Sobre el tirano en la antigua Grecia
David De los Reyes
“Aquel que va a vivir junto a un tirano
Se convierte en su esclavo, aunque
hubiera sido hombre libre cuando llegó”
Sófocles (frag. 253 N)
“…no se convierte en esclavo,
Si al llegar es un hombre libre”
Zenon, Stoicorum Veterum Fragmenta,( I, 219)
Sobre la aparición del tirano en la ciudad griega
I
La creación de la ciudad en la antigüedad está acompañada con la aparición de la figura del rey. ¿cómo fue en un principio tal personaje en el que se concentró la autoridad de la ciudad o comunidad? Sin oponerse a las tribus, familias y las fatrías, en un principio era el sacerdote (chaman) del hogar público, al que se le fueron agregando, por confianza o por poder, otras actividades: el mando del ejército, la dirección de la asamblea y el dictamen de los juicios. La aristocracia saldrá de estos jefes tribales. El rey es uno de los líderes de la tribu, pero cada pater de familia tendrá una posición análoga al rey pero en su gen (tribu, grupo familiar) (De Coulanges, 1997, cap. III).
Con el tiempo los ancestros comienzan a legislar. El poder de la ciudad adquiere extensión hacia otros espacios públicos. Gracias al prestigio del rey se resta poder a las autoridades tribales. Los reyes se consideran dioses, descienden de Zeus, momento en que se desarrolla la soberbia y la arrogancia del poderoso; actúan bajo el mando de la desmesura (hybris) y se consideran sagrados. La presencia del rey será motivo para entrar en conflicto con la aristocracia (los eupatridas en Atenas; los éforos, en Esparta), que eran quienes antiguamente gobernaban las familias. El poder del rey vence al poder de la realeza desplazada, la cual era primitivamente sagrada, sin su poder, la ciudad prescinde de ella. No se anteponen a la autoridad religiosa del rey pero sí a su autoridad política. De manera que se escinde el poder político. En el siglo VII a.C. los reyes de las ciudades de Grecia son despojados de su poder por las tribus pertenecientes a la ciudad. Se divide a su vez el poder religioso. La aristocracia recupera el poder político y religioso sobre sus tribus (gens), dejando a los reyes en su función religiosa sacerdotal, (Márquez, 2011:44).
Entre los cambios de poder surge el sentimiento de la envidia de los aristócratas ante el rey, que será un sacerdote. Ello da pie para una disputa entre los dioses de la ciudad (representados por el rey) y los dioses de la tribu (representados por los pater eupatridas). La envidia se cierne sobre ellos. Comienza a escucharse la frase los poderosos son envidiosos.
Es el momento en que se pasa de aceptar a los gobernantes como seguidores de la verdad (aletheia), u hombres justos, virtuosos y prudentes, por individuos viciosos y envidiosos; se pasa de ser vistos como maestros de la verdad a líderes de partidos. Píndaro en Píticas (11.27.25) refiere que los ciudadanos son aptos para hablar mal de los demás porque la prosperidad trae consigo envidia. Y Herodoto (cit. en Walcot, 1978:38) sugerirá que la causa de los crímenes de los reyes es que son presa de la hybris que se engendra cuando alguien es demasiado poderoso. Como ha visto Márquez (op.cit), Phthonos, la envidia, comienza a jugar con los hombres, haciendo desenvainar la espada para destruirse unos contra otros.
La aparición de los tiranos tienen su origen en la creación de colonias de una ciudad madre (metrópolis), la cual no implicaba separación ni destierro si no lograr mejores condiciones de vida, tanto para los nuevos colonos como para la ciudad de origen, que hacía la vida algo más placentera en ella al eliminar el excedente de habitantes por medio del abordaje colonial de tierras. Las nuevas ciudades no tenían tradiciones monárquicas, no implicaba ninguna autoridad política con la ciudad madre, eran independientes; en un principio estos territorios coloniales eran gobernados por un consejo de ciudadanos, luego serán sustituidos por una especie de tirano o líder.
Los tiranos tienes su origen en el enfrentamiento entre los eupatridas y los líderes de familia inferiores, que eran considerados como los antiguos clientes de esa aristocracia, los cuales se sintieron con suficiente fuerza para derrocar o desplazar del poder a aquellos. De esta tensión por el poder entre estos dos grupos surgirá la necesidad de líderes; los clientes o clase llana, propondrán los suyos que, en como una especia de monarcas, serán llamados tyrannos: individuos que no posee investiduras divinas y su poder surge por mero contagio de la simpatía mundana. Tyrannos significa usurpador, un usurpador que tendrá la fuerza y popularidad suficiente para mandar como monarca, sin que nadie tenga el pensamiento de que sea un gobernante ilegítimo. El pueblo bajo, que quieren gozar de una ley (nomos) común parecida a la de los eupatridas, le da confianza total al tirano y como este es usurpador del poder divino tendrán el temor del castigo, por envidia, de los dioses (Herodoto cfr. Historia, III; Máquez, 2011:47; Walcot, 1978:38). Los tiranos se imponen, por apoyo popular, a los eupatridas, como es el caso en Corinto de Cispelo al dominar a la familia de eupatridas los Básquidas; similar sucede en Mileto con Trasíbulo; en Mitiline con Pitaco; en Samos con Polícrates; y lo mismo en Epidauro, Megara, Calcis, Sición, Siracusa, etc, durante el siglo VII a.C. Ellos son un síntoma del malestar de una mayoría que quiere verse representado y gobernado por un igual, que ponga límite al poder de los eupatridas y establezca un nomos, ley a favor de los llamados clientes, la clase mayoritaria popular. El tirano en principio no tenía un gran poder, sólo era usado por los de menor rango social para no imponerse sobre ellos los eupatridas.
