La
Nueva Edad Media
Umberto Eco
En homenaje a la obra de este intelectual desaparecido recientemente, publicamos uno de los ensayos más discutidos y esclarecedores (según nuestra opinión), sobre el entorno tecnológico y social que nos envuelve en estos tiempos complejos. El ensayo fue
publicado por primera vez en 1972. Cierto crítico ha escrito sobre este trabajo lo siguiente: "Desde hace años que los ambientes
internacionales relacionados con el estudio de la modernidad lo señalan como
referente. El movimiento hacker lo consideró siempre como "una iluminación
censurada" por su contenido propietario. Así que se peleó por abrirlo a
contenido público. En el 2008 después de mucho insistir y presionar, finalmente
Eco accedió. Esta es la primera versión en castellano, corregida y sutilmente
actualizada. El original titulaba "Hacia la Nueva Edad Media " y
quedó "La Nueva Edad Media". Cuando Eco preguntó acerca de la
posibilidad de actualizar el contexto de época con relación a los personajes,
Fellini, Antonioni, etc. los hackers respondieron que se sentían
"ofendidos" ante esa propuesta. El autor se manifestó "muy
halagado por tantas presiones amigas sobre mi obra". Y reconoció algo más:
"Se está generando una ética en el ciberespacio que desconocía, mucho más
íntegra que la de los intereses capitalistas. Nos protegen hasta de nosotros
mismos."
Recientemente,
y desde muchas partes, se ha empezado a hablar de nuestra época como de una
Nueva Edad Media. El problema es si se trata de una profecía o de una
constatación. Dicho de otro modo: ¿hemos entrado ya en la Nueva Edad Media o,
como lo expresa Roberto Vacca en un inquietante libro, «vamos al encuentro de
una próxima Edad Media inminente»? La tesis de Vacca se basa en la degradación
de los grandes sistemas típicos de la era tecnológica que, demasiado vastos y
complejos para ser coordinados por una autoridad central y también para ser
controlados individualmente por un aparato directivo eficiente, están
condenados al colapso y, por interacciones recíprocas, a producir un retroceso
de toda la civilización industrial. Repasemos brevemente las hipótesis más
apocalípticas que Vacca concibe, en una especie de «escenario» futurible de
apariencia muy persuasiva.
1. PROYECTO DE APOCALIPSIS Un día, en Estados
Unidos, la coincidencia de un atasco de autopistas con una paralización del
tráfico ferroviario impide que el personal de relevo acceda a un gran
aeropuerto. Los controladores no relevados, vencidos por el estrés, provocan la
colisión entre dos cuatrirreactores, que se precipitan sobre una línea
eléctrica de alta tensión, cuya carga, repartida entre otras líneas ya
sobrecargadas, provoca un black out como el que ya sufriera Nueva York hace
algunos años. Salvo que esta vez es más radical y dura varios días. Como nieva
y las calles están bloqueadas, los automóviles forman monstruosos atascos; en
las oficinas, se encienden fuegos para calentarse, estallan incendios y los
bomberos no logran llegar a los sitios para apagarlos. La red telefónica queda
bloqueada bajo el impacto de cincuenta millones de personas aisladas que tratan
de comunicarse. Se inician marchas por la nieve, que ocasionan víctimas que se
abandonan en las calles. Los viandantes, privados de aprovisionamientos de toda
clase, intentan apoderarse de refugios y mercancías; entran en acción las decenas
de millones de armas de fuego vendidas en Norteamérica. Las fuerzas armadas
asumen el poder, pero son víctimas también de la parálisis general. La gente
saquea los supermercados, en los hogares se acaban las reservas de velas,
aumenta el número de muertos a causa del frío y el hambre, y en los hospitales
los enfermos mueren por falta de cuidados. Después de algunas semanas, cuando
penosamente se restablezca la normalidad, los millones de cadáveres dispersos
por las ciudades y el campo comenzarán a propagar epidemias y provocarán
flagelos de dimensiones parecidas a los de la peste negra, que en el siglo XIV
destruyó dos tercios de la población europea. Surgirán entonces psicosis «de
contagio» y se afirmará un nuevo maccartismo mucho más cruento que el primero.
La vida política, que habrá entrado en crisis, se subdividirá en una serie de
subsistemas autónomos e independientes del poder central, con ejércitos
mercenarios y administraciones autónomas de justicia. Mientras la crisis
continuará indefinidamente, quienes lograrán superarla con más facilidad serán
los habitantes de las áreas subdesarrolladas, ya preparados para vivir en
condiciones elementales de vida y de competencia, y se producirán grandes
migraciones, que darán lugar a fusiones y mezclas raciales, importación y
difusión de nuevas ideologías. La propiedad, menguada la fuerza de las leyes y
destruidos los catastros, se apoyará en el solo derecho de usurpación. Por otra
parte, la rápida decadencia habrá reducido las ciudades a una serie de ruinas
alternadas con casas habitables, y habitadas por quienes hayan logrado
apoderarse de ellas, mientras las pequeñas autoridades locales podrán mantener
cierto poder construyendo recintos y pequeñas fortificaciones. En este momento,
se estará ya en plena estructura feudal. Las alianzas entre poderes locales se
apoyarán en el compromiso y no en las leyes, las relaciones individuales se
basarán en la agresión, en la alianza por amistad o comunidad de intereses, y
renacerán las costumbres elementales de hospitalidad para el transeúnte. Ante
esta perspectiva, nos dice Vacca, no cabe otra cosa que pensar en planificar el
equivalente de la comunidad monástico que, en medio de tanta decadencia, se
ejercite desde ahora en mantener vivos y en transmitir los conocimientos técnicos
y científicos útiles para el advenimiento de un nuevo renacimiento. Cómo
organizar estos conocimientos, cómo impedir que se corrompan en el proceso de
transmisión o que alguna comunidad haga uso de ellos con fines de poder
particular, éstos y otros problemas constituyen los capítulos finales (en gran
parte discutibles) del Medio Evo prossimo ventura. Pero, como decíamos al
comienzo, el problema es de índole diversa. Se trata ante todo de decidir si
este escenario que describe Vacca es apocalíptico o si es la enfatización de
algo ya existente. Y, en segundo lugar, de liberar la noción de Edad Media del
aura negativa con que la ha envuelto cierta difusión cultural de inspiración
renacentista. Tratemos pues de analizar qué es lo que se entiende por Edad Media.
