a la fragata norteamericana
United States, concluyendo su crucero
hacia la ciudad de Boston, tras catorce meses de navegación. Esta estadía lleva
a Melville a conocer más profundamente la rigidez y la inhumanidad de la vida
naval militar, la cual mantiene un parecido muy cercano con la jerarquía que se
vive a nivel social en tierra norteamericana, pero que en el reducido espacio flotante
lo condiciona a no tener ninguna posibilidad de escapatoria o evasión. La
inflexibilidad de las órdenes y la dureza de vida que experimenta en ese buque
de guerra no tiene parangón con la camaradería que conoció en los balleneros. Esta
estadía entre los marines le permite obtener un perspicaz y escéptico pensamiento
social a partir de su experiencia y posición anómala como marinero
naval, que aliado a su nacimiento y educación con las clases gentiles de las
que procede su familia, sumando la convivencia de los desheredados de la tierra, a mostrar y tener siempre su simpatía para con ellos [13].
Hacinamiento,
constante trabajo forzado y rutinario, régimen disciplinario cruel, castigos
brutales al menor descuido, serán las condiciones en que subsisten estos
marines del United States. Lo único
que salva al ambiente es su encuentro con algunos compañeros que compartirán su
amor por la literatura, como el conocido marino y amigo John Jack Chase,
quien lo incentiva a sus incursiones como autor de literatura. Melville le
dedicará, cincuenta años más tarde, la obra de Billy Bud. J.J. Chase fue el impulso que necesitaba en un momento
crítico el autor de Moby Dick; será
el amigo paterno que lo inspirará para su carrera literaria posterior.
Estos cinco barcos, el St. Lawrence, el Acushnet, el Lucy Ann, el Charles and
Henry y finalmente el barco de guerra United
States, serán las naves que lo convertirán en un literario lobo de mar,
poseyendolo hasta el abismo de su alma en su personal y particular carrera en las letras sobre
los mares y océanos, -sobre todo de la inmensidad del océano Pacífico, describiéndolo como todo un universo casi totalmente desconocido-, que definirán su
vida, su carácter, su mirada del mal innato y, a la vez, la solidaridad en el animal
humano, traduciéndola en el registro escrito de su búsqueda mística de gnóstica trascendencia y de lo absoluto en la acción y la aventura, el riesgo y las
fuerzas inmarcesibles de la naturaleza. Experiencias que trazarán también la otra
gran odisea de su vida, la escritura. Con estas experiencias de juventud
cimentadas por las circunstancias e impresiones vivenciadas en primera mano,
sumando su obsesiva y apasionada lectura de toda una literatura bíblica, náutica, filosófica y de los
clásicos, junto a su autoformación personal en las letras, emprenderá su posterior insólita y sólida obra literaria. Su carrera en las letras abarcó cuarenta y cinco años, y
diecinueve serán detrás de un sólido escritorio de burócrata, como fiscal de
aduana; se cansó del mar. La enérgica fuerza de la juventud la trasladó al recinto de su familia, su mujer y sus hijos; a ello se agrega su decepción por
los fracasos comerciales de sus obras posteriores a las primeras: Typee y Omoo.
Pero su contacto con el territorio oceánico casi insondable lo pasó a la dimensión
de la alquímica imaginación, aunada a su desbordante escritura, y ésta, como
bien sabemos, requiere de largas pausas de meditación y atento oficio.
Borges ha sido claro al hablar de este autor.
Melville, nos dice, produce una novela infinita, que es su conocida Moby Dick, relato marino que se va
ampliando hasta abarcar todos los linderos del cosmos irracional humano. Su
creación no es solo mostrarnos la vida miserable de los arponeros y sus
compañeros de la tripulación, sino el círculo infernal de la monomaniaca locura de
Ahad (quien perturbará y eliminará a toda la tripulación, menos uno,
Ismael, quien queda para escribir y relatar la tragedia del Pequot). Albur que marca
inexorablemente a la obra con el único propósito de venganza por la pérdida de su pierna en la caza de la indomable Ballena Blanca y de su destrucción como icono del mal y de la fuerza obstaculizadora de la
voluntad de poder de ese mismo capitán mutilado. Pero que Borges nos revela un detalle puntual: esta fatigante persecución por los
océanos del planeta vendrán a ser símbolos y espejos del universo. ¿Por qué
incluye aquí el escritor argentino al universo? Más que ser una alegoría del
mal, la gran ballena, por la vastedad con que se nos presenta, es comprendida
como el símbolo de la inhumanidad, lo absoluto animal, la bestial realidad o
enigmática estupidez que arroja el universo que rodea y constituye al hombre.
