Popper: pensador clave del siglo XXI
Carlos Blank
Una de los rasgos más
característicos del pensamiento de Karl Popper es la dificultad de encasillarlo
en alguna de las posiciones o corrientes más conocidas. Eso que puede parecer
una desventaja, constituye, en realidad, una gran ventaja y es una muestra de la
gran riqueza de matices y contrastes que dicho pensamiento ofrece. Pero si
tuviésemos que clasificarlo o ponerle una etiqueta, posiblemente una de las
mejores caracterizaciones que se pueda hacer de
Karl Popper es de que se trata de un pensador adversativo. En distintos
autores encontramos dicha clave hermenéutica del pensamiento popperiano. Así,
por ejemplo, lo destaca José Antonio Marina, en la introducción a la versión
castellana de Knowledge and the
Body-Mind Problem. In Defence of Interaction -de cuya versión en Word
extraemos las citas.
Karl Popper es un pensador adversativo. Es racionalista, pero cree que
sólo puede serlo por una decisión no racional. Es kantiano pero heterodoxo. Es
ilustrado pero escéptico. Confía en la ciencia, pero afirma que sólo podemos
estar seguros de las falsedades, no de las verdades. Es optimista pero cree que
es más probable, para nosotros, la regresión que el progreso. Podemos decidir
nuestro futuro, pero suceden cosas que nadie desea, como una guerra o una
depresión económica. El lenguaje, la ciencia, las tradiciones son creaciones
humanas pero disfrutan de autonomía. Buscó siempre la verdad pero pensaba que
sólo puede alcanzarse lo verosímil. Defendía el conocimiento pero sin sujeto
cognoscente. Creía que la inteligencia partía siempre de afirmaciones
dogmáticas pero para someterlas a crítica.
Marina considera que en ese
pensamiento adversativo podemos encontrar “una de las posibles salidas al
debate entre modernidad y posmodernidad, que aún no está cerrado”. Al respecto
señala:
Me interesa releer a Popper desde la superación del posmodernismo, que
es la atalaya donde me gustaría estar. Después del diluvio hermenéutico,
después de la sociología de la ciencia, después de la fragmentación de la
realidad, después de tanto pensamiento débil, después de las deconstrucciones,
después del fracaso marxista, después de las proclamas sobre el fin de la
historia, cuando un suave relativismo, engañoso por su ausencia de dramatismo,
nos engatusa a todos como un lecho bien mullido donde siempre encontramos una
postura confortable, resulta útil volver al escepticismo apasionado de Popper,
a su difícil pelea por una verdad siempre en la lejanía, a su optimismo
cauteloso.
Esta energía para luchar con la complejidad, con la contradicción, con
la inseguridad, con la divergencia, es lo que me parece esencial en el talante
de Popper, lo que abre más sugerentes caminos al pensador pos-posmoderno, al
que está más allá de la modernidad y de la posmodernidad. Al ultramoderno.
El posmodernismo ha creado un concepto monstruoso de la razón y después
le ha sido fácil criticarlo, propugnando otros modos de pensar, otras figuras
históricas de la inteligencia. Pero no es un etnocentrismo europeo proclamar la
preeminencia de la razón. Creo que prolongo las ideas de Popper al afirmar que
la elección de la racionalidad no se basa en su capacidad para fundar un
conocimiento bien corroborado, sino en que es el uso de la inteligencia que
mejor puede salvarnos del horror. La irracionalidad conduce antes o después a
la violencia.
Cada época ha elegido un modelo de inteligencia a partir de lo que
consideraba su creación más grandiosa. La modernidad escogió como ideal la
razón y la ciencia. La posmodernidad ha acogido un paradigma estético. Ahora
conocemos ya la fuerza y la debilidad del racionalismo, y la fuerza y debilidad
de un pensamiento débil. ¿Cómo integrar la razón y el sentimiento, lo universal
y lo concreto, las generalidades y las diferencias, la norma y el caso, las
verdades y los valores? Quiero pensar que ha llegado la hora de un nuevo
modelo, capaz de alcanzar todas esas metas integradoras, al que me gustaría
llamar paradigma ético de la inteligencia. Pues bien, como hemos visto, la
última valoración que hace Popper de la razón la hace desde la ética. Su meta
no es el conocimiento, sino la felicidad. Por esto creo que merece una lectura
ultramoderna.
