De la cárcel como territorio políticamente correcto a las intrépidas maneras de no “gastar el césped”.
Amalina Bomnin[1]
Universidad de las Artes, Guayaquil Ecuador
Dame un niño hasta los siete años y yo te respondo por su edad adulta
Jean Piaget
Después de ver Zeitgeist: The Movie, de Peter Joseph, una producción del 2007, deseas que el mundo entero tenga acceso a la información que maneja el film. Las secuelas que dejan para la sociedad las industrias farmacéuticas y los sistemas penitenciarios, por sólo mencionar algunas de las problemáticas abordadas en la película, bastan para echar por tierra la mayoría de los discursos políticos actuales, así como buen número de modelos educativos. La manera en que gobiernos, empresas, transnacionales, y monopolios, engrosan réditos económicos sacando partido de flagelos sociales y humanos relacionados con estas esferas, da crédito para entregar post mortem un reconocimiento mundial a Beuys, por el sólo hecho de precaver el cultivo de la iniciativa personal y la voz ciudadana en los procesos formativos de la enseñanza educativa. Su concepto de “escultura social”, basado en la necesidad de renovar las nociones que fraguó el mundo moderno acerca del progreso, la naturaleza, el arte, afincadas en el cientificismo y el sentido instrumental del conocimiento, fue también lo primero que vino a mi mente cuando tuve noticias del trabajo que han estado realizando los artistas Carlos Vaca (Guayaquil, 1972) y Falco, Fernando Falconí, (Cuenca, 1979) en cárceles y correccionales ecuatorianos.
Por estos días, en la discusión de los proyectos finales de mis estudiantes en la Universidad de las Artes, salta en la conversación un episodio que resulta irrisorio. Un grupo de ellos, de la Escuela de Creación Teatral, había estado ensayando algunos movimientos en un espacio público, específicamente en un sitio con área verde. Como colofón, un guardia metropolitano les planteó que no podían permanecer en esa zona porque se podía “gastar el césped”. Cuando escuché la frase me pareció oportuno usarla para aludir a ciertos aspectos relacionados con la funcionalidad de los espacios públicos en la ciudad de Guayaquil; y que han sido motivo de interés, sobre todo, de aquellos artistas ecuatorianos que desarrollan propuestas dentro del arte acción o el activismo. Gracias al uso y abuso de las fuerzas represivas, dispositivos de vigilancia (cámaras, enrejados, candados) y otros tipos de censura, podemos denominarla hoy ciudad-panóptico. Como resultado tenemos a una población ultrafiscalizada en lo público que, no obstante, delinque con frecuencia allí donde no asoman las fuerzas de control, bien por negligencia, o porque en su complicidad se hacen de la “vista gorda”. También estas “fuerzas del orden” obstaculizan, en muchas ocasiones, que estudiantes, artistas o activistas utilicen libremente estos lugares.
Falco es uno de esos artistas que hace tiempo decidió dejar atrás el cómodo espacio galerístico o museal para utilizar el espacio público, -aparentemente vitrinal-, como foro para cuestionar disímiles situaciones: la extracción petrolera, el carácter fraudulento de las elecciones, la situación de los emigrantes, y en los últimos meses, el perverso tratamiento de los niños en la frontera México-Estados Unidos. Como analizara Foucault en su texto El ojo del poder, conceptos como contacto, contagio, proximidad y amontonamiento resultan el caldo de cultivo de la instauración de la vigilancia en hospitales, prisiones y escuelas, sobre todo, a partir del siglo XVIII, y a través de esta “invención” “se articula la idea técnica del ejercicio de un poder "omnicontemplativo"[2]. Y es justo eso lo que intenta desarticular el artista cuando se presenta en cualquier plaza pública, parque o calle, al generar un contragolpe a esta aséptica noción de lo ciudadano entendido como plataforma donde impera el control y la quietud. Desde estos espacios aprovecha la capacidad de los conceptos antes mencionados y a través del performance alude a diversas situaciones que forman parte de causas y luchas sociales de grupos vulnerables o vulnerabilizados, violaciones de los derechos humanos, a la naturaleza, o por razones de género u orientación sexual.
