jueves, 23 de abril de 2020

Los encierros líquidos y creativos de
Ludwig van Beethoven (1770-1827)
David De los Reyes
(Filósofo, Universidad de las Artes, Guayaquil - UCV)



Dibujo de Shutterstock - Intervenida DDLR2020, mayo 

La celebración de los doscientos cincuenta años del nacimiento del gran Ludwig va Beethoven se ha visto reducida o, en el mayor de los casos, clausurada. Ante lo sucedido en estas últimas semanas por la pandemia a nivel global, sabemos que toda concentración pública está prohibida por el temor de contagio humano. Una realidad que no depara ni el encuentro ni la festividad, por los momentos, para este genio de la música. Sin embargo, nos queda celebrarlo y recordarlo escuchando o estudiando su música en los reducidos espacios de nuestra cotidianidad confinada. Bien porque interpretemos y leamos sus obras, gracias a nuestras habilidades musicales, o de escucharlas por las grabaciones en la reproducción electrónica-digital.
Las condiciones limitadas que nos conduce el repetitivo lema quédate-en-casa, causado por el contagioso y criminal virus chino rojo COVID19, ha cerrado toda posibilidad de cualquier invitación para acudir a teatros y espacios públicos. Y entre ellos no menos están los conciertos de música de cualquier tipo. Quedando reducida completamente nuestra movilidad citadina a cualquier cita artístico-cultural, sin aún saber todas las consecuencias reales para el contacto vivo del arte musical -o cualquier otro-, en este obligado y conflictivo retraimiento pandémico espiritual universal. Mientras, solo se nos permite salir para obtener los insumos requeridos para seguir viviendo retirados en la individualidad inerte y en la aparente tranquilidad de casa.

Pero no dudo que se harán grabaciones este año de su obra y, de alguna forma celebrar, desde la distancia física y a la vez la cercanía virtual, a Beethoven. Al menos quedan portales en internet que incluyen música de excelentes grabaciones históricas o interpretaciones novedosas actuales de esta portentosa creación musical del romanticismo. Así es, en una primera instancia, respecto a sus obras orquestales, sus sinfonías, sus conciertos y sus oberturas, entre otras. Podemos escuchar interpretaciones de directores de culto como el legendario Wilhelm Furtwängler, casi de principios del siglo XX, pasando por las no menos reconocidas de Bruno Walter, sin dejar las de Herbert von Karajan y Leonard Bernstein, hasta llegar en el siglo XXI con las de Nicolas Harnoncourt o Daniel Barenboim por solo decir dos directores de los tantos excelentes que hay hoy. No menos pasa lo mismo con su música de cámara, sonatas y pequeñas obras.

