De la libertad de prensa
David Hume
(Traducción:
David De los Reyes) [1]
David Hume, oleo de Alexander Roitburd |
Nada es más sorprendente para un extranjero que la
gran libertad de prensa que disfrutamos en este país, con la que podemos comunicar eso que nos
parece bueno al público y criticar
abiertamente toda medida tomada por el Rey o ministros. Si el gobierno decide ir a la guerra, se declara
que abandona o ignora
los intereses de la nación y que la paz es infinitamente preferible en relación con el estado de los negocios
actuales. Si la pasión del ministro lo inclina hacia la paz, nuestros
escritores políticos no respiran más que
la guerra y matanza, y estigmatizan la conducta
pacífica del gobernante como laxa
y pusilánime. Tal libertad no es
admitida por ningún otro gobierno –sea
republicano o monárquico, sea
Holanda o Venecia más que en
Francia o España. De esto nos surge una
pregunta: ¿cómo es que Inglaterra disfruta únicamente de ese privilegio
particular?
La razón por la
cual las leyes nos acuerdan tal libertad
parece derivar de la forma mixta de
nuestro gobierno, el cual no es ni totalmente monárquico y ni totalmente
republicano. Se descubrirá –si no me equivoco -
una verdad política profunda en el hecho de que los dos extremos de gobierno, la libertad y la esclavitud, están habitualmente muy
próximos el uno del otro. Y desde el
momento en que nos alejamos de los extremos
y mezclamos un poco la monarquía
con la libertad, el gobierno deviene siempre más libre; de la otra
parte, si mezclamos un poco de libertad a la monarquía, el juego político se convierte en más cruel e intolerable.
En un gobierno como el de Francia, que es absoluto y
donde las leyes, las costumbres y la religión concuerdan todas juntas en querer
volver al pueblo plenamente feliz de su
condición, el monarca no puede experimentar ninguna envidia sobre los súbditos
y está en medida de sus acuerdos
en consecuencia de grandes libertades tanto de palabra como de acción. En un
gobierno enteramente republicano, como el de Holanda, donde ningún magistrado no es lo suficientemente eminente para
suscitar la envidia del Estado, no tiene ningún
peligro en otorgar
a sus magistrados grandes poderes discrecionales; y de ello resultan
numerosas ventajas de tales poderes al
preservar la paz y el orden, pues
establecen unas restricciones considerables a las acciones de los hombres
y obliga a cada ciudadano a tener
respeto por el gobierno. Pareciera de
esta manera que los dos extremos, la
monarquía y la república, se aproximan
mucho uno a la otra en ciertas circunstancias materiales. En la primera,
el magistrado no es desconfiado ante el
pueblo; en el segundo, el pueblo no desconfía
ante la mirada del magistrado. Esta ausencia de envidia crea en ambos casos una confianza y aceptación recíproca, y genera en el seno
de las monarquías una especie de libertad y una especie de poder
arbitrario en el seno de las repúblicas.
Con el fin de justificar la segunda parte de la
observación precedente – a saber que, de todos los gobiernos, los mixtos son
los más alejados los unos de los otros y que la amalgama de monarquía y de la
libertad nos da una sujeción más laxa
o más cruel - me lleva a citar una
observación de Tácito sobre los súbditos romanos viviendo en la época de los
emperadores, donde aquellos no
podían soportar completamente ni la
esclavitud ni la libertad totales: Nec totam servitutem, nec totam libertatem
pati possunt[2]. Esta observación ha sido traducida por un poeta célebre y aplicada por él a los ingleses en una viva descripción del reino y de la
política de la reina Elizabeth:
...Ella, cual la fuerza
de la Europa, a su elección, hace pender la balanza, Y hace amar su yugo al inglés indomable, Que no puede ni servir ni vivir en libertad. Voltaire. La Henriade (libro I)[3].
Siguiendo esas observaciones, debemos considerar el gobierno en los tiempos de los emperadores
como una mezcla de despotismo y de
libertad donde prevalecía el despotismo;
y el gobierno inglés como una
mezcla de la misma naturaleza, pero
donde la libertad predomina. Las consecuencias son exactas a las observaciones
precedentes, de las que podemos
aguardar de esas formas mixtas de
gobierno que crean desconfianza y envidia recíprocas. Los emperadores romanos,
al menos la mayoría de ellos, fueron
los tiranos más espantosos con los que la
naturaleza humana haya sido
afligida jamás; y es evidente que su crueldad era excitada
esencialmente por su envidia y
por el espectáculo de los patricios de Roma, que hervían de impaciencia al verse
dominados por una familia que, poco
tiempo antes, no era, de ninguna manera, superior a ellos. Por otro lado, como el aspecto republicano es el
que prevaleció en Inglaterra, si bien
con una fuerte dosis de monarquía, está
obligado, en vistas de su propia preservación, a mantener una
desconfianza vigilante sobre los magistrados, a suprimir todos los poderes
discrecionales y de salvaguardar la vida
y los bienes de cada uno por las leyes generales e inflexibles. Ninguna acción debe ser considerada como
criminal a menos que la ley no lo haya
expresamente declarado como tal; ningún
crimen debe ser imputado a un hombre a menos
de tener una prueba legal
mostrada ante el juzgado; y esos
mismos jueces deben ser sus ciudadanos,
obligando a su propio interés en vigilar las violaciones y las agresiones de
los ministros. De ello se deduce que haya tanta libertad en Inglaterra
habiendo, en la misma proporción, tanta licencia como tiranía y esclavitud la tuvo en otro
momento Roma.