2. PROYECTO ALTERNATIVO DE EDAD MEDIA Para empezar, observemos que este nombre
define dos momentos históricos bien distintos: uno que va desde la caída del
Imperio Romano de Occidente hasta el año 1000, y es una época de crisis, de
decadencia, de violentos ajustes de cuentas entre pueblos y de choque de
culturas; el otro período se extiende desde el siglo XI hasta aquella época que
escolarmente se define como Humanismo, y no por azar muchos historiadores
extranjeros lo consideran ya una época de pleno florecimiento y hablan así de
tres renacimientos: uno carolingio, otro en los siglos XI Y XII, y el tercero,
que es el que se conoce como Renacimiento propiamente dicho. Admitiendo que se
corre el riesgo de sintetizar la Edad Media en una especie de modelo abstracto,
¿con cuál de aquellos dos períodos se hará corresponder nuestra época?
Cualquier correspondencia término por término sería ingenua, incluso porque
vivimos en una época de procesos enormemente acelerados, donde lo que sucede
ahora en cinco años puede a veces corresponder a lo que entonces sucedía en
cinco siglos. En segundo lugar, el centro del mundo se ha extendido a todo el
planeta; hoy conviven civilizaciones, culturas y estadios diferentes de
desarrollo, y en términos de sentido común nos vemos llevados a hablar de
«condiciones medievales» de la población bengalí, mientras consideramos Nueva
York una floreciente Babilonia, o Pekín el modelo de una nueva civilización
renovadora. Será necesario, por tanto, establecer un paralelo entre ciertos momentos
y ciertas situaciones de nuestra civilización planetaria y diversos momentos de
un proceso histórico que va del siglo V al siglo XIII. Ciertamente, comparar un
momento histórico preciso (hoy) con un período de casi mil años parece un
pasatiempo sin sustancia, y así sería si hiciéramos esto. Pero lo que
intentamos aquí es elaborar una «hipótesis de Edad Media» (como si nos
propusiéramos construir una Edad Media y calculáramos qué ingredientes serían
necesarios para producir una eficiente y plausible). Esta hipótesis, o este
modelo, tendrá las características propias de toda criatura de laboratorio:
será el resultado de una elección, de una filtración, y la elección dependerá
de un fin preciso. En nuestro caso, el fin consiste en disponer una imagen sobre
la cual podamos medir tendencias y situaciones de nuestro tiempo. Será un juego
de laboratorio, pero nadie ha dicho nunca seriamente que los juegos sean
inútiles. Jugando el niño aprende a estar en el mundo, justamente porque simula
aquello que después estará obligado a hacer de veras. ¿Qué necesitamos para
hacer una buena Edad Media? Ante todo una gran Paz que se degrada, un gran
poder estatal internacional que había unificado el mundo bajo una lengua,
costumbres, ideología, religión, arte y tecnología y que, en un momento dado, a
causa de la propia ingobernable complejidad, se derrumba. Y se derrumba por la
presión que en sus fronteras ejercen los «bárbaros», que no son necesariamente
incultos, sino que son portadores de nuevas costumbres y de nuevas visiones del
mundo. Estos bárbaros pueden invadir con violencia, porque quieren apropiarse
de una riqueza que les había sido negada; o bien pueden insinuarse en el cuerpo
social y cultural de la Pax dominante haciendo circular nuevas formas de fe y
nuevas perspectivas de vida. El Imperio Romano, en los comienzos de su
decadencia, no fue socavado por la ética cristiana; se socavó sólo al acoger
sincréticamente la cultura alejandrina y los cultos orientales de Mitra y de
Astarté, jugueteando con la magia, las nuevas éticas sexuales y diversas
esperanzas e imágenes de salvación. El imperio acogió nuevos componentes
raciales, eliminó, por la fuerza de las circunstancias, muchas rígidas
divisiones de clase, redujo la diferencia entre ciudadanos y no ciudadanos, entre
plebeyos y patricios, conservó la división de la riqueza, pero moderó -y no
podía hacer otra cosa - las diferencias entre los roles sociales. También
experimentó fenómenos de rápida aculturación, colocó en el gobierno a hombres
que pertenecían a razas que doscientos años antes habrían sido consideradas
inferiores, y desdogmatizó muchas teologías. Durante el mismo período, el
gobierno adoró a los dioses clásicos, los soldados a Mitra y los esclavos a
Jesús. Por instinto se perseguía la fe que, a la larga, parecía más letal para
el sistema, pero, en general, una gran tolerancia represiva permitía aceptarlo
todo. El colapso (militar, civil, social y cultural) de la Gran Pax abre un
período de crisis económica y de vacío de poder, pero sólo una justificable
reacción anticlerical ha permitido considerar los Siglos Oscuros tan «oscuros».
En realidad, incluso la Alta Edad Media (y más la Edad Media posterior al año
1000) fue una época de increíble vitalidad intelectual, de diálogo apasionante
entre civilización bárbara, herencia romana y estímulos cristianoorientales, de
viajes y de encuentros, con los monjes irlandeses que atravesaban Europa
difundiendo ideas, promoviendo lecturas, inventando locuras de todo género...
En resumen, fue en este período cuando maduró el hombre occidental moderno, y
es en este sentido que el modelo de una Edad Media puede servirnos para
entender lo que está sucediendo en nuestros días: la quiebra de una gran Pax
acarrea crisis e inseguridades, choques de distintas civilizaciones, y lentamente
se va configurando la imagen de un hombre nuevo. Imagen que sólo más tarde
aparecerá clara, pero cuyos elementos fundamentales están ya bullendo allí en
un dramático caldero. Boecio, que divulga a Pitágoras y relee a Aristóteles, no
repite de memoria la lección del pasado, sino que inventa un nuevo modo de
hacer cultura y, fingiendo ser el último de los romanos, constituye la primera
oficina de estudios de las cortes bárbaras.
3. CRISIS DE LA PAX AMERICANA Que
hoy estamos viviendo la crisis de la Pax Americana es ya lugar común en la
historiografía del presente. Sería pueril encasillar en una imagen precisa a
los «nuevos bárbaros», incluso por la carga negativa y desorientadora que para
nuestros oídos ha tenido siempre el término «bárbaro»: difícil decir si son los
chinos o los pueblos del tercer mundo, o la generación contestataria, o los
inmigrantes meridionales que están creando en Turín un nuevo Piamonte que antes
jamás existió; y si apremian en las fronteras (donde están) o trabajan ya en el
interior del cuerpo social. Por otra parte, ¿quiénes eran los bárbaros en los
siglos de la decadencia imperial, los hunos, los godos o los pueblos asiáticos
y africanos que implicaban la central del imperio en su comercio y en sus
religiones? Lo único que en concreto estaba desapareciendo era el Romano, como
hoy desaparece el Hombre Liberal, empresario emprendedor de lengua anglosajona
que tuvo en el Robinson Crusoe su poema primitivo y en Max Weber su Virgilio.
