El trio Ludwig,
Betina y Johann
A 250 años del
nacimiento del Sordo de Bonn
David
De los Reyes
Fotomonataje: David De los Reyes 2020
I
Invocar
a Ludwig van Beethoven (1770-1827) en el año conmemorativo
de su Natalicio número 250, es rigor dentro de la agenda musical, museística,
cultural y literaria global. De Bonn a Guayaquil o de Viena a Caracas sonarán, sin
lugar a dudas, unas cuantas de sus sinfonías. ¡Infaltables la Quinta y
la Novena! éxitos de los clásicos populares urbi et orbi.
Menos tocadas serán sus sonatas y sus tríos, y aun poco menos sus cuartetos. Estos
últimos opus marcan la cúspide y el límite expansivo de su arte. Beethoven,
el Sordo de Bonn, ha sido reconocido como el artista romántico que vendría a
encarnar uno de los espíritus más libres del arte del siglo XIX. Decir algo
nuevo de su vida es casi imposible por todos los estudios que se han realizado
en su obra; ofrecer esclarecimientos con relación a su condición y sus efectos
de artista nos parece un pequeño intersticio por el cual podemos entrar dentro
del magma musical y espiritual de este volcán humano en permanente ebullición y
contradicción. Odiado por unos, amado por otros, pero unos y otros no pueden
negar la genialidad que emana de su música.
Una
de sus frases más conocidas es “Nunca rompas el silencio si no es para
mejorarlo”. Palabras que se convertirán no solo en una postura estética
sino ética y en su caso, una condición física sin retroceso y ¡casi natural! dada
su condición de sordera, que lo llevó a separarse de los sonidos del mundo
exterior. Ella lo reduciría al cuadro de un imperioso silencio no elegido y a escuchar
sólo los sonidos en el espacio de su imaginación sonora. Allí emergerían los
temas y desarrollos musicales que darían forma a sus composiciones a partir de
1800, año en que comienza a manifestarse su discapacidad auditiva. Su frase,
entonces, pedirá que la música debe justificarse porque viene a mejorar al
espectro casi imposible del silencio. El arte de los sonidos, aún para entonces
con un sentido ligado a presupuestos rituales sociales y civilizatorios superiores,
no tendría justificación sino en la medida que cumpliera con tal condición: el
presupuesto romántico de mejorar lo dado por la naturaleza, el silencio.
Beethoven, el sordo, sería aún más sordo para el resto de los sonidos musicales
que no enaltecieran el natural manto transparente del silencio.
¿Podríamos
imaginar qué pensaría del silencio en este mundo actual, doblegado por los
irritables sonidos electrónicos a todo dar y por doquier, que van del
conductista ambiente mercantil del hilo musical a la avasallante
presencia en la discoteca andante gracias al celular y los infaltables
audífonos? Música para oídos (y mentes), dóciles por los sonidos digitales,
indiferentes a otras realidades acústicas. Fácil imaginar que la situación de
la sociedad líquida sonora de nuestra postmodernidad no pudiera albergar un
Beethoven, aunque fuese sordo y con un padre empeñado en hacerlo músico a
fuerza de maltratos, baños de agua fría en invierno, despertarlo a medianoche y
otras torturantes “disciplinas”. En nuestro acontecer todo está violentado y
enmarcado por la rutilante condición de los sonidos sometidos a los decibeles y
las emisiones electrónicas. El silencio es el gran ausente. Si bien hoy se
habla de islas de contaminación de residuos plásticos en medio de los mares,
del tamaño del territorio de Francia, poco se dice y alerta sobre las
extensiones aéreas y sus ondas hertzianas por doquier, convirtiendo el oído
común en un sordo musical (sólo queda el reggaetón...). Prohibición del
mundo actual: todo silencio debe ser asesinado e interrumpido inmediatamente.
Ciudades silenciosas pocas, ruidosas todas. El silencio como sinónimo de
extremo lujo. La exigencia de Beethoven, la música para mejorar el silencio
pudiera reducirse a pocos espacios acústicos privados. El silencio, por lo
general para el hommo digitalis actual, vendría a sentirse como en un
círculo de soledad, de aislamiento, de ensordecedora ansiedad y separación
física con lo otro: es decir, no de otras personas sino de su celular.