Con ciertas reservas en torno
a la mención que Marina hace de la
felicidad al final, la cual, nos parece, habría de matizarse mejor, suscribimos
plenamente el conjunto de sus reflexiones y la propuesta que nos hace de
retomar el pensamiento popperiano para superar los dilemas del presente y
formular un “paradigma ético de la inteligencia”, que, no cabe duda, resulta
una propuesta atractiva para quienes de alguna manera están familiarizados con
las propuestas popperianas.
Un punto de vista bastante
similar lo encontramos en Philip Parvin. Para él también es evidente el
carácter adversativo del pensamiento popperiano y que a pesar de tener elementos comunes con el postmodernismo, el
postestructuralismo y la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt,
difícilmente podemos encasillarlo dentro de cualquiera de dichas
corrientes. Estas corrientes exhiben un
radicalismo que es opuesto al espíritu reformista popperiano.
Contra Popper, los
postmodernos, los postestructuralistas y los teóricos críticos, argumentan,
cada uno a su manera, que la ciencia social y política es necesariamente e
inevitablemente radical: comprender la sociedad implica un radical compromiso
con sus instituciones, su historia, y la gente que forma parte de ella, y
resolver problemas requiere actuar sobre lo que encontramos. Y lo que
encontramos no siempre responde bien a una reforma de naturaleza fragmentaria y
tentativa, sino que debe ser resuelto mediante iniciativas de largo alcance que
tienen implicaciones de largo alcance y posiblemente de carácter
revolucionario. (Parvin, 2010, pp. 118s)
Muchas veces
se ha destacado como una suerte de contradicción del pensamiento popperiano el
carácter revolucionario de su enfoque metodológico de las ciencias naturales,
donde con razón insiste en los peligros del adocenamiento y de la normalización
del conocimiento científico, mientras
que por otro lado formula un pensamiento
de corte reformista, anti-revolucionario y anti-radical, en el plano social y
político. Sin embargo, no hay tal contradicción. La razón de dicha aparente
anomalía es simplemente el resultado de las consecuencias que se derivan y de lo que
está en juego en cada caso. En el caso de las teorías científicas que se
ocupan de la naturaleza podemos y debemos formular hipótesis audaces, que en
caso de resultar falsas son simplemente descartadas o mueren en lugar de
aquellos que las formulan, de allí su conocido enfrentamiento con Kuhn y su
defensa de la ciencia normal. Por otro lado,
en el plano de la realidad social y política, los riesgos de
aventurarnos a la realización de ensayos o experimentos de naturaleza radical,
donde el conocimiento empírico acumulado suele ser bastante limitado, involucra
riesgos para la propia sociedad, puede conducir, como de hecho ha ocurrido, al
exterminio sistemático de los propios seres humanos. En otras palabras, sin
renunciar al ideal ilustrado de la emancipación del hombre a través de la razón
y el conocimiento, Popper siempre propone una defensa cautelosa y prudente de
la razón y del conocimiento, alejado de la hubris y de la soberbia intelectual
que suele acompañar a menudo dicha defensa. A pesar de que muchos autores
pudiesen encontrar similitudes entre el pensamiento de Popper y las corrientes
antes mencionadas, Parvin se apresura a decirnos:
Popper no era un postmoderno. Su insistencia en que es
posible el uso de las herramientas de la razón y de la objetividad para revelar