Otra de las maneras en que Falco ha explorado estas posibilidades de empoderamiento público y social ha sido mediante el arte relacional y las prácticas del arte conducta. En su preocupación por estos grupos antes mencionados ha llevado a cabo acciones con trabajadoras sexuales. Con éstas últimas construyó la imagen de una santa o patrona, que ellas identifican con su labor, desde las experiencias e imaginarios de las féminas. Asimismo, ha explorado en grupos específicos que han sufrido violencia de género, sexual, o que simplemente han sido estereotipados. Desde la plataforma Al Zur-ich lo hizo con mujeres trabajadoras sexuales, en barrios del sur de Quito, personas no videntes y, en la última ocasión, con dos invasiones del sur quiteño. Su último trabajo ha estado encaminado a la colaboración con personas que se encuentran en situaciones frágiles por asuntos de movilidad migratoria. Recientemente, en el momento en que se habilitaron cárceles para niños en la frontera México-E.U, Falco, en compañía de artistas y otros colaboradores se dispusieron sedentes frente a la embajada de esta nación en Quito, y cubrieron sus cuerpos con mantas de aluminio, reproduciendo la circunstancia de incertidumbre de los infantes. No le interesa que exista un visible reconocimiento de su trabajo en tanto autor, y tampoco le preocupa que se diluyan los límites que separan lo que puede ser su idea primera, y los aportes futuros de todo el que se suma a la acción. En la deconstrucción de la lógica autoral se encuentra también su sentido de convocatoria, que desestabiliza visiones unilaterales, academicistas o autoritarias.
Hay algo que llama mi atención en el preliminar acercamiento que he tenido a algunos de los exponentes del arte acción y el performance en Ecuador: son personas con una sensibilidad a flor de piel, y hablo no sólo por los propósitos de sus discursos, sino porque desde que entablas conversación con ellos te percatas que están despojados de la necesidad de ser visibilizados o reconocidos por la institucionalidad, o la crítica, para ser convertidos en parte de la “escena”. Su postura no se queda en la pretensión. Funcionan casi como outsiders. Menciono especialmente a los que he tenido el gusto de entrevistar y/o reseñar: La Multinacional (Edison Cáceres y Gabriel Arroyo), Carlos Vargas, y Falco. Por supuesto que hay otros nombres; pero estos han sido también mis primeros tanteos.
Quise acercarme al trabajo de éste último y de Carlos Vaca, después de su paso por la cárcel de Turi los días 9 y 10 de julio del presente año a partir de la residencia artística “Huésped Nativo”, que para esta ocasión tuvo lugar a través de dos talleres educativos desarrollados por los artistas. Fueron convocados por la performer María José Machado desde la Dirección Municipal de Cultura, Cuenca. El taller de Carlos se tituló El cuerpo: la existencia, la señal, y el de Falco, Arte, cuerpo y memoria. La cárcel de Turi en los dos últimos años ha sido denostada por numerosos eventos negativos derivados de los malos manejos existentes en todo el sistema carcelario ecuatoriano. Todo comenzó con el supuesto ajusticiamiento de un reo, quien murió bajo turbias circunstancias; y de ahí pasó a convertirse en un espacio de atropello hacia los internos del pabellón de mediana seguridad por parte de miembros de la Policía Nacional.
Mientras conversaba con Carlos sobre su experiencia en varios centros penitenciarios me acordaba de James Brown, quien literalmente logró salvarse gracias a la música y su talento; luego de ser abandonado por su madre en la infancia, y más tarde llevado por su padre a vivir en un prostíbulo. Y aún salvado (como lo definimos al menos en Occidente cuando de incorporarse socialmente se trata) sufría de unas intensas manifestaciones de violencia en sus relaciones interpersonales. ¿Qué esperar de niños, adolescentes y jóvenes llegados al mundo en hogares disfuncionales, donde delinquir se estabiliza como el único modo de sobrevivencia posible en un ambiente de drogas, robos y prostitución? Formar parte de una pandilla urbana o street-gangs es la carrera de oficio de estos jóvenes. Generalmente acuden a esta opción porque forma parte de las necesidades de reafirmación y pertenencia de grupo que caracterizan el paso de la infancia a la adolescencia. En el peor de los casos su accionar está mediatizado por adultos que integran, o no, su núcleo familiar. Y para estos fines, la mirada de Carlos resulta pertinente, pues él es una suerte de border line, despreocupado de lo académico, pero ocupado y observador de lo que sucede a nivel social y político. Su paso por el Colegio de Bellas Artes Juan José Plaza, sus estudios avanzados de Diseño Gráfico en el Tecnológico de Arte y Comunicación (ITSU), también en Guayaquil, su fogueo en cursos de capacitación y gestión, más su aprender haciendo en disímiles proyectos, montajes de exposiciones, mediación, y como tallerista, le han valido para conocer de cerca los procesos inherentes al sistema del arte sin sentirse, ni vanagloriarse, de ser un artista con todas las de la ley.
