Un ejemplo de qué hacer con Heidegger.
Ezra Heymann
“Unidad en la dispersión. Aproximaciones a la
idea de la filosofía” se llama el libro más personal de Alberto Rosales. No es
el más personal porque hablara en él sobre sí mismo o porque se diera a
confesiones, lo que nos gusta tanto a todos, sino, quizás porque se ve ahí
liberado de la obligación de atender a un autor en exclusividad y se siente así
libre a poner sobre papel sus propias observaciones, su propia manera de ver las
cuestiones planteadas en la filosofía en su devenir histórico, y a través de
éste los problemas de nuestra vida y de nuestro desempeño en el mundo natural y
social. De paso, es uno de los libros surgidos entre nosotros que deberíamos
comentar en nuestros seminarios, no para quedar entre nosotros y cocinarnos en
nuestra propia salsa, sino para aprovechar la oportunidad que así se ofrece
para practicar la filosofía como discusión, como una discusión que se atiene al
tema planteado atendiendo lo que nuestro interlocutor nos señala, y que no deriva
la atención hacia el dedo que lo indica.
Se señala la filosofía como manteniendo una unidad
a través de su misma dispersión. Creo que ‘dispersión’ es la palabra exacta que
hacía falta. El pensamiento filosófico aun al tratar un tema delimitado, se
distingue por restituirlo a un contexto vital más amplio que va a quedar
evocado cada vez desde una peculiar e imprevista encrucijada; cada vez de una
manera diferente, ya que este contexto no constituye un objeto explayado
delante de nosotros tal que lo pudiéramos abarcar de una vez. La dispersión,
podemos decir, corresponde tanto a la diversidad inevitable de las voces con sus
apercepciones diferentes de problemas, como responde a la esencial dispersión
temporal de la vida de cada uno, que permite cambios de visión no anticipables.
No solamente es el pensamiento plural por los múltiples temperamentos y las
múltiples tradiciones; lo es también porque dentro de una misma vida son
diversas las ocasiones y los consiguientes rumbos del pensamiento. Se requiere
una disciplina del pensamiento, pero no una tal que suprima su espontaneidad,
su característica esencial de enseñarnos a nosotros mismos algo de lo cual no
teníamos una conciencia adecuada y que por lo tanto no pudimos anticipar. Los
diálogos platónicos muestran de manera particularmente vívida este hecho: que
la marcha de un pensamiento no anquilosado no es anticipable e implica la
irrupción constante de observaciones y tomas de conciencia nuevas.
Cuáles han sido las ocasiones y los accidentes
de la vida que nos han llevado a cada uno de nosotros a la obra de un filósofo,
a estudiarla y a empaparnos con ella, esto es en gran parte inescrutable, así
como es inescrutable el proceso de establecimiento de amistades. Lo que podemos
hacer es algo como una reconstrucción retrospectiva de lo que nos parece de
valor más perenne en lo que estudiábamos y que podemos volver a encontrar en la
obra, en este caso en Ser y Tiempo, así como mencionar nuestras reacciones más
significativas que podemos recordar y que siguen dándose.
Quisiera destacar algunos órdenes que, sin ser
exclusivas de Ser y Tiempo, han encontrado en esta obra una expresión realzada
y muy elocuente.
En primer lugar encontramos en la obra un
planteamiento que se niega a aceptar la separación entre vida cotidiana y vida
espiritual, una separación que le niega de antemano a la vida cotidiana su
dramatismo profundo y, recíprocamente vacía el espíritu de toda sustancia
humana. Se trata de negarse a la facilidad y vanidad del desprecio, que es en
definitiva una falta de comprensión y escasez de luces,
Este rechazo de la separación entre vida y
espíritu y del desprecio de la cotidianidad
ha sido una actitud básica de la generación de la inmediata post-guerra,
que se derivaba en gran parte de la experiencia de la terrible falla de todas
las ideologías que se basaban en el odio y en el desprecio. Desde luego, se
trata aquí una lectura muy selectiva de SyT, ya que Heidegger no se complace
poco en desprecios y en presentaciones caricaturescas de las posiciones a
partir de las cuales él delimita la suya. Pero nos parecía que este mal talante
no afecta lo esencial de la obra y sus logros efectivos, y que puede ser pasado
por alto sin necesidad de una polémica, así como preferimos ignorar las manías,
el mal carácter y aun la limitación de luces de un tío nuestro querido.
