Fernando Castro Flórez
y la lectura catastrófica
Claudia Furiati Páez
No se trata de ninguna definición categorial la que da pie al título de esta entrevista, sino de la condición de los tiempos a los cuales se ha aproximado este pensador español, experto en filosofía y estética del arte, empecinado en vivenciarlo desde la razón y el cinismo, para sí y sus estudiantes, también colegas, lectores y seguidores virtuales, muy apropiado a su condición de “catastro-sofista”. De ello vino a hablar a Guayaquil en el I Congreso de crítica, filosofía y teoría del Arte Contemporáneo”, en discurso retador a “La imagen anhelada” que proponían los organizadores del encuentro celebrado en el Museo Nahím Isaías. Ecuador ha sido uno de sus escenarios recurrentes en la última década, en el rol de curador, crítico y conferencista, incluyendo la Bienal de Cuenca (2011) y el Salón de Julio del ITAE (2016). Sin embargo, en esta oportunidad le convidamos a indagar sobre su oficio de “obsesionado lector” y activo booktuber a través de su canal “Ojo con el arte” en la popular red social.
Confirma el autor de Mierda y catástrofe (Fórcola, 2014) que ha logrado colarse en el emergente ecosistema de las redes sociales para encontrar otro nivel de comunicación y empatía con sus alumnos y nuevos lectores. Siendo un migrante digital y bibliófilo para más señas, Castro Flórez justifica la activación de su canal Youtube (más de mil suscriptores) sobre libros recomendados y “crítica móvil” como herramienta que facilita la comprensión lectora a sus alumnos de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Autónoma de Madrid, y del Museo Reina Sofía. Por otra parte, lo conecta con otra movida de lectores que hacen vida en la web y que establecen diálogo vibrante aunque instantáneo, seguidores o debatientes de sus encendidas opiniones en el Diario ABC.
Y aunque igualmente “modula” temáticas cotidianas de la sociedad líquida en Facebook y otras de filosofar paródico en el microblog Twitter, su alma crítica lo lleva a reconocer que la cultura del “black mirror” ha afectado de forma negativa a las prácticas lectoras en la contemporaneidad. Comenzando por la burocracia pedagógica causante del declive del hábito reflexivo, hasta la proliferación de un mar de bitácoras autobiográficas de “lecto-escritores”. Ello en evidente revelación de que la subjetividad del individuo ha sido conquistada por el poder ideologizante de la matrix, como plantea otro de sus admirados pensadores, el esloveno Slavoj Zizek.
- ¿Cómo se aproxima al fenómeno de la lectura disruptiva desde ese filosofar catastrófico?
- Lo percibo más como un fenómeno apocalíptico que catastrófico. Sobre ello ha habido bastante debate. Por ejemplo durante la Feria Internacional del Libro Guadalajara 2017 el estudioso de consumo cultural Néstor García Canclini, a partir de su informe de hábitos lectores en Latinoamérica (Fundación Telefónica), quiso convencerme de que no fuese tan catastrofista en torno a la lectura. En sus conclusiones confirmaba la diversificación lectora y el incremento de este hábito, contrarío a nuestra posición de que cada vez se lee menos y hay menos cultura del libro. Sostuvo que ciertos intelectuales debíamos salir de la inercia que manteníamos desde la galaxia de Gutenberg. Lo cual rebatí, especialmente luego de haber sido testigo de aquel gran despliegue ferial de dispositivos y recursos de mercadeo en la FIL. Miles de títulos, ciento de autores, auditorios atestados y sin embargo la venta de libros no alcanzó ninguna escala significativa.
- Pero la feria literaria suele ser efectiva como espacio mediador entre los distintos actores del ecosistema del libro, especialmente entre el autor y sus lectores.
