Sobre la nube te veas:
Theodor Adorno, cincuenta años
después
David De los Reyes
Por los caminos de las ondas y de las
nubes de la industria cultural
A los cincuenta años de la partida
definitiva del pensador, filósofo, compositor, crítico de arte judío-alemán
Theodor Adorno (1903-1969), aquellos que seguimos su obra desde antes y ahora, nos
preguntamos: ¿qué de actualidad sigue manteniendo sus reflexiones sobre la
condición del pensamiento crítico que propuso en su última obra, Dialéctica
Negativa (1965)? ¿Cuán vigente son aún los parámetros del arte y la
estética en su Teoría estética (obra inconclusa, publicada en 1971)?
¿Cómo su idea de la ilustración se manifiesta (o quizás no) en los días aciagos
por los que transitamos como humanidad y que han sido centro de atención en su Dialéctica
de la Ilustración (1944)? Consideramos este último uno de los textos de
filosofía más impactantes e importantes del siglo pasado, escrito junto a su
compañero de marras y cercano amigo Max Horkheimer. En el fondo se trata de comprender nada menos que el hecho del por
qué el individuo en lugar de haberse conducido a estadios verdaderamente
humanos se hundió (y sigue hundiéndose) en un nuevo estadio
de barbarie generalizado, ¿globalizado?.
Quienes hemos leído a Adorno sabemos
que no es un pensador fácil de digerir. Cumple con seguir la tradición
hegeliana de un lenguaje hecho a su medida, elegido para entrabarse con los
temas que consideró de vital interés para la posibilidad de un cambio de época
y de vida. Su postura filosófica se iniciará por hacer un análisis del
racionalismo en su condición de ser instrumento
de libertad y de dominio. Señalando a la sociedad capitalista como la causa de
la permanente restricción de las formas del pensamiento y de acción. Es un
rechazo a la razón como fin último. Por tanto, a un año antes de su deceso, se
opondrá al Mayo 68 francés, criticando su accionismo de protesta a favor
de la argumentación crítica. Lo cual provocó que los estudiantes de la
universidad de Frankfort rechazaran su opinión, tomando su aula de clases.
Los textos de la Dialéctica de la
Ilustración de su autoría, como el dedicado a la Industria Cultural, han
sido objeto de múltiples interpretaciones, usos, manipulaciones y
justificaciones para bien o para mal. Por ejemplo, sus consideraciones sobre la
masificación aportada por la simultaneidad y repetición de los contenidos a
tiempo de velocidad luz gracias a la electrónica. Como concepto, la industria
cultural refiere a la desproporcionada valoración instrumental y mercantil de
cualquier resquicio de la cultura. Se
trata de cómo opera y qué efectos provee los productos culturales al ser
estandarizados y masificados por su perspectiva utilitaria e instrumental. La
conclusión es que se llega a la banalización de
toda expresión cultural; es un
apéndice del modelo industrial de producción dominante.
Los índices de la libertad, tan
pregonada por la ideología de la ilustración, sufren en su desenlace una
reducción y coacción debido a la organización económica, en su dominio
indetenible contra la naturaleza. Antes, era propio de ese capitalismo de
recuperación postguerra mundial, una opción donde se acentuaba una libertad individual,
pero la elección terminó recayendo para siempre en la inercia de lo mismo.
Donde las formas de trato se convierten en una formalidad tecno-burocrática,
donde la repetición es lo que da contenido y realidad pseudo verdadera, en
tanto superestructura reinante. El ejemplo que coloca Adorno es el de una
recepcionista de oficina, la cual se ve constreñida a un compromiso obligatorio
y aprendido que va desde el tono de voz en atender el teléfono y en la
situación más familiar de escoger las palabras para responder a un cliente. La vida íntima cotidiana se organizada en torno
al psicoanálisis o psicología cognitiva y positivista vulgar, de cuadernillo de
autoayuda y de coach personal, que es lo que se presenta como la condición
adecuada para llegar a alcanzar el éxito en su puesto a destajo. Una condición
que transportada a nuestros días, ilustra una forma totalitaria simbólico-digital,
hasta en los movimientos más íntimos de cotidianidad, huellas de la industria
cultural se revela y traspasa casi de
forma invisible por nuestras vidas.