En las pequeñas villas suburbiales, el ejecutivo medio de pelo cortado en
cepillo personifica todavía al romano de antigua virtud, pero su hijo ya va con
pelos de indio, poncho de mexicano, toca el sitar asiático, lee textos budistas
o libelos leninistas y (como sucedía en el Bajo imperio) a menudo logra poner
de acuerdo a Hesse, el zodíaco, la alquimia, el pensamiento de Mao, la
marihuana y la técnica de la guerrilla urbana; basta leer Do ¡t de Jerry Rubin
o pensar en los programas de la Alternate University, que hace dos años
organizaba en Nueva York cursos sobre Marx, economía urbana y astrología. Por
otra parte, también este romano superviviente juega, en los momentos de
aburrimiento, al intercambio de parejas y pone en crisis el modelo de la
familia puritana. Este romano de pelo en cepillo, inserto en una gran
corporación (gran sistema que se degrada), vive ya de hecho la
descentralización absoluta y la crisis del poder (o de los poderes) central
reducido a una ficción (como era el Imperio) y a un sistema de principios cada
vez más abstractos. Véase el impresionante ensayo de Furio Colombo, Potere,
grupo e conflicto nella societá neo-feudale, 1 del que emerge la
contemporaneidad de una situación típicamente neomedieval. Sin necesidad de
hacer sociología, todos sabemos que en lo que a nosotros respecta las
decisiones del gobierno son, con frecuencia, formales en relación a las
decisiones aparentemente periféricas de los grandes centros económicos; los
cuales no por azar empiezan a constituir su Sifar privado, quizás utilizando
las fuerzas de los Sifar públicos, y sus universidades, que tienen como
finalidad única los resultados de eficacia individual, en oposición a la Caída
de la Distribución Central de Adiestramiento. En cuanto a que ahora la política
del Pentágono o del FBI pueda proceder de manera absolutamente independiente de
la política de la Casa Blanca es crónica cotidiana. «El golpe de mano del poder
tecnológico ha vaciado las instituciones y ha abandonado el centro de la
estructura social», observa Colombo, que añade que el poder «se organiza abiertamente
fuera del área central y media del cuerpo social, dirigiéndose hacia una zona
libre de tareas y responsabilidades generales, revelando abierta y súbitamente
el carácter accesorio de las instituciones». Las apelaciones ya no son en
términos de jerarquía o de función codificada, sino de prestigio y presión
efectiva. Colombo cita el caso de la rebelión en las cárceles de Nueva York en
octubre de 1970, donde la autoridad institucional, el alcalde Lindsay, sólo
pudo actuar mediante llamadas a la moderación, mientras las negociaciones se
realizaban al principio entre presos y guardianes y después entre periodistas y
autoridades carcelarias, con la mediación efectiva de la televisión.
4. LA
VIETNAMIZACIÓN DEL TERRITORIO En el juego de estos intereses privados que se
auto administran y logran mantener compromisos y equilibrios recíprocos,
servidos por policía privada y mercenaria, con sus propios centros fortificados
de refugio y defensa, se asiste a lo que Colombo llama una progresiva
vietnamización de los territorios, batidos por nuevas compañías de fortuna
(¿qué otra cosa son los minutemen y los Black Panthers?). Hagamos la prueba de
aterrizar en Nueva York en un avión de la TWA: entraremos en un mundo
absolutamente privado, en una catedral autogestionada que no tiene nada que ver
con la terminal de la Panamerican. El poder central, que experimenta de manera
particularmente intensa la presión de la TWA, provee a la compañía de un
servicio de visados y aduana más rápido que los demás. Si volamos por TWA, en
cinco minutos de reloj entramos en Estados Unidos; con otras compañías nos
llevará una hora. Todo depende del feudatario volante al que nos confiemos, y
los miss dominici (que también están investidos de poder de condena y de
absolución ideológica) levantarán a unos excomuniones que para otros serán
mucho más dogmáticamente irrevocables. No es preciso ir a los Estados Unidos
para advertir cómo se ha modificado el aspecto exterior de la sala central de
un banco de Milán o Turín, ni para comprobar qué complejo de controles y
trámites de policía interna hay que superar antes de poner pie en un castillo
más fortificado que los otros, como es el palacio de la RAI, en Roma, en el
viale Mazzini. El ejemplo de la fortificación y paramilitarización de los
edificios lo tenemos también en casa, a nivel de experiencia cotidiana. A este
respecto, el agente de policía de servicio sirve y no sirve, confirma la
presencia simbólica del poder, que a veces puede convertirse en brazo secular
efectivo, pero a menudo bastan las fuerzas mercenarias internas. Cuando la
fortificación herética (piénsese en la Estatale de Milán, con su territorio
franco provisto de privilegios «de hecho») se hace embarazoso, el poder central
interviene entonces para restablecer la autoridad de la Imagen del Estado, pero
en la facultad de arquitectura de Milán, transformada en ciudadela, el poder
central sólo intervino cuando unos señores feudales de diversa extracción
(industrias, periódicos, D.C. local) decidieron que la ciudadela enemiga fuera
expugnada. Sólo entonces el poder central cayó en la cuenta o fingió creer que
la situación era ¡legal desde hacía años!, e incriminó al consejo de la
facultad. Hasta que la presión de los feudatarios más poderosos no se hizo
insostenible, aquel pequeño feudo de aberrantes templarios, o aquel monasterio
de monjes disolutos, había quedado abandonado a su autogestión, con sus propias
reglas y sus ayunos o sus libertinajes. (Los estudiantes Protestan porque las
aulas están demasiado llenas y la enseñanza es demasiado autoritaria. Los
profesores quisieran organizar el trabajo en seminarios con los alumnos, pero
interviene la policía. En una refriega, resultan muertos cinco estudiantes (año
1200). Se introduce una reforma que otorga autonomía a profesores y estudiantes;
el canciller no podrá rehusar la licencia de enseñanza al candidato propuesto
por seis profesores (año 1215). El canciller de Notre-Dame prohíbe las obras de
Aristóteles. Los estudiantes, con el pretexto de que los precios son demasiado
caros, invaden y arrasan una hostería. El preboste de policía interviene con
una compañía de arqueros, que hieren a algunos viandantes. Desde las calles
vecinas acuden grupos de estudiantes, que atacan a la fuerza pública
arrojándole adoquines que arrancan del pavimento. El preboste de policía ordena
cargar contra ellos: caen muertos tres estudiantes. Huelga general en la
universidad, atrincheramiento en el edificio, delegación al gobierno.
