Rousseau y Suiza (2)*
A los
300 años de su natalicio
Stéphane
Garcia
Jean-Jacques Rousseau |
La Suiza rústica, democrática y confederada:
un ejemplo para Córcega y Polonia
“Corsos,
he ahí el modelo a imitar para retornar a vuestro estado primitivo”: es así
como, proponiendo a Suiza como ejemplo, Rousseau concluye su Proyecto de
constitución de Córcega (alrededor de 1765)[37]. En el Contrato social (1762)
el autor utiliza esencialmente los ejemplos de Esparta y de Roma y sólo se hace
alusión al Cuerpo helvético, pero en el Proyecto - redactado por encargo -
Suiza ocupa un lugar preponderante en sus recomendaciones a los corsos y
polacos para organizar el Estado (Consideraciones sobre el gobierno de Polonia,
1770-71)[38].
Según
Rousseau, la principal cualidad de los suizos es precisamente esta rusticidad
de la que tan frecuentemente se burlan los intelectuales de la época. “Esta
nación rústica”, como la llamaba ya en el Discurso sobre las ciencias y las
artes (1750)[39], este “país libre y sencillo, donde en los tiempos modernos es
posible encontrar hombres de la antigüedad, mencionado en La nueva Eloísa
(1762)[40], alberga habitantes que poseen, según él, las características de los
hombres de Esparta o de la Roma primitiva: equidad, humanidad, buena fe,
coraje, sencillez de las costumbres…Exactamente como los corsos que describió
el historiador griego Diodoro de Sicilia en el siglo I antes de nuestra era.
Partiendo de esta premisa, los corsos deberían seguir el ejemplo de los suizos.
El
dinero, causa de decadencia
Pero la
Suiza “auténtica” que describe Rousseau es más la del pasado que del presente,
confrontada desde hace tiempo al dinero corruptor. Como advierte a los corsos
el autor del Proyecto de constitución: “La pobreza llegó a Suiza con la
circulación del dinero, que introdujo la misma desigualdad en los recursos y
las fortunas, y se transformó en el instrumento para adquirir, en desmedro de
los que nada tenían.”[41].
Este
dinero proviene del servicio mercenario que había nacido en el
Renacimiento[42]: al importar el lujo a Suiza, estas tropas al servicio del
extranjero pervirtieron las costumbres helvéticas y su “sencillez” ancestral.
Rousseau hace suyas las advertencias ya formuladas por Béat de Muralt (Lettre
sur les voyages, 1700) o de Albrecht de Haller (1731), quien fustiga el
“torrente de costumbres extranjeras que inunda de vicios a toda Helvecia”[43].
El
ejemplo que Rousseau propone a la Córcega libre es la Suiza anterior a la
‘decadencia': “Antaño, la Suiza pobre era la que mandaba a Francia, hoy, la
Suiza rica tiembla ante el ceño fruncido de un ministro francés”[44].
El
mercenariado acarrea el mismo peligro que señala Rousseau en La nueva Eloísa a
propósito de los comerciantes ginebrinos, “dispersos en Europa para
enriquecerse": “Después de haber adoptado los vicios de los países donde
vivieron, [ils] los traen triunfalmente a casa junto con sus tesoros. Así, el
lujo de otros pueblos les hace desdeñar su ancestral sencillez, la altiva
libertad les parece despreciable; y se forjan cadenas de plata, que se ponen
como si fueran ornamentos.”[45].
El
apego a la tierra y al terruño
Si los
corsos no se dejan corromper por el dinero, podrían perfectamente adoptar el
“sistema rústico”[46] suizo.
La
primera condición para que esto funcione es enraizar los corsos a la tierra
mediante el fomento de la agricultura. Según Rousseau, un pueblo de campesinos
no sólo produce buenos soldados, vigorosos, patriotas y prolíficos, sino que
garantiza su auto subsistencia, sin dependencia del comercio con el exterior:
dos condiciones esenciales para tener independencia política[47].
Córcega,
la isla de la belleza, podría muy bien adoptar el sistema democrático: “La
democracia es la forma de administración más favorable para la agricultura: al
no estar reunida la fuerza en un solo sitio, la distribución del pueblo no es
desigual, sino que lo dispersa de manera igualitaria en todo el territorio. En
Suiza se observa una aplicación notable de estos principios. En general, Suiza
es un país pobre e improductivo. Su gobierno es Republicano. Pero en los
cantones más fértiles como Berna, Soleure y Friburgo, el Gobierno es
Aristocrático. Y en los más pobres, donde la agricultura es más ingrata y exige
más trabajo, el Gobierno es Democrático”[48].
