De la comunicación en Kant
David De los Reyes
I
Del sentido común, superstición e ilustración
Kant en su Crítica del Juicio[1] nos da una serie de apreciaciones sobre la comunicación normativa. Para conocerlas podemos comenzar con un término que aparecerá junto al sentido del gusto: el de sentido común, como comunidad afín a ciertos criterios y sensibilidad estética. La condición del gusto puede verse como una especie de sentido común. Esto último Kant lo relaciona con el común entendimiento humano. ¿Qué entiende por ello? El entendimiento común es asumido como meramente sano, es decir, no cultivado; es de menor consideración que el desarrollado mediante la educación. Es el que posee cualquier ser que aspira al apelativo de hombre. Kant nos da otro modo de dirigirse a dicha condición, referencia un tanto mortificante al nombrarse también como sentimiento común (sensus commnunis). Sentido común, sentimiento común, común entendimiento, es la condición primordial de cualquiera. Todo hombre que no ha desarrollado su juicio al menos posee esta cualidad, la capacidad de operar y relacionar con las otras dentro de un mínimo margen en tanto humano. La palabra común contempla un significado de bajeza, de vulgaridad por encontrarse por doquier y tal posesión no es obtenida merecidamente por esfuerzo o como algo que proporcione ventaja. Es la condición mínima para que un ser se comprenda en tanto hombre, que opere y se comunique en tanto humano.
Sensus communis habrá que entenderse como sentido común a todos. No hay diferenciación mayor por ser una cualidad vulgar, común. Es la facultad de juzgar que tiene presente el pensamiento representativo del resto para poder ejercer un juicio que se dirija a la entera raza humana. Es un juicio que se separa de cualquier ilusión subjetiva, la cual vendría a ser una personalización del juicio y que si bien pudiera parecer un juicio objetivo sobre algo, arrastraría quizás una desventajosa influencia respecto al juicio mismo. De aquí surge la condición de los juicios reales y los juicios posibles. Unos atienden al llamado del sensu communis y se coloca en el lugar de los otros: reales; en los posibles la separación de lo común es su condición y se adentra dentro de la difícil postura subjetiva del juicio.
Kant señala que los juicios que operan mediante una referencia al entendimiento meramente sano, es decir, común, surgen por su condición de referencia abstracta en relación con lo material. Abstracta por superar las restricciones que surgirían si asumiéramos las condiciones causales de nuestro personal modo de enjuiciar. De ahí que deba omitirse toda condición material o de sensación en el estado representacional del juicio. La atención se fija en sus peculiaridades formales de la representación. Pareciera que esta posibilidad de enjuiciar sería muy artificiosa y por tanto lejana a lo que entendemos por sentido común. Pero para poder arraigarse en la condición común hay que expresar el juicio bajo fórmulas abstractas, retirando cualquier atractivo o emoción personal pues lo que se persigue, es servir como juicio de regla universal, es decir, de una regla común a todos, de un juicio que pueda comunicarse a todos.
Por esta condición universal que provee el juicio propio del entendimiento común, Kant se permite inferir que el sentido común tiene la cualidad de superar la pasividad del entendimiento. ¿A qué se refiere con ello? A superar la condición de la superstición del entendimiento pasivo mediante la negación de la mente ilustrada. Veamos como lo distingue este autor.
Se nos habla de tres máximas propias del común entendimiento humano. Estos principios son: 1.- el pensar por sí mismo; 2.- poder pensar en el lugar de cada uno de los otros; 3.- y el pensar siempre acorde consigo mismo. Refiere que la primera es el modo de pensar desprejuiciado, la segunda es la de lo amplio del pensar que incluye a los otros y la última la condición consecuente, la fidelidad a su visión de mundo. Gracias a esa postura individual del pensar por sí mismo es que el pensamiento se deslastra de permanecer pasivamente. Permanecer en una razón pasiva es remitirse a asentarse en una razón prejuiciosa. El mayor prejuicio es para Kant el de representarse la naturaleza como no subordinada a las reglas del entendimiento, éste deja fuera del margen de su obrar el fundamento de la naturaleza, manteniéndose el juicio al nivel de la superstición. Es aquí cuando Kant argumenta y compara este entendimiento supersticioso con el entendimiento ilustrado. Liberarse de la superstición Kant lo llama ilustración. Ser ilustrado es servirse de su propio entendimiento, es decir, corroborar la primera máxima antes que el resto, por consiguiente, pensar por sí mismo.