Profesores y estudiantes se dirigen hacia las universidades periféricas.
Después de largas negociaciones, el rey establece una ley que regula a bajo
precio los alojamientos para estudiantes y crea colegios y comedores
universitarios (marzo de 1229). Las órdenes mendicantes ocupan tres cátedras
sobre doce. Revuelta de docentes seglares que las acusan de constituir una
mafia de barones (1252). El año siguiente, estalla una violenta lucha entre
estudiantes y policía, los docentes seglares suspenden sus cursos por
solidaridad, mientras los catedráticos de las órdenes religiosas continúan con los
suyos (1253). La universidad entra en conflicto con el Papa, que se pronuncia a
favor de los docentes de las órdenes regulares, hasta que Alejandro IV se ve
obligado a conceder el derecho de huelga si la decisión se toma por la asamblea
de facultad con mayoría de dos tercios. Algunos docentes rechazan las
concesiones y son destituidos: Guillaume de Saint-Amour, Eudes de Douai,
Chrétien de Beauvais y Nicolas de Bar-sur-Aube son procesados. Los destituidos
publican un libro blanco titulado El peligro de los tiempos recientes, que es
condenado por «inicuo, criminal y execrable» por una bula de 1256 (cf. Gilette
Ziegler, Le défi de la Sorbonne, París, Juiliard, 1969). Un geógrafo italiano,
Giuseppe Sacco, desarrolló hace un año el tema de la medievalización de la
ciudad. Una serie de minorías que rechazan la integración se constituyen en
clan, y cada clan caracteriza un barrio, que se convierte en el centro propio,
a menudo inaccesible: estamos en la «comarca» medieval (Giuseppe Sacco es
profesor en Siena). A ese espíritu de clan se unen por otra parte las clases
pudientes que, siguiendo el mito de la naturaleza, se retiran al exterior de
las ciudades, en los barrios jardín con supermercados autónomos, que dan origen
a otros tipos de microsociedad. Sacco retorna también el tema de la
vietnamización de los territorios, teatro de tensiones permanentes a causa de
la ruptura del consenso: entre las respuestas del poder está la tendencia a
descentralizar las grandes universidades (una especie de defoliación estudiantil),
para evitar peligrosas concentraciones de masas. En ese marco de guerra civil
permanente dominado por el choque de minorías opuestas y privadas de centro, la
ciudad lleva camino de convertirse cada vez más en eso que ya puede verse en
algunas poblaciones latinoamericanas, acostumbradas a la guerrilla, «donde la
fragmentación del cuerpo social está muy bien simbolizada en el hecho de que el
portero de las casas de apartamentos vaya habitualmente armado de metralleta.
En estas mismas ciudades, Ios edificios públicos parecen a veces fortalezas,
como los palacios presidenciales, y están rodeados por una especie de parapetos
de tierra para protegerse de los ataques con bazookas». Por supuesto, nuestro
paralelo medieval debe articularse sin temor a las imágenes simétricamente
opuestas. Porque, mientras la otra Edad Media estaba estrechamente ligada a la
disminución de población, abandono de la ciudad y penuria del campo, dificultad
de comunicación, deterioro de las vías y correos romanos y crisis del control central,
hoy parece que ocurra (respecto a la crisis de los poderes centrales) el
fenómeno opuesto: el exceso de población interactúa con el exceso de
comunicaciones y transportes y hace inhabitable la ciudad, no por destrucción y
abandono, sino por un paroxismo de actividad. La hiedra que corroía las grandes
construcciones ruinosas es sustituida ahora por la contaminación atmosférica y
por la acumulación de basuras que desfiguran y vuelven irrespirables las áreas
habitadas. La ciudad se llena de inmigrantes y se vacía de sus antiguos
habitantes, que sólo acuden a ella para trabajar y correr después a los
suburbios (cada vez más fortificados después de la matanza de Bel Air).
Manhattan va camino de ser habitado sólo por negros. Turín por meridionales,
mientras que en las colinas y llanos circundantes surgen nobles construcciones,
ligadas a etiquetas de buena vecindad, desconfianza recíproca y grandes
ocasiones ceremoniales de encuentro.
5. EL DETERIORO ECOLÓGICO Por otra parte,
la gran ciudad, que hoy no es invadida por bárbaros beligerantes ni devastada
por incendios, sufre escasez de agua, crisis de energía eléctrica disponible y
parálisis del tráfico. Vacca recuerda la existencia de grupos underground que,
en un intento de socavar las bases de la convivencia tecnológica, incitan a que
se hagan saltar todas las líneas eléctricas usando simultáneamente todos los
electrodomésticos posibles y a refrigerar la casa dejando abierta la nevera.
Vacca señala, doctamente, que dejando la nevera abierta la temperatura no
disminuye sino que aumenta: sin embargo, los filósofos paganos tenían
objeciones mucho más importantes que hacer a las teorías sexuales o económicas
de los primeros cristianos, y no obstante el problema no radicaba en comprobar
si dichas teorías eran eficientes, sino en reprimir el abstencionismo y el
rechazo a la colaboración cuando rebasaban ciertos límites. Los profesores de
Castelnuovo fueron incriminados, porque no registrar las ausencias en las
asambleas equivale a no hacer sacrificios a los dioses. El poder teme el
relajamiento de los ceremoniales o la falta de obsecuencia formal en las
instituciones, en los que se ve la voluntad de sabotear el orden tradicional y
de introducir nuevas costumbres. La Alta Edad Media se caracterizó también por
una gran decadencia tecnológica y por la pauperización del campo. El hierro
escaseaba y si un campesino dejaba caer en el pozo la única hoz que poseía sólo
le quedaba esperar la milagrosa intervención de un santo que se la devolviera
(como testimonian las leyendas), de otro modo se había terminado el ir segando.