Lo esencial para nosotros ha sido, para
comenzar, el aporte a la comprensión del arraigo del conocimiento, del arte y
de la misma filosofía, en la vida humana, una pertenencia que les da su sentido
y dentro de la cual tienen su racionalidad, usando una palabra que no pertenece
al vocabulario heideggeriano. No se niega que pueden volverse tenues e
imperceptibles los lazos que mantienen con nuestro ser en el mundo y con los
otros, y alejarse de nuestra comprensión de nosotros mismos, pero en esta
medida se vuelven insignificantes: un conjunto de habilidades especializadas
que practican juegos encerrados en sí mismos que no retroalimentan nuestra
vida. Una cosa es ampliar y ramificar ilimitadamente estos juegos, otra
dilucidarlos para comprender qué facultades y qué relaciones esenciales se
despliegan en ellas. La afirmación de que le corresponde a la filosofía darles
a las ciencias su fundamento; que Platón y Aristóteles se hayan adelantado a las ciencias para abrirles
el camino: esta hybris sin asidero
histórico se encuentra sólo en la Introducción de SyT (en el paragr.3), y por
suerte no queda luego desarrollada. No puede tratarse de ninguna manera de
ofrecerles a las ciencias una primera verdad, a partir de la cual se
desarrollan las otras, ni de proveerles en alguna otra manera un fundamentum inconcussum cartesiano. Se trata más bien de restituirlas al contexto
de nuestra vida, de comprendernos en lo que estamos haciendo, y de articular
comunicativamente el pensamiento que en ellas se despliega. Wittgenstein, quien
en una hoja que fue publicada en Philosophical Review del año 1972 apuntaba que
SyT de Heidegger está en el camino acertado, señalaba con respecto a la matemática
que la dilucidación de su significado no constituye necesariamente una ayuda a
su crecimiento, y agrega estas palabras socarronas, pero también de
descontento: los brotes de las papas crecen más largos en sótanos donde no
penetra la luz. La dilucidación filosófica desplaza el interés de la invención
de juegos nuevos cada vez más complejos hacia una discusión reflexiva y
dialogal. De este modo la filosofía no es fundamentadora, no es jueza de las ciencias, sino parte,
parte interesada en una interacción discursiva. En realidad, Heidegger ha
realizado un aporte significativo a la crítica de la concepción fundamentalista
de la filosofía, mostrando con su noción de co-originariedad, de
co-pertenencia, una alternativa. Así, ni se basa la afinación y el temple
afectivo en una comprensión previa, ni inversamente la comprensión en aquella.
Afectividad, esto es, la manera de encontrarse uno a sí mismo en el mundo,
comprensión, y habla son co-originarios
y no se entienden sino en conjunto. Ya Fichte había señalado en su momento el
absurdo al cual lleva el abuso de la metáfora arquitectónica del fundamento.
¿En qué se apoya la tierra? En el lomo de un gran elefante. Y el elefante
¿sobre qué está parado? Sobre el caparazón de una gigantesca tortuga. Y la
tortuga? Bueno, flotará en el océano. No buscamos algo primero ni algo último;
buscamos más bien a comprender y poder discernir y articular el entramado de
los momentos y de las dimensiones de nuestra existencia.
Hablando de las dimensiones de nuestro ser, salta a la vista su índole temporal, y
con toda razón se considera como el mayor logro de Heidegger el haber destacado
el carácter esencialmente temporal de nuestra existencia, así como de todo lo
que entendemos y se ha entendido como ser.