Si bien la ilustración del individuo pareciera cosa fácil in thesi, in hypothesis es difícil pues estamos más llevados a ser pasivos que legislativos con el uso de nuestra razón. Sería fácil si siempre quisiéramos adecuar nuestro juicio a su fin esencial y no trascender por encima del entendimiento, es decir, de llevar nuestros juicios hasta lo universal. Pero ello es casi imposible y siempre habrá, dice Kant, cualquier otro que prometa con mucha confianza poder satisfacer este deseo de saber, mantener o establecer el modo de cómo se deba pensar (sobre todo, el público); lo meramente negativo, asumir nuestro propio pensamiento (que constituye la Ilustración propiamente como tal) debe, entonces, ser muy difícil.
Pero lo que determina la condición de poseer un entendimiento ilustrado es haber desterrado los prejuicios en general, liberarnos de la ceguera que ello arrastra; esa ceguera es la rica cantera común de la superstición. Esta condición exige la obligación de tener que ser guiados por otros y por ello permanecemos bajo la condición de una razón pasiva. Lo contrario es reconocerse y esforzarse por adquirir la condición legislativa de perseguir nuestros propios fines a partir del pensar por sí mismo nuestra condición humana.
Respecto al segundo principio: “pensar en el lugar de cada uno de los otros”, Kant lo aborda de la siguiente manera. Carecer de tal condición es lo que vendría a definir a aquellos que están cortos de alcance, cortos de entendimiento, (lo contrario de amplio), es decir, las personas cuyos talentos no alcanzan ningún mayor uso. Un hombre de pensar amplio es el que puede superar las condiciones subjetivas privadas del juicio a las que una gran cantidad de personas están como atrapadas. Esta amplitud comunicacional nos lleva a poder elevar nuestro propio juicio de y desde un punto de vista universal; la condición de lo universal hace que tengamos que lograr una determinación colocándonos no sólo a partir de nuestra postura personal sino incluyendo a los otros.
El tercer principio, respecto al modo consecuente del pensar es para nuestro autor la más difícil de lograr y sólo se puede obtener si se mantiene la unión de las dos primeras y sólo así se llega a convertir en destreza. Kant finaliza que estas máximas del pensamiento ilustrado pueden comprenderse refiriéndoles que la primera es la máxima del entendimiento; la segunda: la facultad de juzgar y la tercera la de la razón.
II
De la comunicación de nuestros pensamientos. Del gusto y del entendimiento
La condición permanente de los juicios en tanto universales es su cualidad comunicativa. La condición del gusto en Kant plantea diferenciar los juicios intelectuales de los juicios estéticos. Estos últimos están emparentados con el sensus communis aestheticus o comunidad del gusto; y los juicios propios del común entendimiento humano serían los expresados como sensus communis logicus. Estos dos modos, el estético (modus aestheticus) y el lógico (modus logicus) se diferencian entre sí en que el primero no tiene ningún otro criterio más que el del sentimiento de unidad de representación, y el otro, en cambio, sigue principios determinados dentro de una causalidad conceptual.
De hecho, todo juicio estético lleva el nombre de un sentido a todos común, donde se entiende la palabra sentido bajo la perspectiva de que este tipo de juicios nos vendrían a dar un efecto sobre el ánimo donde entendemos que tal sentido está emparentado con el sentimiento de placer o de lo bello según el contexto cultural en que se desarrolle.
Para ello se requiere no sólo del uso del entendimiento sino de la imaginación. Gracias a esta última es que llegamos a asociar las intuiciones a los conceptos y los conceptos a que tengan un basamento legal, es decir, un carácter universal. La libertad de imaginación debe despertar al entendimiento para abordar los conceptos con los cuales se logran la comunicabilidad de nuestros sentimientos. Sin los conceptos, nos quedamos dentro de la esfera del gusto subjetivo, donde la facultad de juzgar a priori la comunicabilidad de los sentimientos está ligada a una representación dada pero sin la mediación de un concepto.
