David De los Reyes
Contrastes de formas (1913), Ferdinand Léger, óleo sobre tela
Contrastes de formas (1913), Ferdinand Léger, óleo sobre tela
I
Isócrates (Atenas, 436.338 a.C.), es el pensador ateniense que ha sido considerado como el antiguo profeta del humanismo griego, siendo su figura opacada en los siglos posteriores a su vida por la figura de su contemporáneo Platón, manteniendo ambos una permanente rivalidad por la concepción filosófica defendida por cada uno en particular. Aunque el maestro de la elocuencia fue en vida más reconocido e importante en Grecia que el filósofo de la teoría de las ideas.
Isócrates, hijo de Teodoro, un fabricante de flautas venido a menos, quien no viniendo de la rancia aristocracia ateniense decidió que la mejor forma de defender sus bienes familiares e impulsarlo a la vida pública era educando a su hijo con esmero. Isócrates, hombre de larga vida, sus inicios están marcados por el aprendizaje de la elocuencia. Entre los maestros de retórica a que asistió están: Gorgias, según refiere Cicerón (en Oratoi LII, 176), de Pródico Kio y de Tisias Siracusano, como refiere Dionisio Halicarnaso (De Isocrates), los cuales en conjunto eran los que tenían mayor fama de filósofos entre los griegos. Su vida transcurrió desde el periodo decadente de Pericles hasta la aparición del imperio de Filipo de Macedonia. Crece durante los duros años de la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), periodo en que se desató una epidemia de peste que diezmó a la población, segmento temporal en que mueren dos hijos de Pericles (muerto en el 429 a.C.) y de derrotas navales y tratados incumplidos. Ello da pie para la instalación del gobierno de los Treinta Tiranos y su derrocamiento por una democracia débil. Establece su propia escuela de retórica en el año de 393 a.C. y se dedicó por 45 años a la enseñanza de dicho arte, actividad que desempeñó al reconocer que no tenía cualidades para la oratoria: ni voz, ni porte, y junto a ello por un tiempo de su juventud también se dedicó a escribir discursos judiciales por 10 años, lo cual era un oficio (logógrafo) muy bien remunerado[1].
Por sus enseñanzas en el arte de la retórica o el arte de la elocuencia será reconocido en el Renacimiento, al retomar los llamados humanistas el interés por esta disciplina y la técnica discursiva, la cual sería una de las bases de la educación humanista de Europa en el siguiente milenio. En el mundo griego la gestión pública implicó al hombre libre una disposición para dicho arte de la palabra, requiriendo estar absuelto del trabajo físico y de necesidades materiales; esa práctica generó a una clase dirigente que se preparó para el mando, después de formarse por medio de una educación (pedagogía) adecuada. Para ese momento se debatía en los medios filosóficos más articulados a las corrientes dominantes, conseguir las técnicas para alcanzar ese fin. Y realmente no se evidenció ninguna disputa del tema que se prolongara en el tiempo. Los desacuerdos en torno a los detalles nunca cesaron, pero la discusión crucial acerca de las alternativas reales sólo amaneció en el siglo IV a.C., centrada en Atenas, y el debate concluyó con la total victoria de Isócrates sobre Platón, nos afirma Finley (1977:301) en su ensayo El legado de Isócrates.
Tres mujeres, Fernand Léger, óleo sobre tela
II
El pragmático Isócrates dominó en su época por encima del idealista Platón. ¿Por qué un maestro de retórica vendría en su tiempo a estar por encima del fundador de la Academia y de un sistema filosófico que marcaría a toda la cultura filosófica occidental desde el siguiente milenio? La respuesta a esa pregunta es lo que intentaremos de dilucidar en parte aquí. Y aún así, fue más reconocido por el oficio de pedagogo que el de filósofo, logógrafo o político (actividades por las que anduvo), pues ejercerá su profesión hasta sus últimos días en vida, como bien lo muestra al final en su discurso titulado Panatenaico, escrito al final de su vida, a los 97 años de edad.
Como podemos notar, parte de la filosofía griega en el siglo V a.C. discurrió sobre cuáles serían los métodos y argumentos más adecuados para formar a los cuadros élites que vendrían a participar en la democracia ateniense, de buscar instrucciones prácticas adecuadas y efectivas; se trataba de satisfacer las necesidades de voz y participación en la emergente implicación pública y democrática de las asambleas y tribunales populares. Por un tiempo la retórica afianzará su dominio cultural en una sociedad en que el ímpetu político propio de una ciudad libre ya había desaparecido. Es importante señalar que la muerte de Isócrates coincide con la derrota y el sometimiento de Atenas (y buena parte de Grecia), a manos de Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno, y el declive de la gestión popular entre los helenos.
Isócrates, a diferencia de Platón que pretendía formar a filósofos gobernantes, encaminó sus intenciones a educar a estadistas para periodos turbulentos, donde la ciudad de Atenas tuvo que enfrentar los peligros de la hegemonía de los persas, de los espartistas y de los bárbaros (del norte, Filipo). Éste vigila más las necesidades educativas reales de su tiempo que la del idealista de los diálogos.
Ante esta situación crítica de Atenas este autor antiguo se acoge a la idea de constituir una Grecia unificada y poderosa frente a sus enemigos naturales, los bárbaros. Buscó, en un principio, la profesión de sofista, enseñando el arte de vivir bien. Ello le permitirá no estar comprometido con ninguna escuela filosófica, ni tampoco en practicar la filosofía para obtener una vida tranquila o un quietismo político, sino en asumir una actitud filosófica práctica y útil ante los problemas políticos y educativos del mundo griego, lo cual hará que se presente con un sesgo completamente distinto a los que profesaron los principios platónicos o aristotélicos, que tenían como fin descubrir la verdad y el bien desde un orden metafísico y absoluto.
Asume la escritura como forma de expresión para exteriorizar sus ideas, las cuales no trataran sobre asuntos privados o de su propio interés sino de consejos y observaciones dirigidas a la magnificencia de Grecia en tanto cultura hegemónica de entonces y de los asuntos a atender por los gobiernos, intentando persuadirlos en cómo gobernar mejor a las ciudades, además de incitar al cultivo de la virtud[2]. Su postura de la elocuencia tiene unos fines bien definidos: La elocuencia sabe quitar la máscara al vicio, y preconizar la virtud. El ignorante se instruye con ella, y el sabio se hace conocer. Nosotros encontramos en el arte de hablar, la señal menos equívoca del talento de pensar. Un discurso sólido, justo y razonable, es la imagen de un alma recta y sincera. Con la palabra conducimos los hombres a la verdad que se oculta y a la verdad que se contesta, (I. 1802, CCXI: 144)
La mujer de azul (1912), Fernand Léger, óleo sobre tela
III
Reconoce a los grandes políticos de la antigüedad, Solón, los Siete Sabios, Clístenes, Temístocles y Pericles, como estadistas que se dedicaron a estudiar y perfeccionar la oratoria. Sin dejar de tener en cuenta que anualmente Atenas dedicaba un sacrificio a la diosa Persuasión. Su idea de la filosofía no es la de construir un gran sistema filosófico, de alcanzar un conocimiento de lo absoluto sobre lo que debería o no hacerse. Se remite a desarrollar la idea desde una óptica realista, de pensar que los problemas del mundo son los problemas del hombre y no de los dioses, que un hombre sabio es aquel que hace una elección acertada y los filósofos son aquellos individuos que estudian y reflexionan para alcanzar esa sabiduría práctica en su presente, proyectando por su sombra discursiva el modelo particular a las generaciones futuras. No existe una técnica o una ciencia que lleve a impartir justicia y la virtud a los individuos si no están inclinados a poseer esas cualidades de forma natural, en principio, pero sobre todo por la disciplina asumida para su tender a ello. Pues si no se tienen tales cualidades de forma natural, estaba convencido que un hombre que pueda hablar, escribir y persuadir a los demás, puede ser más justo y virtuoso, pues su atención estaba en construir, mediante la paideia, una personalidad. Comprende que sólo se puede llegar a ejercer la palabra en todas sus formas mediante una continua práctica, es decir, escribiendo y declamando. La educación es defendida como una necesidad vital para los jóvenes y así volverse hábiles y expertos ante los embates de la vida; la educación tenía para él el fin de llegar a hablar y reflexionar, entendiendo que el desarrollo del razonamiento y del arte de persuadir estaban íntimamente relacionados entre sí: la expresión justa es la más segura prueba del más justo entendimiento, (ver A Nicocles, II, 7). La educación no es vista sólo como perfeccionamiento individual sino como fuerza y mejoramiento social. Aquellos que participaban de sus cursos debían igualmente ser activos dentro de la política de la ciudad, donde demostrarían sus dotes de resolver los problemas de la polis gracias a sus conocimientos y capacidad de decisión. Y ello fue así, pues muchos de sus discípulos cumplieron ese objetivo en la convulsa Atenas de su época (Aquino, 2004, p.117); su formación se centró en desarrollar la capacidad para intervenir airosamente y con soltura en las controversias públicas; sus alumnos nunca pasaron de ocho o nueve en su curso y consideraba de gran importancia el tiempo que estuviesen junto a su maestro y compartiesen su estilo de vida personal, pues afirmaba que el talento, las virtudes y la buena reputación influían en los resultados de las actuaciones públicas. Su postura es eminentemente práctica y está centrada en educar a los jóvenes con la finalidad de crear hombres inteligentes, y no en formar un gobernante ideal, al modo y fracaso de la concepción aristocrática, idealista o utópica platónica (como conocemos en los casos de consejero por los que pasó (y sufrió) Platón de Dionisos I (padre) y Dionisio II (hijo) de Siracusa; ver sus Carta VII y VIII).
Los acróbatas (1933), Ferdinand Léger, óleo sobre tela
IV
La cultura retórica de Isócrates se centraba en formar para delimitar inteligentemente los asuntos públicos, creando en el discípulo la aspiración a un estado de búsqueda de perfección de la vida humana, que llamará, como los filósofos, eudaimonía, idea que siempre se hará presente en el pensamiento político de este logógrafo. La eudaimonia debe reconocerse como meta no sólo individual sino pública, propia de cualquier aspiración política pero ateniéndose a unos determinados postulados, como son: seguridad, prosperidad, armonía interior y prestigio ante el mundo exterior (Jaeger, 1974:878/881). Tales elementos los encontramos en su discurso Sobre la paz al advertir que: ¿Será suficiente para nosotros vivir con seguridad en la ciudad, tener abundancia de medios, el mismo parecer entre nosotros mismos y gozar de buena fama entre los griegos? Yo creo que con estas cosas la ciudad sería completamente feliz (VIII, 19). La guerra, en opinión contraria a Heráclito, como madre de todas las cosas, es la condición que privaría de todo ello: nos hace más pobres, estamos obligados a soportar peligros, acentuamos la distancia con el enemigo y provee todo tipo de desastres, es el quiebre de toda ética, es decir, de relaciones humanas de cohabitación y confianza junto a los demás.
En su Panegírico refiere al enfrentamiento entre bárbaros y griegos, advirtiendo que estos últimos se libraron de aquellos no por su excelencia en el arte de la guerra sino por sus nobles costumbres y ser amantes de la gloria, la libertad y el honor, a su moderación y el cuido más sobre las cosas públicas que de las propias, sin codiciar lo ajeno y pensar que la felicidad se obtenía no solo por dinero o riqueza sino en la buena opinión personal y pública labrada por nuestros actos, teniendo por mejor una muerte honrosa que una vida obscura y vana; su mirada a los atenienses nos afirma que competían por ver quien hacía más bien a los demás y no por tiranizarlos; buscaron acercar a los distintos pueblos más por medio de la persuasión que por las armas; si bien pertenecían a una ciudad propia, habitaban y sentían a Grecia como una patria común a todos aquellos pueblos que acogían y pertenecían a esa cultura.
Sus discursos a Atenas y a Grecia en general intentaron persuadir el cambio de la democracia, en tanto oclocracia, como forma de gobierno, por ser muy perjudicial a la ciudad por todos los desordenes e injusticias que causó y por los mandos tiránicos que propició, pues los magistrados no hicieron mayor declaración cuando los jueces no pudieron contener a los particulares en sus abusos públicos, haciendo cada quien lo que más le diera gusto. Por ello consideró que lo más conveniente era volver a la forma de gobierno y a la constitución antigua, propuestas por Solón y Clístenes. Momento en que los ciudadanos consideraban reprensible estar en contra del gobierno y al dictamen del consejo de los ancianos, del Aerópago, además de emplear en los cargos públicos a los mejores siendo elegidos y no llegar a obtener los cargos públicos mediante sorteo. Como notamos, su inclinación política estaba dirigida a mantener una postura intermedia entre democracia y meritocracia.
Las clavadistas circulares (1942), Fernand Léger, óleo sobre tela
V
Está claro, por otra parte, que la visión educativa y filosófica de Isócrates no tiene acogida dentro de una democracia de corte popular pues él representa la continuación de los intereses que había defendido también su padre, la de una lucha económica y política de los más capaces frente al proyecto democrático popular y de constituir une élite rectora pero democrática, en función de las capacidades y méritos. Este pensador emerge de la tradición sofística (Gorgias) y de una clase media emprendedora y enriquecida por su trabajo, esto lo diferencia ya de Platón, el cual es descendiente de la rancia aristocracia ateniense (los eupatridas), educado en la tradición socrática y representante del filósofo por excelencia. Como el mismo nos refiere, al ver que no tenía aptitudes para la vida política se refugió en:
La filosofía, en el trabajo y en escribir lo que pensaba, sin tratar en asuntos de poca monta ni sobre contratos privados ni sobre los que algunos desvarían. Por el contrario, trate los asuntos de los griegos, de los reyes, de la ciudad, asuntos que creía, harían que me honrasen más que a quienes suben a la tribuna, porque yo hablaba sobre temas mayores y más hermosos que aquellos…Todos saben que muchos oradores se atreven a hablar ante el pueblo no de lo que conviene a la ciudad, sino de aquello de lo que esperan sacar ingresos ellos mismos, mientras que yo y los míos no sólo nos alejamos más que otros de los bienes públicos sino que nos gastamos los nuestros particulares en las necesidades de la ciudad por encima de nuestras necesidades…he sido autor de los discursos que animan a los griegos a la mutua concordia y a la expedición contra los bárbaros (XII, 11s).
Como observamos, su interés se centró en una filosofía práctica del presente, del discurso franco y directo de lo que consideraba ser expresado e interpretado en su momento para defender la cultura helénica, a Atenas y a los griegos contra la invasión de los bárbaros (persas y macedonios), con lo cual sabía que podía llegar a tener más reconocimiento que los oradores espontáneos del foro, los cuales, más que hablar por el beneficio de la ciudad, están por los beneficios personales de ellos. Desprecia a los oradores demagogos y oportunistas como a los filósofos que se dedican sólo al recinto de su saber privado o de aquellos otros que hacen quiméricos y literarios discursos, como es el caso de su contrincante perpetuo, Platón.
Entre sus propuestas educativas y filosóficas se destacan la de considerar el concepto de cultura como definidor de los pueblos griegos, que hoy es trocado por cultura occidental; a su concepción del logos en tanto inteligencia práctica, junto a su concepción humanista con la que los hombres pueden enfrentarse a la vida de manera asertiva; defendió la preponderancia de una cultura literaria-retórica por encima de una científica y filosófica. Ello nos da como resultado la convicción isocrática de la capacidad de adiestrar la mente (gimnasia de la psique), para su perfeccionamiento y valía, y asumir a la educación como un valor supremo para la vida pública del ciudadano y de una paideia (educación), accesible a una minoría, (Finley, 1984).
