Perspectivas en la filosofía
de la música*.
Ezra Heymann
Manuscrito de la Misa Solemne de L. van Beethoven
Una de las guías posibles en la comprensión musical
es la noción de expresión. Ésta suscita en seguida la pregunta: “Qué se
expresa?”, y con ella la dificultad de la cual se hizo voz Hanslick. Su señalamiento
de que la música no se hace con sentimientos, sino (tautológicamente) con
cantares, pone en entredicho el recurso a un dualismo inicial de lo interior y
de un exterior, que encontraría ulteriormente un puente en la noción de
expresión. Si se pretende concebir la interioridad afectiva y el mundo corporal
--al cual pertenecen también nuestros medios expresivos-- como dos esferas
separadas, el trasvase de contenidos de una esfera a la otra se vuelve
incomprensible.
En esta
situación la noción fenomenológica de intencionalidad nos puede ayudar, siempre
que no la entendamos en el sentido de un propósito, o de una acción con
finalidad determinada, sino en el sentido de una orientación primaria de la
vida anímica hacia el mundo. Su complemento natural es la noción de
comportamiento. Con un comportamiento nos dirigimos al mundo (o nos retraemos a
algún sector resguardado) conformando
con ello nuestra postura misma, y les damos a nuestros movimientos su carácter propio en
configuraciones perceptibles. Lo fluido tanto como lo abrupto y dificultoso, lo
continuo como los surgimientos nuevos, lo impetuoso de los empujes que se
superponen tanto como lo pausado y acompasado, la confianza --a la vez postura
y sentimiento de familiaridad— como la extrañeza y el recelo, todas las formas de separación e integración
son de esta manera características de nuestro vivir en el mundo, que vemos
representadas en las mismas configuraciones mundanas.
La
sonoridad, el elemento de la música, se destaca en esta visión en dos órdenes.
El sonido es la señal del acontecer en general, el anuncio de algo que nos ha
de importar en sus secuencias. Es al mismo tiempo la comunicación de la manera
en la cual un cuerpo vibra y muestra así su fibra, su temple íntimo, y de la
manera como fue conmovido, produciendo consonancias y disonancias internas y
externas. Todas estas expresiones conservan su sentido literal no menos que el
metafórico, y este último lo obtienen no porque una característica de una
esfera ha sido trasladada a la otra, sino porque se trata de los lazos
efectivos que unen a ambas.
Al
señalar el elemento propio del arte en general y de un arte en particular, no
se responde todavía a la pregunta acerca de lo que apreciamos en las artes,
pero se indica una dirección para una respuesta. La capacidad misma de
articular representaciones, re-presentaciones de situaciones vitales, y
posibilitar que las podamos contemplar, y no sólo vernos envueltos en ellas
opacamente, constituye de suyo un logro de la libertad humana: un acierto que
se aprecia más cuando la forma de ser que se representa logra hacer visible o
audible la tensión interna propia de la complejidad de nuestras relaciones vitales,
y nos convence a disfrutar y amar esta complejidad misma, a asumir esta
tensión, a través de la articulación (ars)
que logra plasmar, con gracia y con vigor. Pero a la base de toda
elaboración artística está la fuerza sugerente del trazado, el valor afectivo
del color, y en especial, la conmoción elemental que transmite la sonoridad.
* Este texto del profesor Hymann fue enviados a mi persona en mayo del 2001. Para ese entonces dirigía el Doctorado de Humanidades de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela. Este pequeño escrito representa un resumen de su conferencia sobre Filosofía de la Música que dio como clase magistral para los estudiantes del postgrado. Para mi fue todo un hallazgo. Su aparición surgió cuando en estos días ordenaba mis archivos electrónicos y me encontré con él. Este año se hace cuatro años de su partida (septiembre del 2014), y nunca está de más recordar las palabras de quien fue uno de los maestros de la filosofía.
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