La pavorosa disminución de la población no empezó a recuperarse hasta rebasado
el año 1000, gracias a la introducción del cultivo de judías, lentejas y habas,
alimentos de alto valor nutritivo, sin los cuales Europa hubiera perecido por
debilidad constitucional de la población (la relación entre legumbres y
renacimiento cultural es decisiva). Actualmente el paralelo se invierte para
coincidir de nuevo: el gran desarrollo tecnológico provoca obstáculos y disfunciones,
y la expansión de la industria alimentaria se convierte en producción de
alimentos tóxicos y cancerígenos. Por otra parte, la sociedad de consumo a
ultranza no produce objetos perfectos, sino maquinillas fácilmente
deteriorables (si se quiere un buen cuchillo, será mejor comprarlo en África;
en Estados Unidos después de la primera utilización se rompe) y la civilización
tecnológica se va convirtiendo en una sociedad de objetos usados e inservibles;
mientras que en el campo asistimos a deforestaciones, abandono de cultivos,
contaminación de las aguas, de la atmósfera y de las plantas, desaparición de
especies animales y fenómenos parecidos, por lo que la necesidad, si no de
judías, sí de una inyección de elementos genuinos, se hace cada vez más apremiante.
6. EL NEONOMADISMO El hecho de que en la actualidad se viaje a la Luna, se
transmita vía satélite y se inventen nuevas sustancias corresponde
perfectamente a la otra cara, por lo demás desconocida, de la Edad Media a
caballo entre los dos milenios y que se define como la época de una primera e
importantísima revolución industrial: en el transcurso de tres siglos se
inventaron los estribos, la collera con horcate, que potencia el rendimiento
del caballo, el timón posterior articulado, que permite barloventear a las
embarcaciones, es decir, navegar contra el viento, y el molino de viento.
Aunque no lo parezca, eran escasas las oportunidades que un hombre tenía en su
vida de visitar Pavía y muchas en cambio de ir a Santiago de Compostela o a
Jerusalén. La Europa medieval estaba surcada por vías de peregrinación
(catalogadas en sus curiosas guías turísticas, que citaban las iglesias
abaciales como hoy se citan los moteles y los Hilton), del mismo modo que
nuestros cielos están surcados por líneas aéreas que hacen más fácil viajar de
Roma a Nueva York que de Spoleto a Roma. Se podría objetar que la sociedad
seminómada medieval era una sociedad de viajes inseguros; partir significaba
hacer testamento (recuérdese la partida del viejo Anne Vercos en La anunciación
a María, de Paul Claudel); viajar significaba encontrar bandoleros, bandas de
vagabundos y fieras. Pero la idea del viaje moderno como obra maestra de
comodidad y seguridad hace ya tiempo que se malogró, y atravesar los diversos
controles electrónicos y las inspecciones antisecuestros para subir a un jet
restituye más o menos la antigua sensación de inseguridad, que presumiblemente
está destinada a aumentar.
7. LA INSECURITAS «Inseguridad» es una palabra
clave: hay que insertar este sentimiento en el marco de las angustias
milenarísticas o «quiliásticas»: el mundo llega a su fin, una catástrofe final
pondrá término al milenio. Está demostrado ahora que los famosos terrores del
año 1000 fueron una leyenda, pero también está demostrado que todo el siglo X
estuvo recorrido por el temor del fin del mundo, aunque hacia el declinar del
milenio la psicosis estuviera ya superada. En lo que respecta a nuestros días,
los temas recurrentes de la catástrofe atómica y de la catástrofe ecológica
bastan para indicar fuertes corrientes apocalípticas. El correctivo utópico era
entonces la idea de la renovatio impera¡; hoy consiste en esa maleable
suficiencia de «revolución». Ambas ideas no carecen de sólidas perspectivas
reales, a pesar de los desfases finales con respecto al proyecto de partida (no
será el Imperio quien se renueve, sino que serán el renacer comunal y las
monarquías nacionales quienes disciplinen la inseguridad). Pero la inseguridad
no es sólo «histórica»; es también psicológica; forma parte de la relación
hombre-paisaje, hombre-sociedad. En la Edad Media, se vagaba de noche por los
bosques sintiéndolos poblados de presencias maléficas, nadie se aventuraba
fácilmente fuera de los lugares habitados, se iba armado; condiciones a las que
se encamina el habitante de Nueva York, que después de las cinco de la tarde no
pone el pie en Central Park, o se cuida muy mucho de coger equivocadamente un
metro que lo deje en Harlem o evita utilizar este medio de transporte después
de medianoche si no va acompañado, e incluso antes si es una mujer. Mientras
las fuerzas de policía comienzan a reprimir por todas partes los atracos y
pillajes, mediante indiscriminadas masacres de culpables e inocentes, se
instaura la práctica del robo revolucionario y del rapto de embajadores, del
mismo modo que un cardenal y su séquito podían ser capturados por cualquier
Robin Hood, para ser canjeados por un par de alegres camaradas del bosque
destinados a la horca o a la rueda. Un último toque al cuadro de la inseguridad
colectiva resulta el hecho de que como entonces, y contrariamente a los usos
establecidos por los estados liberales modernos, ya no se declara la guerra
(salvo al final del conflicto, véase el caso de India y Pakistán) y no se sabe
nunca si dos países se encuentran en estado de beligerancia o no. En fin, basta
ir a Livorno, Verona o Malta para advertir que las tropas del Imperio
permanecen de guarnición en los diferentes territorios nacionales; se trata de
ejércitos multilingües con unos almirantes continuamente tentados a usar estas
fuerzas para guerrear (o hacer política) por cuenta propia.