No
obstante, Rousseau no promueve el sistema democrático de la Landsgemeinde de
algunos cantones suizos[49]; porque este sistema de organización, como señala
en el Contrato social, sólo conviene a un Estado muy pequeño, habitado por un
pueblo virtuoso y donde reina “una gran igualdad de condiciones y fortunas”, y
“poco o ningún lujo”[50].
Para
Rousseau, por virtuosos que sean los corsos, el problema es que viven en un
territorio demasiado grande como para adoptar este sistema. Les recomienda
entonces un gobierno mixto, donde el pueblo se reúna por partes y los
depositarios del poder se renueven periódicamente.
El arma
del patriotismo
Rousseau
exhorta a los polacos, amenazados por los rusos, a seguir el ejemplo de los
suizos, que resistieron con éxito las presiones hegemónicas de los Hasburgo[51].
Por
ello, según Rousseau, una de las claves de la resistencia polaca está en el
sentimiento de pertenencia nacional del pueblo. El espíritu de cuerpo hará que
la invasión rusa sea indigesta…para los rusos: “No podréis impedir que os
devoren, pero al menos que no puedan digeriros.”[52].
Para
avivar la llama del patriotismo polaco, Rousseau recomienda: valorizar las
costumbres, conservar el traje tradicional, moderar el lujo y canalizarlo hacia
el bien de la nación, educar a los niños en el amor a la patria. Y
especialmente: seguir el ejemplo del sistema militar suizo, donde el ciudadano
patriota es a la vez el más entusiasta de los soldados: “El Estado no debe
quedar sin defensores, lo sé; pero sus verdaderos defensores son todos sus
miembros. Todo ciudadano debe ser soldado por deber, ninguno por oficio. Ése
fue el sistema militar de los romanos y es hoy el de los suizos.”[53].
Rousseau
describe en los siguientes términos el modelo suizo de organización: “En Suiza
todo individuo que se desposa debe tener un uniforme, que será su traje de fiesta,
un fusil de calibre y todo el equipo de un soldado de infantería, y está
inscrito en la compañía de su barrio. Durante el verano, los domingos y los
días de fiesta, estas milicias se ejercitan según el siguiente orden: primero,
por escuadras pequeñas, luego por compañías y finalmente por regimientos (…), y
a nadie se le permite enviar a otro para reemplazarlo para que cada cual se
ejercite y todos hagan el servicio.”[54].
El
vigor de una confederación
La otra
clave para el éxito de los polacos es reformar su estructura estatal. Según el
filósofo ginebrino, la dimensión del país es un inconveniente y también una de
las causas de la anarquía reinante. Rousseau propone entonces dividir el
territorio en pequeñas repúblicas, que funcionen de manera confederativa, como
en Suiza.
Volviendo
a una idea que ya había enunciado en el Contrato social, Rousseau ve en este
cambio de constitución, una doble ventaja: por una parte, estrecha los vínculos
entre los ciudadanos y fomenta el patriotismo y, por otra, vela por las
finanzas públicas.
“En Suiza los ciudadanos se encargan de todas las funciones que en otras partes de paga para que otros las realicen. Son soldados, oficiales, magistrados, obreros: todo está al servicio del Estado; y, como siempre están dispuestos a sacrificarse, no necesitan pagar además de su bolsillo. Cuando los polacos decidan hacer de esta suerte, no necesitarán tener más dinero que los suizos. Pero si un gran Estado se niega a adoptar las máximas de las pequeñas Repúblicas, que no busque los beneficios sin no se da los medios para obtenerlos. Si Polonia fuese, como yo quiero, una confederación de treinta y tres pequeños Estados, juntaría la fuerza de las grandes Monarquías y la libertad de las pequeñas Repúblicas.”[55].
Voluntad general y soberanía popular
¿Qué
pensaría Rousseau del actual sistema político suizo?
¿Qué
pensaría Rousseau del actual sistema político de la Confederación?
Esta
pregunta puede parecer improcedente a la luz de la evolución de las sociedades
y los cambios políticos operados en los dos siglos y medio transcurridos desde
la publicación del Contrato social (1762), su obra política más importante. Más
aún cuando en sus escritos, Rousseau se refirió mucho más a los modelos de la
antigüedad que a los de su época.