Los dos modelos educativos helenísticos más presentes para la Atenas del momento fueron el de Platón, basado en la dialéctica y el de Isócrates, basado en la enseñanza de la retórica Sus enseñanzas no aspiran a ser sólo para una élite, como era la aristocrática de Platón, sino que la enseñanza retórica y literaria se extendió a muchos más sectores de la población y su escuela estará abierta a todo aquel que pueda pagar 1000 dragmas por un curso, que podía llegar a tener una extensión de tres a cinco años. De su escuela salieron más de 100 alumnos pero sólo aceptaba por curso ocho o nueve, como ya dijimos antes. Por el cobro y el regalo de alumnos pudientes, Isócrates llegó a ser uno de los 12 individuos más ricos de Atenas (¡después decimos que la enseñanza no paga!). Es importante destacar que una de sus preocupaciones sobre la virtud del educando estaba en desarrollar su sentido del honor, concepto que lo obsesionó al final de su larga vida e hizo que orientara sus enseñanzas a centrarse en estructurar la correcta opinión (doxa) y no en la certeza absoluta de una verdad o ciencia (episteme). Inculca a sus discípulos una filosofía práctica centrada en la coincidencia de una actitud ética y en el arte de la elocuencia, estableciendo una convicción personal: el modo de vida del orador, del político, junto a sus virtudes y su buena reputación, vendrían a decidir los resultados reales y efectivos del discurso dado a terceros; Isócrates defenderá su modo de vida y su concepción práctica del saber que lo lleva a opinar que la enseñanza de ciencias como la astrología o de la geometría, junto a la dialéctica (ataque frontal a la concepción académica platónica), carecen de aplicación práctica en los asuntos públicos o privados; serán disciplinas que vendrán a formar y ejercitar el intelecto (gimnasia de la psiche), pero nada más.
Acróbatas y músicos (1949) Ferdinand Léger, óleo sobre tela
VI
Quintiliano afirmó que Isócrates poseyó un modelo de elocuencia que era puro y adornado, siendo mejor para la palestra que para la pelea; escribe no para ser escuchado sino leído. Quiero decir que su obra está centrada en la escritura y no en el diálogo filosófico literario como es el caso de Platón o Jenofonte, o en los tratados filosóficos o apuntes de clases como son los escritos de Aristóteles. Su obra, propia de un comunicador social antiguo avangarde, perseguía el fin de ser distribuida y conocida por aquellos que se interesaban en los asuntos de la ciudad de Atenas y por la cultura helénica. La misma opinión tuvo de él Cicerón, que lo llamó el maestro de todos los retóricos (De oratore, 2, 94), diciendo que su prosa no es para afinar el discurso de la pelea política, o el foro o las juntas públicas, sino para ser leído con atención y deleite; prefería a la vehemencia y la elevación del tono, elementos usuales en los oradores, la gracia y la armonía (cit. en Isócrates 1789, p.VIIIs). En el Fedro (275-279), de Platón, por voz de Sócrates, encontramos el único elogio de este idealista al futuro promisorio de este joven ateniense, que presentaba ya una inteligencia y una elocuencia superior a la de Lisias, ese otro maestro de la elocuencia; y que al avanzar en edad se reconocerá su virtud en las capacidades oratorias en relación a todos los estudiantes de dicha disciplina. Su condición pareciera dada por su propia naturaleza, depositando en él cierta predisposición para la filosofía. Opinión que reafirmara Dionisio de Halicarnaso cuando escriba una reseña sobre la obra de este maestro de la elocuencia (De Isócrates). Isócrates fue, quizás por no tener la voz adecuada y por su inseparable timidez que le impide enfrentarse abiertamente al foro público, un reservado pensador que dirigió sus intenciones a la escritura política. O como refiere el mismo en Panatenaico (XII, 10): tan falto estuve de las dos cosas que tienen más eficacia entre nosotros, una voz apropiada y audacia como no sé si algún otro ciudadano. Quienes no tienen esas cualidades llegan a estar más infamados en lo que respecta a su honor que quienes deben dinero al Estado.
A diferencia de los grandes oradores como Perícles y Terámenes, nadie antes había concebido crear un estilo de discurso pero escrito, pues por lo general los discursos tenían que asumir los cambios y la espontaneidad del momento, atendiendo a las reacciones emocionales de los escuchas, al ser pronunciados ante la asamblea o en el foro público. De esta manera nuestro personaje, un simple maestro de retórica, en la tranquilidad de su escuela y retirado pero atento a los cambios del mundo helénico, creó los discursos y las cartas que serían difundidos por toda Grecia, llegando a influir notoriamente en la política de su tiempo. Comprendió lo que muchos oradores no habían entendido, el discurso escrito difundía ideas (y las hacía perdurar), del orador por encima de la espontaneidad del momento y del lugar, con lo cual ampliaba así su campo de influencia, duración y de acción, permitiendo expandir su prestigio. Isócrates incorpora la escritura como condición inseparable de la oratoria política.
Isócrates es defensor de un giro personal en el modo de hacer y entender a la filosofía; fue uno de los primeros en proponer una filosofía práctica al afirmar que la condición de la filosofía debe estar centrada en la formación de ciudadanos en acuerdo con los principios éticos de su concepción de la retórica; la verdadera filosofía es siempre práctica. Tal práctica, como lo expone en su Antidosis (271), está en formar sabios que puedan construir una opinión justa en el momento de tomar las mejores decisiones y son filósofos los individuos que se ocupan de estudiar los caminos por los que se pueda obtener de la manera más eficiente y rápida tal conocimiento para la vida. Quizás esto haya hecho que su obra se opacara y pasara a ser relegada por el peso que tuvo para la historiografía filosófica y para la concepción cristiana las posturas de Platón y de Aristóteles, más adecuadas a una teología y vida contemplativa que a una visión pública del saber práctico para una mejor condición de vida ciudadana en la tierra. Pero en su momento su obra tuvo una influencia decisiva en toda la cultura griega y más allá de ella.
Tres hermanas (1952), Ferdinand Léger, óleo sobre tela
VII
Discursos a Reyes, Tiranos y ciudadanos
Entre los discursos más conocidos de este filósofo de la elocuencia encontramos en primera instancia tres: A Nicocles (post.374), Nicocles (370-365) y a Evágoras (370-365). Nicocles fue el heredero del reino de Salamina, capital de la actual Chipre, hijo de Evágoras. El primero de los tres discursos es una obra que se cataloga como espejo de príncipes para el gobernante, el segundo da una serie de recomendaciones a los súbditos del rey. Evágoras es un panegírico a ese líder al celebrar fiestas en su honor organizadas por su hijo Nicocles.
Pero de sus escritos de interés por su relación con las tiranías están la carta que va a dirigir al tirano Dionisio I de Siracusa (escrito ca. 369-368, la cual para muchos no es de su autoría), el mismo con el que trabó relación Platón, y otro dirigido a los hijos del tirano Jasón de Tesalia (ca. 354), el cual muestra la relación y el conocimiento de Isócrates de otros gobernantes de diferentes áreas de Grecia.
Para él la tiranía lleva a los estados a caer de manera inevitable en los males que arrastra el mismo tirano. Tarde o más temprano, sin embargo, este personaje ambicioso viene a sufrir lo que hace sufrir a otros. El poder de la tiranía es una carga que agobia, haciendo la vida imposible tanto a los opresores como a los oprimidos por ello; no son hombres libres sino apegados a su condición dialéctica en que en la misma medida que somete también se ve circunscrito al ejercicio del sometimiento. Advierte que lo que hace floreciente a un Estado no es la fuerza ni una gran cantidad de población unidos por un solo mandato sino la excelencia y sabiduría de gobierno, a sus representantes y a sus conciudadanos. El gobierno es para la república lo que la razón es para el hombre; su constitución es el alma de la ciudad. Esta se requiere para encontrar los recursos que dirijan las actividades públicas y privadas; la constitución bien practicada aleja las desgracias y fija el bienestar. Ciudadanos, ministros, leyes, todo se forma sobre él; y la dicha de los pueblos, depende de la bondad del régimen político, (I. 1802, CLXXXVI: 119). Opina que no hay nada más dañoso que un poder ilimitado, situación que despierta la envidia de los hombres pero que siempre viene a perturbar el sentido y la razón a los que se entregan con absoluta pasión a él. Tal poder es comparado con el efecto de las cortesanas las cuales, según su opinión, por sus atractivos pierden a los que se abandonan a ellas, (I. 1802, CXCI: 122s), aunque él por un tiempo estuvo conviviendo con una hetaira, que debió convertirla, por su influencia pedagógica, en una dama… Aconseja no envidiar la suerte de los hombres soberbios que se erigen en tiranos de su país, ni la de los ambiciosos, que se aspiran a tener un poder enorme. Ante la desmesura (hybris) la mesura (mesotes), contentándose con el honor y el reconocimiento que el pueblo les concede. Su ideal de ejercicio político es el que se ajusta a lo conveniente (to simpheron) que se identifica con el bien común, más que a una idea de justicia; la oportunidad y la decisión para el logro de ese bien común. Las virtudes de los magistrados en su concepción de la democracia de los más capaces deben poseer la filantropía o la disposición amistosa hacia sus gobernados y al género humano en general, al igual la reflexión (ennoia), acompañada con la clemencia (praotes), una triada de virtudes que sustituirían a la virtud (areté) política popular: la valentía (andreia), la moderación (sofrosine) y la justicia (dikaiosine), esta última vendría a preludiar a ciertos gobiernos helénicos. Aboga más que la unidad política de las ciudades-estados en una sola nación a la construcción de una alianza en función de la existencia de una cultura común, como siempre propuso ante la amenaza de los bárbaros dando los resultados de victorias militares como la que se consiguió en la guerra contra Persia y el sátrapa Jerjes.
Entre las recomendaciones que da a los gobernantes no escapan determinados hábitos de vida (epitedéumatha) o los llamados por Pierre Hadot ejercicios espirituales, a los que quieren atenerse en adquirir una mejor formación para tener opiniones precisas y oportunas respecto a la verdad de su gobierno. En principio la creencia en la posibilidad y el valor de adiestrar la mente, independiente del modo en que entienda por ese concepto. El segundo postulado será la importancia de adiestrarse y formarse para la vida pública o la vida del ciudadano, concentrándose en las técnicas del discurso en el conocimiento de los mejores textos de la literatura y filosofía y estar consciente que esto debe llevar a identificarse su educación con una cultura superior al común de los individuos, la cual es accesible no a todos sino a una reducida élite. Por ello Isócrates recomienda mantenerse en el ejercicio de los conocimientos que hayas adquirido; y adquirir con el estudio los que nos falten. No retener una instrucción útil, y no guardar los presentes de los amigos, son dos cosas igualmente vergonzosas, (I. 1802, CXXII:86). En esta adquisición de hábitos para la vida se nos exige que todo lo que obtengamos para nuestra persona, hacerlo como si debiera saberlo el público pues no recomienda el secreto de nuestras acciones, ya que todo lo que callemos durante un tiempo vendrá a descubrirse después, (I. 1802, CXIX:83). De ahí que tampoco apruebe las risas inmoderadas ni los discursos presuntuosos y difamatorios pues lo que ellos vienen a demostrar es una carencia del sentido y equilibrio mental en su formación moral o de su psique y ello puede llevar a descubrir la locura personal que lo domina, (I. 1802:CXI, p.81). Se debe estar persuadido que la mesura, cierto sentido del ridículo, el amor a la templanza y a la justicia es lo que mejor sienta al joven en formación, virtudes que enaltecen el carácter del educando, (I. 1802, CXIV:81). Respecto al cuerpo advierte que más que adiestrarse en los que aumentan la fuerza practicar los que ayudan a mantener la salud, (I. 1802, CX:81).
Bimural, 1954, Plaza cubierta del rectorado, UCV, Ferdinand Léger
VIII
Entre Isócrates y Platón
Su paideia se distinguirá de la platónica que fue elaborada bajo el esquema del adiestramiento matemático-filosófico (aritmética, geometría, astronomía, esterometría, música y finalmente en la dialéctica), que al hacerlo aumentaría al educando su progresión, estableciendo que el mundo ideal estaba también destinado a producir una élite de gobernantes perfectos y cumplidamente racionales (el conocido filósofo-guerrero). En las bases de este programa educativo encontramos no sólo una metafísica (teoría de las ideas) y una doctrina ética sino también una psicología. La psique o alma es comprendida por Platón en tres elementos distintos y en mutua confrontación, desigualmente distribuidos de acuerdo a las condiciones de cada individuo, siendo los responsables de la natural desigualdad entre los hombres. Esta tripartición del alma (sensitiva, volitiva e intelectiva), conduce a una división social en tres tipos humanos, correspondientes al desarrollo o preponderancia de cada una de estas tres partes del alma, cuya forma más alta (que deberían ser los eupátridas o clase aristocrática venida a obtenerse por condición de cuna) estaría reservada para esos pocos cualificados por una naturaleza propia, que al adiestrar su psikhe a través de un largo y trabajoso proceso formativo (alrededor de unos quince años al menos, que es como es referido en el libro VII de República), serían capaces de aprehender las esencias últimas de las cosas, en obtener el conocimientos de los Absolutos para gobernar después con absoluta justicia.
Isócrates advertirá este idealismo malsano y atacará la concepción de la paidea platónica. Su escuela retórica determinará en su presente la distinción en la formación entre los intelectuales y los hombres públicos argumentando que la filosofía y la educación debe estar centrada no en mundos ni realidades ideales y absolutas sino en una escuela que comprendía que la educación superior debe adiestrar y formar para un saber y un conjunto de hábitos (epidéumatha) para la vida, para la vida justa de la élite ciudadana. Sabemos, por sus discursos, que Isócrates nunca pretendió ser un pensador sistemático, sino en tener la capacidad de obtener los conocimientos requeridos para el asertivo ejercicio de la vida personal y pública. En su obra encontramos ciertas propuestas asertivas, aunque nunca será en todo momento coherente y muchas veces es bastante vago en relación a otros pensadores de su entorno, respecto a los fines últimos.
Como hemos visto antes, formuló ciertos principios en que se valora a las matemáticas, la gramática y la música como una gimnasia de la psique[3], con lo que pudiera identificar a este retórico como el iniciador de una psicología de las facultades, la cual no es otra idea que aquella que plantea que al igual que los músculos se fortifican mediante el ejercicio igualmente se pueden aplicar para el desarrollo de las habilidades intelectuales. Su filosofía, que se identifica sobre todo con un modo de vida virtuoso y, por tanto, sabio (Sed codiciosos de saber, y seréis sabios, en: I. 1802, CXXI: 83), es que la virtud no puede enseñarse, aunque la virtud sea la meta de la vida. Pero ello no impide en tener una predisposición a ser virtuoso, con lo cual se pueda a la vez de gozar de una posición adecuada para el desenvolvimiento de nuestra existencia, la cual consistirá en hacerse más digno y mejor, además de la requerida condición de saber hablar bien y de forma persuasiva, y ello sí puede enseñarse.
Es, en palabras de uno de los más preocupados estudiosos, me refiero a Mikkola, que ha observado que Isócrates es el responsable de más de dos mil años por ser el hombre que fijó el enfoque retórico…en la política, la educación y la historiografía (cit. Finley, 1977:304), investigador que pretendió enmendar la acusación a Isócrates de ser un simple maestro de retórica y colocarlo en una estatura de pensador político y filósofo.
Pasemos al análisis de una selección de sus discursos respecto al tema en cuestión, la concepción política isocrática y su relación con la formación del ciudadano y del gobernante y del ejercicio del tirano.
Los ciclistas, Ferdinand Léger, óleo sobre tela
IX
Interpretación de algunos Discursos de Isócrates
A NICOCLES (II).