El concepto marxista de enajenación,
(reificación, alienación, extrañeza erróneamente usados por los mismos
marxistas), está siempre presente en su mirada negativa en la cosmovisión
dialéctica que nos retorna a la imposible salida de este torbellino de signos y
símbolos, imágenes y sonidos que nos escupen en todo momento los medios de
comunicación para su época. Pero también hoy cuando se torna en un cerco más
asfixiante esa industria de la
distensión, de la distracción, de la conformación de pensamientos y lenguaje
presentes en todos los dispositivos electrónicos que cargamos sobre y debajo de
nuestra piel. Donde lo específico de la vida se convierte en algo absolutamente
abstracto pero asentado en la base de la virtualidad realista de las pantallas.
Un mundo de publicidad invasora en la red del hiperconsumo simbólico y virtual
de un big brother/big data incansable que nos acompaña de forma
permanente. De una industria cultural hoy masivamente cibernética y virtual,
rastreando nuestras elecciones íntimas para convertidas en posibles
manipulaciones instantáneas y reduciendo aún más el espacio de la libertad
individual El cerco está hecho, la libertad también está sometida al diseño
cultural de la banalización, al que nos exigen que reaccionemos a través de
nuestra empatía mecánica digital expresada en conexiones simultáneas y del like
“frontal ratonil”.
Adorno pronosticaba la cultura de masas
como una prolongación de la publicidad. De una publicidad que bien pudiera ser
producto de un capitalismo pulpo, como de un estado monolítico socio/comunista
con rostro humano, pero con zarpa de animal rapaz. La publicidad y el marketing
digital, que se han convertido en más asertivos ante los incautos consumidores
ávidos de nuevos productos ineficaces y succionadores de beneficios y de tiempo
de vida, nos anteponen una asimilación forzada como consumidores de los
mercados culturales. Los mismos que Adorno intentó desenmascarar en todos sus
múltiples significados para su época, como las paradojas del proyecto ilustrado
iniciado en el siglo XVIII.
Para los momentos históricos que
traspasa su vida el dispositivo tecnológico
elegido fue la radio, fruto mecánico de
ondas hertzianas proclive al avance y expansión de la cultura de las
masas. Luego incorporaría en su reflexión al aparato cultural de la televisión.
Y hoy lo serían los smartphones
perfeccionadores, junto con las redes sociales, de ese peinado masificador del
gusto a través de la influencia y el masaje
táctil y perceptual efectuado por la intensa relación del dispositivo cultural
de comunicación. Adorno explora un mundo que se le viene encima, lo envuelve e
intenta contrarrestar su influencia a través de una alta cultura científica y
filosófica en el hacer de la persona como opción de defensa individual. Observó
que el cerco electrónico de los medios de antes (y más ahora), inmuniza contra
cualquier desviación liberal que pudiera ser presentada por las consideraciones
cotidianas del individuo medio de una sociedad. La única dueña de toda esa
estrategia era entonces la empresa privada, pero hoy habría que agregar a la
dirección de gobiernos únicos y totalitarios en los países del socialismo
democrático popular realizado. La empresa, como estos gobiernos
castradores de vida y creatividad humana, vendrían a preservar la totalidad
soberana en el espacio y en el tiempo, al colocar los productores culturales
como mercancía de valores de cambio, pero también como mercancías ideológicas
para la legitimidad infausta de regímenes o líderes populistas, reduciendo
cualquier posible intervención de otros consorcios civiles en el mercado o de
otras posturas políticas más liberales dentro del patio político de un país.