En el caso de Kant la sociabilidad del hombre y el desarrollo del juicio es lo que lo convierte en apto para llegar a obtener un grado de comunicabilidad para transmitir a otros nuestros gustos[2], apreciaciones y sentido de lo bello y el placer que comporta. La convivialidad social lleva la capacidad de poder compartir e interactuar con otros, de identificarse y transmitir los mismos gustos o el mismo sentimiento de placer que es tomado como fineza (y desarrollo de juicio) del individuo para sentir y no sólo apreciar lo estético del asunto; ciertos grados de fineza, es decir, de costumbres, de civilización, de cultura, de gusto, etc. hace que podamos hablar de un sentir en comunidad la complacencia de lo que se vivió al nivel individual: para Kant sólo la civilización –y aquí hablamos expresamente de la europea del siglo XVIII- es la que puede dar a un conjunto de objetos un sentido estético y un grado de comunicación universal; sólo la universal comunicabilidad del placer estético vendrá a agrandar su valor significativo casi infinitamente. De resto, sin ese grado de comunicabilidad, quedaría replegado el sentido común dentro de un campo reducido de apreciaciones particulares.
Toda representación sensible, sea placentera en el caso del arte o de los productos referidos a los sentidos, contiene la universal comunicabilidad mediante el juicio; su concepto, que nombra a la emoción estética no pretende el placer del goce sino la capacidad de reflexión que pueda arrastrar tal condición estética del placer (un goce sin fin), o de la afectación sensible de los objetos del mundo. Kant advierte que todo objeto de la naturaleza que nos atraiga bien por su belleza o por otra condición que dignifique al hombre en su sensibilidad, debe estar en consonancia a una idea moral; la verdadera belleza no escapa a un sentimiento moral. Y de allí juzgar a algo como agradable o placentero no está exento de identificarse con la facultad de juzgar reflexionante y no reducirse únicamente dentro de las variables sensaciones de los sentidos[3]. La condición de lo estético debe estar referido no a la sensación sino a la reflexión que comporta la universal comunicabilidad de la obra o del evento estético.
III
Del buen habla. El arte de la oratoria y la retórica.
En el caso de la comunicación mediante el habla se nos dice que es el modo de expresión con que se sirven los hombres para comunicarse unos a otros y de la mejor forma posible no sólo deben poder transmitirse sus conceptos sino también sus sensaciones. El habla comprende no sólo a la palabra sino que habrá que integrarle el gesto y el tono (articulación, gesticulación y modulación son elementos de toda comunicabilidad mediante la palabra) para descifrar su intención y su acto. La combinación de estos tres modos de la expresión constituye la completa comunicación del hablante. Gracias a ello habrá resonancia, reciprocidad comunicativa; toda comunicación constituye una acción de acercamiento y vínculo que en el caso de la palabra transmite toda su carga significante cuando se dan en ella conjuntamente el pensamiento, la intuición y la sensación. En esto estriba la completa comunicación del hablante[4].
En el ars poetica el discurso viene a sucederse de manera franca y sincera, según la expresión del genio y su habilidad con el juego de la imaginación que nos sugieren sus obras. El caso del uso de la retórica, en tanto comunicación, vendrá a estar nivelada por Kant dentro de la superchería artificiosa, que usa la palabra para el embellecimiento u ocultamiento del vicio o del error, y con el fin de obtener un provecho personal.
La retórica, en tanto arte de persuadir, se nos muestra como la capacidad de engañar por medio de la bella apariencia (como ars oratoria, propia de la mayoría de los políticos). La retórica no está sólo en función del hablar bien sino que es una dialéctica que toma prestado del arte poético lo necesario con el fin de ganarse, en provecho del orador, en el auditorio, los ánimos antes que el enjuiciamiento o la reflexión del escucha, quitándole la libertad de decidir por la bella y eficaz afectación del ánimo gracias a las direcciones que ha tomado su discurso.