Los tiranos no logran mantenerse por mucho tiempo, para esos momentos pueden tomar su lugar hasta uno de los miembros enriquecidos de la clase mayoritaria. Se crean discursos contra el gobierno del tirano pues eran gobernantes ilegítimos. Según Herodoto la envidia de los dioses se dirige contra los tiranos, porque ellos son usurpadores del poder divino, no tienen ninguna autoridad legal (Walcot, idem). En la Antígona (506-7) de Sófocles advierte que no sólo los dioses sino también los hombres envidian a los tiranos. Esto lo podemos ver en el Hieron de Jenofontes, al entrevistar el poeta Simónides al tirano refiere que una de las situaciones que debe enfrentar el tirano es la envidia que representa el lugar que ocupa y el ejercicio absoluto del poder ante el resto de los gobernados.
Para el siglo VIII, reyes y eupatridas se consideran iguales; ambos se piensan que son sagrados: entre ellos surge la envidia por el poder no sólo religioso sino político. En el siglo VII surge la simpatía entre los clientes (clase inferior) y los tiranos: tal relación se construye por una aspiración a la igualación por el simple hecho de que por ninguno de los dos lados eran portadores de investiduras sacerdotales y tener un vínculo directo con lo sagrado. Surge un paralelismo entre lo mundano: los clientes, el tirano, y lo sagrado: la aristocracia y el rey (basileus); paralelismo que por un buen tiempo no se sintió competencia entre ambos bloques, mundanos y sagrados; sólo encontramos una competencia real y a muerte entre los eupatridas y los reyes (caso de Teseo). Entre la clase popular y el tirano sólo habrá una distancia de orden político y económico; sólo se enfrentaran al enriquecerse algunos de esta clase popular y, en segundo lugar, por la nueva forma de hacer la guerra.
Pero ello vino a establecer unas condiciones que en parte enrumbo a la mayoría a una pobreza mayor. Al abandonarse el antiguo régimen paradójicamente comienza a formarse una clase pobre. Anteriormente, antes de Solón y Clístenes, cuando cada individuo formaba parte de una gens (tribu) y tenía jefe (o amo), la miseria era casi desconocida. El individuo era mantenido por el jefe o pater, a quien rendía obediencia y retribuía a éste atención a todos sus requerimientos y necesidades. Las revoluciones democráticas comandadas por un tyrannos, cambiaran tal situación. Pues decretaron algunos, como es el caso de Megara narrado por Plutarco, que se abolió las deudas y a los acreedores, además de la pérdida del capital, se les obligó a devolver los intereses ya cobrados (De Coulanges, 1997:319)[1].
II
Por el desarrollo de la clase artesanal, las nuevas riquezas comenzaron a fluir hacia el estrato de los clientes (la clase llana), mientras que disminuía entre los eupatridas, que vienen a caer en la miseria; se trastocan los rasgos sociales. En el siglo VII a.C., y a consecuencia de la colonización, debido por los procesos de urbanización de las ciudades, puertos y campos, se construye un demos urbano compacto y organizado tanto para el comercio como para el cultivo de los campos, lo cual dará como consecuencia la necesidad de darse líderes o jefes que pondrán con el tiempo en jaque a los eupatridas.
Surgen los nuevos ricos, clase orgullosa que no acepta ser dominada tampoco por los tiranos. La mayoría inferior se organiza en torno a líderes y surge una nueva clase que se erige en torno al prestigio de la riqueza y de la fuerza militar, una oligarquía (por riqueza) y una timocracia (por honor y mando). Las clases sociales compran la seguridad a mercenarios por las clases pudientes. La guerra se convierte en una empresa masiva que albergaba un campo para los héroes y bien nacidos. Se intensifica el reconocimiento de las cualidades de los infantes (infantería), los que van pueden convertirse en valientes o en cobardes; se comienza a vivir una guerra en que se atiende más al número que a las cualidades de los soldados. De héroes y guerreros se pasa a soldados y estrategas (polemarcas)[2]. El soldado sustituye al guerrero, los héroes desaparecen del horizonte, se dejan para los cantos de Homero y las tragedias. Esta condición de organizar el ejército se llamó Reforma Hoplita. Los héroes se extinguen, por imitar a los dioses y creerse sagrados, y al parecerse a los divinos del Olimpo, a estos no les gusta mucho que los imiten (Márquez, ibid, 48).
La democracia (demokratia), es decir, el gobierno del pueblo por el pueblo (demos), se fundamenta en la libertad[3]. Sin embargo hoy día pensamos que la democracia se excede y pareciera ir acompañada de la idea de licencia, la democracia pareciera ser perfecta para acometer cualquier tipo de acciones en nombre de una libertad ambigua. Pero en el mundo griego no deja de ser una importante conquista. En el siglo VIII y hasta el VII, tiempos de Homero y de Hesíodo, el pueblo, los clientes, no contaban para el ejercicio del gobierno. Como vimos antes, el rey (basileus), los gerontes (los mayores), los jefes de la tribu son los que tienen el derecho de empuñar el cetro del gobierno, son los que opinan y dictaminan cuál debe ser el orden a seguir. Festugiere (1953:20) nos habla de la condición de los colonos y de los campesinos. Los primeros tienen que entregar cinco sextas partes de la cosecha (hektemoroi), y los campesinos cultivan una pequeña parte de terreno; esta situación hace que su condición sea inestable, creando una dependencia que lleva a que campesinos y colonos libres sufran privaciones: el colono a pagar arriendo y el campesino a pedir prestado. De tal situación se valen los ricos, quienes prestan con usura y el deudor se somete a una regla nefasta: el insolvente es vendido como esclavo junto a su familia (esposa e hijos), la finca se suma a las propiedades del rico prestamista, que será quien goce de una libertad verdadera. ¿Qué les quedan a los pobres, a los clientes? Si quieren la libertad en su pensamiento y en su cuerpo instalada entonces deberán agruparse y unirse para luchar, el conjunto, en masa, reducirá el estado de inferioridad que individualmente le ha sido dada por condición de nacimiento y pobreza.