La radio se había convertido, en los
años 30 del siglo pasado, “en la boca universal del Führer”. Hitler
llegó a todos los rincones de Alemania y a las almas de sus habitantes gracias
al paso aéreo de las incisivas ondas hertzianas, transportadoras silenciosas en
su navegar, pero portadoras de infaustos mensajes mesiánicos del delirante de
las masas, “mediante altavoces en las calles, en el aullido de las sirenas
que anunciaban pánico, de las cuales difícilmente puede distinguirse la
propaganda moderna”. Lo que viene a corroborar que la política es un brazo
más de las compañías multinacionales de la publicidad que junto a los portales
de las redes sociales conforman las estrategias de acción para conformar dócilmente,
pero con entusiasmo letal, a las masas en la obtención y permanencia del poder.
Es lo que se puede observar, de forma más matizada pero más directa y eficaz,
con las campañas electorales de un Trump, o con los discursos vociferantes de
los populismos de países del Trópico y del Sur. Los medios culturales de
manipulación (no de información ni comunicación, que es como se nos venden) hoy
más pertinentes, necesarios y más inclusivos en nuestra vida diaria, dan forma
a la causa en todos los sentidos, porque la niegan o porque las reafirman, pero
la indiferencia no está permitida. La presencia del enunciado en nuestras
mentes ya nos da forma a nuestro pensamiento, acosándolo y redireccionando
nuestras emociones (negativas o afirmativas) para su causa. La imprenta lo hizo
con la Reforma, la radio para el ascenso del nazismo, la televisión para la
implantación de la ideología de la publicidad consumista simbólica a la
americana y las redes ahora para la implantación de organizaciones
multinacionales y globales, tanto a nivel económico como el lastre que pesa en
toda condición civil en relación con lo político, recreando un narcisismo
electrónico universal y justificando narcoestados multinacionales.
De esta forma las propuestas y conceptos
de la industria cultural de masas no han dejado de perfeccionarse. Está dentro
de la lógica de la voracidad del capitalismo, del imparable consumo y
producción global (China, sobre todo), y la aguda aplicación de los reflejos
condicionados de la virtualidad ensambladora de mensajes y símbolos, imágenes y
discursos para reducir cualquier vestigio de autonomía personal. ¿Determinismo
del logaritmo digital del big brother/big data ? No cabe duda. Y ante
ello sólo tenemos la propuesta de diseñar personalmente estrategias de
distanciamiento de esa asfixia tecnológica del parasitismo mecánico electrónico
por la que transitan nuestros tiempos vitales.
De esta forma podemos pensar que las
reflexiones angustiosas y radicales de Adorno ante el cerco del mundo
industrializado al proyecto de la ilustración, de esa modernidad que aspiraba a una vida mejor y
más feliz, se hacen más pertinentes. Plantea
hacer una revisión y una actualización del pensamiento crítico y negativo con
que el autor de la Escuela de Frankfurt describió toda esta retícula cultural
de masas, un mundo más ignorante que nunca, más (y mejor) manipulado que nunca,
más confuso que nunca y más pobre en experiencias reales y humanas que nunca.
Pero la felicidad llegó en tono de smartphone.
La felicidad ahora se llama conexión de masas. ¿Cultura de masas? Si, por supuesto,
el individuo autónomo ha dejado de existir, pertenecemos a un magma acuoso de
virtualidades sin sentido, apropiándose de toda voluntad independiente de
aceptar y construir la tan buscada autonomía del pensamiento junto a su
expresión individual, propia de aquel período de oro del iluminismo filosófico
y cultural. Muerta la ilustración del individuo quedamos sólo como un reflejo
ante las pantallas, la oscuridad ahora se ilumina con la fijeza de nuestra
mirada en el flujo de imágenes incesantes y en la nada del suceder de la vida.
Bibliografía
Adorno, Th., 1975: Filosofía y superstición, Capítulo 3. Madrid, Alianza/Taurus.
2001: Mínima Moralia. Ed. Taurus, Barcelona.
2005: Dialéctica
Negativa. Ed. Akal, Barcelona
2005: Teoría Estética. Ed. Akal, Barcelona.
2007: Dialéctica de la Ilustración, Ed. Akal,
Barcelona.
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