En este discurso Isócrates escribe a Nicocles, rey de Salamina, capital entonces de Chipre, exhortando de cómo debe reinarse con corrección a sus súbditos, cuáles costumbres adoptar y cuáles evitar para gobernar de la mejor forma su reino. Entre los consejos conocidos y las acciones afortunadas en que mejoran los hombres comunes, Isócrates señala algunas harto conocidas: el no vivir en el lujo y verse obligado en pensar lo necesario para cada día; aceptar las leyes por las que cada uno se gobierna, ejercer la libertad de expresión (parrhesía) y con ella, e igual forma, de reprender a los amigos y de increpar a los enemigos de los errores tanto de unos como de otros; y tomar de ciertos poetas de cómo se ha de vivir. Con estos consejos los ciudadanos en general se harán mejores. Isócrates aspira a que con sus palabras se pueda mejorar la condición y formación moral dentro de la polis ¿pero cuáles son las requerida para aquellos que son soberanos? En principio deben educarse mejor que los demás porque están privados de consejos cuando alcanzan el poder (II, 4). Se encuentra que muchos que llegan a asumir asuntos importantes y adquirir una mayor riqueza desean en algún momento querer regresar a tomar la vida de los ciudadanos corrientes y desentenderse de las complicidades que dan el ejercicio del poder y de ser dueño de muchas riquezas. Pero a la vez los soberanos no están exentos de sentirse como dioses al considerar los honores, riquezas y poderes que poseen como soberanos. También se observa como algunos gobernantes perecen a manos de quienes menos deberían hacerlo y otros llevados a faltar a sus más íntimos. Todas estas situaciones hacen querer preferir vivir de cualquier modo a reinar el mundo en medio de tantos contratiempos, peligros y sufrimientos.
Los cercanos al soberano tienen la obligación de aconsejar en cómo se podría gobernar según cada circunstancia, conservando lo bueno y ahuyentando las desgracias. Y esto es lo que intentará Isócrates mediante este discurso, en recordar las acciones éticas a las que hay que tender y a las que son precisas dedicarles un tiempo de formación.
Comienza por preguntarse ¿cuáles son las tareas de un rey? Antes que nada terminar con lo que hace infortunada a su ciudad, cuando es próspera mantenerla así, cuando es pequeña hacerla grande, y en el resto de las cosas cotidianas se debe guiarse mediante estas condiciones previas a todo (II, 9-10).
Su manera de gobernar no está separado de su preparación en cómo piensa. De ahí que al igual que los atletas deben entrenar su cuerpo, los gobernantes deben ejercitar su espíritu, su intelecto; a tantos honores recibidos deben mostrarse tantas virtudes ejercidas. La educación y el estudio es lo que puede llegar a mejorar nuestra condición. Un gobernante debe considerar que es vergonzoso que manden los peores a los mejores, los más ignorantes al frente de los más inteligentes; pues cuanto más desprecies la ignorancia ajena, tanto más ejercitarás tu propia inteligencia, (II, 14). Se recomienda la preocupación por la calidad de vida del pueblo, de gobernarlo con afecto, pues el tiempo de un gobierno se mide en la medida en cómo han cuidado y atendido la buena vida de la ciudad.
Las leyes deben ser justas, concordantes entre sí, que sean entendibles y breves las discusiones de los ciudadanos, como igual de rápidas sus reconciliaciones, pues ello es propio y expresión de leyes bien establecidas y concebidas.
Evitar el despilfarro que pronto se olvida y observar la calidad de las obras y de las posesiones. Se tiene que considerar que la mejor protección personal se centra en el valor de los amigos, del afecto de los ciudadanos y en la propia sensatez, con ello cualquier podría obtener y mantener el poder absoluto (II, 21).
Entre otros consejos está la buena disposición al acogimiento de los extranjeros por la ciudad, ofreciéndoles seguridad y legalidad en los tratos. Alejar de los ciudadanos todo temor y evitar que se encuentren asustados los inocentes; pues se comportarán con el gobernante como éste se haya comportado con ellos.
Envidiar no a los que adquieren un gran poder sino a aquellos que han sabido cómo utilizar mejor el que tienen. La moderación y lo asertivo de las decisiones es una de las condiciones para tener cierta felicidad de gobierno y no mediante el empleo del miedo, el peligro y la maldad. Tomar cercanía no con los que te puedan hacer pasar bien un rato sino a quienes puedan ayudarte a gobernar mejor la ciudad. Por tanto deberá el soberano considerar fieles no quienes lo halagan y alaban en todo lo que diga o haga sino en aquello que censuren sus errores, en que se atreven a ejercer la parrehsía (Foucault, 2010), del hablar franco, del hablar diciendo la verdad. Para ello debe aceptar la libertad de expresión de aquellos que son inteligentes y obtener consejo sobre lo que se dude.
Sobre todo tener pendiente el gobierno de sí de la misma manera que tiene sobre los demás, siendo lo más recomendable para un gobernante dominar sus pasiones más que a los ciudadanos, no ser esclavo de ningún placer; este postulado de autogobierno se corresponde igualmente con la actitud socrática de la autosuficiencia que debe tener no sólo el gobernante sino todo individuo (ver Jaeger op. cit. 888, nota 92). Además de ser moderado y prudente hacer que siempre concuerden sus palabras con sus obras, para no caer en errores o promesas imposibles. Y tomar la oportunidad del justo momento (kairos), sin olvidar que la moderación se encuentra en el defecto y no en el exceso. Y asumir la filosofía en tanto reflexión sobre la experiencia de vida personal que recaiga sobre una sabiduría y una verdad construida por el mismo sujeto, porque el filosofar te mostrará los caminos, y el ejercitarte en las propias acciones hará que puedas tratar tus empresas (II, 36). Y recomienda que los monumentos de su gobierno recuerden más a su virtud que a su estampa[4] y que una muerte hermosa es más deseable para un gobernante que una vida vergonzosa; el honor es una de las virtudes a cultivar y requeridas en la cultura griega. La filosofía es requerida porque es una de las formas acrecentar y ejercitar el espíritu, bien por prácticas dialécticas o por medio de discusiones políticas, o gracias a determinado sistema, pero lo que si debe estar claro respecto a ella es que debe proporcionar a quien la practica el ser capaz de reflexionar por sí mismo a través de cada uno de esos procedimientos; observar como los maestros deliberan sobre circunstancias particulares y si no es posible, cuando discurren sobre temas generales. Y ante todo separarse de los ignorantes, pues quien no es útil a sí mismo tampoco hará al otro más sensato. El soberano deberá tener consideración y atención a los hombres capaces e inteligentes que pueden alcanzar a ver más lejos que otros, pues para Isócrates un buen consejero moral (y, por ende, filósofo), es más útil y más propio a un soberano que todas las fortunas…harán más grande tu reino quienes puedan ayudar más a tu inteligencia (II, 53).
Estas consideraciones resultan las advertencias de un viejo maestro que ha visto pasar muchos sucesos improcedentes por gobiernos tanto injustos como volubles en los que la carencia de la inteligencia y la confianza en la fuerza llevaron más a vivir en la infelicidad y en la carencia a los pueblos que gobernaron.
Foucault (2010: 79s), en su último curso dado en el College de France, en la clase del 8 de febrero de 1984, refiere a este discurso isocrático para presentar un ejemplo del concepto de parrehsía, del ejercicio del peligro de hablar franco o de forma veraz ante el que detenta el poder de la polis. Ejercer la parrhesía ante el príncipe siempre connota un riesgo, pues siempre puede llegar a fracasar en su intención, a encontrarse con condiciones inadecuadas en el momento de declamar un discurso franco.
El personaje de Nicocles no se diferencia mucho de aquel tirano heredero del poder en Siracusa, Dionisio II; la situación política de ambos es parecida, son hijos herederos de tiranos, Dionisio el joven de Dionisio I y Nicocles de Evágoras, que acaba de morir para cuando Isócrates le dedica su discurso como el mejor regalo que puede darse a quien va a asumir el trono dentro de poco. Como nosotros hemos comentado antes, Foucault describe las circunstancias que diferencian el regalo isocrático del resto. Los cortesanos, que inmediatamente se lanzan a los pies del sucesor, llevan a quienes reinan, a los reyes (tois basileusin), regalos diversos, vestidos, oro. Isócrates, que de todas maneras también se acerca al aprendiz de tirano, quiere darle otro tipo de regalo. Su regalo es el más bello pues es el consejo de cómo se pueden determinar los hábitos de vida (epitedéumata) que debe practicar y buscar, como saber también cuáles son los que se deben evitar para dirigir mejor el Estado. Foucault menciona lo referido por nosotros, y que Isócrates pretende hacer evidente, la importancia de la educación y formación del príncipe pues los soberanos, al contrario, no tienen en general a su disposición a nadie que sea capaz de darles consejos (ibid, 80), por ello deberían contar con una educación más cuidada que los demás, una vez instalados en el poder y, sin embargo, siguen adelante con su vida sin recibir ninguna advertencia (idem). Isócrates se ofrece como consejero moral, pues una de sus preocupaciones en su postura filosófica, independiente de sus requerimientos retóricos y elocuentes en todo dirigente, esta centra en como perfeccionar su ethos personal, en tanto principio determinante para el ejercicio político y en capacidad de comprensión y juicio verdadero sobre su práctica ciudadana y gobernante; en desarrollar, gracias a su formación moral, la capacidad de dar opiniones precisas y coyunturales para tal o cual situación. Este consejero de príncipes al que alude Isócrates se distingue de los comunes consejeros en que se rodean los gobernantes pues el primero tiene una función pedagógica, su tarea se centra en ser formador del alma del príncipe, al que le dice la verdad, asegurando así la constitución ética de éste y su diferenciación ética ante los gobernados. Su función está en otorgarle a Nicocles el conjunto preciso de los epitedématha, de los hábitos y maneras de vivir adecuados a su investidura y compromiso, a los cuales deberá dedicarle parte de su tiempo (diatribein). Hábitos que deberá mantener a lo largo de su vida tanto como hombre y gobernante, hábitos que discurren tanto en su esfera privada como pública.
Con estas consideraciones de Foucault sobre Isócrates cerramos el comentario sobre la concepción del gobernante solitario, del monarca respecto a las mejores condiciones a través de este discurso, espejo de príncipes griego que estaría presente hasta en Maquiavelo en las recomendaciones de las técnicas para mantener el poder en los inicios del ejercicio moderno del poder por el Príncipe.
Los discos (1918), Ferdinand Léger, óleo sobre tela
PANEGÍRICO (IV)
Es la primera obra que elabora este autor con claras intenciones políticas. Su elaboración le lleva alrededor de unos quince años. Está motivada su elaboración por la negociación de la paz en el 387 a.C. en relación a la guerra de Antálcidas, entre Persia y Esparta, donde se imponen los primeros y se lleva a disolver todas las ligas entre los distintos estados griegos, como ya aludimos más arriba. Ello lleva a Esparta a tomar otra vez la hegemonía en todo el Peloponeso; Agesilao es el general espartano que impulsará la destrucción de la región de Mantinea, prohibiciones de alianzas griegas, guarniciones en Tebas, intervenir en los estados sometidos al tratado. El Panegírico tiene la virtud y el coraje de proponer la unión de todos los griegos contra Persia, el enemigo común. Y este escrito tendrá la virtud de llevar a cabo la constitución de la segunda liga marítima en el año de 377 a.C. contra Persia. Como nos lo dicen sus propias palabras (IV, 20): lo que a mí me interesa es dedicar la mayor parte del tiempo…: (a) que se obtenga alguna ventaja y luchemos en común contra los bárbaros haciendo cesar la competencia entre nosotros. Lo que se busca es compartir con Esparta la hegemonía de la alianza contra los bárbaros, es decir, contra las huestes de Persia. Isócrates sabe que el poder no permanece siempre en las mismas manos, cambia, de ahí que quiera mostrar el por qué Atenas debe tener la hegemonía de esta hipotética alianza contra el invasor.
Lo dicho anteriormente coincide con el inicio de su discurso, al mostrar que más que la fuerza (militar de Esparta), es la inteligencia (de los atenienses) lo que puede encausar el triunfo deseado contra el invasor. Frente aquellos que exaltan la fuerza física Isócrates propone a reconocer la inteligencia, en la medida en que ésta está dirigida a esforzarse por mejorar y construir el bien común, prestando sus espíritus para ayudar a los demás, sin concederles honor alguno. Si los atletas duplicaran la fuerza no llegan a alcanzar el beneficio mayor que imponen al conjunto los hombres inteligentes por beneficiar a todos aquellos que quieren participar de su pensamiento. Esta introducción lleva a mostrar cuál es su verdadera intención: aconsejar la guerra contra los bárbaros y la concordia entre aquellos que se identifican con la cultura griega (IV, 2-4). Señalando para ello la convicción de que el poder no permanece siempre en los mismos (IV, 22), y refiere el por qué Atenas debe ser la guía respecto al resto de los otras ciudades-estados griegas; su hegemonía se debe por ser sus ciudadanos más expertos y poderosos, la ciudad más antigua y la más nombrada por todos los hombres, una ciudad que nunca ha sido expulsada por otros sino ha acogido la mezcla de muchos pueblos en ella, manteniendo nobleza y autenticidad; por ello, de todos las ciudades griegas son los atenienses quienes se reservan el derecho de llamar a la misma como ciudad nodriza, patria y madre (IV, 23-25). También advierte que ha sido la protectora de muchas otras ciudades; de griegos que vivían sin leyes y estaban errantes, siendo maltratados por tiranías, otros muriendo por falta de gobierno; los hombres de Atenas liberó de este mal a muchas comunidades, llegando a ser señora de unos y modelo de otros. Fue la primera que estableció leyes y creó una constitución (IV, 39). Condiciones indispensables para ejercer un gobierno que proponga el bien colectivo, leyes y constitución, mecanismos factuales jurídicos que condicionan a una sociedad alejándola de los caprichos de la tiranía; la tiranía se encuentra cuando las instituciones no se someten al principio de isonomía, de la igualdad de todos ante las normas, leyes que deben regir a las instituciones sociales.
Destaca cómo han superado las desgracias. Estas las distingue dadas por diferentes causas. Unas surgidas por la ignorancia del pueblo, otras por condiciones de necesidad y por naturaleza; aprendieron a superar las primeras y a soportar las segundas. E igualmente destaca la admiración por la oratoria, cualidad que hace que Atenas supere a los demás estados y sea envidia hasta de aquellos que la han dominado. Los ciudadanos atenienses están conscientes que esto es lo que distingue a los hombres respecto a todos los demás animales y por el logos se supera a todos. El logos, como lo advirtió Jaeger (1974, p.865), en su doble sentido de lenguaje e inteligencia (espíritu), fue para Isócrates el símbolo (symbolon) de la educación o formación (paídesus) que distingue unos individuos de otros. Sin embargo, advierte que la suerte (tyche), en las demás acciones, puede muchas veces fracasar a los más inteligentes y prosperar en los necios, pero si en algo los tontos no pueden alcanzar es en participar en discursos hermosos y bien construidos, empresa por el contrario, de un espíritu bien dotado intelectualmente; y que los sabios y los ignorantes parece que se diferencian sobre todo en esta cuestión (IV, 49). Los hombres libres se reconocen no por su valor, riqueza, fuerza o bienes semejantes sino se destacan especialmente por sus discursos, lo cual es la señal (symbolon) de educación; la oratoria le otorga al individuo no solo poder en sus ciudades de origen sino que llegan a ser honrados allí a donde van. Atenas vendrá a aventajar al resto de los hombres por la formación del pensamiento y de la oratoria, tanto que sus discípulos llegan a ser maestros de otros, consiguiendo con ello que el nombre de griegos se aplique no a la raza, sino a la inteligencia, y que llamen griegos más a los partícipes de nuestra educación que a los de nuestra misma sangre (IV, 50), idea que encontramos en Eurípides y en los seguidores de la escuela cínica.
Isócrates hace una defensa de la cultura griega, lo cual pudiéramos notar que ella es la representante de toda concepción superior del hombre en la antigüedad. Los griegos tienen una conciencia hegemónica sobre el resto de las otras culturas, las llamadas bárbaras, en las que estarían incluidas no sólo la de los persas sino del resto de los otros pueblos. Esa superioridad se centra no en la raza sino en la cultura, en el desarrollo del pensamiento, de la inteligencia que es aplicada no solo en las artes y en las técnicas de cultivo sino en las estrategias de guerra. Isócrates es un aventajado a su época al mostrar que las ciudades-estados, así sea Atenas o Esparta, no podían enfrentar de manera individual al invasor bárbaro, de ahí su llamado a crear una especie de federación de ciudades griegas, de una alianza ante los embates del enemigo superior en número, más no en disposición a la defensa y en estrategias, y no hay que olvidar un elemento importante que destaca igualmente nuestro autor, su superioridad en las técnicas navales, lo cual hacia que Atenas y el resto de ciudades marítimas fueron dominantes en los mares de su entorno. Los griegos supieron arriesgar la vida por Grecia.