conocimiento acerca de todos los aspectos del mundo, desde la mecánica cuántica
al diseño apropiado de las instituciones sociales y políticas, luce en franca
contradicción con los reclamos hechos por los postmodernos de que dicha tarea
está condenada al fracaso. A pesar de ir en contra de algunos pensadores de la
Ilustración al cuestionar la capacidad de la razón de revelar determinadas
verdades del mundo, no fue un postestructuralista en la vena de Foucault o
Bourdieu, y a pesar de ser un apasionado crítico (o rival de la compresión de
la ciencia, del autoritarismo, del totalitarismo, de buena parte de la
filosofía), no fue ciertamente un 'teórico crítico' en la tradición de
pensadores como Habermas, Adorno o Horkheimer. (Parvin, 2010, p. 138)
Por lo
tanto, dicha cautela no debe ser confundida en ningún momento con una posición
pesimista y, menos aún, derrotista, ante la posible solución de los problemas
sociales y políticos. Todo lo contrario. Supone siempre una defensa
inclaudicable del poder de la razón frente a las amenazas permanentes de la
irracionalidad y de la violencia injusticada, sobre todo, de la crueldad que es
capaz de desarrollar el ser humano contra sus semejantes. Hay quienes sostienen
que el pensamiento de Popper tuvo vigencia durante la Guerra Fría y a pesar de
que esa no fuese su intención inicial al escribir La sociedad abierta y sus
enemigos -que él quería establecer como un puente de comunicación entre
liberales y socialistas-, dicho libro terminó
convirtiéndose en el símbolo de la polarización durante dicho período
gracias a su crítica al “totalitarismo”, que pasó a ser un término dominante de
la Guerra Fría. Por lo tanto, ya
cumplido su cometido una vez que se produce el derrumbe del comunismo, el
pensamiento político de Popper ha perdido su vigencia y su utilidad como
herramienta en contra del comunismo, la era del post-comunismo ha devenido
también la era del
post-popperianismo. Quienes así piensan
deberían de pensarlo mejor, pues en pleno siglo XXI hay amenazas que se ciernen
contra la humanidad, contra la civilización tal y como la conocemos, lo cual hace
que su pensamiento cobre todavía mayor vigencia si cabe en este período de post-Guerra Fría, o de paz
caliente, como decía Carlos Fuentes (2001), en que nos encontramos en pleno
siglo XXI, cuando incluso se habla de una reedición de la Guerra Fría y de sus
amenazas.
Pues mientras el nazismo y el fascismo están ciertamente
en retirada, la política global está todavía amenazada con varios de los
peligros contra los cuales luchó Popper. El tribalismo característico de las
sociedades cerradas es todavía demasiado evidente en los conflictos étnicos y
nacionalistas que continuamente plagan gran parte del mundo y en la creciente
politización y radicalización de la religión en muchos países, incluidos aquellos
que son gobernados por instituciones liberales y democráticas. A pesar del
creciente reclamo popular de muchos científicos sociales y políticos,
practicantes y comentadores de la erosión de las identidades nacionales y
étnicas en la era de la globalización, del incremento de la migración y de la
expansión de mercados capitalistas y el declive de la significación de las
naciones estado como consecuencia del surgimiento de instituciones
supranacionales como el FMI, el Banco Mundial, la UE y la ONU, la predisposición
de muchas personas a aferrarse a identidades culturales, religiosas o étnicas,
a luchar por ellas y matar en nombre de ellas, parece tan fuerte como siempre.