No
obstante, los Estados modernos son herederos de las teorías políticas del Siglo
de las Luces y en la Suiza del siglo XXI las ideas de Rousseau siguen siendo
objeto de debate público. Por lo demás, sus principales textos políticos - el
Discurso sobre el origen de la desigualdad y el Contrato social - han de
entenderse como pautas para el análisis y la evaluación de la legitimidad de
los regímenes de su época: en este sentido, participar en este juego del
cuestionario imaginario no significa
faltarle el respeto a su autor.”[56].
Sí a la
“República”
Evidentemente,
le agradaría a Rousseau constatar que en Suiza existe un sistema democrático,
que él llamaría “republicano”. Desde las primeras líneas del Contrato social,
se congratula por haber nacido bajo este régimen: “Ciudadano de un Estado libre
y miembro del poder soberano, por débil que sea la influencia que mi voz ejerza
en los asuntos públicos, el derecho que tengo de emitir mi voto impóneme el
deber de ilustrarme acerca de ellos. ¡Feliz me consideraré todas las veces que,
al meditar sobre las diferentes formas de gobierno, encuentre siempre en mis
investigaciones nuevas razones para amar el de mi patria!”.
En esta
obra fundamental, el “ciudadano de Ginebra” invoca en apoyo de su teoría el
modo de funcionamiento de la república que, en 1754, le restituyó sus derechos
cívicos. “He tomado pues vuestra Constitución, que encontraba bella, como
modelo de las instituciones políticas”, afirma en las Cartas escritas desde la
Montaña (1764). Las instituciones ginebrinas de mediados del siglo XVIII eran,
en realidad, muy distintas de cómo Rousseau expone en esta obra, donde las
describe no como son sino como desearía fuesen.”[57].
La
noción de “República” debe ser entendida en el sentido de cuerpo político, tal
como era en la antigua Cité, que es el verdadero modelo del Contrato social. En
una república, escribe el autor, "cada uno pone en común su persona y todo
su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y cada miembro es
considerado como una parte indivisible del todo." Este acto de asociación
- o pacto social - convierte al instante a la persona particular de cada
contratante en un cuerpo moral y colectivo, compuesto de tantos miembros como
votos tiene la asamblea, que recibe de este mismo acto su unidad, su yo común,
su vida y su voluntad. Esta persona pública se constituye así, por la unión de
todas las demás.”[58].
La
teoría del “pacto social” o del “contrato social” es consecuencia de lo que
constata Rousseau en el Discurso sobre el origen de la desigualdad: que el
aumento de la desigualdad engendra la servidumbre. En el Contrato social, tras
constatar que “El hombre ha nacido libre, y sin embargo, en todas partes vive
encadenado”, Rousseau se pregunta: ¿cómo instituir una comunidad política que
garantice la igualdad y a la vez la libertad de todos sus miembros?
Rousseau
está convencido de que el ser humano es capaz de hacer prevalecer el interés
general, el bien común, sin dejar de actuar libremente. Apuesta a que libertad
individual y servicio del bien común son conciliables en una sociedad de
ciudadanos iguales, siempre y cuando cada uno participe en las decisiones
fundamentales y las aplique de manera voluntaria. El fundamento del Estado ha
de ser pues un contrato social que comprometa a cada miembro de la sociedad con
todos y a todos con cada uno. Este contrato se expresa en las leyes, que los
ciudadanos son dueños de modificar libremente.”[59].
Es,
pues, República “todo Estado regido por leyes, cualesquiera sea la forma de
administración, por que sólo así el interés público gobierna y la cosa pública
tiene alguna significación. Todo gobierno legítimo es republicano.”[60].
Sí a la Soberanía popular
Rousseau
estaría muy orgulloso de ver que el lenguaje político suizo utiliza
habitualmente las palabras y expresiones “pueblo”, “voluntad del pueblo” y
“soberano” para designar al cuerpo de ciudadanos.[61].
Para
Rousseau, la palabra “Soberano” designa al cuerpo político de ciudadanos que
resulta del pacto que vincula a hombres que originalmente son independientes
unos de otros. Y “Soberanía” es la posibilidad de que estos ciudadanos puedan
actuar e influir políticamente.
La
voluntad del pueblo soberano, que Rousseau llama “Voluntad general”, dirige al
Estado según el interés común, “pues si la oposición de los intereses
particulares ha hecho necesario el establecimiento de sociedades, la
conformidad de esos mismos intereses es lo que ha hecho posible su existencia.