Los estados griegos se destacan también por su atención a los asuntos públicos, no haciendo de ello algo privado o personal o descuidarlos por considerarlos como cosas ajenas; lo público era una preocupación tan importante que se volvían preocupaciones de la familia, sabiendo mantenerse apartado de lo que no conviene; supieron que la felicidad no está asentada en la riqueza o el dinero, sino que en hacer las cosas de tal manera que le proporcionaran una fama excelente y trasmitiera a sus hijos la gloria más grande (IV, 76). Y agrega:
No envidiaban sus mutuas audacias, ni ejercitaban su temeridad, sino que juzgaban más funesto que sus ciudadanos hablaran mal de ellos, que morir noblemente por la patria, y se avergonzaban más por las faltas en los asuntos públicos que por las que cometen ahora en sus cuestiones particulares. Causa de esto era que examinaban de qué forma las leyes serían más exactas y buenas, no tanto las referidas a los negocios privados como las que atañen a las actividades cotidianas; sabían, en efecto, que los hombres nobles y buenos no necesitaban de muchos textos legales, sino que con unas pocas indicaciones se ponen fácilmente de acuerdo en los asuntos privados y en los públicos, (IV, 77-78).
De esta manera la templanza reinaba en las acciones públicas en su relación con las privadas. La búsqueda de la excelencia que vendría a ser expresión de inteligencia y honor para quienes la ejercieran, mostrando que la comprensión y la convivencia entre los individuos son un manjar más proclive a una felicidad que la vida conseguida en función de las riquezas monetarias. Isócrates no deja de lado la observación a las leyes, más que muchas, un pueblo educado requiere pocas; la educación vendría a ser, bajo ese espíritu del desarrollo del logos, es decir, del juicio individual, el mejor antídoto contra las tiranías, no la educación técnica sino la educación del espíritu de la excelencia en función del colectivo, en tener la capacidad de anticiparse en hacer algún bien a la ciudad, lo cual significaba que los grupos políticos tenían como finalidad en ayudar al pueblo y no en el provecho privado que podían obtener por el ejercicio de poder (IV,79). Destaca que la administración se distinguía en el acto de servir a los griegos, no en maltratarlos, humillarlos, vejarlos; su condición se centraba en guiarlos, más no tiranizarlos, cual muestra la diferencia entre un gobierno por el pueblo a un mandato establecido contra el pueblo, contra los individuos. Los políticos más que soberanos u opresores se destacaban por la lucidez de dar mejoras en general no en subyugar por la fuerza, o en ser obstaculizadores del bien. Hombres de palabra más que de juramentos, convencidos que tenían que atenerse apegados a los pactos como una necesidad; más que ufanarse de ser dueños del poder se ufanaban en vivir con prudencia; consideraban que se debía tener igual consideración hacia sus inferiores que las que se tenían con sus superiores; gobernaban sus ciudades según las peculiaridades de cada una, pero consideraban a Grecia la patria común (IV, 81). Ello es lo que incentivo el valor a los hombres que lucharon contra los asiáticos, aventajándolos, liberando a toda Grecia en su momento. Los mejores y más capacitados jefes o gobernantes se distinguen porque gracias a ellos los súbditos o aquellos que están bajo su gobierno llegan a realizar las mejores acciones, las mejores cosas y no sólo respecto a los asuntos particulares, a que aumentaran de forma extraordinaria su prosperidad, sino que también las ciudades crecieran. Comprenden que de la concordia entre los aliados resulta una utilidad común y Atenas se distinguió, según ese maestro de la elocuencia, en gobernar todas las ciudades con las mismas leyes, y nuestras decisiones sobre ellas eran en plan de aliados, no de tiranos (énfasis nuestro), (IV, 105). De esta manera, que si bien tenían cuidado de todos los asuntos, permitieron que cada ciudad fuera libre en sus asuntos particulares, ayudando a la mayoría haciendo la guerra a las tiranías, lo cual consideraban que era una situación de las más vergonzosas el que la gran mayoría estuviera sometida a unos pocos, y que quienes carecen de bienes, pero no son inferiores en otras cosas, sean excluidos de los cargos públicos y, además, que en una patria común, sean unos tiranos, otros metecos[5], y que los ciudadanos por nacimiento queden por una ley privados de la ciudadanía (IV, 105)
Los tiranos, representados en la figura de Jerjes, se distinguen por la soberbia permanente, el abandono del palacio, el autonombrarse comandante, en reclutar a mercenarios, en menospreciar al enemigo, queriendo dejar tras de sí siempre un monumento (como el dictador español Franco y su monumento tumba de El Valle de los Caídos, por ejemplo) que no fuera propio de la naturaleza humana sino sobre humana, en movilizar ejércitos, todo ello teniendo un resultado debido a la desmesura (hybris) del tirano. Ante esto afirma Isócrates, como se mostró en las batallas de las Termópilas, en Artemisio, en Maratón, que los griegos mostraron que, tanto en los peligros navales como en los terrestres, el valor vence al número, agregándole al valor, inteligencia y capacidad de estrategia.
Una gran ciudad no debe nunca someterse. Se prepara a luchar por la libertad y disculpar a las más pequeñas al escoger vivir en la esclavitud; consideran que las ciudades modestas deben buscar la salvación de cualquier manera, mientras las que estaban al frente de Grecia (Atenas, Esparta, p.ej.), no pueden rehuir a los peligros; así como los mejores hombres prefieren morir honrosamente que vivir con deshonra, también es preferible para las ciudades importantes desaparecer de entre los hombres antes de verse en la esclavitud, (IV, 95-96). Bajo esta actitud política Atenas, nos señala Isócrates, había podido vivir por 70 años sin conocer tiranías, libre frente a los bárbaros, sin revueltas entre nosotros, llevando la paz a todos los hombres (IV, 106). Es lo propio de lo que llama el proceder de hombres inteligentes, encontrando todo un espíritu democrático en estas palabras isocráticas.
Ante sus propuestas se opusieron los que formaron parte de las decarquías, cuando fueron dominadas las ciudades griegas por Esparta, y Lisandro, almirante espartano, impuso que 10 oligarcas bajo la protección de un harmosta –jefe militar espartano-, gobernaran a las ciudades griegas; Atenas por su tamaño le fue elevado el número de 10 a 30, lo cual podemos recordar al gobierno nefasto de los famosos Treinta Tiranos[6]. Estas decarquías, constituidas por oligarcas vendidos a Esparta, maltrataron a sus propias patrias, cometieron injusticias a sus antecesores en cargos públicos, y no dejaron exceso alguno para los que quisieran más tarde ser perversos (IV, 110). ¿Cómo fue el comportamiento de estas tiranías representantes de intereses foráneos y coloniales? Las decarquías consideraron a los enemigos de las leyes como sus fieles, a los traidores fueron tratados como bienhechores, prefirieron ser esclavos de un hilota[7] (caso de los orígenes de Lisandro), para así injuriar a sus propios estados, estimando más a los homicidas y criminales que a sus propios padres (idem), presentando a los griegos como inhumanos y destruir la compasión ante las pequeñas desgracias de sus conciudadanos; convirtieron las ciudades en centros de permanente intranquilidad sin poder llegar a consolarse entre iguales en las desgracias; criticaron los procesos judiciales realizados en épocas pasadas cuando tales decarcas mataron sin juicio en tres meses a más de los que la ciudad juzgo en gobiernos anteriores. Incentivaron los destierros, revueltas civiles, violación a las leyes, cambios constitucionales improcedentes, ultrajes a los niños, las mujeres deshonradas y múltiples pillajes cometidos por dinero, sin comedirse en asesinatos e ilegalidades producidos bajo su poder. Llevando a crear una situación en que los ciudadanos luchen entre sí en vez de defender su territorio; los ciudadanos viven en un cautiverio donde la violencia es la condición de la vida cotidiana; viviendo de forma desesperada los que se quedaron en la ciudad más que los que sufrieron el exilio. Bajo las decarquías las ciudades se alejaron del principio precioso de la autonomía y de la libertad, y fueron sometidas al dictamen de los tiranos, siendo unas devastadas y en otras de ellas se han hecho señores los bárbaros. Al ser despojados los griegos e imponer gobernadores al mando de sus ciudades, comenzaron todos sus males (IV, 119). E igualmente los ciudadanos dominados fueron obligados a alistarse como esclavos en expediciones de pillaje y destrucción, tuvieron que defender su misma esclavitud en partida doble, por tener que luchar contra quienes quieren ser libres y soportar peligros de tal magnitud que, si eran vencidos, serían aniquilados de inmediato y si vencían volverían a sufrir mayor esclavitud en el futuro. Isócrates culpa de toda esta situación a los lacedonios por ser indiferentes a que los pueblos sufran tales males al aliarse con los bárbaros, los cuales acrecentaron su propio imperio al imponer por la fuerza tales acciones a los griegos. Los lacedonios en el pasado habían arrojado a los tiranos, y prestaban ayuda al pueblo pero ante tal situación hacen la guerra a las instituciones democráticas y consolidan las monarquías (IV, 125-126). Tal situación ocurre, para este autor, no por fuerza sino por la insensatez de los griegos en no estar confederados frente al rey bárbaro.
Los antídotos contra la tiranía que nos presenta este autor se centran en los valores y en la educación. En una vida en que se estima la igualdad tanto en la sociedad como respecto a otros estados, sin pasarse la vida injuriándose ni de ser esclavos de nadie, en ciudadanos que no se corrompen en su condición o afeminan sus cuerpos y debilitan sus mentes a causa de la riqueza y viven con un espíritu humillado y pusilánime debido a la tiranía; individuos que honrarán a un hombre moral como un dios (IV, 151).
Isócrates no deja de declarar la responsabilidad de los mismos griegos ante su suerte. Pues si bien muchos males son inherentes a la condición natural de los hombres por ignorancia, los griegos habían añadido más de los necesarios al hacer la guerra y ocasionar revueltas entre ellos mismos. Ello ocasionó una mayor cantidad de muertes injustas entre las ciudades, destierros de familias enteras, obligados por la escasez de lo cotidiano a defender a los enemigos o muriendo luchando contra sus propios amigos (IV, 168).
Finalmente en Panegírico reitera lo simple y fácil de comprender por lo que se justifica dicho discurso: no será posible que guardemos una paz estable a no ser que hagamos la guerra en común contra los bárbaros, ni que los griegos estén acordes, antes que obtengamos ayuda de nosotros mismos y arrostremos peligros contra unos mismos enemigos. Cuando esto ocurra, y desaparezca la dificultad de nuestra vida que rompe las amistades, conduce los parientes al odio, y empuja a todos los hombres a revueltas y guerras, será imposible que no estemos de acuerdo y tengamos una auténtica buena disposición entre nosotros (IV, 174).
Trabajadores en un andamio, 1950, Ferdinand Léger, óleo sobre tela
ARQUIDAMO (VI)
Este discurso refiere a la postura del lacedonio Arquidamo en negarse a reconstruir la ciudad destruida de Mantinea luego de la famosa batalla ocurrida en ella, para llegar a un acuerdo de paz con los tebanos, quienes habían incursionado en Lacedonia y habían sido detenidos en esa ciudad sin no antes haber quedado destruida.
En ella recogemos los juicios de Isócrates expuestos en la ocasión, en los que encontramos su oposición a transigir con cualquier expresión de dominio de los pueblos bárbaros hacia los griegos.
Se nos dice que en el pasado se luchaba para ejercer el mando sobre otros pueblos, en ese momento para no hacer lo que se les manda. Esto es señal de libertad, y por ella hay que soportar todos los peligros, no sólo de nosotros, sino también de quienes no tienen excesiva cobardía y aspiran a la virtud, aunque sea en pequeña escala. Y por boca de este guerrero lacedónico se nos vuelve a recordar el principio isocrático del recurso de la palabra en el foro político.
Arquidamo nos dice que no es de su gusto y costumbre hablar, pues quienes lo hacen gastan un tiempo y se convierten inútiles para la acción, sin embargo en ese momento no desea más nada que expresar su opinión a la situación de tener que o enfrentar o esclavizarse por los tebanos. Con sus palabras, como lo cree Isócrates, espera mediante esto a hacer grandes beneficios a la ciudad (VI, 15). Considera que las guerras son un recurso de justicia más que de fuerza, en la que la vida humana pereció por la maldad y sólo llega a salvarse mediante la virtud.
El dilema que se presenta en el discurso es si se cumplen las órdenes de los tebanos se llegará a tener la anhelada paz. Advierte que en estas situaciones a los que cumplen con mucho afán lo ordenado, siempre se les impone más de lo que al principio pensaban (VI, 39). Lo que quiere decir que el someterse al ejército extranjero y cumplir todos sus requerimientos impuestos por la conquista, el pueblo conquistado siempre se verá sometido a mucho más de lo que al principio pensaba por ser condescendientes en todo momento ante lo ordenado.
Sin embargo hace referencias a Dionisio I, mostrando su simpatía a este tirano por enfrentarse a los cartagineses cuando estos habían sitiado a Siracusa. En un principio no vió ninguna salvación, sopesando su situación en que se encontraba oprimido por la guerra y soliviantado por sus ciudadanos pensó en huir. En esos momentos sus íntimos le recordaron que la tiranía es un hermoso sudario. Ello lo avergonzó y volvió al combate con nuevo coraje, lo cual hizo que cambiara la suerte a su favor, haciéndose más fuerte en el poder sobre los ciudadanos lo cual le permitió, como bien sabemos, terminar su vida como tirano, dejando a su hijo los mismos poderes y honores de los que gozó en su mando. Como podemos observar el tan criticado tirano de Siracusa por Platón, es visto como un ejemplo de valor y de reconocimiento aunque sea presentado por la historia como el tirano de Siracusa; en su tiempo el tirano podía ser visto como un líder que mientras trajera cierta prosperidad y redujera los enemigos naturales de sus pueblos eran aceptados como tales. Sin embargo en Atenas, ciudad por la que los tiranos también estuvieron presentes a lo largo de la historia antigua (basta nombrar la dinastía de los pisistratas), su concepción política, su afición al debate, su postura de la libertad de expresión y a la filosofía, vendría a ser vista, por sus resultados, no con tanta aceptación como en otras ciudades-estados griegas.
E igualmente que si requieren ayuda exterior serían socorridos por los atenienses en primer lugar pero hay otros gobiernos que lo harían por mantener intereses en Lacedonia, entre ellos Dionisio II el tirano, el rey Nectanebo de Egipto y otros monarcas asiáticos (VI, 63).