Las palabras de Borges afirman que en esta obra nos encontramos con un cosmos (caos) no sólo perceptiblemente
maligno, como lo intuyeron los gnósticos, sino también irracional, como los
hexámetros de Lucrecio. Esta es la piedra angular del enigma aparente del
arte de Melville. Y así poder aceptar y afirmar, sin la menor duda, lo que
Borges comprende: "Basta que sea irracional un sólo hombre
para que otros lo sean y para que lo sea el universo. La historia universal
abunda, en confirmaciones de ese tenor."[14].
Otro de sus grandes lectores será el escritor italiano
Cesar Pavese, que posiblemente si hubiera tomado la recomendación del
Ismael-Melville de embarcarse y salir al mar, no se habría suicidado. En sus estudios acuciosos sobre la
literatura norteamericana toma a este marinero de Nueva York para ejemplificar
la condición de una buena mayoría de los escritores norteamericanos. Afirma de este primitivo alquimista literario de los mares del sur lo siguiente:
“Herman
Melville llegó a la vida enfermizo y alienado. Parece que cuando tenía
alrededor de diecinueve años ya emborronaba cuartillas. Luego, de pronto, el
mar; cuatro años de peripecias y de compañerismo, la pesca ballenera, las islas
Marquesas, una mujer, Tahití, Japón, los cachalotes, algunas lecturas, muchas
fantasías, El Callao, el cabo de Hornos, y en octubre de 1844 baja a tierra en
Boston un hombre cuadrado, quemado por el sol, conocedor de los vicios humanos
y del valor. “Un hombre bien desarrollado es siempre sano y robusto”, dirá más
tarde Melville, en medio de una vida de estrecheces, melancolía y hasta de
desgracias, puesto que esta gente tan práctica no es en absoluto superficial y
dada a lo fácil como se podría sospechar. Casi todos los escritores
norteamericanos que ya han aportado a la literatura este ideal de equilibrio y
de serenidad han cumplido su obra en medio de duras dificultades, necesidad y
enfermedades”[15].
Estos cuatro años de navegación oceánica, dibujaron en él una gran cantidad de estelas vivenciales en su humanidad, lo conformó
con la virilidad del hombre sano y
robusto que no era al comenzar en sus idas y venidas por los mares y barcos
en que trabajó. Aportando el valor ideal del equilibrio a pesar de las
dificultades, el rechazo y el desconocimiento de la genialidad de sus obras.
Recordemos que no es hasta principios del siglo XX, con la biografía de Raymond
M. Weaver Herman Melville, Mariner and
Mystic (“Herman Melville, marinero y místico”), que volverá ver la luz su
obra sumergida en el olvido del océano cultural norteamericano. La obra de
Melville, a los doscientos años de su nacimiento, al sanar su herida causada
por ese olvido de su arte, podemos en ella volver alabar al inhumano mar por otorgar el don de la aventura narrativa
a este único filósofo místico que hizo de los mares el escenario líquido de su obra.
BIBLIOGRAFÍA
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Mystic. Gerorge H. Doran Company. New York.
Notas
[1] Herman
Melville Nace el 1 de agosto en el año de 1819 con nacionalidad estadounidense
(Nueva York). Fue escritor, sus géneros fueron: novelas, ensayos y poesías.
Contrajo matrimonio en 1847 con Elizabeth Knapp Melville. Muere a la edad de 72
años el día 28 de septiembre de 1891 en Nueva York.
[2] En el caso de Japón está activada nunca ha dejado
de estar activa; tampoco este país ha cumplido la moratoria internacional que prohíbe la acción asesina contra esta especie; siempre presente su voraz acoso ballenero, su industria estuvo, y asumió la eufemística categoría de cacería de
interés científico, que no es otra cosa que cacería comercial encubierta.
Aunque en el 2014 la corte internacional de justicia vetó al país nipón de esta
actividad, ahora vuelve a la carga con plena fuerza comercial. En los últimos
25 años los japoneses han matado alrededor de unas 12.000 ballenas supuestamente
por interés científico. Cuando hoy se sabe que no es necesaria la matanza de
ballenas para su estudio. Pero habría que señalar que
después de la Segunda Guerra Mundial los aliados permitieron a los japoneses
alimentar a su población, sobre la que habían tirado bombas atómicas, con carne
de ballena. Así los japoneses reconvirtieron su flota en balleneros. Ese es el
contexto. Tampoco ha reconocido a la Comisión
Internacional Ballenera. Ver sobre el juicio internacional y el veto al Japón
en: “La Corte Internacional de Justicia veta la caza de ballenas”, Europa
Press/EFE: https://www.elmundo.es/ciencia/2014/03/31/53394f1d22601dd36e8b4575.html.