Esos principios concuerdan con la gran libertad que
disfruta la prensa en este reino, mucho más allá de lo permitido por otros gobiernos. Es notorio que el poder arbitrario se infiltre entre
nosotros si no estamos extremadamente atentos en vigilar sus progresos
y que no exista hasta el momento ningún otro método para declarar la
alarma de un punto a otro del reino. El
espíritu del pueblo debe ser
frecuentemente excitado con el
fin de restringir las ambiciones de la Corte; y el temor de excitar ese
espíritu debe ser utilizado para neutralizar
esa ambición. Nada es tan eficaz para
lograr ese objetivo que la libertad de prensa, por la cual todo el saber, el
espíritu y el genio de esa nación se emplean en las riberas de la libertad, donde cada uno permanece despierto para
defenderla. De tal manera que la
parte republicana de nuestro
gobierno puede así mantenerse ella misma contra la parte monárquica, si cuidadosamente protege
la prensa libre en vistas de su
propia conservación, que es de la más alta importancia.
(Agregado y
variante final encontrado en otras ediciones del mismo ensayo)
Puesto que esta libertad es esencial para salvaguardar nuestro gobierno mixto, debemos responder a la siguiente cuestión:
¿tal libertad es ella beneficiosa o perjudicial? Nada hay en el seno de cada Estado más importante que la
preservación del gobierno tradicional,
sobre todo si es un gobierno libre. Pero quisiera voluntariamente dar un paso
más y afirmar que esa libertad está acompañada de tan pocos inconvenientes que
ella debe ser reivindicada como un
derecho común de la humanidad, pues deberá beneficiar sea cual
sea el gobierno; exceptuando al gobierno eclesiástico al cual se revelaría
fatal. No debemos temer de esta libertad las funestas consecuencias anticipadas por los demagogos populares de
Atenas y los tribunos de Roma. Un hombre lee un panfleto tranquilo y solo.
Nadie le acompaña, del cual por contagio podría contraer una pasión. No es arrastrado por la fuerza y la energía de la acción. Sería excitado por el carácter más sedicioso posible, presente ante
él, de furiosa resolución gracias
a la cual pudiera inmediatamente exteriorizar su pasión. La libertad de prensa no puede,
por consiguiente sino raramente, igual en caso de abuso, suscitar tumultos o rebeliones populares. En cuanto a esos murmullos secretos de
descontentos que pueda ocasionar, es preferible que se expresen por medio de
las palabras y que lleguen al conocimiento de los magistrados antes que sea muy tarde y que haya que traer el remedio. La humanidad, es verdad, tiene
siempre la tendencia a creer más eso que
es dicho en detrimento de sus
gobernantes que lo contrario; pero esa inclinación le es inherente, bien si goce o no esa
libertad. Un rumor puede expandirse tan rápidamente y ser tan devastador como
un panfleto. ¿Qué digo?
Será más pernicioso
ahí donde los hombres no están acostumbrados a pensar libremente o a
distinguir la verdad de la mentira.
La experiencia de la
humanidad progresa; hemos descubierto
que las personas no son monstruos
tan peligrosos como se los representa y
que es preferible guiarlos
considerándolos como criaturas
racionales que manipularlos o de
dirigirlos como bestias salvajes. Si las naciones unidas no dan el ejemplo, la
tolerancia será juzgada incompatible con
un buen gobierno, y creemos imposible
que numerosas sectas religiosas puedan vivir
juntas en armonía y en paz, como manifestar un celo igual tanto sobre su
patria común como sobre las otras.
Inglaterra ha dado un ejemplo
semejante de libertad civil; y si bien
esa libertad pareciera presentar ocasionalmente algunas agitaciones, ella nunca
ha producido efectos perversos. Es de esperarse que los hombres, estando cada
día más habituados a la libre discusión
de los quehaceres públicos, mejoren sus juicios sobre ellos y serán más
difícilmente seducidos por un débil rumor o por cualquier clamor popular.
Es un pensamiento tranquilizador para los amantes de
la libertad saber que ese privilegio que posee Inglaterra es de tal género que no se
nos pueda privar de él fácilmente y pueda perdurar tanto tiempo como nuestro gobierno dure, en
el grado que sea, libre e independiente. Es raro que la libertad, sea de la especie que sea, se pierda
totalmente de un sólo golpe. La esclavitud tiene un aspecto terrible a los ojos
de aquellos que están acostumbrados a la
libertad que no puede insinuarse entre
ellos sino por grados y disfrazarla bajo mil ropajes a fin de ser recibida. En cambio, si la libertad de
prensa debe un día desaparecer, ella deberá perecer de un sólo golpe. Las leyes
generales contra la sedición y los
libelos están hoy tan prohibidas como posibles.
Nada pondrá las mayores restricciones
si no es por medio de un edicto impreso o el otorgar a los tribunales grandes poderes discrecionales para sancionar
todo eso que pueda incomodar. Pero tales
concesiones harían tal violación a la
mirada abierta de la libertad que
manifestarían probablemente las últimas violencias de un gobierno
despótico. Podemos terminar diciendo que la libertad de Inglaterra jamás
desaparecerá aún si esas tentativas puedan surgir.
NOTAS:
[1] Hume, David; Essais Moraux, politiques &
littéraires, Ed Alive, bilingüe francés-inglés. Paris, 1999, p.42-47.
[2] “No se
complacen ni con una entera libertad ni con un total servilismo [NdT]
[3] Voltaire escribe La Henriade en 1727 – 28, [NdT].
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