¿Festejar
qué?
Mauricio
Ortín
(Universidad
de Salta, Argentina)
Si bien no es poco, la derrota del domingo 27 de
octubre la sufrió el kirchnerismo, mas no así aún el populismo. Ello, porque casi todo el arco
político argentino (tanto ganadores como
perdedores) que fue a elecciones es, en mayor o menor medida, esencialmente
populista. El populismo entra en crisis cuando no hay más para repartir, entre
la clientela electoral, de aquella riqueza que produjeron los ciudadanos que la
generan (que no son precisamente los
funcionarios del Estado). Los cargos, subsidios, computadoras, casas,
prebendas, jubilaciones, fútbol gratis, etcétera, con los que el gobierno
compra votos, inexorablemente, se agotan tarde o temprano. Es que nunca alcanza
porque siempre y en todo lugar los que más tienen son los menos y los que menos
poseen son los más. Y, como sin importar cuánto tengan, cada uno de ellos vale
un voto, sacarle a los primeros para darle a los segundos es una brillante
estrategia para ganar elecciones y perpetuarse en el poder si no fuera porque
lleva fatalmente, en el mejor de los casos, a la “gallina de los huevos de oro”
a “Terapia Intensiva”. Allí se acaba el estado de bienestar y se comienza a
buscar enemigos para atribuirles la culpa del desastre que se viene. O el
imperialismo, el FMI, “los fondos buitres”, el “gran” capital, “la patria
sojera”, los empresarios formadores de precios, los evasores de impuestos, las
corporaciones mediáticas, etcétera, son los responsables. Nunca el peso recae
en la indecente e insensata política de saquear
con impuestos abusivos, deuda o emisión monetaria la riqueza de los que
trabajan y producen, para enriquecerse, despilfarrar y/o consumir desde el
Estado.
El populismo tiene asumido como natural, justo y hasta
glorioso que hacer política consiste esencialmente en sacarle por la fuerza a
los que tienen y repartir (y repartirse) a los que tienen menos. “Justicia
social” es el pomposo nombre que recibe esta forma de saqueo legal. Nadie de la
política actual desprecia esta forma ultra barata de hacer “caridad” con el
dinero ajeno; más bien, todo lo contrario. De allí, que cada vez que el Estado
inaugura una escuela, entrega un subsidio o financia un festival de rock, no
debieran los gobernantes de turno participar en el acto haciendo de “Papá
Noel”, como si ellos hubieran metido la mano al bolsillo y hecho una “vaquita”
para costear dichos gastos. Por lo contrario, deberían resaltar que son los sojeros, albañiles,
comerciantes, taxistas, empresarios, mecánicos, los que pagan los subsidios por
hijo, los planes trabajar, la obra pública y hasta el jugoso sueldo de los
funcionarios.
La principal contradicción que enfrentamos los
argentinos es que nuestra clase política está “formada” en el populismo en un
momento en que no hay margen para hacer populismo. Sergio Massa, el gran
vencedor de la contienda electoral, las otrora reconocidas espadas “K”: Felipe
Solá, Alberto Fernández, De Mendiguren que integran el “massismo” son más de lo
mismo (populistas). El recambio populista de Massa por Cristina constituye, sin
embargo, una tregua para los que luchan por la libertad dado que implica el
derrumbe del poder estatal K y un reacomodamiento político. Massa debe tejer
alianzas y, sin recursos, construir poder. Eso lleva su tiempo. El
kirchnerismo, en cambio, consolidado como está en los otros dos poderes y con
los gobernadores de “chicos de los mandados”, de no haber perdido, estaría en
perfectas condiciones de dar el salto del populismo al totalitarismo de corte
chavista-castrista. Lógica, además de histórica, etapa que sucede a cuando lo
único que queda para repartir son palos.
El kirchnerismo destruyendo instituciones ha avanzado,
inequívocamente, en esa dirección desde el primer día. Ha destruido partidos
políticos, domesticado fiscales y jueces, gangrenado a las FFAA y roto
compromisos internacionales. La Argentina, para el mundo, es el emblema de país
“garca”. El fallo mamarracho de la Corte Suprema de Justicia (el honorable Dr.
Carlos Fayt, aparte) que declara
constitucional la “Ley de Medios”
es un mazazo, más que contra Clarín, contra el derecho a la libertad de prensa
de los argentinos. El “comisario bolchevique” Sabatella es el carcelero que
puso Cristina para administrar la “libertad” de prensa. Los impresentables
Moreno y Echegaray regulan la “libertad” de comercio e industria. Ellos dicen
cuál es el precio del producto de mi trabajo, quién sí y quién no puede comprar
un dólar, o cuánto me han de saquear con el impuesto a las ganancias.
De los treinta años de democracia (ininterrumpidos, si
se oculta bajo la alfombra el golpe de Estado al presidente Fernando De la
Rua), los últimos diez le hacen una pésima propaganda al sistema concebido por
los griegos. Se entiende que en este trigésimo aniversario los populistas
celebren la fiesta. Debería entenderse
también que, en la última década, los que no nacimos para esclavos tengamos muy
poco que festejar.
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