Las mil y una lecturas de Doña Julia
Claudia Furiati
Páez | @festilectura
Para Julia leer es un rito de vida |
Estas líneas buscan
desvelar parte del alma lectora de una digna mujer madrileña, que aún a sus 86 años
mantiene un cultivo febril por los libros, que le ha llevado incluso a vencer
el temor ante el manejo de una tableta, y confrontar a la página en pixeles
para rememorar a Kwei-Lan, una de sus buckeanas heroínas. Su nombre Julia
Esteban de Riera, educadora, esposa y madre ejemplar que en medio de jornadas
de convalecencia y terapia por una caída que le afectó la cadera, durante
agosto de 2018, hizo gala de su gran lucidez y confió a esta servidora parte de su colección de anécdotas en
torno a su práctica lectora, varias compartidas con quien en vida fuera su
compañero por casi cinco décadas, el compositor y guitarrista venezolano, Don
Rodrigo Riera (1923 –1999).
Julia y su hijo Rubén Riera de paseo por Guayaquil |
El intercambio fue
alimentado durante nuestras sesiones de lectura en formato electrónico de
“Viento del este, viento del oeste”, novela de la Nobel de Literatura Pearl
Buck y a la cual quiso revisitar por evocarle el estado de gracia en el cual se
encontraba al momento de escudriñarla por vez primera. Los amoríos contrariados
de una chica asiática atada a las milenarias convenciones y su novio de mismo
origen pero occidentalizado, acompañaron y entretuvieron a Julia durante las sosegadas
semanas últimas de gestación de su varón primogénito: Rubén Julio, nacido en Madrid
un 02 de enero de 1957.
Sobre sus inicios en la lectura,
Julia remonta hasta sus escasos cuatro años en el poblado donde nació, en el
municipio madrileño Miraflores de la Sierra. Recuerda que incitada por su
madre, integró una corte de chavales que
recibían instrucción inicial por parte de una viuda de la barriada, al costo de
un centavito por clase. La muchachada al tiempo que aprendía, se distraía de un
entorno que ya a presagiaba el inicio la guerra civil allá por 1936. “El que
quería acudía al patio de su casa portando su sillita y las cartillas de vocales.
Éramos varios críos, incluyendo a uno que le llamábamos ‘El Cateto’ por
provenir del campo. Así mientras los adultos laboraban, nosotros pasábamos el
rato sin molestar”.
Aquellas lecciones
alfabetizadoras fueron fructíferas, pues a los seis años le fue obsequiado por su
mamá, también animosa lectora de
clásicos de la narrativa, la adaptación infantil de “Las mil y una noche”. Y a su
memoria viene fresca la escena del festín, donde unos invitados observar desde
el suelo aquella exótica danza. Y como éste, muchos otros libros fueron
desfilando por su hogar en calidad de préstamo, ya que no contaban como tal con
una biblioteca familiar.
Este recuerdo le hila de
inmediato con otro ya en sus mozos años cuando se celebraban los bailes
juveniles en el pueblo, en ocasiones blanco de prohibiciones por parte de su
abuela, tras comprobar que alguna falta había cometido su nieta. Julia
sonreída se decía a sí misma, “pues no
importa pues aún tengo los bailes folletinescos de la Corín Tellado u otro
autor de la novela rosa española”. Y si este género fue uno de los predilectos
de entonces, así como la novela histórica. De allí que además de los relatos de
las hermanas Brontë (Charlotte y Emily), tuviese entre sus preferencias
librescas los relatos de Benito Pérez Galdós como Fortunata y Jacinta, Doña
Perfecta o El Abuelo.
Entrando a la
adolescencia, Julia pasaría a ser estudiante semi-interna en instituto de las Misioneras
Pontificias y de la Sagrada Comunión en Málaga, por lo que sus lecturas pasaron a ser los
evangelios y la vida de santos. Refiere que el foco de enseñanza de estas
preladas, como solía acostumbrarse, estaba en hacer de sus pupilas unas núbiles
de bien, cosa que podía “empañarse” si mucho leían.
Las tabletas ya no les intimidan |
“El colegio-convento
quedaba entre la montaña y la mar. En una ocasión convine con una compañera ir
a la playa que estaba en las cercanías. Ante aquella delicia marina resolvimos
darnos un chapuzón con ropa incluida. La
reprimenda por parte de Sor María Jesús no se hizo esperar al llegar al internado”.
No recuerda cual fue el castigo, aunque supone terminó en un confinamiento
temporal. El que si evoca vívidamente es
“el regalazo de mil demonios” que recibió en la palma d su mano por una
de las hermanas y que le avivó el coraje para denunciarla ante la Madre
Superiora. Contra todo pronóstico, contrariando quizás a una escena referida de
alguna de sus protagonistas ficcionales, la directora abogó a favor de ella y
desincorporó a aquella implacable monja. “Tan sólo la hermana María del Amparo
reparaba en enseñarnos y cultivarnos el intelecto, confiada que podríamos ser
algo más que una damas del hogar”, acota la educadora en su repaso lector.