La experiencia anterior en la realización de talleres le ha servido a Vaca para conocer cómo llegar de manera más expedita a la gente. “Los talleres de creatividad me han llevado por diferentes lugares; no sólo cárceles o correccionales. He estado en comunas, barrios, parroquias, centros sociales de diferentes partes del Ecuador”[3]. Mapeos con música de diversos géneros (pop, tecno, clásica), y la proyección de videos de los artistas Chris Cunningham y Michel Gondry, le han servido para que los participantes, a partir de sus recuerdos, más la vivencia audiovisual, puedan realizar animaciones. En Quito desarrolló una intervención ante las continuas quejas de la población porque los espacios públicos los estaban cementando indiscriminadamente. En la parte exterior del Museo Interactivo de Ciencias, (MIC) repitió esta acción en un área verde como gesto tautológico; en alusión al mal uso de las áreas de uso común. También junto a Xavier Blum y Patricia Rodríguez Umanante, quienes se encargaron de realizar el mapeo de los participantes, realizó un taller en el Correccional de Menores de Guayaquil. Como los reclusos no pueden tener contacto con personas externas a la cárcel buscó papel desechable del Ministerio de Justicia y sobre ellos escribieron sus memorias. Los convirtieron luego en barcos de papel que fueron colocados en la vereda en el horario de visita del día viernes. Cuando sus familiares se acercaban al lugar podían acceder a las cartas realizadas por los penados. En la última experiencia en la cárcel de Turi utilizó similares metodologías pulsando esta vez a los talleristas a que trabajaran sobre tres ejes: memoria, vivencia y proyección. Volvió a trabajar a partir de generar cartas, animaciones, dibujos, desde su experiencia con la música y los videos. Un resumen del resultado se expondrá al público en audios, porque el material derivado de este trabajo, fotos, dibujos, ni ningún otro tipo de registro, se permite que circule públicamente, como consecuencia de las políticas restrictivas que prescribe el régimen penitenciario.
Por su parte Falco, quien es artista transdisciplinar, con una maestría en Arte y Nuevas Tecnologías (Universidad Europea de Madrid, España) y una licenciatura en Artes Visuales (Universidad de Cuenca), utiliza una metodología derivada de su propia trayectoria en la que ha vinculado el arte en contexto social, arte y comunidad, arte relacional, performance, psicodrama, arte terapia, psicomagia (en el sentido que la utiliza Jodorowsky, quien la define como arte, no como ciencia), junto a su experiencia pedagógica como docente durante más de diez años. Y se refiere a ella como pedagogía diferenciada[4], porque se enfoca más en la educación sensible y su atención hacia el cuerpo. Trata de generar un marco de respeto, empatía y confianza con las personas cómplices que trabajan en sus proyectos. Sólo de esa manera puede manejar sus miedos, resistencias o niveles de agresividad al canalizar energías que terminan siendo convertidas en procesos creativos a través de dinámicas de relajación, expresión corporal, puestas en escena, y acciones performáticas, tanto individuales como colectivas.
Las problemáticas de estas personas son comunes y diversas a un tiempo por lo que se impone trabajar con ellas en sesiones personales y grupales para abordar indistintamente situaciones íntimas, sociales, y del contexto donde están recluidos. Desde el arte terapia, que permite la apertura de canales energéticos y emocionales que deben ser debidamente manejados, sostenidos y proyectados, el artista generaba catarsis para liberar miedos reprimidos y cargas tóxicas que podían llegar a lo virulento. Para estos efectos el performance o lo performativo se utiliza en la transmutación de dichas energías. Hay sesiones de charlas, movimientos corporales, métodos de relajación, que conducen a la realización de ejercicios donde usan sus cuerpos, al menos, temporalmente desintoxicados. El cierre es traumático tanto para el tallerista como para los procesados. No falta quien se acerque a Falco para rogarle que busque a su familia y le entregue una carta. Él, por su parte, nunca omite en sus talleres la oportunidad de reiterarles “que cada ser humano es escultor de su propia vida”[5].
La prisión del siglo XXI: ni completa ni austera
En su libro Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión, Foucault se refiere al arquitecto Louis-Pierre Baltard, quien a su vez hacía alusión durante el siglo XIX a la necesidad de que estos espacios fueran “instituciones completas y austeras”. Para la actual fecha su visión parece irrisoria ante la ausencia, en muchos casos, de sistemas que realmente rehabiliten a los ciudadanos que habitan estos espacios.
