La
racionalidad comunicativa
y
la “paradoja” popperiana [1]
Ezra
Heymann
La
teoría de la racionalidad, que ha recibido en nuestros días desarrollos y
estímulos importantes en el campo socio-político, en primer lugar por las obras
de Habermas y Rawls, obtiene su tensión específica por la oposición que
establece Habermas entre racionalidad comunicativa y los conceptos de
racionalidad instrumental y sistémica. Pero igualmente se han destacado las
relaciones internas que vinculan estas formas de racionalidad entre sí y que en
conjunto se oponen en la vida social a la violencia como base de las relaciones
humanas.
Los
campos teóricos representados por los filósofos mencionados adquieren su
relieve, no sólo ante la distensión en las relaciones entre las grandes
potencias, sino ante todo por la evidencia creciente de que la guerra civil
mundial que ha sido por un lapso, entre los que anhelan un cambio social, la
visión predominante, representa una salida desgraciada no sólo por el largo
período de violencia sangrienta que presupone y por su salida incierta, sino
también porque tiende a instaurar una violencia permanente, dado que su
concepción es la de la creación de una sociedad para la cual no se prevén
formas lícitas de disenso, enfrentamiento y conflicto.
Así
como los planteamientos actuales tienen como horizonte los posibles consensos
socio-políticos que enmarque los disensos, o más exactamente, la comprensión de
la necesidad de llegar a tales consensos, así también al finalizar la Segunda
Guerra Mundial, estaba viva una esperanza similar. Es en aquel momento que
Popper escribe su gran diatriba La
sociedad abierta y sus enemigos, en cuyo capítulo 24 desarrolla su
concepción de la racionalidad crítica. Esta concepción ha sido, junto con
varios trabajos ulteriores suyos, unos de los puntos de partida de la discusión
actual tanto en lo que atañe a un concepto de racionalidad socialmente
relevante, como en lo que atañe al principio de racionalidad como principio de
las ciencias humanas.
Esta
ponencia tratará solamente el primer contexto, aquél en el cual Popper formuló
su concepto de racionalismo crítico y tomará en cuenta el principio de
racionalidad sólo en la medida en que el primer contexto lo involucra.
Popper
procede a dar determinación al concepto de racionalismo
crítico mediante delimitaciones con respecto a otros conceptos. Como aclaración
previa señala que “racionalismo” no se usa aquí en oposición a “empirismo”, ya
que abarca toda disposición a aprender del pensamiento y de la experiencia
intersubjetivamente verificables, sin la necesidad de plantear una cuestión de
prioridades.
En
este sentido se opone su concepción en primer lugar al pseudorracionalismo, que
es la concepción de acuerdo con la cual exista una facultad especial, presente
en algunas personas, que las capacita para aprehender la verdad. Platón
representa esta postura en aquellos textos (en particular Timeo 51e) en los cuales afirma que, si bien la opinión verdadera
es accesible a todos, sólo a una pequeña parte de los hombres les son
accesibles los verdaderos entes, la Ideas. Esta concepción es la opuesta al
racionalismo crítico, por cuanto este último no identifica la razón con ninguna
facultad particular que un ser humano podría poseer o no poseer, sino que la
entiende en el sentido de una disposición general de atender argumentos
independientemente de la persona que los profiera, lo que implica la negación
de toda presunción de infalibilidad. Así como Platón ejemplifica la teoría de
las facultades superiores de conocer la verdadera realidad, así es sin embargo
la misma figura de Sócrates, que Platón esboza en muchos diálogos, la que
ejemplifica la atención crítica a argumentos y la conciencia de la facilidad
con la cual caemos en el error.
Desde
el inicio de su exposición deja Popper en claro que entiende por racionalidad o razonabilidad una disposición social. Si Robinson Crusoe es capaz
de razonar, esto ocurre porque antes en su vida social ha aprendido a argüir.
Pero no sólo muestra Popper lo social en la génesis de la racionalidad, sino
que sostiene que sólo por un encuadre social continuado podría nuestro Robinson
llegar a corregir los prejuicios que son inevitables a partir de una evolución
mental particular, y sólo la tentativa de explicarse a alguien puede dar la
disciplina de la articulación clara y razonada de su pensamiento.