El cambio se va a producir en el siglo VII, por el 600 a.C., con la aparición de quizás la más antigua de las constituciones, la dictada por Solón para Atenas, cuando se graban sus propuestas de leyes en un cubo de piedra, clavado a un poste, que permitía hacer girar la piedra para leer por las cuatro caras, sin necesidad de moverse, el dictamen legal soloniano. El espíritu de dichas leyes es ya democrático: el pueblo (demos), promulga una ley constitucional (rethe); los magistrados son elegidos, y desempeñarán un papel dominante en el orden de la ciudad; le siguen unos “reyes” (basileus), como resto de un pasado de individuos pertenecientes a un régimen aristocrático y sagrado; finalmente está la asamblea popular (démou kekleménou), a reunirse en días fijos y administrar justicia. El que estaba condenado podía apelar a un consejo compuesto de 50 miembros por tribu, que se reunía el noveno mes de cada mes y constituido por elección, el cual atendía a todo lo concerniente al demos y en especial los litigios presentados durante el mes. Estas leyes de Solón garantizaron a los atenienses en toda su existencia una “libertad civil”, y sobre todo, que prohibía la esclavitud de los insolventes ante sus deudores (usureros)[4]. Los hijos de las atenienses son ciudadanos libres y se distribuyen en cuatro clases censitarias y todas, desde aquella que posee mayores recursos o reconocimiento hasta la de menos, tendrán cabida en la gestión de los asuntos públicos en tanto miembros de la Asamblea y de los tribunales (Festugiere, 1953:11s).
Esto llevó a que las viejas jerarquías fueron cambiadas por “constituciones”. Otra serie de reformas, las encontramos con Clístenes, que en su mandato remplaza las cuatro tribus que conformaban a Atenas por diez, que a su vez se dividieron en demos. De Coulanges (1997, cap. IV) advierte que todos los hombres de Atenas se distribuyeron entre esos cuadros formados por el gobernante. Y cuando se impuso la Constitución desaparecen los derechos de nacimientos. Quedó el sentimiento religioso pero el pueblo ya no se dejaba manejar por la religión que miraba a los aristócratas como individuos sagrados. Se perdió el misterio en política pues las leyes se promulgaban a la luz de todos. Pericles culminará esta evolución constitución ateniense al promulgar en 451 a. C., el pago de las funciones públicas, lo cual permite que ciudadanos sin recursos materiales tengan acceso práctico a todos los cargos, exceptuando el de estratega (polemarca), el cual es obtenido por una exigida capacidad militar.
De esta manera encontramos dos principios que constituyen y vinculan libertad con democracia: una libertad civil, que por haber nacido y ser miembro de la ciudad garantiza sus propiedades y su persona en la medida que no infrinja as leyes civiles ni políticas de Estado y, por otra parte, el gozo de la libertad política en cuanto ciudadano obtenido por nacimiento, que se reserva a obedecer las leyes, ocupar cargos de magistratura que en un momento fueron realizadas por sorteo y luego por elección. Esto hace que la democracia tenga un diseño en su estructura y fines completamente distinto a la oligarquía o a la aristocracia, no es un sistema ni para los “ricos” ni para los “mejores”, como tampoco semejante a la monarquía o la tiranía, donde el poder pertenece a un solo individuo cuya decisión tiene fuerza de ley (gobierna por decreto).
Como ha observado Festugiere (1953:13), el griego se vio, liberado, por una parte, en su misma persona de las cadenas de esclavitud que podían infligirle las normas de la tradición eupatrida, atándole a formas de servidumbre que constantemente podían aparecer debido a su precaria condición material; por otra parte se libera como en tanto animal político, del dominio tiránico de los primero dueños de Grecia, reyes, (basileus) y eupatridas poseedores de la tierra. De ahí surge el sentido de libertad para los griegos[5], lo cual será una condición fundamental para su civilización pues toda libertad deriva del derecho imprescindible que todo hombre tiene a usar a su antojo de su propia persona, y por tanto puede pensar y expresarse libremente, tanto en su lenguaje, en su conducta y en su actitud. Ello derivó en desarrollar un espíritu donde se favoreció, a la vez, la capacidad de investigar e inventar para los griegos del siglo V, además del desarrollo del individuo en tanto ciudadano (idem:23).
La polis será un espacio donde convivan iguales, surge la isonomía, la igualdad ante las leyes. Pero no duró mucho tiempo en que se hizo la distinción de quienes eran iguales; para empezar serían reconocidos como ciudadanos los que tenían cierta fortuna y fuerza militar, condiciones para aspirar a ciertos cargos públicos. Aparece una nueva aristocracia, pero que emerge del mismo pueblo, no de los eupatridas.