Isabel Esteban, su prima
y hermana escogida, le acompañó en muchas de sus correrías en torno a los
libros; una que les marcaría como quinceañeras nada tuvo que ver con el género
del folletín, sino con la que dicen los entendidos fue la primera novela
moderna: Don Quijote de La Mancha de Miguel de Cervantes. Una llamativa edición
les fue entregada por el padre de Isabel, acompañada de su dictamen: “es una
pieza monumental y ya sabrán lo que es realmente una buena lectura”. Se adentraron
en ella en una suerte de mini círculo de lectura en voz alta y desde entonces
sus páginas son eventualmente repasadas por Doña Julia, especialmente en
aquellos pasajes donde Sancho Panza hace gala de “su sentido realista ante las
cosas”.
También fue Isabel quien
le conectó con el mundo de la música formal, al pedirle le acompañara
ocasionalmente al Real Conservatorio de Música y Declamación. Y si bien melodía
popular ya le forjaba el espíritu por el cotidiano el canto zarzuelero de su
mamá, a manera de alejar su penar por la temprana muerte de su marido, a Julia le vino en gracia educar aún más su
oído con repertorio clásico. Fue así como con iniciando la década de los 50,
conocería al maestro venezolano de la guitarra Alirio Díaz, a quien debe la
lectura de su primera biografía, la de Juan Sebastián Bach. “Sorprendida quedé
de saber que el virtuoso maestro alemán escribía sus piezas bajo luz de luna”.
Pero el deslumbre mayor
que propiciaría Díaz ante su nueva amiga, sería el presentarle a su compadre y
colega de estudios musicales, Rodrigo Riera. Junto a este otro caroreño
universal de la guitarra, consolidarían sus lazos en 1953 para formar una
talentosa y unida familia, en la que la música se compaginaría con los estudios
pedagógicos. Así los cuatro hijos de nuestra “caroreña nacida en Madrid”, egresarían como músicos de conservatorio y cursarían postgrados universitarios. Mary como intérprete lírica, Rubén en la guitarra clásica, Andrés en el fagot y Juan José en el violín (aunque posteriormente declinaría su carrera musical por la de la ingeniería electrónica).
Julia y Rodrigo Riera escribieron sus propia historia a partir de 1953 |
Justo un compás de más de
dos décadas se abriría para Julia en su cruzada de literatura de ficción, pues
asumir como merecía el rol de madre, implicaba formarse, documentarse y por
sobre todo practicar la faena de los pañales, teteros, juegos, tareas
escolares, a la par que prodigar cariño y valores. Habilidades que de alguna
manera irían alimentando su necesidad de enseñar a otros, de generar individuos
educados de intelecto y talento creativo. Esto le llevaría ya en su etapa de
madurez, a los 46 años, a aspirar a una licenciatura en educación de
pre-escolar, a través de la Universidad Nacional Abierta Simón Rodríguez, en su
patria escogida Venezuela.
Junto a Victoria su emblemática nieta |
“Tuve que volver a cursar los niveles de primaria y secundaria, y sacar el bachillerato por modalidad aula abierta, pues no contaba con documentación española que avalara mi nivel. Y cuando había contenidos de materias como ciencias o matemáticas difíciles de asimilar, Rodrigo quien era un sabiondo, me grababa audios con las lecciones a repasar, para que los fuera escuchando durante el día. Luego me llevaba en carro a las clases y me buscaba”, recuerda de aquella complicidad marital que le hizo posible conquistar el título de bachiller y así optar a su licenciatura. Ésta la obtendría el 03 de noviembre de 1994, fecha de doble alegría para ella pues también marcó la llegada de su primera nieta hembra, Victoria, hija de Andrés. Y si bien ya entonces ejercía sus dotes de consentidora abuela y practicaba la pedagogía con Jorge y Fernando, hijos de Rubén, aquella pequeña, hoy destacada fagotista, a través de su nombre de protagonista romántica, siempre le ha de recordar esta conquista de superación y autoafirmación de su personalidad. Ejemplo que también guiaría a sus dos nietas menores, Sofía, hermana de Vicky y talentosa cornista y la pequeña Ana Julia hija de Juan José.
Y al igual que Sherezade,
así podría Julia adentrarse en mil y un relatos en torno a su afán lector y su
poder transformador. Pero ella y yo preferimos parar aquí para que inspirados
por su valentía, levanten esa solapa, impresa o digital, y encaren sus propio
entramado de aventuras y moralejas.
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