Visitado el 24 de febrero del 2019.
[3] Ver: “Hallan partes de autos en estómagos de ballenas
muertas en Alemania” publicado en el diario La
República: https://larepublica.pe/mundo/1390536-alemania-hallan-partes-auto-estomago-ballenas-muertas-mar-norte-fotos.
[4] Buena parte
de las ballenas se ceban a fuerza de arenques y ammodítidos, engordando a gusto
en la estación de gestación y de excesos que es en el verano. Los cetáceos —del
griego ketos, que significa monstruo
marino, sin serlo en ningún sentido, sólo para la imaginación temerosa popular y
poética— se dividen en dos órdenes: los dentados odontocetos —setenta y una
especies de marsopas, delfines de mar y de río, zifios, orcas y cachalotes—, que se
alimentan de peces y calamares. Y los misticetos, o ballenas barbadas —de las que
hay al menos catorce especies— filtran su dieta de plancton y de pequeños peces a través de sus barbas. “Las ballenas
barbadas pastan y tragan bocados enteros, desde arenques a anguilas de arena
pasando por el minúsculo zooplancton que flota en los océanos como si fuera un
polvo dotado de vida”. Como podemos notar, los hábitos alimenticios de las
ballenas variarán en función de la especie y de la región en donde vivan. Es el animal más grande y longevo que ronda por estos
pastos acuáticos del océano ya que se cree que puede vivir más de 300 años. Hoare,
P. 2010, p.42s. También se puede consultar la página especializada en ballenas,
web: www.ballenapedia.com.
[5] Hoy se han creado espacios especiales donde su pesca está
completamente prohibida. Encontramos al Santuario
Ballenero Austral con un área de 50.000.000 km2, alrededor del continente antártico, donde
la Comisión Ballenera Internacional (CBI) ha prohibido todo
tipo de caza de ballenas comercial. Hasta la fecha, la CBI ha
creado dos santuarios, el otro existente es el Santuario Ballenero del Océano Índico. Ver Wikipedia:
https://es.wikipedia.org/wiki/Santuario_ballenero_Austral-
[6] Ver Sanchís, I., 2010.
[6] Ver Sanchís, I., 2010.
[7] En Moby Dick
encontramos desde su primer párrafo al casi autobiográfico personaje, narrador
de la historia, Ismael, quien de una vez nos hace saborear su necesidad
existencial de salir del mediocre y mecánico mundo de los hombres terrenales,
llevándonos a su anhelado encuentro con el mar y su perenne orfandad cósmica,
exponiendo una original y personal filosofía del desesperado sobre el mundo y
su tiempo.Es él quien, de forma definitiva, nos relatará la trágica locura del
capitán Ahad y del barco-mundo de la conciencia decimonónica del Pequod.
[8] Melville, H., 2018: Moby Dick, p.23
[9] En 1835 que
asistirá a la Albany Classical School, cuando tenía apenas diecisiete años;
ayudado por su profesor, se convierte en tenedor de libros y entre 1836 y 1837
se encontraría ejerciendo como maestro en una escuela primaria en Albany y
luego en la escuela del distrito de Sikes (Pittsfield). Ver: Weaver, 1921.
[10] Melville
2008: Lejos de la tierra y otros poemas. cit. en la nota #32, p.156.
[11] Parker,
1992, p.545.
[12] Melville, 2018, p.25.
[13] A ésto habría
que agregar que en las alforjas de su memoria el determinante contacto que fue
para la ampliación de su juicio personal, el haber convivido con las culturas autóctonas (las calificadas como
“precivilizadas” o previas a civilizarse) de la Polinesia, que le dieron una
amplia perspectiva marginal respecto a la condición de la cultura occidental
junto a su concepción personal y escéptica de la historia, cuya evolución no
resulta sino un preocupante juego de fuerzas amoral.
[14] Borges, JL. 1996:
Obras Completas IV. Emecé. B.A., pág. 109.
[15] Pavese, C. Herman
Melville, en: https://www.pagina12.com.ar/diario/verano12/23-97894-2008-01-24.html#arriba.
Visitado el 03 de enero de 2019.
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