En Herodoto (1989, III:283s) en Los nueve libros de la Historia, encontramos el contraste entre los distintos gobiernos, la monarquía, la oligarquía y la democracia al comentar el ascenso de Darío I al poder de Persia. Es interesante presentar cómo es rechazada la democracia por los jefes persas, a pesar de que haya quien la defienda. Y se nos presenta ya el espíritu democrático que presidía en Atenas, a través de una de las voces persas de las familias dominantes, Otanes.
La situación está referida en la conjura contra los magos, al retirar el gobierno del usurpador Esmerdis y vengar la muerte de Cambises II (que era hermano de Esmerdis), por parte de Darío, donde discuten varios miembros del septenvirato (conformado por los jefes de las siete familias principales de Persia), cuál tipo de gobierno debe establecer. Y se exige un voto razonado para ello por parte de cada uno. Darío defiende la monarquía, Megabizo la oligarquía y Otanes la democracia, el régimen popular. Otanes defiende acabar con la tiranía en todas sus formas, refiere todas las desviaciones y desmesuras que hace el tirano con su gobierno, en cómo transforma las leyes constituidas y abusa de las mujeres ajenas, y también pronuncia sentencias sin oír al acusado. Por todo ello defenderá un estado republicano, de llevar en su mismo nombre de Isonomía la justicia igual para todos, sin permitir que se caigan en los vicios propios tanto del tirano como del monarca, permitiendo a la suerte el ser empleado en un cargo público, exige a los magistrado cuenta y razón de su gobierno. Es un régimen que admite a todos los ciudadanos en el desarrollo de los negocios públicos. Otanes está firmemente convencido de con su voto anular la monarquía propuesta por Darío sustituyéndola por un gobierno popular, que para él es el mejor.
Megabizo coincide con Otanes en anular a la monarquía pero en total desacuerdo en su elogio de establecer un gobierno popular que para él resulta lo más temerario el pasar al vulgo la autoridad soberana y así imponer el imperio del más insolente, vil y soez populacho. Para él pasar de la altivez de un soberano a la insolencia del vulgo que de por sí es desatento y desenfrenado. Prefiere al soberano pues este sabe cuándo obra; el vulgo actúa según le vengan ganas, a capricho, sin saber lo que hace y por qué lo hace (III, LXXXI, p.284). El vulgo no tiene saber de nada: cierra los ojos y arremete de continuo como un toro, o quizá peor; a la manera de un impetuoso torrente lo abate y lo arrastra todo ¡Haga Dios que no los persas, sino los enemigos de los persas dejen el gobierno en manos del pueblo!, es la solicitud de este jefe. Y defiende que sea una oligarquía el sistema a escoger, asumiendo el gobierno los más cabales, dentro de los cuales estarán todos ellos, siendo las resoluciones públicas más acertadas por ser dictadas por los hombres de mayor mérito y reputación.
Darío (idem III, LXXXII:285s) entra y aprueba el voto de Megabizo respecto al vulgo pero no acepta la oligarquía a la que se dirige su propuesta, pues ella es proclive a crear grandes discordias entre los que conforman gobierno. De la democracia opina que va acompañada del cohecho y de la corrupción en todos los negocios; se desarrolla una lucrativa iniquidad por aquellos que administran los empleos y los cargos públicos; se constituyen grupos de poder entre los magistrados, que vienen a aprovecharse privadamente del gobierno, cubriéndose mutuamente para no quedar al descubierto ante el gobierno y solo cesa cuando un magistrado aplica el remedio al desorden público. El opina que la monarquía es la mejor de las tres. No hay mejor gobierno que el de un gran varón, aconsejado por los mejores talentos del reino. Y pregunta de dónde surgió el Imperio Persa su libertad e independencia ¿Del pueblo o por ventura de la oligarquía? No, de la monarquía. En suma, mi parecer es que nosotros los persas, hechos antes libres y señores del Imperio por un gran varón, por el gran Ciro, mantengamos el mismo sistema de gobierno, sin alterar de ningún modo las leyes y fueros de la patria, lo más útil que considero para nosotros (idem).
Al no estar para nada de acuerdo ni con Megabizo y menos con Darío, pues el monarca termina siendo una especie de tirano, Otanes, que desea introducir el gobierno popular y derechos iguales para todos los persas refiere esto:
“Visto está, compañeros míos, que alguno de los que aquí estamos obtendrá la corona, o bien se la dé la suerte o bien la elección de la nación a cuyo arbitrio la dejemos, o bien por cualquier otra vía que recaiga en su cabeza. Pues yo renuncio desde ahora al derecho de pretenderla, ni entro en concurso, persistiendo en no querer ni mandar como rey ni ser mandado como súbdito. Cedo todo el derecho que pudiera pretender, pero lo hago con la expresa condición de no estar yo jamás ni alguno de mis descendientes a las órdenes del soberano” (idem, III, LXXXIII:286).
Otanes es libre, retira toda pretensión de mando monárquico a obtener, y exige que no sólo para él sino para todos sus descendientes, sin querer ni ser rey y menos ser súbdito. Aceptada su propuesta por seis de los reunidos sale del congreso. De esta forma hace que su familia, hasta el momento en que Herodoto escribe este texto, sea sólo su familia libre e independiente entre los persas, pues se mantiene así en la medida en que no incumple con las leyes establecidas por el Estado persa. Darío asumirá la monarquía persa entre el 521 al 486 a.C., que a su muerte comenzará el declive de este imperio con la coronación de su hijo Jerjes I.
