Kant o la música
como juego de
emociones
David De los Reyes
En memoria a Ezra Heymann
La música es la taquigrafía de las emociones
La música es la taquigrafía de las emociones
Sólo la música me dio la oportunidad de revelar mis emociones
Igmar Bergman
Las tres Críticas de Kant
Las
ideas estéticas de Kant pueden rastrearse en varias obras. Se les puede
encontrar, desde un punto psicológico y antropológico, en sus Observaciones sobre lo bello y lo sublime
que data de 1764. Sin embargo, desde el punto de la filosofía del arte no puede
compararse esta obra con la Crítica de la
Facultad de Juzgar, para
reconocer que en ella se encuentra el grueso de sus planteamientos estéticos.
Con ella se cierra el plan cíclico propuesto por Kant de transformación de la
filosofía; en un período de nueve años, que van de 1781 a 1790, donde expondrá
sus ideas al público universitario alemán y llevará a cabo la estructuración y
redacción de las tres obras, por las
cuales ocupa un sitial único en la
historia de la filosofía, dada la densidad filosófica y la novedad científica
presente en ellas tres.
Si
esta obra Crítica, anteriormente
nombrada, fue la última de esta trilogía, las dos primeras, como bien se sabe,
son la Crítica de la Razón Pura y la Crítica de la Razón Práctica. La primera
se ocupó de los límites del conocimiento, la segunda de los límites de la
acción u obrar moral. Pero una vez comentado esto se debe aclarar que nuestro
interés nos remite a lo estético y, por tanto, a comprender la idea estética
que tuvo Kant sobre la música o el arte de los sonidos, la cual, como veremos,
estuvo comprendida desde varios aspectos que son relevantes.
La música o el arte de los sonidos: ¿retórica o
poética?
Para
Kant el arte poético, el cual debe su origen al genio y es el menos guiado por
normas, preceptos o ejemplos, es el que tiene un mayor rango de belleza,
elevándonos estéticamente hacia las ideas. Kant une la poesía con la música, de
la cual surgen los cantos, y de este arte, unido a la representación pictórica,
obtendremos la ópera. En esta secuencia de la complejidad y complementariedad
de las artes, la música es vista siempre, rodeada o sometida a través de la
palabra por un lado, y la representación teatral, al juego de los gestos y
declamaciones en un espacio escénico, por otra. Con la ópera Kant encuentra que se llega a un juego de las
sensaciones en la música por estar
presentes distintas disciplinas artísticas en un todo. Su jerarquía de las artes coloca al arte de
los sonidos (“Tonkunst”) quedando en un espacio estético posterior al arte
poético, creación que proporciona un deleite puro, y gracias al arte de la
metáfora, aquel obtiene el sentido de las ideas.
Kant
llega a distinguir dos formas de apreciar la música. Una en tanto bello juego
de las sensaciones a través de la audición y otra, a diferencia de la primera,
como juego de las sensaciones agradables acompañadas por modos de conocimiento, es decir, por un juicio estético. ¿Qué
quiere decir con esto? ¿Qué diferencia se encuentra entre una y otra forma de
percibir la música?
Aquí
se establece una distinción entre el arte que es solamente efectivo por ser mecánico, lo cuál quiere aludir al
placer que proporciona sólo sensaciones
agradables. El otro, el sentido estético del arte, es el que acompaña al placer
no solamente de sensaciones sino también con la facultad de juzgar
reflexivamente a esa representación sensible; se aparta de lo únicamente
agradable para los sentidos y trasciende hasta la reflexión y el juicio, actitud que llevará a
obtener distintos modos de conocimiento del fenómeno artístico.
Vemos
que Kant hablará ya en su época de aquella música que acompaña a los ambientes,
música de acompañamiento (música de
ambiente), la cual puede formar parte de una reunión entre amigos que no
prestan mayor atención a la obra ejecutada y sólo se adhieren a ella por la
diversión y las sensaciones agradables obtenidas, como goce del baile mundano o
el suave acompañamiento sin mayor contemplación requerida. Y otra música que
será considerada como obra de arte no retórica sino poética, y promueve otras
actitudes y atenciones, incitando la
cultura de las fuerzas del ánimo con
vistas a la sociable comunicación.
Tal
intención comunicativa implica un concepto por el cual determine y juzgue a la
obra; y ello nos hace apartar de la mera sensación, entrar en el campo de la
representación lingüística y conceptual, promoviendo una representación y
constituyéndose en un evento estético, alejándose así del mero círculo de las
sensaciones agradables. Es esta una distinción importante en la reflexión
kantiana del arte no sólo respecto a la música sino a todo arte en general.