A diferencia de Aristóteles y Hume, para Kant la retórica no es bien vista ni en tribunales ni frente al público. Todo lo que tenga que ver con el tratamiento de leyes civiles, del derecho de las personas individuales o de la enseñanza y determinaciones duraderas de los ánimos en función de un mejor conocimiento de los asuntos públicos y su observancia del deber y de la recta conducta para con éste sobra, respecto a ello, todo rastro de exuberancia de ingenio e imaginación. En relación con esto, su abuso contempla la condena moral, que debe ser absoluta, pues está por debajo de la dignidad de un asunto tan importante como el utilizar el arte de persuadir para tomar ventaja respecto a cualquiera. Si bien Kant lo deja claro sabemos que nuestro mundo no toma para nada en cuenta tal recomendación y la retórica vendrá a ser un arte que bien se debe saber manejar si queremos presentarnos no sólo como orador, político o animador de un programa ante un público sino que las reglas precisas de una retórica mediática forman parte del juego de las formas de los medios de comunicación contemporáneos. La retórica tiene su trono en los medios no por el uso, -puede que sí-, de dirigirse mediante una buena expresión del habla (uso de las reglas de la eufonía de la lengua o de la decencia de la expresión, una buena dicción, buen tono, etc.), para transmitir las ideas a comunicar, sino que encontraremos distintos niveles retóricos (habla, estética de la imagen, etc.), para afectar los ánimos a quienes van dirigidos y de acuerdo a niveles de gustos sociales, del nivel de educación de la audiencia y de organizaciones civiles, políticas, etc., presentes en la esfera de lo social. La retórica oculta los fines de la comunicación cuando sólo van dirigidos a exacerbar los ánimos del auditorio y con ello justificar la corrupción de su condición manipuladora. Estos usos de la acción retórica en tanto manipulación de ánimos, son los que llevan a Kant a colocarla dentro de la esfera de las construcciones de la superchería artificiosa y propiciar su condena moral. Es el uso del bello discurso para ocultar el vicio, el error, la mentira y corrupción de la práctica del derecho establecido. La retórica se convierte entonces en una máquina de la persuasión.
Kant plantea que se puede hacer uso de este arte con propósitos legítimos y loables, pero se corrompe al utilizar máximas y sentires para transformar cualquier hecho objetivamente legal. No sólo basta hacer lo que sea propio del derecho sino que habrá que ejercitarlo por la razón que es de derecho.
En una nota aclaratoria Kant habla de sus gustos entre lo poético y lo retórico; entre el discurso literario y el discurso político. Nos confiesa que prefiere la lectura de un bello poema, del que siempre ha podido obtener un deleite puro, que al mejor de los discursos de un orador del pueblo romano o de un parlamentarista de su tiempo. Estos discursos siempre los ha sentido mezclados con el incómodo sentimiento de desaprobación de un arte astuto de afectar a los sentimientos –condición por excelencia del político; en su juego retórico el orador “sabe mover a los hombres como a máquinas, hacia un juicio que en la tranquila meditación tiene que perder ante ellos todo peso”[5]. Facundia y buen hablar son, en conjunto, la condición de toda retórica y pertenece al uso del arte de la palabra; la elocuencia (ars oratoria) no es, en tanto arte la ocasión para servirse de la debilidad de los hombres con el fin de alcanzar los propios intereses del orador (por bien intencionados que éstos sean); los juicios de Kant en nuestro entorno parecieran de una ingenuidad absoluta pero sin embargo son de una seriedad extrema pues reflejan la condición moral y civil del derecho civil común por encima de la condición individual y particular de los buenos hablantes políticos.