Permanencia y devenir, hacer y padecer, estancia y movimiento, son por
igual conceptos que expresan relaciones
temporales, no menos que los conceptos existenciales con las cuales articulamos
la situación humana; y la penetración con la cual lo vio y lo supo destacar aquel desmañado y a la vez seductor muchacho de la Selva Negra, el niño
fenomenológico, como lo llamaba la esposa de Husserl, difícilmente encuentra su
igual.
Sus análisis temporales se compenetran y se
vuelven inseparables de la descripción del inevitable oficio de ser un ser
humano, lo que constituye desde Kierkegaard el enfoque de una filosofía
existencial, decisivamente renovado por Heidegger. Por más que nuestro filósofo
quiso que se ponga en el centro del pensar el ser, el ser en general y sin más
especificación, es su filosofía de la
existencia la que permanece con vigencia intacta, siempre que la leamos con
libertad de espíritu, y precisamente entonces.
Las más veces se ha visto en el pasaje del
tiempo, en lo pasajero, la característica principal del tiempo, ya sea para
lamentarse de ello, o por el contrario para consolarse y quejarse más bien de
lo mucho que dura lo insufrible. Pero las dimensiones del tiempo, lo que
Agustín llamaba la distención del
tiempo y Heidegger la ek-stasis temporal, ésta precisamente no es pasajera,
sino la estructura y condición
permanente de nuestra vida. En este sentido el pasado no se entiende como lo
que ya pasó, sino como el encontrarnos ya
siempre en vida y en marcha, encaminados de una u otra manera, entregados a
nuestro ser y haciéndonos cargo de éste, de un ser que no comienza ahora y no
se inventa de la nada. Así el presente tampoco queda visto como el punto
evanescente que separa dos ámbitos del no-ser: aquello que ya no es y aquello
que todavía no es. El presente no es un ahora
que pudiéramos comprobar en nuestro interior aun con los ojos cerrados y con
manos y piernas recogidas. El ahora se
define por la ocasión de actuar: ahora que llega el autobús, ahora que me debo
bajar, ahora que estoy con Uds., ahora cuando el hierro está para ser forjado.
Todo ahora es un ahora cuando…, un
encuentro ocasional con lo que se da en el mundo. Este es uno de los golazos de
SyT, y hay de ellos más de una tripleta.
Así como el pasado es ante todo, hablando de
nuevo con S. Agustín, la presencia de
una dimensión, el ya venir
constituyéndonos, el tener un pasado,
y el presente la presencia de una ocasión y de un enfrentamiento, la presencia
de las cosas y la ek-stasis (acépteseme
la forma femenina) del estar con ellas, así es el futuro ante todo una
dimensión de nuestro ser aquí y ahora, el proyectarnos y encaminarnos en una
orientación, tanto como el prepararnos para lo que se nos viene, para bien o
para mal. El futuro representa nuestra estructura fundamental (con perdón de
esta palabra que traté de exorcizar) de vivir anticipándonos y adelantándonos
con respecto a lo que ya somos, de
mirar adelante y estar en camino, en camino incierto.
Las tres dimensiones temporales son
co-originarias y unidas. Heidegger resume esta unidad en una fórmula:
Sich-vorweg-sein schon in der Welt als sein-bei. Esto es: serse ya adelantado en
el mundo con (o cabe) alguna de las cosas. Cada una de las dimensiones del
estar fuera de sí, de las ek-stasis en
las cuales se constituye el sí mismo, es prioritaria en algún orden. El futuro
es lo que defino nuestra orientación, nuestro proyección y nuestra tarea más
allá de todo proyecto particular que esbocemos; a su vez nuestro ser ya constituido, ya existente, es aquel al cual estamos entregados bajo la forma de
tener que hacernos cargo de él (überantwortet),
y finalmente el presente es el momento del aplicarnos efectivamente a algo, el
momento de la acción, la coincidencia, o compresencia que hace posible nuestras
intervenciones.
