El dolor de emigrar
Theo D´Elía
“Emigrar es desaparecer para después renacer;
inmigrar es renacer para no desaparecer nunca más”
Samir Nair
La movilidad geográfica es una de las características que define a la raza humana, y se ha repetido constantemente en todas las épocas y civilizaciones de nuestra humanidad.
Separarnos de la tierra que reconocemos como nuestra, es una
experiencia que duele y le acompañan todo un carrusel de emociones. Lleva en sí
la pérdida de la patria, cultura, idioma, paisajes, relaciones familiares y
sociales, entre muchas otras. En sentido metafórico, separar el árbol de sus
raíces. ¡Estado del Ser que merece una atención especial!
Existen muchas razones que nos llevan a emigrar. Algunos lo
hacen de forma voluntaria por trabajo, estudios u otros, pero la gran mayoría
de personas emigran huyendo de condiciones precarias y conflictivas que ocurren
en su país de origen, aspirando a mejorar su calidad de vida.
Independientemente de la razón por la cual se emigra, todos experimentamos en
mayor o menor grado el dolor de la pérdida.
Emigrar implica entre otros, afrontar un proceso de adaptación
que exige el lugar escogido como destino, lo que en un primer momento puede
conllevar a distanciarnos de nuestros valores, creencias, cultura y
comportamientos que nos han identificado con la sociedad de dónde venimos. Lo
que de alguna manera nos “distrae” de ser conscientes del dolor emocional que
ocasiona, el haber dejado nuestro lugar de origen y con ello la pérdida de esa
vida.
La emigración puede ser percibida de manera diferente por los
miembros de una misma familia, pero en todos los casos estará marcada por la
ausencia y la necesidad de adaptación a una nueva realidad. Significando, en
los niveles más profundos de nuestro ser, una ruptura sentimental, personal y
familiar, que bien toma su tiempo para poder ser reconstruida y sanada.
El reconocer y hacer contacto con nuestro dolor por la pérdida
del territorio, para luego procesarlo conscientemente, nos permitirá llenar ese
espacio de vacío que produce el proceso de adaptación. Como puede ser la
sensación de soledad, desesperanza, añoranza, fracaso, dolor, tristeza, miedo,
pena, que en oportunidades sufrimos los emigrantes.
“Este duelo empieza cuando una persona se aleja de su
territorio, ya sea una migración interna o transfronteriza, donde se pierden
vínculos, creencias y todas esas reacciones van a ser producto de esos nuevos
retos”.
Gerson Yesith Jaimes
El duelo migratorio es un proceso de adaptación a una nueva
realidad, bastante complejo y multifacético. Tiene entre sus características el
no atender a un patrón lineal, manifestándose de forma y tiempo diferente en
cada individuo, incluso a nivel del grupo familiar. Dependiendo de la capacidad
de manejo del estrés de adaptación y la manera de reconstruir la pérdida de
quien lo sufre.
Existen ciertas características que le diferencian de otros
tipos de duelos:
● Contiene en sí varios duelos al mismo tiempo: A la sensación
de pérdida de nuestro territorio se ha de sumar, el haber dejado nuestra zona
de confort y estabilidad, la cotidianidad que representa por la separación de
familiares, amigos, costumbres, idioma, nivel social, paisajes, entre otras.
● Al mismo tiempo, en tanto que el país de origen no desaparece,
la sensación de pérdida aparece como parcial. Pudiendo ser, en nuestro
imaginario, el retorno como una opción abierta.
● Es un duelo recurrente que puede reaparecer en alguna medida,
cada vez que hacemos contacto con lo propio de nuestro país.
Al igual que el duelo por la pérdida de un ser querido, para el
duelo migratorio podemos recurrir a las llamadas “cinco etapas del proceso de
duelo”, negación, ira, culpa, negociación, tristeza, mencionadas por Elizabet
Kubler Ross, (1926-2004). Recordando que estas etapas carecen de orden y no
necesariamente están presentes en todos los que transitamos este duelo. Cada
uno vive su dolor migratorio de la manera que pueda y lo necesite. El camino lo
hacemos al andar.
