Del Suicidio
(Extracto de Cartas a Lucilio)
Séneca
«Hemos navegado, Lucilio,
durante la vida, y como en el mar, al igual que dice nuestro Virgilio, «tierras
y ciudades se retiran», así en esta carrera de un tiempo que vuela,
primeramente, desaparece la infancia, luego la adolescencia, después cuanto es
aquello que media entre la juventud y la vejez, puesto entre los confines de
las dos; a continuación, los mejores años de nuestra vejez; por último empieza
a mostrarse el fin común a todo el género humano. Creemos en el mayor
grado de locura que él es un escollo: es un puerto, que algún día debemos
alcanzar, que nunca se ha de rehusar y al que, si alguno llegó en sus primeros
años, no debe quejarse más que el que hizo su travesía en seguida. Pues, como
sabes, con uno juegan brisas suaves, lo entretienen y lo cansan con el tedio de
una tranquilidad lentísima; a otro lo arrastra con mucha rapidez un viento
pertinaz.
Piensa que a
nosotros nos pasa lo mismo: a unos, la vida los llevó velozmente a donde se
había de llegar aunque se retrasaran; a otros los agotó y los atormentó. Y,
como sabes; ella no se ha de retener siempre; pues no es cosa buena el vivir,
sino el vivir bien. Así, pues, el sabio vivirá cuanto debe, no cuanto puede: verá dónde ha
de vivir, con quiénes, cómo, qué ha de hacer. Piensa siempre en la cualidad, no
en la cantidad de la vida; si se presentan muchas cosas molestas y perturban la
tranquilidad, se sale él mismo de la vida. Y no hace esto solamente en la fase
última de la vida, sino tan pronto como empieza a vislumbrar la fortuna,
examina con diligencia si se ha de acabar de vivir. Cree que no
le importa darse el fin o recibirlo, que se haga más tarde o más pronto; no lo
teme como [si se tratara] de un gran desastre. Nadie puede perder mucho por lo
que se va gota a gota. No tiene importancia morir más pronto o más tarde; tiene
importancia el morir bien o mal, mas el morir bien es huir del peligro de vivir mal.
(…)
Si una muerte es con tormento y
otra es simple y fácil, ¿por qué no has de poner tu mano sobre ésta? Del mismo
modo que puedo elegir una nave para navegar y una casa para habitar, así una
muerte para salir de la vida. Además, a la manera de que no es mejor una vida
más larga, así es peor una muerte más larga. En ninguna cosa más que en la
muerte debemos satisfacer nuestros deseos. Salga por donde tomó su decisión: ya
escoja el hierro, ya el nudo corredizo o alguna bebida que penetre en las
venas, adelante y rompa las cadenas de la esclavitud. Cualquiera debe aprobar
la vida para los demás, la muerte para uno mismo; la mejor muerte es la que
agrada.
Son necios
estos pensamientos: «Alguno dirá que he obrado con poco valor; alguno, con
temeridad excesiva; alguno, que había otra clase de muerte más valerosa». Debes
pensar que en tus manos está esa decisión en la que la opinión pública nada
tiene que ver. Mira una sola cosa, el sustraerte lo más rápidamente posible de
la fortuna; de lo contrario habrá quienes opinen mal de tu acción. Encontrarás también a quienes
profesen la sabiduría que digan que no debe atentarse contra la vida y que
juzguen contra derecho divino hacerse el matador de sí mismo; que debe
esperarse la salida que la naturaleza decretó. El que dice esto, no ve que él
cierra el camino de la libertad. Nada mejor ha hecho la ley eterna que el
habernos dado una sola entrada para la vida y muchas salidas. ¿Tengo yo que
esperar la crueldad de una enfermedad o de un hombre, cuando puedo evadirme por
entre los tormentos y disipar las adversidades? La única
por que no podemos quejarnos de la vida es esto: no retiene a nadie [por la
fuerza]. Las cosas humanas están en un punto bueno porque nadie es desgraciado
sino por sus vicios; si te agrada, vive; [si] no te gusta, puedes volver allí
de donde viniste.
Muchas veces, para quitarte el
dolor de cabeza, te sangraste; no es necesario el desgarrarse las entrañas con
una gran herida; con la lanceta se abre el camino a aquella gran libertad, y la
seguridad consta de un pinchazo. ¿Qué es, por lo tanto, lo que nos hace
perezosos e incapaces? Ninguna vez uno mismo tiene que salir de este domicilio;
así, la complacencia del lugar y la costumbre, incluso ante las incomodidades,
retiene a los antiguos inquilinos. (…)
Llegará el día que nos exija la
aplicación de esta única cosa [la de morir]. No tienes que pensar que tan sólo
los grandes hombres tuvieron esta fortaleza con la que rompieron las cadenas de
la esclavitud humana;
no tienes que pensar que esto no podía realizarlo sino Catón, el cual con su
manó arrancó el alma que no había sacado con el hierro. Hombres de la más
humilde condición salieron hacia la seguridad con un esfuerzo inmenso, y, no
habiendo podido morir convenientemente ni elegir a su arbitrio los instrumentos
de muerte, tomaron cualesquiera que les presentaron y con su fuerza
convirtieron en tiros mortíferos cosas que no eran mortales por naturaleza».
(«Es
una ventaja no vivir, sino vivir bien. Del suicidio», Cartas a
Lucilio, Séneca, Editorial Juventud)
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