No quisiera terminar sin recordar un aporte
más de SyT que hace falta aprovechar. Muchas veces, quizás las más veces,
encontramos que se entiende por ontología un discurrir acerca de lo que hay.
Pero la cuestión acerca de si hay o no hay queso en la nevera, o acerca de qué
y cuantos tipos de partículas existen, o acerca de si el universo está o no
está en expansión ilimitada, la respuesta a estas preguntas requiere investigaciones físicas específicas
que no son parte de nuestro oficio. La repartición de tareas entre la filosofía
y la ciencia ya tiene mucha antigüedad, y una de las tareas que nos toca como
profesores es la de liberar nuestros alumnos del espejismo, que puede ser
atractivo para algunos, de pensar que al lado de la averiguación fastidiosa
acerca de lo que hay, de la cual se hace cargo la vida cotidiana y la ciencia,
existe otra vía, etérea y a priori, por la razón pura, o por iniciación
esotérica, o por el sentimiento y la adivinación, que nos ahorra la
investigación onerosa y falible. Ahora bien, SyT pone bien en claro con su distinción
entre cuestiones ónticas y ontológicas que por ontología no se puede entender
un saber a priori acerca de lo que hay: que se trata más bien de las formas de
pensar y de decir el ser, del logos
del on, a lo que Heidegger agregará
que el decir el ser es inseparable de
la manera en la cual se va plasmando la comprensión de nuestro ámbito de vida,
y con ello del encontrarnos en el mundo en medio de las cosas. Por ‘el mundo’
no se entiende en este contexto una súper-cosa o la totalidad de todas las cosas,
sino el horizonte de las relaciones de remisión entre las cosas (el Bewandtniszusammenhang),
entre las cosas que se dan inter-referidas en el cuidado de quien las habita.
¿Ha seguido Heidegger
fiel a esta evidencia, la de que el verbo ‘ser’ tiene su sentido en la gama
afectiva de nuestro hacer y padecer, en nuestra comprensión y en nuestra
comunicación? Esto es cuestionable. Cuando leíamos en la recién aparecida Carta
sobre el humanismo la línea que reza: ¿Qué es el ser? Es Él mismo (o Ello
mismo, con mayúscula, Es selbst) respondíamos a ello con una carcajada, a la
que agregábamos, sin desmedro de la obra que admirábamos: ¡qué descaro! Quiero creer que esta lucidez y resistencia
al escamoteo solemne se haya mantenido en buena parte en las tandas ulteriores
de estudiantes y estudiosos. En Unidad en
la dispersión no hay huella de una hipóstasis e idolatría del ser. Se habla
allí de modos de ser, no del ser, de una entidad llamada “ser”, y
se destaca en particular que es en el modo de ser que es la vida que se da tal cosa como la patencia
de los entes, esto es, su manifestarse y su hacerse accesibles. Cuáles son los
alcances y el papel de la palabra ‘ser’ dicha sin especificación, puesta entre
comillas y jamás con mayúscula, ésta es una pregunta que Albero Rosales quiere
sólo dejar planteada, sin afirmar que se tratara de una cuestión filosóficamente
central. En cambio sí ocupa un lugar central en esta obra el señalamiento de
que para que haya patencia, esto es, la accesibilidad de las cosas y con ello
la posibilidad de la verdad, hace falta que las cosas que constituyen la
realidad física de nuestro entorno aporten lo suyo, que haya una interacción
física con las cosas mismas, de la cual la propagación de la luz es un caso
particular que cabe mencionar. La verdad no es corpórea, señala Rosales, pero
tiene presupuestos corpóreos que hacen posible el conocimiento así como hacen
posible la vida misma y el desempeño del ser vivo en su entorno.
Esto no es lenguaje
heideggeriano, pero es un desarrollo natural de los planteamientos de SyT. Por
qué razones o sinrazones Heidegger no hace estos señalamientos que nos parecen
necesarios, cuál es la mentalidad que se le impide, a él y a otros, esto quede
planteado como pregunta de paso. Pero de todos modos, no es ésta la pregunta
que nos mueve.
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