8. LOS ERRANTES Por
estos anchos territorios dominados por la «insecuritas» vagan bandas de
marginados, místicos o aventureros. Al lado de los estudiantes que, en la
crisis general de las universidades y gracias a becas completamente
incoherentes, se vuelven itinerantes y recurren sólo a profesores no
sedentarios rechazando sus propios «instructores naturales», tenemos bandas de
hippies - verdaderas órdenes mendicantes-, que viven de la caridad pública en
su búsqueda de una mística felicidad (entre droga y gracia divina no hay
demasiada diferencia, incluso varias religiones no cristianas atisban entre los
pliegues de la felicidad química). Las poblaciones locales no los aceptan y los
persiguen, y, cuando hayan sido expulsados de todos los albergues juveniles, el
hermano de las flores escribirá que allí se encuentra la perfecta alegría. Como
en la Edad Media, el límite entre el místico y el ladrón es mínimo, y Manson no
es más que un monje que se ha excedido, como sus antecesores, en los ritos
satánicos (por otra parte, también cuando un hombre con poder resulta molesto
al gobierno legítimo, lo envuelven, como hizo Felipe el Hermoso con los
templarios, en un escándalo de orgías sexuales). Excitación mística y rito
diabólico están muy próximos, y Gilles de Rais, quemado vivo por haber devorado
muchos niños, había sido compañero de armas de Juana de Arco, guerrillera
carismática como lo fuera el Che. Otras formas afines a las de las órdenes
mendicantes son por el contrario reivindicadas en otra clave por grupos
politizados, y el moralismo de la unión de los marxistas leninistas tiene
raíces monásticas, con su llamado a la pobreza, a la austeridad de costumbres y
al «servicio del pueblo». Si estas comparaciones parecen disparatadas, piénsese
en la enorme diferencia que, bajo la aparente cobertura religiosa, había entre
monjes contemplativos y holgazanes, que en la clausura conventual no hacían
nada, franciscanos activos y populistas, y dominicos doctrinarios e
intransigentes, todos ellos voluntariamente marginados, pero de manera
diferente, del contexto social corriente, despreciado por decadente, simbólico,
fuente de neurosis y «alienación». Estas sociedades de innovadores, divididas
entre una furiosa actividad práctica al servicio de los desheredados y una
violenta discusión teológica, estaban desgarradas por recíprocas acusaciones de
herejía y continuas excomuniones y rechazos. Cada grupo producía sus propios
disidentes y sus propios heresiarcas. Los ataques que se hacían mutuamente
dominicos y franciscanos no son diferentes de los que se hacen unos a otros
trotskistas y estalinistas, ni es esto el signo, arbitrariamente señalado, de
un desorden sin objeto, sino que, por el contrario, es el signo de una sociedad
en la que nuevas fuerzas buscan nuevas imágenes de vida colectiva y descubren
que sólo pueden imponerlas a través de la lucha contra los «sistemas»
establecidos, practicando una consciente y rigurosa intolerancia teórica y
práctica.
9. LA AUCTORITAS La práctica del recurso a la auctoritas es un
aspecto de la cultura medieval que una óptica laica, iluminista y liberal nos
ha llevado, por un exceso de obligada polémica, a juzgar mal y a deformar. El
estudioso medieval aparenta siempre no haber inventado nada y cita
continuamente una autoridad precedente. Serán los padres de la Iglesia
Oriental, será Agustín, serán Aristóteles o las Sagradas Escrituras o
estudiosos del siglo anterior, pero jamás debe sostenerse nada nuevo, si no es
haciéndolo aparecer como ya dicho por algún predecesor. Si lo pensamos bien, es
lo opuesto de lo que se hará desde Descartes hasta nuestro siglo, en que el
filósofo o el científico de valía son exactamente aquellos que hayan aportado
algo nuevo (lo mismo vale para el artista desde el romanticismo o, quizá, desde
el manierismo en adelante). Exactamente lo contrario de lo que hace el hombre
medieval. Así, el discurso cultural medieval parece, desde fuera, un extenso
monólogo carente de diferencias, porque todos procuran usar el mismo lenguaje,
las mismas citas, los mismos argumentos, el mismo léxico, y para un oyente
externo parece que siempre se dijera la misma cosa, exactamente como le sucede
a quien asiste a una asamblea estudiantil o lee la prensa de los grupúsculos
extraparlamentarios o los escritos de la revolución cultural. En realidad, el
estudioso de temas medievales sabe reconocer diferencias fundamentales, del
mismo modo que el político de hoy se orienta fácilmente y distingue diferencias
y desviaciones entre intervención e intervención parlamentaria y sabe
clasificar inmediatamente a su interlocutor en tal o cual bando. Y no ignora
tampoco que el hombre medieval sabe muy bien que con la auctoritas se puede
hacer lo que se quiera: «La autoridad tiene una nariz de cera, que puede
deformarse como se quiera», dice Alain de Lille en el siglo XII. Pero ya antes
que él Bernard de Chartres había dicho: «Somos como enanos en hombros de
gigantes»; los gigantes simbolizan la autoridad indiscutible, mucho más lúcidos
y clarividentes que nosotros, pero nosotros, pequeños como somos, cuando nos
sostenemos sobre ellos, vemos más lejos. Existía por tanto, por un lado, la
conciencia de estar innovando y avanzando, y por otro, la innovación debía
apoyarse en un corpus cultural que asegurase ciertas persuasiones indiscutibles
y un lenguaje común. Lo que no era sólo dogmatismo (aunque a menudo llegaba a
serlo), sino que constituía el modo en que el hombre medieval hacía frente al
desorden y a la disipación cultural de la baja romanidad, al crisol de ideas,
religiones, promesas y lenguajes del mundo helenístico, donde cada uno se
encontraba solo con su tesoro de sabiduría. Ante todo había que reconstruir una
temática, una retórica y un léxico comunes, en los cuales poder reconocerse,
pues de otro modo no era posible comunicarse y no se podía tender un puente
(que era lo que importaba) entre los intelectuales y el pueblo, que era lo que
hacía, de modo personal y paternalista, el intelectual medieval, a diferencia
del griego y el romano. La actitud de los grupos políticos juveniles es hoy
exactamente del mismo tipo, representa la reacción contra la disipación de la
originalidad romántico-idealista y contra el pluralismo de las perspectivas
liberales, consideradas como coberturas ideológicas que, bajo la pátina de la
diferencia de opiniones y de métodos, ocultan la sólida unidad del dominio
económico. La investigación de textos sagrados (sean de Marx o de Mao, del Che
o de Rosa Luxemburgo) tiene ante todo la función de restablecer una base del discurso
común, un corpus de autoridad reconocible sobre el cual instaurar el juego de
las diferencias y de las propuestas que se contraponen. Todo ello realizado con
una humildad totalmente medieval y exactamente opuesta al espíritu moderno,
burgués, surgido del Renacimiento: ya no cuenta la personalidad de quien
propone y la propuesta no debe presentarse como descubrimiento individual, sino
como fruto de una decisión colectiva, siempre rigurosamente anónima. Así, una
reunión asamblearia se desarrolla como una quaestio disputata.- la cual daba al
extraño la impresión de un juego monótono y bizantino, cuando en ella se
debatían no sólo los grandes problemas del destino del hombre, sino también las
cuestiones concernientes a la propiedad, la distribución de la riqueza y las
relaciones con el Príncipe, o la naturaleza de los cuerpos terrestres en
movimiento y de los cuerpos celestes inmóviles.