Lo que hay de común en esos intereses es lo que constituye el vínculo social,
porque si no hubiera un punto en el que todos concordasen, ninguna sociedad
podría existir.”. Ahora bien, sólo en función de ese interés común debe ser
gobernada la sociedad.”[62].
Este
concepto de “Voluntad general” constituye una idea original respecto de los
contratos concebidos por Hobbes, Locke o Montesquieu: para Rousseau es a los
ciudadanos a quienes corresponde defender sus libertades privadas. Siempre es
su interés privado el que busca el individuo que se somete a las leyes emanadas
de la Voluntad general. Su seguridad personal y la protección de su libertad
dependen de esta aceptación, aún si a veces la ley no considera sus
preferencias particulares.
La
“democracia de concordancia” instituida en Suiza, que permite a los partidos
minoritarios hacer oír su voz en los gobiernos y administraciones, contaría
ciertamente con su beneplácito, porque “lo que generaliza la voluntad no es
tanto el número de votos cuanto el interés común que los une.”[63].El interés
general implica por lo tanto velar por que nadie sea excluido. Una ley que se
vota por una débil mayoría no puede reflejar la expresión de la Voluntad
general. Para Rousseau, una república bien constituida ha de buscar la
unanimidad. La cultura del consenso, tan valorada en la política Suiza, se
orienta en ese sentido.
No al
Parlamento, sí a la democracia semidirecta
“La soberanía no puede ser representada, por la misma razón que no puede ser alienada; consiste esencialmente en la voluntad general y la voluntad no se representa: es una o es otra.”[64].
Sobre
la base de este principio de inalienabilidad de la soberanía, Rousseau condena
evidentemente la monarquía absoluta, pero simultáneamente despoja de toda
legitimidad a los sistemas representativos modernos tal como estos fueron
concebidos en el siglo XVIII e implementados en el siglo XIX[65]. En efecto, el
pueblo no puede desprenderse de la soberanía legislativa en favor de sus
representantes, porque entonces renunciaría a la soberanía en favor del
Parlamento, cuya voluntad se transformaría por lo tanto en la voluntad soberana
en el Estado.”[66].
Sin
embargo, Rousseau debió rendirse a dos evidencias: los modelos republicanos
griego y romano, donde no existía sistema de representación alguno, descansaban
en la esclavitud, la que hacía posible la participación activa de los
ciudadanos en la vida política. Por añadidura, difícilmente se podrían comprar
las condiciones políticas en los grandes Estados del siglo XVIII con las
existentes en las repúblicas de la antigüedad.
Si bien
teóricamente Rousseau rechaza la idea de representación, un principio de
realidad lo obligó a matizar su planteamiento y a concebir, en sus
Consideraciones sobre el gobierno de Polonia (1770-71), un sistema que podría
adoptar un gran Estado moderno.
En
Polonia, “el poder legislativo no puede actuar sino por diputación”[67]. Para
evitar la corrupción del sistema, el autor plantea dos soluciones: una, renovar
frecuentemente los representantes del pueblo, prohibiendo las reelecciones
sucesivas. La otra, instituir un sistema de mandatos imperativos, que obligue a
los representantes a actuar en la asamblea sólo como voceros del pueblo que los
eligió. Ni una libertad en materia legislativa.[68].
El
Soberano es dueño de modificar las leyes como quiera, y ésta es la vara con que
se puede medir la legitimidad de una república. En este sentido, Rousseau
aprobaría la institución suiza del referéndum obligatorio en materia
constitucional. Pero quizás emitiría reservas respecto del derecho de
iniciativa, que a veces lleva al pueblo a pronunciarse no sobre principios
fundamentales sino sobre aspectos específicos cuyos trasfondos no siempre son
totalmente claros para él. El único objetivo de la Voluntad general es el
interés común y sólo puede decidir sobre medidas generales[69].
Sí a la
separación de los poderes legislativo y ejecutivo
Aún
cuando la soberanía debe pertenecer necesariamente al pueblo, la potencia
ejecutiva, a la que Rousseau llama “administración” o “gobierno”, debe estar
idealmente separada de ésta. No por principio, como en Montesquieu, sino porque
al transformarse el legislador en el
agente ejecutor de sus propias leyes, tendrá “que desviar su atención de los
objetivos generales a los particulares.”[70]. Entonces, casi inevitablemente
las pasiones se impondrían por sobre el interés general y, por lo tanto, por
sobre el bien público. En consecuencia, debe existir una separación de poderes.