Igualmente, la predisposición de los líderes y regímenes no democráticos a usar
las instituciones del estado para brutalizar a sus ciudadanos, para
tiranizarlos y negarles sus libertades básicas, todo en el nombre de un bien
mayor, representa una permanente fuente de miseria para cientos de miles de
personas a lo largo y ancho del mundo. La sociedad abierta todavía tiene
enemigos. Podrán ser diferentes de
aquellos sobre los que escribiera Popper, pero la crítica de Popper al
fascismo y al totalitarismo aplica con la misma fuerza y coherencia a los nuevos, más obvios males del fanatismo
religioso, del autoritarismo y del nacionalismo que vemos hoy a nuestro
alrededor. (Parvin, 2010, pp. 132s)
De
tal manera que en lugar de haber perdido vigencia y actualidad a la luz de los
nuevos acontecimientos sociales y políticos ocurridos después de la Guerra
Fría, el pensamiento de Popper tiene hoy más vigencia que nunca para comprender
los males que nos acechan y para poder formular los remedios apropiados a
dichos males. Uno de los seguidores más fieles de Popper, responsable de
algunas de sus publicaciones póstumas, se lamenta de que el resurgir del
liberalismo se haya producido bajo la predominante influencia de Friedrich von
Hayek y no de la mano de Popper. En el libro de Mark Notturno (2015) sobre
Popper y Hayek se reconoce la influencia recíproca que han tenido ambos autores
y como en función de dicha influencia mutua han ido modificando sus posiciones
y acercándose el uno al otro. Este es el caso del concepto de planificación
fragmentaria o ingeniería social fragmentaria, donde la sola mención de un enfoque
ingenieril era repudiable para Hayek así como era repudiable cualquier forma de
intervención estatal. También en el caso de la racionalidad han pasado de
ocupar posiciones relativamente opuestas a converger hacia la defensa de un
tipo de racionalidad que debe mucho a la tradición y a la evolución de
instituciones de carácter liberal y democrático. Incluso se señala que Popper
se fue aproximando con relación al capitalismo a una visión mucho más
conservadora como la de Hayek, aunque -de nuevo ese carácter adversativo
omnipresente de su pensamiento- siempre sospechó de cualquier fundamentalismo
del mercado.
Pero
si bien existen muchos puntos que los unen, las diferencias que los separan no
son menos importantes y distan mucho de ser meramente de carácter semántico o
terminológico, en campos tan sensibles como el tema del racionalismo, de la
economía y de la democracia. En el caso
de las leyes y de la defensa del marco legal,
por ejemplo, hay una clara separación entre Popper y Hayek, al punto que
podría considerarse la posición de Hayek como un caso de enemigo de la sociedad
abierta dentro de la concepción popperiana. En efecto, según Notturno, Hayek plantea una serie de reformas del
sistema legal, particularmente del sistema electoral, que podrían entrar en
clara contradicción con la postura popperiana y ser un síntoma del utopismo que
él ha denunciado en diversas oportunidades, un caso típico de búsqueda de los
mejores gobernantes y los más sabios, en lugar de un sistema que se protege
frente a cualquier forma arbitraria o ilimitada de poder. Notturno la califica
de “tiranía liberal”. Esto tiene que ver también con las diferencias que ambos
tienen con relación al papel de las tradiciones y el marco legal y la
posibilidad de reformas. Por estas y otras
muchas razones más -de las cuales nos ocuparemos en otra oportunidad-, Notturno
considera que se ganaría mucho terreno si dentro de la discusión pública
norteamericana se utilizasen las herramientas que nos proporciona el
pensamiento popperiano y que el no haberlo hecho hasta ahora constituye la
pérdida de una gran oportunidad, al ser una figura marginal dentro del debate
académico y público en general.
Y, sin duda, en un mundo que apunta hacia
dominio de la “post-verdad”, de la “post-democracia” y del relativismo
“post-moderno”, de eso que ya algunos llaman la “era Trump”- seguramente se
hablará de la “era post-Trump” también-,
el pensamiento popperiano constituye posiblemente su mejor antídoto y su
mayor bálsamo. Como ya esperamos haber destacado suficientemente, el
pensamiento de Popper representa una alternativa a muchas de estas corrientes
“post-algo” o “post-cualquier-cosa” que abundan en el panorama
“post-histórico”, “post-humanista”, “post-industrial” y “post-capitalista” de
la actualidad, o, para complicar aún más las cosas, en nuestra era “post-Guerra Fría” que está a
punto de convertirse en la era de la “post-post-Guerra Fría”, y así usted elija
el “post-algo” que más le guste o suene
bien. En fin, cada quien puede elegir el “post”, “post-post”, y pare usted de
contar, o poste al cual ahorcarse, pues en el mercado actual abundan y
proliferan constantemente. El propio pensamiento de Popper no ha podido escapar
de ello cuando se lo clasifica de “post-positivista”, “post-empiricista” o
“post-fundamentalista”. Pero como diría Popper, lo de menos son las etiquetas o
las discusiones sobre cuestiones meramente verbales o lingüísticas. Al final de
nuestro trabajo veremos su pronunciamiento acerca del uso indiscriminado de
algunos “post-x” o “post-y”.