Y son reiteradas veces que Arquidamo nos habla mediante la parrhesia, con el hablar franco, como podemos notar cuando refiere que…es duro lo que voy a decir, pero no vacilaré en hablar con franqueza. Pues que los griegos conozcan mis palabras es más hermoso y más acorde con nuestra manera de pensar que los consejos que algunos os dan (VI, 72). Las ventajas de los lacedonios no viene ni por el tamaño de su ciudad ni por un gran número de habitantes sino por su orden político el cual es semejante a un ejército bien organizado y que quiere obedecer a sus jefes (VI, 81). Esto muestra la permanente preparación y estilo militar que está presente en toda la vida de los espartistas. Viven no para la paz sino para la guerra, a la cual le dedican una preparación constante durante toda la vida. Prefieren morir luchando a tener que claudicar, a que los enemigos les ordenen algo contra justicia, o dividan su territorio, o liberen a sus súbditos o que éstos residan en el lugar que le dejaron sus mayores, y que se les priven de sus bienes, además de otros males y de sufrir deshonor. Estas condiciones son inaceptables para Arquidamo, el cual prefiere no solo hacer la guerra sino si se requiere, el exilio y la muerte (VI, 88). El sentido de la libertad espartana pasa por no claudicar ante ningún enemigo pues para su fama es mucho mejor morir que vivir en la deshonra que recibiremos si hacemos lo que nos mandan (VI, 89). De igual manera, en este hablar franco (parresia) de Arquidamo nos dice que, si hay que decirlo todo, es preferible para nosotros ser aniquilados, antes que ser objeto de risa para los enemigos. Porque para quienes han vivido en tal honor y orgullo debe haber estas dos posibilidades: o ser los primeros de los griegos o desaparecer completamente sin haber hecho ninguna acción miserable, sino procurándonos una hermosa muerte (idem). Ante ello aconsejo reflexionar sin tener mucho apego a la vida, de escoger no lo más cómodo sino lo más apropiado para Lacedonia y su historia de hazañas. No aceptan buscar la salvación de cualquier manera, sino sólo aquella que va unida al honor, y de ahí que prefiera este joven líder una muerte pero con honra, por una honra común, colectica y no sólo de forma individual: es digno sufrir cualquier cosa para no avergonzar a la ciudad, ni permitir que se abandone el puesto (de combate; aclaración nuestra), en el que nos colocaron nuestros padres (VI, 95). De ahí que en la gloria y la brillantez del talento sólo para estos guerreros se da en el combate, que se prefiere morir en la defensa de la justicia no sólo por ser celebrados sino para seguir viviendo las generaciones futuras en seguridad, de ahí que exige que se le devuelva a la patria lo que gastó en alimentarnos, en ofrendar un cuerpo mortal por la fama inmortal, obtener con el sacrificio una celebridad que durará a los descendientes sin cubrirse de vergüenza por apegarnos a una corta vida (VI, 108-109). En el fondo nos encontramos que Arquidamo intenta en su hablar franco que no se le imponga la deshonra al nombre de Esparta, ni las leyes por las que fuimos educados ni los combates que en su época ocurrieron…ni el dominio ante los griegos ni la hegemonía que nosotros recibimos de nuestros padres (VI, 110). Palabras que reflejan la condición espartana de este guerrero, para quien es propio de hombres inteligentes que ante peligros futuros acepten más que los consejos de los otros, los de aquellos jefes que les llevaron a la victoria en los combates (VI, 111).
Barco, Ferdinand Léger, óleo sobre tela
AREOPAGITICO (VII)
Según los estudiosos de la obra isocrática nos encontramos ante uno de los discursos fundamentales de su pensamiento político. En él se pide una reforma política pero a la vez presenta un análisis de lo ocurrido en Atenas; en ello puede leerse cierto resabio ante la democracia, hostilidad que ya tenía desde antes. Se pide la restitución del Areópago, devolviéndole a este tribunal su autoridad política que le fue dada por los legisladores en el siglo VI a.C. La restauración de este tribunal tiene el fin de fiscalizar las costumbres de los ciudadanos, lo cual fue establecido como parte del programa del partido conservador en el origen de su creación.
Encontramos en este panfleto una precisión respecto a la democracia: si ella se quiere mantener tienen que reducirse las intrigas de los partidarios de la oligarquía y de respetar la voluntad del pueblo. Esta obra es un elogio a la democracia antigua de Solón y de Clístenes. En esta mirada a la patrios politeia hayamos una detallada exposición de la paideia isocratica, (Jaeger, 1974: 903s)
Isócrates considera que las ciudades que tienen soberbia y creen actuar mejor son las que deciden peor, y las que obran de manera audaz incurren en mayores peligros. Advertencia que podemos interpretar que la apariencia del poder puede hacer caer en la catástrofe a cualquier estado. Vivir en la sencillez y en cierta penuria son factores que educan para lograr cierto autodominio y un justo medio o moderación general. De ahí que advierta que ningún mal o bien surge de manera espontánea entre los hombres, mostrando que la irreflexión y con ella la intemperancia se una y acompaña a los ricos y a los poderosos, en cambio, a los necesitados y humildes, la prudencia y una gran templanza (VII, 4). Atenas casi llega a ser esclavizada cuando se creyó invencible.
La crisis de la ciudad la refiere a no tener una constitución política adecuada para procurar exactitud en los asuntos públicos (VII, 12s). La existencia de un estado (ciudad) se mantiene no por magníficas obras y esplendidas murallas sino por los gobiernos conformados por hombres prudentes, siendo el alma de la ciudad no otra cosa que la constitución, la cual tiene tanto poder como la inteligencia en el cuerpo (VII, 14). Encontramos una primitiva exigencia del constitucionalismo como instrumento determinante para la deliberación sobre todos los asuntos comunes, la cual lleva a conservar los bienes y retira las desgracias de la descomposición y de la fuerza sobre la ciudad. La constitución ciñe a las leyes, los políticos, los ciudadanos comunes, encaminando a perpetuar un equilibrio haciendo mantener toda acción pública dentro de los límites de ella. Constitución contra tiranía, orden constitucional versus orden de a fuerza desmesurada.
Solicita el regreso a una democracia antigua, parecida a la que Solón construyo, y la de Clístenes, que vino a poner fin, tras expulsarlos, a los tiranos y regresar al pueblo como garante del orden. Una democracia que educaba no en la creencia de que democracia es libertinaje, o libertad de ilegalidad, sino igualdad de derechos de la libertad de expresión (parresia) y no libertad de injuriar; al contener la decadencia de la democracia incorporaba la exigencia a los ciudadanos en ser mejores y más prudentes. Pide una igualdad que premia y castiga en función del mérito, evitando el otorgar los cargos por sorteo sino por elección en función de los mejores y capaces para ello. La igualdad no hace espontáneamente diestros a todos para ello. Pues en un sorteo decide el azar y muchas veces los cargos van a parar a quienes desean la oligarquía, pero en una elección de los más adecuados, el pueblo será dueño de escoger a los más firmes partidarios de la constitución establecida (VII, 23), Nuestro autor pareciera mostrar una fe inamovible en la condición del principio constitucional como garante por sí del equilibrio, obteniendo el tipo de hombres por elección mas no por azar, del ejercicio público en función de un mejor trabajo y de una mayor economía en los gastos. Estos legisladores antiguos no descuidaban a la par sus intereses privados para no desear los ajenos, es decir, mantenerse separados de la corrupción, al:
No desear los ajenos, a no atender sus cosas con los fondos públicos, sino que, si era necesario, abastecían al erario con sus propios bienes y a conocer los ingresos de los cargos públicos con no menos exactitud que los de su fortuna privada. Tampoco querían lucrarse con los bienes públicos que en aquellos tiempos era más difícil encontrar a quienes quisieran mandar de lo que lo es ahora a quienes no lo deseen. Porque pensaban que el cuido de los asuntos públicos no era un negocio sino una carga, ni investigaban desde el primer día que llegaban al cargo si los anteriores mandatarios habían dejado alguna ganancia, sino mucho más si habían descuidado algún asunto que precisase urgente cumplimiento. Por decirlo en una sola palabra, aquellos habían determinado que el pueblo, como un tirano, debía establecer los cargos públicos, castigar a los infractores y resolver las disputas, y que los que fueran capaces de mandar y hubieran adquirido unos medios de vida suficientes, se ocuparan de los asuntos públicos como si fueran sus servidores y que, si llegaban a ser justos, fueran aplaudidos y se conformaran con este honor, (VII, 26s).
El modelo tiene un lineamiento aristocrático, que aleja la democracia de la oclocracia, de aquellos que no tienen fortuna, los que son pobres, siendo lo primero que hacen al llegar a cierto poder público es arreglar sus problemas personales con los fondos del estado, sin tener vocación para más nada, para darse al buen orden de su ciudad. Estos funcionarios meritorios de cargos tendrán como recompensa el honor, el reconocimiento de la ciudad, de lo contrario pide para ellos las mayores penas. ¿Cómo se podría encontrar una democracia más firme o más justa que la que ponía a los más capacitados al frente de los asuntos y hacía el pueblo señor de ellos? (VII, 27s). Si sus palabras son ciertas Isócrates nos muestra que se quiere desmarcar de lo que había sido acusado, de ser un partidario de la oligarquía. Aquí refiere que es el pueblo el que debe ejercer un control de las acciones de quienes gobiernan.
Su visión de los dioses de la ciudad es particular. Lo que vienen a ofrecer estos no está fuera del sentido requerido pues se manifiestan a los hombres en la medida en que les dan la oportunidad para el cultivo de la tierra y la recolección de los frutos (VII, 30). En tal democracia soloniana los ciudadanos pobres no tenían el aguijón del resentimiento por envidiar a los más hacendados, cuidando tanto de las casas grandes como de las suyas, pues pensaban que el conservarlas, la felicidad de unos redunda en el bienestar de los otros. Igualmente los hacendados se avergonzaban de la existencia de la pobreza, siendo para ellos un punto de honor y solidaridad socorrer sus necesidades, pero no mediante el regalo o la dádiva sino por el trabajo, consideraban que era para ellos una vergüenza la pobreza de los ciudadanos….confiando a unos terrenos de labor a un alquiler moderado, mandando a otros a comerciar y suministrando a algunos capitales para otros trabajos, (VII, 32s).
El no cumplir los contratos venía a dañar más a los pobres que a los ricos. Lo propio de los hombres inteligentes, calificativo que emplea en sus discursos Isócrates para los meritorios, vendrían a ayudar a los ciudadanos y al mismo tiempo hacían productivo su dinero, manteniendo a la vez el buen trato mutuo; las relaciones se establecían con justicia y para el disfrute común para todos los ciudadanos. La prudencia fue lo propio de tales gobiernos pasados.
Exige al gobierno que mantengan a raya cualquier exabrupto e injusticia. Las ciudades-estados que no tuvieron vigilancia ante la violación del orden a través de juicios severos fue fácil que en ellas se extendiera la corrupción hasta en las buenas naturalezas; ni impedir que se oculten los injustos ni aceptar disculpas al quedar descubiertos es requerido para que no cambien las buenas costumbres. Reiterativamente Isócrates demanda vivir con prudencia cada día y que ninguno de los ciudadanos careciera de recursos (VII, 53). El reconsiderar el volver otorgar autoridad política al Areópago (especie de tribunal superior de justicia), lo justificaba al señalar que mientras estuvo en funcionamiento este consejo:
Liberó a los pobres de sus miserias mediante el trabajo y la ayuda de los ricos, a los jóvenes del desenfreno con ocupaciones y el cuidado que de ellos se tenía, a los gobernantes de ambiciones con el castigo y el no pasar por alto a los que cometían injusticias, y a los ancianos de su desánimo con honores dados por la ciudad y con las atenciones de los jóvenes. ¿Cómo podría existir una constitución más digna que ésta, que tan bien se cuidaba de todos los asuntos? (VII, 55).
Pide un gobierno transparente, una democracia que se desempeñe de forma clara para todo el conjunto y no se obre a escondidas y en secreto. La herencia de los gobernantes pasados ha sido causante de enormes bienes para la ciudad y, por ser modelo político, para el resto de Grecia (cosa que no podemos decir en un país como en el que habitamos, Venezuela). Aclara que en la mayoría de sus discursos se pueden encontrar ciertos señalamientos constantes como la crítica a la oligarquía y a los regímenes violentos (tiranías), alabando a los sistemas igualitarios y democráticos siempre que se ajusten sus ciudadanos no por casualidad sino por conciencia a la justicia y a la razón. La democracia se observa en cómo es la transparencia de la elección de sus gobernantes, el desempeño en la vida cotidiana y en las costumbres aceptadas, además de presentarse la igualdad ante las leyes y la homogeneidad material y cultural los cuales son los ingredientes que le da fuerza ante los demás pueblos. Tales cualidades son las que combaten las oligarquías y sólo las buenas democracias son las que perseveran en ello (VI, 60s). Jaeger (1974: 913), observa que Isócrates prefiere el gobierno radical de las masas a pesar de que necesite muchas reformas, a las tiranías y a las oligarquías que conoció Atenas bajo el régimen de los Treinta Tiranos, como nos lo deja ver en el siguiente párrafo:
¿Quién de mis coetáneos no recuerda que la democracia tanto adornó la ciudad con templos y monumentos civiles que todavía ahora nuestros visitantes piensan que ella es digna de gobernar no sólo a los griegos, sino a todos los demás? Los Treinta, en cambio, descuidaron algunos de estos monumentos, otros los saquearon y entregaron los muelles para su demolición por tres talentos, cuando la ciudad había gastado en ellos no menos de mil (VII, 66).
Los Treinta no serán reconocidos en nada bueno. Saqueo, corrupción, injusticia, aceptación de la imposición extranjera de los espartanos y la aceptación de condiciones impuestas a Atenas tras la derrota que sufrió en la guerra del Peloponeso, exigiéndoles la destrucción de los largos muros que unían a la ciudad con el puerto del Pireo. En fin, Isócrates en este discurso pone en claro que no es partidario ni de las oligarquías ni de gobiernos tiránicos sino de gobiernos justos y ordenados y que las democracias, por peor que sean o no estén del todo bien establecidas, son causa de menos desgracia que otros regímenes. Las bien organizadas sobresalen por el sentido de justicia, atención y solución a los asuntos públicos, exigiendo igualdad ante la ley (isonomía) y abriendo canales para la participación ciudadana dentro de ellas (VII, 70). Adoptar una constitución distinta a la que se promulgó en el pasado y que dio como resultado tantas cosas beneficiosas a la ciudad sería un error. Es el elogio que hace nuestro autor. Pide cambiar la constitución en la medida que pueda restablecerse la del pasado, sabiendo que las condiciones y situación de antes, no son las mismas de ese momento, pero afirma que de prácticas políticas similares, similares resultados pueden obtenerse.
Esta postura conservadora de Isócrates lleva a que se imite a los antepasados. Las soluciones de los males no requieren otra terapia política que las prácticas ceñidas a la constitución de antaño, considerando que de esta forma podrán ser salvadores no solo de la ciudad sino de todos los griegos (VII, 84).
El remolcador rosa 1918, Ferdinand Léger, óleo sobre tela
SOBRE LA PAZ (VIII).
El argumento dominante de este discurso es el de criticar el imperialismo marítimo que ambicionan tanto Atenas como Esparta, reclamando el cese inmediato entre ambos pueblos. En él se nos muestra el desencanto de Isócrates de un posible renacimiento de Atenas, según Jaeger (1974, p.916) este escrito viene a representar la abolición de todos los planes de Isócrates que tienen como objetivo el de abandonar toda pretensión de imperio y lograr, mediante acuerdos, la paz en el mundo conocido.
Es un discurso donde por primera vez habla en primera persona Isócrates a los atenienses y no a través de una referencia indirecta por medio de la voz de otra persona (como es el de Arquidamo, o a Nicocles). Su autor nos habla en nombre de una minoría conservadora partidaria de la paz. Será un discurso, como todos los de la etapa política de Isócrates, nunca pronunciado ante un público. El argumento es la utilidad de construir una paz entre las potencias griegas mencionadas. En él se hablarán de cosas importantes: de la guerra y de la paz.
En el encontramos la necesidad de decir cosas que van en contra de la opinión de la asamblea y que aunque se viva en una democracia, no existe libertad de expresión (parrehsía), salvo aquí, para los insensatos que no piensan en vosotros y, en el teatro, para los autores de comedias (VIII, 14). Reprocha la conducta general de la mayoría al no agradecer a aquellos ciudadanos que ponen a la luz los errores de la ciudad, además de tratarlos mal por advertirles y reprenderles respecto a aquellos que hacen daño a la ciudad. Es aquí que el autor del discurso no le importa irrumpir con sus palabras y no renunciará a su proyecto de declararlas. No viene para agradar ni en obtener el voto sino en expresar lo que los dirigentes principales proponen implementar, además de otros asuntos de importancia para la ciudad de Atenas. Se trata de retomar la paz obtenida en el 387 a.C., en el acuerdo de Antálcidas, como base de la política exterior, la cual contempla renunciar a la hegemonía marítima ateniense (Jaeger, 1974:917). Se trata de regresar la seguridad a la ciudad y de retirar los peligros y desordenes causados por un enfrentamiento militar.