En el mundo griego y romano la retórica se elevó a su más alto grado cuando el Estado se apresuraba hacia su ocaso y se habían extinguido los verdaderos modos de pensar en función de los fines colectivos y civiles. Finalmente alega que el uso correcto del lenguaje político persuasivo por parte del orador estriba, tanto su función como su intencionalidad, en guardar en su corazón un bien verdadero respecto a los asuntos públicos a expensas de su arte de la oratoria: “Quien, con clara visión de los asuntos, tiene en su poder el lenguaje y, con una imaginación eficaz y fructífera para la presentación de sus ideas, pone vivazmente su corazón en el bien verdadero, es el vir bonus dicendi peritus, el orador sin arte, pero pleno de energía como quiere Cicerón tenerlo, sin, empero, haber permanecido él mismo siempre fiel a este ideal”[6]. En la posición kantiana en relación con el arte de hablar y la retórica nos encontramos ante una postura bien diferente de la esgrimida por el inglés Hume.
IV
Kant y la publicidad del derecho común
Entre las propuestas que suscribe Kant en relación con la comunicación social está una función importante respecto al derecho y a su acción legal pública. Es la condición moderna del deber público de todo hombre el estar informado de los derechos por los cuales se rigen sus acciones políticas y para ello se requiere mantener el principio de publicidad de las leyes en forma constante e inalterable. Para Kant no hay derecho real si no va acompañado de su publicidad, es decir, de hacerlo del conocimiento público efectivamente; ello está acorde con su postura de pensador defensor de la Ilustración la cual consiste en sacar al hombre del estado natural o de su minoría de edad, es decir, de la tutela del Estado o del amo, para que él mismo sea responsable y libre de sus actos al atreverse a usar su propio entendimiento y cumplir las leyes prescritas.
En su escrito de 1784, Idea de una historia universal desde el punto de vista cosmopolita, manifestaba que el ejercicio de la justicia requiere que el derecho adquiera su existencia y realidad pública en tanto segunda naturaleza humana; para ello debe mantenerse la condición de comunicarlo a la sociedad en donde se aplica para el conocimiento de todos los miembros que la conforman. Cualquier acción e intencionalidad que trate con el derecho de los hombres si ella no es compatible con la publicidad no es una acción que se atenga a derecho[7]. Igualmente observó que toda constitución de una sociedad civil internacional, al asumir el derecho como un eslabón universal para el conjunto de sus miembros, no puede quitarles a los hombres “la libertad de comunicar en público su pensamiento”[8], lo cual equivale a asumir la condición y el derecho de manifestar y ejercer la libertad de pensamiento y opinión respecto a las cosas públicas.
Para Kant la condición moral de servirse cada individuo de su propio entendimiento lo lleva a esclarecerse en tanto ciudadano y por ello requiere que se haga públicamente nuestro uso propio de la razón; que se comuniquen las ideas para que se propaguen universalmente con el fin de mejorar o perfeccionar, en la medida de lo posible, una más justa redacción de la legislación; un uso público de la razón individual, que bien pueda afirmar como negar o criticar las leyes que están en vigor.
Kant afirma que una condición del mundo moderno respecto al derecho está en su condición pública, en hacer del conocimiento público por los medios de comunicación de que se dispongan el conocimiento de las leyes para una mejor observancia crítica, si es necesaria, de las mismas; la realización del derecho está acompañado no sólo de su publicidad sino también de elevar a los ciudadanos por medio de la educación social a que hagan uso de su entendimiento y ejerzan la libertad del pensamiento y puedan comunicar sus ideas sin temor a represión y libremente, y no únicamente manifestadas en privado sino de manera universal y pública.
[1] Kant, I.: Crítica del juicio. Monte Avila, Caracas, 1991, pág.153ss.
[2] Cuando Kant nos habla del gusto debe entenderse como facultad enjuiciadora y no como una facultad productora de lo bello. El gusto es el carácter de la univesal comunicabilidad de lo bello en este caso, o del evento estético, desde un punto de vista más amplio.
[3] Op.cit. pág.215.
[4] Idem, pág.229.
[5] Idem, pág.235
[6] Idem.
[7] Kant, I. Vers la Paix perpétuelle. Que signifie s´orienter dans la pensée? Qu´est-ce que les Lumièrés, Garnier-Flammarion, Paris, 1991, pág.124-25.
[8] Idem, pág.69, también se puede consultar el ensayo Qu´est-ce que les Lumiéres?, pág.43ss.
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