Beethoven aullaría y maldeciría al mundo a cada paso por cualquier ciudad
actual, sería, no menos, que un lobo estepario. La era digital ha
nutrido, como lo demás del mundo actual, con el aniquilamiento de los sonidos
naturales y el inaudito silencio. Visto así, el silencio - ¡hasta de su única y
espectacular obra musical! - puede ser un motivo para celebrar a Beethoven. Se
pudieran hacer unas instalaciones y performances beethovenianos,
donde el silencio es el motivo de la acción y el encuentro para celebrar el
principio romántico del mayor compositor del siglo XIX: “Nunca rompas el
silencio si no es para mejorarlo”.
II
Entre
los personajes de su entorno que igualmente serían interesantes revisar por
estos días conmemorativos por la celebración global de su nacimiento, y de reconocimiento
a un espíritu que ha transitado con su creación musical todos los linderos geográficos
culturales y musicales de la tierra, propongo dos a mi juicio meritorios. Uno,
indiscutible, el poeta y fiel burócrata del gobierno de Weimar, Johann Wolfang
Goethe (1749-1832) con quien protagonizó un inusual encuentro en la ciudad de
Teplitz. Y el segundo, más delicado y apreciado por el turbulento y casi
salvaje genio musical: la ilustrada dama Bettina Brentano (1785-1859), escritora
y novelista romántica alemana, además de ser compositora, cantante,
ilustradora, mecenas de jóvenes artistas y activista social de los derechos de
la mujer, todo un ejemplo femenino de la era romántica.
Bettina
conoció a Ludwig e inmediato nació entre ambos admiración y fidelidad amistosa.
Intenso vínculo cultivado por un prolijo intercambio epistolar alimentado, como
buenos artistas individualistas del tiempo, por sus personalidades egocéntricas
y dominadoras. Posteriormente, la dama presentaría al compositor con el poeta del
Fausto, Goethe, intentando construir una relación creadora y artística
entre ambos. Beethoven habría puesto música a algunos poemas de Goethe; luego,
éste pensó siempre que sería el compositor indicado para realizar una ópera con
su voluminoso Fausto, lo cual, infortunadamente (o fáusticamente), como
sabemos, tal creación nunca aconteció. Lo que si ocurrió fue la composición de
una serie de lieder (a comentar más adelante) así como de diez piezas de música
incidental para la representación de la tragedia goetheana Egmont, el opus
84 de Beethoven. Siendo la Obertura Egmont
una de sus partituras aún tocadas esporádicamente. Sin embargo, en su tiempo el
poeta se quejó de no haber podido dar con el compositor ideal para su obra. Siempre
pensó que Beethoven sería ese compositor, pero éste sintió que su música no
estaba a la altura de la creación poética del bardo de Weimar, o al menos se
desprende de sus confesiones sobre por qué finalmente se produjo un
distanciamiento entre ambos.
Para Beethoven, en ese período de su vida, la joven e impasible
Bettina, arquetipo del zeitgeist (espíritu del tiempo) femenino, pasó a
convertirse en su musa, dedicándole una serie de canciones, como también lo
harían luego Robert Schumann y Johann Brahms, entre otros.
Goethe y Beethoven fueron sus dos adorados tutores, inspiradores
y admirados héroes del arte del momento. Literatura y música eran los impulsos
vitales que concentraron su pasión por un buen tiempo. Su hermano, el poeta Clemens Brentano, alentó a la joven Bettina a
leer a Goethe y inmediatamente enloqueció por el personaje de Mignon en "Los
años de aprendizaje de Wilhelm Meister". Por su actitud y su forma de
vestir, Bettina se convirtió en la inexplicable Mignon. Y concibió una
pasión por Goethe que alimentó hasta el final de su vida. ¿Qué representaba el
personaje femenino goetheano que atrapa a esta rebelde dama? Mignon es
un poema visionario que relata su trágica historia de vida, donde recuerda a su
tierra natal, Italia, luego de haber sido secuestrada y trasladada por la
fuerza a tierras alemanas por un grupo de malandros. Experimentará el abuso, la
servidumbre física y la esclavitud de entretener mediante el baile y el canto,
entre otras cosas a sus raptores. Pero la suerte hace que su penosa situación cambie,
al encontrarse con el héroe de la novela, Wilhelm Meister (de 1795), quien
se convierte en su protector y salvador, y es llamado hasta padre. Toda
una trama romántica en el mejor (¿o peor?) estilo de entonces y que no deja de
repetirse hasta la saciedad en la literatura y en los guiones cinematográficos actuales.