Pero la descripción que nos hace Otanes de su concepción del gobierno popular estará presente en el alma griega del siglo V., sobre todo la idea de la isonomía, el reparto igual entre todos de los derechos cívicos y la igualdad ante la ley.
Sin embargo encontraremos en el logógrafo y maestro del arte de la oratoria Isócrates, su opinión crítica al gobierno popular en uno de sus discursos, A Nicokles, en que la sana distancia entre los iguales y los plutócratas es imposible en una democracia o en una oligarquía, unos y otras injurian al Estado por sus ambiciones personales, situación cambiante a cuando se vive dentro de una monarquía (Márquez, 1978:50). En ese régimen, la monarquía, el único a envidiar sería el rey y se encuentra a una gran distancia ante los demás y por ello, la ambición y la envidia de los otros por hacerse de cargo, no le llega. En el discurso A Nicocles, 3.18, Isócrates deja claro su visión ante este aprendiz de tirano chipriota, pues le advierte que aquellos que viven en oligarquías o en democracias populares están condenados a mantener una permanente rivalidad y a injuriar ante el bien común; en una monarquía, al no tener qué envidiar, se puede llevar a mejorar el bien público. La monarquía vendría a propiciar el bien común, pero su establecimiento para ese momento en Atenas es cosa compleja frente a las demandas de la aristocracia y de los demócratas por atajar al poder. En la antigüedad había un vínculo entre Zeus y el monarca que lo legitimaba ante los demás, su poder venía dado por un recurso trascendente; es un individuo que se hallaba en el centro de los asuntos y del mando de la ciudad pero a la vez escapaba de la cotidianidad mundana; su condición sagrada lo llevaba a dirigir ritos religiosos.
La democracia descrita pareciera ser, con todas sus críticas y disposiciones demagógicas debido a la oclocracia en que decantará en diferentes épocas, sin embargo, un régimen con más bondades que la oligarquía o tiranía que sustituía. Un régimen en que la libertad es un elemento protagónico y para la opinión común de Atenas, en el que el hombre puede participar de la libertad en sus distintas modalidades como propone toda constitución democrática. Los atenienses se comparaban son los súbditos del Gran Rey persa (Darío I y luego su hijo Jerjes I), como hombres libres frente a esclavos; los griegos habían conquistado un estilo de vida que no querían abandonar, y consideraban que era el único régimen en que podía asegurar un total desarrollo de la persona humana, (Festugiere, 1954:19).No ser esclavo de ningún hombre es la gloria del griego. No obedecen a ningún hombre, obedecen a la ley, la cual es expresión de la voluntad del pueblo: hace las leyes en la Asamblea y es también quien forma las magistraturas.
Una de las observaciones más precisas sobre ese sistema la encontramos en Aristóteles al señalar en su Política (2, 1317 b 2) en que ahora la libertad consiste, por una parte, en el hecho de ser alternativamente gobernado y gobernante. Situación que se constituye al establecer una noción de justicia popular gracias a la igualdad de derechos para todos, la bien llamada isonomía griega; tal libertad confiere el derecho de que cada quien pueda vivir a su modo, como lo entramos descrito en la Oración Fúnebre de Pericles (lo cual contrapone la condición del esclavo, que no puede vivir como quiera sino como le mandan) (Tucidides, II). Y la otra característica de la democracia griega es la conciencia de no tener señores. Si es posible no tener ninguna, y si no, de alternar entre súbdito y señor, gobernado y gobernante, gracias a atenerse a la libertad de igualdad para todos los nacidos en Atenas.
En democracia y en oligarquía la rivalidad se crece. Los tiranos –que muchos serán oligarcas que gobernaran en la democracia- querrán parecerse a los antiguos reyes, les gusta más el poder que inspiraban los sátrapas persas que los antiguos reyes basileus griegos, (Walcot, 1978:32). Pero sólo alcanzarán a conseguir la riqueza material, el honor y el poder terrenal sin poder superar su condición de usurpadores. Son demasiados mundanos para inspirar santidad y sacralidad. De ahí surgió la creencia fetichista que los dioses no agradaban de que la sociedad fuese gobernada por individuos que querían pasar como dioses sin serlo (Márquez, 2011:51). Para los griegos era vital que los dioses estuvieran de parte de sus gobernantes, sin ellos esperaban las peores catástrofes, tanto naturales como políticas.