En
todo caso, en un mundo donde los fanatismos y los fundamentalismos de cualquier
signo se suceden a una velocidad vertiginosa, donde el pensamiento dogmático y
acrítico suele predominar, donde no se comprende la fragilidad de la condición
humana así como la precariedad de todo progreso, el pensamiento de Popper nunca
perderá su vigencia y actualidad. Si en gran parte nos ayudó a comprender y a
transitar los conflictos del siglo XX, todo parece indicar que dicha ayuda será
también necesaria, o incluso más
necesaria aun, durante el desarrollo de
este siglo XXI, plagado de amenazas y peligros. Podríamos señalar que si bien
el pensamiento de Popper conserva muchas de las criticas que se han llevado a
cabo sobre una modernidad fallida, un
proyecto ilustrado fracasado y superado, su irresoluble fe en la razón -a pesar
de todas sus limitaciones- lo hace también uno de los defensores más
consistentes y pertinaces de una modernidad que no está nunca satisfecha
consigo misma y que encuentra en la crítica la punta de lanza de su progreso
continuo, a pesar de las amenazas permanentes y constantes en contra de los
avances de la civilización y de la sociedad abierta. A continuación citaremos otro texto de la
excelente obra de Parvin, donde resume
magistralmente el legado del pensamiento de Popper y explica también por qué se
ha mantenido como una figura marginal en el marco del debate académico del
pensamiento político. De paso, destaca claramente el carácter adversativo de su
pensamiento.
Popper no puede ser fácilmente asociado a la
Escuela de Cambridge, ni tampoco al postmodernismo, al postestructuralismo o a
la teoría crítica. Nunca ocupó el mismo espacio teórico de Rawls o sus
seguidores, a pesar de que sus conclusiones tienen una relevancia permanente en
sus áreas de trabajo. No fue un utilitarista en el sentido en que la mayoría
entiende el término, tampoco un
teleologista, a pesar de que estaba comprometido con la evaluación del éxito y
del fracaso de las reformas sociales propuestas, al menos como parte de la
respuesta a las consecuencias que generaban. No fue un relativista, un
nacionalista, un comunitario, pero reconoció la importancia (a menudo
perniciosa) que ser miembro particular de un grupo ha tenido para mucha gente a
lo largo de la historia. Nunca fue estrictamente un conservador, un libertario
ni un liberal clásico, pero rechazó la planificación social, económica y
política de largo alcance e influyó en aquellos que se asociaban a sí mismos
con estas tradiciones. No era socialista, pero creía que las instituciones del
estado pueden y deben aliviar la paralizante pobreza que mucha gente sufría
todavía. Fue brevemente marxista, y durante toda su vida mantuvo un respeto por
la contribución de Marx al pensamiento económico y social, aunque al final del
día lo veía como un peligro para los objetivos de una sociedad abierta. Sostuvo
los ideales encarnados en la Ilustración mientras que criticaba con fiereza
muchos pensadores ilustrados, defendió la política basada en la razón al mismo
tiempo que afirmaba sus limitaciones, y defendió el crecimiento del
conocimiento al mismo tiempo que afirmaba que el conocimiento certero era
imposible. En La Sociedad Abierta presentó un importante pronunciamiento
a favor de la socialdemocracia en la era de la post-guerra, basada en una
epistemología que sería utilizada por muchos para destruirla. Tampoco fue un
pensador del contrato social como Locke, Hobbes, Rousseau o Kant. No apoyó sus
conclusiones en controversiales alegatos sobre la naturaleza humana o el
contenido de las motivaciones humanas. No se preocupó explícitamente de muchas