La intimidad afectiva de la música
La
música es la creación que nos provee de muchas sensaciones sin conceptos, lo
cual, según Kant, no nos deja nada para meditar; acto que se suspendería, como
se ha mencionado, sí está acompañada por la poesía. Pero la música tiene la primacía
de mover e influir al ánimo de una
manera variada, cambiante y, si se quiere, afecta más íntimamente que otras
artes.
De
ahí que Kant no sorprenda al decir que la música es más goce auditivo que
cultura, afirmación que se pudiera objetar aseverando que sin un mínimo de
cultura nunca se llega a poder interpretar y hasta escuchar gozosamente la
música y ello entraría en lo referido al arte que se asume mediante modos
comunicativos, es decir, el arte que ha sido sometido al juicio estético y no a
quedarse sólo como mera sensación agradable.
Es bueno analizar esa frase, es mayor goce que cultura. En su
discurso de la Crítica de la Facultad de Juzgar, ha comentado lo que
aquí se ha hecho notar antes. La poesía conduce a meditar y a despertar mediante
el juego de las imágenes poéticas al mundo de las ideas; al ejercicio del
pensamiento por medio de los eslabones lingüísticos de la metáfora. Proporcionando la capacidad
de un juicio estético, poético, reflexivo, donde la filosofía crítica kantiana
depara esa actividad intelectual y estética una búsqueda y un perfeccionamiento
moral en el individuo.
En
cambio Kant ve, principalmente, como se vio con Platón, que la música afecta
intensamente el ánimo, despierta las
pasiones y muestra la dulzura y la tragedia de la vida con el juego de las
sensaciones auditivas. Por ello es que afirma que el juego del pensamiento sólo
es agitado sesgadamente por el simple afecto, lo cual él agrega que ello
resulta por mera asociación mecánica. De esta manera la música puede dejar de
ser goce y tornarse, por su continua repetición, en hastío, o en el
adormecimiento de las mismas sensaciones.
Se conoce que el siglo XVIII permaneció
bajo el prejuicio de la jerarquía clásica de las bellas artes respecto al grado
de cultura que proporciona al ánimo y a la sensibilidad. Conviniendo con ello
la ampliación de nuestras facultades con la propia facultad de juzgar con
vistas al conocimiento. Kant, como se ha apuntado, encuentra que la música debe
quedar desplazada hasta el lugar más bajo de esa jerarquía, pues su lenguaje
conceptual se desplaza en otras relaciones conceptuales que proporcionan otro
tipo de conocimiento, como dirán los representantes de la estética romántica.
Pero, a su vez, Kant llega a comprender
que la música pudiera ocupar el grado más alto de las bellas artes al
intensificar y multiplicar el juego de los afectos y efectos en el ánimo del
individuo. Si respecto a las sensaciones la pintura nos puede proporcionar ideas determinadas y más duraderas, la música
en eso es menos certera y, según Kant, ofrece ideas indeterminadas y
transitorias respecto a las sensaciones auditivas con que nos afectan en su
emisión y disipación.
La música en tanto quiebre de la libertad individual
Kant
realmente pareciera no tener un gran gusto por la música y si la piensa como un
arte que sólo se conforma por un juego de los afectos en el ánimo y proporciona un mínimo de cultura al
entendimiento, también declara que la música está asociada a cierta falta de
urbanidad y cierta restricción de la libertad individual. Esto surge cuando la
voluntad y nuestro oído no puede deshacerse ni dejar de escucharla cuando es emitida en un espacio urbano social
donde nos vemos afectados por ella quiérase o no.
Sus palabras son precisas: difunde su
influjo más lejos de lo que se le pide (hacia la vecindad) y de tal modo se
impone, por decir así, quebrantando la libertad de los otros, ajenos a la
sociedad musical. En contraposición a ella están las artes que hablan a los
ojos, pues éstos sólo con desviarse del objeto y no verlo, evitan acoger su
impresión, dejando libre a nuestra voluntad de toda afectación determinante.
En
una nota del parágrafo # 53 de su Crítica
de la Facultad de Juzgar (Kant, 1992) señala más enfáticamente esta falta
de urbanidad en la música. Objeta como atropello a la libertad privada de cada
cual, la recomendada costumbre protestante del siglo XVIII de cantar canciones
religiosas para los ejercicios de culto en el seno del hogar; pues nunca
pensaron la ruidosa devoción (y, por
ello, comúnmente farisaica, añade) que se imponía al público unirse
molestamente al obligar que por vecindad a esos cantos y deponer así cualquier
otra ocupación meditativa.