La paz es vista como proveedora de toda una serie de beneficios que pueden aportar una eudaimonía ciudadana general, como es el aumentar la abundancia de recursos y el fin de cobrar impuestos extraordinarios para la guerra, el poder cultivar sin miedo la tierra y la libre navegación, además de emprender actividades que se encuentran abandonadas por culpa de la guerra (VIII, 20/21). De esta manera la paz obtendría de la ciudad dobles ingresos y alojaría todo un comercio del que ahora no tenían, como eran las relaciones que se establecerían entre comerciantes, extranjeros y metecos.
De igual manera la tranquilidad es más útil y provechosa que el afán de cambios, más la justicia que la injusticia, como más el cuidado de los asuntos particulares que la ambición de los ajenos (VIII, 26). Y advierte que el hablar francamente (parrehsía), resulta siempre incómodo: Quien intente hablar ante el pueblo de manera distinta a la habitual, y quiera cambiar vuestra manera de pensar, debe tocar en su discurso muchos asuntos, expresarse con prolijidad, recordar unas cosas, criticar otras, aplaudir algunas y aconsejar sobre otras. Difícilmente con todo esto uno podría inducirnos a pensar en lo mejor¸(VIII, 26/27). Frases en que notamos la intención del coraje de decir la verdad a costa de un posible maltrato a quien lo diga pues la voluntad de Isócrates estaba en intentar cambiar las ideas y los sentimientos de los atenienses en cuestiones de poder imperial en el mar y en relación a otras ciudades-estados. Se busca la convivencia provechosa, no el enfrentamiento destructor y usurpador que se intensificaría mediante la tendencia ambiciosa de la ciudad ateniense en querer dominar sobre las demás ciudades (Jaeger, 1974:916). Tendencia que nos muestra la faz tiránica, imperialista de un estado en mantenerse hegemónico por el uso de la superioridad militar por encima del resto. La guerra por esta ventaja marítima lo que ha ocasionado es sólo grandes gastos que se reflejan en el desenvolvimiento del comercio y de la riqueza mercantil.
El momento en que se encuentra la sociedad ateniense pareciera que el practicar la virtud por los oyentes no es tan fácil como aplaudirla. Por ello Isócrates advierte que sus palabras servirán de poco pues hace ya mucho tiempo que estamos corrompidos por hombres que no pueden hacer otra cosa sino engañar (VIII, 36). Encontramos que el soborno y la mentira son una práctica habitual ante estos casos pues cuando quieren dirigir la guerra contra alguien, reciben dinero para atreverse a decir que debemos imitar a los antepasados y no permitir que se rían de nosotros ni que naveguen por el mar quienes no quieren pagarnos tributo (idem). Como notamos esa hegemonía marítima reportará unos tributos que irán a caer en manos de quienes manejan el conjunto de naves marítimas, en detrimento de aquellos que desean manejarse libremente por la superficie del mar. Es el pago de tributos imperialistas lo que está aquí en juego. Para ello se paga a quienes se atrevan hablar en ese sentido, mostrando que no es un discurso donde se tenga el peligro por expresar tales propuestas sino en venderse por colocarlas en los oídos de la asamblea, de tal manera que sea atendidas por quienes tienen el derecho a votar a favor o en contra de mantener el conflicto militar marítimo entre atenienses y espartistas. Frente a tales oratorias exclama que una ciudad no debe guiarse por los discursos más gratos sino por los más útiles para la convivencia común (VIII, 39): Por vuestra parte, debéis saber que los médicos han encontrado muchos remedios de todo tipo para las enfermedades del cuerpo, pero que para las almas ignorantes y cargadas de malos deseos no hay otro remedio que el discurso que se atreve a reprender a los equivocados (idem).
En esta situación entre elegir la paz o la guerra se enfrentan dos opciones políticas. Una democrática, a favor de la guerra, y otra oligárquica, a favor de la paz. Es lo que podemos entender cuando refiere a qué se preocupan tanto de la constitución política como de la salvación de la ciudad, sabiendo que en democracia, la cual ha crecido y ha mantenido tranquilidad y seguridad ciudadana, por ella también Atenas se ha visto destruida dos veces a causa de la guerra. Y, sin embargo, son considerados de plano como oligarcas a aquellos que aspiran la paz, mientras se tiene por buenos y preocupados demócratas a aquellos que son partidarios de la guerra. La democracia estaba a favor de la guerra; las oligarquías aspiran a establecer la paz marítima comercial. Con desistir el dominio del mar Isócrates pronostica que la ciudad podrá proveerse de una mayor felicidad centrada en la prudencia, la piedad, la justicia y demás virtudes. Esto conlleva una mejor educación que dará como efecto un mejor gobierno de la ciudad por ser mejores ciudadanos y se progresará en realizar mejores acciones. El dominio del mar fue lo que ha llevó a los atenienses a un mayor desorden, destruyendo el tipo de democracia en la que vivieron los antepasados, siendo ello causa de todos sus males y de los que se han ocasionado a los demás. Tales palabras dichas al ser escuchadas sabía que no eran fáciles de aceptar, cuando pareciera ser mejor el deseo de poderío colonial, el cual es el objeto al que se combate abiertamente en este discurso (VIII, 62-65).
Una ciudad no es feliz porque en ella se congregue todo tipo de hombres sino la que mantenga mejor que otras a las familias que la habitaron desde un principio. Por ello no se envidia a los hombres que poseen la tiranía, ni los que han adquirido más poder de lo normal, sino aquellos que merecen el mayor honor y se contentan con lo que les da la mayoría, la cual es para este maestro de la elocuencia la mayor aspiración humana. El tiempo lleva a que los descendientes de tales familias no quieran ya sólo mandar o gobernar al no proveerse de tales reconocimientos y honores, sino tiranizar, lo cual pareciera tener un mismo significado pero aquí son totalmente diferentes. ¿Gobernar o tiranizar? Los que gobiernan o mandan se reconocen por querer hacer más felices con sus cuidados a sus gobernados; los tiranos se distinguen por tener la costumbre de preocuparse por obtener más para sus propios intereses y placeres con los trabajos y males de los gobernados. Es por ello que los tiranos caigan en desgracia fácilmente por sus actos y lleguen a sufrir lo mismo que han hecho a otros (VIII, 90/92). Este tema entre gobernar y tiranizar lo hemos encontrado como un tema común a muchos pensadores de la época, está en República (565ss) de Platón, como en la Política (1319 b) de Aristóteles y en Hieron de Jenofontes (2005).
Esta diferencia entre gobernar y tiranizar surge de la experiencia de la propia ciudad de Atenas, pues ella va a experimentarlo, cuando en vez de vigilar mejor a través de guarniciones en las ciudadelas se envistió como enemigos a los que eran los señores de la misma Atenas, como fue el caso de la guarnición espartana que ocupó la Acrópolis ateniense durante el gobierno de los Treinta Tiranos. Las consecuencias inmediatas fue una mala educación en los niños, en verse impedidos en cultivar las propias tierras llevando a la ciudad sufrir hambre por cosas inaceptables. El imperio vendría a ser el inicio de todos los males y la decadencia para Atenas: porque nuestros antepasados, al mostrarse así, transmitieron a sus descendientes una ciudad más feliz y dejaron un recuerdo inmortal de su virtud. De ambas situaciones es fácil deducir que nuestra tierra puede criar hombres mejores que los demás, mientras que el que llamamos imperio, una desgracia en realidad, tiene por naturaleza la facultad de hacer peores a todos los que se sirven de él (énfasis nuestro) (VIII, 94). Con el establecimiento del imperio naval se van a cambiar todas las costumbres establecidas, inclinando a los ciudadanos a acometer injusticias, tener despreocupaciones y desprecio por las leyes, aumentar la codicia y por parte de la ciudad tener desprecio hacia los enemigos, deseo de lo ajeno e indiferencia ante los acuerdos y tratados, en otras palabras, en intensificar una economía de saqueo y de piratería como formas de adquirir riqueza malavenida, donde la violencia, el saqueo y la usurpación militar vendrán a ser el recurso primordial para esa forma de adquisición económica. Ante ello, Isócrates, un hijo de un fabricante de flautas que su padre hizo riqueza con su industria, no encuentra ningún motivo para aceptar como beneficioso a la ciudad tal estadio imperial naval. Ello trajo matanzas y discordias entre las ciudades, produciendo enemistades inextinguibles. Esta ambición de poder por parte del estado sólo vendría a incentivar la tiranía ante la cual invoca Isócrates el espíritu de la democracia, el cual se entiende como proclive a la renuncia a la tendencia de mantenerse en el poder y de ejercer el poder de manera absoluta.
Como hemos indicado antes, Isócrates ve el inicio de todos los males en el comienzo de la dominación naval buscado por Esparta y por Atenas. Tal dominio hizo no vigilar y guardar las leyes heredadas, ni las costumbres sino venir a hacer lo que se quisiera, cayendo en un irrefrenable desorden. No sabían que el poder, que todos desean alcanzar, es muy difícil de tratar, que hace delirar a quienes lo aman, y que su naturaleza es semejante a las heteras que provocan el amor hacia ellas, pero destruyen a quienes las tratan. Bien claramente se ha demostrado que tiene ese poder (VIII, 103). Se pasó de ciudades con gobiernos prudentes y de buena fama, a otro modelo, al cambiar y aferrarse a mantener este tipo de poder imperial, afectándose por las mismas pasiones y la misma enfermedad, emprendiendo el mismo tipo de acciones ambiciosas, abandonándose a errores parecidos, cayendo en desgracias idénticas. ¿Cómo va a haber que aplaudir a un imperio que tiene un final tan doloroso?¿Cómo no odiar y escapar a un imperio que ha empujado a ambas ciudades a hacer muchas cosas terribles y les ha obligado a sufrirlas? (VIII, 105).
El poder de este tipo, es decir, tiránico, sólo proporciona una tendencia segura en quienes lo ejercen: males que conllevan a realizar la guerra a todos los ciudadanos, a perjudicar a quienes nunca antes perjudicaron, a desconfiar de los amigos y camaradas, a contratar para la seguridad personal a mercenarios que nunca antes conocieron, llegando a temer no menos a sus guardias que a sus conspiradores, en permanecer en una sospecha permanente que ni siquiera rodeado de sus íntimos recobran la confianza en ellos. Pues saben que:
Los tiranos anteriores a ellos unos fueron muertos por sus padres, otros por sus hijos, otros por sus hermanos, otros por sus mujeres y que incluso su familia ha desaparecido entre los hombres, (como lo fueron, entre otros, el caso de Dionisio I y de Jasón de Feras; acotación nuestra). A pesar de ello se exponen a sí mismos, voluntariamente, a tan numerosas desgracias. Y cuando los más nobles, y de más prestigio, aman males tan grandes ¿por qué asombrarse de que los demás deseen otros males semejantes? No ignoro que aceptéis lo que he dicho sobre los tiranos, oís en cambio con mal humor mis palabras sobre el imperio. Os ocurre lo más vergonzoso e imprudente de todo: lo que veis en otros lo ignoráis cuando os ocurre a vosotros mismos. Por ello los hombres inteligentes tienen como característica muy significativa mostrar que reconocen los mismos hechos en todos los casos parecidos. De esto nunca os preocupéis en absoluto. Pensáis que las tiranías son duras y perjudiciales tanto para los que las sufren como para los que la ejercen y, en cambio, creéis que el imperio del mar es el mayor de los bienes, cuando ni por sus infortunios ni por sus acciones difiere en nada de las tiranías (VIII, 111/115).
Este párrafo tiene un interés particular pues se nos expone que los efectos de las tiranías para las ciudades así gobernadas son las mismas que aquellas ciudades que se acogen querer imponerse como imperiales a otras. Situación que sólo los hombres inteligentes, es decir, aquellos que se han formado en la filosofía y en el perfeccionamiento de la reflexión y de la acción virtuosa, encuentran en situaciones aparentemente diferentes casos completamente parecidos o idénticos. Isócrates nos da un fino análisis de lo que distingue el espíritu democrático entre las naciones de aquellas otras que pretenden serlo pero que aunque no quisieran ser consideradas como gobernadas por tiranos son tiránicas al querer imponerse a las demás por la fuerza, el saqueo, y toda la serie de males que le son implícitas no sólo a las ciudades que han sufrido el atropello imperial tiránico sino a la ciudad misma que se muestra como imperial ante las demás. Los efectos perjudiciales han sido ya antes dichos, corrupción, injusticias, desorden, desobediencia caprichosa, mala educación, olvido del ejercicio legal o aplicado en según qué casos a beneficio del poder tiránico y desaparición de las costumbres que hacían revivir las condiciones de los mayores de dichas sociedades. En fin, tiranía e imperio son aquí colocados en una misma alforja política pues ambos tienen un ejercicio de técnicas que vienen a engendrar la decadencia y el declive de sociedad que en otros momentos pasados emergieron por un sentido de la justicia y de una apreciación de lo bueno en tanto honor ciudadano.
Isócrates concluye que al reflexionar sobre democracia e imperio, gobierno y tiranía encuentra que el libertinaje y la soberbia son causas de todos los males y la prudencia, en cambio, de los bienes. Bajo estas razones éticas discurre nuestro autor respecto a la buena vida de las ciudades-estado a las que conviene en conjunto, más que sólo a los individuos, el cultivar la justicia y la virtud y separarse de lo contrario a tales condiciones: injusticia y vicios. Porque un hombre que sea impío y malvado podría morir antes de pagar el castigo de sus errores. Las ciudades, en cambio, por su inmortalidad sufren la venganza que viene de los hombres y de los dioses (VIII, 119/120), que la habitan. Isócrates insiste en las razones éticas que deben fundamentar el ejercicio del estado.
Su discurso termina haciendo un llamado a la ciudad de Atenas como faro de libertad del mundo griego, en la medida que emerja como defensora de toda Grecia (VIII,140). Advierte que sería hermoso, entre las injusticias y locuras ajenas, que los atenienses fueran, por su sensatez, los primeros en defender la aludida libertad griega, sus salvadores y no sus destructores, y que, famosos por nuestra virtud, recobráramos la fama de los antepasados (idem, 141).
En este inventario de las actuaciones de Atenas ante Grecia es un intento de suprimir calumnias y un llamado a abandonar las guerras inútiles, que se mantenga la ciudad su hegemonía de siempre y, en esto podemos encontrar un reiterativo llamado, el de que odiemos todos los gobiernos tiránicos y despóticos. Ante lo destruido por tales gobiernos pide que se imite a la monarquía que existe en los espartanos, en Lacedonia, los cuales gobiernan a partir del honor y no por la fuerza. Tales monarcas se muestran más felices al no permitirles ser más injustos que cualquier otro ciudadano, lo cual es todo lo contrario respecto de quienes ocupan por la fuerza, como lo es en las tiranías, ya que los que matan a los tiranos obtienen las mayores recompensas de sus conciudadanos y, en cambio, los que no se atreven a morir en combate por defender a estos reyes quedan más deshonrados que los que abandonan su puesto o arrojan su escudo (VIII, 144). Muerte a los tiranos y defensa de los monarcas que reinan por el bien de la ciudad, por honor y felicidad de sus integrantes que por la fuerza. Encontramos aquí un llamado a la eliminación del tirano, consejo que será retomado por los autores medievales (Santo Tomás, John de Salisbury, entre otros), respecto a estas figuras políticas que se erigen contra el pueblo y la Iglesia, sobre todo.
La exigencia isocrática viene a fundamentar la expansión de la cultura helénica y sus pueblos a partir del resplandor de la ciudad de Atenas. Pide a los hombres jóvenes que defiendan la virtud y la justicia frente a ciudades importante que quieren imponerse, causando daños, a las demás (VIII, 168).