de las cuestiones que los teóricos de la política consideran medular dentro de
su disciplina, como las obligaciones políticas, los derechos o el origen de la
ley. Y no proporcionó una completa y total teoría normativa de la teoría
política. (Parvin, 2010, pp. 148s)
La
vigencia del pensamiento de Popper, en particular, su pensamiento político,
adquiere todo su valor en un mundo en que las modas intelectuales se suceden
con mayor frecuencia que las modas de los diseños de ropa, donde predomina
el prêt-à-penser, como diría
Morin; donde el carisma y la propaganda suelen ser más importantes que el
mensaje y el contenido, donde el medio es el mensaje y el mensaje es el masaje,
decía McLuhan; donde, por cierto, la
razón ha pasado de moda y se ha puesto
de moda, en cambio, un pensar débil y relativista, una suerte de pensamiento a
la carta y, sobre todo, donde los dogmatismos y los fanatismos, así como los
actos violentos que a menudo acarrean, están a la orden del día. En un mundo
así, si se me permite un estilo más personal, no diría simplemente que el
pensamiento de Popper luce necesario, sino que
me atrevería a afirmar que resulta indispensable, si no fuese porque la
propia cautela que nos recomienda su pensamiento hace que nuestras adhesiones
siempre sean tentativas y dispuestas a revisarse permanentemente. Por eso
tampoco me atrevería a afirmar con total certeza que será un pensador clave de
este siglo que está comenzando, aunque sospecho que así pueda ser. Siguiendo el
talante del autor que ha motivado este breve ensayo, diría que se trata de una
propuesta que someto a la consideración de los amables lectores y del tiempo,
claro está, que implacablemente se encarga de poner todas las cosas y las
personas en su lugar correspondiente. Probablemente ahora se comprenderá mejor
el carácter tentativo y propositivo que hay en el título del presente ensayo,
completamente alejado de cualquier pretensión de realizar una afirmación
categórica o, peor aún, dogmática. Pero dejemos entonces que sea finalmente el
propio autor quien pudiese convencernos de dicha solicitud o propuesta, a
través de las palabras finales del prefacio de la edición inglesa de La
lógica de la investigación científica escrito en 1958 y que conserva una
sorprendente actualidad.
Defender un dogma más es, sin embargo, lo
último que quisiera hacer: incluso el análisis de la ciencia -la 'filosofía de
la ciencia'- amenaza con convertirse en una moda, en una especialidad; mas los
filósofos no deben ser especialistas. Por mi parte, me interesan la ciencia y
la filosofía exclusivamente porque quisiera saber algo del enigma del mundo en
que vivimos y del otro enigma del conocimiento humano de este mundo. Y creo que
sólo un renacer del interés por estos secretos puede salvar las ciencias y la
filosofía de una especialización estrecha y de una fe obscurantista en la
destreza singular del especialista y en su conocimiento y su autoridad
personales; fe que se amolda tan perfectamente a nuestra época “postrracionalista”
y “postcrítica”, orgullosamente dedicada a destruir la tradición de una
filosofía racional, y el pensamiento racional mismo. (Popper, 1980, p. 23)
Referencias
Fuentes,
C. (2001). La paz caliente. Nexos. (http://www.nexos.com.mx/?p=10150)
Notturno, M.A. (2015). Hayek and Popper. On rationality, economicism,
and democracy. London/New York: Routledge/Taylor & Francis Group.
Parvin, P. (2010). Karl Popper. New York/London: Continuum
Popper, K.R. (1980). La
lógica de la investigación científica. Madrid:
Editorial Tecnos.
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