Cuando los pueblos democráticos se cansaban de sus tiranos recurrían, por medio de seis mil votos, enviar a sus dirigentes al ostracismo, término que viene de ostraka, el cual significaba que los votos se hacían mediante una concha de molusco que se metía en una u otra vasija en función de estar a favor o en contra del caso). Entre seis y diez años se le prohibía tocar suelo patrio, se le silenciaba, perdía su posibilidad de ejercer su libertad de expresarse y se condenaba a estar fuera sin perder sus bienes y sus derechos después de ese tiempo. El ostracismo vinculó a la democracia con la tiranía. Fue una institución esencial para el funcionamiento de la vida democrática. Entre los dirigentes que la padecieron están las figuras excepcionales como Arístides, Temístocles, Cimon e Hyperbolo (Walcot, 1978:54s). Pero ni tiranos ni oligarcas, ni ricos ni pobres llegaron a asegurar la dinámica de una verdadera democracia. Siempre se alteró por los intereses materiales de unos o de otros. Cuando los ricos tenían el poder, el gobierno era una oligarquía y se transformaba luego en una tiranía insoportable cuando los pobres ascendían al poder. Como dice Fustel De Coulanges (idem:321), desde el siglo V al II a.C. se pudo ver en todas las ciudades de Grecia y de Italia, excepto Roma, peligrar las formas republicanas de gobierno más por el odio de los pobres que por el descontento de las clases pudientes. Los ricos fueron más fieles al régimen republicano; los pobres, por ignorancia y desesperación, daban menor importancia a los derechos políticos y terminaban acatando no las leyes sino la voluntad del tirano. Esto llevó a que la mayoría prefiriera una monarquía, restando la vuelta al poder de la clase aristocrática. Se crearon dos partidos, aristócratas y demócratas que pelearon por la libertad o la tiranía. Libertad significaba el gobierno en que los ricos estaban encima y defendían su fortuna, y tiranía indicaba exactamente lo contrario. Los tiranos surgirán del poder popular. Su misión, como dice Platón y Aristóteles, era en ser protector del pueblo contra los ricos, comenzando siendo demagogo y combatiendo a la rica aristocracia. El tirano sólo sube al poder en la medida que gana la confianza de la muchedumbre, y la mejor forma es anunciando que se es enemigo de los ricos. Pisistrato en Atenas, Teágeno en Megara y Dionisio en Siracusa procedieron de esa manera. Teageno, en Megara sorprendió en el campo los ganados de los ricos y los degolló. Aristodemo, en Cumas, abolió las deudas, y quitó las tierras a los ricos para dárselas a los pobres. Lo mismo hicieron Nicocles en Syción y Aristómaco en Argos. Los escritores nos pintan a todos estos tiranos como muy crueles, y es probable que lo fuesen; pero principalmente debían serlo por la necesidad que tenían de dar tierras o dinero a los pobres, no pudiendo mantenerse en el poder sino mientras pudiera satisfacer las ambiciones de la multitud y alimentar sus pasiones (idem: 322).
¿Cómo era un tirano según De Coulanges?
“El tirano de las ciudades griegas era un personaje de que nada puede darnos idea. Vivía en medio de sus vasallos sin intermediarios ni ministros, y se castigaba directamente; no ocupaba las posiciones elevadas e independientes propias del soberano de Estado; tenía todas las pequeñas pasiones de un particular, no siendo insensible a los provechos de las confiscaciones; era presa de la cólera, del deseo de venganza personal y del miedo; sabía que tenía enemigos muy cerca de sí, y de la opinión pública aprobaba el asesinato cuando se trataba de inmolar a un tirano. Fácilmente se adivina lo que podía ser el gobierno de semejante hombre” (idem).
Exceptuando dos o tres tiranos, los que reinaron entre el siglo IV y III a.C. gobernaron halagando lo más perverso y bajo de la multitud, rebajaron todo en cuanto había de superior por nacimiento, inteligencia, riqueza o mérito. Su poder fue ilimitado. Los griegos conocieron cuán fácilmente se cambia un gobierno republicano por uno despótico al no mantener un respecto a los derechos individuales. Tal poder se le concede al tirano que al tomar en sus manos el Estado los individuos perdían de tener alguna garantía contra él, convirtiéndose en dueño de sus vidas y de sus bienes.
La Violencia no cesa en Libia
III
E igualmente los cambios de gobierno no significaron la separación de la vida religiosa en las ciudades y el ejercicio de la misma por sus representantes, los arcontes o arcontas. Pero la diferencia con la antigüedad es que ahora esta casta sacerdotal había perdido la toma de decisión de quién ocuparía los cargos públicos importantes. De esta manera el que fungiera de polemarca (estratega militar), cargo importante en una democracia, era elegido por votación general, su ejercicio debía tener el apoyo del demos y no con el favor de los dioses. Para ello se implementa en el siglo V lo que definirá a la democracia, en la igualdad del voto de todos los hombres adultos y ciudadanos. Pero tal igualdad política vino a remarcar más la desigualdad económica entre los componentes de la Asamblea. Si se da la igualdad al voto para detener el sentimiento de phthonos, de envidia en los más, vino a representar otra esfera de conflictos que los atenienses no supieron prever y los espartanos sí. Tal mecanismo de igualdad se convirtió en un procedimiento en que expandió una especie de emoción de rivalidad que se podía admitir la instauración política de la envidia institucionalizada (Walcot, 1978:65; Márquez, 2011:52). El mundo antiguo autores como Eurípides (Las Fenicias), Platón y Plutarco, opinan que solo la verdadera igualdad proporcionaba armonía social y detenía el sentimiento de rivalidad por lo público. Antes de la constitución de Solón, el cual sabía que no hizo la mejor constitución para Atenas pero sí la más conveniente, la palabra del rey o del magistrado sagrado era omnipotente, y apenas se usaba como formalidad el llamar a dar la opinión de todos. El voto para todos cambió esa situación jerárquica, se exigió la expresión de todos para tener la seguridad de llegar a conocer el interés común. El sufragio, como hemos visto, pasa a convertirse en una técnica pública general equitativa (en sus inicios), para el gobierno, dando pie para la creación de las instituciones y la regla del derecho, decidido de lo útil y justo. Más alto que los magistrados y que las mismas leyes, fue el verdadero soberano de la ciudad (De Coulanges, 1997:300s).
Pero resultó que en la democracia todos los adultos tuvieron el derecho de votar en la asamblea y los de la mayoría se volvieron envidiosos, deseaban más de lo que tenían, deseaban tener riqueza y adquirirla por cualquier medio, y llegar a formar parte de la élite.