Este
último ejemplo lo encontramos en el capítulo 23, en el cual Popper trata de la
índole social de la ciencia, y sin
duda es la ciencia para Popper un paradigma de actividad racional; pero del
texto se desprende igualmente con toda claridad que Popper no identifica de
ninguna manera la racionalidad con la ciencia. La ciencia es para Popper más
bien un ejemplo y una prueba de que son posibles entendimientos racionales,
pero la racionalidad que le interesa más en esta obra la socio-política, que a
su entender puede ser ayudada por la ciencia, pero que es obra moral y no
científica. Se ha hecho famosa su recomendación de una ingeniería social, una expresión que sugiere fácilmente una
concepción odiosa que considera la realidad humana como material en las manos
de un constructor que se las sabe todas. El concepto popperiano de ingeniería
social parcial (piecemeal social engineering)
se opone por una parte al historicismo, la visión de acuerdo con la cual las
sociedades humanas tienen una trayectoria predeterminada que se trata de
prever, pero por otra parte se opone Popper a la ingeniería social en grande, a
la utópica, que postula una acción que de una vez cambie la sociedad de acuerdo
con cierta visión preestablecida. Mientras que la ingeniería social utópica parte
de un pretendido saber acerca de los que la vida humana debe y puede ser, la
ingeniería social y tentativa que defiende Popper parte por el contrario de la
conciencia de nuestra profunda ignorancia acerca de las condiciones del
acontecer socio-político y del supuesto que existen límites de principio de la
previsibilidad de este acontecer. Pues si se admite que el acontecer humano
depende del pensamiento y del conocimiento de las personas, y se admite
igualmente que el pensamiento y el conocimiento son progresivos, o, para
extremar la cautela, que están en proceso, entonces es obvio que no puedo
conocer hoy lo que accederé a pensar y a conocer mañana, y por lo tanto me
falta hoy por principio el conocimiento de algunas condiciones del acontecer de
mañana.
En
esta situación de incertidumbre no puede recomendarse sino la intervención
social limitada y atenta siempre a los resultados de cada paso dado. Ese acto
interventor y la percepción de las modificaciones obtenidas hacen hablar a
Popper de tecnología social, en un sentido que invierte la concepción corriente
de las relaciones entre ciencia y tecnología, que entiende la tecnología como
ciencia aplicada. Se debe notar que una ciencia puede constituirse solamente
una vez que hemos adquirido una amplia experiencia de trato con un sector dado
de la realidad, es decir que la tecnología debe preceder a la ciencia, y sólo
después de un prolongado ejercicio de tecnología social racional podremos
aspirar a una ciencia social.
Este
aspecto de la ciencia, más bien olvidado en el resto de la obra epistemológica
de Popper, abre, a mi entender, una de las perspectivas más interesantes para
la teoría de las ciencias sociales que haría falta integrar con las otras
propuestas que Popper ha ofrecido en su obra ulterior.
Desde
luego que podemos lamentar los términos “ingeniería” y “tecnología social” y
preferir el término de “praxis”, pero el lamento tendrá que ser simétrico, ya
que la filosofía de la praxis tiende a omitir la especificación de las
condiciones de una praxis racional, a aun de una praxis de la cual podemos
decir que aprendimos algo de ella, y se acerca entonces la postura que reclama
para ciertos grupos una intuición infalible.
Hasta
aquí la delimitación frente al pseudo-racionalismo que representa una especie
de gnosticismo en materia social. La segunda delimitación que permite
especificar al racionalismo crítico será frente al racionalismo total (comprehensive rationalism). Por
“racionalismo total” no entiende Popper la pretensión de poseer conocimientos
infalibles (que caracteriza más bien al pseudo-racionalismo) sino más bien la
actitud dispuesta a declarar: “yo no estoy preparado para aceptar nada que no
pueda ser defendido por medio del argumento o de la experiencia”.