En este sistema, el ejecutivo tendrá que estar necesariamente subordinado al
legislativo. Según Rousseau, cualesquiera sea la forma que adopte el gobierno,
sólo puede ordenar al pueblo las órdenes que recibe del pueblo.
El
gobierno puede adoptar diversas formas: monárquica (cuando el pueblo confía su
administración a un “magistrado” único), aristocrático (cuando el gobierno
recae sobre un reducido número) o democrático (cuando está en manos de todo el
pueblo o de la mayoría del pueblo). Pero ¿cuál es la mejor forma de gobierno?
“Si
hubiera un pueblo de dioses, se gobernaría democráticamente. Un gobierno tan
perfecto no conviene a los hombres.”[71]. Aún si nadie puede interpretar mejor
las leyes que quienes las concibieron, el realismo de Rousseau lo descarta.
¿Cómo imaginar un pueblo que se reúna cotidianamente en la plaza pública para
ordenar la aplicación de las leyes? Sólo los Estados muy pequeños, habitados por
hombres virtuosos, pueden adoptar un sistema como el de la Landsgemeinde[72].
En
efecto, Rousseau pone en relación la realidad física, económica y demográfica
de un país con el tipo de gobierno que le conviene adoptar. Mientras más
grande, rico y poblado es el país, más fuerte ha de ser el gobierno y, por
ende, más concentrado debe ser éste. Por ejemplo, la monarquía, el gobierno de
uno solo, es el más conveniente para un Estado como Francia, En este caso,
Rousseau plantearía la institución de una república monárquica[73]. Según los
criterios rousseaunianos, la Suiza actual, un Estado de derecho gobernado por
un reducido número de personas (los “siete sabios”), sería entonces una
“república aristocrática”.
Un
derecho y un deber de control ciudadano
Si bien
el Soberano puede y tiene que delegar frecuentemente el poder ejecutivo, es
importante que conserve un control riguroso sobre este poder. Y recuperarlo, si
es necesario: “Desde el instante en que se reúne el pueblo legítimamente en
cuerpo soberano, cesa toda jurisdicción del gobierno; el poder ejecutivo queda
en suspenso y la persona del último ciudadano es tan sagrada e inviolable como
la del primer magistrado, porque ante el representado desaparece el
representante.”
En todo
caso, el pueblo debe ejercer un control real sobre la acción del gobierno.
Rousseau no sólo otorga este control sobre el ejecutivo al “pueblo reunido”,
sino también a cualquier ciudadano, dueño de una fracción de la Soberanía. Los
ciudadanos “siempre pueden velar por la administración de las leyes: no sólo es
un derecho sino, incluso, un deber”, como afirma en las Cartas escritas desde
la montaña.”[74].
Esta
exigencia de control que plantea Rousseau es de candente actualidad para las
democracias modernas. En primer lugar, porque de la articulación inteligente
del Legislativo con el Ejecutivo depende la buena salud del Estado. El
abstencionismo de los ciudadanos en las consultas populares es una señal
alarmante: “En una ciudad bien gobernada, todos vuelan a las asambleas; bajo un
mal gobierno nadie da un paso para concurrir a ellas, ni se interesa por lo que
allí se hace, puesto que se prevé que la voluntad general no dominará y que al
fin los cuidados domésticos lo absorberán todo. Las buenas leyes traen otras
mejores; las malas acarrean peores. Desde que al tratarse de los negocios del
Estado, hay quien diga: ¿qué me importa? El Estado está perdido.”[75]
Pero
también porque, como observa justamente G. Chenevière, “la ausencia de este
control es la que desarrolla a través del mundo el sentimiento de que el
sistema político abandona a los ciudadanos, de que el vínculo social se rompe,
y de que la democracia representativa no refleja el interés general.”[76].
Referencias
biográficas
1712 | 28 de junio: Nace en Ginebra Jean-Jacques
Rousseau - Grand-Rue nº 40. Su madre, Suzanne Bernard, fallece a consecuencias
del parto. Hijo, nieto y bisnieto de relojeros por línea paterna. Isaac, su
padre, había vivido en Constantinopla entre 1705 y 1711 como relojero del
serrallo. Tiene un hermano, François, siete años mayor, con quien perderá
todo contacto.