En las ciudades donde la riqueza era sinónimo de propiedades en tierras no hubo una mayor movilización social. En las otras ciudades, como Atenas, en que la riqueza de la tierra fue menor que la de los comerciantes y los artesanos, dio pie a otras consecuencias; la inestabilidad de las fortunas despertó tanto la ambición como las esperanzas de saltar el cerco hacia la riqueza en las clases inferiores y foco de mira de éstos estaba en la aristocracia constituida, la cual sería atacada.
La aristocracia sería atacada por partida doble. Por lo anterior dicho y por verse obligada a repartir armas entre los más, debido a la amenaza de los bárbaros persas. La guerra apoya la formación de un ejército poderoso, los pobres obtuvieron armas y engrosaron las filas militares y esto, a su vez, ayudó a debilitar y destronar el poder aristocrático. La guerra vino a ser una actividad que redujo la distancia entre los poseedores y los desposeídos. Se cambiaron las constituciones, y en la mayoría de las ciudades se formaron asambleas populares que hizo establecer, a la par, el sufragio universal a todos los ciudadanos (De Coulanges, 1997, cap. IV). Lo sagrado de la política bajó al ejercicio del voto individual. Las diferencias sociales se mantuvieron pero se promulgó una nueva constitución. Este igualitarismo democrático y patriótico partió de la concepción de un pueblo armado (como es el caso actual de Suiza, por ejemplo, o en la condición del militar dentro de los Estados Unidos o en Israel; ¿Venezuela?). No eran tomados como ciudadanos a todas aquellas personas que no cumplían con el deber militar, como eran los niños, las mujeres, los esclavos, los metecos –trabajadores extranjeros, y aquellos que por enfermedad o por otras condiciones no cumplieran con ese requisito.
IV
Quisiera ahora detenerme en la narración que nos presenta Festugiere acerca de la tiranía y la crítica que hace a la libertad griega [6].
Este autor observa que un ciudadano es hombre libre en la medida que no obedece a otro hombre. Sólo obedece a la ley, como nos lo refiere Sócrates en el Critón (52b s), de Platón al decir que todo lo que le ha sucedido en su vida, hasta su nacimiento, se lo debe a las leyes. Para ser ciudadano se nos exige ser esclavos de la ley; como lo muestra el discurso platónico señalado, la ciudad nos hace su esclavo, pues a ella nos debemos completamente. La ciudad propone leyes y la asamblea las discute y las aprueba; se participa y así no estemos de acuerdo con ellas las debemos cumplir una vez aceptadas por una mayoría. Esto nos lleva a la observación de que no hay verdadera libertad sin participación en el gobierno: en Atenas no se admite intermediarios, no hay diputados en la Asamblea ni en los tribunales (Festiguiere, 1953:31); es una concepción no representativa, la responsabilidad ciudadana comienza en esa misma asistencia a la asamblea, es una disciplina de espíritu y de las costumbres. Esta república democrática exige y supone una educación para la ciudad y su política, haciendo a todos conscientes de sus elecciones y propios actos.
La república se diluye por exceso de libertad, se cae en una anarquía (άναχία) y de ahí a la tiranía hay un paso gracias al caos y a la necesidad de restaurar cierto orden civil (es como la expone Platón en su República (libros VIII y IX)[7]. Esta es la situación en la mayoría las tiranías aparecidas en el siglo VII en Grecia, de las oligarquías y sus cambios a la democracia junta a los excesos vendrá el encierro tiránico. Y tiranía sin demos no se establece; siempre es de origen popular. Al aliarse los demás contra los excesos del poder oligárquico el pueblo solicita un protector del pueblo (Ρροστάϛ τιϛ τοΰ δήμον, Herodoto, III, 82), que rápidamente pasa a ser tirano. Su usurpación y aparición siempre irá acompañado de discordias (στάσειϛ) y asesinatos (ϕόνοι). Para muchos escritores del siglo V a.d.C. (Jámblico: Protréptico; Platón: República, etc.) afirman la teoría de que la génesis de la tiranía, que es el mal más grande y funesto para la política, en el abandono de las leyes (anomia); otros advierten que el hombre pierde por coacción del tirano su libertad, una vez que este ocupa el poder; lo más correcto es que al abandonar las leyes, no cumplirlas, gobernar por decreto de asamblea se encuentra la ciudad dentro de un caldo de cultivo propio para la aparición de la tiranía y su acompañante: una ambición personal desenfrenada, moviendo la balanza del orden hacia una vida sin ley y de injusticia; la ley defendía los intereses del pueblo. El tirano, corazón de hierro, lobo humano (Platón), absolverá las leyes útiles al pueblo; la tiranía surge de la corrupción de la libertad democrática (Festugiere, ibid, 38). Al no haber límites los individuos serán conducidos por la pleonexia, es decir, al no estar retenidos por nada, los hombres se dejan llevar por el deseo de poseer cada vez más; el interés privado se sobrepone al interés personal y ello lleva a discordias sociales permanentes cuando no es arbitrado. Es un mundo agarrado al sumo mal, al no haber ley ni justicia está listo el terreno para el tirano.
De esta manera se centra en la votación de los ciudadanos la legitimidad sagrada de la política de la ciudad. Pero esto no impidió que tanto en los iguales como en los desiguales, o en la casta religiosa se continuaran haciendo rituales del hogar alusivos a los dioses; para ello no era requerido poseer un cargo público, bastaba que fuese el padre o un ciudadano normal para fungir de sacerdote ritual; los dioses ancestrales seguían siendo venerados en casa; se temía a fantasmas y a las almas de los antepasados; sus sombras podían estar vigilando las actividades diarias de los integrantes de la familia. Los pobres, incrementada su miseria y para salir del malestar económico, aprovechando su derecho político, comenzaron a vender su voto a cambio de dinero.