Les deux femmes au bouquet (1921)
Ferdinand Léger, óleo sobre tela
BUSIRIS (XI)
Este discurso es una respuesta al sofista Polícrates[8] en relación a cómo escribió un Elogio a Busiris, rey mítico de Egipto, hijo de Libia y Poseidón, funda una ciudad en Egipto que lleva su mismo nombre (actualmente se conoce por Abousir), y se daba como ejemplo de falta de hospitalidad a los extranjeros: los expulsaba y sacrificaba; Polícrates además de referir esta condición del monarca le agrega que también se comía a los hombres, afirmación que criticará Isócrates en el escrito de este sofista.
Isócrates encuentra en ese rey mítico formas aptas para gobernar de la mejor forma posible. Entre sus propuestas están que ejercieran las mismas profesiones los mismos individuos que son diestros en cada una de ellas, cambiar de ocupaciones hace que no lleguen a obtener exactitud en las cosas hechas, a diferencia a aquellos que se mantienen en un mismo oficio terminan por conocer y hacer extraordinariamente bien su actividad (XI, 16). Esta especialización es criticada por Platón en República, (436ª).
Encuentra que estos egipcios tendrán una concepción diferente a los lacedonios (Esparta), que al hacerse todos soldados consideran justo apoderar de lo ajeno mediante el saqueo y el robo, y centraban su vida en una pereza para otros oficios que si se imitara a éstos faltaría el sustento cotidiano. En cambio se propone no descuidar los asuntos privados ni conspiran contra lo ajeno sino que unos trabajan para la comunidad y otros defienden la labor lograda por éstos, logrando cierta felicidad al vivir de lo propio. Igual considera a Busiris como responsable del cuido de la inteligencia al establecer el bienestar a los sacerdotes gracias a los ingresos de los santuarios, con tal disposición los sacerdotes pudieron dedicarse a descubrir el auxilio de la medicina para los cuerpos, no a los que sirven drogas arriesgadas; lograron ofrecer seguridad gracias al alimento de todos los días, llegando a ser los egipcios considerados los hombres más sanos y longevos; igualmente se dieron a conocer la práctica de la filosofía al establecer leyes e investigar la naturaleza de los seres. Los ancianos tenían a su haber los cargos más importantes en cuanto a responsabilidad; a los jóvenes se le persuade de separarse de los placeres y se dedicarán a las ciencias, a la astrología, los cálculos y la geometría, saberes que unos consideraban útiles para algunas cosas y otros a considerar que formaban parte de la virtud egipcia (idem, 21-23). Tales sabidurías para Isócrates, en particular, no era que fuesen consideradas como útiles para la vida pero sí para un buen entrenamiento como medio para alcanzar la filosofía (ver: Sobre el cambio de fortunas, 26-27).
Tres personajes frente al jardín (1922), Ferdinand Léger, óleo sobre tela
PANATENAICO (XII)
Isócrates escribe este discurso en su último año de existencia, tenía 97 años y estamos en el año 339 a.C. El tiempo de redactarlo le toma tres años debido al mal estado de salud en que se encontraba cuando transitaba por los 94.
¿De qué trata este discurso, siendo consciente del poco tiempo que le queda de vida y de la enfermedad que le acosaba? Corren los tiempos del conquistador Filipo y el discurso versara del tema que retuvo su atención por muchos años, los consejos a su Atenas en tiempo de dominio del macedonio Filipo. Es una defensa de Atenas y su condición cultural ante Filipo al firmar la paz en el 346 a.C., pero los enfrentamientos siguieron y este invasor vence de manera definitiva a los atenienses el 2 de agosto de 338 a.C., en Queronea. El discurso vuelve a dar una mirada a las glorias del pasado e invocando a los pátrios politeia, la acción de los hombres ilustres y un nuevo reconocimiento a las instituciones espartanas.
Reitera su total convencimiento de la condición única de Atenas, pues en este discurso nos vuelve a mostrar que su ciudad ha sido la responsable de los mayores beneficios para los griegos en conjunto más que los aportados por la ciudad de los lacedonios, Esparta. Y los antepasados habían procurado la armonía con los griegos y la enemistad con los bárbaros, condición que heredaron los griegos desde la guerra de Troya (XII, 42). Influenciaron a sus aliados a tomar su misma constitución, lo cual era una señal de benevolencia y amistad más que de mando y fuerza, actitud propia de los que aconsejan a otros servirse de aquello que piensan que les conviene a sí mismos. Sabiendo, al contrario de los lacedonios, que las ciudades sometidas a ajenos y terceros permanecen más tiempo bajo el poder de quienes les hace menos daño (XII, 56).
Como dijimos vuelve a un tema recurrente en él, hablar de los pátrios politeia, de los antepasados ilustres. Nos advierte que en un comienzo, en la ciudad no había ni oligarquía ni democracia sino que fueron monarcas quienes gobernaban tanto a los griegos como a los bárbaros. Comprende que quienes sobresalen en la virtud ante los demás desde su nacimiento son los que deben ser reseñados y recordados por los hombres de la ciudad. Y afirma que los antepasados atenienses fueron superiores al resto de los hombres que tenían el poder en otros lugares o ciudades, como lo son los hombres más inteligentes y sensatos con respecto a los animales más feroces y llenos de la mayor crueldad (XII, 119s). Como hemos notado, Isócrates en todas sus obras siempre insiste en una élite dirigente, tanto en el plano de lo colectivo como individual, unos por pertenecer a una cultura superior y otros por el desarrollo logrado a su educación y condición natural heredada.
De esta manera vendrá a reconocer la superioridad de una democracia en la que no se gobierna por el azar y que aprueba la libertad desenfrenada, aceptando que la felicidad es que cada quien haga lo que quiera; acepta la democracia que critica estos comportamientos y es propia de la dirigencia de los hombres mejores. Establece que sólo hay tres tipos de regímenes y de sus posibles degeneraciones, como también encontramos en Herodoto, en Platón y en Aristóteles. Estos son: la oligarquía, la democracia y la monarquía, y sólo en aquellos regímenes en que coloquen los más capaces en las magistraturas y al frente de los asuntos públicos, hombres dispuestos a gobernar de la mejor manera y con más justicia, en cualquiera de dichos regímenes se obtendrá una mejor administración, tanto en sí mismos como a los demás. Isócrates está convencido en mantener en el poder a una élite ética que tenga la capacidad de la mejor actuación política independiente del sistema en que se encuentre. El darle oportunidad a hombres de baja condición y formación, más atrevidos y malvados, nos dice, y que no piensan en lo que conviene a la ciudad sino a ellos pero que están dispuestos a sufrir para ver realizada su ambición (material y de poder), las ciudades tendrán la misma disposición general que las de sus dirigentes. En esto se basan las naturalezas y las posibilidades de los sistemas políticos (XII, 132s). Sin embargo su intención está en volver la atención de los ciudadanos del presente hacia la constitución que establecieron los antepasados, por ser la más útil y causante de mayores bienes que todos los sistemas y que la que estaba establecida en Esparta. Dicha constitución vino a dar un sistema político comedido y justo; una ciudad bien gobernada dependerá de la virtud de sus ciudadanos y sus dirigentes, más que de un sistema político en particular: Si algunos quisieran y pudieran imitar estas virtudes, vivirían en la mayor fama y harán próspera sus ciudades. Pues estos antepasados fueron los que educaron a los pueblos en la virtud, la justicia y en la mayor prudencia, y quienes les hicieron aprender por cómo gobernaban…que todo sistema político es el alma de una ciudad con tanto poder como la inteligencia en el cuerpo (XII, 135-138), juicio que ya nos lo había presentado en su discurso Areopagítico (VII, 13), pero nos habla de ser la constitución el alma de la ciudad. Gracias a ello un pueblo aprende a deliberar sobre todos sus asuntos y custodia sus bienes, rehúye a las desgracias y limita los males, haciéndose causa de todo lo que ocurre en la ciudad; es un pueblo virtuoso que le da vida. Bajo esta diversidad y deliberación el cuerpo político representado bajo una cultura ciudadana alejará a la condición de un totalitarismo que es dado por exceso de unidad (sea por todo para el partido nada fuera del partido y de la dirección fundada en un único líder), que por su propio salvajismo lleva a una tiranía. Pero el exceso de división puede engendrar otro mal, la decadencia del estado. Un pueblo en esas condiciones no se preocupa tanto de los sistemas y cambios políticos sino que se dedica a buscar cómo conseguir jefes partidarios de la democracia, señores que no dudarán en otorgarles el poder para enfrentar los asuntos públicos. Grupos humanos en que apartaron los criminales que asaltan al poder por ideales que nunca se cumplirán y que huelen a demagogia, ni soportar la voz de quienes, censurables en sus personas, pretendían aconsejar a los demás de qué forma obrarían con discreción y mejor al gobernar la ciudad. Tampoco admitió a los que habían perdido sus patrimonios en los peores placeres, ni a quienes intentaban reparar su menguada fortuna con los bienes públicos ni a los que, por agradar, siempre desean hablar, pero arrojan a los que convencen a los mayores sinsabores y dolores (XII, 140). Tales individuos fueron apartados de toda deliberación como también aquellos que dicen que las haciendas, las propiedades y las riquezas pertenecen a la ciudad pero que se atreven a robar y saquear los propios de la ciudad, y fingen amar al pueblo, pero que por sus actos llegan a ser odiados por todos los demás. Como los que se inquietan y preocupan por el llamado pueblo pero luego terminan injuriándolo, los calumnia y los ponen, dividiéndolos, contra ellos mismos. Estos individuos cargados de maldad, resentimiento, pobreza espiritual e intelectiva fueron rechazados por esos antepasados a los que alude Isócrates. Ante tales especímenes políticos se escogieron consejeros y dirigentes que no fueron cualquiera sino los mejores, a los más sensatos y con una vida ejemplar (no por sus creencias o religión, que es otra forma de tiranía mental), sino por su condición y en cómo vivían ante los demás y ante ellos mismos. Esto es lo que constituye a una democracia sincera y firme y que conviene a la mayoría. Es por ello que afirma que los pueblos luchan contra los sistemas políticos que no le agradan, que los derriba y arruina y por ello mata a sus jefes (XII, 147). Casos de tiranos que hicieron tales situaciones fue el de Pisistrato, que se hizo demagogo, perjudicando a la ciudad y desterró a los mejores ciudadanos como sospechosos de oligarquía, llegando a dominar y derribar al gobierno establecido por el pueblo y hacerse a sí mismo tirano. Esta opinión de Isócrates respecto a Pisistrato no es compartida por otros autores que alegan que no fue tan terrible como este ateniense la describe pues hubo una reforma agraria, hizo obras públicas, fomentó el culto a Dionisio (culto democrático más que el dedicado a Apolo); Aristóteles así lo afirma en su obra Constitución de Atenas (14s). Como podemos notar que la aceptación o no del tirano en la antigüedad era bastante ambigua: para ciertos autores era el mayor mal (Platón), para otros podía ser pasable (Aristóteles).
Refiere el caso de Licurgo de Lacedonia, que tomo como modelo a la organización de los antepasados atenienses, estableciendo una democracia mezclada con la aristocracia, un régimen mixto, en el que las magistraturas no eran por sorteo sino elegidos (XII, 153s). De esta forma llega a la conclusión en que demuestra que los antepasados atenienses gobernaron los asuntos más importantes con más sensatez que los que administran en el presente en que él vive.
El temple de Isócrates, al que sólo le faltaron tres años para llegar a centenario, nos lo muestra al final de su escrito con la conversación que tuvo entre sus discípulos, al presentarles este discurso que le exigen que lo termine, lo cual hizo que se aplicara a trabajar para tal fin, a pesar de que su salud era tan mala que otro no sólo habría intentado escribir, sino que ni siquiera habría querido escuchar lo que otra persona hubiera presentado y trabajado (XII, 270).
Libertad, paz y solidaridad (1955), Ferdinand Léger, serigrafía
CONTRA LOS SOFISTAS (XIII)
Discurso escrito contra la erística, la cual era representada por aquellos polemistas o aficionados a la discusión por sí misma, que teorizan problemas éticos y desarrollan la elocuencia mediante técnicas y normas fijas. Isócrates está en contra de tal postura y concibe que la técnica de la oratoria debe amoldarse a las cualidades de cada quien. Retórica y filosofía son para él disciplinas idénticas que deben acompañarse de una conciencia moral explícita, la cual es condición requerida de todo buen orador (XIII, 3).
La retórica requiere ser vista como una disciplina que incorpora la virtud pública según su visión del asunto. Critica a los filósofos y a los políticos (retóricos). Los primeros enseñan ciencia sin saber de la ciencia, disfrazando sus discursos de una disfrazada verdad, propio de los sofistas. Sus palabras: ¿Quién no odiaría y despreciaría, en primer lugar, a los que pasan el tiempo en discusiones y pretenden buscar la verdad? (Contra Sofistas, XIII, 2). La filosofía para Isócrates comprende todas las ramas de la cultura y de la educación, y no un determinado método de conocimiento como lo exhibían los sofistas pero también Sócrates, Platón y Aristóteles.
Es así que su propuesta de filosofía práctica exige separarse de la charlatanería dialéctica y mezquindad de aquellos que pretenden enseñar la sabiduría y transmitir la felicidad cuando están faltos de ello y cobran a sus discípulos por tales vanas enseñanzas, pues sus palabras están en contradicción con su estilo de vida, jactándose en conocer el futuro sin ser capaces de lo que es requerido para el presente, en cambio, los que utilizan su sentido común se ponen más de acuerdo y más cuenta se dan que los que proclaman tener ciencia, (ídem, 8). Con lo que se nos muestra que para Isócrates no se puede transmitir ciencia (episteme) sino sólo opinión (doxa); postura antitética a la concepción platónica de la filosofía, quien sostiene que la doxa es mera apariencia, sin valor de albergar la verdad sobre las cosas. Isócrates propone el cuido del alma separándose de tales concepciones sofísticas de adquirir el saber. Quienes se dediquen a esta forma de adquirir el saber filosófico acabarán siendo simples aficionados, a diferencia de aquellos que se niegan a tener tratos con los sofistas, y pueden llegar a ser hábiles en la elocuencia y en la política. Solo aquellos que estén por naturaleza dotados podrán adiestrarse mediante la práctica en hacer discursos, llegando a ser expertos y hábiles para la investigación. No se trata de hacer discursos escogiendo las expresiones más duras, cosa propia de la lengua de los envidiosos, lo cual no es condición de los maestros de esta enseñanza (idem, 20). Al igual advierte su opinión opuesta al pensamiento socrático platónico respecto a la justicia: que nadie piense que yo digo que la justicia es cosa enseñable; pues en general no creo que exista ciencia alguna que inspire la prudencia y la justicia a los que han nacido mal dispuestos para la virtud. Pero no dejo de creer que el estudio de los discursos políticos anima y ejercita muchísimo (idem, 21). Considera que el interés por las artes y la retórica se ampliaría si se admirara y honrara no a quienes primero comienzan las acciones, sino a quienes mejor ejecutan cada una de ellas, no a quienes intentan hablar sobre lo que jamás nadie habló, sino a los que saben decirlo de forma que ningún otro podría hacerlo (IV, 10).
Tres mujeres sobre fondo rojo, (1927), Ferdinand Léger, óleo sobre tela
Conclusiones
Podemos terminar diciendo que Isócrates, maestro de todos los retóricos (Cicerón), además de propagador y defensor de la cultura helénica frente al resto de las culturas del entorno, vino a desarrollar una actividad importante respecto a las condiciones que vivía Atenas para el momento en que la polis griega viene a entrar en crisis por su debilidad ante los enemigos permanentes de la cultura espartana, macedónica y hasta cartaginesa.
