jueves, 8 de mayo de 2025

                                   De Jácaras a Narcocorridos. Y su                                     prohibición (II)

David De los Reyes


Soladadera y soldados. Foto Anónima


Nuestra mirada sobre la relación entre la jácara española del siglo XVII y los distintos géneros del corrido y del narcocorrido es el resultado de una interpretación hermenéutica y de su análisis crítico, con la intención de un acercamiento y comprensión a estos géneros musicales y su impacto, ayer y hoy, en la sociedad. Por ello hemos divido nuestro trabajo en varios aspectos a su favor: la jácara, como una expresión popular del mundo del hampa, el corrido, como un género que vendrá a expresar la vida y la muerte, deseos, traiciones, anhelo de lo cotidiano y de lo histórico, al insertarse como expresión musical en tanto cantos de la revolución mexicana, y la implicación del género con el negocio del tráfico de las drogas, apareciendo como los narcocorridos[1], primero en México en los años 30 del pasado siglo, como en Colombia con la  extensión de las sustancias ilícitas  a partir de los años 70.

 

En una entrevista realizada por la periodista Mireya Cuellar al investigador mexicano Juan Manuel Valenzuela Arce nos aclaran sus palabras sobre la condición la prohibición y realidad del narcocorrido. Valenzuela se ha dedicado a estudiar la historia social de la frontera norte México a través de los corridos y de los procesos culturales que han influido a los jóvenes de esa región[2].   Se plantea cuál es el centro del debate respecto a la prohibición de este género que no puede ocultar su alta presencia dentro de la cultura mexicana.  Según su perspectiva la prohibición del narcocorrido no resuelve nada, el tema está en que los procesos sociales de ese país, y del nuestro, está en la educación de niños y adolescentes y sus oportunidades de inserción dentro de la vida laboral a futuro. Los creadores y cantantes del Narcocorrido hablan sin edulcorantes sobre la agria realidad. Prohibir al género sólo crea una ilusión de que se está haciendo algo efectivo frente a un problema profundo que cuesta muchas vidas, son sus palabras. Y además alega que todas las prohibiciones han fracasados a lo largo de la historia. Siempre se consigue un resquicio por donde permanecer visible (o audible). Su percepción del corrido refiere lo que hemos hablado ya antes, el corrido surge como una expresión del pueblo analfabeto en tiempos antes de la Revolución de 1910, de un pueblo que no sabía leer ni escribir y encontró una forma de contar su realidad inmediata. En el corrido encontró la manera de contar sus tragedias, sus sueños, en convertirse sus cantos en una especie de periódico que narraba los acontecimientos de los líderes y los sucesos de la revolución. Y que luego se ampliaría cuando el narcotráfico salió del clóset. Al referirse Cuellar al grupo que aparece por los años 70 del siglo XX, Los Tigres del Norte, observa que ellos no inventan, las situaciones y los nombres ya estaban ahí. Los presenta como antropólogos musicales, que captan el sentido del pueblo, usando la metáfora para abordar una situación inocultable (‘Los pinos me dan la sombra / Mi rancho pacas de a kilo’). Y presentan la canción Jefe de Jefes sin decir nombresrecrean una historia, una realidad completamente inamovible y extendida de esa sociedad.  En los `90 aparecieron los corridos perrones, con sus creadores y exponentes fueron Los Tucanes de Tijuana (que están prohibidos en la ciudad de Tijuana) y Capaz de la Sierra, momento en que la violencia y la muerte se despliega de manera brutal y frontal. Es cuando los narcos salen a la luz del día, salen del clóset. Crean una jerga popular propia que no inventaron, para nada, los compositores de narcocorrido. Estos corridos perrones serán propios de un movimiento sin edulcorantes y sin metáforas. Surge el Movimiento Alterado que recrean sus canciones una realidad directa y brutal.  El corrido emblema de este movimiento será Sanguinarios del M1 (“Con cuernos de chivo y bazooka en la nuca / volando cabezas a quien se atraviesa / somos sanguinarios, locos bien ondeados / nos gusta matar’).  Enunciados líricos que refrenda una realidad extremadamente violenta. Las ciudades están sitiadas y se expropiaron los espacios públicos.

Pero como referimos al principio, ¿es efectiva la prohibición de este género que recrea una realidad de la que no inventa nada sino sólo la canta? Aparentemente, según Valenzuela, la prohibición de sus reproducciones en la radio y en la tv., no es porque se evitará que los jóvenes se introduzcan en el crimen organizado sino por otros motivos que desenmascaran los mismos narcocorridos. Es así como el gobernador Francisco Labastida, gobernador de Sinaloa entre el 1 de enero de 1987-31 de diciembre de 1992, permitió que se tocaran en espacios públicos en esa ciudad. ¿Por qué?, ¿por qué un gobierno de estado permite su interpretación en plazas y en espacios públicos? La razón es que los narcocorridos destapan lo que se callaba o se ocultaba de una realidad de cómplices. Las complicidades entre políticos y empresarios, militares y autoridades de Estados Unidos implicados en el tráfico de drogas. Es así que los narcocorridos, como los corridos de la revolución, vendrán a expresar una realidad, contar la historia de la realidad inmediata del pueblo y de los ajustes y negocios, aberraciones y traiciones, crímenes y violencias por un negocio que el lucro está más en su prohibición que en desarrollas instrumentos legales para su correcta producción y consumo.