1717 | Isaac Rousseau se instala con sus dos hijos en
el barrio popular de Saint-Gervais, Ginebra.
1722 | Su padre, por una riña, se radica en Nyon.
Jean-Jacques queda internado en Bossey, en casa del pastor Lambercier.
1724 | Jean-Jacques retorna a Ginebra y vive con su
tío materno. Aprendiz de notario.
1725 | Aprendiz de grabador hasta 1728.
1728 | Huye de Ginebra y viaja a Annecy, donde vive en
casa de la señora de Warens. Viaja a Turín y abjura del protestantismo.
1729 | Regresa
Annecy. Ingresa al seminario de la catedral.
1730-31 | Viaja a pie en la Suiza romanda. Da clases
de música.
1735-42 | Estancia en las Charmettes (Chambéry);
inicio de su relación con la señora de Warens.
1737 | Al alcanzar la mayoría de edad según la ley
ginebrina, viaja de incógnito a Ginebra para reclamar la herencia de su madre.
1740 | Preceptor en casa de la familia de Mably, en
Lyon.
1742 | Expone en la Academia de ciencias de París su
Proyecto de nueva anotación para la música.
1743 | Secretario del embajador de Francia en Venecia.
1744 | Regresa a París.
1745 | Comienza su relación con Thérèse Levasseur, su
futura esposa.
1746 | Frecuenta a Condillac y Diderot.
1749 | Colabora con la Enciclopedia.
1750 | La Academia de ciencias de Dijon premia el
Discurso sobre las ciencias y las artes.
1752 | Representación ante Luis XV de la pastoral El
Adivino de la aldea
1754 | Viaja a Ginebra, se reincorpora a la iglesia
protestante y recobra sus derechos ciudadanos.
1755 | Publica el Discurso sobre el origen y los
fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Redacta para la Enciclopedia
el artículo “Economía política”.
1756 | Se instala en el Ermitage de Montmorency, en
casa de la señora d’Epinay.
1757 | Rompe con Diderot y con la señora d'Epinay.
Responde al artículo “Ginebra” de la Enciclopedia, firmado por d'Alembert.
1758 | Carta a d'Alembert sobre los espectáculos.
Termina Julia o La nueva Eloísa.
1759 | Entabla amistad con el mariscal de Luxemburgo,
se radica en Montmorency.
1761 | Publicación de Julia o La nueva Eloísa.
1762 | Publicación del Contrato social y del Emilio o
de la Educación, que son quemados en París y en Ginebra. Se dicta orden de
arresto contra Rousseau. Huye a Suiza. Se instala con Thérèse en Môtiers.
1763 | Naturalizado neufchatelés, renuncia a su
ciudadanía ginebrina.
1764 | Publicación de las Cartas escritas desde la
montaña. Voltaire escribe un panfleto contra Rousseau. Nace su pasión por la
botánica. Comienza a redactar las Confesiones.
1765 | Condena en París de las Cartas escritas desde
la montaña. Los habitantes de Môtiers lo expulsan. Huye a la isla de Saint
Pierre, en el lago de Biel, de donde lo expulsan las autoridades bernesas.
1766 | Viaja a Inglaterra con Thérèse, invitado por Hume.
Ruptura con Hume.
1767 | Retorna a Francia bajo un seudónimo, vive en el
norte de París en casa del príncipe de Conti.
1768 | Estancia en Lyon, Grenoble y Bourgoin. Se casa
con Thérèse.
1769 | Redacta la segunda parte de las Confesiones.
1770 | Regresa a París; trabaja nuevamente como
copista de música; lecturas públicas de las Confesiones.
1770-71 | Escribe Consideraciones sobre el Gobierno de
Polonia.
1774-76 | Compone Dafnis y Cloé, pastoral inconclusa.
1776-78 | Escribe las Ensoñaciones del paseante
solitario.
1778 | 2 de julio: Muere en Ermenonville y es
sepultado en la isla des Peupliers.
1782 | Publicación póstuma de las Ensoñaciones del
paseante solitario y de las Confesiones.
1794 | Traslado de sus restos al Panteón, París.
1801 | Muerte de su esposa Thérèse sin descendencia
(entre 1746 y 1752, entregaron cinco hijos a la Inclusa de París).
Principales amigos y relaciones epistolares suizos de
Jean-Jacques Rousseau:
·
Bondeli, Julie von (1731-1778): hija de un notable de
Berna, admiradora incondicional de Rousseau, y quien tiene un salón literario
en Berna.