Solamente
pensemos por un momento como hoy en día estamos afectados sin escapatoria a
toda la carga de la contaminación sónica que encontramos presente en nuestro
mundo contemporáneo y seguro que esta reflexión resulta algo inocua por la
sutilidad de las voces de los cantos religiosos ante el avasallamiento intenso del
ruido y sonidos electrónicos contaminantes en nuestras vidas.
Para
Kant la música que no tome en cuenta la elección del vecino de no querer
escucharla, realiza una quiebra en la emoción y en la libertad de los
individuos que no quieren ser afectados por ella. De lo anterior también
pudiéramos pensar en los usos públicos y recreativos en los espacios sociales
abiertos a la música dentro de la ciudad y su afectación vecinal impuesta por
su volátil pero constante presencia como dominación sónica ciudadana. El silencio bien puede representar también
una elección humana.
Música y Salud
Kant remite la música a un juego que
nos conduce al deleite placentero, es decir, aquello que nos agrada en la
sensación o sensiblemente. Y ello, como bien se sabe y se ha comentado antes, no puede ser una
exigencia universal, pues cada cual se puede deleitar distintamente respecto a
otro individuo. De ahí que el deleite sea más personal, a modo de un juicio
placentero, y menos, algo que puede abarcar una cierta universalidad y cierto
grado de conocimiento.
Pero el deleite tiene otros fines,
fines sensibles y no precisamente sólo racionales. El deleite consiste en un
sentimiento de estimulación de la vida total del hombre, nos reconcilia con
nuestra corporalidad y por tanto con él recobramos cierta dosis de salud. Es
por lo que Epicuro refería todo deleite a una sensación corporal, a una
ausencia de dolor, asegurando que prefería una complacencia práctica más que de
orden intelectual, más deleites con resultados con miras a la reconstitución de
nuestra vida total que a la placentera y vanidosa complacencia intelectual, la
cual puede, realmente proporcionar, a
cambio, penas y displacer corporal.
Pero
el juego musical puede proporcionar un grado de salud corporal. Kant no dio a
ello el nombre actual de musicoterapia, sino se refiere a ello como deleite. El
cambiante juego de las sensaciones deleita porque nos fomenta el sentimiento de
salud, independientemente de cualquier enjuiciamiento racional que pueda
deducirse de ese juego. Este afecto de las consonancias sonoras sin aparente fundamento racional y con
propósito interesado, se debe a que las sensaciones tienen su relación con un
afecto preciso y puede ir acompañado o no, del despertar de ideas estéticas en
el individuo.
En el juego de los sonidos encontramos
qué sucede para el que escucha, sin la necesidad de pensar en algo y
deleitándose con sólo el cambio constante de las emociones vívidamente. La
salud corporal está presente en esta experiencia del deleite que nos engalana a
través del sentido. Estado autónomo a los juicios que podamos hacer en relación
con la armonía o enarmonía sonora de la obra en cuestión o suscitar en nosotros
ideas ingeniosas, independiente de toda belleza necesaria a la actividad del
juego musical que favorece a la acción vital del cuerpo.
En
palabras de Kant:
El
efecto que mueve las entrañas y el diafragma, en una palabra, el sentimiento de
salud (que de otro modo no podría sentirse sin una tal ocasión) lo que
constituye el deleite que se encuentra en ello, por llegar al cuerpo también a
través del alma y poder usar a ésta como médico de aquel (1992:239).
Así,
gracias al influjo de las vibraciones de la música en nuestro espíritu llegamos
a poder restituir las disfunciones y el displacer de nuestra corporalidad. Kant
no deja de asegurar que este juego de la sensación del cuerpo, como caja de resonancia, nos
lleva a ideas estéticas de las obras musicales que nos afectan y desde éstas
vuelven, en retorno, con más fuerza unificada, hacia el cuerpo.
Sobre la forma, el tono y las matemáticas en la música
Pero
si Kant habla de un quiebre de la libertad individual al inundar los ambientes
con el efecto musical social; o del deleite y la salud proporcionada por el
juego de las sensaciones auditivas, pensamos que entra en un terreno equívoco
en su reflexión con la música al relacionar al goce universal que puede
arrastrar toda obra musical con la expresión de este lenguaje en su conexión
con un tono, y hasta con el sonido de cada nota. Los tonos, los sonidos en sí mismos no tienen
una condición intrínseca de despertar ciertas intenciones anímicas o
placenteras sonoras. El resultado de cualquier juego de las emociones que
susciten se deberá a las relaciones que se establezcan gracias a la
durabilidad, densidad, repetición, cromatismo, intensidad y acentuación, elementos propios del arte de la música.