10. LAS FORMAS DEL PENSAMIENTO
Con un rápido cambio de escenario (en lo que respecta al mundo actual), pero
sin apartarnos un ápice del paralelo con la Edad Media, henos aquí en un aula
universitaria donde Chomsky divide gramaticalmente nuestros enunciados en
elementos atómicos que se ramifican de manera bífida, o Jakobson reduce a
trazos binarios las emisiones fonológicas, o Lévi-Strauss estructura la vida
parental y la trama de los mitos en juegos antinómicos, o Barthes lee a Balzac,
Sade e Ignacio de Loyola, como el erudito medieval leía a Virgilio,
persiguiendo ilusiones opuestas y simétricas. Nada más próximo al juego intelectual
medieval que la lógica estructuralista, como nada se le parece más, a fin de
cuentas, que el formalismo de la lógica y de la ciencia física y matemática
contemporáneas. No debe asombrarnos que en el propio territorio antiguo se
puedan encontrar paralelos con el debate dialéctico de los políticos o con la
descripción matematizada de la ciencia, pues estamos parangonando una realidad
en acto con un modelo condensado. Pero se trata, en ambos casos, de dos modos
de afrontar la realidad que carecen de paralelos exactos en la moderna cultura
burguesa y que dependen, tanto uno como otro, de un proyecto de reconstitución
frente a un mundo del que se ha perdido o rechazado la imagen oficial. El
político, apoyándose en la autoridad, argumenta sutilmente para fundar sobre
bases teóricas una praxis de formación; el científico, a través de
clasificaciones y diferenciaciones, trata de volver a dar forma a un universo
cultural que, como el universo grecorromano, ha estallado por exceso de
originalidad y por la confluencia conflictiva de aportes demasiado diversos:
oriente y occidente, magia, religión y derecho, poesía, medicina o física. Se
trata de demostrar que existen unas abscisas del pensamiento que permiten
recuperar a modernos y primitivos bajo la bandera de una misma lógica. Los
excesos formalistas y la tentación antihistórica son los mismos que encontramos
en las discusiones escolásticas, así como la tensión pragmática y modificadora
de los revolucionarios, que entonces se llamaban reformadores o heréticos a secas,
debe (como decía) apoyarse en furibundas diatribas teóricas y cada matiz
teórico implica una praxis diferente. Incluso las discusiones entre san
Bernardo, partidario de un arte sin imágenes, terso y riguroso, y Suger,
partidario de la catedral suntuosa y pululante de mensajes figurativos, tienen
correspondencias, a diferentes niveles y en claves diferentes, con la oposición
entre constructivismo soviético y realismo socialista, entre abstractos y
neobarrocos, entre teóricos rigoristas de la comunicación conceptual y
partidarios macluhanianos de la comunidad global de la comunicación visual.
11.
EL ARTE COMO BRICOLAJE Sin embargo, cuando se pasa a los paralelos culturales y
artísticos, el panorama se vuelve mucho más complejo. Por una parte, tenemos una
correspondencia bastante perfecta entre dos épocas que,de modo diferente, con
iguales utopías educativas e igual enmascaramiento ideológico de un proyecto
paternalista de dirección de las conciencias, tratan de borrar la diferencia
entre cultura docta y cultura popular a través de la comunicación visual. Ambas
son épocas en que la élite selecta razona sobre textos escritos con mentalidad
alfabética, pero después traduce en imágenes los datos esenciales del saber y
las estructuras sustentantes de la ideología dominante. En la Edad Media,
cultura de lo visual, la catedral es el gran libro de piedra, y en efecto es el
manifiesto publicitario, la pantalla televisiva, el místico tebeo que debe
contarlo y explicarlo todo, los pueblos de la tierra, las artes y los oficios,
los días del año, las estaciones de siembra y cosecha, los misterios de la fe,
los episodios de la historia sagrada y profana y la vida de los santos (grandes
modelos de conducta, como hoy lo son los divos y cantantes, élite sin poder
político, como diría Francesco Alberoni, pero con enorme poder carismático).
Junto a esta sólida empresa de cultura popular se desarrolla el trabajo de
composición y collage que la cultura docta ejerce sobre los detritus de la
cultura del pasado. Tomemos una caja mágica de Cornell o de Armand, un collage
de Max Ernst o una máquina inútil de Munari o de Tinguely, y nos encontraremos
en un paisaje que nada tiene que ver con el gusto estético medieval. En poesía
son centones y acertijos, los kenning irlandeses, los acrósticos, los
entramados verbales de múltiples citas, que recuerdan a Pound y a Sanguineti;
los juegos etimológicos creados por Virgilio de Bigorra e Isidoro de Sevilla,
que hacen tan Joyce (Joyce lo sabía), los ejercicios de composiciones
temporales de los tratados de poética, que parecen un programa para Godard, y,
sobre todo, la afición por la recopilación y el inventario, que entonces se
concretaba en los tesoros de los príncipes o de las catedrales, en los que se
reunía indistintamente una espina de la corona de Jesús, un huevo encontrado
dentro de otro huevo, un cuerno de unicornio, el anillo de compromiso de san
José y el cráneo de san Juan a la edad de doce años (sic).'
Objetos que contiene el tesoro de Carlos IV de Bohemia.- el cráneo de san
Adalberto, una espina de la corona de Jesús, trozos de la Cruz, mantel de la
espada de san Esteban última Cena, un diente de santa Margarita, un trozo de
hueso de san Vital, una costilla de santa Sofía, el mentón de san Eóbano,
costilla de ballena, colmillo de elefante, vara de Moisés, vestidos de la
Virgen. Objetos del tesoro del duque de Berry: un elefante disecado, un
basilisco, maná encontrado en el desierto, cuerno de unicornio, coco, anillo de
compromiso de san José. Descripción de una exposición depop-art y nouveau
realisme.- una muñeca despanzurrada de cuyo vientre asoman cabezas de otras
muñecas, un par de gafas con ojos pintados, cruz con botellas de Coca-cola
clavadas y una lamparilla en el centro, retrato de Marilyn Monroe multiplicado,
ampliación de una tira de Dick Tracy, silla eléctrica, mesa de ping-pong con
pelotas de yeso, partes de automóviles comprimidas, casco de motorista decorado
al óleo, pila eléctrica de bronce sobre pedestal, caja conteniendo tapones de
botella, mesa vertical con plato y cuchillo, cajetilla de Gitanes y ducha
colgante sobre paisaje al óleo.