Pero ya que estamos en cuarentena decretada tanto para los músicos como para los melómanos, no quisiera pasar la ocasión de presentar algunos rasgos de su vida cotidiana en relación con su proceso creador. No precisamente para imitarlo sino comprender mejor la dimensión de su condición humana. El quehacer de su día a día trasmitido por su discípulo y secretario, como también su primer biógrafo, Antón Schindler. Una estampa particular y vivenciada del intempestivo compositor que encontramos en su cuestionado libro titulado El Beethoven que yo conocí.
Schindler nos describe en su texto un día común del compositor. ¿Qué hacía al levantarse? ¿Cómo se preparaba para componer? ¿Cuáles eran sus hábitos cotidianos? ¿Cómo organizaba su día? ¿Qué lo inspiraba del entorno? ¿Cuáles eran las ocupaciones para llenar las horas del día posteriores a su trabajo como músico? En principio, nos podemos imaginar, por lo simple y limitada, una vida muy distinta a cualquier músico o compositor actual. Sus recursos y dispositivos eran otros, completamente artesanales, muy diferentes a cualquier músico profesional de hoy rodeado de todo un arsenal tecnológico estándar de dispositivos musicales.
Beethoven comenzaba el día temprano, al amanecer, y emprendía, sin apenas perder tiempo, su trabajo musical hasta bien pasado el mediodía. Convencido de que no sólo se requiere genio y talento para hacer música, sino también de una constante disciplina del hacer que da cuerpo al oficio. Concretando la obra fijándola y perfeccionándola en el papel.
Al levantarse comenzaba con su inamovible y exigente aromático y exótico ritual pagano. Desayunaba un café que era preparado por él mismo con una precisa y matemática obsesión neurótica. Tenía su propio récipe para el amargo, caliente y negro brebaje. Su habitual café mañanero estaba compuesto, ni más ni menos, por sesenta granos tostados de semilla arábiga por taza. Tanto era su empeño que, además de haberlo molido al momento, contaba los granos para lograr su dosis exacta. Hecho esto y con el cuenco de café en mano, pasaba a su desordenado escritorio cerca del piano y trabajaba toda la mañana hasta las dos o las tres de la tarde.  Llegado ese momento tomaba un descanso para salir a caminar, paseo que favorecía a su imaginación creadora. Tal hecho ha sido confirmado por meticulosas investigaciones al reconocer que su mayor productividad musical la hizo durante los meses cálidos. Época del año que podía salir a esparcir, sin mayores inconvenientes, su espíritu, dando un pie por los campos aledaños a su ciudad. Posteriormente tomaba su almuerzo. Seguidamente emprendía otro rato de vigorosa caminata, ocupando así lo que quedaba de luz en el día.  En ese intervalo de tiempo al exterior no es que dejase de pensar en su creación. Como aficionado peripatético moderno de la creación musical, siempre iba apertrechado de un lápiz y de papel pautado en sus bolsillos. En ellos registraba las ideas que surgían al pairo en su andar. Al final del día se dirigía a una taberna a leer los periódicos que le trasmitían los sucesos del presente. En la noche recibía visitas o iba al teatro. ¿La cena? Espartana. Un cuenco de sopa y alguna sobra del almuerzo.  No negaba el gusto de comer con una buena copa de vino. Pero también prodigaba la costumbre muy alemana de beber una jarra de cerveza y fumar su pipa después de cenar. Pocas veces se le escucho trabajar en las noches. Sólo en los momentos de impostergables compromisos editoriales o conciertos; tomaba ese tiempo nocturno para la conclusión de urgentes obras aún sin terminar. Se iba a dormir a horas tempranas. Alrededor de las diez de la noche era un buen momento para acostarse a descansar. La estación anual del invierno era un tiempo de recogimiento. Salía lo necesario y estaba cerca del calor de la estufa de su aposento y se quedaba, por lo general, leyendo.
También vale la pena mencionar lo referente a otro aspecto curioso que nos transcribe su discípulo de los inusuales hábitos de aseo y baño de Beethoven. Lavarse y bañarse estaban entre las necesidades más imperiosas de Beethoven. Si en el día no tenía que salir de casa por algún asunto particular, no tenía que vestirse formalmente. Se quedaba en paños menores. Y emprendía su matutina toilette ante su jofaina donde vertía portentosas jarras de agua sobre sus manos. Esta situación le proporcionaba una particular y pequeña felicidad que acompañaba cantando escalas a pleno pulmón o tarareando con voz escandalosa alguna melodía que le rondara en ese instante por su mente. Seguidamente bailaba taconeando el suelo de madera a lo largo de su habitación. Muchas veces regresaba a su estudio a trascribir en su cuaderno de apuntes la idea musical en ciernes. Luego volvía a verter agua encima de su cuerpo deleitándose con su canto efusivo. Eran los momentos de una exaltada y feliz meditación creadora en movimiento, que nadie se atrevía perturbar. Los sirvientes que ayudaban en las labores de casa se destornillaban de risa ante él, cosa que le molestaba y les increpaba su malestar mostrándolo aún más ridículo.
Tales hábitos líquidos de aseo creativo musical fueron constantes. También fueron causa de permanentes situaciones conflictivas con su casero. Sus baños matutinos los hacía a un lado de su dormitorio, pues no había en ese entonces un cuarto específico de baño. Así que, cuando emprendía su refrescamiento, derramaba agua a borbotones. Agua que se filtraba entre los intersticios del piso de tablones de madera, hacia los pisos inferiores. Motivo que le valió tener una impopularidad como inquilino incontrolable de la tranquila ciudad de Bonn o de Viena. Agua, taconeos, cantos exultantes, excitación dionisiaca y espontaneidad musical formaron parte de su entorno mañanero. Ante tanta capacidad expansiva creadora, y sin poder vivir el compositor alejado del vecindario y en casa propia, los inquilinos estaban en un permanente pleito, reclamando por su particular, incivilizado y excéntrico comportamiento. Eran exaltados momentos de inspiración húmeda beethoveniana, en que su soberbio genio incontenible conjugaba su fogosa manía de juntar limpieza corporal con inspiración musical. Nada humano le fue ajeno.

Bibliografía mínima
Schindler, Anton 1996: Beethoven as I Knew Him (1860), Donald W. MacArdle (ed.), Constance S. Jolly (trad.). Mineola, Nueva York. 
Solomon, M. 1998: Beethoven, 2.ª ed. rev., Nueva York, Schirmer Books.



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