La prisión debe ser un aparato disciplinario exhaustivo. En varios sentidos: debe ocuparse de todos los aspectos del individuo, de su educación física, de su aptitud para el trabajo, de su conducta cotidiana, de su actitud moral, de sus disposiciones; la prisión, mucho más que la escuela, el taller o el ejército, que implican siempre cierta especialización, es "omnidisciplinaria”[6]
La obsolescencia de las instituciones penitenciarias, su superpoblación, hacinamiento, y el trato que se ofrece a los reclusos, son cuestiones relacionadas con los derechos humanos de las personas privadas de su libertad. Hace unos meses atrás en un foro en Guayaquil me ocupaba en debatir sobre cómo ha cambiado el modelo educativo en su paso de la Grecia clásica hacia el sentido práctico impuesto por los romanos. La paideia (consistente en el proceso de crianza y educación de los niños, y que comprendía la transmisión de valores (saber ser) y saberes técnicos (saber hacer) relativos a la sociedad), se transformó en su paso hacia el concepto humanitas de Roma de una práctica que insistía en nociones espirituales e intelectuales, en otra que priorizaba lo cotidiano y la utilidad práctica a ultranza. Quedaba atrás entonces el humanismo cívico planteado por Isócrates. En torno a este tema resulta puntual la siguiente observación respecto a cómo opera en la actualidad la educación:
En relación al grado de incertidumbre que rodea el mundo contemporáneo,
interpretando a Sousa, se debe reconocer que ésta no es el fruto de la
ausencia de conocimientos, sino de un proceso de fabricación particular
de conocimientos propio de un desarrollo marcadamente
instrumentalista y economicista tanto de la educación como de la de la
sociedad del presente. Ante esta incertidumbre fabricada es necesario el
trabajo pedagógico que conduzca no sólo a remediar y resolver la
situación de personas autómatas, desarraigadas; desidentificadas;
desubicadas; en una palabra alienadas, como producto de una concepción
educativa altamente mecanicista, sino también a promover y reivindicar
el lado humano de la educación y su repercusión en la vida ciudadana[7].
Propuestas como las de Vaca y Falco, insertas dentro de las iniciativas de la Dirección Municipal de Cuenca, deberían ser habituales en nuestros modelos educativos que, irremisiblemente, deberán procurar cada vez más integrar la arista sensible en el aprendizaje. Habría que volver a la pregunta planteada por Jiddu Krishnamurti ¿Será que la adoración del intelecto con todas sus actividades ha ocasionado una sensación de ruptura en toda la naturaleza del hombre? Invitemos al guardia metropolitano a ser parte de nuestras transformaciones educativas. Él es una víctima desidentificada que encuentra en su parlamento de “se puede gastar el césped” su razón de vida. Mostrémosle otro camino.
Referencias:
-Albert Gómez, José; García Pérez Calabuig, María. La educación en Derechos Humanos a través del ciberespacio, Editorial Universitaria Ramón Areces, S.A., Madrid, España, 2011.
- Delgado de Colmenares, Flor: “Humanismo cívico y educación: una aproximación”, Universidad de Zulia, Vicerrectorado Académico, Encuentro Educacional Vol. 9, No. 3, 2002,http://www.produccioncientifica.luz.edu.ve/index.php/encuentro/article/download/4348/434.pdf
- Foucault, Michel. El ojo del poder, Entrevista con Michel Foucault, en Bentham, Jeremías: “El Panóptico” Ediciones La Piqueta, Madrid, España, 1978, https://iedimagen.files.wordpress.com/2012/02/bentham-jeremy-el-panoptico-1791.pdf
-____________ Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI Editores, Argentina, 2002, https://www.ivanillich.org.mx/Foucault-Castigar.pdf
[1] Amalina Bonin es docente de la Universidad de las Artes en Guayaquil. Ecuador. Pertenece al cuerpo de docentes del Dpto. Transversal. Especialista en Historia del Arte. Se ha desempeñado también como Curadora y Crítica de arte.
[2] Foucault, Michel. El ojo del poder, p.15
[3] Entrevista de la autora a Carlos Vaca, sábado 11 de agosto de 2018
[4] Entrevista de la autora a Falco (Fernando Falconí), sábado 4 de agosto de 2018
[5] Entrevista de la autora a Falco (Fernando Falconí), sábado 4 de agosto de 2018
[6] Foucault, Michel. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, p. 215
[7] Delgado de Colmenares, Flor: “Humanismo cívico y educación: una aproximación”, p. 311
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