Eso con respecto a Bettina y su vínculo con Goethe. Veamos ahora qué le
inspiraba el músico.
De este lado, estaba la fuerza de la
energía musical que tocaba a su destino con las obras y las improvisaciones
ejecutadas por el pianista considerado un segundo Mozart. Bettina queda
deslumbrada por la personalidad creadora del otro semidios del momento,
Beethoven. La música para ella fue una revelación más allá del lenguaje y del
intelecto. Beethoven conocía a su medio hermano Franz y a su esposa, Antonie.
Un día de 1810, cuenta el filobeethoveniano, musicólogo y novelista francés,
Roman Rolland, que una mañana, mientras el compositor ya casi sordo, estaba
trabajando en su piano, sintió unas manos sobre sus hombros. Se dio vuelta,
enfurecido, y se encontró con una joven atractiva que le hablaba melodiosamente
al oído: "Me llamo Bettina Brentano". ¿Acaso la dama querría
escuchar la melodía que estaba interpretando? nada menos que el lied de
su Op.75/1 , "Kennst du das Land?" (“¿Conoces el lugar?”). Poema cuya
famosa letra refería al personaje Mignon de Goethe, justo su obra preferida
y personificada por el vital y cotidiano espíritu desenvuelto de Bettina. A esta
ejecución le siguió otro lied con letra del poeta, el Op.83/1, “Wonne des Wehmut” (Dichosa melancolía) para deleite de su joven escucha.
En una carta de Bettina a Goethe, fechada
el 28 de mayo de 1810, cita una confesión de admiración por parte del compositor
respecto a la obra literaria del poeta: “Los poemas de Goethe tienen un gran
poder sobre mí, estoy activado y estimulado para la composición por su
lenguaje”. Acto seguido la dama le envió copia de los manuscritos del
músico amigo de estas canciones, junto con una tercera, “Trocknet nicht”, (lo curioso es que las tres canciones de la Op.75 no incluyeron las
otras tres que fueron publicadas como Op.83, compuestas por la misma época y
todas con lírica de Goethe).
En los días siguientes, se vieron, caminaron
e hicieron música juntos. Al pasar de los años, algunos especularon sobre
Bettina como la mujer misteriosa que inspiró la carta e la misteriosa Amada
Inmortal de Beethoven. En realidad, no lo fue, pero si convivió con la
responsable de tal leyenda, su propia cuñada, Antonie de Brentano. Sobre esta brumosa
relación han surdido las más conspicuas investigaciones del comadreo académico,
uno más de los episodios de la atribulada trama amorosa del sordo genial.
Bettina
Brentano, en su Epistolario de Goethe con una niña (Goethes Briefwechsel
mit cinem Kinde), amplía y describe esta amistad entre los creadores no
sólo de una obra portentosa en ambos, sino del arte mayúsculo de una época. Este texto fue la primera de tres novelas epistolares
que la autora escribió tras la muerte de su marido, el también poeta Achim von
Arnim, para embalsamar en el arte los recuerdos de su vida. Evoca su
relación afectuosa e intelectual con Johann e introduce a Ludwig transitando su
vida cual personaje literario. En sus páginas presentan quizás una de las más
explícitas descripciones de la condición de las cualidades artísticas beethovenianas;
la visión extasiada que tenía el maestro de su propio arte: "La
música es una revelación superior a toda sabiduría y filosofía; es el vino que
inspira a uno a nuevos procesos creativos, y yo soy el Baco que extrae este
glorioso vino para la humanidad. Quienes entiendan mi música se sentirán
liberados de todas las miserias que otros acarrean consigo".
Estas palabras, se sabe, surgieron de
la admiración e imaginación romántica de Bettina, no del propio Beethoven. Estos
y otros credos de ese epistolario literario se convertirían en unas de las
declaraciones más famosas del compositor sobre música, dando paso así al mito
romántico de Ludwig van
Beethoven.
Sellos ilustrados con las imagenes de Ludwig, Bettina y Johann |
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