·
Delessert, Madeleine-Catherine (Boy de la Tour de
soltera) (1747-1816): en 1762, Rousseau se encariña con la hija de Julie Boy de
la Tour, en Yverdon: una joven de 15 años cuya inteligencia lo seduce y a quien
llamará "prima".
·
Deluc, Jacques-François (1698-1780): relojero
ginebrino, amigo y admirador de Rousseau. Su más ardientes defensor desde 1762.
·
Du Peyrou, Pierre-Alexandre (1729-1794): rico heredero
de protestantes franceses, radicado en Neuchâtel, amigo y albacea de Rousseau.
Es uno de los editores de sus obras completas (Ginebra, 1780-1789).
·
Gingins, Victor de, señor de Moiry (1708-1776):
miembro del senado de Berna, bailío de Yverdon, autor de la novela Le Bacha de
Bude, acoge amablemente a Rousseau en Yverdon, en 1762. Sin embargo, las presiones
de las autoridades bernesas obligan a Rousseau a refugiarse en Neuchâtel.
·
Graffenried, Karl Emmanuel von (1732-1780): bailío de
Nidau, de la que dependía la isla de Saint-Pierre. Expulsa a Rousseau, pero
contra su voluntad, pues lo aprecia.
·
Jallabert, Jean (1712-1768): teólogo, sabio y
consejero ginebrino. En 1762 asume la defensa de Rousseau ante el Pequeño
Consejo, y le será siempre fiel.
·
Kirchberger, Niklaus Anton (1739-1799): notable
bernés, interesado en temas religiosos, visita a Rousseau en Môtiers y luego en
la isla de Saint-Pierre.
·
Roguin, Daniel (1691-1771): ex oficial al servicio de
Holanda, luego banquero en París donde entabla amistad con Rousseau. Se retira
a Yverdon en 1761, y allí acoge a su amigo exiliado. Rousseau lo cita en la
Nueva Eloísa.
·
Tissot, Samuel-Auguste-André (1728-1797): conocido
médico de Lausana, gran admirador de Rousseau. Después de su condena en 1762,
lo defiende contra Haller y lo visita en Yverdon.
·
Usteri, Leonhard (1741-1789): pastor zuriqués, lector
entusiasta de La nueva Eloísa, visita a Rousseau en Montmorency, en 1761, luego
en Môtiers, en 1764. Muy interesado entre otros por los principios pedagógicos
del Emilio. Intermediario entre Rousseau y Salomon Gessner (1730-1788), pintor,
poeta y editor zuriqués.
·
Wegelin, Jakob (1721-1791): pastor de Saint-Gall, y en
1765, profesor de historia en Berlín, admirador de Rousseau, a quien visita en
Môtiers. Tradujo al alemán la Carta a d'Alembert, publicada en Zurich en 1761.
[1] OC III, pág. 914-915.
[2] Sobre el contexto en que se redactaron estos dos manuscritos, consultar: Introducción de T. L'Aminot a Textes politiques de Jean-Jacques Rousseau [Textos políticos de Jean-Jacques Rousseau], Lausana, L'Âge de l'Homme, 2007.
[4] OC II, pág. 60
[5] OC III, pág. 916.
[6] A mediados del siglo XVIII hay 77.000 mercenarios en el extranjero, 23.000 de ellos en Francia, para una población total de 1,5 millones de habitantes. Nouvelle histoire de la Suisse et des Suisses, [Nueva historia de Suiza y de los suizos] 1985, pág. 423.
[7] Jean-Jacques Rousseau, De la Suisse , [Acerca de Suiza], edición crítica, por F. S. Eigeldinger, París, H. Champion, 2002, pág.76-77.
[8] OC III, pág. 916-917
[9] OC II, pág. 658.
[10] OC III, pág. 903.
[11] Tras un alzamiento popular contra la dominación genovesa, Córcega conoció un período de independencia, entre 1729 y 1769.
[12] OC III, pág. 906. Rousseau funda la distinción de los gobiernos según el número de sus miembros. Considera que, en general, a los grandes Estados conviene un gobierno monárquico, a los medianos, la aristocracia (idealmente electiva), y a los pequeños, la democracia. En consecuencia, una república puede ser monárquica en su modo de administración.
[13] Los cantones suizos de Landsgemeinde son: Uri, Schwytz, Glaris, Nidwald, Obwald y los dos Appenzell.