Nos
encontramos que Kant sólo somete al arte de la modulación, de los tonos,
llamados por la tradición como “menores” y “mayores”, como la comunicación
intrínseca y propia de la obra musical. Lleva la modulación a ser un lenguaje
universal, sin darse cuenta que la música que él conoce sólo lo remite al plano
del bosquejo territorial europeo. Tal universalidad modular de las sensaciones sólo es
comprensible dentro de las afinidades tradicionales y al espacio cultural donde
se originan.
Por otra parte, si hay diferencias
entre sus propuestas musicales kantianas y lo que ha venido a ser la música hoy
día, obviando ciertas propuestas contemporáneas, bien se puede estar de acuerdo
que la música es un lenguaje de los afectos auditivos y nos comunica así, según
la ley de la asociación, las ideas estéticas naturalmente ligadas a ese
lenguaje.
De
ahí que para ello Kant requiera colocar la idea de forma, característica constitutiva de todo clasicismo artístico,
concepto con que se prefigura la comprensión de un juicio estético reflexivo
ante el arte de los sonidos que puede, si se quiere, sólo ser visto por la
intimidad de efectos anímicos agradables (o no, diríamos hoy) que proporcionar
al sustraer toda atención a la forma, es decir, a la combinación de los
elementos que suministra la sintaxis de este lenguaje de los afectos para que
ellos surjan irrumpiendo en nuestra emoción.
Kant apunta que las ideas estéticas no
son sólo conceptos y pensamientos determinados, pues en la música encontramos
que la forma de la composición de las sensaciones que se originan por la
combinatoria de la armonía y la melodía, sirve como la fundamentación
primordial para la aparición de un lenguaje que ayuda a expresar, por medio de
esos elementos de composición, un proporcionado atemperamiento de las
emociones.
Y
es aquí donde Kant afirma que este
lenguaje de las emociones puede llegar a dosificar matemáticamente a esas
emociones, pues la forma musical, junto a la armonía, al tiempo, a la melodía,
a los recursos tímbricos y sus reiteraciones y contrastes, desarrollos
temáticos, etc., pueden estar sometidos, todos ellos, a un sentido y uso
matemático, descansando, ciertas reglas, dentro de un orden de relaciones
numéricas. En el caso de Kant estas relaciones las deja al espacio temporal de
las vibraciones del aire donde simultáneamente y sucesivamente se unen en un
espectro sonoro.
Pero a diferencia del uso matemático
que podemos encontrar, por ejemplo, en
el serialismo schoenbergiano del siglo pasado, Kant comprende que las
matemáticas no tienen ellas únicamente la parte mayor para la constitución del
atractivo y la emoción del ánimo que suscita la música. En música no se puede prescindir del modo del
ars combinatoria para producir las
emociones requeridas y plasmadas de una manera plástica y sonora dentro de una
obra.
El
recurso de las relaciones numéricas en la música puede observarse como una
condición indispensable respecto a la proporción de las impresiones dadas por
una obra; relaciones numéricas, consonantes dirá Kant, que por sus enlaces
y por sus cambios, es comprensible el
flujo de emociones que se nos ocasionan y que no pueden destruirse por su
condición inestable y temporal en su emisión sonora, sino que este flujo sonoro
se concuerda en vistas a un movimiento que las vivifique continuamente gracias
a las alteraciones anímicas que a través de los efectos consonantes sentidos
por este tejido matemático implícito en la música.
La estética de Kant nos lleva a cómo
comprender que la música puede llegar a ser un arte de meras sensaciones como
evocadora de juicios estéticos; música
entendida como obra de arte que incita a la facultad reflexiva a
transitar a través de la música o el arte de los sonidos en tanto
disciplina retórica o poética, bajo la intimidad de una afección que puede
llevar a un quiebre de la libertad urbana o al deleite que conduce a una
reconstitución de nuestra salud corporal y moral. Así lo sería para Arnold Schöenberg cuando nos dice que: "Nunca fui capaz de expresar mis sentimientos o emociones en palabras. No sé si esta es la causa por qué lo hice en la música y en la pintura. O viceversa, usar la música y la pintura para renunciar a decir algo con palabras".
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