Estas son nuestras apreciaciones sobre la aparición del tirano en el mundo griego antiguo. El tirano, por lo visto, es un producto netamente occidental. Los griegos dieron pie para su desarrollo y manifestación política. Los llamados pobres adoran el poder a través del látigo del tirano. La historia actual sigue manifestando esa condición. La ignorancia siempre es acompañada del lobo en el poder, que como un cronos sanguinario, se come tanto a sus mejores como a los peores hijos.
Las fuerzas rebeldes libias de la ciudad de Ajdabiyaes libias de laciudad de Ajdabiya, en el noreste de Libia
Bibliografía
De Coulanges, F. 1997: La ciudad antigua (1ra ed. En 1864, Paris). Ed. Edaf. Madrid
Festugiere, A.J. 1953: La libertad en la Grecia Antigua. Ed. Seix-Barral, Barcelona.
Herodoto. 1989: Los nueve libros de la Historia. Ed. Edaf. Madrid.
Márquez, J. 2011: Envidia y Política. Ed. Textos en Red.
Tucídides, 1989: Historia de la Guerra del Peloponeso. Ed. Akal, Madrid.
Walcott, P. 1978: Envy and the Greeks: a study of human behavior. Ed. Aris & Phillips, England.
[1] Aristóteles (op. cit. De Coulanges, idem), narra lo siguiente: “En Megara, como en otras poblaciones habiéndose apoderado del poder del partido popular, comenzó por declarar la confiscación de bienes contra algunas familias ricas; pero ya en este camino no le fue posible detenerse: tuvo que hacer cada día alguna víctima, y al fin llegó a ser tan grande el número de ricos desterrados y despojados que formaron un ejército…“En 412 el pueblo de Samos dio muerte a 200 miembros de familias ricas, desterró otros 400 y se repartió sus tierras y sus casas”. Y en Siracusa cuando el pueblo se vio libre del tirano Dinisio, en la primera asamblea se decretó el reparto de las tierras. En Cíos, Molpágoras desterraba a los ricos y repartía sus bienes a los pobres. En toda revolución encontramos el hacer variar de manos la fortuna, es decir, las propiedades. Esto llevó a crear dos partidos, el de los ricos y el de los pobres. Las clases elevadas no tuvieron la suficiente inteligencia ni habilidad para inducir a los pobres al trabajo y ayudarlos a salir honrosamente de la miseria y de la corrupción. Algunos trataron pero no se consiguió. Ello hizo que las ciudades comenzaran a estar en manos de permanentes revoluciones: en que despojaba los bienes y otra que los restituía a los ricos otra vez. Esto duró desde la Guerra del Peloponeso hasta la conquista de Grecia por los romanos. Ricos y pobres se odiaron, manteniéndose siempre una doble conspiración. Los pobres eran empujados por la codicia; los ricos, alimentada por el miedo de perder sus bienes. Aristóteles refiere que los ricos pronunciaban un juramento en secreto: juro ser enemigo del pueblo y hacerle todo el daño que pueda. Ambas facciones fueron igual de crueles y criminales, como siempre, podríamos añadir. Así, por ejemplo, en Mileto hubo una lucha entre ricos y pobres donde estos vencieron al principio y obligaron salir de la ciudad a los ricos; enseguida se arrepintieron de tal acción pues se lamentaban de no haberlos decapitado; a cambio se apoderaron de algunos niños pequeños y reunidos en unas eras los hicieron pisotear por bueyes. Al poco tiempo los ricos volvieron entrar a la población, tomaron a los hijos de los enemigos pobres, los untaron de pez y los prendieron en fuego, (idem: 320s).
[2] La palabra estratega (polemarcas), significó jefe del ejército, pero su autoridad no era sólo militar sino que también tenía a su cargo la relación con las demás ciudades, la administración de la hacienda pública y todo lo concerniente a la seguridad y a la policía de la población; manejaba los intereses materiales de la ciudad, por ello su elección, a diferencia de los sacerdotes o arcontes que eran dejados a la suerte, es decir, a la votación de los dioses, estos jefes militares eran elegidos por la votación de los hombres mismos, que a la final en ellos recaería, sus aciertos o su desmesura, (ver: De Coulanges, 1997:301s).
[3] La democracia como gobierno fundamentado en la libertad lo encontramos en los textos de Platón, República, libro VIII, 557b 3, 502b 6 y en Aristóteles Política, 2, 1317 a 20.
[4] Tales líneas de la constitución de Solón las encontramos en Aristóteles, Constitución de Atenas, XII, 4.
[5] El termino opuesto a éleútheros (libre), es el de boúlos, que es el término primitivo para designar a un esclavo sometido a su dueño, despótes. “El esclavo obedece a su dueño contra su voluntad (ákon), mientras que el hombre libre cumple de buen grado (ékon) los actos dignos de alabanza”, (Jenofontes Ciropedia, VIII, 1, 4. Cit. en Festugiere, 1954:13).
[6] Interpretaré el texto de Festugiere La libertad en la Grecia antigua, (1953: 29/47).
[7] Como se puede ver en mis trabajos sobre la tiranía en Platón, quien nos la presentará bajo el siguiente esquema evolutivo de descomposición social: timocraciaàoligarquíaàdemocraciaàtiranía. Aristóteles no compartirá esa secuencia pues analiza que la tiranía igualmente puede surgir no sólo de la democracia sino de la oligarquía.
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