No
es inmediatamente evidente que esta actitud sea excesiva, pero Popper aducirá
contra ella fundamentalmente dos argumentos. El primero es el general, de que
toda argumentación debe partir de ciertos presupuestos. Podría ponerse en duda
aquí el argumento de Popper señalándose que para examinar las consecuencias de
ciertas hipótesis no hace falta que las asuma como verdaderas. Pero aquí se
hace evidente que Popper entiende por “hipótesis” algo más fuerte que una mera
exploración de posibilidades: una creencia en la cual confiamos aunque sea
provisoriamente, sin poder dar suficientes razones. Popper está aquí todavía
lejos de considerar las hipótesis como entidades del tercer mundo del espíritu
objetivo, y las considera más bien como creencias de personas, creencias sobre
cuya base éstas llevan su vida, aun estando dispuestas a abandonarlas cuando
queden falsadas o cuando haya razones a favor de creencias alternativas.
Pero
más en particular se trata para Popper de mostrar que la misma resolución
racionalista de atender argumentos sin acepción de persona no puede ser demostrada como la correcta, y que por
lo tanto el racionalismo total, al rechazar todo lo que no está bien demostrado
debería rechazar aun su propia tesis, cayendo con ello en una contradicción
semejante a la Paradoja del Mentiroso.
“…ni
la argumentación lógica ni la experiencia pueden establecer la actitud
racionalista; pues sólo aquellos que ya están prontos a considerar los
argumentos o la experiencia, y que han adoptado ya esta actitud serán
impresionados por ellas. Esto quiere decir que debe adoptarse primero la
actitud racionalista si alguna argumentación o experiencia ha de ser efectiva,
y por lo tanto aquélla no puede estar basada en la argumentación o en la
experiencia.”
Pero
aquí tropezamos con dos serias dificultades. Primero, el racionalismo total,
así como lo construyó Popper no afirma y no supone de ninguna manera que los
argumentos conclusivos correctos estén dotados de una gracia irresistible, en
virtud de la cual convencen a cualquiera, por más que alguien tape sus oídos.
El racionalismo total, así como Popper lo describió previamente está
comprometido con la tesis de que existen razones buenas y conclusiones a favor
de su propia postura, pero no con una tesis de que estos buenos argumentos se
hicieran efectivos por igual en los que los atienden cono en los que no los
atienden. Una derivación válida no depende en su valides de una prótasis “si me
haces el favor de prestar atención”. Vemos de esta forma que la formulación del
razonamiento de Popper en este texto citado es defectuosa, y debemos
reconstruir de otro modo su intuición.
Pero
antes de intentarlo conviene notar el segundo
tropiezo en las líneas citadas. La afirmación de que debe adoptarse primero una
actitud racionalista si alguna argumentación o experiencia ha de ser efectiva,
no puede ser considerado sino como un desliz absurdo. La disposición general de
aprender de la experiencia no es una actitud que un ser vivo adopta o deja de
adoptar, y similarmente no hace falta convertirse primero al racionalismo para
entender y atender el argumento “cuidado al caminar porque acabo de pulir el
piso”. El mismo Popper señala en las páginas siguientes que el irracionalista
no tiene por qué rehuir todo razonamiento. Él puede muy bien atender argumentos
cuando bien le plazca. Que un político no atienda los argumentos de sus
adversarios, y quizás tampoco los de sus aliados, no implica de ningún modo que
no prestará mucha atención a los de su médico, y tampoco cae el irracionalista
en una inconsecuencia lógica si después de haber escuchado las explicaciones
fisiológicas del médico, desatiende sus razonamientos políticos o filosóficos.
El irracionalista carece de un compromiso con la racionalidad pero no de
capacidades racionales, y dar tales capacidades por supuesto es parte de la
postura racionalista. De este modo parece que la frase que comentamos en este
momento no permite reconstrucción, sino que debe ser eliminada, si hemos de dar
cuenta de manera coherente de la concepción popperiana.
Volvamos
ahora a la dificultad principal y más fecunda que hemos encontrado, la basada
en la necesidad de distinguir entre la validez
de un argumento y el efecto que
este puede tener en una determinada persona, distinción que podemos precisar
también como la que se establece entre la lógica de una decisión teórica o
práctica y su dinámica.