Negación: Ocurre cuando estamos todavía asimilando el cambio. Es la etapa
en la cual negamos o minimizamos la magnitud del dolor que nos produce la
migración. Rechazando o ignorando lo que sucede, como la anestesia que en
momentos necesitamos para bloquear el dolor. Pudiendo experimentar euforia por
la novedad del nuevo entorno o por el contrario, una negación del impacto
emocional de la migración.
Ira: En un primer momento puede manifestarse como un enfado con
nosotros y/u otros. A medida que se asienta la realidad de la situación,
podríamos sentir ira hacia las circunstancias que nos obligaron a dejar nuestro
lugar de origen y/o hacia la nueva sociedad que nos acoge considerándola
hostil. Es una forma de energía que nos permite revelarnos ante la pérdida,
asociada a la frustración e impotencia o con cualquier circunstancia o personas
que consideremos responsable de nuestra situación.
Culpa: Tiene que ver con lo que hicimos o dejamos de hacer en aquella
patria, refiriéndonos no sólo a nosotros sino a otros. Retornando a un pasado,
imposible de cambiar.
Negociación: Que hacemos con nosotros mismos y con nuestro territorio
original. En un intento de encontrar formas de adaptarnos a la nueva vida que
nos ofrece el lugar que nos ha dado espacio, donde estará presente nuestra
cultura de origen.
Tristeza o
melancolía profunda: Por la sensación
de pérdida del territorio que nos hemos visto en la necesidad de dejar atrás y
el esfuerzo que necesitamos hacer para llegar a este momento. En esta etapa
comenzamos a ser conscientes de la pérdida y se intensifica la nostalgia por
nuestro país, abrazando lo que ya no está.
Podemos añadir tres etapas mencionadas por estudiosos del tema,
como son la: reconstrucción, aceptación e integración. Estas etapas son parte
del camino hacia una nueva versión potenciada de nosotros. El resurgir como el
Ave Fénix.
Reconstrucción: A medida que nos damos cuenta de los beneficios del nuevo
hogar, se inicia un proceso de reconstrucción interna que nos lleva a
redefinirnos, ya conscientes de los cambios ocurridos en nuestra vida a raíz de
la migración, lo que somos y/o deseamos ser, donde estamos y a dónde queremos
llegar. Es la oportunidad de ver nuestras fortalezas, debilidades,
oportunidades y amenazas en el nuevo territorio con otra visión del mundo. Es
lo que llamo el principio de la última fase del duelo. La opción de
reconstruirnos en la tarea de recomponer lo que se ha roto, reinventarnos una
nueva vida y salir del dolor. Escuchándonos profundamente, sin juzgarnos,
centrándonos en nuestras necesidades y sobre todo siendo profundamente
compasivos y amorosos con nosotros mismos.
Aceptación: Período en el que comienza con la adaptación a la realidad
actual. Empezamos a formar nuevos vínculos, a familiarizarnos con la cultura
local y a sentirnos más cómodos con el entorno. Nos permitirá reconocer y
aceptar los cambios que han acontecido en nuestra vida. Con el tiempo, muchos
migrantes llegan a aceptar su realidad y encuentran formas de construir una
vida satisfactoria en el nuevo hogar.
Integración: Como última etapa del recorrido. Implica tomar acciones que nos
permitirán retomar el contacto con nuestra nueva vida. Luego de esta
experiencia nunca seremos los mismos. En esta fase integramos la pérdida.
Aprendemos a recordar nuestro lugar de origen, sin dolor ni sufrimiento, y a reconocernos
como Ciudadanos del mundo.
La elaboración del duelo migratorio, viviéndolo paso a paso y a
conciencia plena, nos permitirá recolocar a nuestra tierra de origen en un
lugar muy especial del corazón, recordando con orgullo, agradeciendo los años
que tuvimos la gracia de vivir en ella. Y saber que aun cuando hayamos sido
arrancados de nuestras raíces de origen, nuestro tronco ha sido tan vigoroso
que pudimos retoñar, crecer, florecer, dar frutos y semillas que serán los
presentes y futuros árboles del Mundo.
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