- Si pero es un intercambio que se hace más más desde el “selfie”, lo social, que desde el acto lector. Más que practicantes de una lectura profusa, se manifiestan como seguidores en social media de la editorial o del escritor. Me considero un dinosaurio de la cultura del libro. Mi biblioteca personal cuenta con más de 35 mil títulos, dimensión que supera a muchos catálogos de bibliotecas públicas. Tengo una “máquina intelectual” que es bibliográfica, no saco ideas de la “chistera”, si no que procuro demostrar al auditorio que mis reflexiones se generan de procesos de lecturas y por ello describo las fuentes documentales. Luego de 32 años dictando cátedra en la universidad, estoy convencido que la última generación a la cual vi acudir con libros bajo el brazo, fue la de los 90. Entonces los profesores teníamos la obligación de corroborar la lectura activa y revisión hermenéutica de los estudiantes ante sus textos. Los nuevos modelos educativos se valen de plataformas e-learning para compartir fragmentos en línea y los burócratas de la pedagogía exigen al docente hacer un cálculo de horas que sus estudiantes dedicarán a la revisión de estos textos. El nivel de exigencia del profesorado cayó de forma alarmante a la par que la lectura.
- ¿Cómo se refleja esta “calamidad” lectora en el proceso escritural y narrativo?
- En un retroceso salvaje, especialmente a lo que refiere al ámbito de escritura crítico-reflexiva (ensayo), dentro del sistema editorial mundial. Lo único que confirma un repunte es la novela, pues se evidencia una obsesión narrativa del “yo debo escribir mi relato”, es el súper ego sublimado. De allí el triunfo del storytelling global como forma del marketing. También observo una creciente pasión de los jóvenes por la poesía, pero por el lo clásico del género, sino por la “perfopoesía”. Mi tesis doctoral fue sobre la obra de Octavio Paz, y ello me permite afirmar que ese gran proyecto de los líricos del siglo pasado, de construir trayectoria poética a través de publicaciones dedicadas a lectores como experiencia erudita se extinguió.
- ¿Cómo percibe ese eclipsamiento del perfil del lector moderno y surgimiento de un lectoescritor?
- Hoy es patética la aparición de estos sujetos que escriben y leen, a los que el pensador alemán Boris Groys, concibe como ingentes masas de usuarios escribiendo sin parar, desde sus pantallas móviles, contando anécdotas personales y generando una suerte de proceloso mar de las bitácoras. ¿Y la cuestión fundamental radica en quién está en capacidad de leer todo aquello? Como indica Groys, tan sólo un Dios cuenta con esa capacidad de suprema lectura El ser mortal tan sólo activa ese motor de serendipias dando “likes” aquí y allá.
- ¿Sin embargo, muchos le señalan como un influenciador de social media? ¿Concuerda usted?
- Valoro a las redes sociales como cualquier otro tipo dispositivo o app TIC que me permita amplificar la experiencia docente y comunicativa. Si bien fui pionero en el uso de blog digitales, incursioné tardíamente (hace cuatro años) en Facebook por considerarla una comunidad kindergarderina. Sin embargo, mi hija, una millennial, me hizo apreciar su versatilidad como metamedio, su función como “cuaderno de apuntes”. Allí hago breves anotaciones sin ningún tipo de intensión reflexiva profunda y que me facilita descargarme luego de procesos intensos de trabajo curatorial, teóricos y filosóficos en los que haya estado inmerso. Cada ámbito tecnológico nuevo con el que interactúas, obliga a escribir de una forma diferente. Tal y como predicó McLuham: el medio es el mensaje.
- ¿Es entonces un “translector” según la categorización de Carlos Scolari?
- Más bien un lector “desequilibrado”, un obsesivo de la lectura y escritura. No hago nada sin antes cerciorarme cómo funciona ese material en muchos otros registros. Recurro a la dinámica de ciertos deportistas, descanso de una disciplina entrenándome en otra diferente. Youtube lo empleo para recomendaciones sobre literatura, filosofía y estética, así como crítica móvil. Twitter lo uso para campañas intensivas (abarca hilos en timeline) sobre algún tema de actualidad y cargado de sátira. Esta es una plataforma para corredores de 100 metros lisos, por lo que debes ser veloz en el arranque y fino ironista. No hay erudición en 140 caracteres.