[14] OC III, pág. 405. Del Contrato social es esta famosa frase: “Cuando se ve cómo en los pueblos más dichosos del mundo un montón de campesinos arreglaba bajo una encina los negocios del Estado conduciéndose siempre sabiamente ¿puede uno dejar de despreciar los refinamientos de otras naciones que se vuelven ilustres y miserables con tanto arte y tanto misterio?” (Libro 4, cap. 1).
[15] F. Ramel y J.-P. Joubert, Rousseau et les relations internacionales [Rousseau y las relaciones internacionales], París, L'Harmattan, 2000, pág. 139-149.
[17] OC III, pág. 1014.
[18] OC III, pág. 1015.
[19] OC III, pág. 1010.
[20] Así lo demuestran los artículos publicados en el diario Le Temps: Guillaume Chenevière, Que penserait Jean-Jacques Rousseau de l'initiative anti-minarets? [¿Qué pensaría Jean-Jacques Rousseau del proyecto anti-minaretes?] (14 de enero de 2010) y Rousseau, écrivain politique pour le XXIe siècle [Rousseau, escritor político para siglo XXI] (22 de junio de 2011), en respuesta al artículo de Beat Kappeler, Relire Rousseau…avec l'oeil critique [Releer a Rousseau... con ojo crítico], 11 de junio de 2011. Asimismo, Philippe Roch consagra algunas de las páginas de su obra Dialogue avec Jean-Jacques Rousseau sur la nature [Diálogo con Jean-Jacques Rousseau sobre la naturaleza], Ginebra, Labor et Fides, 2012, a comparar el enfoque rousseauniano de la naturaleza con la ecología política de las últimas décadas.
[21] F. Jost, Jean-Jacques Rousseau suisse, [Jean-Jacques Rousseau suizo], Friburgo, Ed. Universitaires, 1961, tomo I, pág. 287.
[22] OC III, pág. 361.
[23] Sobre la teoría política de Rousseau, ver la obra clásica de R. Derathé, Jean-Jacques Rousseau et la science politique de son temps [Jean-Jacques Rousseau y la ciencia política de su tiempo], París, 1950 (reedición en 1995). Rousseau hace un resumen de su Contrato social en el libro V del Emilio.
[24] OC III, pág. 379-380.
[25] Estos términos o expresiones ya no se utilizan prácticamente en Francia, y han sido reemplazados por opinión pública y cuerpo electoral. Todavía se utiliza en Suiza el término magistrado para nombrar a los miembros de los estamentos del poder ejecutivo, como en Rousseau, mientras que en Francia ya no se aplica más que a los jueces.
[26] 62 OC III, pág. 368
[27] OC III, pág. 374.
[28] OC III, pág. 429.
[29] R. Édrate (op. cit. pág. 273) recuerda que en esta época la concepción de representación no era en absoluto democrática. El pueblo se limitaba a elegir a sus representantes, no un programa político.
[30] C Rousseau condenó inequívocamente el sistema inglés de la época: “El pueblo inglés piensa que es libre y se engaña: lo es solamente durante la elección de los miembros del parlamento; tan pronto como estos son elegidos, vuelve a ser esclavo, no es nada.” (OC III, pág. 430).
[31] Consideraciones sobre el gobierno de Polonia, cap. VII (OC III, pág. 972 y siguientes).
[32] Retoma una idea del Contrato social (OC III, pág. 429-430): “Los diputados del pueblo pues no son ni pueden ser sus representantes, son únicamente sus comisarios y no pueden resolver nada definitivamente. Toda Ley que el Pueblo en persona no ratifica es nula. No es una ley”.
[33] Ver G. Chenevière, Que penserait Jean-Jacques Rousseau de l'initiative anti-minarets? [¿Que pensaría Jean-Jacques Rousseau de la iniciativa anti-minaretes?] (Le Temps, 14 de enero de 2010).
[34] OC III, pág. 404.
[35] OC III, pág. 406.
[36] Ver más arriba: La Suisse rustique, démocratique et confédérale: un exemple pour la Corse et la Pologne [La Suiza rústica, democrática y confederal: un ejemplo para Córcega y Polonia].OC III, pág. 380.
[38] OC III, pág. 845.
[39]. OC III, pág. 429.
[40]. Rousseau, une histoire genevoise, Ginebra, Labor et Fides, 2012, pág. 18.
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