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Dominaba una total indiferenciación entre objeto estético y objeto mecánico (un
autómata en forma de gallo, artísticamente cincelado, joya cinética si alguna
vez la hubo, le fue regalado a Carlomagno por Harun al-Rashid), y no existía
diferencia entre objeto de «creación» y objeto curioso, ni existía distinción
entre lo artesanal y lo artístico, entre «múltiple» y ejemplar único y, sobre
todo, entre hallazgo curioso (la lámpara liberty como el diente de ballena) y
obra de arte. Todo ello dominado por un sentido chillón del color y de la luz
como elemento físico de goce, y no contaba si, allí, había vasos de oro
incrustados de topacios que reflejaban los rayos del sol refractados por una
vidriera de iglesia, y, aquí, la orgía multimedia de cualquier Electric Circus,
con proyecciones polaroid cambiantes y acuosas. Decía Huizinga que, para
comprender el gusto estético medieval, hay que pensar en el tipo de reacción
que experimenta un burgués asombrado ante el objeto curioso y precioso.
Huizinga pensaba en términos de sensibilidad estética posromántica; hoy
encontraríamos que este tipo de reacción es el mismo que experimenta un joven
ante un póster que representa un dinosaurio o una motocicleta, o ante una caja
mágica transistorizada en la que giran haces luminosos, a mitad de camino entre
la miniatura tecnológica y la promesa de ciencia ficción, con elementos de
orfebrería bárbara. Nuestro arte, como el medieval, es un arte no sistemático,
sino aditivo y compositivo, hoy como entonces coexiste el experimento elitista
refinado con la gran empresa de divulgación popular (la relación
miniatura-catedral es la misma que existe entre el Museum of Modern Art y
Hollywood), con intercambios y préstamos recíprocos y continuos: el aparente
bizantinismo, el gusto desaforado por la colección, el catálogo, la reunión, el
amontonamiento de cosas diferentes se deben a la exigencia de descomponer y
reevaluar los detritus de un mundo precedente, quizás armonioso, pero ahora
insólito; un mundo a vivir, diría Sanguineti, como una Palus Putredinis que
hubiera sido cruzada y olvidada. Mientras Fellini y Antonioni experimentan sus
Infiernos y Pasolini sus Decamerones (y el Orlando de Ronconi no es exactamente
una fiesta renacentista, sino un misterio medieval representado en la plaza
para el pueblo llano), hay quien intenta desesperadamente salvar la cultura
antigua, creyéndose investido de un mandato intelectual, y se acumulan las
enciclopedias, los digestos, los almacenes electrónicos de la información con
los que Vacca contaba para transmitir a la posteridad un tesoro de saber que
corre el riesgo de disolverse en la catástrofe.
12. LOS MONASTERIOS Nada más
parecido a un monasterio (perdido en el campo, rodeado de hordas bárbaras y
extranjeras, habitado por monjes que no tienen nada que ver con el mundo y que
realizan sus investigaciones particulares) que un campus universitario
norteamericano. A veces el Príncipe llama a uno de esos monjes y lo convierte
en su consejero, enviándolo a Catay como embajador; y el monje pasa con
indiferencia del claustro al siglo, se convierte en hombre de poder y trata de
gobernar el mundo con la misma aséptica perfección con que coleccionaba sus
textos griegos. Llámese Gerberto de Aurillac o McNamara, Bernardo de
Chiaravalle o Kissinger, tanto puede ser hombre de paz como de guerra (como
Eisenhower, que ganó algunas batallas y después se retiró al monasterio para
convertirse en director de college, sin perjuicio de volver al servicio del
Imperio cuando la multitud apeló a él como héroe carismático). Pero es dudoso
si corresponderá a estos centros monásticos la tarea de registrar, conservar y
transmitir el legado de la cultura pasada, acaso mediante complicados aparatos
electrónicos (como sugiere Vacca) que la restituyan poco a poco, estimulando su
reconstrucción, sin jamás revelar a fondo todos los secretos. La otra Edad
Media produjo, en sus finales, un Renacimiento que se divertía haciendo
arqueología, pero en realidad la Edad Media no realizó una obra de conservación
sistemática, sino de destrucción casual y conservación desordenada: perdió
manuscritos esenciales y salvó otros del todo irrisorios, raspó poemas
maravillosos para escribir, sobre su pergamino, adivinanzas o plegarias,
falsificó los textos sagrados interpolando pasajes, y de esta manera escribía
«sus» libros. La Edad Media inventó la sociedad comunal, sin haber tenido
noticias precisas sobre la polis griega; llegó a China, creyendo encontrar
hombres con un solo pie o con la boca en el vientre, y, posiblemente, llegó a
América antes que Colón, sirviéndose de la astronomía de Ptolomeo y la
geografía de Eratóstenes...
13. LA TRANSICIÓN PERMANENTE De esta nuestra nueva
Edad Media se ha dicho que será una época de «transición permanente», para la
cual habrá que utilizar nuevos métodos de adaptación: el problema no radicará
tanto en cómo conservar científicamente el pasado, sino más bien en elaborar
hipótesis sobre la explotación del desorden, entrando en la lógica de la
conflictividad. Nacerá, como está naciendo ya, una cultura de la readaptación
continua, nutrida de utopía. Así es como el hombre medieval inventó la
universidad, con la misma despreocupación con que los clérigos errantes de hoy
la están destruyendo, y, ojala, transformando. La Edad Media conservó a su modo
la herencia del pasado, pero no por hibernación, sino por retraducción y
reutilización continua: fue una inmensa operación de bricolaje, en equilibrio
entre nostalgia, esperanza y desesperación. Bajo su apariencia inmovilista y
dogmática, constituyó, paradójicamente, un momento de «revolución cultural».
Todo el proceso estuvo caracterizado de manera natural por pestilencias y
estragos, intolerancia y muerte. Nadie dice que la nueva Edad Media represente
una perspectiva del todo alegre. Como decían los chinos para maldecir a
alguien: «Así vivas en una época interesante»
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