Es
suficientemente claro qué quiere decir que haya argumentos conclusivos a favor de
cierta tesis, es decir, de una cierta proposición, pero ¿qué sería ofrecer una
demostración a favor de una actitud? Obviamente se piensa aquí en demostrar que
ella es necesaria para ciertos fines que a su vez se demostrarían como
irrenunciables dada una cierta constitución humana, dando a la palabra
“demostración” un sentido convenientemente amplio. En este sentido no parece
difícil demostrar que la actividad racional es un constituyente imprescindible
de la vida humana, así como podemos demostrar, apoyándonos en la experiencia y
en el razonamiento, que la alimentación
es necesaria para la vida, no sólo para éste o aquél, sino para cualquier fin.
Pero así como no se sigue de esto que estamos obligados a comer siempre que
tengamos la oportunidad, y ni siquiera que en cierta circunstancia tuviéramos
que dar a la alimentación una prioridad absoluta, así no se sigue de ello que
tuviéramos que razonar en todos los asuntos y que tuviéramos que hacerlo en el
trato con todos por igual. La necesidad genérica de racionalidad no implica de
suyo un compromiso con la racionalidad en el sentido popperiano de una actitud
que da preferencia constante a la resolución de los conflictos mediante la
consideración de los argumentos de todos los involucrados, y con ello en el
sentido de un principio de imparcialidad.
Ahora
bien, Karl-Otto Apel ha sostenido vigorosamente en los últimos veinticinco años
que sí es posible dar una fundamentación última del compromiso con la
racionalidad. Toda comunidad de lenguaje, supone Apel, es una comunidad argumentativa,
y por lo tanto, quien propone una proposición se compromete con las condiciones
de la argumentación. Quien dice algo entra con ello en el juego de lenguaje de
la evaluación mutua de argumentos, un juego de lenguaje que no es uno entre
otros, como aquellos de los cuales habla Wittgenstein, sino una condición
trascendental, es decir, necesaria, del conocimiento a nivel humano.
Más
en particular –señala Apel- se le puede conceder a Popper que adoptar los
principios de racionalismo crítico representa una decisión ética, pero debe
tenerse igualmente en cuenta que “una decisión ética para ser comprensible como tal presupone las
reglas de juego de una comunidad comunicativa, que llegan a ser conceptualizadas precisamente en el
racionalismo crítico.”[2]Aún
una decisión por el irracionalismo –sostiene Apel- se mueve en este marco, que
se niega sin embargo a reconocer. Esto no quiere decir que en la concepción de
Apel la realización práctica de la racionalidad se efectúa por el razonamiento
solo, pero sí se sostiene en ella que la reflexión acerca de la comunidad
implícita en toda deliberación y decisión revela el suficiente fundamento de
validez de la exigencia racional.
La
argumentación apeliana, que es bastante intrasparente, tiene sin embargo desde
ya el mérito de plantear la cuestión acerca de las condiciones en las cuales
podemos hablar de una decisión, y en particular, de una decisión ética.
La
afirmación de que la decisión a favor de la racionalidad es una decisión
irracional, un acto de fe, se descompone, en nuestra reconstrucción, en dos
tesis independientes:
1. La
tesis de que, si bien hay buenos argumentos a favor de la racionalidad, no hay
argumentos conclusivos: los argumentos que tenemos adquieren fuerza, fuerza lógica, sólo en conjunción con
premisas que se derivan de la decisión ética de querer respetar en lo posible a
todas las personas.
2. La
tesis, un poco obvia, de que ningún
razonamiento probatorio o no, se impone sin una disposición apropiada por parte
de las personas a las cuales se dirige el discurso.
La
primera tesis apunta al carácter no probatorio, sino estimativo y tentativo de
la decisión a favor de la racionalidad, que se expresa ya en la descripción de
la actitud racional como buscando en lo posible
acuerdos. Con esto ya se admite que su campo de aplicación es en algún grado
incierto, y es muy plausible que no haya razones probatorias a favor de la
prioridad dada a la racionalidad comunicativa cuando se admite que en su
aplicación ella tiene eventualmente que competir tanto con consideraciones de
viabilidad y eficiencia, como con consideraciones derivadas de nuestros
vínculos personales, que son inevitablemente selectivos y preferenciales. Pero
queda todavía sin aclararse el concepto de decisión, tanto cuando se habla de
la decisión a favor de la racionalidad, como cuando se trata de la decisión
ética subyacente.[3]
Es aquí que se hacen relevantes las precisiones de Apel.