Isócrates fue el iniciador de una psicología de las facultades. Considero que todo hombre libre debía tener una disposición de asumir el arte de la palabra, condición indispensable para formar parte de la clase dirigente de la ciudad pero sin dejar de lado el compromiso ético que implicaba tal condición urbana. Llevó la filosofía a una actividad por la obtención del saber que implicaba todo un arte de vivir; la verdadera filosofía es siempre práctica, según su postura personal. Ello le permitió no estar comprometido con ninguna escuela filosófica como tampoco sólo practicar una filosofía para vivir retirado de los asuntos de la ciudad. La asumió como una actitud práctico-formativa y útil para desentrañar los temas políticos y educativos del mundo griego, sin fingir o asumir una filosofía del quietismo y de la tranquilidad separada del entorno cívico. Tampoco mostró nunca un interés por una filosofía especulativa en torno a verdades absolutas o un sistema filosófico único; su actitud vino a tomar un sesgo completamente distinto a los que profesaron los principios eidéticos y contemplativos platónicos y aristotélicos.
Una filosofía práctica para su ejercicio en el presente, proyectando sus consejos gracias al discursiva participando su modelo particular a las generaciones futuras. Se trata de construir mediante la paideia una personalidad gracias al ejercicio de un logos en tanto inteligencia práctica; de adiestrar la mente gracias a una gimnasia de la psique; la educación es vital no sólo para los jóvenes sino para los buenos destinos del estado, no una educación ideologizada sino una educación en tanto necesidad vital para las nuevas generaciones en volverse hábiles y expertos ante los embates de la vida particular y ciudadana. La condición de adquirir un buen manejo del lenguaje vendría a mostrar que la expresión justa es la más segura prueba del más justo entendimiento. Además de practicar la mesura, cierto sentido del ridículo, el amor a la templanza y a la justicia, como condiciones inherentes a la mejor educación de la juventud, virtudes que enaltecen el carácter del educando. En relación al cuerpo advierte adiestrarse en los ejercicios que, más que aumenten la fuerza, a los que ayudan a mantener la salud.
En su postura eminentemente práctica de la filosofía y de la educación se plantea el crear hombres inteligentes (expresión recurrente en sus escritos), lo cual no plantea formar un gobernante ideal (al estilo platónico); la búsqueda de la excelencia como expresión de inteligencia y reconocimiento para quienes la ejercieran. Igualmente desprecia a los oradores demagogos y oportunistas. Los ciudadanos deben defender y rescatar el sentido del honor, del uso de la libre expresión, de la correcta opinión. De defender una reputación individual por medio de los resultados reales y efectivos del discurso dado a terceros. Su ideal de político es el que sabe ajustarse a lo conveniente (to simpheron) que se identifica con el bien común, más que con la idea de justicia; lo conveniente para el logro del bien común.
Su concepción de educación política se aleja de toda implicación con la figura del tirano, la cual está definida por la soberbia, la ambición, el encontrarse, como un esclavo del poder, dominado por los deseos insaciables. La educación, junto a la capacidad de poseer un juicio individual frente a la mayoría, vendría a ser el mejor antídoto contra las tiranías; el mejor recurso contra esa esclavitud pública no es la educación técnica o instrumental sino que a la par debe ir acompañada de una educación del espíritu por lo excelente, en función del bienestar colectivo; en tener la capacidad de anticiparse en hacer algún bien a la ciudad. Ello significaba que los grupos políticos se distinguían por el beneficio al conjunto de la ciudad y no por el provecho privado que podían llegar a obtener por el ejercicio injusto del gobierno del estado. Los gobiernos deben guiar hasta donde lo requiera el pueblo, mas no tiranizarlos; gobernar por el honor y no por la fuerza; el bienestar está centrado en que cada quien haga lo que quiera para su mejoría. Hacer, por parte de las clases dirigentes, un permanente ejercicio de guerra a las tiranías y a los grupos tiránicos, al considerarse como una situación vergonzosa el que la gran mayoría fuese sometida unos pocos.
Su interés está en establecer un orden político y cultural en que se pueda vivir en seguridad y desarrollar abundancia de medios adecuados para una buena vida en común, sabiendo que el bienestar estriba es esa capacidad. Para ello sugirió en la necesidad de formarse una conducta moral en la que mostrase que siempre sería dañino y vergonzoso el que manden los peores a los mejores, los ignorantes al frente de los inteligentes, sabiendo que cuanto más desprecies la ignorancia ajena, tanto más ejercitarás tu propia inteligencia; que concuerden nuestras palabras con nuestras obras realizadas. Estos son los requeridos para una república, los cuales ayudan a gobernar mejor la ciudad; ellas, las ciudades, tendrán la misma disposición que las de sus gobernantes; su condición depende del grado de virtud, cultura y conocimiento de sus dirigentes, más que de un sistema político en particular. Los gobernantes, más que los mismos gobernados, deben adiestrarse, pues, el dominio de sus pasiones, ingrediente requerido para el ejercicio de la tiranía a todo nivel. La tiranía, ejercicio de la desmesura (hybris), llega cuando las instituciones no se someten al principio de isonomía, de igualdad de todos ante las normas de la ley, lo cual deben dar vida y regir a las instituciones sociales (lo cual no implica igualdad de vida o de bienes materiales). La constitución es el alma de la ciudad-estado no el alma tiranizada de uno solo contra los demás. La condición particular del griego es que no se consideraba pertenecer a ningún hombre y, por tanto, en no permitir ser esclavo de nadie.
En la mayoría de sus discursos vino a defender la necesidad de constituir una Grecia unificada y poderosa frente a cualquier enemigo aconsejando que, más que constituirse el grupo de ciudades griegas en una nación, en formar una federación que vendría dada por participar cada uno de ellas en la misma cultura helénica. La necesidad de tal agrupamiento no es política solamente sino, sobre todo, cultural. Como lo pudimos notar en su discurso Panegírico el cual tiene la virtud y el coraje de proponer la unión de todos los griegos contra Persia, enemigo común. La fuerza militar está no en el número ni en la fuerza sino en la inteligencia y en su cultura. Su defensa de la cultura griega se centra en que representa la concepción más desarrollada del hombre dentro de la antigüedad. La superioridad no se centra en la raza sino en las formas y concepciones culturales respecto a la educación, la naturaleza de sus instituciones, el saber y sus aplicaciones para un mejor orden, en el desarrollo del pensamiento y de la inteligencia aplicada no sólo a las artes, sino a las estrategias sociales, con el fin de construir ciudadanos libres, es decir, autosuficientes respecto a la elección y desarrollo de su vida. La superioridad cultural griega estaba en ello, en el desarrollo de la autonomía y al juicio individual y ciudadano, prestando una atención a los asuntos públicos, expandiendo un amor a su ciudad por encima de todo.
Consideramos que Isócrates, un pensador que en su tiempo llego a ser más reconocido que Platón, sigue prestando un interés por su concepción de la educación y de la política, la cual atiende a lo requerido para un ejercicio político en función de la virtud y formación de sus ciudadanos y, por ende, de sus gobernantes y gobernados.
Mujer y Niño, (sin referencia), Ferdinand Léger, litografía
Selección mínima de frases isocráticas
FRASES SOBRE LA TIRANIA:
·
“Al obrar mediante la tiranía se cae inevitablemente en los males que ella arrastra, y tarde o temprano se sufre lo que se hacía sufrir a los otros, (I. 1802, LXII:44).
“Al obrar mediante la tiranía se cae inevitablemente en los males que ella arrastra, y tarde o temprano se sufre lo que se hacía sufrir a los otros, (I. 1802, LXII:44).
· “El poder tiránico es una carga que agobia, y pesa tanto a los opresores como a los oprimidos, (I. 1802, LXIII:44)
· “Lo que hace floreciente a un Estado ni es la fuerza ni una grande multitud de hombres juntos en un mismo recinto, sino la excelencia y la sabiduría del gobierno. El gobierno es para una república, lo que la razón para un hombre: él es el alma de ella: él sólo para encontrar recursos en todos los negocios; aleja las desgracias y fija la felicidad. Ciudadanos, ministros, leyes, todo se forma sobre él; y la dicha de los pueblos, depende de la bondad del régimen político, (I. 1802, CLXXXVI:119)
· “Nada hay tan dañoso como el poder sin límites, envidiado de todos los hombres: perturba el sentido y la razón a los que se entregan a él; en una palabra, puede compararse a las cortesanas, cuyos atractivos pierden a los que se abandonan a ellos, (I. 1802, CXCI:122s)
· “No se debe envidiar la suerte de aquellos hombres soberbios, que se erigen en tiranos de su patria, ni de la de aquellos ambiciosos, que se abrogan un poder enorme; sino más bien la de aquellos espíritus moderados, que muy dignos de honores supremos, se contentan con los que el pueblo les concede, (I. 1802, CCXIII:146).
FRASE SOBRE EL SENTIDO DE LA ELOCUENCIA PARA ISOCRATES
· “La elocuencia sabe quitar la máscara al vicio, y preconizar la virtud. El ignorante se instruye con ella, y el sabio se hace conocer. Nosotros encontramos en el arte de hablar, la señal menos equívoca del talento de pensar. Un discurso sólido, justo y razonable, es la imagen de un alma recta y sincera. Con la palabra conducimos los hombres a la verdad que se oculta y a la verdad que se contesta, (I. 1802, CCXI:144)
FRASES SOBRE EJERCICIOS ESPIRITUALES:
· “Entre los ejercicios del cuerpo, inclinaos menos a los que pueden aumenta vuestra fuerza, que a los que deben mantener vuestra salud, y no esperéis hallaros fatigados para suspenderlos, (I. 1802, CX:81).
· “No os permitáis ni risas inmoderadas ni discursos presuntuosos: las unas anuncian un defecto de sentido, y los otros descubren la locura, (I. 1802:CXI, p.81).
· “Persuadiros a que lo que sienta bien a un joven es la modestia, el pudor, el amor de la templanza y el de la justicia. Estas son las virtudes que deben formar el carácter de la juventud (I. 1802, CXIV: 81).
· “Todo lo que haceros hacerlo como si debiera saberlo el público: lo que hubiereis callado durante algún tiempo, se descubrirá después, (I. 1802, CXIX: 83).
· “Conservad con el ejercicio los conocimientos que hayas adquirido; y adquirid con el estudio lo que es falten. No retener una instrucción útil, y no guardar los presentes de los amigos, son dos cosas igualmente vergonzosas, (I. 1802, CXXII:86).
· “Si se ha encontrado una multitud de remedios para las enfermedades del cuerpo, solo hay una eficaz para los vicios, que son las verdaderas enfermedades del alma; y este es el sufrir que nos reprehenden valerosamente nuestras faltas. En efecto, ¿no sería una inconsecuencia bien extraña, el aguantar las operaciones dolorosas, como el hierro y el fuego, para precaver mayores males, y empezar por desechar consejos antes de saber si son útiles? (I. 1802, CLXXXIX:121)
Bibliografía
Aquino, S. 2004: Oratoria griega y oradores áticos del primer periodo. Ed. UNAM, México.
Borstein, D. 2008: Los Creadores. Ed. Crítica, Barcelona.
Finley, M. 1977: Uso y abuso de la historia. Ed. Crítica, Barcelona.
Foucault, M. 2010: El Coraje de la Verdad. F.C.E., México.
Matthieu, G. 1925: Les idées politiques d'Isocrate, Ed. Univ. de France, París, 1925.
Halicarnaso, Dionisio: De Isócrates. En: Isócrates 1789.
Isócrates, 1789: Las oraciones y cartas del padre de la elocuencia, t. I. Trad. Antonio Ranz Romanillos. Imprenta Real, Madrid. En: http://es.scribd.com/doc/25416345/Isocrates-Pensamientos-morales-1802
Isócrates, 2002: Discursos. Trad. Juan. M. Guzmán. Ed. Gredos. Madrid.
Mikkola, e. 1954: Isokrates: Seine Anschauungen im Lichte seiner Schriften: Finnischen Akademie der Wissenschaften, Helsinki, Finlandia.
Plutarco, 1986: Moralia. Obras morales y de costumbres, 2t. Ed. Gredos, Madrid.
Jenofonte, 2005: Hieron: en Strauss, L.: Sobre la Tiranía. Ed. Encuentro. Madrid.
Referencias electrónicas:
Fraboschi, A. Isócrates. La formación ética del hombre político. Universidad Católica de Argentina. En: http://www.galeon.com/filoesp/Akademos/contexts/aaf_isoc.htm. Visto: 22 de junio del 2011.
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Signes, J. ¿ Έπιστολαί ο λόγοι? Problemas en torno a las cartas I, VI y IX de Isocrates. Rev. Materiali e discussioni per l'analisi dei testi classici, No. 48 (2002), pp. 77-110. visto en www.jstor.org/pss/40236216 el 22 de junio del 2011
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Notas
[1] Todas estas informaciones son tomadas del texto Borstein, D. 2008: Los Creadores. Ed. Crítica, Barcelona, p. 211s; Aquino, S. 2004: Oratoria griega y oradores áticos del 1er periodo. Ed. UNAM, México.
[2] Ver De Isócrates de Dionisio de Halicarnasos en: Isócrates, 1789: Las oraciones y cartas del padre de la elocuencia, t. I. Imprenta Real, Madrid, p. XLIX. Visto online en: http://books.google.com/books?id=71YA_ROa5r4C&pg=PR48&dq=Dioniso+de+Halicarnaso+De+Isocrates&hl=es&ei=bVACTve_OaHj0QHi9Ii3Dg&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=1&ved=0CCoQ6AEwAA#v=onepage&q&f=false, el 21 de junio del 2011.
[3] La gimnasia de la psique se concentraba en matemática, aritmética, geometría y música (o sea, armonía) y astronomía, canon platónico. Pero las disciplinas superiores eran unas a las que continuaban el adiestramiento en el hablar bien y en persuadir: la gramática, que era una combinación de estudios lingüísticos e historia y literatura, la retórica y la dialéctica. Tal canon pasó de Grecia al mundo Bizancio y a los romanos y de estos al resto de occidente, (ver Finley, 1977:304).
[4] Plutarco (1986) en Moralia en su Vida de diez oradores, (838c) informa que en la tumba de Isócrates se había grabado una enorme sirena, lo cual, recordando a las sirenas de Circe en la Odisea de Homero, vendrá a entenderse que fue un gran seductor por medio de canto, es decir, por medio de sus discursos.
[5] Los metecos o cohabitantes (metoikoi) eran los ciudadanos extranjeros, provenientes de otros lugares, vivían en Atenas. No tenían derechos cívicos, pagaban un impuesto de 12 dragmas anuales y en cuestiones legales debían ser representados por un ciudadano ateniense (prostates). Prestaban servicio militar y pagaban impuestos extraordinarios igual que los ciudadanos. Eran comerciantes, artesanos y profesionales liberales (médicos, maestros, etc.).
[6] Isócrates también escribe entre el 402 o 401 a.C. un discurso que se conoce como Contra Calímaco¸ el cual realiza la defensa de un hombre que se le acusa de haber contribuido en la confiscación de los bienes de Calímaco durante el periodo de los Treinta Tiranos. Donde encontramos un ataque a estos al decir que en ese tipo de gobierno “lejos de castigar a los injustos tenían bajo sus órdenes gente para hacer daño” (XVIII, 17, cit. En Aquino, 2004, p.108); cuando fue construido ese discurso se debe tener en cuenta que se estaba a cinco años de haberse destituido el régimen de terror instaurado por los Treinta.
[7] Los hilotas eran personas desposeídas de sus derechos de ciudadano. En Esparta era un esclavo del Estado.
[8] Polícrates, sofista de profesión, es recordado por haber hecho el discurso de acusación contra Sócrates para Ánito y Meleto, junto a otros, que le acusaran y harán condenarlo a la pena máxima. Sócrates fue difamado atribuyéndole que había introducido nuevas divinidades entre los atenienses, como por ejemplo, al señalar que había que adorar a los pájaros, perros y cosas semejantes, lo cual era indicio para corromper a los jóvenes.
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