Valenzuela cierra la entrevista afirmando que:

“Corridos como el de ‘Carlos y Raúl’, donde éstos regentean el negocio del circo del narcotráfico, o el de ‘El Gato Félix’, de Joaquín Castillo Puñuñuri, en alusión a Héctor Félix Miranda (‘Hipódromo de Tijuana / toda la gente comenta / que ahí se pagó una lana / y no fue por una apuesta / señores, yo no sé nada / si el río suena, agua lleva’), corridos que tenían que ver con la tierra de las oportunidades y que cantan que ‘el problema es cruzarla / ya en Estados Unidos / el problema está arreglado[3]

 

El Narcocorrido en Colombia

El género del narcocorrido en Colombia es un reflejo de una realidad insoslayable. Es un fenómeno artístico que desde su aparición dentro de la Industria cultural musical ha producido una permanente controversia. Estilo musical de gran aceptación popular, ha arrojado una serie de preguntas sobré el contenido de sus temas, la ética implícita en ellos y su impacto cultural dentro de su percepción público.

En Colombia ha sido considerado igualmente como un subgénero. Prohibido por la oficialidad gobernante desde hace décadas, sigue siendo escuchado en tabernas, restaurantes, casas y por emisoras en las zonas rurales de ese país. Sus historias están directamente relacionadas con el negocio del narcotráfico, donde emana continuamente la inspiración a partir de la vida violenta y la ostentación de riqueza y poder. ¿Qué describen sus letras? Hazañas, críticas a los gobiernos, enfrentamientos armados entre los integrantes de las bandas del narcotráfico.

Esta admiración popular por estos temas nos remonta, como sabemos, a esa larga tradición hispanoamericana que aparece con los motivos tratados por las Jácaras, esas danzas que surgen en el siglo XVII en España, en la que no sólo refieren al jaco, al bandolero, criminal, asaltante de caminos, rufián y a sus mujeres que sobreviven dentro de ese mundo, si no que el lenguaje, parecido al que se utiliza en los narcocorridos, es el propio de un lenguaje marginal, de jerga, tribal urbanita. En el caso de las jácaras hablaban a través de la jerga llamada de germanía. Esta palabra refiere al vocablo catalán-valenciano de germá, que significa hermano, hermano de grupo marginal, con todas las implicaciones de actuar fuera de la ley.

Las jácaras, al igual que muchos corridos tradicionales y los narcocorridos, narran la historia de los héroes populares, a veces en un tono realista, casi periodístico, otras en tono humorístico y su enfoque siempre tendrá la aparición de personajes marginales y delincuentes. En los narcocorridos, como hemos dicho, se actualiza a todos los que se relacionan con las transacciones ilegales y su mundo subterráneo de compromisos irreversibles.

En el caso de Colombia podemos notar que la mayoría reflejan lo mismo que los cantados en el territorio mexicano, glorifican la violencia y la criminalidad, en un intento de normalizar comportamientos aberrantes y asociales, influyendo en la cultura popular dejando una huella en la memoria colectiva de la sociedad a todo nivel. Es por ello, al igual que en suelo mexicano, entra a ser un género controversial, criticado fuertemente por el oficialismo (¡muchas veces hipócrita!), al presentarse como una opción artística popular válida que refleja la realidad social y política de este país. Los argumentos contra la censura, que han sido silenciados, refieren que, al igual que cualquier otro género, tiene el derecho de existir y ser apreciado por su valor cultural e histórico, antropológico y urbano. También es visto como una resistencia cultural, como otros lo ven como la expresión de la decadencia moral y la introducción de los antivalores en la sociedad.

El narcocorrido, tanto del norte (México y los EU), como del sur (Colombia, Ecuador, etc.), vendrían a ser un espejo narrativo musical de una realidad política y social que hasta el momento no se le ha dado una respuesta inteligente dentro de esos territorios. Su permanente cuestionamiento tiene que ver que aborda la violencia y la criminalidad en sus letras, realidad que para el estatus quo de los gobiernos, vendrá a querer ser ocultados, bien por las implicaciones gubernamentales con el negocio o bien por las referencias a un mundo de violencia que borra la tranquilidad social en esas por un negocio que no ha dejado de crecer con los años a todo nivel global. Como cualquier expresión artística, su interpretación siempre radica en la subjetividad del escucha y de su formación educacional, lo cual ello varía según la perspectiva individual. Y sin quedarse en la tradición folclórica del corrido la temática jacarandosa del narco se ha asimilado en otros géneros musicales como son el vallenato, la cumbia, el rock, el hip-hop y la música electrónica, fusionando elementos del narcocorrido con otras narrativas urbanas y expresiones musicales regionales o tribales posesionando novedad y seducción en esas producciones. Por otra parte, compositores experimentales han utilizado partes de grabaciones de este narcogénero musical como material para la construcción y creación de paisajes sonoros, explorando la interacción transdisciplinaria entre música, imagen, violencia, historia y memoria. El narcocorrido todavía tiene mucho que recorrer y contar…



[1] El término narcocorrido refiere a una expresión musical implícitamente relacionada con todo lo que implica el contexto del tráfico de drogas. El término narco se refiere a narcotráfico, mientras que corrido está relacionado con una e importante tradición musical de las más antiguas de México. Al igual que los corridos tradicionales su forma musical deriva de danzas etnocéntricas asimiladas en un sincretismo con los ritmos, poesía y temas de ese país. Sus ritmos se basan en los de la polka, el vals y la mazurca reinterpretados por los giros musicales mexicanos.

[2] Mireya Cuellar: “Los narcocorridos se prohibieron porque destaparon complicidades”: Valenzuela Arce. Diario “La Jornada”, 24 de enero de 2024. Entre sus obras tiene Jefes de Jefes: corridos y narcocultura en México  y otro, Corridos tumbados: bélicos ya somos, bélicos moriremos En: https://www.jornada.com.mx/2024/01/04/cultura/a02n1cul. Visto el 26 de enero 2024

 

[3] Ídem

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