El
mismo Popper ha señalado en varias ocasiones que la explicación en las ciencias
sociales consiste en un análisis de la lógica
de la situación, siendo determinada una situación por los fines (se
entiende que cuando se habla de conocimientos, se habla también de su objeto,
la realidad conocida). En el ensayo “La racionalidad y el status del principio
de racionalidad”[4],
Popper agrega que el análisis de la situación requiere el principio de que los
agentes actúen de manera adecuada o apropiada bajo el nombre de “principio de
racionalidad”.
Popper
aclara que el principio de racionalidad así entendido no implica de ninguna
manera que todos los hombres tienen una actitud racional, así como no borra la
diferencia entre lucidez y locura. Pero el principio exige que aún la locura
sea entendida como la mejor salida que una persona pudo encontrar en una
situación, que es determinada por su visión determinada de la realidad. Eso
quiere decir: por acción no entendemos la reacción ciega de alguien, sino un
comportamiento del cual es en principio posible ofrecer una reconstrucción
racional, en el sentido de mostrar cómo los deseos y las creencias de una
persona dan lugar, a través de un procesamiento cognoscitivo reefectuable por
nosotros, a cierta salida.
Por
lo tanto, podemos hablar de una decisión
sólo cuando consideramos una toma de posición, no como surgida de la nada, sino
como originada en un cierto proceso cognoscitivo. Es muy errada la asociación
del concepto de decisión con la arbitrariedad, una asociación que entre otras
cosas ha llevado a un malentendido radical de la tesis que desarrolla Popper en
La lógica de la investigación científica
acerca de la base empírica de la ciencia. Las proposiciones protocolares, que
enuncian cuáles son los hechos bien establecidos, señala Popper en esta obra
(cap. 5), no son infalibles e incorregibles. Se establecen mediante una
decisión, así como una corte de jurados da su veredicto y llega eventualmente a
la conclusión de que las pruebas acerca del quid
facti? son suficientes. Esta explicación advierte a un lector atento que no
se trata de un acto arbitrario en el sentido de que la ciencia podría decretar
soberanamente a partir de sus teorías qué es lo que debe considerarse como un
hecho. Verdaderamente Popper no suele pecar por defecto en su insistencia en
que la experiencia, en particular el experimento, está hecho para poner a
prueba las teorías, y no para adularlas. Ahora bien, en la Sociedad abierta se agrega a ello el señalamiento de que las
evidencias en las cuales se basa el veredicto acerca de los hechos no puede
quedar limitado a una determinada comunidad.
Similarmente,
una toma de decisión práctica no implica una ausencia de deliberaciones, o una
prescindencia de la experiencia, sino simplemente que en algún momento hay que
dar término a la investigación y a la deliberación, al poderse considerar que
las razones para obrar son de suficiente peso. En el sentido del principio de
racionalidad se considerarán de este modo como racionalmente reconstruibles,
tanto la decisión a favor del racionalismo crítico, como aquella a favor del
irracionalismo; y Popper ofrece precisamente en la Sociedad abierta una explicación racional del irracionalismo como
salida ante la angustia de la pérdida de la sociedad tribal que delimita
claramente los que son nosotros y los
que son otros.
Ahora
bien, Apel agrega a la idea de que una decisión debe ser entendida como una
solución de problemas, o como resultado de una deliberación implícita, la idea
de que ésta presupone s su vez un marco social, una comunidad comunicativa de
referencia, y cree que estamos autorizados a afirmar que la decisión ética de
la cual habla Popper no consiste en otra cosa que en la reafirmación de nuestra
lealtad a la comunidad comunicativa abierta con la cual nos vinculamos, no sólo
cuando hablamos, sino también cuando lo hacemos en nuestro foro interno, es
decir, cuando pensamos.