En cuanto a Facebook hay que usarla con inteligencia, pues ahora activó ese algoritmo en el que los contenidos visibilizados en tu muro son los compartidos por aquellos que más interactúan contigo, siendo sesgado el panorama que te muestra. Hay quienes creen lideran debates politológicos virtuales, cuando en realidad viven en una burbuja. El Homo Ciberneticus tiene la falsa ilusión de estar en una continua movilidad, co-creando un “multiverso reticular” de símbolos acaso fatuos, cuando en realidad está bajo amenaza de quedar desconectado por completo de su natural esencia, la humana. Cada vez más se plantea esa dualidad de universos, el real y el paralelo de las redes sociales, y a éste último sugiero entrarle con la mano puesta en el viejo freno de la ironía.
- ¿Y cómo un millennial aplica freno de mano cuando poco lee?
- Bueno no es un problema generacional. Basta ver a los comensales de un restaurant cinco estrellas que al recibir su plato, en lugar de degustarlo, lo primero que hacen es fotografiarlo para subir imagen a la nube. Ahora el discurso que no comparto es el de una vieja erudición, que ha estado viendo siempre con perspectiva refractaria o como si fuesen los funerales de la cultura, la llegada de las nuevas tecnologías. No se dan cuenta que el libro, la galaxia Gutenberg, es el invento tecnológico por excelencia. Su impacto en la Humanidad fue mucho mayor que el efecto generado hoy por galaxia Internet. Es tan evidente que la propia red imita los viejos espacios de la cultura del libro, replica su formato, sus estilos de escritura. Las TIC encierran un potencial creativo, poético y de ampliación de nuestras conciencias enorme, siempre que no se usen de manera fundamentalista. No hay tal darwinismo tecnológico sino una manifestación metamedial de convivencias entre tecnologías diferentes.
Y si bien Castro Flórez rescata de toda esta hecatombe de la “sociedad de la hipervisibilidad”, las potencialidades cognitivas del libro en sus distintos formatos, no importando al era “galáctica” en la cual se utilice, si advierte que esta emergente especie.
La bibliósfera de papel
Para este profuso lector, iniciado en la práctica a través del comic y especialmente del modelaje que le brindó su madre, acudiendo a la escuela nocturna para adultos en ánimo de capacitarse y poder enseñarle retórica y dictado, la biblioteca familiar representa un cosmos de saber. En la suya, Castro Flórez, atesora hoy más de 35 mil títulos y un Kindle en desuso por “falta de encanto”. Además de colecciones de la popular historieta Mortadelo y Filemón de Francisco Ibañez y destacados de historiografía y estética del arte contemporáneo, describe otras secciones predilectas: las obras completas de Theodore Adorno y de Walter Bejamín. También reseña la colección de autores franceses contemporáneos de la editorial venezolana Monte Ávila, entre ellos Julia Kristeva y Maurice Blanchot. Otro de sus dilectos catalogados son el parisino Michel Foucault, la estadounidense Judith Butler y sus coterráneos María Zambrano y Enrique Vila Mata. En **caso de latinoamericanos se decanta por la obra de Octavio Paz (a quien dedicó su tesis doctoral) y José Lezama Lima. Dispone asimismo un sitial especial para toda la Escuela Psicoanalítica, (S. Freud hasta M. Klein), así como para sus propias obras: El texto íntimo. Rilke, Kafka y Pessoa (1993), Escaramuzas. El arte en el tiempo de la demolición (2003), Contra el bienalismo (2012), Mierda y catástrofe. Síndromes culturales sobre el arte contemporáneo (2014), Estética a golpe de like (2016), entre otras. Igual deja lugar en sus repisas tres textos próximos a publicar: Las conversaciones curatoriales en coautoría con el historiador de arte ecuatoriano Hernán Pacurucu, El marco y la influencia de los sistemas brain frame y uno de muy particular atención por la figura de estudio, Slavoj Ziziek and show on.
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