Pero la Sociedad
abierta nos da buenas razones para dudar de esta última tesis de Apel. Aun
admitiendo que hay una referencia social en todo pensamiento –lo que Popper
parece estar dispuesto a admitir- no se sigue de ahí que la comunidad que
constituye una especie de marco ideal del pensamiento tenga que ser una
comunidad abierta. Ella puede ser tribal y sectaria, y cabe pensar con
Habermas, que sólo a través de una cierta lógica del desarrollo de la humanidad
se da la cuasi-necesidad por la cual la potencialidad racional misma, que
suponemos en todo ser humano, llega a ser la base de la identificación
comunicativa más relevante. Análogamente considera Habermas que la moral
consiste en última instancia en sentimientos de solidaridad con todos aquellos
que por su socialización interior se han vuelto socialmente vulnerables. Aquí
se contempla igualmente una evolución humana que lleva del énfasis en la
pertenencia a nosotros, a nuestro grupo, al énfasis en la forma general de la
sociabilidad, y creo que se ha hecho ahora obvia la deuda que esta visión tiene
con Popper.
Igualmente
les es común a Popper, a Habermas al mismo Apel la conciencia de que la vida
humana requiere tanto el sentimiento en que se basan los vínculos humanos
particulares, como la razón universalizante; y Popper en particular recalca que
el afecto representa la primera base y la coronación de la vida. Pero su
inmediatez y su alcance reducido marcan su insuficiencia. Cuando Popper señala
que se pueden aducir buenas razones, aunque no de suyo concluyentes, a favor de
la actitud racional, el argumento principal que desarrolla es el siguiente:
cuando surge un conflicto, esto significa que el afecto amistoso ha agotado sus
recursos, de modo que en el plano afectivo sólo queda recurso de los
sentimientos hostiles. En esta situación, poder recurrir a la atención a
argumentos constituye una segunda oportunidad, que no parece tener sustituto.
Que
la racionalidad es nuestra segunda
oportunidad, que ella consiste en el cuidado de vínculos interhumanos que ella
no crea de la nada, aunque los amplía y renueva, que la racionalidad no puede
operar sin el permanente concurso de impulsos vitales prerracionales y que
pierde todo sentido sin referencia a ellos, eso parece ser el núcleo racional
de la afirmación de que la decisión a favor de la racionalidad es una decisión
irracional. Pero más allá de este núcleo, y reconocida la virtud de esta
fórmula de plantear problemas filosóficos centrales, debemos decir que ella
expresa un equívoco. Las actividades específicamente racionales no se instauran
a sí mismas, el ser humano no comienza a argumentar convencido con argumentos a
hacerlo; pero una vez que argumente puede muy bien ofrecer una reconstrucción
racional de los procesos que lo llevaron a razonar, y esta vez una
reconstrucción racional que los ratifica. Se puede ofrecer una justificación
racional de las prácticas racionales que atienden sus fuentes prerracionales,
así como se puede mostrar la irracionalidad de las actividades que incluyen la
exigencia de que todo sea
argumentado. No hay tautología en la primera ni contradicción en la segunda
afirmación. Pero para no caer en el vicio de la argumentación excesiva, si es
que no he caído ya en él, no lo voy a demostrar y paro aquí. Anagkh
sthnai
y dar las explicaciones a medida que se requieran.
[1] Ponencia presentada en el Coloquio Interuniversitario Iberoamericano Racionalidad científica, racionalidad
práctica y racionalidad teológica, en la UCAB, Caracas, Octubre, 1989 y
publicado en Cuadernos Venezolanos de
Filosofía, Nos. 5-6, 1991, pp. 5-15.
[2] Akten des XIV
Internationalen Kongresses für Philosophie, Universität Herder, Wien, Vol. III, p. 428
[3] En el caso de Popper no se trata de dos decisiones, sino de que la
decisión a favor de la racionalidad es una decisión ética.
[4] “La rationalité et le statut du principe de rationalité” en E. M.
Classsen (ed.): Les fondements
philosophiques des systèmes économiques, Payot, Paris, 1967)